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EPISTEMOLOGÍA AMBIENTAL || 61

Epistemología ambiental
Karina Giomi

La epistemología ambiental es una epistemología política;


no prescribe las condiciones de posibilidad
del desarrollo de las ciencias y de
sus fertilizaciones interdisciplinarias,
sino que se plantea en el campo del poder en el saber (…).
Enrique Leff, 2006

Introducción

La gran variedad de fuentes (diferentes exponentes teóricos, referentes


de corrientes críticas del pensamiento europeo, del sur-global y de diver-
sos movimientos sociales) interpela la consistencia del campo discursivo de
la epistemología ambiental (EpA). El economista mexicano Enrique Leff
(2006), uno de sus principales referentes, sostiene que la EpA es un campo
del saber relativamente reciente, que se nutre de múltiples teorizaciones, y
que por ello requiere explicitar y justificar su coherencia. Sin pretender dar
una respuesta cerrada, en este escrito se presentan diferentes “giros” episte-
mológicos que se consideran relevantes para problematizar la configuración
del campo de la EpA, –incluyendo perspectivas de diversos autores, prin-
cipalmente, del pensamiento crítico latinoamericano y del sur-global–, y se
toma como eje central para el análisis la noción de “ambiente” siguiendo los
planteos de Leff (2000, 2004, 2006, 2009). Contrapuesta a la postura que
intenta brindar consistencia al campo de lo ambiental a partir de entender
el ambiente como un “objeto” de estudio, se presenta la postura de Leff que
traza un “concepto epistemológico de ambiente” entendido como “praxis”
de un “saber ambiental” (des-totalizador, complejo, situado, histórico, que
incorpora a los sujetos y a las relaciones de saber-poder en la producción del
conocimiento). En este sentido, el escrito contribuye a la reflexión que sos-
tiene que la EpA no implica solamente una forma diferente de comprender
la cuestión ambiental, sino también, y principalmente, una revisión crítica
a la racionalidad científica moderna occidental. La consistencia del campo
discursivo de la EpA desde el “concepto epistemológico de ambiente” pro-
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puesto por Leff, no pretende basarse en la postulación de “otra” racionalidad


unificada o totalizadora, de cuño moderno, sino en la posibilidad de involu-
crar múltiples racionalidades que surgen de la reconstrucción de los saberes
desde la “diversidad de las ecologías y culturas de los territorios locales”
(Leff, 2009). Estas racionalidades se relacionan entre sí a partir del “diálogo
de saberes”, modo en el que Leff (2006) entiende la interdisciplinariedad.
Con referencia a esta visión de interdisciplina, se amplían aspectos de algu-
nos conceptos vinculados a la misma que han sido considerados relevantes
para su compresión. Finalmente, se discurrirá brevemente sobre las nocio-
nes de “justicia ambiental” y de “educación ambiental” en términos de los
desarrollos realizados respecto a la problematización del campo de la EpA.

Giros epistemológicos: giro lingüístico, giro ontológico, giro


ético-político, giro eco-territorial

De modo esquemático, toda epistemología se interroga por las con-


diciones de lo que se establece como conocimiento válido, es decir, indaga
sobre las formas de validación de los saberes. Especialmente en el último
siglo, las respuestas fueron variando: desde la búsqueda de fundamentos
últimos o una validación universal y neutral (apoyada en el supuesto de
una realidad independiente del sujeto que la conoce),9 hacia el sosteni-
miento de una validación contextual (histórica, espacial, que involucra las
relaciones de poder y las perspectivas de los sujetos del conocimiento). A
grandes rasgos, la imposibilidad de contar con fundamentos últimos para
el conocimiento científico –pretensión del realismo epistemológico– que-
dó demostrada por los avances de la lógica y la matemática de finales del
siglo XIX y por la física de principios del siglo XX.10 La imposibilidad de
un acceso “directo” a lo real corrió el eje hacia la relevancia del “lengua-
je” en la fundamentación del conocimiento. Durante la segunda mitad
del siglo XX, el denominado “giro lingüístico” (en diversas variantes: giro
analítico, giro pragmático, giro hermenéutico) implicó un desplazamiento
9 En el horizonte de la Modernidad predominó una visión “representacionalista” del conocimiento
que sostenía la noción de “verdad” como correspondencia entre el concepto y la realidad; tenía en la
base la dicotomía entre el sujeto (en tanto estructura cognitiva formal, racional, a priori y universal) y
el objeto (entendido como realidad material independiente). Esa visión representacionalista entró en
crisis en el pensamiento contemporáneo.
10 Morin (2008), representante del pensamiento de la complejidad, sostiene que la vía de la funda-
mentación empírica fue disuelta por el “principio de incertidumbre” de Heisenberg (Premio Nobel
de Física, 1932) y la vía apriorística o de razón se demostró imposible a partir de los teoremas de la
incompletitud de Gödel, en 1931. Esta “no-totalización” del conocimiento y la pérdida de fundamen-
tos esencialistas o absolutos (realismo) dejó lugar al pensamiento de fundamentos construidos y, por
lo tanto, contingentes (constructivismo).
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hacia diferentes posturas constructivistas que involucraron, de distintos


modos, al lenguaje o registro simbólico en los procesos de construcción
y fundamentación del conocimiento. Esto no significa que “todo es len-
guaje” sino que todo conocimiento está mediado por algún lenguaje, toda
ciencia asume una dimensión hermenéutica o interpretativa (idea alta-
mente difundida a partir de la noción de “paradigma” de Kuhn), y en
ese sentido se afirma que toda ciencia es social (matemática, biología u
otras disciplinas, todas están atravesadas por la historicidad de sus marcos
interpretativos y sus prácticas). Por otra parte, adquirieron importancia
los desarrollos del pensamiento sistémico con fuertes planteos interdis-
ciplinarios que implicaron una ruptura con las lógicas disciplinarias del
realismo científico.
Durante las últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI, la plurali-
dad de posturas epistemológicas se acentuó, así como también la necesidad
de formular problemas en base a enfoques interdisciplinarios y transdisci-
plinarios.11 El pensamiento de la complejidad hizo hincapié en la necesidad
de plantear “epistemologías abiertas”, en oposición a diferentes posturas so-
bre el conocimiento que lo concebían como “totalidades cerradas” (corrien-
tes de la teoría general de sistemas, pensamiento dialéctico, estructuralismo,
otras). Por el contrario, el pensamiento de la complejidad sostiene que no
hay conocimientos absolutos, clausurados o cerrados, plantea un “no-todo”,
el conocimiento es un proceso de clausura y de apertura, de conocimiento y
desconocimiento al mismo tiempo, no desvinculado de la vida, que implica
entender de modo recursivo los procesos de objetivación y subjetivación y
dejar de lado la dicotomía sujeto/objeto, propia de la Modernidad: “somos
co-productores de la objetividad (…) la objetividad concierne igualmente a
la subjetividad” (Morin, 2008: 154)12
Desde otras líneas teóricas, entre ellas, los aportes del psicoanálisis
posestructural, la no-totalización del conocimiento y la superación de
la visión moderna representacionalista y dicotómica, se planteó a partir
de la diferenciación entre los registros: real, simbólico e imaginario, que
han tenido influencia en el campo de la EpA:13 los tres registros están
11 Para el tema de las transformaciones epistemológicas contemporáneas y la carencia de un paradig-
ma unificador, remitimos a la obra de Najmanovich (2008).
12 En términos de Morin: “En ese proceso, sujeto y objeto son constitutivos uno del otro. Pero eso
no arriba a una visión unificadora y armoniosa. (…) Las nociones de objeto y de sujeto son profunda-
mente perturbadas una por la otra: cada una abre una brecha en la otra. Hay (…) una incertidumbre
fundamental, ontológica, sobre la relación entre el sujeto y el ambiente...” (2008: 70).
13 El uso de estos registros en la EpA, junto con aportes de la teoría de la hegemonía de Gramsci
y del pensamiento foucaultiano, se ha puesto de manifiesto, en parte, a través de la influencia del
planteo político de Ernesto Laclau.
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anudados de modo simultáneo; analíticamente se podría decir que “lo


