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AVANCES CIENTÍFICOS EN LA DETECCIÓN DE LA MENTIRA

Jaume Masip
Profesor Titular de Universidad
Universidad de Salamanca, España

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RESUMEN

Tradicionalmente, la investigación científica en detección de mentiras ha asumido que, al


mentir, las personas muestran espontáneamente indicios conductuales delatadores. Sin
embargo, las recientes integraciones meta-analíticas de varias décadas investigación
constatan que tales indicios no abundan. Ello ha imprimido un cambio de rumbo en la
investigación, que ha tomado dos vías distintas. La primera consiste en el desarrollo de
estrategias activas de entrevista para detectar mentiras. Éstas pretenden generar y maximizar
estratégicamente diferencias conductuales entre sospechosos sinceros y mentirosos. La
segunda vía consiste en el empleo de indicios contextuales (en lugar de conductuales) de la
mentira. La investigación reciente demuestra que estas nuevas aproximaciones son
prometedoras. No obstante, todavía están en desarrollo y es importante refinarlas antes de su
empleo masivo en ámbitos aplicados, donde las consecuencias de una decisión errónea
pueden ser potencialmente muy graves.

1. PERSPECTIVA TRADICIONAL EN INVESTIGACIÓN SOBRE LA DETECCIÓN


DEL ENGAÑO

Históricamente, mentir se ha visto (y aún se ve) como algo dañino y moralmente


reprensible. Uno de los mandamientos que Jehová escribe en las Tablas de la Ley es “no dirás
falso testimonio contra tu prójimo”. Religiosos como San Agustín o Santo Tomás de Aquino
consideraron que mentir era pecado (por ejemplo, Pérez, 1996). Además, la visión negativa de
la mentira también está presente en otras culturas: en un trabajo en que se estudiaron los
valores y creencias alrededor del mundo, un porcentaje sustancial de los encuestados
consideró que mentir para el propio interés jamás está justificado (Inglehart, Basáñez, Díez-
Medrano, Halman y Luijkx, 2004).

Hace unos años, el psicólogo social Charles Bond especuló que las creencias que la
gente tiene sobre los inicadores conductuales de la mentira se derivan de estas ideas morales.
Bond agumenta que más que describir la verdadera conducta al mentir (función descriptiva),
tales creencias quizás pretendan fomentar la sinceridad (función prescriptiva). Argumenta que
transmitimos a cada nueva generación la idea de que mentir hace que uno se sienta mal, que
las mentiras que uno cuente serán evidentes a los demás y que el acto de mentir se castigará
(Global Deception Research Team, 2006). Se pretende que los niños interioricen tales
nociones: que crean que la mentira es transparente, que crezcan con el miedo a ser
descubiertos si mienten y se conviertan así en adultos sinceros. El fin último es el control
social: el malhechor será aprehendido no sólo cuando haya testigos que presencien su mala
acción, sino también cuando no los haya, ya que su conducta lo delatará al negar en falso su
implicación. Si este proceso socializador tiene éxito, esperaríamos (i) que la gente creyera en
la existencia de indicadores visibles del engaño, (ii) que tuviera miedo a ser descubierta al
mentir y (iii) que, en consecuencia evitara mentir. Aquí nos vamos a centrar específicamente
sobre el primero de estos elementos.

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1.1. CREENCIA POPULAR EN EL VALOR DE LOS INDICADORES CONDUCTUALES
DE LA MENTIRA

No cabe duda que la gente piensa que la mentira se revela a través de la conducta. El
propio Bond concibió y lideró una ambiciosa investigación para identificar las creencias sobre
los indicadores del engaño en todo el mundo. Los resultados revelaron que tales indicadores
existían y que, además, eran muy similares en países distintos (Global Deception Research
Team, 2006).

Esta creencia de que existen indicadores conductuales de la mentira lleva a que la


gente no pueda descartar la conducta visible del hablante al juzgar su veracidad, pese a que
pueda haber otro tipo de información más reveladora. Esto se demostró en una investigación
empírica de Bond, Howard, Hutchison y Masip (2013). Los participantes llegaban al
laboratorio en pares. Uno de ellos era asignado al rol de emisor y el otro al de instructor. El
emisor debía observar fijamente un gran reloj de cocina situado sobre su regazo durante 15
minutos, sin apartar la mirada ni un instante. Luego el instructor debía dar instrucciones al
emisor. Las instrucciones eran que el emisor debía hacer una declaración y que podía escoger
entre mentir o decir la verdad. Sin embargo, una de estas opciones era preferible para el
experimento. Si hacía lo que convenía al experimento, podría irse de inmediato. Si no, debería
quedarse durante 15 minutos adicionales, durante los cuales debería mirar fijamente el reloj
de nuevo. A la mitad de los emisores se les dijo que vendría mejor que mintieran, mientras
que a la otra mitad se les dijo que vendría mejor que dijeran la verdad. Tanto las instrucciones
como la declaración subsiguiente (verdadera o falsa) se grabaron en vídeo.

En esta situación, todos los participantes hicieron lo que, supuestamente, convenía al


experimento: todos aquellos que fueron invitados a mentir mintieron y todos los que fueron
invitados a decir la verdad dijeron la verdad. Tanto unos como otros quisieron evitar el
“castigo” de actuar contra los deseos del instructor (a saber, mirar fijamente el reloj durante
otros 15 minutos). En consecuencia, las instrucciones dadas a los emisores constituyen un
indicador 100% válido de la verdad o de la mentira. Tales instrucciones se relacionan de
manera perfecta con la conducta final (veraz o mendaz) de los emisores.

Posteriormente, Bond et al. (2013) mostraron las grabaciones a tres grupos de


participantes:

a) Al primero le enseñaron sólo las grabaciones de los instructores dando las


instrucciones a los emisores. Tras ver a cada instructor, los participantes de este grupo debían
indicar en un cuestionario si el emisor correspondiente había mentido o había dicho la verdad.
El índice de acierto fue del 97%; es decir, con acceso sólo a las instrucciones, los
participantes podían saber casi a la perfección quién había mentido y quién había dicho la
verdad.

b) Al segundo grupo le mostraron sólo la conducta no verbal visible (sólo imagen sin
audio) de los emisores. Tras ver a cada emisor, los participantes de este grupo debían indicar
en un cuestionario si dicho emisor mentía o decía la verdad. El índice de aciertos fue del 51%,
que es equivalente al 50% que esperaríamos por azar. La conducta visible no tuvo ninguna
utilidad para determinar quién mentía y quién decía la verdad.

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c) Al tercer grupo le mostraron ambos tipos de informaciones: las instrucciones dadas
a cada emisor, seguidas de inmediato por la conducta visible de dicho emisor. ¿Qué harían
aquí los observadores? ¿Emplearían la clave perfecta de la mentira consistente en las
instrucciones, o dejarían que sus juicios se vieran empañados por la conducta no verbal? En
esta condición, los participantes alcanzaron una tasa de aciertos del 76%. Ésta es menor que la
alcanzada por el grupo que sólo vio las instrucciones, lo que implica que los participantes del
tercer grupo dejaron que la influencia de la conducta no verbal redujera el casi perfecto índice
de aciertos que se podía alcanzar atendiendo sólo a las instrucciones.

Este estudio muestra el tremendo magnetismo que tiene la conducta como supuesto
indicador de la mentira.

1.2. CREENCIA DE LOS CIENTÍFICOS EN EL VALOR DE LOS INDICADORES


CONDUCTUALES DE LA MENTIRA

No es sólo el público en general quién cree que la mentira se revela en la conducta, ya


que los científicos también han sucumbido a esta idea. Las cuatro teorías principales
históricas sobre la mentira consideran que ésta se revela en indicadores conductuales:

a) En 1969, Ekman y Friesen (1969a) propusieron la “hipótesis del filtraje”, que


sostiene que las emociones cuya expresión facial se oculta o se enmascara con la expresión de
una emoción alternativa puede “filtrarse”, revelando así los verdaderos sentimientos del
comunicador. Ekman y Friesen consideraban no sólo la existencia de filtraciones en los
mentirosos, sino también la de claves del engaño, conductas que no revelarían el afecto oculto
o enmascarado pero que sugerirían que el emisor estaría mintiendo. La hipótesis del filtraje
dio origen a una nutrida línea de investigación sobre sonrisas verdaderas y falsas, la
transparencia del rostro versus el cuerpo al mentir, movimientos faciales controlables e
incontrolables y microexpresiones faciales (por ej., Ekman, 2009). Es sintomático que los
primeros párrafos de ese histórico artículo de Ekman y Friesen (1969a) recogieran aquella cita
de Freud que reza “el que tenga ojos para ver y oídos para oír puede convencerse de que
ningún mortal puede guardar un secreto. Si sus labios están en silencio, charla con la punta
de sus dedos, la traición supura de él por cada poro de su cuerpo” (Freud, 1905, p. 94).

b) Hubo otros investigadores históricos de la detección engaño que también


recurrieron a la misma cita. Se trata de Zuckerman, DePaulo y Rosenthal (1981; la cita está en
la p. 4). De nuevo, sus proposiciones están en línea con la idea básica de que la acción de
mentir se acompaña de conductas observables. Según ellos, cuando uno miente puede
experimentar (i) arousal (es decir, activación psicofisiológica), (ii) ciertas emociones
(causadas por el hecho de mentir en sí, como culpa, vergüenza o miedo a ser descubierto, o
bien ligadas al tema específico de la mentira), (iii) una mayor carga cognitiva (mentir es más
complejo que decir la verdad, así que hay que hacer un mayor esfuerzo mental) o (iv) uno
puede intentar controlar su conducta con el fin de inhibir supuestos indicadores de engaño y
evitar así ser descubierto.

