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CAPITULO I BOGOTÁ: UNA CIUDAD PEQUEÑA E INSALUBLE

A comienzos de Siglo, Bogotá no era más que una pequeña población. Sin embargo, con el pasar del
tiempo su crecimiento se fue haciendo notable, no sólo aumentaba la cantidad de habitantes, sino el
espacio que ocupaba la capital del país. En medio de su proceso de expansión se fueron haciendo notables
las distinciones entre clase baja y clase alta. Como era de esperarse, el acelerado crecimiento de la ciudad
y la abrupta marcación entre ricos y pobres tenía efectos en la calidad de vida de sus habitantes a nivel
general; es decir, la prestación de servicios públicos era deficiente y las condiciones de higiene bastante
deplorables.

Con el tiempo y los esfuerzos del sector público en conjunto con el sector privado se fueron
implementando servicios públicos, y con ello se fue mejorando la calidad de vida de los bogotanos. No
obstante, con el acelerado crecimiento de la ciudad y la aparición de nuevas edificaciones públicas,
numerosos migrantes fueron arribando a la capital, de tal modo que por más esfuerzos e inversiones, los
servicios públicos seguían siendo precarios al no satisfacer la creciente demanda de los nuevos habitantes
de capital. Un caso grave de todo este crecimiento acelerado y la inoperancia de servicios públicos fue
el agua, pues estaba tan contaminada que no solo era impotable, sino que incluso era mucho peor que el
agua del siglo anterior.

Todas las condiciones insalubres de la ciudad estaban teniendo impacto en la salud de sus
habitantes, particularmente en los niños. Así, con las enfermedades viviendo en casa, jugando con los
niños, siendo el plato principal en todas las comidas, la salud se convirtió en un asunto mayor. De hecho,
la enfermedad se convirtió en un asunto mayor, de tal modo que se emprendió una lucha por mejorar las
condiciones de vida de la población. Para ello se acogieron políticas públicas de todo tipo, como la
prohibición de las chicherías, por ejemplo.

No obstante, a pesar de todos los intentos por procurar mejorar la calidad de vida de sus habitantes,
Bogotá no podía disimular el creciente abismo entre clases sociales. Con la industrialización se acentuó
la clase obrera, una especie de clase media creciente en la ciudad, pero que aun así, un poco menos pobre
y por ello un poco más limpia y menos desnutrida, no era posible erradicar la vulnerabilidad general a
enfermar gravemente por las condiciones paupérrimas de salud en las que se desarrollaban los niños y
jóvenes.
CAPITULO II: LA SALUD DE LOS NIÑOS

En consecuencia de las terribles condiciones de vida de los habitantes de Bogotá la altísima mortalidad
infantil se convirtió en un problema mayor. Era necesario, entonces, asumir la salud como un asunto de
interés pública, al menos la salud de los niños, que por las condiciones de miseria en las que vivían y la
ignorancia de sus padres sobre el cuidado de las enfermedades, requerían cuidados especiales que no
podían ser suplidos en sus casas. Bajo estas circunstancias, y con el pasar del tiempo, se fueron creando
hospitales infantiles, donde se atendían específicamente las necesidades de los niños. Sin embargo, la
aparición de estos centros de salud especializados no ocurrió sino hasta después de algunas epidemias
que afectaron gravemente a la población bogotana, particularmente a los niños.

Bogotá, por su clima cambiante pero en su mayoría frío, era un lugar propicio para la aparición de
infecciones virales de todo tipo, con predominancia de enfermedades respiratorias. Esta predisposición
a la aparición de enfermedades, más la contaminación de las aguas y las condiciones antihigiénicas de
sus habitantes propiciaron la aparición y propagación de varias epidemias que tuvieron como
consecuencia un alto índice de mortalidad en los habitantes de la capital. Ante esta situación se
comenzaron a tomar medidas de prevención y cuidado. Estas medidas incluyeron leyes no solo respecto
a la salubridad, sino al cuidado del hogar, de la mujer y del niño para evitar que fuera abandonado o
sometido a malos tratos y cuidados. Sin embargo, no hay leyes que puedan proteger a los ciudadanos de
las epidemias que azotaron a la ciudad, particularmente de aquellas enfermedades que podrían ser de
carácter menor, pero que por las precarias condiciones higiénicas se tornaban fácilmente en
enfermedades y pestes de carácter legendario con alcances devastadores.

Todas las epidemias que golpearon a la capital tuvieron un impacto ciertamente negativo, pero
también fueron afinando técnicas de prevención y cuidado. Una de las consecuencias de ello fue
considerar el aislamiento como una forma de cuidado ideal tanto para los enfermos, como para los
ciudadanos sanos. Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos, los niños continuaban siendo víctimas
de las precarias condiciones de salubridad. Para ello se comenzó a fomentar la construcción de viviendas
que contaran con ambientes separados y suficiente ventilación para evitar convertir el hogar en una
incubadora de virus y bacterias. Además, era necesario y urgente tomar medidas sobre la contaminación
de las aguas y de las leches, pues el problema no solo era de las malas condiciones de las vacas y los
establos, sino también del trato que se le daba a los desagües que terminaban contaminando las fuentes
hídricas de la ciudad. De este modo, la inquietud por la salud permeó disciplinas mucho más allá de la
medicina, pues fue necesaria también la intervención de la jurisprudencia, la ingeniería e incluso de la
arquitectura.
Sin embargo, a pesar de todos los intentos interdisciplinares para aminorar el efecto de las
enfermedades en Bogotá, no era posible combatir los prejuicios culturales y algunas costumbres que
propiciaban la aparición de enfermedades. Un caso de ello es la disputa entre medicina y remedios
caseros; el remedio casero podría ser útil en determinados casos, pero en su mayoría empeoraban la
enfermedad o generaban nuevas afecciones. Por otro lado, la aparición de las vacunas tomó gran fuerza
para el control de enfermedades, pero los prejuicios de los capitalinos hicieron difícil la aplicación de
estas. No obstante, con el tiempo, algunas brigadas de salud y exigencias por parte de instituciones
educativas, las vacunas fueron siendo aceptadas y aplicadas en los bogotanos. Finalmente, el asunto
fundamental para el control de enfermedades era la desinfección. Ciertamente no siempre era eficaz, pues
no se realizaba de manera adecuada o llegaba cuando ya la enfermedad se había propagado, pero los
procesos de desinfección se convirtieron en la clave para evitar el surgimiento y propagación de
enfermedades, por lo cual era de vital importancia generar políticas públicas y prácticas culturales que
fomentaran estos procesos.

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