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RACISMO Y LENGUAJE
Racismo y lenguaje
Virginia Zavala y Michele Back, editoras
Agradecimientos 9
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INTRODUCCIÓN: LA PRODUCCIÓN DISCURSIVA
DE IDENTIDADES RACIALIZADAS
Virginia Zavala
Pontificia Universidad Católica del Perú
Michele Back
Universidad de Connecticut
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2. EL RACISMO EN EL PERÚ
Aunque las ideologías de raza y racismo comenzaron en el Perú en la
época colonial (Drinot, 2014; Manrique, 1999; Portocarrero, 1992),
la concepción de las diferencias raciales como algo primariamente cul-
tural nació en los principios del siglo XX, en parte como una reacción
al determinismo biológico europeo. De la Cadena (2000) explica la
trayectoria y evolución de este concepto, cuyo énfasis en la inteligencia
y la moralidad tuvo como objetivo suprimir lo biológico. Sobre la base
de la teoría de que las razas podrían «mejorar» a través de la educación,
personajes como Manuel González Prada y Luis Eduardo Valcárcel
rechazaron las ideas europeas en torno a la superioridad o inferioridad
de las razas como algo biológicamente predeterminado y concibieron
a la educación como la manera de salir de una supuesta inferioridad
cultural. Así, la educación no solo constituyó una promesa para dejar
atrás las razas supuestamente inferiores, sino que también contribuyó
a crear jerarquías legítimas y excluir a los que no tenían acceso a ella
(De la Cadena, 2000).
La supresión de la raza biológica también se conectó con el fenó-
meno del mestizaje. Aunque las relaciones entre blancos e indígenas
empezaron durante la época colonial, el mestizaje como discurso de
orgullo y vinculado a una ciudadanía independiente fue propuesto
durante la época de la Independencia. Con la idea de que «el que no
tiene de inga tiene de mandinga», los peruanos se concibieron como
una mezcla de razas y, por lo tanto, con derecho de ser ciudadanos
peruanos. A pesar de este intento, Portocarrero (2013) y De la Cadena
(2000) han observado que el concepto del mestizaje no se afianzó muy
fuerte en el Perú y que nunca pudo reemplazar las nociones de supe-
rioridad cultural. Es más, como nota De la Cadena (2000), el término
«mestizo» se adoptó para distinguir un indígena «educado» de otro
supuestamente con menos capital cultural.
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3. LENGUAJE Y RAZA
El uso que hacemos del lenguaje como parte de prácticas sociales cumple
un rol activo en la vida cotidiana (Burr, 1995; Shi-xu, 2005). De hecho,
el lenguaje constituye nuestra herramienta primaria para representar y
negociar la realidad social y juega un papel central en estos procesos de
construcción de identidades a través del habla. Cuando interactuamos
por medio del lenguaje, siempre nos posicionamos a nosotros mismos y
a otros sobre la base de categorías identitarias vinculadas con el género,
la clase, la raza, la cultura, entre muchas otras. No se trata, sin embargo,
de identidades autónomas o independientes, sino de identidades que
siempre adquieren significado social en relación con otras posiciones
disponibles y otros actores sociales. Es por esto que se señala, precisa-
mente, que la identidad es un fenómeno relacional. Bucholtz & Hall
(2005) plantean el valor analítico que tiene abordar la identidad como
un fenómeno relacional y sociocultural que emerge y circula en los
contextos discursivos locales de la interacción y no como una estructura
estable que se localiza primariamente en la psicología individual o en
categorías sociales fijas. Desde esta perspectiva, la identidad implicaría
el posicionamiento social del yo y del otro.
El estudio del pensamiento racial y del racismo no puede dejar de
tomar en cuenta esta dimensión discursiva como un proceso público a
través del cual se construyen identidades racializadas de manera progre-
siva y dinámica (ver Howard 2009 para los Andes). Después de todo,
solo podemos acceder a los mecanismos de construcción identitaria a
través del análisis de un conjunto de acciones que desarrollamos con el
lenguaje. Recientemente, ha surgido un campo de estudio interdiscipli-
nario denominado Raciolinguistics (Alim, Rickford & Ball, 2016), que
ha empezado a reconocer el rol central que tiene el lenguaje en los pro-
cesos de racialización y en la formación de las identidades etnorraciales.
Creemos que, en el Perú, la investigación en torno a la raza y al racismo
también podría beneficiarse de una perspectiva de análisis discursivo en
el marco del estudio del lenguaje como práctica social.
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ambiguo, pues cualquier enunciado que se diga siempre tiene una natu-
raleza multirreferencial, en el sentido de que puede significar muchas
cosas diferentes dependiendo del contexto. Por lo tanto, para estu-
diar las prácticas racistas, el lenguaje debe conceptualizarse como una
práctica. No debe asumirse como un sistema abstracto con significados
encapsulados a nivel del sistema y aislados de la interacción cotidiana,
sino como acciones desarrolladas en contextos específicos y a partir de
las cuales se hacen y se logran cosas en la sociedad. La acción no se logra
con lo que se dice sino con lo que se hace a partir de lo que se dice.