Según Zuckerman et al. (1981), cada uno de estos cuatro elementos puede dar lugar a
conductas observables. Así, el arousal se revelaría en un aumento del tono de la voz,
dilatación pupilar, más alteraciones y errores del habla, movilidad corporal, (son)risas, etc.
Las emociones podrían filtrarse (como sostuvieran Ekman y Friesen, 1969a), dar lugar a

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adaptadores o reducir la frecuencia de ilustradores.1 El esfuerzo mental podría producir
alteraciones del habla (como latencias de respuesta prolongadas, numerosas pausas, etc.),
acortar la extensión del discurso o generar inhibición conductual, entre otras posibles
consecuencias. Por último, el intento de controlar la conducta podría dar lugar a una actuación
artificial o poco espontánea, a discrepancias entre conductas controlables (sobreinhibidas) y
no-controlables (no inhibidas) y a la supresión intencional de indicadores estereotípicamente
asociados al engaño.

c) Una tercera teoría que postula que la mentira se revela en indicadores conductuales
es la de los comunicólogos David Buller y Judee Burgoon (1994). Conciben la mentira como
una forma de comunicación persuasiva. Como tal, incluye conductas estratégicas y
deliberadas del mentiroso para manipular la información y dar la impresión de decir la
verdad. Sin embargo, el empleo estratégico de tales conductas puede convertirse en indicador
de engaño. En concreto, según Buller y Burgoon, con el fin de no ser descubierto el mentiroso
emitirá mensajes excesivamente ambiguos u opacos (incertidumbre o vaguedad), se
distanciará verbal y no-verbalmente del interlocutor para evitar ser escudriñado (falta de
inmediaticidad, reticencia y distanciamiento), se alejará verbalmente de sus propias
declaraciones y acciones, situando el foco de sobre los demás (pocas referencias lingüísticas a
uno mismo y más a los demás, escasa inmediaticidad verbal, etc.) y mostrará ciertas
conductas protectoras de la imagen y la relación, tales como asentimientos con la cabeza,
sonrisas o refrenar la aparición de filtraciones.

Además, junto a estas conductas estratégicas y voluntarias, el mentiroso también


mostrará, según Buller y Burgon (1994), delatoras filtraciones no-estratégicas de naturaleza
involuntaria, como manifestaciones de arousal y nerviosismo análogas a las del modelo de
Zuckerman et al. (1981), indicadores generados por emociones negativas asociadas al acto de
mentir (filtraciones emocionales, menos retroalimentación positiva dirigido al interlocutor,
evitación de la mirada, más negatividad verbal, etc.) y signos de dificultad comunicativa
(discrepancias entre el canal verbal y el no verbal, desviaciones del propio estilo
comunicativo habitual, etc.).

d) Por último, más recientemente, DePaulo et al. (2003) presentan un complejo marco
teórico como trasfondo de un meta-análisis en el que examinan el valor discriminativo de 158
posibles claves de la mentira exploradas en investigaciones previas. Predicen que, en
comparación con quienes digan la verdad, los mentirosos serán menos comunicativos
(forthcoming) (lo cual se reflejaría en 14 conductas o indicadores concretos), sus narraciones
serán menos “perfectas” (compelling) (65 indicadores), serán menos positivos y agradables
(positive and pleasant) (18 indicadores), se mostrarán más tensos (12 indicadores) y sus
declaraciones tendrán menos imperfecciones naturales y contenidos poco usuales (19
indicadores). (Quedan 30 claves adicionales analizadas en estudios previos incluidos en el
meta-análisis pero que los autores no lograron encajar en ninguna de estas predicciones).

1.3. CONCLUSIONES

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Los adaptadores son conductas tales como rascarse, juguetear con algún objeto, etc. Los ilustradores son los
gestos que acompañan al discurso y que enfatizan, puntualizan o, en definitiva, “ilustran” gestualmente lo que se
está diciendo con las palabras. El lector interesado puede acudir al trabajo seminal de Ekman y Friesen (1969b).
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En resumen, tanto la gente de la calle como los científicos han venido creyendo que
mentir da lugar a la aparición de ciertas señales conductuales que pueden traicionar al
mentiroso. Siendo esto así, todo lo que el detector debería hacer es escudriñar la conducta del
emisor de la comunicación y estar atento a la aparición de estos indicadores de la mentira.
Como veremos a continuación, esta premisa es errónea. La investigación científica llevada a
cabo por psicólogos y comunicólogos a lo largo de varias décadas muestra que la conducta no
es un indicador fiable de la mentira.

1.4. ¿ESTÁN JUSTIFICADAS LAS CREENCIAS SOBRE EL VALOR DE LOS


INDICADORES CONDUCTUALES DE LA MENTIRA?

Desde los años 70 del siglo XX, se han venido desarrollando las técnicas meta-
analíticas. Éstas consisten en procedimientos estadísticos que permiten integrar
cuantitativamente la investigación empírica sobre una pregunta científica concreta (por
ejemplo, la pregunta “¿cuáles son los indicadores conductuales de la mentira?”). Para ello, en
un meta-análisis, las diferencias cuantitativas entre las condiciones de interés (por ejemplo, la
diferencia entre la frecuencia de parpadeos al mentir y al decir la verdad) de distintos estudios
se traducen a una métrica común estandarizada denominada tamaño o magnitud del efecto.
Entonces, la magnitud del efecto hallada en estudios distintos se puede promediar, haciendo
que aquellos estudios más representativos (por haber empleado más participantes) pesen
proporcionalmente más que los menos representativos. Además, el meta-análisis permite
explorar bajo qué condiciones se dan las diferencias y bajo cuáles no, o en qué condiciones
específicas son más acusadas (véanse Botella y Gambara, 2006; Lipsey y Wilson, 2001;
Sánchez-Meca y Botella, 2010).

El meta-análisis es mucho más sofisticado y objetivo que las tradicionales revisiones


narrativas en las cuales el autor lee las publicaciones relevantes y hace su análisis crítico. Por
esta razón, en los últimos años su empleo se ha impuesto en las Ciencias del Comportamiento.
Su rigor y objetividad hacen que las conclusiones meta-analíticas se consideren más
definitivas que las de cualquier estudio individual (o que las de las revisiones narrativas).
Además, en los tiempos actuales, en que el volumen de producción científica en cualquier
ámbito es muy elevado, los meta-análisis permiten al neófito ponerse rápidamente “al día” en
un ámbito determinado de la ciencia.

Durante aproximadamente la última década, se ha publicado una serie de meta-análisis


que sintetizan la investigación que ha venido haciéndose en detección de mentiras durante los
últimos cuarenta años. Los resultados de estos meta-análisis permiten constatar si las
creencias que tanto el ciudadano medio como los científicos tienen sobre los indicadores
conductuales de la mentira son correctas. ¿Qué indican estos meta-análisis? Indican lo
siguiente:

a) La mentira no se refleja unívocamente en la conducta:

1) En un ambicioso meta-análisis, DePaulo et al. (2003) integraron los


resultados de 116 estudios distintos que, en conjunto, habían examinado 158
posibles indicadores conductuales (no-verbales y verbales) de la mentira.
Encontraron (i) que sólo unos pocos discriminan entre verdades y mentiras y (ii)
que su poder discriminativo depende muchas variables moderadoras (por ejemplo,
la motivación para mentir, si la comunicación se ha preparado o no, la duración
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del mensaje, el grado de interacción, si el indicador se mide objetivamente o
subjetivamente y si se miente/dice la verdad sobre una transgresión o sobre otro
tema...).

2) Poco después, Sporer y Schwandt publicaron dos meta-análisis: uno sobre


posibles indicadores vocales de la mentira (Sporer y Schwandt, 2006) y otro sobre
sus posibles indicadores visibles (Sporer y Schwandt, 2007). Sus conclusiones son
las mismas que las de DePaulo et al.: hay pocas claves que discriminen y las que
discriminan en una situación no lo hacen en otra.

3) Recientemente, otra revisión meta-analítica ha arrojado conclusiones


similares en relación con las claves lingüísticas de la mentira (Hauch, Blandón-
Gitlin, Masip y Sporer, 2014).

4) Otro trabajo meta-analítico reciente muestra que incluso las diferencias


existentes entre la conducta al mentir y al decir la verdad son muy pequeñas, tanto
que es objetivamente difícil juzgar la credibilidad “a simple vista” (Hartwig y
Bond, 2011).

En resumen, la creencia de que hay diferencias claramente perceptibles entre la


conducta al mentir y al decir la verdad es errónea.

b) La capacidad de las personas para detectar verdades y mentiras es extremadamente


limitada:

1) Bond y DePaulo (2006) integraron los resultados de 206 informes científicos


en los que se había examinado empíricamente la capacidad de las personas para
diferenciar entre verdades y mentiras simplemente observado la conducta del
emisor. Tomado la decisión a cara o cruz, acertaríamos la mitad de las veces, es
decir, el 50% de las ocasiones. Los hallazgos de Bond y DePaulo revelan que
acertamos un 54% de las veces. Esto es sólo un poco por encima de este 50% que
se esperaría por azar.

2) Casi al mismo tiempo, Aamodt y Custer (2006) hallaron idénticos resultados


en un meta-análisis menos ambicioso.

3) Sorprendentemente, las personas para las cuales detectar mentiras es parte


de su trabajo habitual (como policías, jueces, etc.) no lo hacen mejor que otras
personas (Aamodt y Custer, 2006; Bond y DePaulo, 2006).

4) De hecho, los buenos detectores no existen. En un complejo e innovador


trabajo, Bond y DePaulo (2008) demuestran que las personas apenas varían entre
unas y otras en su capacidad para detectar mentiras.

En conclusión, los seres humanos somos incapaces de determinar si alguien miente o


dice la verdad a partir de la observación de su conducta. Esto tiene sentido en el marco de lo
expuesto en el punto anterior: si apenas hay diferencias conductuales entre verdades y
mentiras, entonces no cabe esperar que podamos discriminar atendiendo a la conducta.

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c) Los programas de entrenamiento para detectar mentiras tienen una eficacia limitada.
Esto ya lo mostraron Frank y Feeley (2003) en su meta-análisis, pero además ha sido
corroborado recientemente en el trabajo meta-analítico de Hauch, Sporer, Michael y Meissner
(2014), mucho más amplio y complejo que el de Frank y Feeley. Hauch, Sporer et al. (2014)
integraron los resultados de 30 estudios distintos sobre la eficacia del entrenamiento para
detectar mentiras. Descubrieron que, para ser eficaz, el entrenamiento debe centrarse sobre
claves verbales (en lugar de no verbales). Los autores también encontraron que el
entrenamiento favorece la detección de mentiras pero no la de verdades. Esto puede deberse al
énfasis que se hace en los programas de entrenamiento en los indicadores de la mentira (y no
de la verdad) y en la detección de mentiras (y no de verdades). Este énfasis, en lugar de
aumentar la capacidad de las personas para discriminar entre verdades y mentiras, puede
incrementar la tendencia de las personas a hacer juicios de mentira, lo cual llevaría a más
mentiras (pero no más verdades) detectadas tras el entrenamiento, pero no debido a una mayor
capacidad sino a un mayor sesgo de mendacidad.

