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CENTRO DE ESTUDIOS TECNOLÓGICOS DEL MAR 05

NOMBRE DEL ALUMNO:


Alfredo López Pascual

MATERIA:
Filosofía

NOMBRE DEL MAESTRO:


Ricardo Ruiz Ortiz

TRABAJO:
Investigación: Filósofos

ESPECIALIDAD:
Electrónica

GRADO: 6° Semestre GRUPO: “E6A”

Salina Cruz Oaxaca A 20 de Febrero del 2016


SÓCRATES

Filósofo griego (Atenas, 470 a.C. - id., 399 a.C). Sócrates es una figura capital del pensamiento
antiguo, hasta el punto de ser llamados presocráticos los filósofos anteriores a él. Rompiendo con
las orientaciones predominantes anteriores, su reflexión se centró en el ser humano, particularmente
en la ética, y sus ideas pasaron a los dos grandes pilares sobre los que se asienta la historia de la
filosofía occidental: Platón, que fue discípulo directo suyo, y Aristóteles, que lo fue a su vez de
Platón.
Fue hijo de una comadrona, Faenarete, y de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el
Justo. En su juventud siguió el oficio de su padre y recibió una buena instrucción; es posible que
fuese discípulo de Anaxágoras, y también que conociera las doctrinas de los filósofos eleáticos
(Jenófanes, Parménides, Zenón) y de la escuela de Pitágoras. Aunque no participó directamente en
la política, cumplió ejemplarmente con sus deberes ciudadanos. Sirvió como soldado de infantería
en las batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis (422), episodios de las
guerras del Peloponeso en que dio muestras de resistencia, valentía y serenidad extraordinarias.
Fue maestro y amigo de Alcibíades, militar y político que cobraría protagonismo en la vida pública
ateniense tras la muerte de Pericles; en la batalla de Potidea, Sócrates salvó la vida a Alcibíades,
quien saldó su deuda salvando a Sócrates en la batalla de Delio. La mayor parte de cuanto se sabe
sobre Sócrates procede de tres contemporáneos suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo
Aristófanes y el filósofo Platón. Jenofonte retrató a Sócrates como un sabio absorbido por la idea
de identificar el conocimiento y la virtud, pero con una personalidad en la que no faltaban algunos
rasgos un tanto vulgares. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las nubes (423),
donde es caricaturizado como engañoso artista del discurso y se le identifica con los demás
representantes de la sofística, surgida al calor de la consolidación de la democracia en el siglo de
Pericles. Estos dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en sus Diálogos,
en los que aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser en ocasiones
excesivamente idealizada, aun cuando se considera que posiblemente sea la más justa.
En sus conversaciones filosóficas, al menos tal y como quedaron reflejadas en los Diálogos de
Platón, Sócrates sigue, en efecto, una serie de pautas precisas que configuran el llamado diálogo
socrático. A menudo comienza la conversación alabando la sabiduría de su interlocutor y
presentándose a sí mismo como un ignorante: tal fingimiento es la llamada ironía socrática, que
preside la primera parte del diálogo. En ella, Sócrates proponía una cuestión (por ejemplo, ¿qué es
la virtud?) y elogiaba la respuesta del interlocutor, pero luego oponía con sucesivas preguntas o
contraejemplos sus reparos a las respuestas recibidas, sumiendo en la confusión a su interlocutor,
que acababa reconociendo que no sabía nada sobre la cuestión.
La filosofía de Sócrates
Al prescindir de las preocupaciones cosmológicas que habían ocupado a sus predecesores desde
los tiempos de Tales de Mileto, Sócrates imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía
griega, inaugurando el llamado periodo antropológico. La cuestión moral del conocimiento del bien
estuvo en el centro de las enseñanzas de Sócrates. Como se ha visto, el primer paso para alcanzar
el conocimiento consistía en la aceptación de la propia ignorancia, y en el terreno de sus reflexiones
éticas, el conocimiento juega un papel fundamental. Sócrates piensa que el hombre no puede hacer
el bien si no lo conoce, es decir, si no posee el concepto del mismo y los criterios que permiten
discernirlo.
El ser humano aspira a la felicidad, y hacia ello encamina sus acciones. Sólo una conducta virtuosa,
por otra parte, proporciona la felicidad. Y de entre todas las virtudes, la más importante es la
sabiduría, que incluye a las restantes. El que posee la sabiduría posee todas las virtudes porque,
según Sócrates, nadie obra mal a sabiendas: si, por ejemplo, alguien engaña al prójimo es porque,
en su ignorancia, no se da cuenta de que el engaño es un mal. El sabio conoce que la honestidad es
un bien, porque los beneficios que le reporta (confianza, reputación, estima, honorabilidad) son
muy superiores a los que puede reportarle el engaño (riquezas, poder, un matrimonio conveniente).
Sócrates no dejó doctrina escrita, ni tampoco se ausentó de Atenas (salvo para servir como
soldado), contra la costumbre de no pocos filósofos de la época, y en especial de los sofistas. Si,
como parece, las ideas éticas antes expuestas son del propio Sócrates, su filosofía se sitúa en la
antípodas del escepticismo y del relativismo moral de los sofistas (Protágoras, Gorgias), pese a lo
cual, y a causa de su pericia dialéctica, pudo ser considerado en su tiempo como uno de ellos, tal y
como refleja la citada comedia de Aristófanes.
Con su conducta, Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de inestabilidad en que se
hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso, acabaron por considerar que su amistad era
peligrosa para aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de
impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa,
hubiera demostrado la inconsistencia de los cargos que se le imputaban. Según relata Platón en la
Apología que dejó de su maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos
que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía obligado a
cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún caso, como el suyo, fuera injusta; peor habría sido la
ausencia de ley. La serenidad y la grandeza de espíritu que demostró en sus últimos instantes están
vivamente narradas en las últimas páginas del Fedón.
DIÓGENES DE SINOPE

