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LA BITÁCORA DE LEONTXO

Mosaico de grandes pensadores


en torno al ajedrez
El fotógrafo David Llada refleja la calma tensa del juego milenario
en un libro lleno de vida y dramatismo
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Ampliar fotoCharles Sidney Eichab, jugador de Namibia, durante la


Olimpiada de Ajedrez de Estambul, en 2012. DAVID LLADA
LEONTXO GARCÍA
Irun 16 AGO 2018 - 06:14 CDT
“Ya no creo que los ajedrecistas sean las personas más inteligentes —como pensaba
de niño—, pero sí sostengo que tienen las mentes más fuertes”. Lo dice David Llada
(Asturias, 1978) tras dedicar gran parte de su vida al ajedrez, y los últimos años a
retratar a miles de jugadores, aficionados y profesionales, recorriendo medio mundo.
Su libro, The Thinkers, magníficamente editado por Quality Chess, inmortaliza esas
poderosas mentes con gran belleza.

Mujeres iraníes tapadas de negro desde la coronilla hasta los pies se enfrentan hoy a
noruegas de amplios escotes. Haitianos contra burundeses. Tayikos ataviados con
trajes regionales frente a jamaicanos de rastas y camisetas amarillas. Las mujeres de
Zambia, peinadas para ganar un concurso, con las no menos exóticas de Mongolia…
Todo eso y mucho más se ve cualquier día en las Olimpiadas de Ajedrez, bienales,
cuya próxima edición se jugará en Batumi (Georgia) a finales de septiembre con
unos 180 países participantes. Gentes de todas las religiones, razas, edades y clases
sociales comparten su gran pasión durante dos semanas en una maravillosa fiesta,
muy recomendable incluso para aquellos que no tengan el más mínimo interés en el
ajedrez.
Kabamba Mulwale Bwalya, jugadora de Zambia, durante la Olimpiada de Ajedrez
de Bakú (Azerbaiyán), en 2016. DAVID LLADA

Y hojear The Thinkers es muy apropiado para quienes no se crean la frase anterior,
no esperen tener tiempo ni dinero para acudir a una Olimpiada del deporte mental,
consideren que el ajedrez es una actividad estática y aburrida, o deseen ver la
tensión extrema y la concentración retratadas magistralmente. A todo ello hay que
añadir, claro está, a quienes simplemente disfruten de un mosaico de fotografías
multiétnicas, hecho con gran esmero.

En realidad, no es imprescindible acudir a una Olimpiada para comprobar que el


ajedrez es un idioma universal y un nexo entre gentes que apenas están unidas por
algo más, salvo su pertenencia a la especie homo sapiens. Basta con acudir a esas
plazas esparcidas por el mundo donde se juega a cualquier hora si la lluvia no lo
impide. Por ejemplo, Union Square y Washington Square, ambas en Nueva York,
son una mina de contrastes sociales y bellas fotografías. Llada se encontró en Union
Square con Leroy Green, un asiduo con mesa y horarios fijos, y así logró una de las
instantáneas más simpáticas de su libro.
Leroy Green, ajedrecista asiduo a la plaza Union Square, en Nueva York. DAVID
LLADA

Aunque los contrastes no impresionan tanto como en una Olimpiada, los torneos
abiertos con centenares de participantes también son un gran vivero de imágenes que
dejan huella, si quien las busca es un fino observador, como Llada. Un día, en Las
Vegas (EE UU), vio que una mujer blanca, Alexandra Stiger, y un hombre negro,
Mack Avalanche, lucían tatuajes que casaban muy bien, y les pidió que posaran
echando un pulso encima de un tablero. “Es una foto floja técnicamente porque la
tuve que hacer a toda prisa entre ronda y ronda de un torneo de partidas relámpago.
Pero ha salido en muchas revistas, tiene un gran valor simbólico”, explica Llada. Y
tanto: entre los cien mejores jugadores del mundo sólo hay una mujer, y ninguno es
negro; Alexandra es alpinista además de ajedrecista, y la fortaleza de su brazo da
mucho vigor a la imagen.

ampliar fotoAlexandra Stiger y Mack Avalanche, participantes en el Abierto de Las


Vegas (EEUU) en 2015 DAVID LLADA
Si uno visita después de cenar cualquiera de los hoteles donde se alojan los
participantes de una Olimpiada de Ajedrez pensará probablemente que la gran
mayoría de ellos y ellas tienen poco interés en la competición y mucho en pasárselo
bien; es su única oportunidad bienal de convivir con gentes de otras culturas. Sin
embargo, es casi seguro que ese observador cambiará radicalmente de opinión si se
pasea al día siguiente por la sede del certamen durante las partidas. De pronto, en el
encuentro Islas Fiyi-Uganda, por ejemplo, se palpa una tensión tremenda, a pesar de
que ambos países están a años luz de la lucha por las medallas. ¿Cómo se explica
eso?

