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Teoría General del Proceso II 1

Cuarta Lección

CUARTA LECCIÓN: Valoración y Apreciación de la Prueba.


4.1 Que se entiende por valoración de la prueba.
Devis Echandía dice que por valoración y apreciación de la prueba
judicial se entiende la operación mental que tiene por fin conocer el mérito o
valor de convicción que pueda deducirse de su contenido.
Se trata de una actividad procesal exclusiva del juez, pues las partes o
sus apoderados tienen únicamente una función de colaboradores, cuando
presentan sus puntos de vista en alegaciones o memoriales. Es el momento
culminante y decisivo de la actividad probatoria; define si el esfuerzo, el
trabajo, el dinero y el tiempo invertidos en investigar, asegurar, solicitar,
presentar, admitir, ordenar y practicar las pruebas que se reunieron en el
proceso, han sido provechosos o perdidos e inútiles; es decir si esa aprueba
cumple o no el fin procesal a que estaba destinada, de llevarle la convicción
al juez. Su importancia es extraordinaria.
El tratadista Tulio Enrique Espinosa Rodríguez escribe que la
valoración de los medios de prueba no es otra cosa que determinar su
fuerza de convicción individual y comparativa con el objeto de establecer los
hechos del juicio. Hay en esa función sublime una esencia creadora y
trascendental. Recuérdese que Kelsen decía que al fijar el juez los hechos
que condicionan la decisión final, crea jurídicamente los hechos mismos, y
que según Segni, la valoración de la prueba como concepto lógico permite lo
que se ha calificado de soldadura entre “hecho y norma”, esto es, entre los
dos términos extremos del problema, siendo uno de los campos donde se
puede estructurar la unificación del proceso.
Continúa escribiendo el citado autor, todo juicio, de cualquier
naturaleza que sea, plantea a los magistrados dos tareas diferentes,
consecuencia la una de la otra. Consiste la primera en establecer hechos
pasados, en averiguar cómo sucedieron, en determinar el faso sub judice.
Estriba la segunda en encontrar cuál es la ley que rige el caso, cuales son
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las disposiciones legales que desatan el nudo gordiano de la cuestión dando


razón al uno, quitándosela al otro. La misión del juez al valorar la prueba, no
quedaría completa, ni totalmente cumplida, si una vez establecida la
existencia de determinados hechos a través de las pruebas y de los cuales
necesariamente nacen derechos, no procediera a declarar estos mediante la
aplicación de la ley correspondiente que los consagre, culminando, entonces
sí, su nobilísima tarea de hacer justicia; tarea que solo y exclusivamente a él
concierne, porque está obligado a conocer la ley (iura novit curia). Para lo
cual, además, se le exige una especial preparación y cultura jurídica.
Por su parte Lino Enrique Palacio dice que “La apreciación de la
prueba es el acto mediante el cual el órgano judicial, en oportunidad de
dictar sentencia definitiva, se pronuncia acerca de la eficacia o atendibilidad
de aquélla para formar su convicción su convicción sobre la existencia o
inexistencia de los hechos controvertidos en el proceso.”
Eduardo Pallares dice que por valor de las pruebas entiende la ley su
eficacia probatoria o sea el grado en que obligan al juez a tener por
probados los hechos a que ellas se refieran. Si el juez está obligado a
considerar probado el hecho, la prueba es plena. En caso contrario, puede
ser semiplena o del todo ineficaz. Hay pruebas como la de testigos y la
pericial, cuya eficacia queda al arbitrio del juez.”

4.2 Oportunidad para la valoración de la prueba.


Alsina al tratar este tema nos indica que el juez aprecia la prueba en
la sentencia definitiva, porque es recién entonces cuando puede darse
cuenta exacta, por la consideración en conjunto de las diligencias
acumuladas, de su pertinencia y eficacia en relación a los hechos alegados.
Encuadrándose en este doctrina, el inciso d) del artículo 147 de la Ley
del Organismo Judicial establece: “Las sentencias se redactarán observando:
…d) Las consideraciones de derecho que harán mérito del valor de las
pruebas rendidas y de cuales de los hechos sujetos a discusión se estiman
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probados; se expondrán, asimismo, las doctrinas fundamentales de derecho


