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oel
FUNDACIÓN INSTITUTO DE HISTORIA SOCIAL

1997 (1)

N.'? 27
SUMARIO

ESTUDIOS
Clara E. Lida: ¿Qué son las clases populares?' Los modelos

europeos frente al caso españoLen el siglo XIX .: : ..•. :... 3

John Rule: Tiempo y clase obrera en la Gran Bretaña contem­


poránea 23

Michael Seidman: Frentes en calma de la guerra civil 37

DOSSIER: TRABAJO rNDUSTRIAL y CONDICIÓN OBRERA


Erniliano Femández de Pinedo y Femández: Conflictividad la­

boral en una gran empresa siderúrgica. Altos Hornos de

Bilbao (1880-1900)............................................................... 61

Antonio Escudero: El nivel de vida de los mineroS" vascos

(1876-1936) ,," : , ". ..87

Pedro M. Pérez Castroviejo: Vivienda obrera X prin¿eros nego­


cios inmobiliarios en la zona industrial de Vizcaya 107

PERSPECTIVAS HISTORIOGRÁFICAS
Alejandro Tiana 'Ferrer: Movimiento obrero y educación popu­
lar en la España contemporánea 127

NOTAS
Ricardo Miralles: Manuel Tuñón de Lara, un historiador influ- •
yente 145
Vicent Sanz Rozalén: Raphael Samuel (1938-1996). Historia y

compromiso ;............................................. 147

I
Resúmenes!Abstracts ., . 151

Autores . 155
stu s•

¿QUÉ SON LAS CLASES POPULARES?

LOS MODELOS EUROPEOS FRENTE AL CASO

ESPAÑOL E-N.EL-SIGLO XIX "

Clara E. Lida

B [EN sabemos que la noción de "clases populares" aparece imprecis~ enJalit~r:atura his­
tórica, y que el concepto de "popular" aplicado a la clase; exige reacorpodos y [edefiniciQ­
nes según distintas épocas y lugares. En realidad; lo que estas .variaciones. revelan es el ca­
rácter tluido de sociedades en las cuales muchas de las fronteras de las clases sociales
carecían de rigidez y donde las formas tradicionales, corporativas, estamentales y estáticas
del Antiguo Régimen se resquebrajaban sin dar lugar plenamente a las formaciones socia­
les propias del capitalismo industrial. Así, estas transformaciones permitían a aquellos
sectores sociales que hasta entonces aparecían periféricos o desplazados penetrar en ámbi­
tos más amplios y dinámicos del mundo del trabajo, de la economía, de la política y de la
cultura.
Sabemos que en la historiografia actual el concepto "clases populares" se ha defini­
do, en general, por lo negativo, por lo que éstas no son, como carencia o ausencia de un
rasgo distintivo que refleje nítidamente poder o relieve social. Es decir, las clases popula­
res s~ han concebido sobre todo por oposición a las clases privilegiadas, aris·tocráticas y
burguesas, especialmente en el siglo XVIII. 1 0, por decirlo de otro modo, siguiendo la defi­
nición de Roger Chartier en sus precisos -y preciosos-- estudios sobre las lecturas y los
lectores en la Francia del Antiguo Régimen, quienes pertenecían a las clases populares eran
todos aquellos que no pertenecían "a ninguna de las tres togas": la "toga negra", es decir la
de los clérigos; la "toga corta", de los nobles; la "toga larga", de funcionarios, grandes o

, El Oxlord English Dictionary (OED) recoge la voz popular para la primera mitad del siglo XIX, con la
:lccpción de gente común ("cummon people", "ordinary people"), que se define por oposición a la nobleza y a
la gente de rango. Algo semejante encontramos en francés: Le Robert. Dlctionnaire historique de la langue
fi-wu;aise. Paris: Dictionnaires le Robert, 1993, s. v. populaire y peuple. Carecemos de la historia de esta voz
en español.

f-!isroria Social, n.o 27. [997, Dp. 3-21.


'pequ.eños, de abogados, procu'raClotes y otrosl'etrados, de médicos y otros profesionales; es
decir, de "gente de pluma". 2 Claro está que esta amplia definición debe ser sometida a
otras precisiones sobre el concepto de clase, cuyo uso moderno surge en el siglo XIX, en
las sociedades capitalistas industriales. lo cual le ha imprimido una especificidad histórica
determinada. J Pero en las sociedades en proceso de industrialización. si bien el término
corresponde a una categoria social más imprecisa, éste tiene un valor analítico indudable y
una precisión histórica que rebasa los usos señoriales de "togas", "estados" o "estamentos". 4­
Si trasladáramos el problema del Antiguo Régimen al siglo XIX y buscáramos definir
];1S clases popu"lares por lo que sí son, éstas se caracterizarían por abarcar un abanico muy
J.bierto y complejo, integrádo por quienes partiéipaban en el mundo del trabajo y de la
producción, tanto en el campo como en la ~iudacl, ya fueran los productores de la tierra
.-pequeños labradores o.jomaleros- y de la urbe -los artesanos, los obreros en talleres y
fábricas y el pueblo menudo ocupado en servir. En este amplio universo, también estarian
incluidos quienes dedicaban sus actividades cotidianas al pequeño comercio o al pequeño
taller: los tenderos, los empleados, los maestros de oficio. Un amplio mundo del trabajo
que, como obscrvamos una y otra vez, lo mismo incluía a hombres que a mujeres, aunque
los primeros dominaran los ámbitos más públicos y las segundas estuvieran segregadas de
la esfera política. Y todo esto sin excluir a quien -para usar la expresión de Chartier- tam­
bién era gente de pluma: de educación y letras. como institutrices y maestros, imprcsore's y
profesionales nuevos y advenedizos que comenzaban a pulular al terciar el siglo en ocupa­
ciones cada vez más extendidas: el periodismo y las letras, las profesiones liberales y téc­
nicas, la política. Es decir, esa nueva intelligentsia disidente, crítica y progresista que con­
vergía con los demás sectores populares en sus aspiraciones democráticas.
Estas clases populares, trabajadoras y productivas, también se distinguían a sí mismas
por su visión del bien común, que constituía un reto a los mecanismos e instrumentos del
privilegio y de la política de las clases hegemónicas. Esto se sintetiza en su intento de re­
definir la propiedad en relación con los productores y no con los poseedores, y por su de­
cidida lucha por hacer valer la universalidad de los derechos ciudadanos para todos -aun­
que en estas demandas se excluyera a las mujeres-, sin distinción de patrimonio, de clase,
de cultura o de vínculos de obediencia a la autoridad y de sumisión ante el estado. En su
cuestionamiento de las instituciones oficiales, los miembros de estas clases proponían
como escenario alternativo para la movilización y la lucha por objetivos comunes, sus aso­
ciaciones y uniones de oficio, sus clubes, sus centros de instrucción, su prensa -es decir,
sus organizaciones no institucionalizadas oficialmente.
Hay que advertir, sin embargo, que este variado universo poblacional no sólo se ca­
racteriza por ser ajeno al mundo del ppvilegio y de la hegemonía del poder, sino que, ade-

CHARTIER, 1994, p. 8, retoma la expresión de ROCHE, 1981; CHARTIER, 1995.


El OED fecha el uso de c!ass referido a las capas bajas de la sociedad en 1772, y el término "clases tra­
bajadoras"' en 1816, según el opúsculo de Robert Owen: Two lHemorials on Behalfofthe Working Classes. En
francés, Le Roben remonta su origen como categoria social a la historia de Roma, donde c!assis se refería a los
ciudadanos repartidos en categorias según el censo. Como categoría social ya 10 emplea Quesnay en 1758.
Vánse respectivamente s v. c!ass y C!asse.
-l THO\lPSON, 1979. parte IV, pp. 33-39, discute el valor analítico o heurístico de la categoría de clase para

estudiar la realidad histórica del siglo XVIJ[ inglés. Aunque su significado sea menos directo que en el siglo X¡X
de la Gran Bretaña industrial, Thompson establece que el concepto de clase no sólo es resultado de las relacio­
nes de producción, sino, además, consecuencia de los antagonismos y luchas entre sectores sociales opuestos,