real” es lo irrepresentable, pero no por ello ausente, insiste (no cesa de no
inscribirse) en la falla de “lo simbólico” (o lenguaje), que condiciona el
registro de “lo imaginario” en el que se mueven las interpretaciones de “la
realidad”, que nunca pueden decir el “todo”.
De acuerdo con lo anterior, los diversos “quiebres” con la visión mo-
derna y representacionalista del conocimiento dieron lugar a un “giro on-
tológico” sustentado en una noción de discurso que excede su dimensión
meramente lingüística para hacer hincapié en el “conocimiento como
práctica social”. El discurso se entiende como una práctica social que tiene
efectos de mundo y de subjetividad. En síntesis, y remarcando la carencia
de fundamentos absolutos para la demarcación de los saberes, se sostie-
ne que toda práctica social produce y reproduce conocimientos y que la
validez de los conocimientos es contextual. Existen múltiples modos de
validación de los conocimientos que incluso pueden entrar en tensión o
contradicción, y esos modos solamente pueden ser comprendidos en el
contexto de las relaciones sociales, en términos de diferencias culturales
y geopolíticas –con distribuciones desiguales del poder– que habilitan la
configuración de diferentes epistemologías. Diferentes tipos de relaciones
sociales pueden dar lugar a distintas epistemologías: “Toda experiencia
social produce y reproduce conocimiento y, al hacerlo, presupone una o
varias epistemologías” (Santos y Meneses, 2014: 7).
Por lo tanto, metafóricamente se puede decir que las epistemologías
tienen “color y sexualidad”,14 como sostiene Grosfoguel, representante del
pensamiento decolonial y de la geopolítica del conocimiento. Sin embar-
go, el rechazo de una única racionalidad universal no implica su extremo
contrario: apoyar un relativismo epistemológico en el que todo conoci-
miento “vale por igual”. Por el contrario, la pluralidad epistemológica, que
da cuenta del enriquecimiento de las experiencias sociales y no de algo
intrínsecamente negativo, implica y exige complejizar el análisis de las
condiciones de la validación de los modos de inteligir y de actuar en el
mundo que proponen conocimientos rivales (Santos y Meneses, 2014).15
En relación a lo anterior, que tampoco resulte posible una funda-
mentación absoluta de los fines ético-políticos no implica que se deba
14 “(…) La epistemología tiene color y sexualidad… El punto central de las perspectivas epistémicas
alternas es el lugar epistémico de enunciación, esto es, la localización geopolítica y corpopolítica del
sujeto que habla/enuncia en las coordenadas del poder global”. Grosfoguel (2007: 1).
15 Boaventura de Sousa Santos (2009) denomina “ecología de saberes” al reconocimiento de las re-
laciones entre la diversidad epistemológica, tanto en el interior de la ciencia –pluralidad interna de la
ciencia– como entre la ciencia y otros conocimientos –pluralidad externa de la ciencia–.
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aceptar un relativismo que transformaría en una imposibilidad hablar de


injusticias. El “giro ético-político” en el conocimiento problematiza las
posibilidades de un proyecto emancipatorio “después de Auschwitz”. El
genocidio puso de manifiesto que la racionalidad moderna no guarda una
relación intrínseca con proyectos emancipatorios, por lo que en las últi-
mas décadas han resurgido los análisis de las teorías críticas, entre ellas, las
epistemologías críticas latinoamericanas, que asumen la imposibilidad de
contar con “una” teoría emancipatoria unificada (Santos, 2005) y apues-
tan a la pluralidad de proyectos emancipatorios, basados en fundamentos
construidos que se configuran históricamente y que están atravesados por
relaciones de saber-poder.
Precisamente, las “epistemologías políticas” nacen a la luz de una
incomodidad, o un malestar ante diversas “injusticias” (Santos, 2011).16
Estas epistemologías críticas resignifican las formas tradicionales de
pensar las relaciones entre conocimiento y política. Sin embargo, se
pretende evitar posiciones extremas; en coincidencia con Santos y Me-
neses (2014), se sostiene que la ciencia occidental no es intrínsecamen-
te buena ni mala,17 lo que se pone en entredicho es su pretensión de ser
la única “racionalidad universal” y, al mismo tiempo, el intento de su
aplicación para solucionar problemas que la involucran de algún modo
en sus bases. Durante los últimos siglos, la epistemología dominante
(culturalmente asociada al mundo moderno cristiano y occidental y,
por otro lado, política, económica y militarmente, al “colonialismo” y al
“capitalismo”) ha pretendido una validez universal, negando su carácter
de epistemología contextual. En otras palabras, “capitalismo” no desig-
na solamente un sistema económico y político, sino también un sistema
civilizatorio, cultural, epistémico; por ello, varios autores sostienen que
el debate público sobre las consecuencias de las nuevas dinámicas del
capital se encuentra obturado “no sólo por razones económicas y políti-
cas, sino también por obstáculos de tipo cultural y epistemológico, que
se refieren a las creencias y representaciones sociales” (Svampa y Viale,

