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Arte con Historia

En este trabajo hemos querido aunar obras plásticas y relatos que surgieron desde los
sentimientos o recuerdos que cada cuadro generaba en el escritor.
Una buena forma de vivir la experiencia es disfrutar las obras por separado. Meternos en el
cuadro y generar nuestro propio relato o mientras leemos producir nuestra película.
Veréis que siempre hay una nueva versión, ni mejor ni peor, simplemente vuestra.
Esperamos que disfrutéis de este libro tanto, como nosotros al elaborarlo.

Equipo de producción.
Alicante 30 de Marzo 2015
INDICE

Misteriosa Montmartre.

La puerta del torreón

Un día de picnic. Saldán

La cañada.

Una jarra de florero.

La estación de trenes

Anemonas en Azul

Dos barcas solitarias

Desencanto

Junto al mar

Mi casa.

Un Pueblo

Aldea Suiza

Los Náufragos

Café

Pájaros

La torre de las infantas

La flor del almendro

Los protagonistas

Plumas creativas.

Nuestro artísta plástico

Biografía de Balbino Alonso


Misteriosa Montmartre.
La llamó Ingrid. No la llamó Mónica, ni Graciela, ni Mirta. Ingrid. Aquellos nombres le recuerdan a la
vecina de enfrente o a la muchacha que atiende la panadería en la otra calle o quizá a la mujer que lo espera
en la cama cada noche. En cambio a Ingrid solo la vio una vez y la pintó cien. Fue hace más de cincuenta o
sesenta años, sin embargo recuerda cada detalle de su rostro. Su fino cuello alargado, sus ojos apenas grises,
sus manos blancas y muy especialmente sus pequeñas orejas. Todo ello lo vislumbra con exactitud pese al
paso del tiempo. Y en el recuerdo, siente que el tiempo ya no es su enemigo sino su aliado. Que aunque
pasaran cien años y él ya no estuviera en este mundo por lógicas razones, Ingrid aún andaría por ahí
revoloteando, apoyando apenas sus pies en esta tierra, como un colibrí azaroso. Volvía camino de
Montmartre como cada tarde en aquellos días de soledad y hastío. Llevaba sus acuarelas algo mustias, sus
lienzos inmaculados como un manto virginal, sus pinceles chuzos como pequeños espinillos resecos y sus
bosquejos a medio hacer. Llevaba también su joven aburrimiento, su sequedad creativa, sus dudas. La noche
anterior había soñado con un azul índigo casi perfecto, propio de un cielo de Cezanne. Sin embargo no había
logrado más que dos o tres pinceladas verduscas o amarillentas como tajos en la tela, pero nada de aquel
índigo soñado. Ni un fugaz trazo de aquel color armonioso y celestial. El día señalado, de regreso a la
pensión que compartía con otros inocuos e improvisados artistas, se detuvo en aquel puente a acomodar su
pensamientos. Le gustaba ese lugar. Un solitario farolito se erguía presuntuoso pese a que la luz que
enarbolaba era tan vacilante como una luciérnaga. Cerró los ojos y se sintió tan solo como el farol.
Súbitamente un cosquilleo le corrió por la espalda. Un pintor no era pintor por pintar en Montmartre. ¡Qué
descubrimiento! ¿Qué hacía allí entonces? Se sintió mareado, quizá por sus cavilaciones existenciales, quizá
simplemente porque no había comido nada desde la mañana. La niebla parisina lo envolvió como una
bocanada de aire gris, pesado. Las acuarelas se le deslizaron de sus manos y cayeron tintineantes sobre el
adoquinado. La luz del farol pestañeó. Y en el instante del guiño lumínico, de entre la bruma sobre la callecita
camino a Montmartre, se recortó su figura como un relámpago en medio de la borrasca. Como una fugaz
estrella en noche cerrada. Como una pincelada gloriosa. Esa, la del color índigo soñado. El pintor boqueó
como un pececito al que sorpresivamente sacan del agua. Tragó saliva y en los segundos, minutos, horas que
duró su aparición, solo la miró. La miró y la miró. Era Ingrid.
Llevaba un vestido de estampados vivaces y de su mano izquierda colgaba un ramo de magnolias
tomadas por un lazo color azul índigo, el azul más precioso jamás pintado. Las flores golpeteaban sobre sus
muslos firmes y dorados como un sol. Sus rodillas perfectas como las de una escultura de Rodeen, aparecían
y desparecían debajo de la ondulante falda que se deslizaba hacia arriba y hacia abajo al ritmo de su andar
gatuno. No le habló, mucho menos la siguió. Sólo se impregnó de su presencia para siempre.
¿Aquella muchacha era una fantasía o un color?
Ahora, a sus ochenta y tantos años, el pintor posa el pincel en su paleta, sobre el logrado azul
índigo. Lo remueve impregnándolo completamente. No quiere que se pierda ni una gota del color. Luego va a
la tela y traza una línea como una estela celestial. Y otra y otra. No es frenético. No. Es gozoso como un
acorde de Bach. Es como si cada pincelada fuera Ingrid. Se adormece el pintor, y en su duermevela la ve
asomarse en la ventana de su atelier, deambulando entre sus cuadros, posando desnuda entre sus sábanas ,
dibujada en sus lienzos, la ve desaparecer en la penumbrosa Montmartre. La ve en ninguna parte. Por un
instante está otra vez parado allí en el puente, bajo el farol. Se siente joven y hermoso, aunque sus
pensamientos ya estén algo gastados. ¿Con qué ha soñado realmente todos estos años? ¿Con aquel azul
índigo imposible de plasmar en una tela, o con aquella muchacha mitad verdad, mitad ilusión?
En la puja contra el tiempo, en el recuerdo de lo imaginado, cree encontrar alguna verdad.
Más por viejo que por sabio. Y se pregunta: ¿Para quién pinta un pintor? ¿Para sus ojos, o para los ojos de su
amada? Y la respuesta aparece contundente y ligera a la vez, como un trazo en el lienzo. Pinta para Ingrid,
para aquella Ingrid que todo pintor dibuja en sus fantasías, en sus sueños, en sus realidades.

Buenos Aires, 07 de marzo de 2015.

Sandra Ester Franzen.


© Todos los derechos reservados
La puerta del torreón
La puerta entreabierta, los cristales de la ventana imprecisos por el paso del tiempo, que dejan entrever
contornos borrosos: un sano alimento para una imaginación desbordante
Cuantas historias vienen a mi mente.
Recuerdos. Algunos tan borrosos que a duras penas soy capaz de identificarlos, pero otros…
Una tarde de verano como tantas otras en las que visitábamos la casa de mi abuela. Para una niña de
nueve años un palacio, una fortaleza infranqueable colmada de puertas cerradas que invitaban a traspasarse.
“No, al despacho del abuelo no entres, no abras la puerta de la despensa que entran el gato, las
habitaciones solo para dormir, y así un sinfín de normas y reglas. Hay abuela,
Solo podíamos jugar en la cocina o el porche trasero.
Dos sitios que parecían muy seguros, sin embargo, este último tenía la mayor tentación imaginable. Desde
allí se contemplaba el torreón de la casa y su puerta, siempre cerrada, sus dos ventanas con los postigos abiertos,
dejando entrever la inagotable aventura que vivían princesas y duendes atrapados en aquella habitación de 4 x 4
metros y dos plantas que culminaban en una terraza con un borde escalonado tal que fuese la torre de mi castillo, y
digo mi castillo porque solo los ojos de una niña podían transformar aquel deposito de trastos viejos en la
residencia permanente de una princesa a la espera de su príncipe azul.
Creo que no había mayor aventura que sentarme a inventar historias frente a aquella puerta.
En una ocasión mis padres y la abuela se quedaron hablando en el jardín, hecho que aproveche para ir a
jugar.
Cruce la casa con la velocidad de un rayo, una inexplicable sensación me empujaba hacia el porche
trasero, como siempre iba en busca de mis juguetes, cuando advertí que mi sueño se hacía realidad.
“¡La puerta del torreón estaba abierta!”.
Sin pensar ni un segundo entre y deje que mi mente infantil volara por aquella escalera de caracol y
navegara entre los baúles repletos de vestidos tan antiguos como la historia misma, sillones que emulaban tronos,
alfombras y cojines que serían la cama ideal para una princesa como yo y por supuesto el infaltable maniquí que mi
abuela usaba para coser y que desde ese momento sería el acompañante ideal para una y mil aventuras.
La emoción era tan grande que no escuche los gritos desesperados de mi madre que me había perdido de
vista.
Lo siguiente que recuerdo es la voz de mi padre.
—hija que haces aquí, tu madre está desesperada, no te encontrábamos en ningún sitio.
No recuerdo mucho mas, supongo que habré recibido una soberana reprimenda, pero nada empañaría
aquellos mágicos momentos

