Unidad II: Teoría Crítica: Escuela de Frankfurt. Adorno & Horkheimer.
Kant ¿qué es la ilustración?. Kant entiende a la ilustración –aufklarung- como la
salida del hombre de su minoría de edad. La naturaleza del hombre es el entendimiento de las cosas y el mundo, que se sirve para auto-dirigirse en su relación sujeto-objeto. Sin embargo, insiste Kant, su falta de decisión y ánimo, hace de esta ‘maduración’ una imposibilidad a cuestas. Denuncia una falta de coraje para hacerlo, hasta llegar a la mismísima pereza. Lo que exige Kant es ese espacio de libertad que, de alguna u otra manera, permitirá al hombre servirse de su naturaleza, o sea, del entendimiento. Quienes, no obstante, fomentan este espacio de ‘libertad’ son aquellos que no reducen el ‘uso de la razón’ a una instancia privada. Kant distingue entre dos esferas los ‘usos de la razón’: entre el uso público de la razón y el uso privado de la razón. Por uso público de la razón se entiende aquel uso libre de la razón, que llevará a la humanidad a su ilustración; en tanto docto, comparte este conocimiento en un mundo de lectores. Por ‘uso privado de la razón’, se refiere al uso de la razón en un puesto civil o de confianza para la comunidad. En esta esfera de la razón, su uso queda supeditado a la mera obediencia; se permite razonar y obrar como se quiera, pero siempre con obediencia. Es un disciplinamiento que comporta los grados de utilización de la razón conforme a una ley, una moral o una religión. De esta forma, podríamos entender que, la salida de la minoría de edad, como tal, es un especie de des-obediencia de los medios de conocimiento. El camino hacia la comunidad de librepensadores, se gesta entre cada espacio que otorga la culpa religiosa o el plano del uso de la razón privada. Podemos comprender, de manera inicial que, lentamente, la ilustración se fue convirtiendo más en un movimiento intelectual privado que en una aspiración universal producto de la naturaleza del Hombre sirviéndose del entendimiento. Dialéctica de la Ilustración (Dialetik der aufklarung) . Concepto de Ilustración: Adorno y Horkheimer, a través de una lectura que cuestiona el acontecimiento Poder y conocimiento son sinónimos. Aquí existe una noción de la ciencia y el conocimiento que se desliga de la búsqueda de la verdad y los afectos que emanciparan a la humanidad, para dar paso una ciencia que se instrumentaliza, calcula y formula el progreso antropomórfico. “Mediante el logos idealista platónico los dioses patriarcales del olimpo fueron suprimidos”. La ilustración toma un carácter totalitario, ya que se reconoce a sí misma en cada mito, cada ruina, y cada elemento externo a su racionalidad técnica, como explicación de su operatividad. Se podría decir que la brecha infranqueable hacia la emancipación intelectual de la cual nos hablaba Kant, se ha transformado en un mito sobre el cual gira toda la operatividad de la razón instrumental (con arreglos a fines). Entendiéndose esto como el triunfo del ‘uso privado de la razón’. La ciencia formal, las finanzas, la Matematización de la vida, el cálculo, la deuda, el ahorro del dinero, etc. son usos de la razón que obedecen a la sistematización de la vida y el conocimiento. La Ilustración ejerce una operación de reducción de la vida y los elementos a la solventación de la Unidad; es decir, mediante la sistematización de las cosas y los elementos, crea un técnica que dispone de un estructura teleológica de sus funciones: el Sujeto. La antropormorfización de la ilustración, es aquella característica tipográfica que somete a la naturaleza, mítica y orgánica, al raciocinio del Hombre. El número y la unidad se convirtieron en el canon de la Ilustración. Matematización del pensamiento y del sí mismo. Gilles Deleuze nos dijo que el individuo ya no pertenece a una sociedad disciplinar, más bien pertenece a una sociedad de control, donde es cifrado por los diversos aparatos de control (poscriptum a la sociedad de control). La cifra, la unidad, la ipseidad del Sujeto, son las figuras de una sociedad desencantada del acontecimiento de la aufklarung. A partir de esta conceptualización de la ilustración, es decir, como fenómeno de desmitoligización del mito de la religión, se produce una lectura que desnuda el carácter mitológico que también posee la ilustración. La modernidad, por tanto, entendida como la época donde el rasgo cultural industrial marca a la sociedad contemporánea, se transformaría sólo de un discursos mitológico