16 De Sousa Santos y Meneses (2014) buscan agrupar las epistemologías alternativas bajo la expre-
sión “epistemologías del Sur”, principalmente el “sur simbólico”, es decir, saberes tradicionalmente
invisibilizados, (campesinos, indígenas, mujeres, minorías étnicas, “periferias” de los países domi-
nantes, entre otros) por la hegemonía epistemológica y la “injusticia cognitiva” de diferentes formas
de dominación colonial y capitalista.
17 “La ciencia moderna no fue, en los dos últimos siglos, ni un mal incondicional ni un bien incon-
dicional. Es una actividad diversa internamente, lo que le permite intervenciones contradictorias en
la sociedad. Y la verdad es que muchas veces fue –y continúa siendo– apropiada por grupos sociales
subalternos y oprimidos para legitimar sus causas y fortalecer sus luchas” (de Sousa Santos y Meneses,
2014: 32).
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2014: 22).18 Entre las representaciones sociales arraigadas, Svampa y


Viale (2014) señalan que, durante el siglo XX, las nociones modernas
de “civilización” y “progreso” quedaron aglutinadas en la semántica ac-
tual del concepto de “desarrollo”. La noción de desarrollo –que en su
origen posterior a la segunda posguerra estuvo ligado a la noción de
crecimiento económico– se encuentra enraizada en la racionalidad y
en la estructura del pensamiento moderno occidental. La lógica eco-
nómica terminó convirtiéndose, a través de un extenso proceso, en la
principal racionalidad articuladora de las sociedades occidentales (Mo-
lero Simarro, 2010). En ese sentido, el cuestionamiento de la visión
economicista del desarrollo y sus consecuencias ambientales implica,
al mismo tiempo, una crítica a un tipo de racionalidad y una crisis del
conocimiento.
La problematización del campo relativamente reciente de la EpA
se ha ido planteando a partir de la década del setenta como correlato de
múltiples teorizaciones, surgidas tanto de reflexiones sobre las prácticas
de diversos movimientos sociales y otras organizaciones, como desde di-
ferentes corrientes teóricas, ante el desafío de afrontar una serie de crisis:
crisis ambiental global; crisis del modelo de desarrollo economicista; crisis de la
racionalidad científico-instrumental; crisis civilizatoria occidental en el marco
del capitalismo transnacionalizado. La postulación de relaciones que posi-
bilitan entrelazar estas crisis ha resultado particularmente fecunda en el
contexto del “pensamiento ambiental latinoamericano” (PAL).
En ese sentido, Svampa y Viale (2014) señalan un “giro ecoterrito-
rial” en la producción del conocimiento. Ante los conflictos socioambien-
tales (contaminación, impactos sociosanitarios, deforestación, megamine-
ría, utilización masiva de agrotóxicos, fracking, cambio climático, entre
muchos otros) ligados a la implementación de modelos de desarrollo de
matriz extractivista y economicista, resultaron insuficientes las soluciones
reducidas a las respuestas técnicas o al tratamiento desde la perspectiva
de las externalidades de los sistemas económicos; por el contrario, el acre-
centamiento de dichos conflictos ha requerido el cuestionamiento de las
condiciones sociales y políticas involucradas. El “giro ecoterritorial” en la
producción del conocimiento se expresa en una pluralidad de lenguajes,
tanto en ámbitos académicos como en las luchas de diversas organiza-
18 Svampa y Viale (2014) sostienen que en Latinoamérica predominó un cuestionamiento a la pro-
blemática de las formas de la “dependencia” entre países denominados “desarrollados” y “subdesar-
rollados” y que, sin embargo, no fue tan fuerte la crítica al modelo de modernización que continuaba
marcado por una visión productivista y homogeneizadora del progreso, lo que obstaculizó el estudio
de las dinámicas de desposesión de bienes naturales y de problemáticas ambientales.
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ciones sociales, en la búsqueda de marcos interpretativos alternativos a la


racionalidad moderna hegemónica y a su entramado economicista, bús-
queda que ha ido conformando una “gramática común latinoamericana”
(Svampa y Viale, 2014), un “pensamiento ambiental latinoamericano” y
una “epistemología ambiental”.

Problematización de la configuración del campo de la episte-


mología ambiental: visiones sobre la noción de ambiente

La gran variedad de fuentes (diferentes exponentes teóricos, influen-


cia recibida de las corrientes críticas del pensamiento europeo y de otras
líneas críticas desarrolladas por referentes del sur-global o por movimien-
tos sociales) interpela la consistencia del campo de la EpA. Leff, uno de
los principales exponentes de dicho pensamiento, sostiene que la EpA es
un campo del saber reciente, que se nutre de múltiples teorizaciones, y
que por ello requiere explicitar y justificar su coherencia (2006). La cohe-
rencia de un campo disciplinar para la tradición racionalista de la ciencia
moderna estaba dada por la “unidad” de su “objeto”. En este sentido, –bajo
la influencia del denominado “consenso ortodoxo” en relación a una vi-
sión naturalista de la ciencia que predominó hasta la década de 1960–,
la cuestión ambiental fue abordada desde la ecología como el estudio de
los sistemas de vida, de las relaciones de los seres vivos con su entorno. El
“ambiente” (“ecosistema”) fue considerado como “objeto” de estudio; obje-
to supuesto sobre el que se daría una articulación o confluencia disciplinar
(“interdisciplina” entendida como “sumatoria” de disciplinas):
Con ello emerge una primera noción del ambiente como el espacio de arti-
culación entre sociedad y naturaleza, situación a la que nos habría llevado la
disyunción entre el objeto y el sujeto del conocimiento, la dualidad mente-
cuerpo, la separación entre ciencias nemotécnicas y ciencias sociales. (Leff,
2009)

Durante la década de 1970, diversas corrientes de la ecología19 con-


fluyeron con reflexiones provenientes del campo de la economía política,
para dar lugar a la ecología política (Escobar, 2010). La ecología política
de “primera generación” –denominación empleada por el antropólogo co-
lombiano Escobar (2010)–, se asentó en una epistemología preconstruc-
tivista, de base esencialista y realista, por lo que la noción de ambiente,

19 Cabe aclarar que Leff (2009) diferencia entre “ecologismo” (asociado al discurso del desarrollo
sostenible) y “ambientalismo” (discurso del desarrollo sustentable).
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desde esta perspectiva, continuaba bajo la visión de un objeto disciplinar.


