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Hablar de lo que está más allá de las palabras:

Sobre los modos de expresar lo sobrenatural

1.
Las presentes palabras nacen de la tesis de grado que he estado haciendo en los últimos
tres años. Esta tesis es sobre una parte de la principal obra de ‘Abderrahmán Ibn Jaldún,
historiador y pensador originario de Túnez (1332-1406). Dicha obra se ha llamado
Introducción a la historia universal, pero es más conocida como los Prolegómenos de Ibn
Jaldún. En sus más de mil páginas se contienen muchas cosas: una teoría de la historia,
como rama de las ciencias, y como el transcurso de la evolución humana, la influencia de
los medios naturales en la índole del hombre, el problema de cómo afecta la economía al
desarrollo de una sociedad, y muchos otros asuntos por el estilo. La parte que he estudiado
de dicha obra está casi a su inicio, donde habla de las condiciones de la civilización en seis
discursos preliminares a su estudio de las leyes históricas. Ahí estudia cosas como la
geografía del mundo conocido, la influencia de los recursos, el clima, y el efecto del
hambre en la especie humana. El sexto y último discurso preliminar lo examina con mucho
detalle en más de cincuenta páginas. Trata acerca de la siguiente cuestión: “Sobre los
diferentes tipos de personas que alcanzan el conocimiento de lo oculto, bien por disposición
natural o por ejercicio iniciático, con unas palabras preliminares sobre la inspiración divina
y las visiones durante el sueño”. En realidad, esas páginas de Ibn Jaldún han sido de las
menos estudiadas de su obra. Apenas encuentra uno, buscando año tras año, estudios o
tratamientos sobre tal tema en él, ya sea en artículos académicos o en unos párrafos o líneas
en algún libro que trate sobre su obra. Más de una vez he visto que se desestima esa parte
de su estudio, y se prefiere tratar sobre otros aspectos que dicen más a los tiempos actuales
que sus palabras sobre un tema extraño a nuestra contemporaneidad, sobre todo por ser él
un historiador y pensador que es puesto como ejemplo de una meditación secular sobre la
civilización y el desarrollo del hombre. Sostengo, por el contrario, que el tema que allí
trata, sobre las percepciones sobrenaturales, no es incidental en su obra, y de hecho, muy
pertinente a ella. Y es con respecto a ese hecho y esfuerzo de tratar sobre un tema así que
hablaré esta tarde, en parte, desde la obra de Ibn Jaldún, pero también en parte desde la
cuestión misma de lo que está implicado en lo dicho acerca de un tópico así.
2.
Durante el siglo XX se lanzaron varias críticas y quejas a las corrientes más
tradicionales de la filosofía, y especialmente a la metafísica. No las creo del todo
infundadas o injustas muchas de ellas, especialmente en la cuestión de un origen del
conocimiento distinto de la experiencia: desde un punto de vista tenían toda la razón: Si
todo lo que conocemos lo construimos de la experiencia, ¿Cómo hablar de lo que está más
allá de la experiencia? Y si el análisis de las experiencias que tenemos nos muestra que
muchas veces las cosas no son como las vivimos, ¿Cómo sostenernos de la experiencia en
primer lugar? Las presentes líneas, más que dilucidar este problema, han querido girar
alrededor del mismo, como la polilla que incesante e insensata gira en torno a la lámpara,
hasta que se cansa o se quema o se muere. Pero, si a algo desean apuntar estas líneas, es
justamente a que no es trivial la selección de palabras y verbos para describir toda esta
cuestión; y si no es lícito decir que podemos sostenernos en la experiencia, quizá sí pueda
serlo el afirmar que podemos fiarnos de ella. Entendiendo aquí esa fianza como un especial
tipo de creencia, que se expresa también como confianza, e inclusive, como fe.
En lo que sigue a menudo hablaré de cosas simplísimas y de perogrulladas, pero
esperando que muchos de ustedes puedan ver eso simple con ojos distintos y si no con
asombro, al menos intentando ver lo nuevo en lo conocido y lo notorio en lo común.
3.
Construimos ideas sobre el mundo abstrayéndolo las cosas de éste en imágenes
mentales. Y cuando podemos ver en ese conjunto de imágenes, cesuras, grupos
diferenciados, o relaciones, eso permite separar segmentos en esa pluralidad y así lo
hacemos. Aventuramos separaciones en todo lo que, en una primera vista a la ligera o breve
probablemente no distinguiríamos. A veces vemos nosotros solos, espontáneamente, esas
diferencias, esas separaciones y segmentos. A veces, nos las hacen ver otros, y he aquí que
acabo de pasar a hablar de algo distinto, que es esto: mi visión de las cosas está también
dada por el ver de otros, por cómo otros ven las mismas cosas que yo, pero ven diferencias
o diferentes facetas en eso que yo veo. El problema de la comunicación se da en buena
parte por esta diferencia en la visión de las cosas: no puede ser común aquello que, siendo
lo mismo, luce distinto para mí de lo que luce para otro. No se trata tan solo de que cada
uno de nosotros elabore cosas mentales. Hay además esta condición y posibilidad
maravillosa de poder comunicar, participar, transmitir esas cosas, esas visiones, a otros. La
he llamado condición, porque parece estar inserta en nuestro modo de ser en el mundo.
