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Resumen

FRANKENSTEIN EDUCADOR
Philippe Meirieu
INTROODUCCIÓN: HAY GINEBRINOS Y GINEBRINOS… o sobre la legitimidad de un enfoque
mitológico en educación
En la introducción de su libro Frankenstein Educador, Philippe Meirieu nos presenta un grave problema
al que se enfrenta la educación: la insensata búsqueda por parte de muchos educadores de “construir un
sujeto sumando conocimientos” (página 18). El autor relaciona esta perspectiva pedagógica con el mito
de Frankenstein. Sostiene que la fabricación de un hombre que intenta Victor Frankenstein, el ficticio
personaje creado por Mary Shelley, no difiere mucho de lo que lleva a cabo la pedagogía tradicional.
El autor contrapone las figuras de Victor Frankenstein con la de otro ginebrino del Siglo XVIII: Jean
Jacques Rousseau. Señala que mientras el primero es un científico con una enorme confianza en el
progreso de la técnica y de la evolución humana, el segundo creía que los progresos científicos aumentan
la desigualdad y violencia entre los hombres. Sin embargo, solo Rousseau tuvo una gran influencia sobre
el pensamiento educativo que tanto desarrollo su ciudad.
Meirieu retoma este mito fundacional de Frankenstein, ya que nos enfrenta con un problema básico de la
educación. Todo educador ha de enfrentarse a alguien a quien debe transmitir lo que considera necesario
para su desarrollo. Pero el educando, aunque depende de la educación, se resiste al poder que se quiere
ejercer sobre él, se resiste, en definitiva, a que se quiera “hacer algo” de él. A lo largo del texto se
intentará encontrar la respuesta a esta problemática sobre cómo educar sin cometer los errores de Victor
Frankenstein.

FRANKSENTEIN, O EL MITO DE LA EDUCACIÓN COMO FABRICACIÓN

En primer lugar, el texto señala que así como nadie puede darse a sí mismo la vida, tampoco puede darse
la identidad. Esta se construye a partir de nuestra introducción en este mundo, el cual existía antes de
nuestro nacimiento y seguirá existiendo tras nuestro fallecimiento. Somos introducidos en él por adultos
que nos educan.
Dos características propias de los hombres son su capacidad de aprendizaje y su capacidad de elegir, su
voluntad. El ser humano tiene en primer lugar, una dependencia extrema: necesita que lo ayuden a
estabilizar progresivamente sus capacidades mentales que le ayudarán a vivir en el mundo, necesita ser
educado. Pero a su vez esta educación no lo determina, pues es un ser libre. En estos dos aspectos se
diferencian claramente los hombres de los animales.
Meirieu enfatiza que educar no consiste simplemente en desarrollar una inteligencia formal capaz de
resolver problemas, sino que es también, “desarrollar una inteligencia histórica capaz de discernir en qué
herencias culturales se está inscrito” (páginas 24 y 25). Este aspecto de la educación es muy importante,
pues si se ignorarán los aportes realizados por los predecesores de nuestra cultura, podríamos caer
eternamente en los mismos errores e inclusive no comprender las razones por las cuales son errores.
Entonces, educar es ante todo, introducir a un universo cultural. Lo cual es cada vez más difícil, pues
actualmente el entorno cultural cambia radicalmente de una generación a otra.
Por otra parte, el texto subraya la conciencia que se tiene hoy en día sobre la importancia de la educación
para nuestro futuro y, en consecuencia, la importancia que tiene el rol del educador. Se señala que este
debe, alejándose del determinismo y el fatalismo imperantes unas décadas atrás, ser optimista con
respecto a su labor y creer en la posibilidad de lograr algo con el educando. Entonces, el educador puede
considerar al hombre que educa como un logro, su logro.
El autor realiza una comparación entre el relato del Pigmalión y una contradicción que suele darse en la
tarea educativa: “el educador quiere `hacer al otro´, pero también quiere que el otro escape a su poder
para que entonces pueda adherirse a ese mismo poder libremente porque una adhesión forzada (…) no
puede satisfacerle” (página 35). El educador, entonces, no se conforma con que el educando sea un simple
producto pasivo sino que busca que sea una persona libre. Pero, a su vez, pretende que con esa libertad le
agradezca la labor realizada.
Meirieu relaciona, a su vez, la educación con el relato de Pinocho, relación a partir de la cual extrae
ciertas conclusiones. Por un lado señala la manera en la que a menudo, buscando el bien del educando, los
educadores dejan de lado los intereses de este. Afirma, también, que en tanto el educando no pueda
“situarse en el yo”, guiara sus actos a partir de los intereses de otros o de los impulsos de él mismo;
mientras que cuando pueda “situarse en el yo”, cuando ejerza su voluntad, madura, es capaz de realizar
“un gesto que no ha hecho nunca y que no sabe hacer, pero que debe hacer precisamente para aprender a
hacerlo” (páginas 39 y 40).
Según el autor, tanto Pigmalión como Pinocho son materiales que el hombre utiliza con un mismo
objetivo: fabricar lo humano. El Golem se diferencia de ambos porque con su creación lo que se busca es
fabricar un servidor. Sin embargo, tal como sostenía Hegel, los esclavos no se dejan dominar fácilmente.
Asimismo, el amo quiere ser reconocido libremente por su esclavo, el cual es incapaz de hacerlo por la
misma dependencia que lo relaciona con él. De la misma manera, el educador desea que el educando
reconozca su labor y la comparta libremente. Cabe preguntarse, entonces, si es posible formar a una
persona pero sin que sienta una dependencia con respecto a quien le proporciono esa formación.
Por otro lado, Meirieu pone de manifiesto el mimetismo que existe en la relación de filiación entre la
criatura y su creador, razón por la cual, por ejemplo, comúnmente existe una confusión entre Frankenstein
y el monstruo. Ese mismo mimetismo puede darse en la relación entre educando y educador, cuando este
último considera al primero una obra suya y por tanto pretende “poseerlo”. En ese caso, la persona
educada puede ser convertida por la persona que educa en un simple medio de autocomplacencia. Por eso
el autor caracteriza este mimetismo como “infernal” (página 56).
Es importante destacar que la criatura creada por Frankenstein nace profundamente “buena”, como el
hombre en estado de naturaleza imaginado por Rousseau. Sus sentimientos negativos son frutos de la
incomprensión de los hombres, pero principalmente del abandono de su creador. La criatura se convierte
en un “monstruo” porque nadie se ocupo de su educación. La desgracia de Frankenstein y de su criatura
comienza cuando el primero comete el error de creer que su trabajo termino al finalizar la “fabricación”.
En este mismo error caen los educadores que sostienen que la educación se limita a la poiesis.
El autor afirma que la poiesis es una actividad que se detiene en cuanto alcanza su objetivo. La praxis,
por otro lado, es una acción que no tiene más finalidad que ella misma, por eso es un acto que nunca
termina, que debe realizarse en su continuidad. En consecuencia, la educación no puede reducirse a la
poiesis, pues el sujeto educado sería reducido a un resultado definitivo. La educación debe trabajar con
sujetos singulares que se comprometen y se encuentran, debe ser trabajada como praxis.
Al finalizar este capítulo, se concluye que la educación no puede ser prevista y que siempre será un
campo de grandes dificultades. Ante estas uno puede: o bien huir hasta el fin, tal como hizo el Doctor
Frankenstein; o bien aceptar la tarea.