Siguiendo el análisis de Escobar (2010), durante la década de 1980 y
hasta fines del siglo XX, las ecologías políticas de “segunda generación”
abrieron la problemática interdisciplinaria y transdisciplinaria, apoyán-
dose en una epistemología constructivista y antiesencialista, que dio lugar
a múltiples campos: historia ambiental, ecología histórica, estudios del
desarrollo, entre otros. En líneas generales, se produjo un fuerte impulso
de las teorías sociales críticas marcadas por tendencias teóricas “pos-” (po-
sestructuralismo, posmarxismo, poscolonialismo), al mismo tiempo que
se ampliaron diversos cuerpos teóricos: teoría feminista, teoría poscolo-
nial, campo problemático de la teoría de la complejidad. Durante los años
iniciales del siglo XXI, una tercera generación de ecologías políticas ha
ido abriendo paso a una epistemología posconstructivista,20 que incorporó
temas filosóficos y ontológicos además de los epistemológicos. El “giro
ontológico” en la teoría social cobró importancia para la EpA y el proble-
ma de la coherencia de este campo del saber:
El abordaje desde las ontologías permite hacer nuevas preguntas que antes
parecían inconcebibles. Por ejemplo, no se apunta a una discusión sobre las
diferentes interpretaciones de la realidad, ya que eso sería una postura esen-
cialista. Sino que, parafraseando a John Law, es preguntarse si es simplemente
que diferentes personas tienen distintas creencias sobre la realidad, o que,
diversas realidades se están haciendo en distintas prácticas... La primera pre-
gunta se abordaría a partir de las epistemologías, culturas, etc., mientras que la
segunda es propia del campo de las ontologías. (Gudynas, 2014: 23)

Estas aclaraciones resultan relevantes para comprender por qué Leff


(2006) plantea la cuestión ambiental rechazando una visión de “ambiente”
desde un realismo epistemológico vinculado a la racionalidad científico-
instrumental de la ciencia moderna:
El ambiente no es un simple objeto de conocimiento o un problema técnico.
El ambiente emerge del orden de lo no pensado por las ciencias, pero también
del efecto del conocimiento que ha desconocido y negado a la naturaleza y
que se manifiesta como una crisis ambiental. (Leff, 2006)

Las transformaciones filosóficas y epistemológicas de las últimas


décadas dieron lugar a una visión diferente en el abordaje de la cuestión
ambiental. El ambiente no es un objeto disciplinar, supuesto previa-
mente, sino que el “ambiente” es un “saber” o mejor dicho, una forma
20 El posconstructivismo hace referencia a los debates transformativos sobre el constructivismo, el
antiesencialismo y el antifundacionalismo que surgieron en las últimas décadas en los mundos aca-
démicos críticos (Escobar, 2010).
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de producir saber, una praxis,21 a la que Leff (2006) denomina “Saber


Ambiental”:
El ambiente no es la ecología, sino la complejidad del mundo; es un saber
sobre las formas de apropiación del mundo y de la naturaleza a través de las
relaciones de poder que se han inscrito en las formas dominantes de conoci-
miento. Desde allí parte nuestro errante camino por este territorio desterrado
del campo de las ciencias, para delinear, comprender y dar su lugar –su nom-
bre propio– al saber ambiental. (Leff, 2006: 18)

El ambiente es la “complejidad del mundo”: se advierte el desplaza-


miento desde la epistemología (entendida como filosofía de la ciencia) a la
ontología (conocimiento entendido como práctica social), anteriormente
abordado. En consonancia con esta línea, surgen otras formulaciones para
la comprensión del “ambiente”, entendido como una forma de producir
conocimientos o “racionalidad ambiental”22 que se pone en juego en las
investigaciones y que implica plantear los problemas de otro modo. En
otras palabras, Leff (2006) está indicando que la epistemología ambien-
tal trata de una praxis epistemológica diferente, un tipo de racionalidad
ambiental, es decir, no se trata de una teoría a aplicar, sino de una praxis
superadora de un “cientificismo”23 positivista. El positivismo había frag-
mentado el conocimiento en objetos disciplinares y ese “fraccionamiento”
del conocimiento aparecía como una causa asociada a la crisis ambiental.
De acuerdo con esto, cabía pensar que un enfoque interdisciplinar tendría
impacto en los intentos de solución de dicha crisis. Las perspectivas ho-
lísticas de las teorías sistémicas y del pensamiento ecologista intentaron
superar la fragmentación a partir de una mirada interdisciplinaria enten-
dida como una “sumatoria” o “articulación” de disciplinas. Esta concepción
de interdisciplina, junto a la meramente empírica y funcional del ambien-
te (entendido este como “medio”, “entorno”, “objeto”), fue superada, para
Leff (2009), desde un nuevo concepto de ambiente, entendido como la
“otredad” de la racionalidad científica dominante. Esto no significa que
21 El “saber ambiental” se distancia de la dicotomía entre teoría y práctica. En la línea foucaultiana,
Guyot (2011) sostiene que la noción de prácticas de conocimiento implica la disolución de la di-
cotomía tradicional entre teoría y práctica; por el contrario, se trata de un “saber hacer” (praxis) en
un campo específico del conocimiento, en las que teoría y práctica “son puntos de relevo puesto que
ya no hay nada más que la ‘acción’: acción de teoría, acción de práctica, en relación a redes de poder
(Guyot: 2011)”.
22 “La racionalidad ambiental se va constituyendo al contrastarse con las teorías, el pensamiento y la
racionalidad de la modernidad. Su concepto se fue gestando en la matriz discursiva del ambientalis-
mo naciente, para ir creando su propio universo de sentidos” (Leff, 2004).
23 El término “cientificismo” fue acuñado por Oscar Varsavsky durante los años sesenta para criticar
la hegemonía de una visión de la ciencia que pretendía ser una esfera neutral aislada de otras esferas
de la sociedad.
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se le oponga “otra” racionalidad unificada, totalizadora, sino que la racio-


nalidad ambiental implica un modo de producir múltiples racionalidades
propias de cada práctica social.24 Para comprender este punto puede ser
útil tener en cuenta la “definibilidad de un sistema global complejo” dada
por Rolando García:
Ningún sistema global está dado en el punto de partida de la investigación.
El sistema no está definido, pero es definible. Una definición adecuada sólo
puede surgir en cada caso particular en el transcurso de la propia investigación
(…). (García, 2000: 382)

García (2000) sostiene que esta fundamentación es estrictamen-


te epistemológica y que tiene consecuencias metodológicas: niega que
las características del sistema estén dadas y sean accesibles a la expe-
riencia directa de cualquier observador neutro. Una de las principales
consecuencias metodológicas tiene que ver con incorporar una relación
recursiva entre sujeto/objeto, se aleja así del intento positivista de un
método objetivo y neutral que pudiese mantener a raya la subjetivi-
dad o las coordenadas geopolíticas e históricas del conocimiento. De
acuerdo con lo dicho y retomando a Leff (2009), la “otredad” a la que
refiere la racionalidad ambiental no significa meramente lo “externo” del
paradigma eurocéntrico dominante o su “afuera”,25 sino que la novedad
epistemológica del concepto de “ambiente” se apoya en la “incompletud”
(no-totalización) de la cultura occidental. La des-totalización del para-
digma occidental por la racionalidad ambiental se produce a través de
la reconstrucción de los saberes desde “otras racionalidades” configura-
das en múltiples territorios, en “las diferencias y especificidades de cada
región y de cada pueblo… en sus raíces ecológicas y culturales” (Leff,
2009). A partir de las anteriores consideraciones el autor planteará otro
modo de entender la interdisciplina.