Pero la comunicación es algo tan problemático, que las diferencias que a primera vista
pueden detallarse en la forma en que una persona ve el mundo y cómo lo ve otra persona,
no parecen ser simplemente un problema de gradación o algo que pueda encerrarse en lo
meramente cuantitativo, en una suma mayor o menor de datos. Hay de hecho tanta
discrepancia en cómo vemos cada uno de nosotros el mundo, que, si lo consideramos en
general, lo extraordinario parecería ser que, percibiendo, las mismas cosas, coincidamos en
apreciable medida en mucho de lo que notamos. Parafraseando lo que decía Picasso: no
vemos el mundo como es, sino que lo vemos como nosotros somos.
4.
El milagro de la comunicación, si me permiten esta no tan exagerada caracterización en
vista de lo antes dicho, se hace posible por la palabra. Pero, ni lo dado por la palabra o por
otro sentido tendría cabida en lo que somos, si no hubiese además en nosotros memoria,
entendimiento y voluntad. Pero, presuponiendo por ahora ese trío esencial de facultades del
alma, sigamos con el tema de la palabra.
En su traducción de Heráclito, García Bacca traduce el término logos como “cuenta-
razón”. Durante muchos años desestimé esta interpretación del profesor español, tomándola
como una más de sus posibles excentricidades injustificadas, y de hecho, una excentricidad
particularmente truculenta. Pero si reflexionamos sobre qué implica el logos, no parece tan
desacertado dicho galimatías, porque “dar cuenta” o “dar razón”, es precisamente algo
como “echar el cuento” sobre algo, hablarnos con respecto a algo, decirnos palabras que
tienen sentido para nosotros, que nos ubican en una red de significaciones y relaciones de
unas cosas con otras. Por eso cuando nos encontramos con alguien después de mucho
tiempo, y le preguntamos por sus familiares, decimos cosas como “dame razón de tu
hermano, cuéntame de tu tía”, etc. Invitamos al otro a hilar un relato, en el que participa, en
primer lugar, una de las facultades del trío antes nombrado: la memoria.
5.
Así pues, damos cuenta de las cosas del mundo, del mundo mismo, con palabras, con
imágenes sonoras, que además vienen envueltas en distintos tonos, alturas, texturas, etc. No
es lo mismo decir “la mermelada se acabó” con tono de un reporte objetivo, que decirlo con
acento de culpabilidad porque fui yo quien se la comió. Todos, quien más, quien menos,
sabemos o podemos detectar algo de mentira o algo de verdad en las palabras. A veces no
detectamos la mentira, pero detectamos los esfuerzos por ocultarla, lo cual es algo curioso:
“Sé que me está mintiendo, pero no sé dónde está la mentira”. Generalmente las damas son
mejores que los varones para intuir este tipo de encubrimiento en la palabra.
Ahora bien, acabo de decir que damos cuenta de las cosas del mundo con la palabra.
Pero ¿Caben todas las cosas del mundo en la palabra? Aparentemente sí, pues, aunque
podemos discutir acerca del carácter existencial de algo que nombramos –por ejemplo, la
nada–, el asunto es que, aunque eso de que discutimos no tenga consistencia, tiene, sin
embargo, su nombre. Nombramos lo que existe y lo que no existe. Y parecería que estamos
claros en que, aun nombrando algo que no existe, es lícito tal nombrar, y no hay trampa,
porque sabemos, como en una especie de acuerdo tácito de caballeros y damas, que eso que
se está mentando no existe. Así, por ejemplo, para hablar de sátiros y sirenas.
De modo pues, que por un lado, la palabra abarca las cosas que llamamos reales, y que
son las que por definición poseen más ‘cosidad’, son más cosas, porque en ellas cabe no
solo todo lo abstracto que podemos achacarle a algo, sino también lo más concreto. Y no
siempre es posible asignarle tan fácilmente una cualidad de ser cosa a algo.
Ahora bien, me he referido a cosas concretas y abstractas, y podría añadirse aún la difícil
combinación de ambas. Y he aquí que sucede algo curioso, porque algunas de esas cosas
abstractas que podemos meter en palabras son ideadas por nosotros. No siempre se trata de
una ficción que tejemos enteramente o que nuestra mente crea de una manera inédita. Es
más común lo contrario: nuestra mente forja un mundo de combinaciones, con cosas que ha
adquirido de la experiencia, y que ha convertido en palabras y conceptos con cualidades
diversas. Por ejemplo, si soy un escritor de novelas de misterio, imagino una calle con un edificio donde
vive una persona con un nombre y apellido que se dedica a una profesión, digamos, periodista, y que está
investigando un accidente que parece dar pie a sospechar que sea un crimen. Ni la calle, ni el edificio, ni el
apartamento con toda su decoración y sus muebles, ni el periodista ni el accidente son reales: yo los he
imaginado, los he inventado, pero los puedo comunicar como realidad verosímil para todos mis semejantes,
porque se basan en realidades anteriores: en calles y edificios que ya existen, así como en personas y hechos
que podrían existir. De tal modo que doto a esas figuraciones de mi mente de un aura o barniz
realista. Por eso, la palabra inventar, que antes he mencionado, en cursiva, es singularmente
feliz en esto, porque aunque coloquialmente se entiende en un significado afín al de crear o
idear algo, en realidad se origina etimológicamente de su homónima inventare en latín, que
significa “encontrar”: lo inventado es, en el fondo, lo encontrado.
Algo contrario a lo anterior sería que yo creara una descripción con un lenguaje o al
menos unos términos que solo yo conozco. Lo más seguro es que nadie me entendería,
pero, de alguna misteriosa manera, si al menos enmarcara esos términos en el idioma que
comparto con otros hablantes, algo de lo que digo traspasaría la barrera terminológica, y
sería de alguna manera comprensible o vagamente alcanzable. Siempre queda la pregunta:
¿Qué es lo que se alcanza en ese enredo? Ese es el meollo de esa manera que he llamado
misteriosa de captar algo que se nos dice en unos términos completamente extraños a
nosotros. Un buen ejemplo de lo dicho es el poema Jabberwocky de Lewis Carroll.