Filósofo griego (Diógenes de Sínope, llamado el Cínico; Sínope, c. 404 a.J.C. -?, c. 323). Fue el
discípulo más destacado de Antístenes, fundador de la escuela cínica. Dado que no se conserva
ningún escrito suyo, sólo es posible reconstruir sus ideas a través de las múltiples anécdotas que
circularon sobre su figura, las cuales reflejan más un modo de vida que un discurso filosófico
articulado. Llamado por Platón «Sócrates delirante», Diógenes iba siempre descalzo, vestía una
capa y vivía en un tonel, rechazando los convencionalismos, los honores y riquezas e incluso toda
tentativa de conocimiento; para él, la virtud era el soberano bien. Objeto de burla y, a la vez, de
respeto para los atenienses, para el estoico Epicteto fue modelo de sabiduría.
Coetáneo de Aristóteles, Diógenes también era meteco en Atenas, adonde llegó después del año
362 a.C., y estuvo bajo la influencia del filósofo Antístenes. Diógenes abogaba por un estilo de
vida ascético y lo ponía en práctica; se basaba en la autosuficiencia y en un riguroso entrenamiento
del cuerpo para tener las menores necesidades posibles. Con estos planteamientos rompía con el
ideal del hombre como animal político que todavía mantenía Aristóteles. Creía que la felicidad se
lograba mediante la satisfacción exclusiva de las necesidades naturales en el modo más sencillo y
práctico, sin estar condicionado por el peso de las instituciones. Consideraba que las convenciones
contrarias a estos principios no eran naturales y debían ignorarse. Por esta razón se le llamó kyon
(perro), de donde deriva el nombre de cínicos. Con sus enseñanzas, cambió la ética de la ciudad
por la ética del sabio, idea que se mantendría para siempre en la filosofía griega.
Se han contado más anécdotas y leyendas sobre la vida de Diógenes de Sínope que de cualquier
otro filósofo. Considerando su peculiar forma de vida, es imposible evitar hacerse una serie de
preguntas. ¿Por qué vivía en un tonel? ¿Por qué rehusaba cualquier tipo de comodidad, hasta el
punto de vestir sólo una túnica o de lamer el agua de los charcos, como hacen los perros? ¿Y qué
quería decir con su busco un hombre, su respuesta a todo aquel que le preguntaba por su caminar
a plena luz del día por las calles de Atenas llevando un farol encendido en la mano?
Diógenes fue el primero de una nutrida pléyade de filósofos que entendieron la sabiduría como el
rechazo de la vida ordinaria. Provistos de una túnica y una escudilla, orgullosos de su pobreza,
vagaban mendigando por las ciudades de Grecia predicando el ascetismo, el retorno a la vida
natural, el abandono de toda actividad intelectual y el desprecio a las comodidades. Los atenienses
consideraron que tamaña excentricidad, rayana en la locura, era en cambio rica en amonestaciones,
de modo que terminaron por apreciar a aquel filósofo que comía, dormía y realizaba sus
necesidades corporales delante de todo el mundo y sin importarle el lugar.
La austeridad era su norma de vida, y ello le permitía ser independiente de cualquier necesidad. Al
parecer, fue el primero que redobló su túnica, llevado por la necesidad de dormir envuelto en ella,
y llevaba consigo una escudilla en la que recogía sus viandas. Se servía indiferentemente de
cualquier lugar para toda actividad, ya fuese desayunar, dormir o conversar. Y solía decir que los
atenienses incluso le habían procurado un lugar en el que recogerse: el pórtico de Zeus y la sala de
las procesiones.
La riqueza de quien nada posee se muestra en esta frase que se le atribuye: "Todo pertenece a los
dioses; los sabios somos amigos de los dioses; los bienes de los dioses amigos son comunes. Por
eso los sabios lo poseen todo". Cierto día, tras observar a un niño beber agua en el cuenco de su
mano abierta, lanzó la escudilla que llevaba en la alforja, diciendo: "Un niño me ha dado una
lección de sencillez". También se despojó de su plato al ver a otro niño que, al rompérsele el suyo,
puso las lentejas que comía en la concavidad de un trozo de pan. Y buscando siempre
acostumbrarse a las dificultades, en verano se revolcaba en la arena caliente, y en invierno se
abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve.
Del respeto que Diógenes suscitó a pesar de sus extravagancias da fe el famoso encuentro con
Alejandro. Llegado a Corinto, Alejandro Magno sintió deseos de conocer al gran filósofo, que,
aunque rondaba los ochenta años, conservaba intactas sus facultades. Sentado bajo un cobertizo,
calentándose al sol, Diógenes miró al rey con total indiferencia. Según Plutarco, cuando Alejandro
se le presentó diciendo «Soy Alejandro, el rey», Diógenes le contestó: «Y yo soy Diógenes, el
Cínico». «¿Puedo hacer algo por ti?», le preguntó Alejandro, y el filósofo respondió: «Sí, puedes
hacerme la merced de marcharte, porque con tu sombra me estás quitando el sol». Más tarde diría
Alejandro a sus amigos: «Si no fuese Alejandro, quisiera ser Diógenes».

Cuando Diógenes de Sínope murió, los atenienses le dedicaron un monumento: una columna sobre
la que reposaba un animal (un perro), símbolo del regreso a la naturaleza (o, mejor, a la autenticidad
de la vida) cuya necesidad el filósofo sostuvo. Su vida no fue fácil: el desprecio de los placeres, el
completo dominio del propio cuerpo, la anulación de las pasiones, de las necesidades y de cualquier
vínculo social estable, requieren de un gran esfuerzo, disciplina, prestancia física y de una
indomable tensión moral. Diógenes poseía todas estas cualidades, así como una acusada atracción
por la sátira, la paradoja y el humor. Iconoclasta, profanador, contrario a cualquier tipo de erudición
e incluso de cultura, siempre prefirió expresarse mediante la acción, el comportamiento y las
elecciones concretas, más que mediante textos escritos: a un discípulo de Zenón de Elea que
sostenía la inexistencia del movimiento, le respondió poniéndose en pie y echándose a andar.
EPICURO

