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La historia oficial ya no es la única que determina qué es un símbolo y qué no. Las sociedad
también los elige
Hace unos años se creía que la caída del socialismo real, la integración europea, el auge del
mercado y las tecnologías de información acabarían con la importancia política y sentimental de
las identidades nacionales.
En contra de tales pronósticos, observamos una constante preocupación por aquello que identifica
a un país. Incluso existe una mayor disposición para ver que los símbolos nacionales, además de
los patrios, también pueden ser objetos y prácticas sumergidas en las rutinas cotidianas.
En Colombia el 'nacionalismo banal' coexiste con la tendencia a suponer una contradicción entre
lo regional y lo nacional. Se suele olvidar que las identidades se ponen en marcha en contextos
específicos.
Las identidades y los símbolos son relaciones, aun cuando las detectemos en unos objetos que
dan información relacionada con sectores sociales específicos y regiones determinadas; con
grupos sociales que le han otorgado un valor moral; con lugares y eventos, referencias
geográficas.
Sin embargo, todos estos objetos tienden a aparecer hoy ante los ojos desprevenidos como eso,
como objetos, como referentes geográficos o sociales, desprovistos de historia y de relaciones
conflictivas. Difícilmente alcanzamos a preguntarnos por qué el Magdalena y no el Orinoco o el
Amazonas, por qué las tres cordilleras y no las llanuras del oriente, por qué el café y el tabaco y
no la papa o la coca.
Así podríamos seguir con cada uno de los símbolos que nos 'representan'. Cada uno de ellos
refleja una historia que tiende a ocultar o a presentar como algo casual un bocadillo, un
aguardiente, un agua de panela. Los tres hablan de economías de tierra caliente. A los tres nos
los topamos en rutinas específicas y podemos usarlos de distintas formas. Nos pueden proveer de
identidad como lo hacen otros fenómenos sociales de importancia nacional, pero que el comité
asesor de este proyecto decidió sacar por sus connotaciones negativas: la coca, la violencia, el
narcotráfico.
Los objetos o símbolos que logran dar identidad no son buenos ni malos. La identidad nacional es
una forma de relación con un colectivo que ha sido históricamente privilegiado: el nosotros
nacional. Una vez reconocido esto, podríamos preguntar: ¿desde cuándo se necesita una
identidad? ¿Para qué? Las identidades nada explican… exhiben y ocultan una historia.
https://www.semana.com/especiales/articulo/un-nacionalismo-banal/79624-3