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que en la confrontación van reconociendo su propia especificidad como clase. Sin embargo, RUDÉ (1964) Y
THO'.IPSON (1979, p. 32), por ejemplo. favorecen el concepto de "pleb"' y "crowd" para referirse en el SIglo XVIlI
a qUlenes componen estas clases en una compleja pOlaridad de fuerzas en equilibrio, en las que predominaba
la conCiencia "vertical" del ofIcio en contraste con la "corlciencia 'horizontal' de la clase obrera industrial ma­
4 dura".
más, se define en contraste con los sectores más marginales de la sociedad. En este senti­
do, enel universo de las clases populares tampoco tienen cabida en pie de igualdad los
marginados, los hombres y las mujeres sin calificación y sin trabajo, aunque esto no impe­
dia que, en ocasiones particulares, ambos actores lucharan juntos. Es decir que la defini­
ción de clases populares también exc!uye a la gente sin nombre que a menudo conformaba
las poblaclones más periféricas de la sociedad y que permanecía al margen de los procesos
organizativos caracteristicos de los movimientos politicos más o menos estructurados, así
como del mundo de los oficios y de la tierra, de las profesiones, del comercio, de la pro­
ducción y del trabajo. En síntesis, si por parte de las clases populares hay una visión dife­
ren'ciaJora e, incluso, op'uesfa a la de las clases hegemónicas, simultáneamente hay un
recha.zo de lo que podlÍamos llamar la "cultura de la incultura", de la marginalidad, de la
exploslviclad y de la violencia más.o menos espontánea de la plebe y de la muchedumbre,
de los grupos. carentes de organización y de una acción y un discurso precisos y estruc­
turados. En otras palabras, también en el ámbito de la acción, las formas de lucha de las
clases' populares se distinguen de tos motines y la violencia colectiva de la multitud, preci­
samente porque en las clases social y políticamente organizadas no tienen cabida los im­
pulsos más arrebatados de los desheredados que tenían poco o nada que perder... ...
Así pues, a partir de 10 anterior, podríamos pensar en un ,"espacio conceptual"~un es~~·
quema espacial-, en el cual las clases populares ocupan un universo intennedio entre.lo
hegemónico y 10 marginal, con una doble articulación que podríamos calificar de "subal­
ternidad" y de "subhegemonía" frente a los otros dos universos: el del poder y .el de la
marginación, respectivamente, Sin embargo, pese a las distancias entre estas tres esferas
sociales, la confrontación entre las clases populares y las dominantes a menudo lleva a las
primeras a reivindicar los rezagos de los marginados más que a someter sus propias reivin­
dicaciones a las del poder. ._
En el caso particular de España, la presencia de lasc1así;s 12oQulare.sse puso de relie­
ve, sobre todo, en el segundo tercio del siglo XIX, aunque ya hubieran aflorado manifesta­
ciones públicas anteriores, como, por ejemplo, en el Trienio. De España nos ocuparemos
extensámente más adelante, pero lo que sí deseamos subrayar es que su desarrollo decimo­
nónico es reminiscente de las manifestaciones que tenían lugar en el resto del continente y
en Inglaterra desde las postrimerías del siglo XVIII, y que muchas de estas manifestaciones
perduraban todavía en Europa en la primera mitad del XIX. De entre estos casos bastaría
recordar el radicalismo inglés de la última época hanoveriana, los sans-culottes de la Re­
volución francesa, los jacobinos y carbonarios <le la era postnapoleóni<;,a., el cartismo de la
década de los años treinta y cuarenta, los republicanos y socialistas continentales de 1830
a l848. 5 En todos estos episodios se ve algo que debemos subrayar claramente: que el
mundo social de las clases populares en el siglo XIX no era uniforme, estático ni monolíti­
co, sino que su condición esencial era heterogénea y variable, y que se redefinía según
cada momento, cada lugar, cada problema y cada conflicto,·
Sin embargo, aquí es precisa una palabra de cautela, ya que no cabría cabalmente ha­
blar de una alianza de clases, pues ésta implicaría una unión premeditada y consciente de
clases diversas, asociadas ex profeso por una meta en común, pero de carácter temporal.
Por el contrario, históricamente las clases populares se vinculan entre sí y adquieten cohe­
sión a través de un complejo discurso de múltiples niveles que, como veremos más adelan­

5 THO\IPSO'i, 1963 y 1979; R¡;DE, 1964; FURET et al., 1965; D. JONES, 1975; G. S. JONES, 1983; ReLE,

[990: SEWELL, 1980. América tampoco quedó al margen de estos procesos en el siglo XIX. Para el caso de Mé-
"ico \ éanse. por ejemplo. dos aportaciones recientes: ILLADES, 1995; PÉREZ TOLEDO, 1996. En las Antillas, el
lema lo estudió de modo ll1cisivo para Puerto Rico. GARCíA, 1989 y 1990. También para los Estados Umdos se
I
I

puede consultar L.-'.LR1E. 1989, Y el bnllante estudio de MONTGO\lERY, 1993. 5


te, conUevaexperienciascomunes y./elementos objetivos que aIientanla;asoeiaGiánfirrhe'
y, a menudo, de larga duración de los diversos sectores que las componen. Esto les per­
mitía, eomo prioridad, compartir metas en común en vez de ahondar en los elementos di­
ferenciadores, los cuales hacían su aparición desagregadora sólo cuando los estímulos y
vinculas asociativos se debilitaban. En este sentido, hay que anotar que la redefinición
y metas de las clases populares estaban sujetas a cambios, según se desarrollaran en un
ámbito de mayor apertura o contracción de los espacios públicos y políticos, o por decirlo
de otra manera, según la mayor capacidad del estado de ampliar su base de participación,
tokraneia y eooptación, o según su mayor rigidez e incapacidad para pem1itir una ampli­
tud participativa más allá de. las restrieciones impuestas por· los sectores tradicionales y
fuertemente censitarÍos.

Para avanzar en este análisis de las e1ase's populares, propongo examinarlas de acuer­
do a sus expresiones y manifestaciones ideológieas y eulturales, así como según los e le­
mentas asociativos y de soeiabilidad que moldean su universo mental y soeial, factores
que hasta ahora nos son menos conocidos que los económieos y los políticos. Es decir. en
estas páginas se trataría de precisar los variados componentes discursivos que sirven a I \ )
e1ases populares para conceptual izar su lugar en la sociedad, además de examinar C"TU
v~r1an según las formas organizativas, la acción colectiva y las circunstancias histónL-l'i
cambiantes.
Sin embargo, antes de continuar, cabe precisar en qué sentido utilizo el término dlS­
cllrso, ya que no me refiero sólo a las proposiciones teóricas o a los lenguajes hablados :.
escritos, sino, además, a la suma de símbolos, aeciones y valores colectivos, asi como a lus
elementos históricos objetivos que conforman las clases. Asi, el discurso de las clases po­
pulares se diferenciaba notablemente del discurso dominante de las grandes burgucsías :­
oligarquias, ya que estas últimas se caraeterizaban por su defensa de la propiedad y de los
privilegios individuales, de la educaeión para los menos, de los favores de las leyes y dere­
chos censitarios para unos pocos y la auseneia de prerrogativas ciudadanas para los más.
En su discurso, los sectores populares recurrian al imaginario colectivo del "ciudada­
no", que invocaba una concepción activa de la función de todos los individuos dentro de
una sociedad; además, estas clases pugnaban por un estado igualitario nuevo en el cual el
derecho al trabajo fuera la verdadera fuente de la riqueza y de la propiedad, en vez de que
éstas fueran privilegio y usurpación del trabajo ajeno. En otras palabras, para las clases
populares este doble discurso del ciudadano y del trabajo se su:stentaba en una exigencia
moral de que el poder y la representación políticos se cimentaran en el trabajo y en sus
produetores, y no en los privilegios de quienes ostentaban una propiedad basada en el tra­
bajo de otros. Es decir, este discurso subrayaba que, en una nueva sociedad, el trabajo y el
privilegio eran categorías antitéticas y no, como en el Antiguo Régimen, categorías que se
sustentaban mutuamente. 6 En síntesis, se trataba de evocar elementos fácilmente compar- .

6 Véase un análisis del concepto de "ciUl.ladano'" durante la Revolución francesa, en el sugerente estudio
de GUILHAL''-,IOU, 1989. Una visión menos diferenciada del concepto de ciudadano antes y después de la Revo­
lución, en SCHAMA, 1989. Sobre la expropiación del trabajo en la ideología liberal posterior a 1789 y la lucha
11 contra ésta por parte de las clases trabajadoras -especialmente artesanas- por defender la nocíón del trabajo
como propiedad, véase la brillante síntesis de SEWELL, 1980, cap. 6. También sobre el trabajo en los siglos XVII
y xvm ingleses, y su relación con la virtud y la autoridad y con el derecho natural y el político. véa:;e POCOCK.

6 1 1985, caps. 3 y 6, respectivamente. La relación entre ciudadanía y trabajo en los Estados Unidos en el siglo XIX,
está sugerentemente analizada en MONTGOMERY, 1993.