Fragmento: (La magia de los recuerdos)

Lana Acuaterra
© Todos los derechos reservados
Un día de picnic. Saldán

Balbino Alonso Furni


El día recién comenzaba a desperezase, y aparecían los primeros rayos de luz de la mañana, los niños expectantes
que no dejaban de revolotear por la casa, casi descontrolados, deseosos de iniciar el gran día que se les había prometido.
“Todo listo para partir, hoy sierra, río, baño y diversión”
Tras un recorrido, no muy largo, y según se acercaban a su destino, el paisaje se tornaba más frondoso y
perfumado. Atravesando un puente sobre el cauce del Río Suquía se topa con un gran acueducto que obliga a pasar por
debajo de uno de sus arcos. Allí les esperaba impaciente el murmullo del río y el verde de la serranía.
Los niños deseosos de corretear y chapotear entre piedras y matojos, comprobaron asombrados que a pesar de ser
verano aquellas aguas gélidas llevaban a su paso varios trozos de hielo, producto de que estaban muy cerca del nacimiento
del río y la temprana hora no había permitido que el sol templase el entorno.
Ante el asombro de los adultos, no menos cierto resultó, que los Tati`s ni se inmutaron ante las rápidas flechas de
escarcha que presurosamente bajaban por el riachuelo, y conquistaron las aguas lanzándose a ellas con la fuerza que solo da
la inconsciencia de la infancia. Los otros niños, animados por la valentía de sus amigos, comenzaron el refrescante juego.
“Que rápidas avanzaban las horas y que sabor tan serrano tenía la misma tortilla que en casa repudiábamos”.
Por la tarde otra madre se unió al picnic. Pero con su llegada, el día daría un vuelco inesperado. Al poco tiempo
recordó que se había dejado las lentejas en el fuego.
En casa solo estaba el desmemoriado abuelo, inmerso en sus recuerdos, alejado del mundo cotidiano.
Sin dudarlo, tocaba regresar. Con alguna resistencia, incrédulos y resignados los niños recogieron sus juguetes.
Al atardecer, llegaba el grupo a casa, exhausto del intenso día. La tensión crecía, ante el inminente desenlace de la
situación.
Allí les recibió el abuelo en su sillón, despreocupado, y ajeno a los motivos de tan presuroso regreso.
Ante la lluvia de preguntas, solo se limitó a decir:

- “Escuche un ruido en la cocina, vi la olla en el fuego y lo apagué”


Una de las aventuras que recuerdo con más cariño.
Abuelo Juan has salvado la comida, has evitado el posible caos que hubiese generado esas llamas, ese humo y el
posible incendio, pero también gracias porque con tu decisión has enmarcado uno de los días más felices de mi infancia

El Linye
© Todos los derechos reservados

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Saldán es una localidad situada a 18 km de la ciudad de Córdoba. Pequeña ciudad que, pese a su cercanía con la
capital, mantiene intacta su tranquilidad de villa serrana. Conquista miradas con su pequeño surco de aguas cristalinas, a
veces frías pero siempre de una gran pureza ya que proceden de vertientes, muy típicas en la zona
La cañada.

La Cañada, Córdoba, Republica Argentina. Balbino Alonso Furni


Corría el siglo XVI. Surgen los primeros trazados, diez cuadras de largo por siete de ancho, de una ciudad nacida a
las orillas de un caprichoso río, a veces apacible y refrescante, mientras que en otros un devastador torrente que no conoce
de límites, imparable y destructor.
"un pueblo situado en una amena y fértil llanura, limitado por un serpenteante arroyuelo”.
En 1639, aquel hilo de agua, enturbiado solo por líquidos jabonosos de los lavaderos de las casas cercanas,
transformó su mansedumbre en una fiera incontenible. Su huella se vio invadida por las aguas procedentes de las lluvias
torrenciales de las sierras.
Un aluvión de barro y aguas, invadían la comarca, sin discriminar color, destruyendo la floreciente ciudad.
Solo tres décadas más tarde y algunas tragedias más las autoridades se deciden a intentar domesticar la bravura
inconstante de este engañoso río.
Al construir el Calicanto, un primer intento de canalización y contención de las aguas, se intentaba prevenir futuros
ataques de furia del riachuelo. Una obra maestra por la funcionalidad de la misma (más allá de su belleza estética) fue
construida con cantos rodados y cal en 1671. Una artística canalización que mantenía la ciudad a buen resguardo del
temperamental río.
Con un inexplicable arrebato de rabia la noche del 19 de diciembre de 1890, otra vez el rio volvió a desbordarse
como lleno de rabia a su crecida arrastró a un mar de fango a unas 200 personas que sorprendió en un recodo, en la entrada
de la ciudad.
En palabras de Efraín Urbano Bischoff «Un ruido sordo como de carros que pasaban sobre el empedrado a la
distancia, puso en alerta a la población».
El agua de las copiosas lluvias reunida en la Lagunilla, origen del rio, rompió el dique de contención arrastrando el
limo hacia el arroyo y se precipitó en torrente hacia la capital”… “El agua llegó a un metro en la plaza Central.
Al amanecer del día siguiente la ciudad sumida en el desastre producido por el aluvión, contemplaba la Cañada que
había vuelto a ser un manso arroyuelo, solo manchado de barro, ajeno a los destrozos de su furia nocturna. Se sucedieron
mas incursiones feroces, pero ninguna tan devastadora.
El 4 de julio de 1944, se colocó la piedra basal de la obra de sistematización de La Cañada. Casi 3 kilómetros de
murallón de piedras que atraviesa a la ciudad logrando contener esta furia de agua y convertirse en un ícono de la cultura de la
ciudad.
Hoy atravesada por puentes de piedra de aire románico y flanqueada por árboles de pita que la cobijan bajo su
sombra. La Cañada es para Córdoba un espacio mítico.
Como a todo lugar emblemático no le podía faltar un toque de misterio, una pincelada sobrenatural.
A fines del siglo XIX surge una historia que fue cobrando fuerza hasta convertirse en una leyenda.
Un espectro que vagaba por los límites de la cañada, una mujer balbuceante, vestida con harapos blancos teñidos
por el tiempo y los lodos del lecho de la Cañada. En ocasiones asustaba a los transeúntes nocturnos, pero en otras les
perseguía envuelta en gimoteos y llantos hasta que abandonaban sus dominios. ¿Quizás haya sido una persona con
problemas incomprensibles para aquellos años? ¿O realmente un fantasma que como alma en pena trataba de contarle lo que
había sucedido?
Lo cierto, es que hoy, los viejos lugareños, todavía cuentan sus historias.
Un popular verso sobre esta historia
... Parece, Pelada
que solo anduviste,
junto a La Cañada
como un alma triste
¡Clamando oraciones!
¡Velas y novenas!
viejas devociones
para "almas en pena"
ya casi olvidadas
que al fin conseguiste
y, entonces "Pelada"
por eso te fuiste