sobre la emancipación del hombre, demostrando dos cosas: que la ilustración más que un servicio para la emancipación de la humanidad era, efectivamente, una sobrecarga de mitos y magias que no se supo esconder del yugo eclesiástico. Y, a la vez, no fue más que una falacia que aspiraba a controlar a la masas, mediante diversos mecanismos de poder. Aparece, por lo tanto, la cultura de masas: es decir, la vida social subjetivada inmersa en la sistematización del Cine, la radio y las revistas. La sistematización de estos elementos ya no encubren la necesidad de transfigurar la imagen del pastor, el amo y el médico para sus procesos de legitimación. Todo lo contrario: su sobreexposición como verdad hecha porquería, es parte del proceso de legitimación. Aparece aquí, la racionalidad técnica como modo de sometimiento entre la individualidad y las fabricaciones de la Industria Cultural. Sin embargo, no hay que confundir entre desarrollo técnico con su función en la economía liberal (neo-liberal en la actualidad). El desarrollo de la televisión, la bomba y los medios de transportes (automóviles, aviones, ferrocarriles, etc.), se encuentran en función de un desarrollo de los sistemas económicos –habría que preguntarle a los primeros vestigios del capitalismo decimonónicos que hubiese sido de él sin el desarrollo de ferrocarril como medio de transporte, por ejemplo. ¿Cómo se afianza, de manera tan natural hoy en día, la industria Cultural? Su respuesta es prácticamente obvia: mediante el consumo en el mercado dominante. Empero de este despliegue de dominación técnica, también existe una dominación de la consciencia individual, que reafirma – por necesidad impuesta en el mercado- la lógica de la racionalidad técnica. Es decir, la industria cultural se impone no por la intensidad que se despliega materialmente, sino mediante el convencimiento de un esteticismo de la vida cotidiana dispuesta a servir la causa de la racionalidad técnica. La radio y el teléfono aún dejaban a la imaginación el espacio democrático de la interacción, sin embargo, han creado la audiencia de masas con programas que idiotizan la consciencia individual y con propagandas que incentivan el consumo. En el cine, por ejemplo, Raúl Ruiz, no sólo critica el cine hollywoodense por su carácter estrictamente comercial, sino porque dicho formato de manufactura del cine a adoptado la teoría del ‘conflicto central’ como esquema central de sus confecciones; volviéndola una hegemonía en las formas de hacer cine. De esta manera, una película que logre distraerte y sacarte de la rutina de la vida estetizada, es sólo un entretenimiento que ocupa el tiempo libre de los individuos como reactivación del consumo, y no permite reflexionar acerca del celuloide. Una película que aburre – dice Ruiz- también te distrae, pero con la diferencia que te devuelve las imágenes con las cuales reconstruirás tu propia película. De este modo, el sujeto comienza su proceso de reificación (o cosificación; Luckacs) con el triunfo de la publicidad, la asimilación forzada de los consumidores a las mercancías culturales y sus significados al descubiertos. Así vamos cartografiando la potencia de la industria cultural y sus agenciamientos de mercado como sociedad del monopolio, en la creación y conocimiento individual. Pero a la vez, detectamos la servidumbre de la Teoría Crítica: aparece el arte crítico de vanguardia que tiene la tarea de desnudar loa agenciamientos ideológicos y metapolíticos de las mercancías fetichizadas y pedagogizar a los espectadores del germen capitalista detrás de la cultura. Mediante esta lenta, pero penetrante, transformación de la superestructura social, llegamos a la instancia donde cuestionamos la capacidad creadora y el timbre original de las obras humanas. Lo que Adorno y Horkheimer denominaban como la época de la Industria Cultural, Walter Benjamin lo denomina como la ‘época de la reproductibilidad técnica de la obra de arte’. Benjamin estima en preguntarse por la originalidad y singularidad de la obra de arte en la época de su reproducción técnica, como aquella ausencia del aquí y ahora de la obra de arte. Esta marca de la singularidad marca la autenticidad de la obra. Lo mismo no sucede con la reproducción manual, que sí logra marcar su originalidad. Vemos que en la reproducción técnica del arte el ojo es más rápido que la mano, pero no se atribuye, por lo mismo, su singularidad a la obra. Por más que deje intacta la reproducción técnica de la