Filósofo griego (Isla de Samos, actual Grecia, h. 342 a.C.-Atenas, h. 270 a.C.). Perteneció a una
familia de la nobleza ateniense, procedente del demo ático de Gargetos e instalada en Samos, en la
que muy probablemente nació el propio Epicuro y donde, con toda seguridad, pasó también sus
años de infancia y adolescencia.
Cuando los colonos atenienses fueron expulsados de Samos, la familia se refugió en Colofón, y
Epicuro, a los catorce años de edad, se trasladó a Teos, al norte de Samos, para recibir las
enseñanzas de Nausifanes, discípulo de Demócrito. A los dieciocho años se trasladó a Atenas,
donde vivió un año; viajó luego a Colofón, Mitilene de Lesbos y Lámpsaco, y entabló amistad con
algunos de los que, como Hemarco de Mitilene, Metrodoro de Lámpsaco y su hermano Timócrates,
formaron luego el círculo más íntimo de los miembros de su escuela.
Ésta, que recibió el nombre de escuela del Jardín, la fundó Epicuro en Atenas, en la que se
estableció en el 306 a.C. y donde transcurrió el resto de su vida. El Jardín se hizo famoso por el
cultivo de la amistad y por estar abierto a la participación de las mujeres, en contraste con lo
habitual en la Academia fundada por Platón y en el Liceo de Aristóteles. De hecho, Epicuro se
opuso a platónicos y peripatéticos, y sus enseñanzas quedaron recogidas en un conjunto de obras
muy numerosas, según el testimonio de Diógenes Laercio, pero de las que ha llegado hasta nosotros
una parte muy pequeña, compuesta esencialmente por fragmentos. Con todo, el pensamiento de
Epicuro quedó inmortalizado en el poema latino La naturaleza de las cosas, de Tito Lucrecio Caro.
La doctrina epicúrea preconiza que el objetivo de la sabiduría es suprimir los obstáculos que se
oponen a la felicidad. Ello no significa, sin embargo, la búsqueda del goce desenfrenado, sino, por
el contrario, la de una vida mesurada en la que el espíritu pueda disfrutar de la amistad y del cultivo
del saber. La felicidad epicúrea ha de entenderse como el placer reposado y sereno, basado en la
satisfacción ordenada de las necesidades elementales, reducidas a lo indispensable.
La ética epicúrea se completa con dos disciplinas: la canónica (o doctrina del conocimiento) y la
física (o doctrina de la naturaleza). La primera es una teoría de tipo sensualista, que considera la
percepción sensible como la fuente principal del conocimiento, lo cual permite eliminar los
elementos sobrenaturales de la explicación de los fenómenos; la causa de las percepciones son las
finísimas partículas que despiden continuamente los cuerpos materiales y que afectan a los
órganos de los sentidos.
Por lo que se refiere a la física, se basa en una reelaboración del atomismo de Demócrito, del cual
difiere principalmente por la presencia de un elemento original, cuyo propósito es el de mitigar el
ciego determinismo de la antigua doctrina: se trata de la introducción de una cierta idea de
libertad o de azar, a través de lo que Lucrecio denominó el clinamen, es decir, la posibilidad de
que los átomos experimenten espontáneamente ocasionales desviaciones en su trayectoria y
colisionen entre sí.
En este sentido, el universo concebido por Epicuro incluye en sí mismo una cierta contingencia,
aunque la naturaleza ha sido siempre como es y será siempre la misma. Éste es, para la doctrina
epicúrea (y en general para el espíritu griego), un principio evidente del cosmos que no procede
de la sensación, y la contemplación de este universo que permanece inmutable a través del
cambio es uno de los pilares fundamentales en los que se cimienta la serenidad a la que el sabio
aspira.
ZENÓN DE CITIO

Filósofo griego (Cicio o Citio, Chipre, hacia 334 a.C. - 260 a.C.), fundador del estoicismo. Hijo
de un rico mercader chipriota, siguió al parecer en su juventud los pasos de su padre y, tras haber
perdido gran parte de su fortuna en un naufragio, resolvió abandonar el comercio y cultivar la
filosofía. Poco satisfecho con las doctrinas que Crates, Estilpón, Jenócrates y Polemón enseñaban
en Atenas, creó su propio sistema filosófico y fundó, aproximadamente en el año 300, la célebre
escuela estoica o del pórtico, así llamada porque impartía sus enseñanzas bajo un pórtico decorado
con pinturas de Polignoto (Stoà Poikile).
Después de enseñar durante más de treinta años, según se dice, se suicidó a los setenta y dos años
de edad. Entre sus escritos figuraban La república, Los signos, El discurso, La naturaleza, La vida
según la naturaleza y Las pasiones. La escuela estoica decayó con su sucesor, Cleantes, pero cobró
vigoroso esplendor con Crisipo, que fue realmente el sistematizador de la doctrina estoica y de
quien se dice que escribió más de setecientos libros.
Ninguna de estas obras ha llegado completa hasta nosotros; sólo se conservan resúmenes y
fragmentos. Pese a ello, la influencia de la escuela de Zenón se prolongaría en el llamado
«estoicismo medio» (siglos II y I a.C.), en pensadores como Panecio de Rodas y Posidonio de
Apamea, y llegaría hasta el Imperio romano en el denominado «estoicismo nuevo», representado
por figuras de tan diversa condición como el filósofo hispanorromano Séneca, el esclavo Epicteto
y el emperador Marco Aurelio.
Resulta muy difícil definir cuál fue el pensamiento original de Zenón de Citio, porque los
testimonios posteriores relativos al estoicismo se refieren, generalmente, a las formulaciones de
Crisipo. De todos modos, sí deben atribuirse a él las premisas fundamentales del estoicismo como
"existe un orden a la vez racional y natural de las cosas" y "el bien consiste en el acuerdo pleno del
individuo con ese orden". Por otro lado, también debe considerarse como original de Zenón la
división de la investigación filosófica en lógica, física y ética, con la primacía de la ética sobre la
pura teoría.
El mundo, para Zenón, está penetrado en todos sus puntos de una vitalidad natural que se manifiesta
primariamente en los fenómenos biológicos, que mantiene unidos cielo y tierra, y determina las
vicisitudes de todas las cosas en su interior. La ética se basa en la constitución natural del hombre.
Desconfía radicalmente de las convenciones sociales, porque nada nos asegura que no estén
viciadas de irracionalidad y de pasiones y, por lo tanto, no vayan en desacuerdo con la naturaleza.
Sin confirmar si es de Zenón o no, sabemos que el punto de vista estoico sobre el criterio de la
verdad, que se debe determinar, ante todo, en lógica, se halla en las percepciones de los sentidos
aprobados por la razón. La ciencia de la naturaleza se divide en dos principios: uno pasivo, la
materia, el cuerpo; otro activo, Dios, el alma humana. No obstante, el alma es un aire ardiente, y
Dios un principio ígneo universalmente extendido que anima cada cosa, y por su providencia dirige
todos los seres, según las leyes inmutables del orden de la razón.
En moral se sigue el mismo orden. La primera máxima es vivir según la ley de la razón bien
ordenada, o vivir de un modo conforme a la naturaleza, porque tal es el objeto del hombre, tal es
la virtud. Los principios del sistema práctico son: 1º La moralidad, la virtud, es el único bien que
tiene un valor absoluto; el vicio es el único mal positivo; 2º La virtud es la práctica de la razón
libre, aplicada no sólo a conocer, sino también a practicar el bien. El vicio es una manera de obrar
inconsecuente y brutal, una debilidad que, en menosprecio de la razón, se abandona a instintos
inferiores; 3º La virtud es la única que puede asegurarnos el estado de calma (apatheia), última
perfección del espíritu; 4º Hay dos clases de hombres: los buenos y los malos; los que cultivan la
sabiduría, y los que pertenecen al vulgo. El sabio es, según esta doctrina, una especie de Dios
omnipotente dentro de su esfera, y puede salir de este mundo siempre que se le impida practicar la
virtud.
SAN AGUSTÍN