Fragmento de “Ancua” (1949) de Azor Grimaut

La Cañada de Córdoba es uno de los lugares más concurridos y vistosos de la ciudad. No se refiere a un río sino al
encauzamiento del arroyo (3 km) que cruza de suroeste a norte la ciudad y que se forma con las aguas de La Lagunilla
proceden de las lluvias en la Sierra Chica. Con una longitud de 28 km que desembocan en la margen derecha del Río Sequía.
Fragmentos “Libro callejero del pueblo nuevo”
Una jarra de florero.
Balbino Alonso Furni
Un puñado de flores del jardín de la abuela, una jarra olvidada como florero improvisado. La primavera ha
llegado.
Las tardes comienzan a largarse, hace más calor, a la salida del cole mamá se queda un ratito a charlar
con las otras madres, mis hermanas y yo jugamos con nuestras amigas, las mismas con las que hemos compartido
gran parte del día en el colegio, pero ahora tiene otro sabor, otro olor. “Libertad”
Con el buen clima y en especial los viernes o los sábados visitábamos a la abuela. Una señora muy seria y
siempre estaba muy ocupada, envuelta entre papeles y libros, pero tenía algo que nos atraía y nos fascinaba. Le
bastaban cinco minuto para liarnos y sumergirnos en una actividad de la que disfrutábamos horas y horas.
- Chicas venid a ver lo que he traído.
Una caja inmensa llena de cosas muy antiguas, lindas pero raras. Fotos, cuadros, libros de cuentos, algún
que otro vestido y utensilios de cocina.
- Abuela. ¿Qué es esto? Pregunto mi hermana mayor con un tono algo despectivo.
- Son cosas de la casa de vuestros bisabuelos. Vamos a venderla y hay que quitar todo.- En sus ojos se
dejaba entrever un rastro de nostalgia.
- Abuela yo quiero esta cajita de música y los cuentos. - Dijo mi hermana pequeña con su vocecita de
bebecita.
- A mí me gustan estas fotos y también quiero los portarretratos, bueno también me llevo los álbumes.- Con
la habitual prepotencia de ser la hermana mayor.
- Miren que lista es, siempre se elije lo mejor y lo más divertido. Ja todo para ti.- le respondí con rabia y
decepción .
- Haber no discutan, esto es para las tres. Luego lo guardaremos en la casita para que podáis jugar.
La casita, no era ni más ni menos que el torreón que después de aquel pequeño altercado que protagonicé
lo acondicionaron y nos dejan jugar en el, sobre todo en invierno.
La abuela y mi papá llevaron la caja al torreón y mis hermanas se fueron corriendo a por sus nuevos
tesoros.
Estaba tan enfadada que no quería ver nada de la que había en esa caja.
En el jardín, el abuelo regaba las plantas, al verme llegar de tan mal humor solo se le ocurrió ofrecerme
que siguiese con su tarea.
- ¿Quieres regar tú? Solo debes tener cuidado con aquellas flores. Luego cortaremos algunas y haremos un
lindo ramo para la abuela.
- Si…Si…- y me acerque alargando el brazo para que me diera la regadera.
Se fue dentro, y me quede jugando con el agua un rato bastante largo. Pasado el entusiasmo, recordé a
mis hermanas y fui a ver que estaban haciendo. Aquello era una batalla campal, todo estaba por el suelo. Si que
tendrían problemas con mi madre cuando viera el desorden. Yo desde luego no quería tener que participar en la
faena de recoger.
Al salir vi una jarra de barro, marrón con pintitas negra, no muy grande y algo deformada junto a un tapete
con las flores preferidas de la abuela bordadas en una esquina. Me resulto muy raro, no parecían pertenecer al
resto de objetos de la casa de los bisabuelos.
Fui en busca de la abuela. Ella había salido, pero como el abuelo estaba a allí me acompaño al torreón
para que le enseñara aquello tan raro.
- Abuelo mira, esto es lo que quería…- antes de que pudiera terminar la frase el me interrumpió
bruscamente.
- ¡Dios mío! ¡La jarra! Sabes que la hizo tu abuela. Cuando estaba embarazada de tu padre tenía que hacer
reposo y se le dio por las manualidades. Como veras se le daban fatal y lo único que fue capaz de terminar
es esta jarra y el tapete de flores. Ves estas manchas negras, son flores, pero según se cocinaba el barro
de la jarra, se iban difuminando hasta desaparecer.
- ¿Pero abuelo por qué están entre estas cosas?
- Tu abuela las quería tirar y seguramente su madre las guardo de recuerdo, quizás para algún día
enseñárselas a tu padre.
Los dos ideamos un plan para sorprender a la abuela. El abuelo cortó las anemonas mas lindas del jardín
yo coloque el tapete con la jarra a manera de florero en la mesita de la entrada, junto a la puerta. Me senté en los
escalones de la entrada a esperar que regresaran las mujeres del paseo.
Los nervios por saber si la abuela reconocería la jarra me estaban matando, me levante y fui a buscar un
vaso de agua. En ese momento sentí que abrían la puerta y un grito colmado de sorpresa y a la vez de recuerdo
invadía la habitación.
- ¿De dónde ha salido esto? Mi jarra y mi tapete
Corrí hacia la entrada, no podía perderme ni un detalle.
El abuelo, que también escucho los gritos y yo nos miramos complacidos, nuestro plan había salido
perfecto.
Muchos años después se sigue usando esa jarra de florero en la casa de mis padres, un testigo, no
siempre mudo, de los magníficos años que pasé junto a los abuelos.

Fragmento: (La magia de los recuerdos)

Lana Acuaterra
© Todos los derechos reservados
Balbino Alonso Furni
La estación de trenes

Balbino Alonso Furni


AL AMOR

Corazones de cerezas ensortijados


entre raíles dormidos
de amores olvidados;
bien valen la pena mi niña buena,
si a mi lado caminas cogidita de mi mano,
entre mariposas dormidas
y páginas en blanco.
Corazones de cerezas, entre tu mano
y mi mano, guardan con llave secretos
de amores pasados,
pendiendo de las puntillas
de un pañuelo al abrigo
de los vientos.
Corazones de cerezas, entre tu cuerpo
y mi cuerpo, prendidos de hilo fino
y de amor verdadero.
Camino de nostalgias y de sufrimientos.
Amor incondicional...
amor eterno.
.
PLENITUD

Amalgama de colores visten su dorado cielo


de plenitud y de ensueño:
cincuenta años pasados;
cincuenta años sintiendo que la noche más oscura
se alimenta de besos que deja el aire,
como suspendidos deseos, crecer enamorados
de las cenizas que poblaron su Universo más bello:
cincuenta años de sueños.

Sueños que jugaban en el tiempo,


como niños pequeños:
alimentando su mente de sombras y recuerdos;
añoranza de momentos tiernos,
diluidos en agua cristalina de deseo.

Verano que pasó galopando,


dando paso al invierno.
Sentidos que colmaron sus vidas
de alegrías y sufrimientos:
¡volved a ser brizna de hierba fresca
que dé alivio a sus cansados labios!;
paraíso de enamorados que dejaron rodar
en el tiempo un cansado corazón deshojado;
almibarado, con dulce sabor amargo.

Amor que se llevó los sinsabores sufridos


en cincuenta años vividos,
alimentando egos dormidos
en sábanas de seda e hilo fino.

Violeta Gambín Sevilla.


© Todos los derechos reservados
Anemonas en Azul

Balbino Alonso Furni


RECUERDOS
Blanca y sutil, así eres.
Tan delicada fragancia
emana de tus pétalos.
Tan dulce encanto
penetra los sentidos.
Pueblas la mente
de imágenes placenteras.

Este aroma te trae a tí, abuela.


Estas aquí, tan presente, tan nítida.
Acaricias mis cabellos
con tu sutil dulzura.
Penetras mi corazón
envolviéndolo
con el fragante aroma
del amor
blanco y puro.

Marta Aguirre
31 de Marzo 2015
© Todos los derechos reservados
Dos barcas solitarias

Balbino Alonso Furni


UN VIAJE

Somos dos barcas


solitarias
en la arena tibia.
Teñidas de los colores
de mar y cielo.
Momento de quietud
y de silencio,
plasmado por la
mano del artista,
pero...
no está quieto,
no está en silencio
Momento que precede
el misterioso y turbulento viaje
de dos almas,
por el insondable devenir
del Tiempo que,
diluirá el cósmico magenta
en profundo azul noche.

Marta Aguirre
31 de Marzo 2015
© Todos los derechos reservados
Desencanto

Cabo de Gata Almería España Balbino Alonso Furni


La belleza de la naturaleza, a veces, me desconcierta
DESENCANTO

El mar es una inmensa ola


y se acaricia a sí mismo
elevando su silueta
en la línea del horizonte.
¿Qué hay más allá?...
Un deseo,
un desconcierto
una esperanza.
Tal vez una pregunta sin respuesta;
el cielo no se junta con la Tierra,
he aquí el desencanto,
aunque aparente un gran beso,
una fuerza inmensurable en simbiosis con el mar.
Está sólo sobre sí mismo
mirándose en la llanura de un gran espejo infinito,
sintiéndose poderoso desde el azul y el vacío…

Como en la Tierra, los hombres,


que visten su soledad
rozándose en la distancia
de unos cuerpos armoniosos,
fundiéndose en el abismo del vértigo existencial:

De vez en cuando me besas…


De vez en cuando, te beso…
De vez en cuando me miras…
De vez en cuando… ¡te amo!
Sólo al morir,
Replegamos nuestras alas
en una alarde infinito
de auténtica soledad.
Sólo al morir.

¿Más allá?...
La nada, la duda,
todo…
o la Gran Verdad.