24 Toda situación social involucra un juego inmanente de prácticas. Los conceptos para la teoriza-
ción, siguiendo una crítica al racionalismo moderno, no se obtienen desde abstracciones a priori, sino
que adquieren consistencia en un conjunto específico de prácticas, es decir, el sentido de un término
es situacional (Campagno y Lewkowicz, 2007).
25 Leff (2009) reconoce la importancia de generar una cultura política emancipatoria desde los
“márgenes” de la cultura eurocéntrica, y ve en la racionalidad ambiental, basada en las raíces ecoló-
gicas y culturales de nuestros territorios, una mirada original, o un pensamiento específicamente
latinoamericano, que habilitaría la posibilidad de pensar la transformación social desde perspectivas
no eurocéntricas.
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La noción de interdisciplina como “diálogo de saberes” desde una


racionalidad ambiental

Se exponen en este ítem algunos hilos conductores del modo en que


Leff (2006) comprende la producción de conocimientos desde una racio-
nalidad ambiental. Por un lado, implica una forma particular de conce-
bir la interdisciplina rechazando la postura que la comprende como una
“sumatoria” de ciencias para pensar las relaciones entre la naturaleza y la
sociedad. Leff (2006) rechaza esa postura sosteniendo que “el ambiente
no es el espacio de articulación de las ciencias ya constituidas… El am-
biente es un saber que cuestiona al conocimiento” (Leff, 2006: 32). Quizás
mejor sería decir que cuestiona un “tipo” de conocimiento disciplinar que
fragmentó el mundo de acuerdo con la grilla de la epistemología y de la
ontología esencialistas de la Modernidad y que, al mismo tiempo, preten-
dió dejar de lado la cuestión de la subjetividad.
En oposición a esa visión reduccionista y fragmentada del conoci-
miento, Leff (2006) propuso la siguiente visión de interdisciplinariedad
desde la epistemología ambiental:
La interdisciplinariedad se abre así hacia un diálogo de saberes en el encuen-
tro de identidades conformadas por racionalidades e imaginarios que confi-
guran los referentes, los deseos, las voluntades, los significados y los sentidos
que movilizan a los actores sociales en la construcción de sus mundos de vida;
que desbordan a la relación teórica entre el concepto y los procesos materiales
y la abren hacia una relación entre el ser y el saber y un diálogo entre lo real y
lo simbólico. (Leff, 2006: 13)

Esta visión de la interdisciplinariedad que propone involucra múl-


tiples cuestiones. Además de la crítica ya mencionada respecto a una
concepción representacionalista del conocimiento, en este escrito se han
seleccionado para el análisis algunos ejes vinculados que podrían aportar a
la comprensión de la definición de interdisciplina propuesta por el autor:
a) los conceptos filosóficos de Ser y Saber; b) la vinculación Saber-Poder;
c) el “diálogo de saberes”; d) la noción de territorio; e) las identidades y
los procesos de identificación; f ) lo simbólico y los “lenguajes de la valo-
ración” de la naturaleza.

a) Los conceptos filosóficos de Ser y Saber


La “cosificación” de las relaciones humanas por la hegemonía de
una racionalidad instrumental fue estudiada, por vías muy diferentes,
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tanto por la tradición marxista como por la tradición hermenéutica, esta


última bajo la influencia de la filosofía de Heidegger. Según este au-
tor, en la tradición metafísica del pensamiento occidental, esencialista
y realista, el Ser fue entendido como fundamento absoluto, ahistórico
y racional (lógica de lo Uno), quedando sustancializado y reducido al
Saber. En la Modernidad, el Ser fue “reducido” al Saber de la raciona-
lidad instrumental y de la ciencia, que se proponía como “único” fun-
damento: “El pensamiento metafísico, al reducirlo todo al esquema de
la fundamentación racional, no deja subsistir ninguna alteridad (…)”
(Váttimo, 1986: 124). El pensamiento metafísico también sustancializó
(cosificó o entificó) el “ser” del hombre, trató de fijar “una” naturaleza o
esencia humana, una única racionalidad humana. Por el contrario, para
Heidegger, el Ser no debe pensarse como “esencia” sino como “existen-
cia”. El ser humano es existencia, es “ser-en-el-mundo”, es proyecto que
va más allá de los entes (las cosas). El “Ser” nunca puede reducirse a
fundamento sustancializado (aprehensible desde el Saber) sino que es
el fondo (Verdad) desde el cual procede y en el cual el ser humano se
realiza como histórico “ser-en-el-mundo”. Hay múltiples modos de ser
y estar en el mundo, esto implica asumir la diferencia ontológica (lógica
de lo múltiple) y entender esos modos como “proyectos” ya que en el
futuro se abren otras posibilidades (sin que se agoten, dada la finitud
humana). Al mismo tiempo, esto abre la vía al pensamiento de la alte-
ridad y de las diferencias, ya que el modo humano de ser-en-el-mundo
es el ser-con-otros (ser-con-otros-en-el-mundo). En síntesis, la crítica
a la racionalidad instrumental con base en la tradición hermenéutica le
permite sostener a Leff: “La racionalidad ambiental se forja en una ética
de la otredad, en un diálogo de saberes y una política de la diferencia
(…)” (2006).
Al mismo tiempo, la filosofía de Heidegger posibilitó “desantropo-
logizar” los fundamentos del conocimiento, ya no centrados en la Razón
humana.26 Esto es relevante para el pensamiento ambiental, porque im-
plica, como sostiene Picotti (2015), “corregir nuestra ubicación antropo-
céntrica y aprender a habitar la tierra, en adecuada y buena relación con
los demás seres, recuperando ser y sentido para todos”.