obra, su aquí y ahora –su actualidad e inmediatez con el productor y su época- no puede reproducirse. Dice Benjamin, “la autenticidad de una cosa es la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica” (Pp. 4). La reproducción técnica envés de instalar una presencia irrepetible, instala una presencia masiva. De aquí surge, entonces, el concepto de aura en Benjamin. El ‘aura’ se puede entender como la manifestación irrepetible de una lejanía. Analizaremos, por tanto, la noción de experiencia estética del aura en Benjamin, que se refiere, estrictamente a esa experiencia del destello irrepetible de algo, que no volverá jamás. Acercar humanamente las cosas a las masas, es tarea de este proceso de pérdida del aura. Descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada una cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa, eso es aspirar el aura de esas montañas, de esa rama. Su estética se relaciona con el cine, la fotografía, el montaje y la noción ruinosa de la historia. La aparición de estos dispositivos hizo develar el rasgo reaccionario del ‘arte por el arte’. De este modo, la reproducción técnica de la obra, emancipa, por primera vez en la historia de la arte, a la producción artística de los rituales que le deban valor cultural a sus producciones, e instala la figuración de una autenticidad. Pero como decimos, esta autenticidad o aura de la obra al ser enfrentada a los mismo medios que la emancipó, se abre a ser reproducida ad infinitum en una praxis que valoriza, ahora, políticamente, la reproducción artística. Esto es lo que Benjamin denomina “estetización de la política”, contestando con la ‘politización del arte’. La ‘estetización’ del tiempo y del espacio, es lo que se denomina en Benjamin como sensorium: es decir, las predeterminaciones históricas de lo perceptivo que se da a sentir. La política, por lo tanto, entraría en una fase histórica cuya base estética sobre la percepción y las imágenes sería fundamental para expandir sus elementos ideológicos. El cine y la radio, como aparatos de un sensorium que catapulta tanto a actores de cines y cantantes como a figuras políticas y sus propagandas de programación, se encuentran insertos bajo las mismas condiciones sociales de producción. En tanto, el público –que es el objetivo tanto del político como del artista-, logra transforma sus modos de percepción de la realidad social. Según Benjamin, la época fascista, tiene como gran fin divulgar la imagen del proyecto del mundo a transformar, a través de los dispositivos del cine y la radio; y así transformar el sensorium de ‘lo político’ en conjunto con las masas. La masa, por tanto, se estetiza: o sea, se logra estetizar la vida política de los individuos insertos en la masa. El proceso de sublimación de los fines políticos, tales como la Guerra, la paz, la Nación, etc. son mecanismos de manufactura cultural fabricados desde la política. Y la técnica se vuelve la gran matriz de producción sensorial. Entonces, ¿a qué se refiere Benjamin con la politización del Arte? Principalmente la sentencia apunta en dos direcciones consustanciales: la primera de ellas tiene que ver con realizar un contrapunto con la noción de estética tradicional. A partir de la importancia del cine como productor y reproductor inmediato de las técnicas que hacen de las imágenes un nuevo arte (distinto a la pintura y a la iconología), la imagen de la ‘obra de arte’ se disipa de su origen ‘auténtico’. Esto quiere decir que, tanto la obra de arte como la imágenes, se encuentran inmediatizadas hacia las masas, y su ‘aura’ (o, autenticidad) se encuentra perdida en una humanidad que a dislocado su ‘valor cultual’. De esta manera, la esferas de autonomía del arte –y aquellas cualidades intrínsecas de la obra de arte-, entra en un proceso de contaminación o profanación del sistema inmunológico del arte, apareciendo el ‘arte por el parte’ como anti-cuerpo de este proceso. El segundo vector tiene que ver con entender la politización del arte como un contrapunto a la ‘estetización de la vida política’. Según las palabras de Benjamin “La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna. El comunismo le contesta con la politización del arte”. (Pp. 27.) En definitiva, la Teoría Crítica, se puede entender como la contratecnología de la razón que buscar des-estetizar la vida política y social, así como busca destruir el arte que no conscientize o demuestre la realidad metapolítica en la que se encuentran insertos.