Milagros Román
“Poemas del Asfalto Ediciones cuatro Estaciones 2014”
© Todos los derechos reservados
Junto al mar

Monsul Almería España

Balbino Alonso Furni


JUNTO AL MAR,
Permaneceré viva y muerta de amor..

¡Oh las olas que acarician mi cuerpo


y descubren la seda de mi manto amoroso!

Se vuelven ondulantes y serenas


cuando rozan mis labios de nieve
Se inundan de sonrisas burbujeantes y rabiosas espumas
cuando descubren mis senos como silentes espectros...

Se tornan como caballos rugientes y voluptuosos


cuando besan mis entrañas de fuego,
y ese fuego, me arrastra con lentitud hacia la orilla
en un acto de inmediata ternura.

Suavemente, suavemente, allí, depositan mi estatua fría de piel mojada y envolvente dejando nacer
de ella una hermosa mujer...
La Mujer.
He llegado por fin a la orilla.

Milagros Román
“libro La piel de Afrodita” (Lunara Poesía 1994)
© Todos los derechos reservados
Mar en marrón Monsul Almería España
Balbino Alonso Furni
Mi casa.

Balbino Alonso Furni


Que paz me da, el mirar el cuadro pintado.
¡Qué bien ha quedado! “Majestuoso” El pintor ha sabido plasmar en él todo su encanto.
Allí donde nací, viví mi infancia y donde voy cada vez que puedo y el trabajo me lo permite.
¡No hay nada como el lugar donde naciste
Daría … No se que daría, por seguir viviendo allí.
Respirando detrás de esas paredes, sus secretos, Viendo como envejece todo, incluso yo.
¡Señor que buenos recuerdos tengo yo de aquella casa!
Estaba en el Esparragal,
en mi Esparragal del alma.
Por la esquina de la iglesia.

Que estaba ubicada en la plaza,


bajando la cuesta,
a un kilómetro, de distancia,
rodeada de bancales,
allí en plena huerta estaba.
La vereda, no era buena.
pero lo mismo nos daba
pues subíamos al pueblo,
al toque de las campanas.

Por un puente muy coqueto


la pitarque se cruzaba.
y una vez cruzado el puente
lo primero que encontrabas
era el pozo que tenía
aquella agua tan clara
y que servía para hacer
las labores de la casa.
y junto al pozo la pila,
donde se hacía la colada
y aunque había que trabajar,
la ropa salía muy blanca
pues solo jabón y lejía
para lavar se usaba.

Junto a la pila ¿Qué había?


Había un fregador de cañas
que mi padre, tan mañoso,
con frecuencia reparaba;
se fregaban los cacharros
tenedores y cucharas
con una arena muy fina
que la acequie nos brindaba.

En frente una morera


de la clase macocana
que del sol nos protegía
verde frondosa lozana.

Más adelante, un chopo alto


por cuyas ramas trepaba
Buscando la luz del sol
una parra de uvas blancas
que hasta las navidad
los postres aseguraban.

Y debajo de la sombra
que aquella parra nos daba
los domingos, la familia
entera allí se juntaban
para comer el cocido
que mi madre preparaba
con gramo y medio de de carne.
Pero ¡Que rico estaba!

Daba la vuelta a la esquina


y allí la palmera estaba
siempre alerta y vigilante,
como guardando la casa.

Un poco más adelante


se encontraba con las cuadras
donde tener animales
de corral y labranza;
gallina, pavo y conejos
y, con su cría, una cabra
que era la que daba leche
para el gasto de la casa.
La yegua con su potrica
y también el par de vacas
con las que labrar la tierra
temprano de mañana
para poder terminar
antes de que el sol terminara.

No me olvido del jardín


con sus cañitas cansadas
los rosales los claveles
y toda clase de matas
así como un jazminero
que el ambiente perfumaba.

Y que diré del cuarto del horno


donde mi madre amasaba
aquellos panes tan grandes
que duraban la semana

Tampoco me he olvidado
del día de la matanza
aquel día era una fiesta
en el que nos perdonaban
que no fuéramos al cole
lo que era una gozada.
Repartíamos “presentes”
a las gentes allegadas
y parecía un millón
la peseta que nos daban.

Pero lo que estaba en mi mente


en el fondo de mi alma.
Son mis padres, que ¡Tan buenos!
La vida a diario daban.
Y aquel edén que, en la huerta
Por siempre será “Mi casa”

Guadalupe Navarro Galvez


© Todos los derechos reservados
Un Pueblo

Balbino Alonso Furni

No sé bien en qué pueblo nos encontrábamos, solo puedo recordar una voz, que no dejaba de contar
historias sobre todos aquellas casas ¡tan viejas y horribles! Lo peor es que a todos les parecían fantásticas, y
pretendían que a mí me gustasen.
«¡Mira esas arcadas! ¡Esa iglesia es!…»
Yo, solo escuchaba el ruido de mis tripas pidiendo alimento. Un helado, chocolate, caramelos, bueno lo
típico para una niña que había sido arrastrada a una excursión destinada a unos aburridísimos adultos.
En unas de las esquinas, y supongo que de una forma no muy casual, perdí de vista al grupo. Todo de
repente había dejado de ser aburrido y se transformaba a pasos acelerados en temible.
Era la primera vez que mis padres no estaban al alcance de mi vista.
¿Qué podía hacer? No sabía dónde ir.
Entonces recordé. La guía nos dijo que el punto de encuentro sería la iglesia, allí debíamos ir si nos
separábamos del grupo.
Desde donde yo estaba se veía la iglesia y la plaza. Para llegar hasta allí debía recorrer una calle oscura,
la mayoría de sus casas estaban casi destruidas con puertas y ventanas entreabiertas y lo peor de todo, al final
dos arcos que formaban un tunel y un pasillo muy estrecho.
Fue el día que más miedo he pasado en mi vida.
Me arme de coraje y comencé a caminar, todo marchaba muy bien hasta que apareció ¡un hombre, si un
hombre! Vestido de gris, Caminaba muy despacio y tan junto al muro que su figura se desdibujaba confundiéndose
con aquellas paredes, creo que no tenía piernas o por lo menos yo así lo recuerdo, solo veía esa enorme bolsa
que llevaba en su hombro.
Me quedé paralizada, no podía caminar, cerré los ojos deseando no estar allí. ¡Ser invisible!
Delante, a unos pocos metros se abría una puerta, en el mismo instante a mi espalda se escuchaba una
voz muy irritada.
—¿Niña que haces? Ya eres grande para estos jueguecitos, todos estábamos muy preocupados.
Me giré y corrí a abrazarme a la mujer más protestona y mal humorada de la excursión, pero era mi
salvadora.
Años más tarde volví a aquel pueblo de Toledo y recordé con cariño todo el miedo que puede provocar la
imaginación desbordada de una niña.
Las casas ya no parecían tan feas, ni tan solitarias, las calles, pintorescas, invadidas por la algarabía de
los turistas, es mas os recomiendo que disfrutéis de la magia de todos sus rincones.
Pero por favor. ¡No llevéis niños, se aburren un montón!
Fragmento: (La magia de los recuerdos)