6.
Podemos entonces nombrar las cosas del mundo, las cosas de nuestra propia existencia,
que no parecen estar sino indirectamente en el mundo, porque estando en nosotros, que
estamos en el mundo, de alguna manera le pertenecen a éste, pero en realidad, son
manejadas, combinadas y administradas por nosotros en nuestra mente, y constituyen una
relación con el mundo, más que algo que está en el mundo de modo independiente. Como
la palabra “pero”, que no significa nada real sensible del mundo, pero que tan útil es para
referir ciertas relaciones y realidades adversativas acerca del mundo. Nos apropiamos de
esa palabra como de una herramienta más de las que nos servimos para decir las cosas.
Pero no siempre es posible hacer esa apropiación cabalmente. Tampoco es siempre es
necesario. Mientras más profundo vamos descubriendo en lo que reside en nuestro espíritu,
más difícil es poder expresarlo coherentemente. Somos una red enredada para nosotros
mismos, y la suma introspección, mientras más aguda y delicada sea, más descubre la
abstrusa urdimbre de cosas entrelazadas y semiocultas que, sin aclararse, nos dejan saber
empero que somos para nosotros mismos un misterio que puede hasta causar pavor, no
porque seamos un terrible ser, sino porque nos damos cuenta de que podemos albergar más
cosas de las que imaginábamos, algunas inquietantes o abismales. Con razón dijo Sófocles
en su Antígona que de las cosas que existen, el hombre es la más pavorosa (to deinótaton).
Y entre las cosas que se integran a la palabra están también las experiencias con lo que
llamamos lo sagrado y lo sobrenatural: de alguna manera hay que referirse a ellas. También
caben en la palabra. Pero ¿A qué se refieren tales cosas? ¿De dónde sale lo sobrenatural y
lo sagrado? Antes de que el ser humano tuviera clara la estructura o sistema de lo religioso
o aún lo mitológico, había tenido este sentimiento de lo sagrado y la intuición de lo
sobrenatural. Quizá se alumbraron junto a impresiones sensibles e íntimas de sorpresa,
temor, maravilla o reverencia. No voy referirme a la primera –lo sagrado– porque no hay
tiempo, de modo que me ceñiré a lo segundo: lo sobrenatural.
7.
Hay varias formas de pensar tal cuestión, de entrarle a esta cosa sin ‘cosidad’ en nuestro
mundo, y hay hasta unas cuantas palabras que se pueden decir sobre esto en lo cual las
palabras no siempre corresponden a algo que pueda saberse o tenerse a mano al modo como
se pueden tener los objetos más simples. Las palabras pueden ser, en esto, mejor que el
silencio: porque suponen un punto de partida. Pero del silencio, como ausencia o
inexistencia que se, difícilmente se puede partir a algo, aunque, por otro lado, nos pone,
literalmente, frente al acto de romper con el silencio y hablar.
Ante todo y brevemente diré que parece existir también un paradójico y hasta difícil
entendimiento del límite o región del concepto aludido en el término ‘sobrenatural’. El
hombre difiere de los seres de la naturaleza porque él es, además de un ser natural, un ser
cultural. Si se comprende lo sobrenatural como aquello que está por encima de lo natural o
sobre aquello, podríamos preguntarnos si no es todo lo que hace el hombre, en cuanto
hombre, algo sobrenatural. Desde luego, es un entendimiento un poco burdo de la cuestión,
pero ronda en la mente con obstinación y quizá se aclare más adelante.
Lo sobrenatural parece cruzarse con lo sagrado. En lo sagrado está el umbral o la
antesala de lo sobrenatural: lo sagrado nos dice o nos indica algo sobrenatural. Pero lo
sobrenatural, precisamente por serlo, es algo en principio desapercibido. Es una cualidad
impuesta o asignada por la voluntad humana. Esto hace que sea bastante difícil de estudiar
y dilucidar para intentar hacer alguna disquisición sobre ello. ¿Qué es lo sobrenatural?
Antes he hablado de una intuición de la cual nacería el concepto de lo sobrenatural, el cual
parece inclusive preceder a la misma religión sistemática y organizada. Encontramos
contextos antiguos en que, entre los elementos que los conforman, hay nociones
compatibles o traducibles con la noción de lo sobrenatural. Quizá lo he expresado con
muchos vericuetos, pero es que habría una trampa barata y fácil en decir que “encontramos
lo sobrenatural ya en las primeras religiones antiguas organizadas”, porque parecería dar la
idea de que eso que encontramos es lo mismo que vamos a entender siglos más tarde o aún
hoy por ese calificativo de ‘sobrenatural’, y yo prefiero mantener las distancias, aún si se
trata de cuestiones o realidades cercanas. En mi tesis, expuse esta cuestión de una manera
histórica y hasta geográfica: no podía ni tampoco me interesaba examinar lo sobrenatural
en todo el mundo y todas las épocas, sino solo en lo que podía tener influencia o incidencia
en la obra y los planteamientos del autor que investigo. Por eso tomé el caso de cinco
comunidades del mediterráneo oriental antiguo: los egipcios, los mesopotámicos, los
griegos, los judíos y los cristianos. Añadí a esto un vistazo a las ideas y antecedentes del
tema de lo sobrenatural en los árabes y el Islam. En todos esos casos, me referí a la cuestión
de las relaciones que plantean los hombres con lo sobrenatural, de acuerdo a las varias
formas de entender esto último, y en las cuales vale la pena resaltar lo común: la
conceptuación de las existencias sobrenaturales como poderosas, trascendentes y
misteriosas. Lo primero se relaciona con las divinidades y potencias denominadas hoy
espirituales, y en las cuales ésta característica simbólica es muy reveladora del modo cómo
se plantea lo sobrenatural. Por ello me referiré brevemente a ella.