26 La caída de la Razón como fundamento implica incorporar un planteo hermenéutico en el cono-


cimiento que asume un horizonte de significaciones preexistentes y se plasma de diversos modos y en
conceptos diferentes, por ejemplo, la noción de “mundo de la vida” (Lebenswelt) acuñada por Husserl,
o la idea de “cosmovisión” (Weltanschauung) empleada por García (2000), entre otros.
EPISTEMOLOGÍA AMBIENTAL || 73

b) Poder-Saber
La EpA implica introducir el poder en el saber, por eso Leff (2006)
sostiene que la EpA es una “epistemología política” que remarca que las
prácticas de conocimiento, en general, y científicas, en particular, no son
neutrales. El conocimiento como práctica social hace hincapié en que los
fundamentos de los saberes son construcciones históricas que están atra-
vesadas por relaciones de poder. El discurso científico se rige por reglas
propias de validación; sin embargo, dado que carece de fundamentos ab-
solutos, no constituye el criterio último de legitimación de los saberes
(aunque se haya impuesto como hegemónico principalmente a través de
sus instituciones). Existen otros saberes, ligados a otras prácticas sociales,
cada uno con reglas propias de validación. De acuerdo con eso, la interdis-
ciplinariedad desde la epistemología ambiental requiere de un “diálogo de
saberes”. La EpA entiende el conocimiento como práctica social27 y por
ello no puede reducirse a una teoría científica –aunque integre el saber de
las ciencias–, sino que debe ser pensada como una “formación discursiva”
(formación histórico-cultural) que tiene efectos de mundo y subjetividad.
La EpA se apoya en el discurso de la “sustentabilidad” socioambiental
entendida como formación discursiva. Se insiste en que no es una teoría a
priori, abstracta, a contrastar o a aplicar, sino que es “praxis” o un “trayec-
to” (Leff, 2006) en el sentido de que “a través del abordaje de diferentes
temas y problemas, el discurso de la sustentabilidad va construyendo el
andamiaje, bordando el tejido y configurando el sentido mismo que lo
sostiene” (Leff, 2008: 17). El discurso de la sustentabilidad no tiene un
fundamento en las teorías científicas y sus métodos, sino en formaciones
discursivas que son soporte de posiciones subjetivas, es decir, que consti-
tuyen los “mundos de la vida” en los que dialogan los saberes:
(…) que se inscriben en la resignificación del mundo, que conducen al repo-
sicionamiento del ser en el mundo, a la reinvención de las identidades perso-
nales y colectivas (…) nuevos sentidos teóricos y nuevas formas de ser en el
mundo (…) profecías realizables de un mundo sustentable. (Leff, 2008: 19)28

27 Escobar (1994) sostiene que el análisis de modelos de desarrollo no puede limitarse a un debate
teórico abstracto sino que los mismos deben estudiarse desde las prácticas que implican y para ello
propone los ejes foucaultianos de análisis de las prácticas: saber, poder, ética.
28 Con este gesto Leff se opone a las estrategias discursivas del desarrollo “sostenible” (ligado al creci-
miento económico), en tanto para el autor, este discurso ha estado cooptado por el interés económico
y el poder, es un discurso “(…) inserto en los mecanismos de mercado y los engranajes de la tecnología
(…)” (Leff, 2008: 18).
74 || Karina Giomi

c) Diálogo de saberes
Leff (2009) propone un “diálogo” entre saberes y se opone a la posi-
bilidad de traducción ya que considera que esa idea supone un intento de
reunificación totalizadora de los saberes. Para este autor, el diálogo:
(…) abre una política de la convivencia de diversidades, donde no hay tra-
ducción posible” y aclara que puede haber “encuentros, sintonías, empatías y
solidaridades –incluso interpretaciones recíprocas e hibridaciones culturales–
en la diversidad y la diferencia (…). (Leff, 2009: 102)

Se debe rechazar el intento de reunificación de los saberes:


El principio de otredad conduce a una nueva ética política de la convivencia
entre diferencias y otredades irreductibles a la unidad (…). (Leff, 2009: 102)

d) Territorio
La EpA propone una intrínseca relación entre conocimiento y terri-
torio.29 Leff (2009) plantea que el pensamiento ambiental latinoamerica-
no se va configurando en un repensar el mundo desde las raíces ecológicas
y culturales de los territorios:
Es desde la radicalidad epistemológica del concepto de ambiente, que nace de
la crisis ambiental como punto límite de la racionalidad dominante, de donde
surge un saber ambiental emancipador, arraigado en los potenciales ecológi-
cos y la creatividad cultural de los territorios del Sur. (2009)

Para el géografo brasilero Rogerio Haesbaert, el territorio es una


construcción sociohistórica y cultural, síntesis de planos materiales y
simbólicos. Conocimiento y territorio son nociones vinculadas históri-
camente, ambas se configuran recíprocamente a partir de sus relaciones y
no se dan nunca como procesos independientes (Haesbaert, 2011). Esta
definición de territorio tiene consecuencias epistemológicas y metodoló-
gicas: el territorio requiere ser abordado en el sentido de “artefacto” (arte
+ dato) y no como “artificio” (plano teórico abstracto, enfoque racionalista
analítico-deductivo), ni como “dato” (plano empírico, perspectiva realista,
enfoques empiristas-inductivos). El territorio en el sentido de “artefacto”
conlleva un tratamiento desde una perspectiva relacional y constructivista,
a la vez simbólica y material, que permite comprender las relaciones so-
ciales y las relaciones de las sociedades con la naturaleza. Solo en las prác-
ticas de producción de conocimientos territorializadas localmente resulta
29 De modo general, se hará referencia a la noción de territorio. Para las precisiones conceptuales
en relación a nociones de espacio, territorio, región, lugar y otros conceptos, remitimos al texto de
Haesbaert (2011).
EPISTEMOLOGÍA AMBIENTAL || 75

posible comenzar a delimitar una forma particular de configurar y acceder


a los objetos de conocimiento y, como consecuencia, a revisar y/o elaborar
las condiciones de su propia valoración, conceptualización y teorización.

e) Las identidades y los procesos de identificación


Para la EpA resulta pertinente la problemática de la relación entre
procesos de identificación y escalas territoriales (ejemplo: local, nacio-
nal, regional, global); los procesos identitarios se constituyen en vincula-
ción con la construcción social del territorio. Haesbaert (2011) sostiene
que hay un riesgo asociado a la globalización, que es caer en el “mito
de la desterritorialización”. Este mito beneficia la expansión capitalista,
en su apropiación de recursos naturales y conquista de espacios natura-
les y simbólicos. El autor, por el contrario, hace hincapié en los procesos
de “reterritorialización”,30 no a partir de una debilitada idea de identidad
nacional homogénea sino a través de la valorización de los territorios.
La puesta en juego de procesos de valorización del territorio, a través de
diversos modelos de desarrollo o alternativos al desarrollo, implica entrar
en la puja por el orden simbólico, es decir, ingresar de lleno en un debate
cultural. En el contexto de las últimas décadas, se profundizaron las vin-
culaciones entre los conceptos de “cultura” y de “desarrollo”, relación no
necesaria aunque ineludible en el contexto histórico de los debates polí-
ticos contemporáneos, ya sea en una perspectiva más economicista, en las
propuestas de modelos de desarrollo social, cultural y humano así como
también a partir del campo de las políticas culturales.31

f) Lo simbólico y los “lenguajes de la valoración” de la naturaleza


La cultura (orden simbólico) es constitutiva de las sociedades. Las
definiciones de cultura varían en función de los contextos históricos, de
las corrientes de pensamiento y de los autores. Más allá de esa pluralidad,
varios autores contemporáneos (Canclini, 1999; Geertz, 2000; Coelho,
2013) acuerdan en sostener que se puede caracterizar como un dominio
de símbolos, un orden simbólico que da lugar a una red de significaciones
que tienen efectos de mundo y de subjetividad. Se traduce en “visiones
de mundo” o “imaginarios”. La caída de la visión representacionalista del