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tidos por toda una comunidad de productores, es decir de los verdaderos ciudadanos. Por
esto se destacaban ciertas metas esenciales, tales como el acceso amplio a la propiedad, a
la producción y al producto, a la participación política abierta, a la justicia equitativa y a la
búsqueda de una creciente unidad entre las metas económicas justas y las políticas iguali­
tarias y democráticas.
Si nos adentráramos más en los mecanismos de este discurso de las clases populares,
podriamos precisar mejor los elementos constitutivos que le sirven de base. 7
a) En primer lugar, debemos destacar el discurso de la moviliz¡;zción colectiva, que en
periodos de fuerte contracción de los espacios políticos se manifestaba en la invocación a
la acción violenta por medio de proclamas o actos dirigidos contra blancos específicos, o a
través de la organización de levantamientos y barricadas. En cambio, en los breves mo­
mentos en los que el poder o el estado permitían la apertura política, el discurso de la mo­
vilización se centraba en la participación ciudadana a través de la organización de la po­
blación en partidos y movimientos políticos y en el ejercicio del sufragio. Como ejemplos
clásicos de esta pluralidad de discursos de acción colectiva en contextos de contracción,
podríamos citar, por un lado, las protestas de Swing, en Inglaterra, en los años de 1830,
con sus proclamas y ataques ludistas a blancos determinados, y los movimientos radicales
del -1-8 francés, con sus movilizaciones y luchas callejeras. Por otra parte, la invocación a la

L
p~Hticipación ciudadana y a la organización política colectiva y autónoma tiene su expre­

\l::ís sobre el discurso y el imaginario en LIDA. 1993 Y 1995.


sión reconocida.enel cartismo'inglés'Y, de modo aún más'Dotable'y paradigmáricb':en'fa JOi

Comuna de Pans. En el caso de España no faltan ejemplos equivalentes y, como veremos


más abajo, podemos encontrar manifestaciones semejantes, en la amplia difusión de pas­
quines incendiarios y actos ludistas en los años de fuerte contracción de los espacios pú­
blicos en la época isabelina, así como en las barricadas y movilizaciones que sacudieron a
España en el Bienio liberal o a comienzos del Sexenio revolucionario. s Por otra parte, en
los momentos de expansión de los espacios públicos, podríamos referimos, por solo men­
cionar un par de ejemplos, a la participación ciudadana enlas movilizaciones catalanas del
Bienio yen los movimientos cantonalistas durante la Primera República.
b) en segundo elemento discursivo. directamente vinculado con el anterior, se refie­
re específicamente a las jormas de organi:::ación}' de asociación públicas y secretas. En él
se integra un-a gama plural de posibilidades, que abarca desde las sociedades deacción se,­
cretas, compuestas por un número limitado de miembros, hasta los partidos políticos más
o menos públicos, de orientación democrática y republicana y de filiación amplia; desde
las sociedades de cooperación y ayuda mutua, predc'minantemente artesanales pero ya no
corporativas, hasta las más modernas asociaciones obreras y campesinas vinculadas a or­
ganizaciones de clase. Aunque muchas de estas sociedades tenían una marcada orientación
hacia las clases artesanales y profesionales, no excluían lacparticipación de miembros de
otros sectores ocupacionales, también preocupados por la organización del trabajo y la
protección de los derechos de las clases productivas. En ellas se incluían miembros de los
diversos grupos populares que buscaban nuevas formas de sociabilidad política, al margen
de las organizaciones excluyentes que servían de sostén al estado oligárquico y conserva­
dor, así como los que se pronunciaban en lucha abierta contra éste.
Para observar lo anterior, en el escenario europeo, bastaría recordar los estudios de
Maurice Agulhon sobre las organizaciones populares republicanas en los pueblos y aldeas
franceses de la Baja Provenza, como expresión de sociabilidad radical en los años que van
desde la Restauración hasta 1848; el minucioso análisis de Christopher Johnson sobre el
rpovimiento cabetista y su composición social plural y amplia, aunque predominantemente
artesanal; los libros de Fernand Rude y Robert Bezucha, sobre la organización y lucha de
los tejedores de la seda en Lyon -los camlts-, entre 1827 y 1834, Ysu relación con el resto
de las clases populares urbanas y las primeras organizaciones socialistas; el estudio de Wi­
lliam Sewell, sobre la estrecha vinculación organizativa, ideológica y cultural de los arte­
sanos con las asociaciones socialistas y escuelas societarias francesas, que entre 183 O Y
1848 desarrollaron lo que él considera un nuevo lenguaje radical sobre el trabajo y las cla­
ses productivas y populares. 9
No creo que debamos dudar en enfocar muchos de los movimientos y organizaciones
populares de la España isabelina desde algunos de .estos ángulos, coincidentes con los del
resto de Europa en épocas anteriores o contemporáneas. ¿Serán muy distintos, en términos
generales, el proceso organizativo y la movilización de los tejedores catalanes entre 1854­
1856, de los de los sederos de Lyon que estudió Bezucha; o el impacto del republicanismo
y de las organizaciones carbonarias en Andalucía, de las chambrées que analiza Agulhon
para la Provenza? Las organizaciones culturales que en la Francia orleanista ocultaban or­
ganiz~ciones secretas republicanas o socialistas, ¿acaso diferian tanto de las sociedades
corales, los círculos filannónicos y los ateneos obreros que en diversas ciudades de Espa­
ña escondían a republicanos y simpatizantes del socialismo? Si volviéramos sobre el pri­
mer socialismo español con ojos nuevos, ¿acaso no encontraríamos elementos en común

al
3

9
Algunos de estos pasquines y proclamas se estudian y reproducen en LroA. 1972 y 1973,

AGLLHON, 1994, 1970 Y 1979; JOHNSON, 1974; RUDE, 1969; BEZUCHA, 1974; SEWELL, 1980, Para España
v¿ase, por ejemplo, el importante estudio de M.-\LuQl;ER DE Mons. 1977,
con los que nos revelan Se\vell YJohn,s.on_eIltre losaI1esanps,,obrerosy j~rnaleros,Jrance."";"",,,;!,,_
ses y' las irifluencias socialistas?){) Y s'!:biert algose fi~avarizad()~erfeIcortDc irhfento insti:'
tucional de la másonerí~~en Espana, m,~cho menqreS son los adelantos en la comprensión
de ésta y otras sociedade$ secretas y clandestinas como centros de sociabilidad, orgaÍ1í~a::
ción y cultura po liticé!§-", , ,-, " '" ,
c) Finalmente, debemos destac.ª-&?fdisclIrsodef acCf:so a fa cultura ,deJas clas.YS pi,,:,
pulares. no como la búsqueda de una cultura paralela ala h~gemórtíca, ni c,Qma uRaoC11ltu".;
ra subalterna o subordinad-a. Por el contrario, se trata del 'diseño del discursQ de,úfig~ljltu:.;
ro alteowtiva.en el cual se propone y desarrolla lacreaciórt'de inÚitutione~:de educación,
información. soiida~ colectiva e inconformidad, distintas de las'donlínantes -publicas
o privadas'. Este discL.iT~o invoca'un abanico de aC,tividades educátivas, recreacionales y ort"
ganizativas que van desde l~s escuelas para artesanos y obreros, hasta las aS0cíacioQes co~
rale's, filarmónicas y dra.mªÚcas; d.esd~laJectura 'voz alta e ~.., s~talleresyIQs·cortij , '
hasta la sociabilidailií~formal s:rrlq_m~s-ytabe . ",' ,::105 , '. '. tros1t1tti~lesén'cl
bes, logias y cofradías, rntsta la,socia15ilid'ad popular de 'celebracion fiestas y~ Jhanifesta- '
ciones colectivas~,I1 cuya simbología se integrabawla tradición yel camb'io~"Saoemospoco·
sobre si existen~uivalent~~ninsulares de; lírrougfr.#j.llSicq~@a1iza~pol"~~emplQ~
Thompson; llpero, si la líterarurn sOQre"~encerr~üj;a:s;'y:ch."ffarivarisE ~~::Espafia-~e("practldr~"
mente nula, en cambiO' rrosen~0ntra:h}O's·aqtif'Yallá cbft:ñoticú13·de<i~ye~esapr~Sádos·'P9I:;·
cantar, coplas consideradas subversivasry por ~leinentos festivo~iYca;p-aval~sco~'9.l1~~pe~~'t
fIan las convenciones ylas normas. 1 2 ' ,', ,,' , ' " . : , ',l,"; ,'-:.,