(Aurelius Augustinus o Aurelio Agustín de Hipona; Tagaste, hoy Suq Ahras, actual Argelia, 354 -
Hipona, id., 430) Teólogo latino, una de las máximas figuras de la historia del pensamiento
cristiano. Excelentes pintores han ilustrado la vida de San Agustín recurriendo a una escena
apócrifa que no por serlo resume y simboliza con menos acierto la insaciable curiosidad y la
constante búsqueda de la verdad que caracterizaron al santo africano. En lienzos, tablas y frescos,
estos artistas le presentan acompañado por un niño que, valiéndose de una concha, intenta llenar
de agua marina un agujero hecho en la arena de la playa. Dicen que San Agustín encontró al chico
mientras paseaba junto al mar intentando comprender el misterio de la Trinidad y que, cuando trató
sonriente de hacerle ver la inutilidad de sus afanes, el niño repuso: "No ha de ser más difícil llenar
de agua este agujero que desentrañar el misterio que bulle en tu cabeza."
Aurelio Agustín nació en Tagaste, en el África romana, el 13 de noviembre de 354. Su padre,
llamado Patricio, era un funcionario pagano al servicio del Imperio. Su madre, la dulce y abnegada
cristiana Mónica, luego santa, poseía un genio intuitivo y educó a su hijo en su religión, aunque,
ciertamente, no llegó a bautizarlo. El niño, según él mismo cuenta en sus Confesiones, era irascible,
soberbio y díscolo, aunque excepcionalmente dotado. Romaniano, mecenas y notable de la ciudad,
se hizo cargo de sus estudios, pero Agustín, a quien repugnaba el griego, prefería pasar su tiempo
jugando con otros mozalbetes. Tardó en aplicarse a los estudios, pero lo hizo al fin porque su deseo
de saber era aún más fuerte que su amor por las distracciones; terminadas las clases de gramática
en su municipio, estudió las artes liberales en Metauro y después retórica en Cartago.
A los dieciocho años, Agustín tuvo su primera concubina, que le dio un hijo al que pusieron por
nombre Adeodato. Los excesos de ese "piélago de maldades" continuaron y se incrementaron con
una afición desmesurada por el teatro y otros espectáculos públicos y la comisión de algunos robos;
esta vida le hizo renegar de la religión de su madre. Su primera lectura de las Escrituras le
decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe impuesta y no fundada en la razón. Sus intereses
le inclinaban hacia la filosofía, y en este territorio encontró acomodo durante algún tiempo en el
escepticismo moderado, doctrina que obviamente no podía satisfacer sus exigencias de verdad.
A San Agustín le seducía este dualismo y la fácil explicación del mal y de las pasiones que
comportaba, pues ya por aquel entonces eran estos los temas centrales de su pensamiento. La
doctrina de Mani o Manes, fundador del maniqueísmo, se asentaba en un pesimismo radical aún
más que el escepticismo, pero denunciaba inequívocamente al monstruo de la materia tenebrosa
enemiga del espíritu, justamente aquella materia, "piélago de maldades", que Agustín quería
conjurar en sí mismo.
Dedicado a la difusión de esa doctrina, profesó la elocuencia en Cartago (374-383), Roma (383) y
Milán (384). Durante diez años, a partir del 374, vivió Agustín esta amarga y loca religión. Fue
colmado de atenciones por los altos cargos de la jerarquía maniquea y no dudó en hacer
proselitismo entre sus amigos. Se entregó a los himnos ardientes, los ayunos y las variadas
abstinencias y complementó todas estas prácticas con estudios de astrología que le mantuvieron en
la ilusión de haber encontrado la buena senda. A partir del año 379, sin embargo, su inteligencia
empezó a ser más fuerte que el hechizo maniqueo. Se apartó de sus correligionarios lentamente,
primero en secreto y después denunciando sus errores en público. La llama de amor al
conocimiento que ardía en su interior le alejó de las simplificaciones maniqueas como le había
apartado del escepticismo estéril.
La filosofía de San Agustín
El tema central del pensamiento de San Agustín de Hipona es la relación del alma, perdida por el
pecado y salvada por la gracia divina, con Dios, relación en la que el mundo exterior no cumple
otra función que la de mediador entre ambas partes. De ahí su carácter esencialmente espiritualista,
frente a la tendencia cosmológica de la filosofía griega. La obra del santo se plantea como un largo
y ardiente diálogo entre la criatura y su Creador, esquema que desarrollan explícitamente sus
Confesiones (400).
Si bien el encuentro del hombre con Dios se produce en la charitas (amor), Dios es concebido como
bien y verdad, en la línea del idealismo platónico. Sólo situándose en el seno de esa verdad, es
decir, al realizar el movimiento de lo finito hacia lo infinito, puede el hombre acercarse a su propia
esencia. Pero su visión pesimista del hombre contribuyó a reforzar el papel que, a sus ojos,
desempeña la gracia divina, por encima del que tiene la libertad humana, en la salvación del alma.
Este problema es el que más controversias ha suscitado, pues entronca con la cuestión de la
predestinación, y la postura de San Agustín contiene en este punto algunos equívocos.
Por su vasta y perdurable irradiación, puede afirmarse que Agustín de Hipona figura entre los
pensadores más influyentes de la tradición occidental; es preciso saltar hasta Santo Tomás de
Aquino (siglo XIII) para encontrar un filósofo de su misma talla. Toda la filosofía y la teología
medieval, hasta el siglo XII, fue básicamente agustiniana; los grandes temas de San Agustín -
conocimiento y amor, memoria y presencia, sabiduría- dominaron la teología cristiana hasta la
escolástica tomista. Lutero recuperó, transformándola, su visión pesimista del hombre pecador, y
los seguidores de Jansenio, por su parte, se inspiraron muy a menudo en el Augustinus, libro en
cuyas páginas se resumían las principales tesis del filósofo de Hipona.
SANTO TOMAS DE AQUINO