8.
Pienso que hay muchas cosas por las cuales debe haber brotado un antiguo asombro en
nuestros ancestros. Dos de ellas habrían sido el asombro por lo invisible pero existente y el
asombro por el diálogo interior en cada uno de nosotros. Lo primero se expresa en cosas
como el aire y el viento, que siendo invisibles, sin embargo, no solo existen, sino que son
existencias muy particulares, llenas de significado y relevancia, por muchas causas, y una
de las no menos importantes es que el aire y el viento están en toda la realidad del mundo,
literalmente en toda la atmósfera, pero también en uno mismo, en “el aire que respiramos”,
como dice la expresión coloquial. Esas asociaciones y hechos ocasionaron que metáforas y
símbolos del aire y del viento se emplearan para referirse al otro mundo, al mundo
sobrenatural: en hebreo, en la antigua lengua egipcia, en las lenguas de Mesopotamia, y en
griego, latín y árabe. Voces como espíritu, alma, y sus equivalente en esas otras lenguas,
todas aluden al viento, como aire, como aliento de vida, vida que se conceptúa a la vez de
manera abstracta, como la actividad de un ser, pero también de manera concreta, como su
respiración, su soplo o hálito de vida, su espíritu. Ahí está una primera conceptuación de lo
sobrenatural con respecto a algo cercano: la respiración como signo propio de la vida.
Luego vino el problema de adónde vamos cuando dormimos o morimos. Ciertamente, el
sueño también va a tener estas asociaciones con lo sobrenatural, especialmente en el caso
de sueños que se califican como premonitorios. Pero la asociación principal de lo personal
con lo sobrenatural, al menos en esta etapa antigua, está dada con respecto al tema y
problema de la muerte. Es con respecto a ella que se habla de “entregar el espíritu”,
“exhalar el último aliento”, “dar el último hálito o soplo de vida”, para luego considerar
destinos alternativos después de ese acto.
Asimismo, lo otro mencionado: el diálogo interior como causa de asombro y estupor,
ante el hecho de que se piensan cosas de las cuales los demás no se dan cuenta. Ello actúa
como evidencia de lo oculto en uno mismo, lo que pasa completamente desapercibido por
los demás porque no se expresa en palabras, en voz a los demás, sino que se esconde en el
pensamiento de uno. Y ese pensamiento a veces se desglosa como un diálogo mental, e
inclusive con intervención de varias voces alternativamente. Un importante investigador de
la psicología, Julian Jaynes, se refirió, hace una generación, en 1976, a la importancia de
esta cuestión del diálogo interior, y de las “voces” que en él se oyen, en un estudio muy
polémico. Atribuía buena parte las revelaciones espirituales del mundo antiguo y el
desarrollo mismo de la conciencia humana a cuestiones relacionadas con el funcionamiento
de los hemisferios cerebrales. Yo he querido referirme a este autor más que todo para decir
que no se trata de tales cuestiones a las que me refiero con esto del asombro por la
existencia de una vida interior, sino a algo más simple: una mayor conciencia de la verdad,
el peso de lo que es, y al mismo tiempo, el problema que supone recrear o cambiar lo que
es, la realidad, por otra construcción de hechos en la mente, cuestión que exige un esfuerzo
de imaginación que se hace más difícil cuanto más se está alejado de la vida civilizada
urbana. Esta construcción mental alternativa a lo que es, es la mentira, la simulación o la
ficción, y ellas exigen una creatividad no tan accesible ni fácil ni sencilla en los iniciales
momentos civilizatorios. Ciertamente, existirán esas tres cosas, y de ellas dan cuenta los
relatos más antiguos: Gilgamesh, El libro de los muertos, la Biblia, la Ilíada y la Odisea…
Asimismo, la realidad se vertía literariamente de maneras mezcladas de un modo que no
es el de hoy, que predomina la prosa. La antigüedad también tenía esa prosa, pero asimismo
otro tipo de expresiones para referirse a otro tipo de realidades. La poesía no era asunto
solo de algunos con vocación de aedos o profesionales del canto. Hasta en el mercado se
podía expresar poesía al anunciar los productos, y los políticos y guerreros, también usaban
elementos retóricos de ritmo y musicalidad para convencer y arengar. Pero, si por sobre
todo era más respetada la poesía, era también porque en ella se concebía que no todo
dependía de lo que el que recitaba tenía en sí mismo, sino que algo de su expresión
provenía de lo sobrenatural. Ya fueran las musas quienes lo inspiraran, o los númenes
directamente, o alguno de los mismos dioses. A este respecto, se hablaba del daimon que
poseía a los poetas, y hay toda una discusión en el diálogo Ión de Platón al respecto. Así
pues, ante el magno hecho de la creación literaria, las cuestiones de la mentira, la ficción y
el origen de la inspiración parecen pasar a segundo término.
9.