Lana Acuaterra.
© Todos los derechos reservados
Aldea Suiza

Balbino Alonso Furni


ADIOS A LAS MONTAÑAS

Una suave brisa cálida anunciaba lentamente la llegada del verano, a finales de junio de l856. El
invierno había dejado su devastador saldo; más familias ahora más pobres. Esa mañana Alexander pensó que
ya nada sería igual, acaso una noche de insomnio, ¿resolvería su precaria situación económica?
Un poco de pan y queso y una taza de café amargo. Azúcar, un lujo que no se podían dar. Por la
pequeña ventana de madera, un rayo de luz marcaba el inicio de otra agotadora jornada de trabajo. A lo lejos,
la aldea de Mörel apenas despertaba.
Rosalía hacía ya varias horas, hilaba y tejía en una cocina casi en penumbras. Mientras los pequeños
dormían, tenía un tiempo de tranquilidad, además, su prominente vientre hacía varias noches que le quitaba el
sueño.
Aunque íntimamente sabía que sus desvelos estaban impregnados de preocupación. Una boca más
para alimentar, una extraña sensación de desasosiego que se apoderaba de sus pensamientos.
Alexander bebió otra taza de café, pasó por al lado de Rosalía casi sin hablar, solo al llegar a la puerta
le dijo “esta tarde voy a hablar con Biderbost de Ritzingen”
Esas pocas palabras dejarían muy inquieta a Rosalía que conocía el significado de aquella sentencia.
Los Biderbost eran sus amigos, tan pobres y apenados como ellos, su última cosecha había perecido
ante la implacable rebelión del Ródano y con ella sus últimas esperanzas de quedarse en la patria suiza.
Rosalía sabía que era el tiempo de preparar los baúles y decir adiós a Mörel, al Wallis, a su familia, a
sus amigos, a su valle y a sus montañas.
Alexander llevó a pastar a las únicas dos ovejas que habían sobrevivido el invierno y la falta de
pasturas, sabía que pronto habría que sacrificarlas. En su mente retumbaba el recuerdo de una carta que
llegaba desde una colonia llamada “Esperanza”, en América.
-dicen que la tierra es buena, que todo es llano hasta donde alcanza la vista y con el tiempo todo es
tuyo, le habían dicho. Pronto van a abrir otras colonias y dicen que son muchos los que se van a ir del Wallis.
Los rumores del bienestar de los compatriotas emigrados a América se habían desperdigado por todo
el cantón.
Alexander no había dormido esa noche. A pesar de su contextura robusta, sus fuertes espaldas y sus
manos firmes, no todo era tan rudo en él. En la soledad de la montaña y de cara al valle contemplaba su vida
con tristeza.
¿Dónde habían quedado los tiempos felices con su Rosalía? Todavía permanecía en él el impacto de
aquel día cuando la vio entrar a la iglesia de Biel…
…Ese no fue un domingo cualquiera. Habían recorrido el estrecho camino que bajaba de la casa
familiar hasta el templo, todos en silencio. Alexander, el mayor, conducía a sus hermanos por el atajo en la
montaña con total responsabilidad, su madre Marijossa sabía que podía confiar en él. Joven, lleno de vida pero
con el compromiso de cuidar bien a su familia.
Con sus 18 años recién cumplidos, Alexander lucía sus mejores galas para la misa. Su padre no había
notado que muy temprano esa mañana él había tomado su sombrero negro de fieltro, con el que parecía verse
aún mayor. Se sentía seguro bajo el ala de aquel elegante sombrero desde donde sus ojos celestes asomaban
tan claros como aquella hermosa mañana.
Rosalía Erpen entró en la Iglesia de la mano de su hermana menor y le había dirigido una mirada
fugaz. Fue en ese preciso momento que Alexander sintió como se deslizaba casi flotando por el suelo,
pequeña, ligera, con una piel aterciopelada como la más alta de las flores de edelweis de la montaña.
¿Sería ella tan frágil?, pensó inquieto.
La vida transcurría implacablemente lenta en la aldea de Biel en l845.
A la salida de la iglesia las familias se reunían para lo que representaba su única recreación social de
la semana, las mujeres y los niños conversaban amigablemente y los hombres bebían un vaso de vino caliente
mientras se lamentaban de su pobre situación.
Pero ese domingo, nada podría enturbiar los pensamientos juveniles de Alexander. Solo pensaba en
Rosalía.
Se casaron en Mörel en la Capilla de San José. Tal vez como una premonición, ese fue el nombre de
la colonia Argentina a la que emigraron.
Esa tarde Alexander bajó de la montaña con la decisión tomada y Rosalía aceptó su destino y se
despidió para siempre de Suiza grabando en sus pupilas ese paisaje único, con aquellas montañas, que nunca
olvidaría.

Susana Andereggen
© Todos los derechos reservados

(Esta es la historia real de mis tatarabuelos Alexander Andereggen y Rosalía Erpen que emigraron de Suiza a
San José, Argentina en 1857)
Refugio
Balbino Alonso Furni http://balbinoalonso.artelista.com/
Los Náufragos

Balbino Alonso Furni


LOS NÁUFRAGOS
(Para Pepa, que me regaló un globo
terráqueo con luz.)

A la hermana del Punteras siempre la habían llamado “prima”. Su madre la concibió poco antes de
casarse, en uno de esos deslices que jamás se confiesan a no ser por lo evidente de las consecuencias. Poco
después encontró a un hombre, quizá no demasiado divertido pero capaz de admitirlo todo. Y admitió todo,
todo menos a la hermana del Punteras.

En la nueva casa y con los nuevos hermanos, siempre fue la prima huérfana que a cambio de estar
recogida, ayudaba en las tareas, cuidaba de los niños y miraba con tristeza los besos que su madre regalaba a
todos, a todos menos a ella.

Quizá fueron las carencias y su mucha soledad, lo que empujó a la hermana del Punteras a recorrer
las calles con absoluta entrega. Andaba de la mañana a la noche, un día tras otro, como si se tratase de una
condena, o mejor, como si de una gran búsqueda se tratase. Eran su lugar preferido las basuras, desde los
espléndidos contenedores de los grandes almacenes hasta la más modesta bolsa del más pobre obrero, todo
pasaba por su minuciosa inspección. Buscaba y buscaba....

Así fue como la hermana del Punteras se convirtió en su propia Hada Madrina. Cada día, al volver a
casa, entraba cargada de regalos : candelabros sin brazos, sillas sin patas, esculturas de plástico, un pajarillo,
ropa, espejos, juguetes, un sueño, bombillas fundidas, cacharros, una lechuga y algunas miguitas de pan,
secretos, piedras, cartas de amor, un perro...y hasta un novio encontró.

Y así fue también como el piso de Protección Oficial de la hermana del Punteras se convirtió en
algo similar a una Casa de Socorro donde lo roto se componía y donde las vecinas acudían si les faltaba un
poco de sal o tenían que hacer algún “regalito”. Porque eso sí, al principio mucho escandalizarse y mucho
decir que si qué asco, que si vaya guarrería...,pero después bien que les venía todo lo que ella, en su
generosidad, les iba dando, incluso si era comida.

-Te ahorras una peseta – se excusaban entre ellas.

Un par de veces al año, después de uno de sus arrebatos de nostalgia, marchaba a casa de del
Punteras, el único que siempre la reconoció ante todos como su hermana y al que, solo por eso, adoraba.

Llegaba, como era habitual en ella, cargada de regalos que repartía entre familiares y amigos, no sin
antes explicar donde encontró tal cosa, en qué estado estaba y como ella, que era muy mañosa, lo había
dejado como nuevo.
Estas cosas sacaban de quicio a la Pili, que desde que se había casado con el Punteras miraba con
malos ojos esa manía enfermiza de su cuñada de hurgar en las basuras.

-¡Aquí en el barrio ni se te ocurra! ¡Qué pensarán de nosotros los vecinos!¡Como si fueras una
pordiosera!- la amenazaba.

Cuando acababa de comer, la Pili se echaba la siesta. Dormía con unas enormes bragas de algodón
como única prenda, y su máxima constante era que se ahogaba de calor. La hermana del Punteras la
observaba desde la puerta (le recordaba a una tortuga de peluche que un día encontró y que ponía sobre su
cama). Tenía los ojos cerrados, pero sus grandes pechos acechaban la puerta vigilante, alerta a cualquier
movimiento del enemigo.

A eso de media tarde se despertaba, encendía un cigarrillo, se cubría con un pareo y se sentaba en
el sofá. Sus ojos gastados miraban a través de la nube de humo que siempre la envolvía, inquietos,
interrogantes, provocadores. Luego entraba al baño y al cabo de un rato salía con uno de sus vestidos
inverosímiles, los labios pintados y el eterno sudor que le recorría la frente y el cuello, y que ella se recogía con
resignación y a veces con rabia. A penas sin mirarla, se despedía. Era el momento.

La hermana del Punteras, solo aparentemente dócil, hacía oídos sordos y continuaba con su
búsqueda, sus regalos y sus relatos: de como encontró a su perro, que además cantaba, de cómo un día pidió
a los municipales que la llevaran a casa porque no encontraba taxi, de su novio que todos decían que era un
retrasado pero que a ella le gustaba, de como una niña le dio un bocadillo de sobrasada y luego mil pesetas y
ella no dijo nada y se las guardó, de su casa llena, llenecita de tesoros (de mierda, decía entre dientes la Pili )
hasta el último rincón. Tanto era así, que unos vecinos, envidiosos, llamaron a la policía y ahora tenía que
vaciarla por una orden judicial y de no sé quien de Sanidad. Y mientras decía esto, sus ojos se volvían
líquidos, porque sentía tener que desprenderse de sus preciados objetos que tantos años tardó en recoger.
Elegía, separaba, abandonaba...unos pocos cada vez...., despoblando así su hogar a la vez que su alma.