En estas manifestaciones.discursivas:cte:s-ímbolos4 actos::ypalabras~,'kji·que'sé:.eVidii~:L',


cia es que el desarrollo de una cultura popular independiente se apuntala, necesariamente,
con otros lnstrumentos de comunicación y de difusión, especialmente los medios escritos;
así, [a prensa, los folletos, las hojas sueltas, desempeñan un pflpel central como órganos de
vincuIa:sión de la clase:, N~:tllralmente que en este discurso ~ay que subrayar, a.unque- sea
de manera parentética, eL énfasis en la, alfabetización, enJa lectura y en el· aprendizaje.
Algo se ha investigado sobre las escuelas e instituciones educativas para las clases popula­
res, aunque se ha hecho poco por distinguir entre la educación para y la educación por
esas mismas clases, aunque con frecuencia era esta última la que proveía los elementos
culturales de mayor combatividad y la que, en países predominantemente analfabetos,
alentaba con mayor perseverancia el acceso a la alfabetización y con ella a la lectura entre
sus propios miembros. Esta forma de "auto-educación colectiva" desarrollada por los suje­
tos mismos (y no para ellos-por otros ajenos a su clase), nos permitiría distinguir con
mayor rigor las escuelas y ateneos de obreros y artesanos organizados por ellos mismos,
de las instituciones de beneficencia eclesiástica o del estado instrumentadas para la educa­
ción de las clases populares, especialmente, de los trabajadores. Incluso habría que forzar
aún más el argumento y preguntarse hasta qué punta las instituciones educativas estatales,

:0 Para mayor información sobre las organizaciones secretas en España antes de 1868, véase LIDA, 1972.
\[-\LLQLER DE MOTES, [977, sin adentrarse en la composición de clases del socialismo español, vislumbró ati­
nadamente esta pluralidad.social. p, 96. passim. Valdría la pena hacer una re lectura de este libro a la luz del de
SE\\ELL. 1930, para avanzar con una nueva aproximación a ese primer socialismo ibérico en su vinculación con
las clases populares yel mundo del trabajo.
11 THO\IPSON, 1994. Véanse dos reflexiones que expanden de modo muy sugerente esta y otras aportacio­

nes de Thompson. en ELEY, 1990 Y SEWELL. 1990-, y que nos han apoyado en estas páginas.
1: Algunas referencias a coplas políticas én LlDA. 1972: otras en el Archivo Histórico NaclOna1. "Conse­
JOS" Y en la Biblioteca Nacional, Madrid. secclón "Manuscritos". El carácter desafiante de las fiestas se revela

enlre líneas en SERR..·\",.'; PAG..\"I, 1984 Y en R.-\\IOS S-\NTA:'-i-\, s.f. (01985°). Hojas y pliegos sueltos de caracter 50­
clalista. republicano o antimonárquico, algunos prohibidos. reproducidos en LvfARCO, 1967; TERSlES, [972;
LID\,. 1973. 9
"filantrópicas, y eclesiásticas creadas para,los hombres ymujerespertenecientes'almundd'
del trabajo, tuvieron como preocupación real el analfabetismo de esos sectores o fueron
una respuesta premeditada del poder y los poderosos para desactivar la politización y el ra­
dicalismo, la cultura y la sociabilidad generada por las propias clases populares.
En este contexto, la función sobresaliente de la prensa y otros impresos, con su lucha
por la libertad de expresión; sus críticas ante el poder, sus dibujos y caricaturas, sus prosas
y poesías escritas no solo para las clases populares sino por estas mismas clases. en su
más amplia composición y varieda~permiten un aC,ercamíento aja culttlra y sus .discursos
en espacios amplios y entre sectores plurales. Por otra parte, vale la pena tener presente
que así como históricamente el su-rgimiento de la prensa burguesa rompió con los órganos
tradicionales de las oligarquias cortesanas, también la prensa y los impresos populares
rompieron con el monopolio de la informacióñ por parte de los grupos de poder político y
económico de las oligarquías burguesas y del esta"do. Más aún, la prensa popular contribu­
yó a unir de modo suprarregional movimientos locales que de otro modo hubieran queda~
do fragmentados e inconexos. Esta prensa permitió enlazar las quejas y los descontentos
aparentemente circunscritos a una comunidad con los procesos que se desarrollaban en Li
escena nacional, y, a la inversa, informar de las quejas y los descontentos nacionales a las
comunidades locales y dispersas. La función suprarregional de la prensa y de los impres,1'o,
populares no sólo era la de informar, sino también la deformar conciencia de los proble­
mas que eran comunes a las clases populares más allá de ámbitos pueblerinos y comun I ~l"
rios. Que esto fue cierto para toda Europa, incluyendo España, lo sabemos bien, pero t",;.:"
vía nos faltan los estudios sobre la prensa española y los impresos populares que perml!.:~~
precisar e identificar los lenguajes de clase y los de la región, los vinculas de éstos 1..,:1
otros lenguajes -ya sea por coincidencia o en contrapunto-, la creación de un imaginar:. I

común y el desarrollo de una cultura de clase en lasque se recoja no sólo la formación ,! . .:


un discurso, sino tambiénla dualidad e incertidumbre de lenguajes encontrados. 13

II

Si volvemos aho~a la mirada a España, y nos centramos en los años medios del siglo
XIX, entre las décadas de 1840 y 1870, podremos apreciar más de cerca cómo se manifies­
tan en la Península los elementos desarrollados en las páginas anteriores. La elección del
corte cronológico se justifica plenamente al tomar como punto de partida la fractura del
Antiguo Régimen y el comienzo del sistema oligárquico-liberal en la época isabelina, aun­
que, como apuntamos antes, haya breves momentos previos en los que también se pueden
apreciar elementos comparables. En. cambio, las fechas terminales tienen una frontera tem­
poral mucho más borrosa, que incluso podría llegar hasta este siglo. Sin embargo, para
propósitos de este trabajo, y para evitar superposiciones con movimientos de clase que se
definen más ciaramente a partir de finales del siglo XIX, a raíz de las reformas del estado y
sus instituciones, del desarrollo de partidos políticos con· bases sociales precisas y del
afianzamiento de las organizaciones internacionalistas en las décadas de 1880, tomaremos"
el Sexenio como punto final de nuestro análisis. Esto se justificaría porque en él comien-

IJ faltan para España estudios como los de SEWELL, 1980 y de GULHACV[OlJ, 1989, sobre los lenguajes de
DI clase y políticos: asimismo, los estudios que sobre impresos y prensa populares y sobre sus lectores han realiza­
do para la francia revolucionaria, por ejemplo, DAR"no~ y ROCHE, 1989; DAR.'iTON, 1991; CH.o..RTIER. 1994;
Fo..RGE, 1994a y 1994b. Por otra parte, aunque sabemos que en toda Europa hubo periódicos subsidiados desde

10 I el poder. que se imprimían pero que no se leían, también existieron los que patrocínaban las clases populares.
incluso con grandes diflcultades económicas y po¡Iticas.
z~~8~"evidenciars~ fracturas y qlliebros eIlla uniónde las clases .populares, con el consi­
guiente enfrentamiento entre clases más definidas y diferenciadas.
En la Península, no es dificil apreciar la composición popular plural de los movimien­
tos que tienen lugar en el periodo que va desde los años de 1840 hasta los de 1870. Así
como los movimientos europeos que hemos mencionado antes integraban un amplio es­
pectro de ocupaciones y de profesiones conformadas por miembros de origen social varia­
do, en España 13. situación no fue muy diferente. Para observar esto he realizado tres calas
temporales, correspondientes a diversos episodios históricos, que nos permitan adentrar­
nos demociomás enfocado en varios de ¡os puntos tratados hasfaaquí.· .
He elegido co-mo ejemplos. primero, un movimiento de carácter insurreccional en una
región agro':urbana a comienzos de los años de 1860. El análisis de la sublevación andalu­
za de Loja en 1861, nos_permite observar, entre Dtros aspectos, la amplia gama social que
conyerge en las clases populares que participan en ella, su larga organizadón secreta, su
ideología democrática y sus aspiraciones ciudadanas. El segundo caso nos remite a las ma­
nifestaciones obreras de Barcelona durante el Bienio, también con un abanico social que
comprende desde operarios industriales, artesanos, empleados, personas de servicio, hasta
profesionales y gente de letras. Estas clases populares urbanas, si bien se movilizan por ra­
zones laborales, también lo hacen con un reclamo de sus derechos políticos y asociativos,
es decir, en defensa amplia de sus derechos ciudadanos. Finalmente, al observar algunos
episodios del Sexenio revolucionario, podemos reconocer todávía'la presencia dinámtea de
las clases populares, aunque apreciamos aquí y allá los comienzos del resquebrajamiento
dentro de esas clases, así como el surgimiento concomitante de partidos burgueses y de
nuevas organizaciones sociales de fuerte orientación proletaria. Sin embargo, incluso en
estos últimos se puede observar en sus inicios la participación de productores y asalaria­
dos diversos que deseaban abrir un espacio público propio a sus reivindicaciones, derechos
y orgamzaClOnes.