A MITAD DE RECORRIDO: POR UNA VERDADERA “REVOLUCIÓN COPERNICANA” EN


PEDAGOGÍA

Meirieu da comienzo a este capítulo enfatizando la importancia de situar los conocimientos que los
alumnos adquieren en el contexto en el que fueron elaborados de manera que se conecten con todo
aquello que les da sentido. Propone que se resalte que esos conocimientos son antes todo respuestas de
ciertos pensadores a interrogantes que plantea la cultura, interrogantes humanos esenciales. Si la
pedagogía logra centrarse en la relación del sujeto con el mundo se llevará a cabo la verdadera revolución
copernicana en pedagogía que se alejará radicalmente de la educación como fabricación. De esta manera
el educando será capaz de “construirse a sí mismo como `sujeto en el mundo´” (página 70). Esta
revolución acarrea ciertas exigencias:
1. Renunciar a convertir la relación de filiación en una relación de causalidad o de posesión,
acogiendo a quien llega como un sujeto inscrito en una historia que puede superar.
2. Reconocer al educando como una persona que no pueda moldear a mi gusto, teniendo en cuenta
que es lógico que se resista a ello.
3. Aceptar que la transmisión de conocimientos no se realiza de modo mecánico sino que el
educando es atraído especialmente por aquellos que remitan a problemas que le preocupen. El
educando, entonces, inscribe en su proyecto aquellos conocimientos que percibe que contribuirán
a su desarrollo.
4. Constatar que aunque la instrucción sea obligatoria, todo aprendizaje supone una decisión
personal de quien aprende. Por medio de esta decisión es capaz de superar lo que le viene dado y
no someterse a las predicciones de su entorno.
5. Crear, en contraposición a los excesos individualistas de la sociedad, “espacios de seguridad” en
el ámbito educativo que posibiliten el aprendizaje. El cual debe estar inscrito en problemas reales
que le den sentido.
6. Inscribir en el centro de toda la actividad educativa la cuestión de la autonomía del sujeto. Esta se
irá adquiriendo de forma paulatina en el curso de toda la educación, aunque nunca de forma
acabada pues no es un estado definitivo sino más bien un principio regulador de la actividad
pedagógica que se dará a partir de una operación de apropiación y reutilización de un saber.
7. Asumir que la pedagogía no puede inscribirse en el paradigma fundacional de la investigación
científica tradicional, pues la certidumbre científica es difícil de obtener, debido a que la libertad
del sujeto es una base fundamental de esta disciplina. El encuentro educativo es, entonces,
irreductiblemente singular. Por lo tanto la predictibilidad es imposible. La finalidad de la
pedagogía consiste en ayudar a los prácticos a comprender su práctica.
Por último, Meirieu nos invita a dejar de lado los utopismos, el racionalismo y la irracionalidad donde
todo pretende ser explicado. Sostiene que la escuela real, así como la vida, no puede preverse y tiene una
mirada positiva sobre este hecho: nos invita a dejar de lado los intentos por erradicar lo imprevisto y a
comenzar a observarlo con curiosidad y a no dejar de interrogarnos sobre nuestras decisiones.

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