Lo que estaba entre bastidores en las líneas anteriores es la pregunta, frecuente entre estudiantes cuando
expongo este tema, de si estas percepciones sobrenaturales de innumerables personas a lo largo de la historia
en distintos lugares, son cuestiones inventadas, son mentira o verdad, son actos sinceros o una farsa, etc. No
sé cómo contestar a eso. Al lado de nobles profetas y profundas pitonisas de la antigüedad, que asombraban
por la solemnidad y relevancia de sus palabras, también había farsantes y falsos profetas. De hecho, estos
últimos parecían abundar más que los profetas genuinos, al menos entre los hebreos y otros pueblos semíticos.
De modo que lo ya nombrado lo vamos a encontrar englobado, en menor o mayor
medida en lo sobrenatural, enunciado todavía como lo sagrado y lo misterioso: el mundo
interior del hombre y sus inspiraciones o revelaciones (sea en sueño o en vigilia, de manera
repentina o paulatina, o, ya más infrecuente, en situaciones especiales de la mente, como un
trance). Estas revelaciones o ideaciones tampoco remiten solo a cuestiones de potencias
espirituales o divinas, sino que pueden referirse a cuestiones poéticas o de una particular
personalidad (el “genio” personal, y la aprehensión del destino que generalmente con él se
da acompañada). También, estas percepciones e informaciones irían haciendo referencias,
dentro de lo oculto, al interesante tema del porvenir: las características del futuro. A la vez,
estas revelaciones tienen que ver mayormente con lo oculto para el hombre: el destino
último tras la muerte. Cada cultura va a dar un especial énfasis en uno u otro aspecto de
esta cuestión. Ya hemos mencionado a Grecia con el aspecto de la poesía, pero allí también
nacerían los cultos mistéricos que, más allá de la religión ordinaria tradicional, intentarían,
como una adscripción religiosa aparte, crear una mayor adhesión paralela al mundo de los
dioses, incorporándose más personalmente en él, cuestión que era rara en Grecia, y de
hecho, es siempre algo más individual y aislado en toda civilización: las personas que se
entregan a lo divino o lo trascendente son siempre una minoría.

10.
En la cultura hebreo-judaica, la principal figura de la percepción sobrenatural será el
profeta. Y es precisamente éste al que más cercanos estamos esta tarde, porque ¿Qué es lo
que hace un profeta? Miremos la palabra: proviene de proferir, decir, exclamar, sacar
afuera (pro-foros) lo que se tiene dentro. Eso es la expresión sobrenatural: es, ciertamente
algo más que una simple inquietud o corazonada. Es algo que pesa en el alma, en el ánimo,
que no deja dormir y cuando se duerme nos despierta agitados con la fuerza de un deber
que exige ser cumplido: hay que decir eso, que quizá está en el aire, pero nadie, ninguna
persona, sea por timidez, por dejadez, por comodidad, por miedo, por complacencias, por
no buscarse problemas, por mil y una buenas razones, nunca lo va a decir. Sabemos lo
actual que es eso. Lo vivimos en nuestra propia cultura, sobre todo en la última década.
Algo parecido sucedía en el antiguo Israel. Se podía estar viviendo una situación de
injusticia, de violencia, de arbitrariedad hasta la tiranía, pero las personas no decían nada.
Excepto los profetas. Y es interesante que a veces hay algo de involuntario en su
intervención (inclusive hubo profetas renuentes a su misión). Es interesante, además, que
no se trataba de una vocación profesional o por gusto. Es una vocación de responsabilidad:
el profeta sabe que eso que dice le puede traer problemas y se los traerá, pero no se trata de
decirlo o no. Sabe que tiene que decirlo. A veces, Dios, el Dios que le hace hablar, le salva
de problemas. La mayor parte del tiempo no hace eso. Ser profeta era arriesgado en ese
medio y esa época. ¡Y se trataba del pueblo de Dios! Del pueblo que Dios había elegido
para ser guiado a la salvación. Pero es que justamente, ser los más llamados no significa ser
los más dispuestos o solícitos. A veces, los más llamados lo son porque son los más
rebeldes…
Los profetas representan esa voz interior misteriosa que quiere llamar a todos –
incluyendo a ellos mismos– no solo a una sanidad y una corrección, sino a una esperanza y
una conversión. Se suele pensar que lo más importante de estos profetas tiene que ver con
su clarividencia o premonición con respecto a hechos futuros. En realidad, eso se trata de
un asunto más incidental y propedéutico: portentos y maravillas son una especie de
“abrebocas” para conseguir, al menos, llamar la atención, y alcanzar algunos seguidores.
Pero lo principal de la misión no tiene que ver con cosas extraordinarias o milagrosas, sino
con la transformación de las vidas de las personas.
11.
Aparte de los profetas, en la tradición judía lo sobrenatural se suele entender como
referido a milagros, portentos y hechos maravillosos. Pero parece claro que aquí hay un
deslinde importante de lo sobrenatural en ese sentido aludido con lo religioso como tal.