Pero otros días no tenía tanta suerte. La Pili se levantaba de humor, comía trufas, caramelos de
violeta o bombones de coco, y sin ofrecerle, perseguía su mirada evasiva por la sala. Las paredes, cubiertas
de un papel anticuado y amarillento, ostentaban toda una serie de objetos, que lejos de las pretensiones de su
dueña, le daban un aire entre decadente y vulgar. El lugar privilegiado lo ocupaba la fotografía de un señor con
gafas y traje militar, que como la Gioconda, te seguía a todas partes. A su lado, un cuadro con
condecoraciones.
Mi papá – comenzaba con la voz aún grasa por el sueño- era Teniente Coronel. Ganó muchas
medallas en la guerra.
Entonces comprendía que su cuñada tenía ganas de charlar y le regalaba, pacientemente, una
sonrisa. Con mucha dificultad, la Pili se levantaba y se dirigía a su cuarto, trayendo con ella una caja de
fotografías, de las que cada vez le contaba una historia diferente, aunque siempre era ella la protagonista y
todo lo que la rodeaba bello y caro. Más allá de sus palabras adivinaba la amargura, y en el aliento de alcohol
del Punteras, sobre quien descargaba el peso de su fracaso.

Pasados unos días, la hermana del Punteras recogía sus cosas y se marchaba en el tren. El Punteras
y la Pili iban a despedirla. Ella se sentaba junto al cristal y les hacía señas de complicidad mientras, con
disimulo, entreabría un poco su bolso de señora entrada en años y dejaba ver los ojillos de su perro cantor,
entrenado a fuerza de costumbre a recorrer el largo camino hasta la ciudad sin decir y sin hacer.

-¡Hasta pronto! ¡Cuídate mucho! ¡Escríbenos! -le gritaba la Pili mientras el tren se alejaba-¡Y no
olvides ir al notario!, ¿Qué? , Sí, a nombre del niño, todo a nombre del niño, todo a nombre del niño....

El Punteras y la Pili regresaban a casa dejando atrás el tren y su nube de humo cada vez más lejana.

Él, con su gran sello dorado en el dedo anular, la chaqueta de cuero y la eterna tos; con los bolsillos
llenos de recuerdos del viejo Madrid que su hermana le traía de la mano: el hambre, el exilio, la ciudad de
noche, el timo, el juego, la foto de su Primera Comunión con el pelo rapado porque acababa de salir de
Carambanchel....y el ahora: el alcohol y poco más.

Ella, con la piel ajada, con demasiados quilos de más, con sus recuerdos censurados (su reinado en el
cabaret, las náuseas que le producía el olor a jabón estando preñada, el hijo sin padre negado durante años),
con el resentimiento hacia todo, con su abrigo de piel de conejo....y el ahora: esa jodida cuñada que se
empeña en largar delante de todos que encuentra tesoros en las basuras

Begoña Payá Ferrándiz


© Todos los derechos reservados
Café

Flores y café
Balbino Alonso Furni http://balbinoalonso.artelista.com/
CAFÉ

Los sabores, los olores, son aguijones que nos atraviesan, que con irreverencia despiertan recuerdos
y traen al presente retazos de memoria. Llenan la boca y el alma con una mezcla de años pasados y de brisas
viejas, que nos transportan y suelen hacernos perder el equilibrio. Cuentan historias, nos comunican con un
código humano común, universal e infinito que nos une a la mística de los genes compartidos, cadena
ancestral de misterio invisible que liga con las generaciones pasadas.

Lo tomo y me dejo llevar por las sensaciones que me provoca, se conectan mis sentidos y en liviano
vuelo siento que viajo, que traspaso tiempo y espacio…que soy parte de algo más grande.

…la mañana es luminosa, la claridad inunda la sala enorme, impecable, blanca hasta el
infinito…manteles, cortinas y paredes. Sólo la mesa es oscura, enorme y orgullosa, símbolo de poder y
dominio, allí se definen negocios, destinos, la vida y la muerte.

Un imperio construido sobre su grandeza, noble planta que crece generosa desde las entrañas de una
tierra fecunda, acunada por soles y lluvias impiadosas que estallan en su interior en frutos plenos. Exquisita
parición, hija de un terrón salvaje poblada de inclemencias y desafíos; la selva no es para débiles ni cobardes.

… olor rancio, a excrementos, a herida abierta. A sangre, mosca y gusano… a dignidad mancillada, a
cuerpo lacerado por el castigo de la mano que no reconoce humano al hermano de color extraño. Riegan el
surco el sudor, las lágrimas y la sangre de aquellos que llegaron hace mucho, robados de su patria, a látigo y
cadena. Aquellos que no eligieron, que aún siendo reyes vivieron como esclavos, oliendo a bestia. Pero
conservaron su orgullo de guerrero…herencia que nutrió a un continente, que acunó rebeliones y escribió
inmortales páginas de nuestra historia.

…sal, agua de mar, piel áspera que se descama reseca, humedad de meses que llega hasta los
huesos y un verano desconocido que derrite la nieve del invierno que quedó lejos.

Después de siglos vienen los nuevos, llegan por propia voluntad, o más o menos, cargando como
equipaje unos pocos trapos viejos y heridas abiertas. Sus corazones son un amasijo de dolores de guerra, de
hambre, de añoranza y de fotos viejas. De promesas hechas al dejar el pueblo, el amor, los hijos a cambio de
la esperanza bajo un estrellado cielo. Su música y su sangre corren aun por nuestras americanas venas,
porque con los de acá juntaron cuerpos, amores y enlazaron su destino al de la nueva tierra.

El café se acaba, los aromas cesan, solo me queda la tibieza en las manos, como recuerdo de la taza
llena. La borra dibuja caprichosas formas en el fondo, como queriendo contar algo más.

Quizás porque su esencia es plena y su historia entre mezcla la de la tierra y la de los hombres… por
eso es tan intenso, y por eso transporta y cuenta.

Cecilia Stubichar
© Todos los derechos reservados
Pájaros

Lienhard Anz
© Todos los derechos reservados
Siempre me gustaron los pájaros, dedique mucho tiempo al cuidado de los que tenía en casa, pasaba
horas limpiando sus jaulas, cargando sus bebederos y yendo en bicicleta a comprar semillas para alimentarlos.
Pero eso no era todo lo que hacía como amante de las aves, también pasaba muchas tardes leyendo libros de
todas las clases, siempre estaban desparramados en la biblioteca de mi habitación, en la cama o en mi mesa
de noche y hablaban de sus distintas especies, colores, hábitos en la naturaleza y de muchos datos más,
mientras por la ventana de mi cuarto se colaba el canto de mi “siete colores” o de mi “zorzal” como si me
acompañaran en la lectura.
Otra de las cosas que disfruto son las charlas por teléfono con mi abuelo, el siempre me cuenta que es
amigo de las aves y debe ser cierto porque una persona que no siente pasión por el tema no puede saber
tanto. La verdad es que esas conversaciones me producían unas ganas irrefrenables de ir a conocer los
pájaros de mi abuelo, pero él vive bastante lejos y las pocas veces al año que nos vemos son porque él viene
a casa. Igualmente me gustan sus visitas, nos la pasamos de jaula en jaula viendo a mis plumíferos, como me
gusta llamarlos, y al final de su visita mi abuelo siempre me decía. –la próxima te toca ir a vos.
Aunque eso nunca pasaba, hasta el día en el que pasó, estaba entusiasmado, más que eso, deliraba
por ir a casa de mi abuelo, la noche antes de hacer el viaje en bus que me llevaría de visitas no pude dormir ni
un cuarto de hora de solo recordar las historias que me contaba por teléfono.