(Llamado Doctor Angélico; Roccaseca, actual Italia, 1224 - Fossanuova, id., 1274) Teólogo y
filósofo italiano. Máximo representante de la filosofía escolástica medieval, abordó
brillantemente una profunda y perdurable reformulación de la teología cristiana, que apenas había
recibido aportaciones relevantes desde los tiempos de San Agustín de Hipona, es decir, durante
los ocho siglos anteriores.
Hijo de una de las familias aristócratas más influyentes de la Italia meridional, estudió en
Montecassino, en cuyo monasterio benedictino sus padres quisieron que siguiera la carrera
eclesiástica. Posteriormente se trasladó a Nápoles, donde cursó estudios de artes y teología y entró
en contacto con la Orden de los Hermanos Predicadores. En 1243 manifestó su deseo de ingresar
en dicha Orden, pero su familia se opuso firmemente, e incluso su madre consiguió el permiso de
Federico II para que sus dos hermanos, miembros del ejército imperial, detuvieran a Tomás. Ello
ocurrió en Acquapendente en mayo de 1244, y el santo permaneció retenido en el castillo de Santo
Giovanni durante un año. Tras una queja de Juan el Teutónico, general de los dominicos, a Federico
II, éste accedió a que Tomás fuera puesto en libertad. Luego se le permitió trasladarse a París,
donde permaneció desde 1245 hasta 1256, fecha en que obtuvo el título de maestro en teología.
Durante estos años estuvo al cuidado de San Alberto Magno, con quien entabló una duradera
amistad. Les unía -además del hecho de pertenecer ambos a la Orden dominica- una visión abierta
y tolerante, aunque no exenta de crítica, del nuevo saber grecoárabe, que por aquellas fechas llegaba
masivamente a las universidades y centros de cultura occidentales. Tras doctorarse, ocupó una de
las cátedras reservadas a los dominicos, tarea que compatibilizó con la redacción de sus primeras
obras, en las cuales empezó a alejarse de la corriente teológica mayoritaria, derivada de las
enseñanzas de San Agustín de Hipona.
En 1259 regresó a Italia, donde permaneció hasta 1268 al servicio de la corte pontificia en calidad
de instructor y consultor del Papa, a quien acompañaba en sus viajes. Durante estos años redactó
varios comentarios al Pseudo-Dionisio y a Aristóteles, finalizó la Suma contra los gentiles, obra en
la cual repasaba críticamente las filosofías y teologías presentes a lo largo de la historia, e inició la
redacción de su obra capital, la Suma Teológica, en la que estuvo ocupado entre 1267 y 1274 y que
representa el compendio último de todo su pensamiento.
Tomás de Aquino supo resolver la crisis producida en el pensamiento cristiano por el averroísmo,
interpretación del pensamiento aristotélico que arranca del filósofo árabe Averroes (1126-1198).
El averroísmo resaltaba la independencia del entendimiento guiado por los sentidos y planteaba el
problema de la doble verdad, es decir, la contradicción de las verdades del entendimiento y las de
la revelación
En oposición a esta tesis, defendida en la Universidad de París por Siger de Brabante, afirmó la
necesidad de que ambas fueran compatibles, pues, procediendo de Dios, no podrían entrar en
contradicción; ambas verdades debían ser, además, complementarias, de modo que las de orden
sobrenatural debían ser conocidas por revelación, mientras que las de orden natural serían
accesibles por el entendimiento; filosofía y teología son, por tanto, distintas y complementarias,
siendo ambas racionales, pues la teología deduce racionalmente a partir de las premisas reveladas.
A medio camino entre el espiritualismo agustiniano y el naturalismo emergente del averroísmo,
defendió un realismo moderado, para el cual los universales (los conceptos abstractos) existen
fundamentalmente in re (en las cosas) y sólo formalmente post rem (en el entendimiento). En
último término, Tomás de Aquino encontró una vía para conciliar la revalorización del mundo
material que se vivía en Occidente con los dogmas del cristianismo, a través de una inteligente y
bien trabada interpretación de Aristóteles.
LEONARDO DA VINCI