De hecho, hace unos años llevamos a cabo un estudio que demostró este punto (Masip,
Alonso, Garrido y Herrero, 2009). En primer lugar, los participantes vieron una serie de
vídeos en que alguien narraba unos hechos. La tarea de los participantes consistió en decir si
cada una de esas personas mentía o decía la verdad. El segundo paso consistió en someterse a
un programa de entrenamiento. Un tercio de los participantes se sometió a un entrenamiento
para, supuestamente, aprender a detectar mentiras. A estos participantes se les dijo que las
correcciones, las pausas, las repeticiones y la inmovilidad de las cejas indicaban mentira (es
importante señalar aquí que estos indicadores no se relacionan necesariamente ni con la
verdad ni con la mentira). Otro tercio de los participantes se sometió a un supuesto
entrenamiento para detectar verdades. Se les dijo que el habla continua, el habla
ininterrumpida, la fluidez y los movimientos de cejas indicaban sinceridad. Nótese que estas
cuatro claves son las contrarias a las del grupo de mentira. Por último, al tercio restante de
participantes se les dio una clase sobre un tema que no tenía nada que ver con la verdad ni con
la mentira. Por último, todos los participantes tuvieron que volver a juzgar si una serie de
personas grabadas en vídeo mentía o decía la verdad. ¿Qué encontramos?

Encontramos que, tras el entrenamiento, el grupo entrenado “para detectar mentiras”


hacía más juicios de mentira que antes del entrenamiento, el grupo entrenado “para detectar
verdades” hacía más juicios de verdad que antes del entrenamiento, y el grupo que no había
sido entrenado hacía la misma cantidad de juicios de verdad y de mentira que antes del
entrenamiento. Además, constatamos que la percepción (medida con cuestionarios) de las
conductas del entrenamiento se relacionaba con los juicios. Lo que esto demuestra es que si
entrenamos a la gente a detectar mentiras, luego dirán con más frecuencia que el emisor de la
comunicación miente, con independencia de su veracidad real. Y sucederá lo opuesto si
entrenamos a la gente a detectar verdades en lugar de mentiras. Los programas de
entrenamiento, más que aumentar la discriminación, sesgan los juicios.

Es importante resaltar que en nuestro estudio todos los participantes vieron los mismos
vídeos, pero el grupo de entrenamiento para detectar mentiras percibió conductas opuestas a
las percibidas por el grupo de entrenamiento para detectar verdades.

De hecho, en línea con estas consideraciones, el meta-análisis de Hauch, Sporer, et al.


(2014) muestra que el entrenamiento para detectar mentiras aumenta mucho más la detección

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de mentiras que la de verdades, y el entrenamiento para detectar verdades incrementaba la
detección de verdades pero no la detección de mentiras.

1.5. RECAPITULACIÓN

Lo que hemos expuesto en este apartado es que los meta-análisis recientes demuestran
que (i) apenas hay indicadores conductuales que permitan diferenciar entre verdades y
mentiras y su valor discriminativo cambia de una situación a otra, (ii) tanto el ciudadano
común como los profesionales (policías, jueces, etc.) alcanzaen niveles de acierto apenas
superiores al azar al juzgar si alguien miente o dice la verdad y (iii) los programas de
entrenamiento para discriminar entre verdades y mentiras tienen una eficacia limitada y
pueden sesgar los juicios. Todas estas evidencias hicieron que los científicos advirtieran que
habían estado caminando en la dirección equivocada durante varias décadas. Ello hizo que
imprimieran un cambio de rumbo en la investigación sobre detección de mentiras. Este
cambio de rumbo resulta más prometedor que las viejas orientaciones. En lo que resta de este
texto, se expone dicho cambio de rumbo.

2. NUEVAS ORIENTACIONES EN DETECCIÓN DE MENTIRAS

Como hemos expuesto, se ha constatado que las diferencias conductuales entre


verdades y mentiras son pequeñas. ¿Qué podemos hacer al respecto? Podemos hacer dos
cosas:

a) Hagámoslas mayores, es decir, hagamos algo para crear y magnificar diferencias


conductuales entre verdades y mentiras (Hartwig y Bond, 2011). Ésta es la orientación del
entrevistador activo que se describe a continuación

b) Busquemos diferencias no-conductuales. Es posible que haya indicios contextuales


o situacionales que permitan inferir engaño (Blair, Levine, Reimer y McCluskey, 2012; Blair,
Levine y Shaw, 2010).

A continuación se describen estas dos líneas.

2.1. EL ENTREVISTADOR ACTIVO

Según la orientación tradicional, el emisor de la comunicación emitiría


espontáneamente ciertas claves conductuales al mentir. Todo lo que el detector debería hacer,
entonces, es escudriñar con atención la conducta del emisor para que tales señales de engaño
no le pasaran inadvertidas. Según esta concepción, el detector es un observador.

Esta concepción sería válida si en realidad el emisor mostrara espontáneamente


indicadores de la mentira, pero ya hemos visto que no es así. De modo que, recientemente, se
ha sustituido la imagen de un detector pasivo (u observador) por la de un detector activo o
entrevistador. Ya no basta quedarse esperando que las señales conductuales de la mentira se
muestren por sí mismas, hay que hacer algo para que se produzcan. El detector debe actuar,
empleando estrategias de entrevista diseñadas específicamente para generar respuestas
distintas en personas sinceras y mentirosas. Durante los últimos años, se han desarrollado
varias modalidades de entrevista en esta línea (véase, por ejemplo, Vrij y Granhag, 2012).

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La idea de que el detector debe adoptar un rol activo para magnificar las diferencias
entre verdades y mentiras no es completamente nueva. La empresa estadounidense John E.
Reid and Associates lleva muchos años entrenando a miembros de los cuerpos de seguridad
en lo que llaman Behavior Analysis Interview (BAI), que es parte de la Técnica Reid de
Interrogatorios y Entrevistas. Más concretamente, la BAI es un tipo de entrevista para
discriminar entre sospechosos inocentes (que dicen la verdad durante la entrevista) y
culpables (que mienten). Consta de 15 preguntas determinadas que pueden no obstante
adaptarse a distintos casos. La esencia del procedimiento es que se espera que las reacciones
de los culpables ante cada pregunta difieran de las reacciones de los inocentes. Por ejemplo,
una pregunta de la BAI es “¿Quién sospecha usted que puede haber cometido el delito?”.
Según John E. Reid and Associates, el culpable se resistirá a nombrar a nadie, o nombrará al
otro sospechoso (si hay sólo dos sospechosos) pero le será difícil decir por qué sospecha del
otro. Por el contrario, el inocente tendrá a nombrar a alguien y dará razones creíbles de por
qué nombra a esa persona (véase Inbau, Reid, Buckley y Jane, 2013).

Según la Técnica Reid, cuando se sospecha que alguien es culpable, se le somete a la


BAI. Si sobre la base de las reacciones del sospechoso durante la BAI el entrevistador
concluye que dicho sospechoso miente, entonces le aplica el llamado “Interrogatorio en nueve
pasos”, que tiene por objeto obtener una confesión (en lugar de obtener información). El
interrogatorio en nueve pasos ha sido cuestionado por científicos sociales por ser
psicológicamente coercitivo, pudiendo dar lugar a confesiones falsas (véanse, entre muchos
otros, Kassin y Gudjonsson, 2004; Masip y Garrido, 2006). Esto quiere decir que si los
indicadores de mentira (o culpabilidad) y verdad (o inocencia) de la BAI no son válidos,
entonces el sospechoso puede estar en un aprieto.

El único estudio metodológicamente riguroso que ha examinado la validez de la BAI


fue llevado a cabo por Vrij, Mann y Fisher (2006) en el Reino Unido.2 Participaron 40
personas; 20 de ellas llevó a cabo un delito simulado y las otras 20 no. Entonces todas ellas
fueron entrevistadas con la BAI. Los autores no lograron encontrar las diferencias
conductuales que, según quienes proponen la BAI, diferencian entre culpables e inocentes: la
conducta de unos y otros fue idéntica ante la mayoría de las preguntas y, en los pocos casos
en que difirió, lo hizo en sentido contrario al que afirman quienes comercializan la BAI.

Probablemente esto se deba a que los supuestos indicadores de culpabilidad e inocencia


de la BAI no se basan en ninguna teoría científica. De hecho, hay evidencias de que lo que sí
reflejan son falaces creencias ingenuas de sentido común sobre la conducta de personas
inocentes o culpables de una transgresión (Masip, Barba y Herrero, 2012; Masip y Herrero,
2013; Masip, Herrero, Garrido y Barba, 2011). En un primer experimento (Masip et al., 2011,
Estudio 1), se encontró que siete de cada diez participantes desconocedores de la BAI y sin
instrucción alguna sobre los indicadores de culpabilidad e inocencia de la misma, fueron
capaces de identificar al culpable cuando se les presentaron las transcripciones de dos BAIs:
una con un inocente (según el personal de John E. Reid and Associates) y otra con un
culpable. Esto significa que la instrucción formal en la BAI no es necesaria para aprender a

2
Antes de que Vrij et al. (2006) llevaran a cabo esta investigación, el propio personal de John E. Reid and
Associates hizo dos estudios que arrojaron resultados favorables para la BAI (Blair y McCamey, 2002; Horvath,
Jayne y Buckley, 1994). Sin embargo, dichos estudios han sido duramente criticados debido a un sinnúmero de
importantes problemas metodológicos, entre los que destaca la incertidumbre respecto a quiénes eran realmente
culpables e inocente (para más detalle, véanse los trabajos de Alonso, Masip, Garrido y Herrero, 2009; Masip,
Herrero, Garrido y Barba, 2011; Vrij, 2008; Vrij, Mann y Fisher, 2006). Por ello, los resultados no son fiables.
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discriminar o, dicho de otro modo, que las creencias de la gente común sobre los indicadores
de culpabilidad e inocencia de la BAI van en línea con lo defendido por John E. Reid and
Associates.