A) LA SUBLEVACrÓN AGRO-URBANA DE LOSA

Tomemos por caso el movimiento organizado por Rafael Pérez del Álamo, en Laja,
en junio de 1861 que, en general, los historiadores han visto -incluso -yo düia, hemos
visto- como una insurrección predominantemente campesina dirigida, sobre todo, contra
la política caciquil y la enorme concentración de tierras que en la región mantenía la fami­
lia del general Narváez. Es cierto que entre las gotas que desbordaron la ira contenida por
los vecinos de la región desde antes del Bienio estuvieron los atropellos cometidos por el
Espadón de Loja y sus allegados contra las tierras propiedad de la comunidad, y que en su
. gran mayoría los más de 6.000 insurrectos eran sin duda gente de campo. [4 Pero al releer
con más detenimiento los Apuntes del propio Pérez del Álamo, hay que reconocer que cla­
sificar esta insurrección exclusivamente como un movimiento de tipo campesino provoca­
do sobre todo por la apropiación ilegítima de las tierras comunales resulta insuficiente.
En primer lugar, en efecto basta ver la fluidez en la prosa del propio jefe del levanta­
miento para apreciar que estamos frente aun sujeto que se encuentra muy lejos del mundo
de la expresión y del lenguaje rurales. Aun suponiendo que estas memorias hubieran pasa­
do por una revisión formal a manos de otros, el libro no sólo revela soltura literaria y fami­
liaridad con lecturas diversas, con sus citas latinas y referencias a autores clásicos, desde

:-1 LIDA. 1972, pp. 87-98; la "Introducclón" de A. M. Calero a PEfliZ DEL Ác-\\!o. 1971. En adelante. cito
por esta última edición. aunque el título presente variacíones respecto del original publicado en Sevilla en 1872:
_-lpul/tes históricos sobre dos revuluciones.
Tácito y.Ovidio, hasta Madame deStael, pasando por Cervantes, sino que mUestra uncier~F
to grado de educación y cultura caracteristicas de clases urbanas escolarizadas.
Este revolucionario de provincia, que con orgullo declara que su ocupación es la de
albéitar y herrador, en una voluntaria recuperación del valor de los oficios y de su profe­
sión reclama contra los que se expresan con desdén por los oficios modestos, "como si es­
tuviéramos en tiempos de oficios infames o viles" (p. 81), Y en la mejor tradición de la de­
fensa del trabajo, hace suya la exaltación y la dignidad de toda ocupación y oficio. i5 Vale
la pena recordar la soberbia socarr<;ma con la que Pérez.del Alamo exalta sus. origenesso­
ciales, ante un ataque descalificador de su coterráneo, Carlos Marfon -sobrino político de
\Jarváez,- diputado por Laja y hombre cercano a la reina Isabel II-, cuyo origen s"Ocial era
tlmbién popular. En su respuesta a Marfori, Pércz del Alama rebate: "yo creo que no hay
profesión que desh()nre. Yo estoy muy contento, muy _satisfecho, muy orgulloso con la
mía. Yo creo que el 'ftábajar ho"nradamente en un oficio honrado por muy humilde que sea,
es más meritorio qve obtener altos puestos debidos a vergonzosos favores", Y concluye
con un alegato tambiFDcaracterístico de las clases populares decimonónicas de toda Euro­
pa -así como de Ami~nca-, en el que, con base en la igualdad social y jurídica, reclama
para todo trabajador los derechos del ciudadano: "Todos somos iguales ante la ley, todos
iguales ante la socieps,d; todos somos hombres, todos somos ciudadanps. [...] De un albéi­
tar al hijo de un coci,~ero, de un fondista, no hay tanta distancia: son-las mismas preocupa­
ciones sociales. Yo soy hijo de un buen labrador; el señor Marfori, hijo de un buen cocine­
ro, de un buen fondista" (Apuntes, pp. 82-83).
Sabemos tambi~n por esta fuente que Pérez del Alama era un vecino propietario de al
i1lenos dos casas y yarias fincas, que su posición social en la comunidad de Laja era cier­
tamente desahogada"8ue vestía con cierto lujo, y que gozaba de tanto aprecio en la comu­
nidad que al ser deI1l~ndado por Marfori por injurias y calumnias y ser condenado a pagar
yostas y gastos del jui~jo y una fortísima multa recibió el.ap9Yo y ayuda de vecinos más o
p1enos acomodados qe la zona (Apuntes, pp. 83-85 Y 142-143). Algo semejante se puede
ciecir de quienes lo a~ompañaban como líderes del alzamiento, entre los que se encontra­
lIan al menos diecinueve alcaldes rurales de la provincia de Málaga y siete concejales de
Antequera, así como el director del periódico La Ilustración malagueña, gente a la que
Pérez del Alamo califica de "afiliados notables e influyentes" (Apuntes, p. 65). Además de
éstos, sabemos por diversas fuentes que participaron también -al menos- drogueros, peri­
tos agrícolas, maestros de obras, artesanos, pequeños comerciantes, pequeños propietarios,
ex-milicianos y soldados licenciados, dependientes domésticos, pequeños labradores, co­
lonos y braceros. !6 En síntesis, toda una gama amplia y plural de las clases populares de
provincia, otra vez tan reminiscente de las que encontramos en fechas anteriores en otras
regiones de Europa; mutatis mutandis, piénsese, ror ejemplo, en Swing, en la Inglaterra de
183 O, o en las chambrées republicanas que estudia Agulhon para la Provenza. 17
Que la movilización de tantos miles de hombres no fue espontánea sino cuidadosa­
mente organizada desde años atrás lo revela el propio Pérez del Alamo en sus memorias.
En realidad, ésta comenzó a forjarse cuando muchos de los vecinos de la ciudad decidie­

15 Sobre los "lenguajes del trabajo" en el siglo XIX, véanse los capítulos centrales del libro de SEWELL,
1980. cuyo subtítulo, por desgracia, ha sído mal traducido en la edición española.
16 Datos tomados de PÉREZ DEL ÁLA~IO. 1971, caps. IV-VI; también información de los periódicos El Pue­

blo y La Discusión, así como de los Archives du Ministere des AjJaires Étrangeres en París, "Correspondance
11 po/áiqlle, Espagne i861", tomo 859 y National Archives en Washington, "Dispatchesfrom U. S. Ambassadors:
Spain", rollos 41 y 42, volúmenes 42 y 43. Además, para reconstruir el perfil de los sublevados procesados.
'léanse tos expedientes de la causa militar que, al menos en parte, se conservaban en el Archivo General Militar.

12 1 Segovia,en 1985.
17 HOBS8.-\WM y RUDÉ, 1968; AGLLHON, 1974.
ron epfrentarse a ~arváez a raíz de~sus _atropel1os contra los concejales, milicianos y veci­
nos lIberales, vanos de los cuales, al concluir el Bienio fueron apresados t rtur d
. 1 o d ( " o a os e
lilC uso asesma os Apuntes, cap. II). En vista de la enormidad de la repres1'0'n h d
I Ob 1 d i " . ,muc os e
los 1 era e.s e a regl~n Impulsaron la creación de una sociedad secreta que empezó a ac­
tuar en Laja desde 18)6, pero que no se detenía en los linderos de la ciudad s' ­
-. 1- . -- G d ' !na que se
exten d 10 por as provlilclas de rana a, Ma1aga y Jaén. Si bien en apariencia ésta t '
o