Considerado el paradigma del homo universalis, del sabio renacentista versado en todos los ámbitos
del conocimiento humano, Leonardo da Vinci (1452-1519) incursionó en campos tan variados
como la aerodinámica, la hidráulica, la anatomía, la botánica, la pintura, la escultura y la
arquitectura, entre otros. Sus investigaciones científicas fueron, en gran medida, olvidadas y
minusvaloradas por sus contemporáneos; su producción pictórica, en cambio, fue de inmediato
reconocida como la de un maestro capaz de materializar el ideal de belleza en obras de turbadora
sugestión y delicada poesía.
(Vinci, Toscana, 1452 - Amboise, Turena, 1519) Artista, pensador e investigador italiano que, por
su insaciable curiosidad y su genio polifacético, representa el modelo más acabado del sabio
renacentista.
Leonardo da Vinci era hijo ilegítimo de un abogado florentino, quien no le permitió conocer a su
madre, una modesta campesina. Se formó como artista en Florencia, en el taller de Andrea del
Verrocchio; pero gran parte de su carrera se desarrolló en otras ciudades italianas como Milán (en
donde permaneció entre 1489 y 1499 bajo el mecenazgo del duque Ludovico Sforza, llamado el
Moro) o Roma (en donde trabajó para Julio de Médicis). Aunque practicó las tres artes plásticas,
no se ha conservado ninguna escultura suya y parece que ninguno de los edificios que diseñó llegó
a construirse, por lo que de su obra como escultor y arquitecto sólo quedan indicios en sus notas y
bocetos personales.
Es, por tanto, la obra pictórica de Leonardo da Vinci la que le ha hecho destacar como el gran
maestro del «Cinquecento» (por encima incluso de Miguel Ángel o Rafael) y como un personaje
cumbre en la historia del arte. De la veintena de cuadros suyos conservados, destacan La
Anunciación, La Virgen de las Rocas, La Santa Cena, La Virgen y Santa Ana, La Adoración de los
Magos y el Retrato de Ginebra Benzi. El más célebre es sin duda La Mona Lisa o La Gioconda,
retrato que tuvo al parecer como modelo a Mona (abreviatura de Madonna) Lisa Gherardini, esposa
de Francisco Giocondo.
Todas sus obras son composiciones muy estudiadas, basadas en la perfección del dibujo y con un
cierto halo de misterio, en las que la gradación del color contribuye a completar el efecto de la
perspectiva; en ellas introdujo la técnica del sfumato, que consistía en prescindir de los contornos
nítidos de la pintura del «Quattrocento» y difuminar los perfiles envolviendo las figuras en una
especie de neblina característica. El propio Leonardo teorizó su concepción del arte pictórico como
«imitación de la naturaleza» en un Tratado de pintura que sólo sería publicado en el siglo XVII.
Interesado por todas las ramas del saber y por todos los aspectos de la vida, los apuntes que dejó
Leonardo (escritos de derecha a izquierda y salpicados de dibujos) contienen también incursiones
en otros terrenos artísticos, como la música (en la que destacó tocando la lira) o la literatura. Según
su criterio no debía existir separación entre el arte y la ciencia, como no la hubo en sus
investigaciones, dirigidas de forma preferente hacia temas como la anatomía humana (avanzando
en el conocimiento de los músculos, el ojo o la circulación de la sangre), la zoología (con especial
atención a los mecanismos de vuelo de aves e insectos), la geología (con certeras observaciones
sobre el origen de los fósiles), la astronomía (terreno en el que se anticipó a Galileo al defender
que la Tierra era sólo un planeta del Sistema Solar), la física o la ingeniería.
En este último terreno fue donde quedó más patente su talento de precursor a juicio de las
generaciones posteriores, ya que Leonardo concibió multitud de máquinas que no dio a conocer
entre sus contemporáneos y que la técnica ha acabado por convertir en realidad siglos más tarde:
aparatos de navegación (como un submarino, una campana de buceo y un salvavidas), máquinas
voladoras (como el paracaídas, una especie de helicóptero y unas alas inspiradas en las de las aves
para hacer volar a un hombre), máquinas de guerra (como un puente portátil y un anticipo del carro
de combate del siglo XX), obras de ingeniería civil (como canalizaciones de agua o casas
prefabricadas), herramientas y maquinaria de tipo industrial (como una hiladora, una laminadora,
una draga o una cortadora de tornillos), fortificaciones, etcétera.

Sin embargo, el genio de Leonardo le encaminó a tal cantidad de objetivos diferentes que apenas
ejerció influencia sobre la marcha de los distintos campos que tocó, aunque sí obtuvo un gran
prestigio personal, que ha perdurado hasta nuestros días. Muchos de los proyectos que emprendió
quedaron inacabados cuando otros nuevos atrajeron su interés; y, en cuanto a los inventos, se limitó
a concebir ideas útiles, pero no se esforzó por plasmarlas en modelos viables que pudieran
funcionar, por lo que la mayoría de sus investigaciones fueron especulaciones teóricas sin
consecuencias prácticas. En ellas se concentró a partir de 1516 cuando, con las manos afectadas
por una parálisis, pasó a vivir en Francia bajo la protección del rey Francisco I.
LORENZO VALLA

(Roma, 1407 - Nápoles, 1457) Humanista, filólogo y filósofo italiano. Hasta 1433 enseñó en Pavía;
luego residió en diversas ciudades italianas y en 1437 se estableció en Nápoles, bajo la protección
de Alfonso V de Aragón. Nombrado secretario apostólico, se trasladó a Roma en 1448
Lorenzo Valla difundió y tradujo textos griegos y latinos, y buscó conciliar el paganismo clásico
con la fe cristiana (De voluptate, 1431). Eminente latinista (Elegantiae linguae latinae, 1444) y
crítico con el aristotelismo medieval (Disputationes dialecticae, 1439), promovió y cultivó la crítica
textual (In Novum Testamentum adnotationes, 1449).
Su obra De falso credita et ementita Constantini donatione declamatio (1440), en la que que negaba
que el emperador romano Constantino hubiera dado a la Iglesia territorio alguno, fue muy discutida
por cuestionar el poder temporal del papa. Acusado ante la Inquisición, Lorenzo Valla supo
defenderse con su Apología adversus calumniatores (1444).
Nació en Roma se cree que en 1407.
Fue profesor de Retórica de la Universidad de Pavía en 1431.
En 1428 aparece su obra en la que comparaba a Cicerón con Quintiliano, Comparatio Ciceronis
Quintilianique, obra que se perdió. Fue secretario de Alfonso V de Aragón, que se convertiría en
rey de Nápoles.
Escribió Declamatio (1440), que ponía en duda el papel de la Iglesia en los asuntos mundanos. Fue
procesado por la Inquisición en 1444, aunque le liberó el rey Alfonso. Desde 1448 hasta su muerte
desempeñó cargos en la curia papal. Tradujo, entre otros, a Homero, Esopo y Herodoto, y escribió
obras como Elegantiae linguae latinae (1444), sobre el concepto de la lengua basado en su uso y
cambio a través del tiempo.
Lorenzo Valla falleció en Roma el 1 de agosto de 1457.
ERASMO DE ROTTERDAM

(Desiderio Erasmo de Rotterdam; Rotterdam, 1466 - Basilea, 1536) Humanista neerlandés de