En los siguientes dos estudios examinamos directamente las creencias de las personas,
más que sus juicios (Masip et al., 2011, Estudio 2; Masip et al., 2012), es decir, investigamos
si personas desconocedoras de la BAI juzgaban las conductas que John E. Reid and
Associates consideran indicadoras de culpabilidad como más indicadoras de culpabilidad que
las conductas que John E. Reid and Associates consideran indicadoras de inocencia. Con este
fin, elaboramos un cuestionario en el que se exponía el caso descrito por Inbau, Reid, Buckley
y Jane (2004, p. 174), que pertenecen a John E. Reid and Associates, sobre un incendio
provocado en un almacén. Se indicaba que había un sospechoso que fue entrevistado. En las
páginas siguientes se recogían las preguntas supuestamente formuladas a este sospechoso
durante la entrevista, que eran las 15 preguntas de la BAI. Tras cada pregunta, había el listado
de todas las posibles reacciones ante la misma señaladas por Inbau et al. (2004), tanto las
reacciones de inocencia como las de culpabilidad. Cada reacción iba acompañada de una
escala numérica de 1 (inocente) a 6 (culpable). Los participantes debían señalar en esta escala
la medida en que Javier sería inocente o culpable si hubiera mostrado esta reacción. Este
cuestionario se administró a 83 estudiantes, a 35 miembros noveles del Cuerpo Nacional de
Policía y a 77 policías veteranos del mismo cuerpo con un promedio de 22 años de
experiencia policial.

Encontramos que las puntuaciones de culpabilidad fueron significativamente mayores


ante las respuestas indicadoras de culpa según Inbau et al. (2004) que ante las respuestas
indicadoras de inocencia según Inbau et al. Esto fue así tanto en estudiantes, como en policías
nuevos, como en policías veteranos. Y dentro de estos últimos, esto fue así tanto entre quienes
no tenían ninguna experiencia en interrogatorios y entrevistas como entre quienes sí la tenían.
En otras palabras: las creencias de todos los grupos sobre los indicadores de culpabilidad e
inocencia de la BAI coincidieron con las nociones de Inbau et al. La falta de diferencias entre
grupos muestra la robustez de los hallazgos, ya que, además de ser distintos en profesión o
años de experiencia, los grupos también diferían en la proporción de hombres y mujeres y en
edad.

Estos estudios demuestran que los indicadores de inocencia o culpabilidad de la BAI son
erróneos (Vrij et al., 2006) y no se basan en ninguna teoría psicológica sino en nociones
compartidas de sentido común (Masip et al., 2011, 2012). En consecuencia, el entrenamiento
en la BAI tiene poco sentido, pues se enseña lo que la gente ya “sabe” (o cree) y que, por
añadidura, es erróneo. Pero estos hallazgos tienen una implicación más perturbadora: si todo
el mundo comparte las creencias de John E. Reid and Associates sobre los indicadores de
culpabilidad e inocencia de la BAI, entonces los delincuentes también las compartirán. Y si es
así, entonces podrán manipular su conducta durante una BAI para parecer inocentes y no
culpables. Esta cuestión fue examinada por Masip y Herrero (2013). Construimos otro
cuestionario en el que, de nuevo, se describía el caso de incendio de Inbau et al. (2004).
Además se pedía a los participantes que imaginaran vivamente que eran sospechosos de haber
causado el incendio y que estaban a punto de ser entrevistados por la policía. A la mitad se les
pidió que se pusieran mentalmente en el lugar del culpable y a la otra mitad en el de un
inocente. Entonces se presentaban las 15 preguntas de la BAI. Cada una iba seguida por todas
las posibles respuestas según Inbau et al. Después de cada respuesta, los participantes tenían
que señalar el grado en que darían esta respuesta durante la entrevista en una escala que iba de
11
1 (no la daría) a 6 (la daría). De acuerdo con Inbau et al., los inocentes mostrarían más
respuestas de inocencia que de culpabilidad y los culpables harían lo opuesto. ¿Es esto lo que
hallamos?

La respuesta es “No”. En general, con independencia de la condición de inocencia o


culpabilidad, nuestros participantes indicaron que darían respuestas indicadoras de inocencia
significativamente más que respuestas indicadoras de culpabilidad. Esto cuestiona la utilidad
de la BAI para identificar a personas inocentes y culpables, y muestra que la BAI puede dar
lugar a clasificaciones erróneas que, en último término, pueden acabar en confesiones falsas
(véase Leo y Drizin, 2010).

En conclusión, ciertamente la BAI se publicita como una estrategia de entrevista para


detectar mentiras y, ciertamente, en ella el entrevistador adopta un rol activo para producir
reacciones distintas entre inocentes y culpables. Pero la BAI (i) no se basa en sólidas teorías
científicas, sino en creencias de sentido común que han resultado ser incorrectas y (ii) se está
aplicando en casos reales sin haber sido sometida a riguroso contraste empírico. En las
páginas siguientes describimos algunos procedimientos para detectar mentiras basados en
teorías psicológicas y que, actualmente, están siendo contrastados.

2.1.1. Cognición y mentira

Algunas de las nuevas modalidades de entrevista para detectar mentiras se basan en la


noción de que mentir es cognitivamente más complejo que decir la verdad. En otras palabras,
hay que nacer más esfuerzo mental al mentir que al decir la verdad. Cuando mentimos:

a) Debemos inhibir la respuesta automática (es decir, la verdad). Si alguien nos pregunta
cómo nos llamamos, el nombre que acude de inmediato a nuestra conciencia es nuestro
nombre; si deseamos dar otro distinto, lo primero que debemos hacer es bloquearlo.

b) Además de inhibir la verdad, mentir implica crear una “verdad” alternativa, es decir,
inventar algo falso, algo que no es. Esto es mentalmente más difícil que simplemente
describir lo que es, la realidad.

c) Así mismo, al inventar la mentira debemos estimar qué evidencias pueden existir que
la contradigan, o qué conocimientos puede tener el destinatario que la cuestionen. Es
importante que nuestra mentira no contradiga estas evidencias y conocimientos.

d) También debemos evitar comportarnos de manera sospechosa: nuestra historia debe


sonar verosímil y nuestra conducta debe ser normal.

e) Por añadidura, hay que atender a las reacciones del interlocutor: ¿Muestra signos de
que sospecha de nosotros? ¿O, por el contrario, parece que nos está creyendo? Si parece
sospechar, debemos modificar nuestra conducta para parecer más sinceros, o nuestra historia
para que suene más verosímil.

f) No hay que descuidar el memorizar los detales de la historia que estamos inventando,
pues no debemos contradecirnos a nosotros mismos en el futuro.

12
g) Por último (aunque esta lista puede no ser exhaustiva), si tememos que nos descubran,
o si nos sentimos culpables por mentir, estas emociones pueden interferir con nuestra
concentración, incrementando la carga cognitiva.

En resumen, al mentir debemos hacer un gran número de actividades complejas que


consumen recursos cognitivos. Si intentamos hacer muchas cosas al mismo tiempo,
acabaremos desbordados; el mentiroso está más cerca de sentirse desbordado que quien dice
la verdad. Esto ha sido corroborado por estudios de neuroimagen, que muestran que las áreas
cerebrales relacionadas con la memoria de trabajo, conflicto e inhibición de respuestas y la
realización concurrente de tareas múltiples están activas al mentir (por ejemplo, Christ, Van
Essen, Watson, Brubaker y McDermott, 2009; Farah, Hutchinson, Phelps y Wagner, 2014;
Lisofsky, Kazzer, Heekeren y Prehn, 2014). Así mismo, hay estudios en Psicología Cognitiva
que han encontrado que, en aquellas situaciones en que inhibir la respuesta dominante es más
difícil, mentir requiere mayor tiempo de reacción y da lugar a más errores que decir la verdad
(por ej., Debey, Verschuere y Crombez, 2012; Van Bockstaele et al., 2012; Visu-Petra,
Miclea y Visu-Petra, 2012; Visu-Petra, Varga, Miclea y Visu-Petra, 2013). También se ha
demostrado que al facilitar la inhibición de respuestas se miente con más efectividad y se
suprimen ciertas conductas que pudieran sugerir engaño (Fenn, Blandón-Gitlin, Coons,
Pineda y Echon, 2014). Por último, el meta-análisis de Hauch, Blandón-Gitlin, et al. (2014)
sobre indicios lingüísticos de la mentira identificados con programas de ordenador muestra
que las historias falsas son más cortas, menos elaboradas y menos complejas que las
verdaderas; esto sugiere que, efectivamente, mentir es mentalmente más difícil que decir la
verdad.

Esta constatación ha llevado a los científicos a plantear que puesto que el mentiroso
experimenta una elevada carga cognitiva, si dicha carga se aumenta un poco más, entonces el
mentiroso estará tan desbordado que su conducta mostrará ciertas disrupciones o alteraciones,
sobre todo indicadores de sobrecarga cognitiva como un ritmo del habla lento, respuestas
breves, tiempos de reacción prolongados, etc.

En esta línea, se han propuesto dos aproximaciones. La primera consiste en incrementar


artificialmente la carga cognitiva tanto de los mentirosos como de los sinceros. La segunda
aumenta la carga cognitiva de los mentirosos, pero reduce la de los sinceros. Veamos cada
una de estas estrategias.

2.1.1.1. Aumento indiscriminado de la carga cognitiva

Hace unos años, el psicólogo Aldert Vrij y sus colaboradores (Vrij Mann, Fisher, Leal,
Milne y Bull, 2008; Vrij, Leal, Mann y Fisher, 2012; véanse también Vrij y Granhag, 2012, y
Vrij, Granhag y Porter, 2010) plantearon aumentar artificialmente la carga cognitiva del
entrevistado. Si éste dice la verdad, el incremento hace la tarea más difícil, pero
probablemente no lo bastante como para producir disrupciones importantes en su
comportamiento. Sin embargo, si el entrevistado miente, esta carga cognitiva inducida se
suma a la carga cognitiva derivada de la propia actividad de mentir. Como consecuencia, es
posible que su conducta muestre signos observables de sobrecarga cognitiva.