Unidad III. “La sociedad del espectáculo”.
Esta hipótesis de Guy Debord, es retomada a partir de dos axiomas críticos: el
primer de ellos tiene que ver con la enajenación del trabajo y la alienación de la vida, y el segundo hace referencia al fetichismo de la mercancía. La vida de los individuos de las sociedades modernas se encuentran condicionadas por el producción capitalista que se manifiesta como una acumulación de espectáculos. Si bien el espectáculo no es el cúmulo de imágenes que este modo de producción realiza, la sociedad misma se presenta como una imagen unificada. Por tanto, el espectáculo no es el conjunto de imágenes de una sociedad totalizada, sino, las relaciones sociales mediatizadas por las imágenes. Debido a la capacidad de dispersión de las imágenes en el mundo, no se podría hablar de un cúmulo de material visual. Sin embargo, se puede hablar de una visión del mundo que se ha objetivizado. De este modo, el espectáculo es una visión del mundo inmanente que logra predeterminar la mirada y las experiencias del mundo. Es un modelo ya hecho. El espectáculo tiene la capacidad de producir el resultado, a la vez que él mismo es resultado de algo ya hecho. Entendiéndose como re-producción de una imagen ya resuelta. ¿Cómo se reproduce esta imagen que mediatiza las relaciones sociales? La colonización del tiempo vivido fuera de la producción moderna y dominante, sirve para justificar la presencia permanente del espectáculo como de vida dislocada (o desdoblada, en palabras de Debord). La separación de la realidad entre imagen y mundo vivido, crea la totalización de la vida, y es la característica principal para la reproducción del espectáculo. (Explicar párrafo 8). En el mundo realmente invertido, lo verdadero se vuelve falso. Este hecho tautológico, se debe a que los medios de subsistencia del espectáculo, son también su fin. Es decir, el aspecto teleológico del espectáculo es “mediatizar”. (Explicar Párrafo 19, 30 y 34). Si el espectáculo es la mediatización de las relaciones a través de las imágenes, el medio que produce al espectáculo como medio y fin en sí mismo (monólogo del capital), es la mercancía. El aspecto suprasensible, pero tangible, de la mercancía, marca la historia del capital inconsciente pero real del fetichismo de la mercancía. En tanto, el espectáculo no sería más que la materialización del fetichismo de la mercancía, como colonización del tiempo de la vida social. El unificación de una apariencia de lo real, que en realidad está verdaderamente separada, es la unificación totalizada del desdoblamiento humano. Generando una realidad aumentada, y donde esa voluptuosidad es el efecto de reproducción de la vida estetizada. Es decir, remite a esa noción de Baudrillard denominada: Hiperrealidad. Esta dimensión de lo sensible vuelve seria e imprescindible la eliminación del hombre como realidad de la existencia humana. Aquí se plantea entonces un problemas que tiene que ver con la división y unidad de la apariencia. (Explicar párrafo 54).