expresión latina. Clérigo regular de san Agustín (1488) y sacerdote (1492), pero incómodo en la
vida religiosa (que veía llena de barbarie y de ignorancia), Erasmo de Rotterdam se dedicó a las
letras clásicas y, por su fama de latinista, consiguió dejar el monasterio como secretario del obispo
de Cambrai (1493).
Cursó estudios en París (1495) y, tras dos breves estancias en los Países Bajos (1496 y 1498),
decidió llevar vida independiente. En tres ocasiones (1499, 1505-1506 y 1509-1514) visitó
Inglaterra, donde trabó amistad con Jane Colet y Tomás Moro, en cuya casa escribió su
desenfadado e irónico Elogio de la locura (1511), antes de enseñar teología y griego en Cambridge.
En París inició, con Adagios (1500), un éxito editorial que prosiguió en 1506 con sus traducciones
latinas (de Luciano de Samósata y de Eurípides) y que culminó en Basilea (1515-1517 y 1521-
1529) con sus versiones de Plutarco, sus ediciones de Séneca y de San Jerónimo y su gran edición
del Nuevo Testamento (1516). Dicha edición, con texto griego anotado y su traducción latina (muy
distinta de la Vulgata de San Jerónimo) le dio renombre europeo.
Si sus primeros diálogos Antibárbaros (1494) veían compatibles devoción y cultura clásica, en el
Enquiridión (1504) defendía una audaz reforma religiosa. Fruto de las lecciones que había dado
para vivir, sus manuales de conversación latina (1497) son el origen de los Coloquios familiares
(1518), de gran difusión y resonancia. Fue la crítica de Lorenzo Valla a la versión de la Vulgata lo
que le decidió a dedicarse, algo tardíamente, a las letras sagradas para reconciliar cultura clásica y
teología (se doctoró en esta ciencia en Turín en 1508).
En sus viajes, Erasmo de Rotterdam visitó también Padua, Siena, Roma (1509) y diversas ciudades
de Alemania (1514), en cuyos círculos humanísticos fue acogido de forma triunfal. El papa León
X le dispensó de tener que vestir el hábito para que viviese en el mundo y fue nombrado consejero
del emperador Carlos V, a quien dedicó la Institución del príncipe cristiano (1516).
Aunque inicialmente no le prestó gran atención, el crecimiento del problema luterano le hizo cada
vez más difícil su insistente pretensión de neutralidad. Si en 1517 se había ido a Lovaina, en 1521
hubo de salir de la ciudad y volver a Basilea por lo insostenible de su situación (aun distanciándose
claramente de Martín Lutero, insistía en ser no beligerante) y para guardar su independencia. Pero
en 1524 lanzó su Disquisición sobre el libre albedrío, con una violenta respuesta de Lutero (Sobre
el albedrío esclavo, 1526) y con su correspondiente réplica (Hyperaspistes, 1526). Y, pese a su
neutralidad en la pugna de Enrique VIII de Inglaterra con el papa Clemente VII, su Ciceroniano
(1527) refleja ya el desengaño de quien ve sus ideales contrariados por los hechos.
Implantada la Reforma en Basilea (1529), Erasmo dejó la ciudad por la misma razón que había
dejado Lovaina y se retiró a Friburgo de Brisgovia. Sobre la buena concordia de la Iglesia (1534)
es una obra en la que no parece poner sus ilusiones, y no hizo comentarios sobre la ejecución en
Inglaterra de Juan Fisher y Tomás Moro (1535). El mismo año recomendó al papa Paulo III un
tono conciliador en el futuro concilio y, desde Basilea (adonde había vuelto y de donde sus
achaques no le dejarían salir), rechazó el cardenalato; de poco antes de morir es su obra Sobre la
pureza de la Iglesia cristiana (1536).
Para unos hereje (que preparó el terreno a la Reforma), para otros racionalista solapado u hombre
de letras ajeno a la religiosidad (un Voltaire humanista) y para otros gran moralista y lúcido
renovador cristiano, Erasmo de Rotterdam quiso unir humanismo clásico y dimensión espiritual,
equilibrio pacificador y fidelidad a la Iglesia; condenó toda guerra, reclamó el conocimiento directo
de la Escritura, exaltó al laicado y rehusó la pretensión del clero y de las órdenes religiosas de
ostentar el monopolio de la virtud.
VOLTAIRE

Escritor francés (François-Marie Arouet; París, 1694 - 1778). Figura intelectual dominante de su
siglo y uno de los principales pensadores de la Ilustración, dejó una obra literaria heterogénea y
desigual, de la que resaltan sus relatos y libros de polémica ideológica. Como filósofo, Voltaire fue
un genial divulgador, y su credo laico y anticlerical orientó a los teóricos de la Revolución
Francesa.
Voltaire estudió en los jesuitas del colegio Louis-le-Grand de París (1704-1711). Su padrino, el
abate de Châteauneuf, le introdujo en la sociedad libertina del Temple. Estuvo en La Haya (1713)
como secretario de embajada, pero un idilio con la hija de un refugiado hugonote le obligó a
regresar a París. Inició la tragedia Edipo (1718), y escribió unos versos irrespetuosos, dirigidos
contra el regente, que le valieron la reclusión en la Bastilla (1717). Una vez liberado, fue desterrado
a Châtenay, donde adoptó el seudónimo de Voltaire, anagrama de «Árouet le Jeune» o del lugar de
origen de su padre, Air-vault.
Pero su obra más escandalosa fue Cartas filosóficas o Cartas inglesas (1734), en las que Voltaire
convierte un brillante reportaje sobre Gran Bretaña en una acerba crítica del régimen francés. Se le
dictó orden de arresto, pero logró escapar, refugiándose en Cirey, en la Lorena, donde gracias a la
marquesa de Châtelet pudo llevar una vida acorde con sus gustos de trabajo y de trato social (1734-
1749).
El éxito de su tragedia Zaïre (1734) movió a Voltaire a intentar rejuvenecer el género; escribió
Adélaïde du Guesclin (1734), La muerte de César (1735), Alzire o los americanos (1736) y
Mahoma o el fanatismo (1741). Menos afortunadas son sus comedias El hijo pródigo (1736) y
Nanine o el prejuicio vencido (1749). En esta época divulgó los Elementos de la filosofía de
Newton (1738).
Ciertas composiciones, como el Poema de Fontenoy (1745), le acabaron de introducir en la corte,
para la que realizó misiones diplomáticas ante Federico II. Luis XV le nombró historiógrafo real,
e ingresó en la Academia Francesa (1746). Pero no siempre logró atraerse a Madame de
Pompadour, quien protegía a Prosper Jolyot de Crébillon; su rivalidad con este dramaturgo le llevó
a intentar desacreditarle, tratando los mismos temas que él: Semíramis (1748), Orestes (1750), etc.
Su pérdida de prestigio en la corte y la muerte de Madame du Châtelet (1749) movieron a Voltaire
a aceptar la invitación de Federico II el Grande. Durante su estancia en Potsdam (1750-1753)
escribió El siglo de Luis XIV (1751) y continuó, con Micromégas (1752), la serie de sus cuentos
iniciada con Zadig (1748).
Después de una violenta ruptura con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la
propiedad de «Les Délices» (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus
aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Miguel Servet en su Ensayo sobre las costumbres (1756)
escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la amistad de Rousseau. Su irrespetuoso
poema La doncella (1755), sobre Juana de Arco, y su colaboración en la Enciclopedia chocaron
con el partido «devoto» de los católicos.
Frutos de su crisis de pesimismo fueron el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756) y la novela
corta Cándido o el optimismo (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad de
Ferney, donde Voltaire vivió durante dieciocho años, convertido en el patriarca europeo de las
letras y del nuevo espíritu crítico; allí recibió a la elite de los principales países de Europa,
representó sus tragedias (Tancrède, 1760), mantuvo una copiosa correspondencia y multiplicó los
escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de «aplastar al infame», es decir, el fanatismo
clerical.
Sus obras mayores de este período son el Tratado de la tolerancia (1763) y el Diccionario filosófico
(1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias judiciales (casos de
Calas, Sirven y La Barre). Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a Voltaire, pudieron
dedicarse a la agricultura y la relojería. Poco antes de morir (1778), se le hizo un recibimiento
triunfal en París. En 1791, sus restos fueron trasladados al Panteón.
CONDORCET