El propio equipo de Vrij llevó a cabo un experimento para someter esta hipótesis a
contraste empírico (Vrij et al., 2008). Hubo 40 participantes que, siguiendo las instrucciones
del experimentador, “robaron” una cartera. Otros 40 no la robaron. Luego, todos fueron
13
entrevistados como sospechosos del robo y todos debían negarlo. La mitad de los inocentes y
la mitad de los culpables fueron entrevistados del modo habitual, mientras que los demás
fueron entrevistados en situación de elevada carga cognitiva. ¿Cómo se elevó su carga
cognitiva? Se hizo pidiéndoles que contaran los hechos en sentido cronológico inverso, es
decir, empezando por lo sucedido al final y acabando por lo acaecido al principio. Esto es
cognitivamente más complejo que hacer una narración en el orden cronológico natural. Las
entrevistas se grabaron en vídeo y se analizaron en términos de la conducta verbal y no-verbal
de los sospechosos. Los resultados mostraron que, en la condición de orden normal, sólo uno
de los nueve indicadores examinados discriminó significativamente entre personas sinceras y
mentirosas. Sin embargo, en la condición de orden inverso (o de alta carga cognitiva) hubo
ocho indicadores que discriminaron.3 Vrij et al. (2008) mostraron un subconjunto de los
vídeos de las entrevistas a 55 policías para que juzgaran si cada entrevistado mentía o decía la
verdad. En la condición de orden cronológico, sólo un 46% de los juicios fueron correctos (se
identificó un 50% de las verdades y un 42% de las mentiras). En la condición de orden
inverso, el porcentaje de juicios correctos fue sensiblemente superior: del 58% (56% para las
verdades y 60% para las mentiras). Estos policías evaluaron además la medida en que los
sospechosos parecían hacer un esfuerzo mental y parecían nerviosos. Las puntuaciones en
estas variables fueron mayores para los mentirosos que para los sinceros en la condición de
orden inverso, pero no en la condición de orden cronológico.

Un estudio posterior similar de Vrij et al. (2012) ofreció sólo apoyo parcial a la hipótesis.
Sin embargo, otros investigadores han probado formas alternativas de aumentar la carga
cognitiva, como agotar los recursos cognitivos del participante antes de la entrevista
(Blandón-Gitlin, Echon y Pineda, 2013), tener que hacer la entrevista en una segunda lengua
que el entrevistado no conoce bien (Evans, Michael, Meissner y Brandon, 2013, Experimento
2) o tener que mirar fijamente a los ojos del entrevistador (Vrij, Mann, Leal y Fisher, 2010).
En general, los resultados de estas investigaciones sugieren que el aumento de la carga
cognitiva hace que las mentiras se puedan detectar mejor.

2.1.1.2. Aumento selectivo de la carga cognitiva

Un problema de inducir carga cognitiva de manera indiscriminada durante la entrevista es


que ésta aumenta la dificultad de la tarea para ambos, el mentiroso y el sincero. Esto es
arriesgado, pues si el aumento de carga cognitiva para el sincero alcanza ciertos niveles, la
conducta del sincero también se verá alterada, mostrando indicadores de carga cognitiva
similares a los del mentiroso. Esto puede aumentar el riesgo de juzgar erróneamente al sincero
como mentiroso.

3
En la condición de orden normal los sinceros hicieron más movimientos de manos y dedos que los
culpables. En la condición de orden inverso, los indicadores conductuales que discriminaron fueron la cantidad
de detalles auditivos (más al decir la verdad: V); el engranaje contextual, que es la medida en que los sucesos
narrados están inextricablemente conectados con otros sucesos, pautas habituales de conducta, etc. (V);
vacilaciones al hablar (más al mentir: M); velocidad del habla (V); movimientos de piernas y pies (M);
operaciones cognitivas, que son cierto tipo de inferencias o suposiciones que indican que el acontecimiento es
imaginario (véase Sporer, 2004) (M); errores del habla (M) y parpadeos (M). Si bien los resultados parecen
apoyar la utilidad de esta aproximación, algunos son sorprendentes. En concreto, si las diferencias en la
condición de orden inverso se deben a la sobrecarga cognitiva, entonces esperaríamos menos (no más)
movimientos de piernas/pies y parpadeos al mentir que al decir la verdad. No está claro, en consecuencia, el que
los efectos se deban exclusivamente a la sobrecarga cognitiva.
14
Este problema podría resolverse si hubiera algún modo de aumentar la carga cognitiva en
los mentirosos y, concurrentemente, disminuirla en los sinceros. En este caso, la tarea de las
personas sinceras se haría más fácil, no más difícil, y las diferencias conductuales entre
mentirosos y sinceros aumentarían, lo cual facilitaría la discriminación. Pero ¿cómo podemos
aumentar la carga cognitiva en los mentirosos y reducirla en los sinceros si no sabemos
quiénes son mentirosos y quiénes son sinceros? El psicólogo cognitivo estadounidense Jeffrey
Walczyk tiene la respuesta a esta pregunta, una respuesta que pasa por la necesidad de los
mentirosos de inhibir la respuesta dominante, que es la verdad.

2.1.1.2.1. El Activation-Decision-Construction Model (ADCM) y la Activation-Decision-


Construction-Action Theory (ADCAT)

Algunos psicólogos, conscientes de la mayor complejidad cognitiva que entraña mentir


frente a decir la verdad, han elaborado algunos modelos cognitivos de la mentira (véanse, por
ejemplo, los trabajos de Gombos, 2006, Sporer y Schwandt, 2006, 2007, o Walczyk, Igou,
Dixon y Tcholakian, 2013). De todos ellos, el que presenta un mayor grado de articulación y
detalle es el propuesto por Walczyk y su equipo. Inicialmente, en 2003, Walczyk y sus
colaboradores propusieron el Activation-Decision-Construction Model (ADCM).
Recientemente han publicado una versión mucho más elaborada de su modelo, a la que han
denominado Activation-Decision-Construction-Action Theory (ADCAT).

Según el ADCM, mentir comprende tres fases distintas: Activación, Decisión y


Construcción. El modelo parte de la noción, ya clásica en Psicología Cognitiva, de que
nuestra memoria contiene un almacén de información a largo plazo (la Memoria a Largo
Plazo o MLP) y un módulo temporal que nos permite hacer operaciones mentales (tales como
ir componiendo una frase al hablar, hacer operaciones matemáticas mentalmente, o recordar
un número de varias cifras hasta el momento en que lo escribimos) al interactuar con el medio
durante nuestro quehacer cotidiano e ir respondiendo a las demandas del mismo (la Memoria
de Trabajo o MT).4 Imaginemos que se formula una pregunta ante la cual se puede responder
con sinceridad o mintiendo. En la fase de Activación, esta pregunta entra en el bucle
articulatorio de la MT y la información relevante se activa con fuerza en la MLP. La verdad
se transfiere de la MLP a la MT. Esta fase de activación es, por lo general, automática, pero
puede requerir cierto esfuerzo mental si hace tiempo que no se ha accedido al recuerdo
relevante para la verdad. La fase de Decisión es intencional: si la persona prevé consecuencias
negativas derivadas de decir la verdad, entonces decidirá mentir y pasará a la siguiente fase, la
Construcción de la mentira. Como se ha decidido mentir, en esta fase la verdad activa en la
MT (es decir, presente en nuestra conciencia) tiene que inhibirse y verse sustituida por una
“verdad” alternativa: una respuesta falsa que el mentiroso tiene que crear en este punto. El
mentiroso puede imaginar diversas mentiras alternativas, y aquella que haya recibido la

4
El modelo de Walczyk y colaboradores toma como base el modelo de la Memoria de Trabajo del psicólogo
cognitivo Alan Baddeley (2000; Baddleley y Hitch, 1974). Según Baddeley, la Memoria de Trabajo consiste en
un ejecutivo central que, entre otras funciones, supervisa la actividad de los otros componentes, y tres “sistemas
esclavos”. Los sistemas esclavos son el bucle articulatorio, a veces también llamado lazo articulatorio o lazo
fonológico (especializado en la información auditiva y/o fonológica), la agenda visoespacial (especializada en
información visual y espacial) y el buffer episódico (que integra información de distintos tipos). El bucle
articulatorio, que se menciona en el texto, consta de un almacén temporal de información y de un “módulo de
repaso fonológico” que, mediante la repetición en forma de “voz interior”, evita que el recuerdo de las palabras
se desvanezca (véanse Baddeley, 2000; Baddeley y Hitch, 1974).
15
mayor activación en la MCP se emitirá verbalmente5 (Walczyk, Roper, Seemann y
Humphrey, 2003). Como ya hemos señalado anteriormente, el año pasado Walczyk, Harris,
Duck y Mulay (2014) hicieron pública una versión mucho más rica y elaborada del modelo, la
Activation-Decision-Construction-Action Theory (ADCAT) que, además de especificar
mucho más los componentes ADC, confiere un mayor protagonismo a la fase de Acción, es
decir, la emisión de la mentira.

Los componentes de decisión y construcción implican operaciones que consumen


recursos cognitivos. En consecuencia, deben dar lugar a indicadores conductuales de alta
carga cognitiva (como tiempos de reacción lentos: mayores lapsos entre el momento en que se
acaba de formular cada pregunta y el momento en que se inicia la respuesta correspondiente).
La investigación realizada por Walczyk y sus colaboradores ha prestado apoyo a su modelo
(véanse Walczyk et al., 2003, 2005, 2009, 2012).

Un elemento fundamental del ADCM y de la ADCAT es que, inmediatamente tras


escuchar una pregunta, la verdad se transfiere de la MLP a la MT, y permanece activa en la
MT al menos hasta la emisión de la respuesta. El mentiroso debe inhibir esta verdad y emitir
una mentira. Cuanto mayor sea la activación de la verdad en la MT, más fácil va a ser para la
persona sincera emitir dicha verdad y más difícil va a ser para el mentiroso inhibirla. El
aumento selectivo de la carga cognitiva se basa en esto. Favorecer la activación de la verdad
en la MT facilita la tarea para los sinceros y la dificulta para los mentirosos, maximizando así
sus diferencias en términos de indicadores conductuales de carga cognitiva.