Creo que un ejemplo aclarará el deslinde. Lo sobrenatural entendido como un prodigio,
ciertamente es extraordinario. Pero, antes que centrarnos en lo extraordinario, parece más
interesante en qué o quién produce eso extraordinario, y para qué lo produce. Lo primero,
el estupor ante lo extraordinario, es propio del común de las gentes, y lo sobrenatural en
este sentido, servía para llamar la atención a la muchedumbre y cautivarla con lo
sobrecogedor. Pero lo verdaderamente importante desde un punto de vista religioso no es
eso extraordinario que sucede, sino lo que está detrás de lo extraordinario; como antes he
dicho: quién produce esa acción y para qué la produce. Lo que está entonces en juego aquí
es que lo sobrenatural está en función de lo religioso, en cuanto que está en función de la
comunicación de lo divino al hombre. Lo sobrenatural es más un medio que un fin. El
cristianismo conservará este modo de comprender esa noción, y ya desde un comienzo, la
vida de Cristo contenida en los evangelios da muestra de cómo los prodigios y hechos
milagrosos tienen una finalidad promocional o de fijación de la figura y el mensaje. El
sentido de lo sobrenatural, en esa misma noción de lo extraordinario, es impactar a los
posibles creyentes para vencer su resistencia inicial. Ya en los momentos más graves de su
ministerio, es decir, al final del mismo, lo extraordinario abandona a Jesús (excepto en
algunas señales), y solo se recupera tras su muerte con su resurrección, porque, en su plan,
su procesamiento y muerte no fueron un tropiezo o un incidente fatal, sino justamente lo
necesario para dar sentido y cumplimiento a su misión. Por eso se ha dicho que, mientras
para muchos grandes hombres, la muerte es un tropiezo en su caminar por la vida, el cual
deja truncos sus planes, en Jesús, la muerte es el sentido de su vida: él viene a morir.
Por otro lado, el cristianismo realizará la primera objetivación de lo sobrenatural, hasta
en ese nombre mismo de “sobrenatural”, que provendría, según Henri de Lubac (1896-
1991), autor de los que más ha estudiado este tema, del campo teológico cristiano. Autores
de los primeros siglos de nuestra era, tanto cristianos como neoplatónicos, se referían a la
noción de lo sobrenatural con los vocablos griegos ύπερουράνιος (“sobre los cielos” o “en
los cielos”)1 e ύπερκόσμιος (“sobre el cosmos”)2. En ambos casos, se vertió como
sobrenatural, lo que estaba por sobre lo celestial (uranós) o por sobre el cosmos. El término
parecería tener una connotación cosmológica o aún supracosmológica. No está claro si se
designaba así un lugar celeste o supraceleste (es decir, sobre los cielos, o allá arriba en los
cielos), pero el prefijo hyper (ύπερ) connota la idea de algo que está sobre o más allá o del
lado de lo distante de algo. Otras voces relacionadas con las mencionadas son el adjetivo
ύπερφυής y la expresión ύπερ φύσιν,3 con la cual llegamos, literalmente, a lo que hoy
llamamos “sobrenatural”, y así, en latín (supernaturalis) lo traducirían en el Medioevo,
primero Hilduino (775-840) obispo de París, y más tarde Juan Duns Escoto (1266-1308)4.
Ahora bien, ¿A qué se referiría lo sobrenatural en el sistema de creencias cristiano? Los
teólogos dicen que, con el nombre de ‘sobrenatural’ se designa un orden de la realidad
distinto y superior al orden natural, esencialmente por encima de la naturaleza de los seres
creados. Fijémonos que se ha sacado aquí la cuestión de una visión espacial, y se la ha
pasado a una especie de visión abstracta y estructural. En la doctrina católica no se habla
tanto de lo sobrenatural, como un algo o cosa, sino de un orden, como una ubicación
clasificatoria. El orden sobrenatural se refiere al conjunto de efectos que exceden los
poderes del universo creado. Tales efectos son producidos gratuitamente por Dios (es decir,
dados por su gracia divina) para elevar la criatura racional por encima de su ámbito nativo
a una vida y destino divinos, o sea, para elevar esa criatura a él. El término ‘sobrenatural’

1
Este término aparece en textos del Pseudo-Dionisio Areopagita (autor cristiano del tardío siglo V d.C.),
quien usaba el prefijo hyper con profusión, a veces con la connotación de “más allá”, “por encima”, o
“supra”, (cfr.: hyperousios, “supraesencia”), pero quizá también con una significación de lo máximo de algo,
como en el uso coloquial en castellano de los prefijos super, extra o ultra (cfr.: hyperagathos, “superbueno”,
hyperagatothpes, “extrabondad”, hyperarrhêtos, “ultrainefable”, hyperdynamos, “superpoder”, etc.). Cfr.:
Sarah KLITENIC WEAR, John DILLON: Dionysius the Areopagite and the Neoplatonist Tradition:
Despoiling the Hellenes. Ashgate Publishing Limited, Aldershot, UK, 2007, pp. 1-11.
2
Este término, hyperkosmios, vertido como ‘supramundano’, aparece en dos autores del siglo V: el cristiano
San Cirilo de Alejandría, y el pagano Jámblico.
3
También estaba el término παρά φύσιν, que sería más tarde traducido como praeter naturam, o
‘preternatural’.
4
Ya para el momento en que Duns hace sus traducciones, la influencia de santo Tomás de Aquino había
difundido bastante la noción de lo sobrenatural, que para éste, es un concepto cuya creencia queda confiada a
la fe (Cfr. Santo Tomás: Summa Theologica, I, quaestio 99, a.I.)