Otra relación que se establece entre lenguaje y raza es a través de
las ideologías lingüísticas, entendidas estas como las redes de creencias
sobre el lenguaje que posicionan a los sujetos dentro de un orden social
(Irvine, 1989; Kroskrity, 2000; Schieffelin, Woolard & Kroskrity,
1998; Silverstein, 1979). Las opiniones sobre las lenguas, las variedades
de una lengua o formas específicas de usar el lenguaje se racializan, en
el sentido de que evocan características raciales de manera implícita
(Shuck, 2006). Esto ocurre, por ejemplo, con el fenómeno del moto-
seo, pues las creencias sobre la interferencia vocálica en el español de los
quechuahablantes se racializan y se utilizan para posicionar al otro como
«indio», con todas las características peyorativas que eso implica en un
país como el Perú (Zavala & Córdova, 2010). De esta manera, se fusio-
nan los cuerpos racializados con una supuesta «deficiencia» lingüística
asumida como objetiva, que termina legitimando la discriminación sin
caer en lo políticamente incorrecto (Flores & Rosa, 2015).
En resumen, entonces, lo central en el discurso racista no radica
en su contenido sino en el poder que ejerce (Bailey, 2010). Se trata
de un tipo de discurso que tiene el efecto de establecer y reforzar rela-
ciones de poder opresivas entre distintos grupos sociales. El discurso
racial sostiene y legitima un ejercicio del poder que sustenta formas de
dominio. De hecho, podemos encontrar muchos contenidos que, por
lo general, se usan en la práctica social de formas racistas y sobre los
cuales no hay mucha duda de que efectivamente lo son. No obstante,
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Los investigadores de los espacios virtuales notan que internet en el siglo 21, también
llamada la Web 2.0, se distingue de sus primeros años (la Web 1.0) a partir de un alto
nivel de participación comunitaria, generación de contenido compartido e inteligencia
colectiva.
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5. LOS CAPÍTULOS
Este volumen busca contribuir al estudio de los procesos de racializa-
ción y a la construcción discursiva de nuevas identidades racializadas
en el Perú contemporáneo. Las diez contribuciones que integran este
libro examinan los discursos y prácticas del racismo en diversos ámbitos,
como el transporte público en zonas rurales, las instituciones educativas,
las comunidades campesinas, los medios de comunicación, entre otros.
Hemos querido otorgar especial atención al funcionamiento del racismo
en contextos virtuales, donde creemos que en los últimos años se han
desarrollado nuevas prácticas, específicas a las dinámicas que se vienen
generando en este espacio. Sin embargo, a pesar de su importancia, la
investigación en este campo es todavía incipiente (ver Manrique, 2016).
Todos los artículos abordan la forma en que la raza en términos del
fenotipo se ha articulado con otros criterios de clasificación, tales como
la educación, la cultura, la clase, el territorio, el género, el lenguaje,
entre otros. Así, se construye a un «otro» desde un criterio aparente-
mente no racial pero muchas veces manteniendo una retórica racial
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de modo subyacente. Aunque todos los trabajos abordan este fenó-
meno, los cuatro últimos lo hacen desde los espacios virtuales.
Entre los primeros está el artículo de Lamas, donde se exploran las
formas en que las distinciones históricas de raza y clase siguen reprodu-
ciéndose en el Perú bajo argumentos meritocráticos vinculados al acceso
a la educación, el éxito profesional y el desarrollo de aptitudes de liderazgo,
en un contexto de las universidades privadas de segunda generación que
han sido clave en la difusión e institucionalización del discurso empren-
dedor. La autora plantea que el emprendimiento estaría cumpliendo las
funciones que tuvo la decencia en el siglo XIX. El sujeto emprendedor
se erigiría como diferente, tanto del migrante indígena que es pobre y
no puede salir adelante, como del individuo blanco de la élite capita-
lina cuyo privilegio proviene de la cuna y no involucra ningún esfuerzo.
Por su parte, Huayhua muestra que la raza se construye durante
las interacciones que se desarrollan al interior del transporte público
en la ruta entre Uqhupata y la ciudad del Cusco, donde viajan pro-
fesionales que viven en la ciudad y trabajan en el campo y habitantes
de las zonas rurales. La autora muestra que las identidades racializadas
surgen en los intercambios y que, en lugar de categorías fenotípicas de
larga data como «indio», «cholo» o «mestizo», emergen atributos racia-
lizados como «animal», «desobediente», «campesino», «comunero»,
«ignorante» y «maleducado». Estos últimos significantes funcionan en
el marco de las dinámicas locales para reproducir relaciones de opresión
y construir fronteras rígidas entre los actores sociales implicados.
El capítulo de Koc-Menard explora el significado y los usos que le
da la población rural a la categoría «marginal» y «comunidad marginal».
A lo largo del artículo se argumenta que estas palabras, y el discurso que
han generado, constituyen un legado de la Comisión de la Verdad y
la Reconciliación y el discurso posviolencia política. Cuando se eti-
queta a la población rural quechua como «marginal» desde el Estado
e instituciones de la capital, se reproduce la ideología racial y de subor-
dinación que existe en el imaginario nacional. Y cuando los pobladores
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6. CONCLUSIONES
En este capítulo introductorio hemos planteado que la raza consti-
tuye uno de los legados más poderosos de la modernidad, pero que
su definición no existe. En efecto, como la raza adquiere significados
al articularse con dinámicas y diferenciaciones locales, no es posible
establecer una definición a priori. En América Latina, el «color» de la
piel que se asigna a las personas y grupos sociales no necesariamente
coincide con el de la piel, sino con la «calidad» atribuida al individuo
(De la Cadena, 2008); una «calidad» que «blanquea» y que se va dotando
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