2.1.1.2.2. La entrevista TRI-Con

Basándose en esta idea y apoyándose en el ADCM, Walczyk diseñó una modalidad de


entrevista llamada TRI-Con (Time Restricted Integrity-Confirmation; Walczyk et al., 2005,
2009, 2012). Consiste en lo siguiente:

a) En un primer momento, se formulan unas preguntas generales que inviten a responder


con sinceridad. Dichas preguntas se refieren a aspectos tales como quién es el presidente de la
nación, cuál es el sexo del entrevistado o su año de nacimiento. Permiten que los
entrevistados se familiaricen con el procedimiento. Las medidas referentes a estas cuestiones
(por ej., los tiempos de reacción) no se incluyen en los análisis, ya que se trata de preguntas
que no se refieren al tema bajo investigación y, en consecuencia, no hay razón para mentir al
responderlas.

b) A continuación se advierte al entrevistado. Por ejemplo, se le puede decir: “Las


siguientes 10 preguntas tratan sobre sus actividades la tarde del delito”. Con esto se pretende
activar la verdad en la MT. Esto facilitará la tarea para el sincero (la verdad estará activa y
será más fácil transmitirla) y la dificultará para el mentiroso (cuanto más activa esté la verdad,
más esfuerzo será necesario para inhibirla).

5
La fase de construcción es bastante más compleja. Como la verdad está activa en la MLP, puede utilizarse
para construir una mentira verosímil. Además, al crear una mentira la persona debe tomar en consideración la
posible inteligencia del interlocutor (¿es el tipo de persona a la que se puede engañar fácilmente o todo lo
contrario?), si éste sospecha o no, etc. Al mentiroso se le pueden ocurrir mentiras implausibles o que puedan
perjudicarle, y deberá inhibirlas. Todos estos procesos implican un gran esfuerzo mental.

16
c) No obstante esta advertencia general, las preguntas concretas no se revelan hasta el
último momento para evitar que el mentiroso vaya preparando mentalmente sus respuestas, en
cuyo caso el esfuerzo mental que tendría hacer luego sería menor.

d) Por la misma razón, las preguntas se construyen gramaticalmente de un modo tal que
no se sepa con total exactitud a qué se refiere la pregunta hasta oír las últimas palabras. Esto
evita que el mentiroso vaya preparando su respuesta de antemano a medida que se va
formulando la cuestión.

e) Las preguntas se deben poder responder con una o dos palabras. Sólo así se puede
medir la carga cognitiva con precisión.

f) Se formulan algunas preguntas relacionadas que, de modo indirecto, inquieren sobre lo


mismo. De esta manera se pueden detectar inconsistencias.

g) Se instruye al entrevistado para que responda tan deprisa como pueda. Para que lo
haga, se le dice que de lo contrario va a parecer mentiroso.

El equipo de Walczyk ha investigado la efectividad de este tipo de entrevista para


detectar mentiras. Por ejemplo, Walczyk y sus colaboradores (2012) mostraron a tres grupos
de participantes los vídeos de dos delitos. Luego, dichos participantes fueron entrevistados
con el procedimiento TRI-Con sobre cada vídeo. Un grupo de participantes tenía que decir la
verdad (V), otro grupo debía mentir, pero sabía qué preguntas se le iban a formular y disponía
de tiempo para preparar las respuestas (Grupo de Mentiras Preparadas o MP), y el otro grupo
(Mentiras No Preparadas o MN) no conocía las preguntas ni disponía de tiempo para preparar
las respuestas. Podríamos predecir que los participantes del Grupo V mostrarían menos
indicadores de carga cognitiva que los del Grupo MN, y que los participantes del Grupo MP
estarían en un lugar intermedio.

Se examinaron cuatro indicadores de carga cognitiva: el tiempo de reacción, las


inconsistencias en preguntas relacionadas, la dilatación pupilar y los movimientos de los ojos.
En términos generales, los resultados apoyaron las hipótesis y la efectividad del
procedimiento TRI-Con (pero véase el trabajo original de Walczyk et al., 2012, pues hay
múltiples matices). Los tiempos de reacción fueron menores para los Grupos V y MP que para
el Grupo MN. Las inconsistencias fueron más numerosas al mentir que al decir la verdad. Se
hicieron más movimientos oculares al decir la verdad que al contar mentiras preparadas. En
cambio, los resultados sobre la dilatación pupilar no mostraron diferencias. Se hicieron dos
análisis discriminantes: procedimiento estadístico que permite estimar lo bien que se pueden
clasificar grupos distintos, en este caso los Grupos V, MP y MN, a partir de las puntuaciones
en variables numéricas, en este caso las medidas de tiempo de reacción, inconsistencias en
preguntas relacionadas y dilatación pupilar. Los índices de clasificación alcanzados por el
programa estadístico fueron del 67% para el Vídeo 1 y del 69% para el Vídeo 2. Estas tasas
son sustancialmente mayores que el 33% esperado por azar, y muestran que las tres variables
examinadas permiten diferenciar entre los tres grupos cuando se emplea la entrevista TRI-
Con.

En resumen, el procedimiento TRI-Con parece capaz de discriminar entre verdades y


mentiras sobre la base de indicadores conductuales de carga cognitiva tales como los tiempos
de reacción, las inconsistencias y los movimientos oculares. Requiere una “postura activa”
17
por parte del entrevistador, ya que éste debe seguir ciertas directrices con el fin de maximizar
las diferencias conductuales entre personas sinceras y mentirosas, y está fundamentado en una
teoría cognitiva de la mentira, el ADCM de Walczyk et al. (2003, 2005, 2009, 2012).
Comprende un procedimiento que aumenta la carga cognitiva en los mentirosos, pero la
reduce en las personas sinceras, facilitando así la discriminación.

2.1.2. La Técnica SUE (Strategic Use of Evidence)

Las nuevas modalidades activas de entrevista para detectar mentiras basadas en teorías
psicológicas no se limitan al incremento de la carga cognitiva. Un nuevo tipo de entrevista
que ha generado gran interés es la Técnica SUE (Strategic Use of Evidence). Ésta consiste en
manejar estratégicamente la evidencia que podamos tener contra un sospechoso; de ahí su
nombre: uso estratégico de la evidencia (Granhag y Hartwig, 2008; Granhag y Strömwall,
2008; Granhag, Strömwall y Hartwig, 2007; Hartwig, Granhag y Luke, 2014). La Técnica
SUE se apoya en la psicología de la culpabilidad y de la inocencia.

a) Culpables: Los culpables tienden más que los inocentes a preparar de antemano una
estrategia para resultar convincentes durante la entrevista (por ejemplo, Masip y Herrero,
2013). Además, debido a la tendencia general del ser humano a evitar todo estímulo
desagradable, así como a huir de él si se presenta, los culpables (i) evitarán mencionar por sí
mismos toda información incriminatoria y (ii) si se les confronta con ella la negarán (Granhag
et al., 2007).

b) Inocentes: Los inocentes consideran que la verdad saldrá a relucir y que, por lo tanto,
no hay que planificar la declaración para parecer inocente. Así que la mejor estrategia es
contar la verdad (por ejemplo, Masip y Herrero, 2013). Esto se debe a diversos sesgos muy
estudiados en Psicología que la mayoría de las personas presenta:

1) Los seres humanos tendemos a sobreestimar la medida en que otros pueden


advertir nuestros estados internos; esto se denomina ilusión de transparencia
(Gilovich, Savitsky y Medvec, 1998).

2) De modo similar, tendemos a atribuir a los demás conocimiento de


información a la que sólo uno mismo tiene acceso (Camerer, Loewenstein y
Weber, 1989).

3) Por último, tendemos a creer que cada cual obtiene en la vida lo que se
merece; esto se llama creencia en un mundo justo (Lerner, 1980).

Debido a estos tres sesgos, los inocentes piensan que su inocencia resultará evidente a los
demás, que como no han hecho nada malo no corren ningún riesgo y que, en consecuencia, no
hace falta preparar ninguna estrategia ni ocultar información, ni siquiera aquella que pudiera
perjudicarles. En consecuencia, a diferencia de los culpables, proporcionarán incluso la
información veraz comprometedora.

En un estudio de Hartwig, Granhag, Strömwall y Kronkvist (2006), todos los


participantes fueron a una papelería y tocaron un portafolio: los inocentes para buscar un
taladro para agujerear folios que estaba debajo; los culpables para robar una cartera que estaba
dentro del portafolio. Luego todos los participantes fueron entrevistados como sospechosos.
18
Había la misma evidencia contra todos ellos: un testigo había visto desde la calle que entraban
en la papelería, un empleado de la papelería los había visto cerca del lugar donde estaba el
portafolio y sus huellas dactilares estaban en el portafolio. Ésta es la situación típica en la que
se puede emplear la Técnica SUE: hay evidencia que sugiere culpabilidad, pero no es
concluyente. ¿Cómo habría que proceder en este caso?

Muchos manuales policiales aconsejan que hay que decir al sospechoso cuál es la
evidencia en su contra al principio de la entrevista. El objetivo es lograr que se asuste y
confiese (Inbau et al., 2004; Yeschke, 1997). Pero si hacemos esto, entonces el culpable
puede inventar una historia que encaje con esta evidencia pero que le exculpe. En el caso que
nos ocupa, los culpables pueden admitir que sí estuvieron en la tienda y que sí tocaron el
portafolio, pero para buscar algo que estaba debajo de él. Esto es justo lo mismo que nos
contarían los inocentes. Es decir, al desvelar la evidencia existente al principio de la
entrevista, las reacciones de inocentes y de culpables son las mismas. ¿Qué alternativa existe?