aquí se contrapone al término ‘natural’.5 El orden sobrenatural no sería solo un orden
divino, puesto que hay seres, como el hombre, que comparten en sí o en quienes hay
coexistencia de facultades naturales con la llamada gracia sobrenatural. Pero, en todo caso,
el orden sobrenatural tiene, más que un origen, una “fuente” divina, es decir, está mucho
más directamente relacionado con lo divino o lo espiritual que lo natural. Otro pensador,
Maurice Blondel (1861-1949), al efecto, ha dicho que lo sobrenatural, “procediendo de una
condescendencia gratuita de Dios, eleva a la criatura inteligente a un estado que no puede
ser realizado, ni merecido, ni siquiera concebido expresamente por ninguna otra fuerza
natural, pues se trata de la vida íntima divina, secretum Regis, de una verdad impenetrable
a toda visión filosófica, de un bien superior a toda aspiración de la voluntad.”6
El sentido de lo sobrenatural antes aludido despliega ese vocablo más como un adjetivo
que cubre los conceptos, que como un concepto mismo (aunque lo hay, ese concepto, tal
como se ha esbozado, y luego se volverá a tocar). En este sentido adjetival, los teólogos
católicos llaman ocasionalmente sobrenatural al modo milagroso en que se producen ciertos
efectos en sí mismos naturales. En este caso, se refieren a esos efectos como
accidentalmente sobrenaturales (supernaturale per accidens), entendiéndose que se trata de
efectos que acaecen al ser, de parte de un poder superior que actúa sobre la naturaleza que
él ha creado. Antes de estos efectos accidentalmente sobrenaturales, estaría lo que el
teólogo Reginald Garrigou-Lagrange, O.P. (1877-1964) llamó lo sobrenatural substancial
(increado, absoluto). Después de ese primer caso, estaría lo sobrenatural accidental (creado,
participado) que antes se mencionó. Él divide a este sobrenatural accidental en dos: a. Lo
sobrenatural simpliciter o absoluto propiamente dicho, y, b. lo sobrenatural secundum quid,
por comparación, que sería lo que antes se ha nombrado como ‘preternatural’
(praeternaturale) o sobrenatural relativo (y aquí se incluyen cosas como la inmortalidad

5
Digamos de paso que si un pensador concibe el orden natural como el mundo de los seres materiales, con
exclusión de entidades inmateriales, o como el mecanismo necesario de causa y efecto, con exclusión de la
agencia libre de la voluntad (lo cual entrañaría un determinismo propio de ese orden natural), o también como
el conjunto de fuerzas inherentes al universo, excluyendo la concurrencia extrínseca de Dios, entonces ese
pensador podrá con coherencia llamar sobrenaturales a todos los hechos espirituales, determinaciones
voluntarias, u operaciones divinas. Ahora bien, si este pensador hipotético concibe el orden natural como el
único existente (postura monista materialista), entonces lo sobrenatural sería algo irreal, una ficción. Ello
implicaría una negación de lo sobrenatural en sí, como realidad posible, y un rechazo al significado original
que se ha dado líneas antes, que reconoce la existencia y efectividad de ese orden sobrenatural. En este
sentido, la presente investigación no sigue ese monismo sino un dualismo matizado, que reconoce ambas
realidades, la natural y la sobrenatural, cada una con sus derechos y circunscripciones.
6
Cfr. LALANDE, André: Vocabulaire, «Surnaturel», 8ª ed., 1960, p. 1075n.
condicionada del cuerpo y lo maravilloso diabólico, entre otras).7 Lo preternatural
abarcaría ciertos dones (como una inmunidad del hombre a la muerte, al sufrimiento, a la
pasión y la ignorancia8), que elevarían al ser desde una condición inferior a una superior,
aunque siempre dentro de los límites de lo creado. Por eso, a ese tipo de dones se les llama
preternaturales, o relativamente sobrenaturales. Por otro lado, lo sobrenatural secundum
quid se divide a su vez en sobrenatural quoad substantiam (en el que se da la influencia de
la causa formal, como la gracia, los sacramentos), y sobrenatural quoad modum (por
influencia de la causa final, como en los actos naturales producidos por la caridad, o
influencia de la causa eficiente, como en los milagros y profecías, amén de otros casos.
12.
En nuestra tesis, las cuestiones no acababan aquí sino que, como ya antes he dicho, se
pasaba a la religión posterior al cristianismo en medio oriente, que fue el Islam. En esta lo
sobrenatural está conceptuado como “lo oculto” (al ğayb), en el mismo sentido que se habla
del “más allá” o de “ciencias ocultas”. Pero es importante notar que se continúa el énfasis
en notar la cualidad de lo sobrenatural como algo que también debe ser creído junto con lo
principal que sostiene la religión. Es como si tanto el cristianismo como el Islam se dieran
cuenta de que, además y hasta antes de creer en Dios y sus jerarquías angélicas, hay que
también atestiguar y creer en lo sobrenatural. En el Islam, esto inclusive está contenido en
el mismo Corán, al comienzo de la que es quizá su sura o capítulo más importante: La
Vaca:
ALM, este es el libro. No hay extravío en él; [Es] una guía para los
que temen a Dios; aquellos que creen en lo oculto. (Corán, II, 1-3)

Y como en el judaísmo, la figura principal, protagónica de esa recepción del mensaje


sobrenatural, va a ser el profeta. Pero no una figura genérica de profeta, sino un profeta

7
Lo preternatural, sin estar por encima de toda naturaleza creada, está por encima de la naturaleza humana, y
corresponde a hechos como cruzar instantáneamente un gran espacio (o estar en dos lugares a un mismo
tiempo, Cfr. Bilocación), leer en las conciencias, etc. La mayor parte de los milagros pertenecen a lo
preternatural. Cfr. FOULQUIÉ, Paul: Dictionnaire de la langue philosophique, Presses Universitaires de
France, Paris, 1969, p. 471.