Al llegar a su casa note que en su entrada había unos sillones y un reloj bastante colorido en la pared,
pero la verdad es que pase volando para ir a investigar su jardín trasero. No lo podía creer, ¡no había un solo
pájaro!, ¡ni una jaula que me dijera que habían estado ahí! ¡No era posible! Mi abuelo me había hablado de las
“reina mora”, de los “carpinteros”, de los “cardenales”, ¡de tantos q no podía ser mentira! Así que corrí a
preguntarle. -¿abuelo donde están tus pájaros? ¡No me digas que era mentira!
-No es mentira, quédate tranquilo. Me dijo con una sonrisa burlona. -¿Qué te dije siempre? Que
soy amigo de las aves. Continuo.
- ¡Por eso abuelo! ¿A dónde las trenes? No encontré ni una jaula. Le dije con cara de preocupado.
- Venía a sentarte conmigo en los sillones. Contesto con calma.
Fui a sentarme pero no entendía nada, ni donde estaban sus pájaros ni porque me tenía que sentar,
es más, me sentí como esa gente de la televisión a la que le dicen “siéntate que tengo algo importante que
decirte” y después de eso sus vidas cambian para siempre. Así que me senté con calma y esperando una
explicación, pero lo único que escuche de mi abuelo fue.
-¿qué hora es?
- son las 6:15. Dije después de ver el reloj de agujas rojas.
-¡Todavía falta! Exclamo con mucha tranquilidad.
No dijo más nada y se quedo sentado con un libro de color naranja hasta alrededor de las 6:45 cuando
dijo. -ya va a llegar la “reina mora”.
Y así fue, algunos minutos después una “reina mora” fue a posarse en un poste que estaba plantado
en el patio, no me había puesto a ver pero en tres mástiles de madera que estaban en el jardín mi abuelo
ponía semillas y agua todas las mañanas. Pase varios días en su casa y fui dándome cuenta que mi abuelo
sabía a qué hora venia cada pájaro. Mientras él hacia sus cosas los veía comer, los escuchaba cantar, irse y
volver. Hasta que un día no me aguante más y le dije. - Abuelo… ¿por qué no atrapas todos esos pájaros?
¡Tendrías tres veces más de los que tengo yo en casa!

-¿sacarías a un pez del agua?


-¡lógicamente que no! Le conteste.
-¿y por qué sacarías a un pájaro del aire? A demás son mis amigos. Respondió. -Y estoy seguro de que
vos no meterías a ninguno de los tuyos en una jaula. ¿O me equivoco?
- ¡Pero si son pájaros! ¿Cómo van a ser tus amigos? Le dije con astucia.
- Porque solo un amigo a pesar de no tener el compromiso de verte decide pasar su tiempo con vos. Y
estas aves a pesar de tener cada rincón del cielo para volar y cada árbol para descansar, deciden venir a pasar un
momento conmigo.
Al volver a casa abrí todas las jaulas que tenia y solo volvieron mis amigos.

Lienhard Anz
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La torre de las infantas

Leyenda popular Balbino Alonso Furni


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...Cuenta la leyenda, que hace mucho tiempo...cuando los árabes gobernaban en el Reino de Granada,
siendo su Sultán Mohamed "El Zurdo ", este se enamoró de una joven cautiva hija de un noble cristiana, de una
forma tan descontrolada que decidió casarse con ella y convertirla en su favorita a la vez que permitirle conservar
sus creencias. La pareja tuvo tres hermosas hijas. Como era costumbre en los reinos árabes, el Sultán consultó a
un astrólogo para saber el futuro de sus hijas.
- Las niñas vivirían felices y rodeadas de amor y confort sin acarrear ningún trastorno hasta el
momento en que tengan edad de casarse. Cuando las niñas lleguen a esa edad debéis vigilarlas sin confiar en
nadie.
Las pequeñas eran para el sultán su mayor tesoro y temeroso de lo que les pudiese pasar decidió destinar
unas estancias, con todos los lujos y comodidades posibles en donde la torre de la Alhambra, era el centro de su
residencia. Así crecieron Zaida, Zoraida y Zorahaida, prisioneras en aquella torre aisladas de la ajetreada vida del
reino, donde se sucedían las batallas y un permanente desfile de prisioneros.
Educadas en las costumbres de su padre, las princesas no dejaron de saber por su madre, cristiana y su
fiel sirvienta de las costumbres y estilos de vida de los caballeros cristianos, todo aquello narrado con nostalgia y
pequeños toques de cuento de hadas.
Las niñas crecían con rapidez, su belleza se incrementaba, y los años casaderos llegaron casi sin que el
sultán reparara en ello.
Un día las jovencitas, asomadas a las ventanas de la torre vieron a un grupo de prisioneros, entre los que
destacaban tres apuestos cristianos.
Mientras realizaban labores de jardinería en las laderas de la sierra cantaban bellísimos canciones sobre
sus pueblos.
Aquellas niñas, convertidas en mujeres no pudieron menos que enamorarse de los jóvenes.
Con el paso del tiempo llega la noticia de que las familias de los jóvenes habían pagado su rescate y que
estos volverían a su tierra.
Sumidas en un cuento de hadas pidieron ayuda a su fiel sirvienta, que las había criado tras la muerte de su
madre, que les ayudara a escaparse con los jóvenes
La sirvienta que gozaba de toda la confianza del sultán y ayudada de una bolsa de monedas de oro logró
organizar la huída.
Las tres princesa estaban muy felices y dispuestas a reunirse con sus enamorador, pero la joven
Zorahaida dudaba mucho, pues aunque estaba muy enamorada del joven cristiano también respetaba
profundamente a su padre ; y así en el último momento Zorahaida no tuvo valor para abandonar la torre.
Se dice que se arrepintió de su decisión de quedarse en la Alhambra de Granada, mientras sus hermanas
se casaban y vivían felices en la lejana Córdoba.
Murió en la torre a los pocos años sumida en una profunda tristeza.
Cuenta la leyenda...que en la torre habita el espíritu de la princesa Zorahaida, la más dulce de las tres
princesas, y que habitará allí por siempre, hasta que un caballero cristiano venga a deshacer el hechizo...
En la muralla norte de la ciudad palaciega de la Alhambra se sitúa una torre llamada Torre de las Infantas,
siendo éste un nombre dado después de la partida de los nazaríes en 1492 por haber sido residencia de las
princesas nazaríes.
La flor del almendro
Leyenda popular

Balbino Alonso Furni


Un manto frágil, rosado y blanco, que se esparce por la tierra apagada deseosa de renacer.
Mágica primavera, exuberantes almendros, tan especial colorido conferido al paisaje no puedo menos que
recordar las mismas flores, que en tiempos de reinados árabes, encantaron a cierta princesa nórdica, citada en la
leyenda morisca de las almendras en flor.
Según esta historia de cuento de hadas, en los tiempos en que el Al-Gharb pertenecía a los árabes,
reinaba en Silves el joven califa Ibn-Almundim, que se enamoró y casó con Gilda, hija de un gran señor de los
pueblos del norte, derrotado en combate por el rey moro.
Amor que era correspondido, por lo que la boda fue una gran fiesta, pero la bella princesa comenzó a
entristecerse cada día, sin que el califa le arrancase una sola sonrisa. Vinieron magos y sabios de todo el mundo,
pero nadie conseguía encontrar cura para aquel dolor.
Hasta que un viejo nórdico le dijo al rey que Gilda tenía nostalgia de la blancura de los campos cubiertos
de nieve, existentes en su país. Ibn-Almundim mandó entonces plantar miles de almendros junto a las ventanas del
palacio, que, cuando floreciesen, cubrirían las tierras con pétalos blancos, ahuyentando la nostalgia de la princesa y
devolviéndole la alegría.
Así se hizo y, desde esa lejana primavera, todos los años el Algarve* vive la magia de los almendros en
flor.

_________________________ 0 _________________________

*El Algarve es la región más meridional de Portugal continental. La región fue intensamente islamizada y
aunque nunca tuvo la relevancia de la zona sur de al-Ándalus, fue el centro más importante de la cultura, ciencia y
tecnología islámicas en tierras del actual Portugal.
http://www.algarveportugal.es/
Los protagonistas
...Leo y tomo palabras entregadas por alguien, leer y escribir, crear y
recrear. Las palabras convertidas en puentes nos permiten llegar al otro y
con suerte impregnarlo del sentido que ellas llevan. A partir de ese
momento ya no nos pertenecen…ni sus ecos. Se transforman en mensajes,
portadores de esencia humana, que van entramando en la urdimbre de la
vida como hebra fecunda que nos permite perdurar, compartir y
trascender.

Cecilia Stubichar

Nos hemos permitido tomar las palabras de una de nuestras colaboradoras, para a través de ella darle
las gracias a las magnificas escritoras que nos prestaron su pluma y su ingenio, para darle una nueva visión a
la obra pictórica de Balbino Alonso.
Abrir un mundo nuevo ante los ojos del espectador, idea central de este proyecto.
Cada una de las personas que nos brindaron su tiempo e inspiración en estos relatos, trabajaron sobre
un abanico de 25 cuadros, de los cuales no conocían nada, ni el momento, ni las circunstancias en las que el
artista los había realizado. Tras elegir el suyo se enfrentaron a un lienzo en blanco que llenarían con palabras
forjadas en los sentimientos que la obra les trasmitiera.
Plumas creativas.
Misteriosa Montmartre.

Sandra Ester Franzen.