La alternativa consiste en manejar la evidencia estratégicamente. No hay que revelarla al


principio, sino sólo después de que el sospechoso haya contado su historia. Si simplemente
pedimos al sospechoso que nos describa lo que hizo la tarde del delito, debido a la tendencia
humana a evitar la estimulación aversiva el culpable se ubicará lejos del escenario del delito,
es decir, dirá que estuvo en un lugar distinto de la papelería. Como disponemos de testigos
que lo han visto en la papelería y sus huellas están en el portafolio, sabremos a ciencia cierta
que está mintiendo y esto apuntará a su culpabilidad. Por el contrario, el inocente, que cree
que como no ha hecho nada malo no tiene qué temer, y que cree que la verdad saldrá a relucir,
admitirá espontáneamente haber estado en la tienda. En definitiva, pues, los culpables (i) no
mencionarán espontáneamente información incriminatoria y (ii) su historia contradecirá la
evidencia. Por el contrario, los voluntariosos inocentes (i) informarán espontáneamente de
información que pudiera comprometerles y (ii) contarán una historia que encajará con la
evidencia. La Técnica SUE propone que la consistencia entre la evidencia disponible y la
historia que cuenta el sospechoso es un indicador de sinceridad.

Las fases de una entrevista con la Técnica SUE son las siguientes (Granhag et al., 2007):

a) Planificación. El entrevistador examina los archivos del caso para hallar información
potencialmente incriminadora, en especial aquella que es probable que el sospechoso ignore
que el entrevistador pueda tener.

b) Recuerdo libre. Tras haber informado al entrevistado de qué delito es sospechoso, pero
sin desvelar ninguna información sobre la evidencia disponible, el entrevistador le pide que
cuente qué hizo, dónde, con quién, etc. durante el tiempo en que se cometió el delito.

c) Preguntas. Después de la narración libre, el entrevistador formula preguntas concretas.


Algunas se refieren a la información potencialmente incriminadora (el entrevistador ya
conoce las respuestas correctas).

d) Comprobación y compromiso. El entrevistador repite al sospechoso lo que éste le ha


contado con el fin de que le corrija si hay algo erróneo. Con esto también se consigue que el
sospechoso se comprometa con su declaración.

19
e) Contraste entre la declaración y la evidencia incriminadora. Si hay inconsistencias
entre las declaraciones del sospechoso y la evidencia que tenía el entrevistador, se pide al
sospechoso que las explique.

En un estudio de Hartwig, Granhag, Strömwall y Vrij (2005) se encontró que cuando la


evidencia se revelaba al principio de la entrevista:

a) Durante el recuerdo libre, no había diferencias entre inocentes y culpables en la


tendencia a mencionar la información potencialmente incriminadora.

b) Durante la fase de preguntas no había diferencias entre inocentes y culpables en


cuanto a inconsistencias entre la historia y la evidencia.

Sin embargo, cuando la evidencia se revelaba al final (Técnica SUE):

a) Durante la fase de recuerdo libre, los culpables tendían a mencionar la información


potencialmente incriminadora menos que los inocentes.

b) Durante la fase de preguntas, los culpables mostraron más inconsistencias que los
inocentes.

Un grupo de 116 observadores vio las grabaciones de las entrevistas y tuvo que juzgar si
cada sospechoso mentía o decía la verdad. Los índices de acierto fueron del 43% (46% para
las verdades y 41% para las mentiras) cuando no se empleó la Técnica SUE y del 62% (54%
para las verdades y 68% para las mentiras) cuando sí se empleó.

En el trabajo de Hartwig et al. (2006) antes mencionado, los autores entrenaron a


miembros de la policía a emplear la SUE, logrando tasas de acierto al juzgar la veracidad del
85%, muy superiores al 56% del grupo de policías no entrenados que participaron en el
mismo estudio.

Recientemente, Hartwig et al. (2014) han publicado un meta-análisis en el cual integran


los resultados de seis estudios llevados a cabo para examinar la eficacia de la Técnica SUE.
Los resultados muestran que, efectivamente, la discrepancia entre lo que cuenta el sospechoso
y la evidencia disponible es mucho mayor cuando se emplea la Técnica SUE que cuando la
evidencia se desvela al principio de la entrevista. Actualmente existe cierta controversia en
torno a si es mejor revelar la información al final de la entrevista o irla desvelando
gradualmente a lo largo de la misma (Dando y Bull, 2011; Dando, Bull, Ormerod y Sandham,
2015; Sorochinski et al., 2014).

2.1.3. Preguntas inesperadas

Las preguntas inesperadas constituyen una alternativa para identificar a los culpables
(mentirosos) de delitos cometidos por varias personas conjuntamente (Vrij et al., 2009).
Imaginemos que hay dos personas de las que se sospecha que cometieron un delito de forma
conjunta. Sin embargo, en realidad son inocentes: esa noche fueron juntos al cine. Son
entrevistados por separado y, como son inocentes, dicen la verdad y sus historias concuerdan.

20
Ahora imaginemos que son culpables. Con el fin de no contradecirse, se ponen de
acuerdo sobre qué decir. Sin embargo, sólo se pondrán de acuerdo en lo referente a preguntas
que puedan anticipar (a qué cine fueron, qué película vieron, etc.), pero si se les formula
preguntas que no anticiparon (por ejemplo, si se sentaron a la derecha o a la izquierda de la
sala, si alguno de ellos fue al servicio, quién salió antes del cine, etc.), es probable que den
respuestas distintas.

En resumen, se espera que los inocentes den respuestas consistentes tanto ante preguntas
esperadas como ante preguntas inesperadas. Por el contrario, se espera que los culpables den
respuestas consistentes ante preguntas esperadas, pero inconsistentes ante preguntas
inesperadas.

En un estudio de Vrij et al. (2009), 40 participantes cometieron un robo simulado (en


pares) y otros 40 fueron a comer a un restaurante (en pares). Después, todos fueron
entrevistados como sospechosos del robo y debían convencer al entrevistador de que a la hora
del robo estaban comiendo en un restaurante. Cada par de sospechosos disponía de 10
minutos para preparar la entrevista. Se hicieron preguntas esperadas e inesperadas y se
encontró que la consistencia entre las respuestas de cada par de sospechosos fue mayor ante
las primeras que ante las últimas.

2.2. INDICIOS CONTEXTUALES O SITUACIONALES DE LA MENTIRA

Como se ha señalado anteriormente, la idea de que la mentira se refleja espontáneamente


en la conducta del emisor de la comunicación ha sido sustituida por otras dos concepciones:
(i) la idea de que el detector debe hacer algo para que aparezcan diferencias entre personas
sinceras y mentirosas y (ii) la idea de que no hay que buscar indicadores conductuales de la
mentira, sino indicadores no conductuales o contextuales. En las páginas anteriores hemos
descrito la primera de estas dos concepciones nuevas; pasamos ahora a describir la segunda.

Ya hemos visto al principio de este trabajo que (i) las personas tienen la creencia de que
el engaño se revela en la conducta del mentiroso (por ejemplo, Global Deception Research
Team, 2006) y (ii) cuando deben juzgar si alguien miente o dice la verdad, se dejan influir por
el comportamiento del emisor incluso cuando tienen acceso a claves contextuales
perfectamente diagnósticas de veracidad (Bond et al., 2013). También hemos visto que el
magnetismo del comportamiento como índice de engaño no es exclusivo del ciudadano lego,
ya que también los científicos han sucumbido al mismo, habiendo empleado décadas de
trabajo a investigar las elusivas “claves conductuales” de la mentira.

Sin embargo, esta fascinación por la conducta está fuera de lugar. No sólo se ha
evidenciado recientemente, merced a la investigación meta-analítica, que el valor diagnóstico
de la mentira es extremadamente limitado, sino que además se ha descubierto que,
normalmente y fuera del laboratorio, las mentiras no se detectan a partir de indicadores
conductuales, sino de información contextual.

Hace unos años, Park, Levine, McCornack, Morrison y Ferrara (2002) pidieron a 202
personas que (i) recordaran una mentira que hubieran descubierto en el pasado y (ii) señalaran
cómo la habían detectado. Los resultados muestran que, en la vida real, normalmente las
mentiras no se detectan a partir de indicadores conductuales, sino a partir de (i) la información

21
de terceras personas, (ii) la confesión del mentiroso y (iii) evidencias físicas. 6 Nótese que el
hecho de que los participantes de Park et al. no mencionaran indicadores conductuales no
implica que no los utilizaran, sino sólo que éstos no les habían permitido identificar las
mentiras.

Recientemente hemos llevado a cabo una investigación inspirada en todos estos hallazgos
(Masip y Herrero, 2015). En nuestro estudio convergían dos líneas de investigación: la
centrada sobre creencias acerca de los indicadores de la mentira y la centrada sobre la utilidad
de indicios contextuales de la mentira. Pedimos a las mismas personas (i) que nos indicaran
cómo creían que las mentiras se pueden detectar (Cuestionario 1: creencias) y luego (ii) que
recordaran una mentira que alguien les hubiera contado en el pasado y que nos dijeran cómo
la habían detectado (Cuestionario 2: información reveladora). Esperábamos que, pese a su
experiencia de que las mentiras se descubren a partir de información contextual, las personas
siguieran creyendo que la conducta ofrece indicios fiables de engaño. Además, a diferencia
del estudio de Park et al. (2002), realizado con estudiantes universitarios, nuestro estudio se
hizo con miembros adultos (media de edad: 39 años; rango: 30 a 56 años) de la comunidad y
miembros de un cuerpo local de policía de idéntica edad y con un promedio de 13,5 años de
experiencia. Quisimos ver si los datos de Park et al. se replicaban con una muestra más adulta
y si había diferencias entre policías y no policías. Además, la muestra policial tuvo que
cumplimentar el Cuestionario 2 dos veces: una sobre una mentira detectada durante su
ejercicio profesional como policía y la otra sobre una mentira detectada en su vida personal.
Nuestros resultados muestran lo siguiente:

a) En consonancia con los hallazgos de Park et al. (2002), tanto los miembros de la
comunidad como los policías mencionaron significativamente más información contextual
que conductual al contestar al Cuestionario 2.

b) Sin embargo, al contestar al primer cuestionario se mencionaron significativamente


más claves conductuales que contextuales.

c) Apenas hubo diferencias entre policías y no policías: la mayor experiencia de los


policías con la mentira no corrige su tendencia a sobrevalorar utilidad de la información
conductual.

d) Tampoco hubo diferencias, en la muestra policial, entre contextos profesionales y


personales.