y principios que sean aplicables al caso y se analizarán las leyes en que se
apoyen los razonamientos en que descanse la sentencia.”
Devis Echandía explica que si se distingue correctamente la
admisibilidad de la prueba y su apreciación o valoración, no se presenta
dificultad alguna para comprender que la segunda corresponde siempre al
momento de la decisión de la causa o del punto incidental. Generalmente la
valoración corresponde a la sentencia, pero en ocasiones se presenta en
providencias interlocutorias, cuando por ellas deben adoptarse decisiones
sobre hechos distintos de los que fundamentan las pretensiones de la
demanda y las excepciones de mérito que se les hayan opuesto, como
sucede en las oposiciones a la entrega o secuestro de bienes, en las
objeciones o en las recusaciones de jueces o en las impugnaciones de
documentos.
Sigue exponiendo Devis Echandía, que para la labor de valoración de
los diversos medios de prueba, debe el juez considerarlos en conjunto, sin
hacer distinción alguna en cuanto al origen de la prueba, como lo enseña el
principio de su comunidad o adquisición, es decir no interesa si llegó al
proceso inquisitivamente por actividad oficiosa del juez o por solicitud o a
instancia de parte y mucho menos si proviene del demandante o del
demandado o de un tercero interventor. Por otra parte, los diversos medios
aportados deben apreciarse como un todo, en conjunto, sin que importe que
su resultado sea adverso a quien la aportó, porque no existe un derecho
sobre su valor de convicción; una vez que han sido aportadas legalmente, su
resultado depende sólo de la fuerza de convicción que en ellas se encuentre.
Devis Echandía nos recuerda que se entiende por comunidad de la
prueba el principio conforme al cual practicada o presentada (lo último si es
documental) pertenece al proceso, no a quien la pidió o la adujo; de ahí que
no sea admisible su renuncia o desistimiento, porque se violarían los
principios de lealtad procesal y de la probidad de la prueba, que impiden
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practicarla para luego aprovecharse de ella si resulta favorable, o


abandonarla, en el caso contrario. El desistimiento es procedente sólo
cuando no ha sido practicada ni presentada.
Para una correcta apreciación no basta tener en cuenta cada medio
aisladamente, ni siquiera darle el sentido y alcance que en realidad le
corresponda, porque la prueba es el resultado de los múltiples elementos
probatorios reunidos en el proceso, tomadas en su conjunto, como una
“masa de pruebas”, según la expresión de los juristas ingleses y
norteamericanos.
Para que ese examen de conjunto sea eficiente, debe formarse, como
aconseja Wigmore y Gorphe , un cuadro esquemático de los diversos
elementos de prueba, clasificándolos de la manera más lógica,
relacionándolos entre sí debido a sus conexiones más o menos estrechas,
comparando los elementos de cargo con los de descargo respecto de cada
hecho, a fin de comprobar si los unos neutralizan a los otros o cuáles
prevalecen, de manera que al final se tenga un conjunto sintético, coherente
y concluyente; todo eso antes de sacar conclusiones de ellos, de acuerdo
con la gran regla cartesiana de proceder objetivamente, sin ideas
preconcebidas con desconfianza o duda provisional respecto de las varias
hipótesis.
Es una triple tarea fijar los elementos de prueba, confrontarlos para
verificar y apreciar su verosimilitud, y obtener la conclusión coherente que
de ellos resulte. Para esto debe utilizarse un método crítico de conjunto,
luego de analizar cada prueba aisladamente, teniendo en cuenta las
necesarias conexiones, concordancia o discrepancia, con las demás. Y en la
motivación debe el juez explicar su concepto sobre cada prueba y sobre el
conjunto de ellas.
Inclusive cuando la única prueba aceptada por la ley para un hecho es
la de escritura pública o documento auténtico, el estudio comparativo de los
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otros elementos allegados al proceso es indispensable, para conocer su


verdadero contenido o significado.
La apreciación o valoración En su conjunto, de toda la prueba que
exista en el proceso, es forzosa en todos los casos.
Esa crítica de conjunto del acervo probatorio debe orientarse hacia el
examen de todas las hipótesis posibles, sin dejarse llevar por el mayor
interés o la simpatía o antipatía respecto de alguna de ellas, pues sólo
examinándolas aisladamente y comparándolas luego, con serena
imparcialidad, es posible llegar a la exclusión progresiva de unas y a una
síntesis final afortunada.
Sin embargo, el juez debe concretar su estudio a los hechos que sean
pertinentes, es decir, que no se debe perder en divagaciones inútiles sobre
cuestiones irrelevantes.
Un buen método para valorar la prueba, es examinar si reúne los
requisitos para su existencia, su validez y su eficacia probatoria o fuerza de
convicción, que al tratar de cada medio en particulares examinaremos.
Para adoptar su decisión con fundamento en la prueba, es
indispensable que el juez se considere convencido por ella, o, dicho de otra
manera, que se encuentre en estado de certeza sobre los hechos que
declara. Si la prueba no alcanza a producirle esa convicción, por que no
existe o porque pesa en su espíritu, por igual a favor y en contra, o más a
favor de una conclusión, pero sin despejar completamente la duda, le está
vedado apoyarse en aquella para resolver, y por consiguiente, si se trata de
proceso penal, deberá resolver a favor del sindicado (indubio pro reo) y si de
proceso civil, laboral o contencioso administrativo, recurrirá a la regla de la
carga de la prueba que le permite decidir en contra de la parte que la tenía;
pero entonces su sentencia no se basa en la duda ni en la probabilidad, sino
en esa regla jurídica elaborada precisamente para evitar el non liquet, esto
es, para que no se vea obligado a abstenerse de resolver por falta de
prueba.
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Si el juez está regido por la tarifa legal, se tratará de una convicción o


certeza formal, impuesta por el legislador (en vez de la convicción o certeza
real que el juez obtiene con la libre apreciación), pero de todas maneras
será indispensable llegar a esa convicción o certeza.