. . bl- h .. eilla un
caracter pu ICO y umailltano, en su confonnación tenía otro nivel secreto y político d e
índole carbonaría. La minucíosa relación que Pérez del Álamo hace de la oraanización
~tribuciones y meta~ de :sta asociaci?n. sec:e,ta, así c.omo de las oblígac~ones y ;esponsabi~
'.Idades de cada SOCIO (/ipllntes,.capltulo lII), pem).lten observar la cUIdadosa estructura­
ción de un proyecto político radical dentro del marco tradicional de una sociedad secreta.
Asimismo podemos observar que la doble vertiente pública y conspíratoríal era el rasgo
característíco de estas organizaciones populares; tal y como aparecían eri otros lugares de
la Europa continental e insular, que en momentos de exacerbación de los mecanismos
de control político y de endurecimiento del aparato judicial, podían dar una apariencia de
silencio y aquiescencia, en tanto sus voces sólo eran escuchadas por los iniciados en la
intimidad de sus organizaciones. 18
Por otro lado, el que las metas políticas de los conspiradores se fueran-definiendo _
paulatinamente por el programa democrático que ostentaba el períódicomadrileño La Dis-c­
clIsiónen los encabezados del título, no sólo muestra la estreclüi vinculación de estas cla­
ses populares de provincia con la prensa nacional, sino que habla de una ideología progre­
sista y republicana que al mismo tiempo que reivindicaba derechos y libertades jurídicas y
políticas, apoyaba las aspiraciones de amplios sectores sociales por acceder a la propiedad,
defendía los derechos del hombre y del ciudadano, expresaba simpatía por el bienestar de
artesanos y trabajadores y revelaba un apoyo básico a las causas de los jornaleros sin tie­
rras y labradores modestos. Al exigir para estos sectores rurales la divis(ón de la tierra por
medio de la desamortización, se manifestaba.el viejo reclamo popular y democrático de
que el. acceso a la propiedad pennitiera alcanzar la ciudadanía auténtica y la plenitud
de las libertades políticas. Hay que subrayar que esta imbricación de la prensa regional y
nacional con los asuntos locales de la comunidad no fue casual, sino que caracterizó los
primeros pasos de una prensa democrática enfocada a reflejar las demandas sociales y ciu­
dadanas de las clases populares. Pero esto no fue exclusivo de España; algo semejante su­
cedió con la prensa inglesa radical y el cartismo en las tercera, cuarta y quinta décadas del
siglo, de los años de 1820 a los de 1840; y así ocurrió también con el movimiento de los
camtts -los sederos- en Lyon, en los años de 1830 y con la movilización popular de 1848
en París y en las provincias francesas. 19
Finalmente, en la exposición de los objetivos sociales y políticos de Pérez del Álamo
se advierte, sobre todo, la influencia de los sectores progresistas del republicanismo espa­
ñol, pero de ninguna manera pasa desapercibida la de los socialistas pre-internacionalistas
que ya despuntaban en la época. Esta combinación de influencias ideológicas refleja bien
el carácter plural y popular de los miembros de la sociedad conspiratorial de Laja y de sus
reivindicaciones -muy semejantes, por otra parte, a otras organizaciones secretas republi­
canas en diversos 'lugares de España. 20 Pero también revela que los aspectos doctrinarios e'
ideológicos del republicanismo y del primer socialismo respondían a las reivindicaciones

18 AGULHON, 1994 y 1979; HOBSBA WM y RVDÉ, 1968; SEWELL, 1980. LIDA, 1988 Y 1993, señala ciertas ca­
racteristicas de los mecanismos y discursos de la clandestinidad.
1
11

19 G. S. JONES, 1983; RULE, 1990; RUDE, 1969; BEZVCHA, 1974; AGULHON, 1970 y 1979.

20 La organización secreta como mecanismo de organización y combate politico en la España del XIX es un

hilo conductor en LID"", 1972. 13


y objetivos democráticos que a menudo sustentaban los heterogéneos movimientos popu­
lares decimonónicos; que reclamaban desde el respeto al sufragio hasta la defensa de la
propiedad comunal (pósitos-, pastos; propios), desde el respeto al trabajo hasta ládefensa
de los derechos del hombre; desde el respeto a la propiedad individual legítima hasta la de­
fensa de las libertades y obligaciones ciudadanas. 21 Sólo teniendo en cuenta este amplio
espectro reivindicativo se puede comprender la posibilidad de reunir una fuerza insurrec­
cional tan plural y numerosa como la que se alzó en las ciudades y los campos andaluces
al mediar el año de 1861; Y sólo así se podrán comprender otros movimientos semejantes
-de mayor o menor cuantía- que surgen aquí y allá, en la escena española en la época isa­
belina y durante el Sexenio.

B) Los MOVIMIENTOS CATALANES DEL~BIENIO

Frente a la variada composición agro-urbana de los sublevados de Loja, característica


de las clases populares de los pueblos y pequeñas ciudades provincianas, otros movimien­
tos sociales en los centros urbanos de España estuvieron compuestos, sobre todo, por arte­
sanos y trabajadores en diversos oficios y, según el grado de industrialización de la región,
. por obreros fabriles, así como por empleados de comercio, pequeños ténderos y gente de
servicio. También contaron con el apoyo frecuente de clubes y periódicos demócratas y re­
publ icanos -periodistas y abogados, profesionales jóvenes y políticos radicales-, que se
manifestaban en claro apoyo de las clases populares.
Esto lo podemos apreciar de manera contundente, por ejemplo, en las sociedades de
trabajadores y en las asociaciones de socorros mutuos que surgieron en Cataluña a raíz de

141 21 PEREZ DEI- ALAMO, 1971, pp. 51-52, 58, 61, 62, 65,69,71, 82,passim.
la. revolución de 1854: ¿Qué fue, si no, la "Unión de Clases", que enjulio de l8S50rgani~
la l~ ~uelga genera~ de Barcelona y que en su mismo nombre encierra la diversida'-'d de
slgTIlflCa~Os que tema el concepto de "clases", así, en plural, aplicado al mundo del traba­
jO,. diversldad que perduró, al menos, hasta finalizar el siglo? n El manifiesto de los huel­
gu~stas es mu? claro cuando se dirige a quienes laboran en "cuadras y talleres", es decir a
qL1l~neS trabaj~~an en espaclOs productlvos varios, no só1.o fabriles. Está claro que el 4 y S
de j uIto de 1~JJ se enc~ntr.aban en paro sobre. todo ~uienes encabezaban la protesta obre­
ra: los operanos de las fabncas de hl1ados y te] idos, mcluyendo los de la seda. Pero esto no
significa que actuaran solos, sino que también partiCipaban en las manifestacion~shom­
bres y mujeres activos en otros oficios no fabriles: sastres y costureras .sombrereros em­
'pleados de comercio,' tipógrafos, picapedreros, meneitrales e, incluso, s'ervidores do~ésti­
cos, entre otros. Esto sin excluir a los grupos demócratas y republicanos del Principado:­
periodistas y profesionales -gente de pluma~,y políticos. Es por demás significativo res­
pecto a sus inclinaciones políticas e ideológicas que esta "unión de clases" diversas resca­
tara como simbolo de su lucha el extenso despliegue de banderas rojas, como en la Francia
revolucionaria -republicana o socialista- de 1789, 1830 Y 1848.
Empero, también debemos subrayar que el movimiento catalán de huelga, como mu-"
chos de los que se desarrollaron en el resto de Europa en la primera mitad del siglo XLX, en
su lucha por reivindicaciones laborales, encendió también la chispa de losreclamos jurídi­
cos y.políticos, es decir, ciudadanos. Asi, en el Bienio los catalanes exigen que a los traba­
jadores "se les considere como ciudadanos españoles para ser admitidos en las filas de la
Milicia Nacional de las que se les excluye ahora de una manera absoluta", y qu~ se haga
realidad la libertad de participar en la vida política por medio del derecho ciudadano a ele­
gir diputados. 23 Como Pérez del Álamo seis años más tarde, las clases productivas de la
ciudad y de la provincia con la mayor producción industrial de España, no sólo equipara­
ban losderechos económicos y sociales con las libertades de asociación y con la justicia e
igualdad ante la ley, sino que exigian también su condición de ciudadanos, que les estaba
vedada con los argumentos censitarios del privilegio y del poder, de la propiedad y de la
riqueza: No podemos dejar de apuntar que, aunque las mujeres participaran junto con los
hombres en muchas de estas reivindicaciones, quedaban excluidas del concepto de ciuda­
dano, ya que pese a sus luchas en el siglo XIX, no gozarían de derechos civiles hasta el xx;
una cosa era luchar por los derechos y la igualdad ante la ley y otra gozar de ellos. Pero
volviendo a los integrantes de las clases populares, en sus reclamos se manifestaba el
deseo de ejercer los derechos políticos de sufragar y de integrar fuerzas annadas ciudada­
nas y locales, es decir, cuerpos cívicos mandados por civiles a los que se pudieran integrar
libremente. En este sentido, la manifestación catalana de 1855 -{;uyas demandas continúan
a la luz pública hasta el verano de 1856-- evoca la lucha por la ciudadanía como una lucha
por la democracia, la libertad de expresión y la participación electoral, y la lucha contra
las corporaciones tradicionales como la lucha en favor de la libertad de asociaciones de
todo tipo; y todo esto estrechamente vinculado a la reivindicación del trabajo en su amplia
pluralidad de oficios, como ya había ocurrido antes en otros lugares" de Europa. Basta re­
cordar como antecedentes históricos a las clases populares que integraron el movimiento