Dramaturga, actriz y directora de teatro. Ganadora del Premio Internacional “La Escritura de la
Diferencia”, Cuba 2010. Premio ARGENTORES (2009), Premio de Dramaturgia del Instituto Nacional de
Teatro (2014). Premio “Estrella de Mar - Mejor Autor Nacional” (2015); entre otros.
Tiene numerosas publicaciones y su obra “Las Flores Contadas” fue traducida al italiano.

La estación de trenes
Violeta Gambín Sevilla.
Poeta Alicantina. Amante de la historia de España, sus cuentos están inspirados en antiguas leyendas que
escuchó de niña. Estudiosa de la escritura creativa, la gramática y los estilo de comunicación.
Premio literario de cuentos en diciembre de 2012
Publicó: varios relatos en Relatos Urbanos. El libro de poemas Alas blancas de cometa.
Recientemente Poemario infantil con ilustraciones realizadas por ella misma.

Desencanto
Milagros Roman.
Escritora, artista plástica y cantautora. Titulada en Danza con estudios de Piano, Violín y Canto, Directora
escuela privada de Danza en Elche. Tras abandonar la etapa de bailarina y profesora de danza, se dedica a la
poesía, y a la pintura. Más tarde la poesía le lleva a la canción, compone música para sus poemas. Alguna de
sus obras en solitario
“La piel de Afrodita” (poemas e ilustraciones)
“Para poner los pelos de punta” (Narraciones)
“Como un suave murmullo” Fantasía poética para la contemplación del Misterid’Elx
“Frutos del Tiempo” (narraciones).

Anemonas en Azul
Marta Aguirre.
Psicóloga formada en la Universidad de la ciudad de Buenos Aires. Psico-terapeuta transpersonal
especializada en filosofía Vedántica.
Coordinadora grupo local de Alicante en Amnistía Internacional. Docente y comunicadora grupal.
Autora de “Las fragancias del bosque”.

Mi casa.
Guadalupe Navarro Galvez.
Poeta Murciana, conocedora de las tradiciones, gusta de describir los paisajes rurales

Aldea Suiza
Susana Andereggen
Nacida en Argentina, con nacionalidad Suiza, país con la que mantiene estrechos lazos. Realizo numerosos
trabajos periodísticos sobre el proceso inmigratorio de Suizos-valesanos a Argentina. “Revista Encuentro con
Suiza”.
En 2007 Publicó el libro "La Familia Andereggen, una familia de inmigrantes suizos en Argentina"
2008 "Wallis, la tierra de los pioneros colonos de San Jerónimo Norte"
Ha trabajado en diversos medios de comunicación nacionales y extranjeros, radiales, televisivos

Los Náufragos
Begoña Payá Ferrándiz
Educadora Social de profesión, escritora de vocación. Colabora en numerosas revistas. Sus relatos siempre
impregnados de profundas vivencias dejan una huella educativa que incita a la reflexión

Café
Cecilia Stubichar
Bioquímica, docente de escuela media. Amante de las letras creativas, escritora a tiempo parcial y participante
de talleres literarios desde 2013.

Pájaros
Lienhard Anz -Artista invitado-
Nace en 1985 en Córdoba, Argentina. Desde temprana edad se interesó por el arte comenzando sus estudios
en talleres privados. Más tarde estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Figueroa Alcorta. Paralelamente
a su carrera como artista se desenvuelve como profesor
Nuestro artísta plástico

- Balbino. ¿Qué sensación le produjo ver que su obra era reinterpretada, y que de ella nacían historias
tan variadas?
- Bueno, más que una sensación, diría yo, un sentimiento, y muy gratificante, lo que el artista pintó fue
visto desde otro ángulo. Han transformado una sensación o un recuerdo en una nueva historia,
transfiriéndole a la obra a una dimensión distinta. Es como ver una pintura por escrito pero tamizada
por la creatividad y los sentimientos del narrador.
En una ocasión el gran pintor Lino Enea Spilimbergo me dijo
“Si frente a un lienzo no tiene una idea, No pinte”
Ver que mi obra fue capaz de generar tantas buenas ideas me llena de satisfacción, en cierta forma
fueron la palanca que abrió la puerta a la creatividad.

Nuestro agradecimiento a Balbino Alonso, un reconocido arista argentino, siempre en busca de nuevos
desafíos, que ante la propuesta de nuestro proyecto ofreció sus obras para que trabajáramos con ellas.
No queremos dejar de mencionar a La Casa de las América de Alicante que ha sido el promotor de toda
esta aventura.

Equipo de producción.
Alicante 30 de Marzo 2015
Biografía de Balbino Alonso

Comienza su trayectoria artística a los 13 años,


(Academia Artes Plásticas de la ciudad de Rafaela)
concluyendo a los 18 años con el título de profesor de
dibujo y pintura.
Su afán de perfeccionamiento lo lleva a
desplazarse a la ciudad de Rosario donde continúa sus
estudios en el Museo de Bellas Artes.

El acontecimiento de la segunda guerra mundial, despierta en él, su pación por paisajes navales. Los
barcos y puertos son una constante en su obra.
En 1957 mientras pintaba una de sus marinas en el puerto de Bs As conoce al pintor Yugoslavo
Vladan Stiha, quien lo acerca a una técnica poco practicada por él hasta el momento y a un temática diferente,
flores pintadas a la gouache, colmadas de sutileza, sensibilidad y podríamos decir de romanticismo, que
parecen enfrentadas a los temas portuarios que plasman una realidad cotidiana. Flores y marinas resultados
de la pación de un artista, armonizadas constituyen la base de sus futuras exposiciones
Tres años después, un 18 de abril, realiza su primera exposición en la Sala de Arte del Jockey Club de
Rafaela. Punto de partida de un incansable recorrido artístico.
Perú le acoge en 1962 en la Sala de Arte del Karamanduca en Lima, a la que le siguen ciudades tan
importantes como Montevideo, Valparaiso, Porto Alegre y Houston.
Durante la década de los 60 y 70, su época más productiva, tiene la oportunidad de relacionarse
maestros de la talla de Gustavo Cochet, Jose Roig, Quinquela Martín, Oscar Vaz, Juan Carlos Castañino y
Lino Spilimbergo. Donde se nutre para perfeccionar su estilo.
Ya como pintor consolidado en los 80, decide ampliar sus escenarios, pintando en Uruguay Brasil,
llegando a las islas del Caribe: Martinica, Barbados Puerto Rico y Saint Thomas, incorporando el colorido
paisaje regional rodeado de encanto a sus temas cotidianos.
Finalizando el siglo XX viaja por Europa pintando en Suiza, Francia, Italia y España, refirmando su
interés por el paisaje que en este caso se traslada de las playas a las urbes.
Almería en 1990 y Alicante 10 años más tare recibieron sus exposiciones con gran éxito.
Siempre ávido de nuevos escenarios, incansable viajero en busca de nuevos rincones que pintar. En
la actualidad se encuentra trabajando sobre su nueva exposición a la que incorporará capillas y paisajes
serranos.
COMENTARIOS

“Balbino Alonso, demuestra a través de sus cuadros que pertenece a la gama de pintores de los que
se puede decir que no es pintor porque pinta, sino que pinta porque es pintor.
Juan Pedro Ismo.
Periódico La Capital de Rosario.

“En diciembre 2000 disfrutamos del placer de tener como invitado a Balbino Alonso en nuestra sala de
arte con una magnífica colección de temas florales que cautivaron a los alicantinos. 14 años después,
podemos volver a disfrutar de su arte, con una colección totalmente renovada, en la que el paisaje es el hilo
conductor.”
“Toda manifestación artística, es resultado de la conexión intrínseca entre los creadores de arte y su
contexto histórico”. “El arte hermana culturas”
En Balbino encontramos un claro ejemplo de esta realidad.

La Casa de las Américas de Alicante


Junta directiva.
Fotografía Beatriz Neffen
Autores
Relatos
o Begoña Payá Ferrándiz
o Cecilia Stubichar
o El Linye
o Guadalupe Navarro Galvez
o Lana Acuaterra
o Lienhard Anz
o Marta Aguirre
o Milagros Román
o Sandra Ester Franzen
o Susana Andereggen
o Violeta Gambín Sevilla

Imágenes
o Balbino Alonso Furni (Principal)
o Lienhard Anz (Invitado)

Editores
o Liliana Del Rosso Beltramone
o J.A. Chacón

Promotor
Casa de las América de Alicante

Copyright © 2015
All rights reserved.
Title ID: 5321379
ISBN-13: 978-1508509943

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