8
Si bien, aunque parece más difícil comprenderlo, sería más aceptable esa inmunidad a la muerte, el
sufrimiento y aún la ignorancia, resulta un tanto extraño pensar en esa inmunidad a la pasión, puesto que es
justamente la pasión lo que, lejos de ser rechazado, es recibido por la criatura, para ser llevado a una
elevación o transmutación, de lo que es energía en esa pasión, a potencia vitalizadora de lo humano hasta
llevarlo a una calidad cónsona con lo sobrenatural. Así al menos ha ocurrido con los grandes santos y ascetas:
no reprimen ni minimizan ni menos aún ignoran sus pasiones, sino que las reconducen y transforman, por un
proceso de conversión, renovación y metamorfosis (metanoia) en la “nueva persona” renacida en Cristo.
determinado, que es Mahoma o Muhammad. En orden descendente, todos los demás
perceptores sobrenaturales irán mostrando su capacidad en este extraño campo operativo,
desde los más nobles o loables en su intención por debajo de los profetas, hasta los que
rondan en lo fraudulento, cuando no en alianzas con demonios, que serían los adivinos,
zahoríes, y practicantes de la hidromancia y otras artes oscuras. El tema de mi tesis
precisamente se teje en la distinción y características de todos estos personajes, descritos en
la obra del autor estudiado. Falta decir cuál es la relevancia de tal característica perceptiva
de lo sobrenatural para que merezca un lugar tan preponderante de lo histórico. Ibn Jaldún
no nos hace un tratamiento muy concreto y específico al efecto, pero aventuro precisamente
la afirmación de mi hipótesis que esgrimo en mi tesis: los perceptores sobrenaturales, o si
se quiere, el profeta mismo como perceptor sobrenatural, representa y es muestra del poder
de un individuo en la historia. Si bien, como dice Ibn Jaldún, y como siguieron diciendo
milenios más tarde muchos historiadores y mucha historiografía, la historia está hecha de
transcursos colectivos en los que los individuos apenas tienen relevancia, pues lo que
funciona, a modo de inmensa maquinaria, son las necesidades sociales, económicas y
políticas, que manejan a los hombres como actores de comparsa o aún extras –sean reyes o
esclavos– en un drama que aplasta a las voluntades humanas como aplastaría un tractor los
hormigueros de un bosque a su paso. Solo el caso del profeta es una excepción, porque
llega en el momento adecuado con el mensaje adecuado para cambiar la historia, como lo
hizo en el caso de los árabes, sacándolos de ser un pueblo salvaje en el desierto para ser un
pueblo civilizado dueño de un gran imperio de oriente a occidente, productor de riqueza,
arte y ciencia. Solo el profeta, con su mensaje trascendente, producto de la revelación
percibida sobrenaturalmente, pudo lograr el hecho portentoso de la unión de los pueblos
árabes, que, como Ibn Jaldún dice “Si hubierais empleado todos los tesoros de la Tierra, no
habríais logrado unificarlos. Pero Dios consiguió unirlos.”9
***
Ciertamente, estamos lejos de cuando empezamos recogiendo lo más sencillo de pensar
ideas y tratar de meterlas en palabras para decir cosas del mundo, de la experiencia, o de
nuestra interioridad con ellas. Pero quiero terminar mi intervención intentando volver,
quizá inútilmente, al meollo del tema: ¿Cómo se habla de lo sobrenatural?

9
Cfr. Ibn Jaldún, citado en MORRIS, Desmond: El mundo árabe, Time-Life, México, 1963, p. 11.
Me parece que hay dos modos en que esto sucede – el hablar con respecto a lo
sobrenatural – y uno sería quizá el principal, como en el caso de los profetas, el de estar
empujado por una fuerza interna, fuerza de la propia personalidad, del propio yo, que nos
impulsa a decir, declarar aquello que para ellos es tan patente que deben expresarlo. Hay
como una obligación, una urgencia, un mandato de decir eso que tienen dentro. En el caso
de las pitonisas y clarividentes y otros, ellos emplean algunos medios para auxiliar o
procurar eso, como recurrencia a ejercicios de meditación, de devoción, de concentración
particular en ciertos aspectos sensibles de unas áreas para reducir la atención o distracción
en otras áreas. Por ejemplo, en figuras visuales, colores, olores, etc. Y el segundo caso, el
más común, es cuando una persona común y corriente se pone en situación de desear
dirigirse, relacionarse o reconectarse con lo sobrenatural, pero no así de una manera general
y vaga, sino al ser en quien puede cobrar pleno sentido lo sobrenatural, que sería la
divinidad, en la figura de un Tu, un otro, al cual, quien a él se dirige, lo asume como
existente y oyente de su palabra y su interpelación (es decir, lo asume existente) y lo
considera además como correlativo con su propio ser como humano, con su propia persona,
un ser correspondiente a él. Porque al apelar a él, dirigirse a él, está también apelando a las
fuerzas que le dan sentido a su propia existencia en el mundo. Es decir, cree en la existencia
de ese o esos seres porque esa o esas existencias dan a su vez razón a su propia existencia
como persona. Es como si encontrara un esquema de pensamiento y también de acción, que
responde coherentemente a su idea de por qué está en este mundo. Yo no estoy tratando
aquí de explicar ni la creencia religiosa ni la existencia de Dios, sino que trato de desglosar
uno de quizá muchísimos modo de interpretar la conexión con lo sobrenatural en un caso
hipotético y abstracto. Me parece distinguir un caso así o parecido en san Agustín, que a la
vez es muy filosóficamente coherente con lo que él conforma como sistema de su creencia.
No me gusta mucho emplear la siguiente expresión, pero me parece que él hace como un
sistema “a su medida”, una teoría de lo divino, que le sirve para apoyar lo que él es, y razón
y sentido a la existencia que él empieza a construir a partir de su conversión, así como una
nueva razón y un nuevo sentido a todo lo que tiene ante sí como ser y como mundo. Pero
no todos tenemos tal capacidad, suerte o gracia para lograr esa aprehensión, aunque
podemos intentarla. Muchas gracias.

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