MÁS ENTRADAS EN 'LA PASIÓN DEL AJEDREZ'

 El metódico Portisch (V)

 El creativo Larsen (y X)

Llada tiene una buena respuesta en los escasos textos, en inglés, que salpimentan la
catarata de fotos de impacto en las páginas de The Thinkers. Tras explicar que desde
muy joven siente alergia a jugar torneos –“No, gracias, soy muy hedonista, y
prefiero ahorrarme todo ese sufrimiento”- y sin embargo disfruta muchísimo de
analizar buenas partidas o resolver problemas (blancas juegan y ganan), añade: “El
ajedrez lleva la mente humana a su límite. Es una de las actividades intelectuales
más exigentes e intensas; produce un drenaje de tu energía cerebral. Y eso ocurre
con independencia de tu categoría deportiva, porque la partida va a pedirte todo lo
que tienes, juegues bien o mal”.
Haruna Nsubuga, de Uganda, disputa una partida en el Abierto de Mombasa
(Kenia), en 2015. DAVID LLADA
¿Y qué palabra elegiría para definir el ajedrez de competición si tuviera que
resumirlo en una? “Crueldad. En una partida te puede ocurrir lo mismo que cuando
construyes un castillo de naipes con suma paciencia durante tres o cuatro horas; de
pronto, cometes una pequeña imprecisión y todo se derrumba, sin esperanza alguna
de recuperación”. Y para rematar la idea cita a su amigo Levón Aronián, armenio,
uno de los grandes astros del circuito profesional: “Todos los jugadores de ajedrez
son masoquistas. Excepto los mejores del mundo; esos son los mayores sádicos que
puedas conocer”.

ampliar fotoDavid Llada, en una imagen de promoción de su libro. QUALITY CHESS

De ahí que un psicólogo dijese a Llada que, si tapa los tableros y las piezas en las
fotos de su libro, lo que se ve sobre todo son personas en estado de conmoción. Y,
aparte de todo ello, está la peculiaridad de la derrota: no puedes echarle la culpa al
árbitro ni a que está lloviendo ni a la mala suerte, porque en el ajedrez casi no existe.
“Nadie puede perder una batalla intelectual sin sentir su ego dolorido. Pero la fase
más terrible de la partida empieza cuando ves que estás peor, y que todo va cuesta
abajo hasta que te rindes; eso resulta aún más doloroso que la derrota en sí misma”,
recuerda Llada de sus años de jugador aficionado.
ampliar foto

El sadismo al que alude Aronián, o quizá más exactamente un ansia rabiosa de


victoria, de destrozar al adversario sin piedad alguna, se veía en casi todas las
partidas de Gari Kaspárov durante los veinte años consecutivos (1985-2005) que
logró mantenerse como número uno. Los asiduos al célebre torneo de Linares (Jaén),
el Wimbledon del ajedrez, no olvidarán jamás sus miradas asesinas, la fuerza con
que estrujaba la mano del rival en el saludo protocolario, cómo se quitaba el reloj y
la chaqueta para arremangarse y clavar los codos en la mesa, el retumbar de sus
enérgicos pasos entre bastidores mientras esperaba la jugada del oponente, etcétera.
ampliar fotoGari Kaspárov, espectador del torneo Grand Chess Tour de París, en
2017. DAVID LLADA

Kaspárov (hoy retirado de la competición y muy volcado en su lucha política contra


Putin) está en el libro, por supuesto, en una pose típica de él. Y, cómo no,
también su encarnizado rival, Anatoli Kárpov, a quien odió tanto como necesitópara
que la gloria de ambos fuera eterna: su rivalidad entre 1985 y 1990 es la mayor en la
historia de todos los deportes. Pero Kárpov, hoy diputado del Parlamento de Rusia,
es la antítesis de Kaspárov, también en su temperamento: frío como un témpano,
siempre amable y correcto en sus modales, peligroso como una serpiente de
cascabel. Como ocurría con casi todos los deportistas de élite soviéticos, el único
puesto que le satisfacía en un torneo era el primero.
ampliar fotoAntoli Kárpov, durante su participación en el torneo de Platja d'Aro
(Girona), en 2017. DAVID LLADA

Ahora bien, aunque haya motivos para afirmar que el ajedrez es el deporte más
violento que existe —los jugadores deben retener y gestionar una enorme tensión
durante cuatro o cinco horas seguidas, sin poder hablar ni gritar ni correr ni patear
nada—, no es menos cierto que las partidas bellas, y hay muchas, generan en el
aficionado una sensación similar a la Novena de Beethoven en un melómano. El
ajedrez humano —el que juegan las computadoras es otra historia muy distinta—
tiene muchos ingredientes para crear belleza: armonía, lógica, error y castigo, campo
enorme para la creatividad a partir de reglas claras, estrategia y táctica, precisión,
imaginación, geometría estética, etc.
La jordana Ashaeby Razan, durante la Olimpiada de Ajedrez de Bakú (Azerbaiyán),
en 2016. DAVID LLADA

De ahí que muchos artistas, científicos y pensadores famosos disfrutasen de la


pasión del ajedrez a lo largo de sus quince siglos de historia documentada. Entre
ellos, el pintor dadaísta Marcel Duchamp: “He llegado a la conclusión de que, si
bien todos los artistas no son ajedrecistas, todos los ajedrecistas son artistas”. David
Llada lo es, sin duda, y ha sabido captar magistralmente el pensamiento de quienes
viven en un mundo mágico de 64 casillas.

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