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Los efectos del ruido son de tal envergadura que hace ya más de treinta años El ruido es inherente a la actividad humana
que es estudiado como un agente contaminante.
La primera declaración internacional que contempló las consecuencias derivadas del ruido se remonta a 1972, cuando la
Organización Mundial de la Salud decidió catalogarlo genéricamente como un tipo más de contaminación.
En el año 1979 el ruido es clasificado como un contaminante específico por la Conferencia de Estocolmo, mientras que, tres
años antes, en 1976, la Asociación Médica Mundial elabora su Declaración sobre la Contaminación, en la que mantiene que la
contaminación acústica se conforma por “niveles excesivamente altos de sonidos producidos por instalaciones industriales,
sistemas de transporte, sistemas de audio y otros medios que pueden llegar a producir una pérdida permanente de la audición,
otros efectos pato fisiológicos y problemas emocionales".
Posteriormente, en el año 1990, la OMS, creó el programa "Inter Salud", donde se advierte sobre las enfermedades
relacionadas con el estilo de vida moderno, entre las que se encuentran las derivadas del ruido.
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Las principales fuentes de contaminación acústica en las ciudades modernas son muy diversas, pero, a modo general se
pueden establecer los siguientes parámetros medios:
Destacan como más ruidosas las zonas próximas a vías de ferrocarril, autopistas o vías rápidas, aeropuertos, etc, pero, por
regla general, los problemas de salud generados por el ruido, más que por una causa puntual, se derivan de una
multiexposición en distintos entornos, dependiendo siempre del tiempo de exposición y de la sensibilidad de cada individuo.
A diferencia de la mayoría de los contaminantes, las consecuencias sobre la salud de las personas derivadas del ruido se
producen de forma acumulativa a medio y largo plazo. Estas son múltiples y afectan principalmente a los sistemas vegetativo y
neuroendocrino en distintas formas según la sensibilidad de cada persona. Destacan los cuadros de estrés, reacciones
fisiológicas y psicológicas, cambios de conducta, dolores de cabeza, aumento de la tensión, modificaciones en las pautas del
sueño, disminución de rendimiento laboral e intelectual, de la capacidad de atención y de percepción del lenguaje hablado, etc.
La respuesta de las personas ante el ruido es muy diferente; frente a sonidos de 55 dB, un 10% de la población se ve afectada.
Entre 50 y 60 dB, se han detectado en algunas personas efectos vegetativos como la modificación del ritmo cardíaco y
vasoconstricciones del sistema periférico. A partir de 85 dB todas las personas se sienten, de una u otra forma, alteradas. Entre
los 95 y 105 dB se producen afecciones en el riego cerebral, alteraciones en la coordinación del sistema nervioso central;
alteraciones en el proceso digestivo, aumento de la tensión muscular y presión arterial; cambios de pulso en el
electroencefalograma; dilatación de la pupila, etc.
Uno de los efectos más comunes derivado la exposición continua a altos niveles
de ruido o muy prolongada a niveles de ruido de mediana intensidad, es la
pérdida de audición, la cual, en los casos extremos, puede llegar a ser
irreversible.
Entre los efectos psicológicos, las modificaciones del sueño son las más
destacables, con las posteriores consecuencias como falta de descanso, baja
concentración, dolores de cabeza, etc. A estas hay que sumar el estrés, las
alteraciones de conducta con agresividad, irritabilidad, etc., disminución de
rendimientos de la memoria y/o la capacidad de atención, etc.
Para contrarrestar el ruido existen básicamente dos métodos generales que las
autoridades competentes deben aplicar; las soluciones técnicas, que
generalmente no actúan sobre la causa raíz, sino que palian los efectos y, la
prevención, con el objetivo de evitar generar ruido.
Entre los medios técnicos que suelen emplearse en la actualidad destacan las
pantallas acústicas, silenciadores reactivos, materiales porosos, soportes
antivibratorios o resonadores, a los que hay que sumar los preventivos, como por
ejemplo el diseño del tipo de calzada de las calles y carreteras, que determinará
el ruido provocado por la circulación de vehículos.
En cualquier caso, es más económico y eficaz adoptar medidas preventivas, fomentadas desde campañas de educación en los
distintos entornos de la vida diaria; instituciones públicas, colegios, industrias, oficinas, etc, de tal modo que se consiga
concienciar a la sociedad y, así, disminuir realmente los niveles de ruido. En este sentido, desde la Asociación Médica Mundial,
José Ángel Domínguez Montes 7CV5
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se recomienda la adopción de una serie de medidas por parte de las autoridades médicas competentes, entre las que destacan
la información al público en general, destacando los grupos de riesgo como trabajadores y empresarios, jóvenes, etc. sobre los
posibles riesgos que conlleva el ruido, demanda de legislación y, en su caso, sanciones legales contra los niveles de sonido
intensivos en lugares públicos, etc.
A pesar de existir cada vez mayor legislación al respecto, la solución a la contaminación acústica no es ni sencilla ni a corto
plazo, ya que intervienen conceptos tan difíciles de modificar como la motivación y concienciación social, actitudes habituales
de las personas, etc.
Opinión:
Además de faltar en nuestra calidad de vida, puede provocar efectos nocivos en todo
nuestro organismo. La contaminación acústica ha crecido desproporcionadamente a lo
largo de las últimas décadas, y no solo puede hacernos perder progresivamente la
audición, sino que puede afectarnos también entre otras a nuestra tensión y a nuestro
ritmo cardiaco. Y es que el ruido, aparte del ataque psicológico y físico que puede
suponer, en estas sofocantes noches veraniegas puede llegar a impedirnos conciliar el
sueño ese tiempo que algunos consideran perdido y que es tan imprescindible para
poder recuperarnos del desgaste diario.