4.3 Sistemas de valoración de la prueba.


Cafferata Nores nos indica que tres son los principales sistemas de
valoración de prueba que se conocen: a) el de la prueba legal (también
llamado prueba tasada), b) el de la íntima convicción, y c) el de la libre
convicción o sana crítica racional.
a) Prueba legal. En el sistema de la prueba legal, es la ley procesal la
que pre-fija, de modo general, la eficacia conviccional de cada aprueba,
estableciendo bajo qué condiciones el juez debe darse por convencido de la
existencia de un hecho o circunstancia (aunque íntimamente no lo esté) y, a
la inversa, señalando los casos en que no puede darse por convencido
(aunque íntimamente lo esté)
Se suele señalar, como ejemplo del primer aspecto, la norma que
establece que el testimonio conteste de dos personas de buena fama será
plena prueba del hecho sobre el cual recaiga. Como ejemplo del segundo, se
recuerda la que impedía tener por acreditado el hecho delictivo si no
constaba la existencia del cuerpo del delito.
Este sistema propio del proceso de tipo inquisitivo, rigió
principalmente en épocas de escasa libertad política (Constituyendo un
fenómeno correspondiente a la falta de libertad judicial), como un curioso
intento de garantía para el imputado, en el momento de la sentencia
definitiva, frente a los extraordinarios poderes otorgados a los jueces por la
ley en todo el procedimiento previo.
Evidentemente, este sistema, ante el propósito de descubrir la verdad
real, no se evidencia como el más apropiado para ello, pues bien puede
suceder que la realidad de lo acontecido pueda ser probada de modo
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diferente del previsto por la ley. Por eso se halla, hoy en día, abandonado,
aunque sus reglas no deben ser descuidadas a la hora de la libre valoración
del juez.
En su tratado de Derecho Procesal Penal, el Dr. Maier escribe que “El
llamado sistema de prueba legal es propio de la Inquisición y sus tribunales
integrados por jueces permanentes, técnicos, burócratas estatales. Su
caracterización es, precisamente, la inversa de la anterior descripción. Tanto
es así que la regla legal trascrita utiliza sus ejemplos: la ley regula
minuciosamente las condiciones, positivas o negativas, que se debe reunir
para alcanzar cierta convicción (número de testigos, condiciones de
idoneidad de los testigos, cantidad de indicios, forma de probarlos, formas
de la confesión y su efecto, etc.), con lo cual determina la decisión sobre la
reconstrucción del hecho, transformada así en una operación jurídica.”

b) Íntima convicción. En el sistema de la íntima convicción, la ley no


establece regla alguna para la apreciación de las pruebas. El juez es libre de
convencerse, según su íntimo parecer, de la existencia o inexistencia de los
hechos de la causa, valorando aquéllas según su legal saber y entender. A
esta característica debe agregársele otra, cual es la inexistencia de la
obligación de fundamentar las decisiones judiciales.
Si bien este sistema, propio de los jurados populares, tiene una
ventaja sobre el de la prueba legal, pues no ata la convicción del juez a
formalidades preestablecidas (muchas veces, ajenas a la verdad real),
presenta como defecto evidente el de no exigir la motivación del fallo,
generando el peligro de la arbitrariedad y, por ende, de injusticia.
Un ejemplo de este sistema, aunque un tanto atenuado, lo tenemos en
el Código de Trabajo, el que en su artículo 361 establece: “Salvo
disposiciones expresa en este Código y con excepción de los documentos
públicos y auténticos, de la confesión judicial y de los hechos que
personalmente compruebe el juez, cuyo valor deberá estimarse de
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conformidad con las reglas del Código de Enjuiciamiento Civil y Mercantil