30 Para ampliar la problematización sobre los procesos de apropiación del territorio y las identidades,
remitimos a Giménez (2001: 483-512).
31 Por ejemplo, Escobar (2005) desarticula el concepto moderno de desarrollo en tanto discurso de
poder a través de estudios que muestran respecto al vínculo entre desarrollo y cultura, entre otras crí-
ticas, una no relación entre crecimiento macroeconómico y aumento de libertades, equidad de género
o derechos humanos.
76 || Karina Giomi

conocimiento implica que el orden simbólico o lenguaje no puede decir la


totalidad de “lo real”. La visión de interdisciplinariedad que se está anali-
zando sostiene que los sistemas no pueden entenderse como totalidades
cerradas: “La complejidad ambiental no remite a un todo: (…). Es, por el
contrario, el desdoblamiento de la relación del conocimiento con lo real,
que nunca alcanza totalidad alguna (…)” (Leff, 2006: 13). No tenemos
acceso a captar lo real irrepresentable, el acceso siempre estará media-
do por un lenguaje.32 Esto hace que adquieran relevancia los lenguajes o
modos de hablar de la naturaleza. El antropólogo del desarrollo y repre-
sentante de la ecología política colombiana, Arturo Escobar (1999, 2005),
centrándose en el pensamiento foucaultiano, define la “naturaleza” a partir
de diversas “formaciones discursivas”; sostiene que, ineludiblemente, cual-
quier comprensión de la naturaleza implicará una aproximación discur-
siva y el reconocimiento de diversos modelos culturales para su abordaje.
Esto se distancia tanto de interpretaciones originarias, ahistóricas y
esencialistas de la naturaleza, como de una postura constructivista radical
que reste importancia al estudio de los procesos materiales.33 Otros auto-
res también han hecho hincapié en los “modos de hablar” sobre la natu-
raleza, vinculando esos lenguajes a los procesos de configuración histórica
del territorio (Schweitzer, 2012). Entre ellos, cabe destacar el concepto de
valoración de la naturaleza a partir de diversos “lenguajes de la valoración”
(Martínez Alier, 2004; Svampa y Viale, 2014). Según el economista ca-
talán Martínez Alier (2004) los lenguajes de la valoración implican una
revisión crítica de la hegemonía de un determinado tipo de valoración
económica en relación a la naturaleza y el reconocimiento de otros tipos
de lenguajes de la valoración como “los derechos territoriales, la justi-
cia ambiental y social, la subsistencia humana, la sacralidad”. Entre otros
ámbitos, estos debates se ponen de manifiesto en el lenguaje jurídico, es-
pecialmente en Latinoamérica (por ejemplo, en países como Bolivia o
Ecuador) donde han surgido diversas corrientes que proponen “derechos
32 Lo “real” es aquello que escapa siempre a la representación. La “realidad” es discursiva, pertenece al
dominio simbólico. Por ello, en base a Escobar (1999), se puede sostener que la “naturaleza” en tanto
“real” es irrepresentable, siempre se tendrá una aproximación discursiva; por ejemplo, nociones tales
como “biodiversidad”, “recursos naturales”, “bienes naturales”, “pachamama”, u otras, son modos de
representar imaginariamente dentro de un orden simbólico aquel “real” que nunca se deja totalizar
por un concepto al que siempre descompleta. Esto no quiere decir que todo es lingüístico sino que el
“acceso” a los procesos materiales es discursivo. En otras palabras, las diversas visiones sobre la natu-
raleza se apoyan en epistemologías diferentes (Schweitzer, 2012).
33 Machado Aráoz (2015) sintetiza la posición de Escobar en el planteo de una ontología relacional
que define la ecología política como “el estudio de las múltiples articulaciones de la historia y la bio-
logía, y las inevitables mediaciones culturales a través de las cuales se establecen tales articulaciones”
(Escobar, 1999: 278) (Machado Aráoz, 2015).
EPISTEMOLOGÍA AMBIENTAL || 77

de la naturaleza” e introducen modificaciones conceptuales disruptivas de


las formas jurídicas tradicionales con base antropocéntrica.

Justicia ambiental

De acuerdo con las anteriores consideraciones, la noción de inter-


disciplina que plantea la EpA da cuenta de una fuerte interpelación a los
dispositivos geopolíticos de la tradición del pensamiento occidental. La
naturaleza que durante cierto tiempo fue considerada apolítica, ha ido
cobrando contenido político, es decir, pasó a formar parte del debate pú-
blico.34 Lo que antes parecía reservado al dominio exclusivo de los agen-
tes económicos, empresarios, técnicos, estatales (por ejemplo, la tala de
bosques, el uso de determinados químicos, los megaproyectos extractivos)
se convierte en materia de debate colectivo: “Política y subpolítica apa-
recen intrincadas en este proceso de definción social del saber, en el que
se reconoce como necesario el desarrollo de enfoques multidisciplinarios”
(Svampa y Viale, 2014: 61).
El debate colectivo sobre la cuestión ambiental ha puesto de mani-
fiesto que los riesgos tienen una desigual redistribución social y geográfica.35
Martínez Alier (2004) considera que han sido los movimientos de justicia
ambiental los que han marcado el carácter desigual de las condiciones de
acceso a la protección ambiental, y denomina a esos movimientos, propios
de los países del sur o de la periferia, como “ecología popular” o “ecología
de los pobres” (Svampa y Viale, 2014: 61). Para estos autores: “los secto-
res vulnerables de la población son los que sufren de forma más despro-
porcionada los daños ambientales (…) no es casual que los mapas de la
pobreza o de la exclusión social coincidan inevitablemente con los de la
degradación ambiental” (2014: 83). Porto-Gonçalves sostiene que la in-
34 Diversas corrientes de la ecología política latinoamericana han planteado con énfasis colocar a la
“naturaleza” como parte del debate público, fundamentalmente ante el avance de capitales transna-
cionales en la búsqueda de la explotación de recursos naturales y la delimitación de “espacios globa-
lizados para la expansión del capital” (Valiente y Schweitzer, 2016). Ante el avance de perspectivas
globalizadoras, la regulación local de los recursos naturales adquiere una importancia cada vez mayor,
ya que es por vía de la “desregulación política y económica” cómo los espacios locales se incorporan a
los “espacios globales de acumulación” (Schweitzer, 2008).
35 La noción de “sociedad del riesgo”, acuñada por el sociólogo alemán Ulrich Beck, no daba cuenta
de que esos “riesgos” tienen una “distribución desigual” social y espacialmente, esto fue puesto de
manifiesto principalmente por el pensamiento ambiental latinoamericano. Para Leff (2009) fue el
geólogo argentino Amílcar Herrera (1976) uno de los primeros en argumentar que la degradación
ambiental “dependía fundamentalmente de un modelo de desarrollo, y que las formas y grados del
deterioro ambiental estaban asociados con la distribución desigual del ingreso y con las formas de la
pobreza” (Leff, 2009: 4).
78 || Karina Giomi