22 Véase. por ejemp10. la Información oral v escrita sobre el estado y las necesidades de la clase obrera

0884-1889), recogida para la Comisión de Reformas Sociales. En ella encontramos diversos informes en los

cuales la definición de "obrero" no sólo es imprecisa sino que incluye actividades muy diversas, desde los va-
rios oficios en 'alleres de tipo artesanal hasta los trabajos en diversas industrias modernas. pasando por múltl­
pies O-ctividades O-grícolas y el trabajo en diversos servicios, incluyendo los domésticos.
I
I

" Barceloneses: Catalanes todos, hoja suelta, Barcelona, 1855, citada en LIDA, 1972. p. 64; ivlARTi, 1967.
Sobre la compOSición ciudadana de las milicias véase CHUST. 1987. 15
cartista inglés, así como los movimientos populares de la Fral1ciade 1848 o l6s de la Ale- .
mania de vormarz. 24
Sin embargo, si enfocáramos más ampliamente los movimientos catalanes durante el
Bienio, también deberíamos reflexionar sobre el grado de modernidad de estos movimien­
tos peninsulares respecto a los del resto de Europa, ya que en ocasiones algunas de sus
manifestaciones recuerdan etapas bastante inás tempranas de la industrialización. Tome­
mos por caso lo que sucede un año después, en junio de 1856, cuando en las paredes de al­
gunas fábricas del Principado aparecieron pasquines incitando·a destruir las máquinas de
vapor. No sabemos quiénes fueron sus autores, pero estas manifestaciones de ludismo ca­
talán revelan cuán 'actual era todavía la discusión sóbre las selfactinas' en la industria textil, .
y muestran el incipiente grado de desarrollo de la clase obrera.industrial catalana resp~cto
de la mecanización del trabajo. Naturalmente estas protestas evocan los ecos de pasquines.
semejantes en la Inglaterra de Swing y de Rebecca, en los años de 1830 y 1840, Y en el
Lyon de los canuts, a comienzos de la década de 1830. 25 Asimismo, la distribución de
hojas volantes en las calles incitando a quemar fábricas catalanas no solo importa por su
posible traducción en acciones incendiarias, sino como expresión de una violencia :SUC.l J 1
cuya manifestación a través de la palabra escrita se asemeja a la de las clases popubr~s L"n
otras sociedades europeas en los comienzos de la industrialización.
Cuando hacia esas mismas fechas se producen los incendios de una fábrica de \ I¡ , .J'
ga y los ataques a otra en Sevilla, el secretario del Consulado francés revela que. u ~'1
más, los responsables del malestar popular no solo son trabajadores, obreros y arll..>.. :, ,
sino que junto a ellos actúan otros vecinos, así como ciudadanos activos en la Milícu " 1
cional cuyas ocupaciones también eran plurales. Y lo cierto es que no solo se debe h.l M , ir
de hombres, pues la participación femenina es un hecho(.notable -pero de ningún moJ.l _ ,
cepcional- por el alto porcentaje de mujeres presas en distintos puntos del país e In.. :.~ ..... 1
ejecutadas por la violencia de sus actos. Aunque la documentación española registre '.' "
esporádicamente el papel público desempeñado por las mujeres en las protestas popuLw.:,
de mediados del siglo XIX, la activa presencia femenina junto a los hombres aparec~ '> j
como una realidad innegable en la España de la época. 26

C) EL SEXENIO REVOLUCIONA..1UO

Sin duda, la eclosión política de las clases populares en la España isabelina culmina
con la Revolución de 1868. Todavía entonces podemos apreciar claramente la persistencia
de una pluralidad social en las organizaciones populares que eran contrarias a la monar­
quía. Sin embargo, al mismo tiempo también se evidencia un paulatino aunque desigual
proceso de escisión dentro de las propias clases populares. Lo que hasta entonces había
sido una unión cohesionada por intereses compartidos, después de la Revolución comien­
za a manifestarse en intereses encontrados, progresivamente más irreconciliables.
Con los cambios políticos y jurídicos del Sexenio, se dio el salto decisivo de las bur­
guesías urbanas al centro de la escena pública. Éstas no sólo contaron con partidos propios
que les permitieron la actividad política abierta, sino que obtuvieron el acceso inmediato a
los derechos ciudadanos y al sufragio -antes disputados y ahora compartidos con las oli­

24 Sobre la lucha en Alemania por el derecho ciudadano al sufragio antes de 1848, véanse BOBERACH,
1959; BLACKBUR.Ny ELEY, 1984.
25 Sobre la respuesta obrera a la mecanización en Barcelona durante el Bienio, véase MARTÍ. 1967. Sobre

ludismo en Europa HOBSBAWM y RUDÉ, 1968; WrLLIAtViS, 1955; RUDE, 1969; BEZUCHA, 1974.
26 LlD.\, 1972, pp. 2\-76,passim.
gaNuías:-:,~sL como una mayor· participación en el mUl1dóde la economía y cfela propie­
dad, capltal1sta~. No debe, pues, sorprender que los vínculos comunes que hasta entonces
~a~lan m~ntenIdo unIdas ~ las clases populares, comenzaran a dar muestras de un progre­
o debIlltamlento, especIalmente cuando las antlguas metas igualitarias y democráticas
::>.1\
tucron sIendo abandonadas por unas clases en ascenso en c.ktrimento de las otras todavía
Lk:-,protegldas. Por o~ra parte. el surgimie~to de la Asociación Internacional de Trabajado­
res. con sus nuevas tormas de orgamzaclOn de /as clases trabajadoras y un nuevo discurso
de lucha e l~entldad de ~las~, ~sicomo l~ pérdida definitiv~ de los pequeños productores
~bal.anados del camp? y la ,ClUQqQ de toda esperanza de acceder a la propiedad inmueble, y
el C¡'eC\énte deseng~no de los sectores de.baJos recursos ante la continua desiaualdad ciu­
lÚldana '-lun después de la Revolución, contribuyeron decididamente a la even~ual escisión
de las clases populares que provenian de la época isabelina. Esta confrontación
.
de clases, .

ahora diferenciadas según nuevos' objetiv'os y luchas, así como contextos sociales, jurídi­
cos, políticos y materiales nuevos, marcan el verdadero parteaguas en la transformación de
las clases populares, hasta entonces unidas por vínculos comunes y en adelante enfrenta­
das entre sí. Aunque el cambio ocurriera de modo discontinuo, con altibajos y titubeos, el
proceso estaba ya en marcha.
Para ejemplificar este proceso tomemos por caso inicial el republicano Comité de
Salud Pública, con sus artesanos y obreros, profesionales y comerciantes, constituido en
Cádil: por FehnínSalvocheaparade'fender ia República Federal. Bastaría ver, por ejemplo,
las listas de candidatos para las elecciones de 1868 para apreciar la inicial composición
plural de esos grupos republicanos, que lo mismo incluían, entre otros, comerciantes que
artesanos, obreros que médicos y sangradores, lo cual en aparíencia pennitilia creer que la
unión de las clases populares se mantenía intacta. 27 Parecería, incluso, que algunas de las
reformas adoptadas entonces respondían a las exigencias de esa amplia base popular, lo
cual explicaría la combinación de medidas antimonopólicas contra los estancos, que exigían
comerciantes y consumidores, junto con el indulto a los contrabandistas de sal y tabaco.
Sin embargo, si ahondáramos un poco más, veríamos que estos cambios, que en aparíencia
favorecían a los sectores informales tanto como a los representantes del comercio estable­
cido, en realidad eran un modo de debilitar a los primeros, que perdían con el desestanco
su fuente de ingreso extra-legal y que se veían empujados a l.a subordinación económica,
cuando no a su desaparición frente al comercio libre en esos ramos. Asimismo, las incau­
taciones de joyas eclesiásticas -decretadas por Salvochea- para dedicar su importe a obras
públicas y agrupaciones obreras, no sólo revelan el carácter anticlerical de muchos de los
movimientos populares españoles, sino también la preocupación de los sectores progresis­
tas de la burguesía -de los que Salvochea era entonces un claro exponente- por mejorar el
bienestar de los asalariados y artesanos que participaban junto a ellos en los .mismos movi­
mientos populares y prevenir su descontento y una eventual 'oposición. En síntesis, ¿medi­
das populares?, sr; pero también medidas que favorecían los intereses de los sectores eco­
nómicamente más fuertes a la vez que trataban de evitar el desencanto de los más débiles y
un eventual quiebre en la unión de las clases populares,
Casi al finalizar el Sexenio, podríamos encontrar otro ejemplo de esta misma ambiva­
lencia de unas clases hacia otras en el famoso Cantón n-lurciano o de Cartagena, entre
cuyos líderes más destacados aparecen Roque Barcia, escritor, periodista y diputado, y
Juan Contreras, milltar. En la composición social de la Junta de Salvación Pública encon­
tramos una vez más la heterogeneidad de clases que, como ya vimos, era característica de
estos movimientos populares. Además de los dos jefes cantonalistas ya mencionados,