(hoy Código Procesal Civil y Mercantil), la prueba se apreciará en conciencia,
pero al analizarla el juez obligatoriamente consignará los principios
de equidad o de justicia en que funde su criterio. (resaltado y
subrayado propio).
El Dr. Julio B. J. Mair, en su obra derecho procesal penal, escribe: “…El
llamado sistema de la íntima convicción acompaña al enjuiciamiento
acusatorio puro, con sus tribunales populares o, modernamente, con el
jurado clásico; la definición legal de la ley francesa de 1791,
inmediatamente posterior a la Revolución, que introdujo el jurado, es la
mejora caracterización posible:
“”La ley no pide una explicación de los medios por los cuales {los
jurados} han formado su convicción; ella no les prescribe ninguna
regla a la cuala ellos deben ajustar particularmente la plenitud y la
suficiencia de una prueba; ella les exige preguntarse a ellos mismos
en silencio y recogimiento, y buscara, en la sinceridad de sus
conciencias, qué impresión han hecho sobre su razón las pruebas
aportadas contra el acusado y los medios de la defensa. La ley no
les dice `vosotros tendréis por verdadero todo hecho atestado por tal
cantidad de testigos, o vosotros no veréis como suficientemente
firme toda prueba que no esté conformada por tantos testigos o por
tantos indicios’; ella no hace más que esta sola pregunta, que
encierra toda medida de vuestro deber: ¿tenéis vosotros una íntima
convicción?”

c) Libre convicción o sana crítica racional. El sistema de la libre


convicción o sana crítica racional, al igual que el anterior, establece la más
plena libertad de convencimiento de los jueces, pero exige, a diferencia de
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lo que ocurre en aquél, que las conclusiones a que se llegue sean el fruto de
las pruebas en que se las apoye.
Claro que si bien el juez, en este sistema, no tiene reglas que limiten
sus posibilidades de convencerse, y goza de las más amplias facultades al
respecto, su libertad tiene un límite infranqueable: el respeto a las normas
que gobiernan la corrección del pensamiento humano (“el juzgador está
vinculado en su valoración por normas no jurídicas, pero sí lógicas,
psicológicas y aun experimentales, que dan contenido al método de la sana
crítica racional y que regulan el correcto discurso de la mente en sus
operaciones intelectuales” Cafferata Nores cita aquí el texto "La actividad
probatoria en el proceso penal" de Ayan). La libre convicción se caracteriza,
entonces, por la posibilidad de que el magistrado logre sus conclusiones
sobre los hechos de la causa valorando la prueba con total libertad, pero
respetando, al hacerlo, los principios de la recta razón, es decir, las normas
de la lógica, de la psicología y de la experiencia común.
La otra característica de este sistema es la necesidad de motivar las
resoluciones, o sea, la obligación impuesta a los jueces de proporcionar las
razones de su convencimiento, demostrando el nexo racional entre las
afirmaciones o negaciones a que llegó y los elementos de prueba utilizados
para alcanzarla.
Esto requiere la concurrencia de dos operaciones intelectuales: la
descripción del elemento probatorio (v.gr., el testigo dijo tal o cual cosa) y
su valoración crítica, tendente a evidenciar su idoneidad para fundar la
conclusión que en él se apoya.
Se combinan, así, las exigencias políticas y jurídicas relativas a la
motivación de las resoluciones judiciales, con las mejores posibilidades de
descubrir la verdad sin cortapisas legales, mediante el caudal probatorio
recogido en el proceso.
Según escribe el Dr. Maier, la libre convicción del juzgador vino a
reemplazar al sistema de prueba legal, luego del regreso a la íntima
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convicción, propio de la abolición de la Inquisición, en aquellos países que,


tarde o temprano, establecieron el escabinado (jueces permanentes y
accidentales en un único colegio sentenciador) o, lisa y llanamente,
tribunales integrados por jueces permanentes.
Sin embargo, la ausencia de reglas condicionantes de la convicción,
similares a las del llamado sistema de prueba legal, no significa carencia
absoluta de reglas. La libre convicción exige la fundamentación o
motivación de la decisión, esto es, la expresión de los motivos por los cuales
se decide de una u otra manera, y, con ello, la mención de los elementos de
prueba que fueron tenidos en cuenta para arribar a una decisión y su
valoración crítica (exigencia externa). Ella exige también que la valoración
crítica de los elementos de prueba sea racional, aspecto que implica
demandar que respete las leyes del pensamiento (lógicas) y de la
experiencia (leyes de la ciencia natural), y que sea completa, en el doble
sentido de fundar todas y cada una de las conclusiones fácticas y de no
omitir el análisis de los elementos de prueba incorporados, exigencia con las
cuales se pretende lograr que la decisión se baste a sí misma, como
explicación de las conclusiones del tribunal (exigencia interna).
Precisamente, esas exigencias están íntimamente ligadas al control de la
sentencia, por la vía de la casación, y a los límites de ese control.
Es también por estas exigencias que el método valorativo se conoce
con el nombre de sana crítica o crítica racional.

NOTA: El alumno debe profundizar en el estudio de este tema que es básico


en la administración de justicia.
Los presentes apuntes están basados en los siguientes autores:
Alsina, Hugo,
Devis Echandía, Hernando
Cafferata Nores, José I.
Couture, Eduardo de J.
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Guasp, Jaime
Palacio, Lino Enrique

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