justicia ambiental implica que “las materias inscriben una geografía des-
igual de las ganancias y de los desechos” (2006: 137). En contraposición,
la noción de justicia ambiental se plantea como “el derecho a un ambiente
seguro, sano y productivo para todos” y reclama que “tal derecho puede
ser libremente ejercido, preservando, respetando y realizando plenamente
las identidades individuales y de grupo, la dignidad y la autonomía de las
comunidades” (Acselrad, 2004b: 16, en Svampa y Viale, 2014: 29).

Educación Ambiental

Los debates de la EpA guardan relación con posturas de enseñan-


za para la Educación Ambiental (educación formal, textos, programas
educativos, prácticas ambientalistas). De modo general y esquemático, la
distinción que sostiene Leff (2006) entre el ambiente como objeto disci-
plinar y el ambiente como praxis del saber ambiental, da lugar al menos a
dos modos de enfocar la cuestión curricular en las instituciones educati-
vas. De modo esquemático:
a) El ambiente como “contenido”: se trata de las propuestas de
enseñanza que suponen la noción de ambiente como objeto dis-
ciplinar. La propuesta está centrada en disciplinas específicas y
hace referencia a los espacios curriculares vinculados a las deno-
minadas “Ciencias Ambientales”. Esta perspectiva se apoya en
una “visión sistémica” que se opone a la fragmentación discipli-
nar: “La fragmentación del conocimiento aparecía como causa
de la crisis ambiental y como un obstáculo para la comprensión y
resolución de los problemas socio-ambientales complejos emer-
gentes” (Leff, 2006: 20). Desde la visión sistémica, la interdisci-
plina se basa en una articulación de las ciencias bajo el criterio de
“completitud”, el abordaje del ambiente (como dimensión que le
“faltaba” a las ciencias) se considera que se “llena” con contenidos
de otras ciencias y otros saberes (física, química, matemática, sis-
temas, biología, entre muchos otros y sus ramas de especializa-
ción). Para Leff (2006): “Si la ciencia en su búsqueda de unidad y
objetividad terminó fracturando y fraccionando el conocimiento,
las “ciencias ambientales”, guiadas por un método interdiscipli-
nario, estaban llamadas a la misión de lograr una nueva reu-
nificación del conocimiento” (Leff, 2006: 20). En síntesis, esta
perspectiva implica tomar el ambiente como “objeto disciplinar”
EPISTEMOLOGÍA AMBIENTAL || 79

de las “Ciencias Ambientales”.36 La propuesta interdisciplinaria


puede ser entendida como “sumatoria” de disciplinas, al mismo
tiempo que promueve la generación de ramas ambientales del
conocimiento y la creación de métodos capaces de abordar pro-
blemas socioambientales emergentes.
b) El ambiente como “forma” coextensiva al “contenido”: esta
perspectiva se apoya en la noción de educación ambiental
centrada en una racionalidad ambiental. Implica una revisión
general de la racionalidad tradicional de las ciencias, propone
apuntar al modo de construcción del conocimiento desde otra
racionalidad. En este caso, la perspectiva interdisciplinaria está
centrada en la “visión de la complejidad”. El ambiente no se
toma como objeto de estudio previamente supuesto, sino que
se entiende como praxis de “pensar ambientalmente”: asume
que el conocimiento no es totalizable, es un proceso abierto,
de construcción de saberes, que involucra a los sujetos del co-
nocimiento y a los procesos de valorización de los territorios.
En esta línea, el concepto de ambiente remite a interrelaciones
entre procesos físicos, biológicos, socioculturales, económicos,
tecnológicos, políticos, estéticos, que determinan una realidad
socioambiental concreta en un tiempo y un espacio determina-
dos. Este modo de entender el ambiente se puede asociar a una
noción de sustentabilidad económica, ecológica, social, política
y cultural en el complejo entramado de interrelaciones entre los
sistemas naturales y sociales.

Consideraciones finales

Retomando la pregunta conductora en torno a la configuración del


campo de la EpA, es posible afirmar que se trata de un campo teórico
plural (Leff, 2006), que se aleja de la racionalidad universalista y neutral
moderna e intenta plantear una epistemología política que comprende el
conocimiento como práctica social. La consistencia del campo de la EpA
se debe buscar en las prácticas sociales que le otorgan sentido, prácticas
atravesadas por la crítica a modelos de desarrollo economicistas, a la he-
36 Leff (2006) sostiene de una forma un tanto extrema que “las ciencias ambientales no existen” (Leff,
2006: 20), en el sentido de rechazar la noción de ambiente como espacio de articulación de unas cien-
cias previamente constituidas desde objetos disciplinares dados. Como ya se ha indicado, Leff apoya
una noción de ambiente como “saber ambiental”: el ambiente es un saber, un tipo de racionalidad.
80 || Karina Giomi

gemonía de la racionalidad instrumental y a las consecuentes situaciones


de injusticia ambiental:
La epistemología ambiental tiene como propósito deconstruir los paradigmas
científicos derivados de la racionalidad de la modernidad –la racionalidad teó-
rica e instrumental, económica y jurídica– que guía los destinos de la sociedad,
para comprender su incidencia en la crisis ambiental; al mismo tiempo, busca
orientar la construcción de conocimientos y saberes para la sustentabilidad.
(Leff, 2011: 129)

Se ha descartado la caracterización de la racionalidad ambiental


como un principio epistemológico general para la reunificación del saber,
pretensión existente en las formas de fundamentación del conocimiento
en la Modernidad. Se presentó a la EpA como un campo que se construye
y se concreta por múltiples interrelaciones entre teoría y praxis, que orien-
ta la producción de conocimientos hacia el campo estratégico del poder y
de la acción política.

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