2' \'¿Jse. ~omo ejc:mplo. parte de una lista reproducida en \loRE'-'o c\P-\RICfO. : 982, p. nI
había otros militares y marinos, y también estudiantes de medicina y f~rmacia,dipufados,
empleados y miembros de diferentes oficios; además de algún escribiente, maestro, veteri­
nario, cartero, arrumbador, tabemero, platero, propietario de café, entre otros. Incluso, no
faltaron varias decenas de presidiarios liberados del penal de Cartagena para integrar bri­
gadas de trabajo y defensa. :3 .
Por otra parte, las reformas propuestas por los miembros de la Junta de Salvación
también responderian a la variada composición social del movimiento y a la necesidad de
evitar su fracrura. Estas necesidades incluían las que otorgaban a los tTabajadores la jorna­
da de 'ocho horas, al mismo tiempo que se creaban jurados mixtos obrero-patronales para
prevenir las huelgas. O aquellas otras que permitían a los pequeños productores la funda­
ción de sociedades cooperativas y de producción y consumq, así como la creación de ban­
cos de intercambio "para vivir sin la mediación del capital", aunque la Junta subrayaba. la
defensa y el respeto por la propiedad individual, y la distinguía de la colectiva o cantonal,
de la cual no se hacía eco. Otras medidas decretaban la igualdad de hombres y muj eres
ante la ley -aunque no ante los derechos ciudadanos-, a la vez que se les prohibía a las
mujeres trabajar en establecimientos industriales donde laboraran hombres. 29 Todas estas
medidas nos traen ecos muy directos de programas semejantes en otros contextos históri­
cós del resto de Europa, que respondían también a la presión de movimientos instrumenta­
dos por las clases populares, como el cartismo inglés, y muy directamente de las propues­
tas de Luis Blanc respecto a la organización del trabajo y los ateliers nacionales, y de la
creación de la Banca del Pueblo en la Francia de 1848. 30 Pero también nos muestra cómo,
veinte años después, en la España del Sexenio, se acentuaban las tensiones y contradiccio­
úes entre los diversos sectores que conformaban las clases populares antes de la Gloriosa,
y cómo, al concluir la Primera República, éstas se encontraban cada vez más distanciadas
Sr enfrentadas entre sí, corno clases diferenciadas y antagónicas.
Pero lo debemos repetir: el quiebre surgió justamente gracias al derrumbe del estado
isabelino y a las consiguientes aperturas políticas y juridicas en el Sexenio, aunque inicial­
mente el proceso fuera lento. 3\ Por ello mismo, en muchas de las variadas experiencias po­
pulares del Sexenio se mantuvieron todavía la unión y convivencia de clases, aunque esto
no siempre fuera fáCIl ni estable. Empero, bien sabemos que esta situación hizo crisis pre­
cisamente durante la Primera República, en muchos de los movimientos cantonalistas y
obreros de 1873, y que los enfrentamientos y las rupturas llevaron al eventual parto de una
clase obrera, militante, socialista y proletaria que buscaría sus caminos propios, bifurcados
ya de los de las otras clases burguesas con las que antaño habían marchado juntas.
Sin embargo, hay que reiterar que el proceso no fue ni súbito ni tajante y que, aunque
esto ya no sea tema de estas páginas, habría que tener en cuenta que al hablar de los movi­
mientos republicanos y de las primeras manifestaciones internacionalistas de esta época,
se puede apreciar que ambos a menudo revelaban fronteras de clase poco rígidas. Esto se
traducía en conglomerados en los que participaban codo con codo, entre otros, jornaleros
y pequeños propietarios, artesanos y profesionales, obreros y campesinos, periodistas y
maestros, que -como hemos visto- también conformaban las clases populares españolas.
En otras palabras, incluso para avanzar en el estudio de las primeras organizaciones repu­
blicanas democráticas y obreras socialistas que surgieron en el Sexenio, habría que exami­

28 Varios de estos datos en MEDlONI, 1979, cap. 5.


-1 29 El Cancón lvfurciano, núm. 20, 13-V1II-l873 al núm. 28, 28-\l1II-1873.
JO SE\VEll, 1980; AM~'iN, 1975.
JI Aquí podríamos hacer nuestra para España la aguda observación de THO~PSON, 1963. p. 197, de que el

contexto político influyó tanto como l::t transformación industrial en la conciencia y las instituciones de la clase
18 trabajadora inglesa.
?ar :pa~~usar ~a feliz expresió~ de 1. K.a~lan- la composición y el papel que desempeña­
ron los pequenos productores de la socIedad española que participaban activamente en
ellas. 32

* * *

P~ra finalizar, volv~mos.a las déca~a.s dc 1840 a 1870. Sin temor a generalizar, pode­
mos reIterar que la conVIvenCIa y el eqUll1bno fueron los elementos que, pese a su hetero­
geneidad., caracterizaron ampliamente el mundo plural de las clases popu1ar~s de la España
isabelina y, parcialmente, tainbién de la revolucionaria, como .habían caracterizado desde
décadas anteriores las 'del resto de Europa. Posiblemente sea en este proceso largo de con­
vivencia híbrida durante más de un tercio de siglo donde podamos observar la manifesta­
ción más explícita de esa compleja pluralidad que define a las clases populares espai10las
en el siglo XIX y, mutatis mutandis, su correspondencia con las del resto de Europa.
Estas clases populares, que transitaron a lo largo de varias décadas de rebeliones y
confli.ctos por los diferentes escenarios europeos, manifestaron como valores predominan­
tes, entre otros, las reivindicaciones ciudadanas del derecho al sufragio no censitario, de­
mocrático y, eventualmente, universal; el reconocimiento del trabajo como propiedad del
productor y no de su expropiador; la libertad de expresión, de asociación y de participa­
ción en la arena pública y política, y la recuperación de la comunidad como ejes de un es­
tado representativo y democrático. Así, como lo hemos observado, las clases sociales que
en el siglo XIX protagonizaron variadas luchas, conflictos y antagonismos distaban mucho
de ser "primitivas" y "prepolíticas", como alguna vez se las quiso calificar, 33 aunque se
desarrollaran en sociedades urbanas en proceso de industrialización, o escasamente indus­
trializadas, o en contextos fuertemente agrarios o agro-urbanos (pero, reiteramos, siempre
dentro de economías capítalistas más o menos desarrolladas). Es cierto que importa seguir
identificando las características que definen el discurso y la acción de las clases populares,
así como su composición, su mentalidad, su ideología y su cultura. Con toda seguridad,
cuanto tnejor conozcamos estas complejas manifestaciones, más nos alejaremos de esas
visiones simplificadoras y menos podremos dudar de su modernidad y de su politización,
como no dudaron de ellas sus contemporáneos.

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STUDI STüRICI

rlVista tnmestra!e de!!'Istituto Gramscl

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Andrea Giardúza, Emilio Sereoi e le aporie della storia d'Italia


Pagine autobiografiche di Emilio Serení

Bruno Bongzóvanni, Piero Gobetti e la Russia


Cesare G. De lvfz'chelis, TI príncipe N.D. Zevaxov e i «ProtocoUi dei savi di
Sioo» in Italia

Opinioni e dibattiti
Stefano Battz'tossz', Cultura ecooomica e riforme oelIa sinistra italiana dal­
l' antifascismo al neocapitalismo

Rú;erche
Maria Rosa Protasi, Tra scienza e riforma sociale: il peosiero e il metodo
d'indagine sociale di F. Le Play e dei suoi continuatori in Italia (1857­
1914)
Roberto Romano, Direzione tecnica e organizzazione d'impresa tra Otto e
Novecento. TI caso di un ingegnere italo-svizzero: Tito Burgi
Laura Cerasi, Dalla nazionalizzazione alla ricerca di identita. La citta nelia
cultura fiorentina dei primi del Novecento
Raffaella Baritono, Quando il «management» era politico. La riflessione di
Mary' Parker Follett

Note critiche
Paolo Vzóla, Tradizionalismo e giacobinismo nelia cnSl Jelia democrazia
Leonardo Rapone, L'antifascismo neUa societa italiana

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