Estos hallazgos indican lo siguiente: (i) que en el mundo real las mentiras se detectan a
partir de indicadores contextuales, sin embargo (ii) las personas siguen apegadas a su creencia
de que la conducta del otro es una fuente de información válida para saber si está mintiendo.
Masip y Herrero (2015) sugieren que habría que concienciar a los policías (y a otros
profesionales para quienes detectar mentiras sea importante) de la discrepancia que existe
entre sus creencias (claves conductuales) y la información realmente reveladora (información

6
Estos hallazgos tienen implicaciones muy provocadoras. En concreto, Park et al. (2002) concluyen que la
noción, derivada de estudios de laboratorio, de que las personas son poco capaces de detectar mentiras puede ser
errónea, ya que en los estudios de laboratorio sólo se presentan indicadores conductuales, que obviamente tienen
poca utilidad. En la vida cotidiana, fuera del laboratorio, es posible que las mentiras se detecten mejor, puesto
que los indicadores contextuales reveladores pueden estar presentes.

22
contextual). Si un profesional cree que la mentira se revela espontáneamente en la conducta,
atenderá a indicadores conductuales más que contextuales, y esto puede comprometer la
exactitud de su juicio de veracidad. Si fuera consciente de que la información contextual es
más reveladora, entonces probablemente se centraría en ella en lugar de hacerlo sobre indicios
conductuales poco diagnósticos.

La mayor utilidad de las claves contextuales como indicadoras de mentira se evidencia no


sólo en estudios retrospectivos como los de Park et al. (2002) y Masip y Herrero (2015), sino
también en estudios de laboratorio, donde el control es mayor y, en consecuencia, el
establecimiento de vínculos causales es más claro. Blair et al. (2010) consideran tres tipos de
claves contextuales:

a) Contradicciones entre la información proporcionada por el hablante y la información


de la que ya pueda disponer el detector (nótese el solapamiento con la Técnica SUE).

b) Información normativa: conocimientos sobre actividades habituales de la persona,


leyes físicas, qué hace la gente en general en esa situación, etc.; una declaración que se aparte
de la norma puede ser falsa.

c) Información idiosincrásica: aquella información reveladora que no encaja en ninguna


de las dos categorías anteriores. Por ejemplo, hay una empresa de la que desaparece dinero
regularmente salvo cuando un empleado concreto está de vacaciones; el problema reaparece
cuando el empleado regresa (Blair et al., 2010, 2012).

Blair et al. (2010) muestran empíricamente la utilidad de estos tipos de información


contextual para evaluar la veracidad: en un conjunto de ocho experimentos, el índice medio de
aciertos de los observadores al juzgar la veracidad cuando sólo se les mostró la conducta del
emisor (sin el contexto) fue del 57% (63% para las verdades y 52% para las mentiras). Estas
cifras son similares a las del grueso de estudios en esta área. Sin embargo, cuando además de
la conducta se mostró a los observadores información contextual, el porcentaje de aciertos
aumentó hasta el 75% (74% para las verdades y 75% para las mentiras).

El trabajo de Bond et al. (2013) descrito al principio de este texto también puede
interpretarse desde este ángulo. Si bien es cierto, como se ha señalado, que la condición de
instrucciones más conducta (índice de aciertos del 76%) redujo los aciertos en relación con la
condición de sólo instrucciones (97% de aciertos), también lo es que la aumentó en relación
con la condición de sólo conducta visible (51% de aciertos). En el trabajo de Bond et al., las
reveladoras instrucciones eran información contextual. Y nótese, además, que en la condición
de sólo instrucciones (sólo información contextual) se acertó en un 97% de ocasiones.

En definitiva: tanto estudios retrospectivos sobre mentiras descubiertas en la vida real


(Masip y Herrero, 2015; Park et al., 2002) como los trabajo de laboratorio de Blair et al.
(2010) y Bond et al. (2013) demuestran que, a la hora de evaluar si otras personas mienten o
dicen la verdad, el contexto permite mayores índices de acierto que las claves conductuales.

Recientemente, Blair et al. (2012) conceptualizaron las claves de la mentira en tres


conjuntos diferenciados:

23
a) Conducta: Blair et al. (2012) reconocen que en términos generales los indicadores
conductuales son de escasa utilidad; sin embargo, proponen “formular preguntas que no sean
difíciles o amenazadoras para una persona sincera, pero que constituyan un desafío para el
mentiroso” (p. 735). Está clara la concordancia entre esta recomendación y la idea antes
expuesta de un entrevistador activo cuyas acciones incrementen las diferencias conductuales
entre mentirosos y sinceros.

b) Coherencia: Consistencia entre distintas declaraciones del mismo emisor (coherencia


intra) o entre declaraciones de emisores distintos (coherencia inter).

1) La coherencia intra no siempre es un buen indicador de la veracidad


(Granhag y Strömwall, 2002), pero algunos estudios recientes muestran que puede
ser una clave prometedora (Masip, Blandón-Gitlin, Herrero, Ibabe y Martínez,
2015; Street y Masip, 2015).

2) La coherencia inter puede explotarse con las preguntas inesperadas (Vrij et


al., 2009).

(c) Correspondencia entre lo que el hablante cuenta y lo que ya conoce el detector.


Conviene emplear estrategias que optimicen su utilidad, como la Técnica SUE (Blair et al.,
2012).

Las similitudes entre la propuesta “contextual” de Blair y la noción de que el detector


debe adoptar un rol activo son evidentes.

En resumen: si bien la gente cree que la conducta del mentiroso le delata, lo cierto es que
la información contextual es más indicativa de la veracidad. Algunos de los indicadores
contextuales que se han propuesto pueden explotarse mediante el empleo de estrategias
activas por parte del detector—estrategias que pueden incrementar las diferencias entre
personas sinceras y mentirosas—. En consecuencia, las dos orientaciones descritas en este
capítulo están estrechamente unidas.

3. CONCLUSIONES

La investigación científica ha constatado que las personas no muestran de manera


espontánea indicadores conductuales de la mentira, por lo que atender a tales indicadores no
permite separar entre sinceros y mentirosos. ¿Cómo se puede, entonces, detectar la mentira?

Existen al menos dos alternativas. La primera consiste en emplear estrategias activas de


entrevista que produzcan (o que maximicen) diferencias conductuales entre personas sinceras
y mentirosas. Tales estrategias de entrevista deben basarse en teorías de base psicológica.
Además, antes de emplearse en ámbitos aplicados deben ser sometidas a investigación
empírica (Blandón-Gitlin, Fenn, Masip y Yoo, 2014). La segunda alternativa consiste en
atender a información contextual en lugar de claves conductuales.

¿Funcionan estas alternativas? La investigación de laboratorio revisada en estas páginas


indica que lo hacen mejor que simplemente atender a los poco diagnósticos indicadores
conductuales tradicionales. Así mismo, un reciente estudio realizado en un aeropuerto real
con agentes de aduana reales ha comparado la eficacia para identificar a viajeros mentirosos
24
de una modalidad de entrevista breve basada en estas dos nuevas orientaciones con el método
tradicional de los indicadores conductuales. Los resultados han sido muy positivos, mostrando
la superioridad de las nuevas orientaciones (Ormerod y Dando, 2015).

Sin embargo, es importante tener en cuenta que estos protocolos están todavía en
desarrollo y que, aunque suponen una mejora frente a procedimientos alternativos, todavía
hay una serie de cuestiones que es necesario resolver antes de emplearlos de manera
generalizada:

a) En la mayoría de los estudios, los índices de error (personas sinceras juzgadas


mentirosas y personas mentirosas juzgadas sinceras) todavía son altos.

b) Hay pocos estudios que hayan examinado cada una de las nuevas modalidades de
entrevista y a menudo todos ellos han sido realizados por sólo un equipo de investigación (por
ejemplo, sólo Walczyk y su grupo han examinado el TRI-Con). Es necesario que otros
investigadores comprueben de manera independiente la efectividad de cada procedimiento, y
que al hacerlo introduzcan algunas variaciones en el paradigma experimental.

c) Es necesario fortalecer algunos de los modelos teóricos. Si bien la ADCAT de


Walczyk et al. (2014) es ejemplar en términos de su grado de refinamiento y elaboración, no
puede decirse lo mismo del trasfondo teórico de todas las aproximaciones. Algunos equipos
de investigación parecen más interesados en la utilidad práctica de los procedimientos que en
los mecanismos subyacentes a los mismos. Sin embargo, no basta con saber que algo
funciona, sino que es necesario, además, conocer por qué funciona. Sólo así podremos saber
en qué circunstancias va a funcionar y en cuáles no, y buscar medios de aumentar su
efectividad (Blandón-Gitlin et al., 2014).

d) En relación con esto último, la investigación sobre los límites de los procedimientos
aquí descritos es prácticamente inexistente. Sin embargo, éstos no deberían emplearse de
modo indiscriminado hasta que conozcamos tales límites (Blandón-Gitlin et al., 2014). Por
ejemplo, un estudio muy reciente llevado a cabo en los EE.UU. muestra que debido a la
ansiedad que las personas de grupos étnicos minoritarios pueden sentir al ser entrevistadas por
una persona blanca, el procedimiento de inducir carga cognitiva para detectar mentiras no
funciona adecuadamente con ellas, ya que muestran indicadores de sobrecarga cognitiva tanto
al mentir como al decir la verdad (Fenn, Blandón-Gitlin, Pezdek y Yoo, 2015). De igual
manera, es importante estudiar la efectividad de posibles “contramedidas”: estrategias
deliberadas del mentiroso para burlar al detector. Por ejemplo, el culpable que anticipe que se
le va a pedir que cuente su historia en orden inverso, o que se le van a formular preguntas
inesperadas, puede pensar y ensayar las posibles respuestas antes de la entrevista (Blandón-
Gitlin et al., 2014).

Por todas estas razones, hoy por hoy, el empleo indiscriminado de estas aproximaciones
aún no es aconsejable (Blandón-Gitlin et al., 2014). Sin embargo, abren interesantes
perspectivas de futuro.

25
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