Jean Antoine Condorcet. Filósofo francés de la Ilustración, girondino, miembro de la Academia de


Ciencias de Francia. En cuestiones económicas, era partidario de los fisiócratas (Turgot).
Condorcet criticaba la religión, partiendo del deísmo y de la Ilustración burguesa, exhortaba a
renunciar a las supersticiones y a fomentar los conocimientos científicos. En su principal trabajo
«Bosquejo de un cuadro histórico de los procesos del espíritu humano» (1794), desarrolló una
teoría de la historia en la que presentaba esta última como un producto de la razón, proclamó el
régimen burgués como cima de lo racional y lo «natural».
Basándose en distintos aspectos casuales, Condorcet dividió la historia en diez épocas, presentó
argumentos para defender la idea de que el progreso del régimen capitalista es infinito. Luchó
contra la división en estamentos, defendió la igualdad política, propugnó la aniquilación del
despotismo y el libre desarrollo de la personalidad. Al mismo tiempo, consideraba útil para la
sociedad la desigualdad de bienes. Las concepciones e ilusiones de Condorcet son típicas de los
ideólogos de la burguesía en ascenso.
Nace el 17 de septiembre de 1743 en Ribemont. Cursó estudios en escuelas jesuitas y en el Colegio
de Navarra de París. En el año 1769 es miembro de la Academia de las Ciencias, de la que fue
nombrado secretario en 1777 y en 1782 elegido miembro de la Academia Francesa. Su primera
obra destacada fue un estudio sobre la teoría de la probabilidad, editada en 1785.
Sus libros La vida del señor de Turgot (1786) y La vida de Voltaire (1789) le dieron fama literaria.
Fue elegido miembro de la Asamblea Legislativa y presidente de esta Cámara en 1792. Su mayor
contribución legislativa fue el programa para diseñar el sistema educativo francés. Durante la
Revolución Francesa, fue crítico con los excesos que se cometían contra los girondinos moderados,
a los que apoyó durante el El Terror de 1793. Escapó y, mientras estuvo escondido, escribió su
obra más importante Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1795),
donde traza el progreso humano a través de nueve etapas. Fue descubierto en Clamart, pueblo
cercano a París, y encarcelado; al día siguiente murió.
Su filosofía
Concordet proclamó que la educación del pueblo es una obligación del estado con respesto a todos
los ciudadanos sin excepción; que la educación debía ser general y gratuita en todos los niveles
escolares, igual que para la juventud de ambos sexos y que la enseñanza de la religión debía ser
suprimida.
Concordet propuso un proyecto ante La Asamblea Legislativa en el que planteaba la idea de una
escuela laica única en la cual todos los niveles escolares estaban interrelacionados, tanto desde el
punto de vista administrativo como docente.
Elementos negativos del proyecto de Condorcet.No propuso nada para solucionar el problema del
aseguramiento material de los alumnos. En lugar de la religión se introdujo un curso de moral
burguesa que debía consolidar las principales normas de conducta del nuevo estado.
Elementos positivos del proyecto de Condorcet.
Se defiende la escuela para la vida, se destaca la gran importancia de las ciencias físico-
matemáticas, se excluye el estudio de la religión y se reconoce la igualdad de la mujer y el hombre
en el campo de la educación.
ADAM SMITH

(Kirkcaldy, Gran Bretaña, 1723 - Edimburgo, id., 1790) Economista escocés. Hijo de un
interventor de aduanas, a la edad de catorce años ingresó en la Universidad de Glasgow, donde fue
discípulo de Francis Hutcheson, profesor de filosofía moral. Graduado en 1740, ganó una beca en
el Balliol College de Oxford, en el que adquirió formación en filosofía. Ejerció la docencia en
Edimburgo, y a partir de 1751, en Glasgow, como profesor de lógica y filosofía moral.
En 1759 publicó Teoría de los sentimientos morales, obra profundamente influida por el
utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill en la que describía la formación de los juicios
morales en el marco de un «orden natural» de ámbito social, y sobre cuyos principios basaría su
posterior liberalismo económico.
Smith veía en el comportamiento humano la presencia de una dualidad entre razón e impulsos
pasionales. La naturaleza humana, individualista y racional al mismo tiempo, empuja al hombre
tanto al enfrentamiento como a la creación de instituciones destinadas a la consecución del bien
común. Expuso además la creencia en una «mano invisible» armonizadora de los intereses
individuales en el marco de la actividad colectiva.
En 1763 abandonó Glasgow y aceptó (por recomendación de David Hume) un empleo en Francia
como preceptor del joven duque de Buccleuch, hijastro del canciller del Exchequer Charles
Townshend. En Francia conoció a Anne Robert Jacques Turgot, François Quesnay y a otros
economistas fisiócratas y enciclopedistas de la época. Residió principalmente en Toulouse y París,
ciudad desde la que tuvo que regresar a Londres debido al asesinato del hermano del duque de
Buccleuch. En el curso de una corta estancia en Ginebra conoció a Voltaire.
En Francia inició la redacción de su obra más importante, la Investigación sobre la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones (An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of
Nations), dividida en cinco libros, que terminó de escribir durante seis años en su pueblo natal de
Kirkcaldy, cerca de Edimburgo, y publicó después de una estancia de tres años en Londres, en
1776.
El pensamiento económico de Adam Smith
La principal aportación teórica de Adam Smith es el análisis del mecanismo mediante el cual el
libre juego de mercado (tanto a escala interna como en las relaciones comerciales con otros países)
entre los diversos sectores de la economía genera el máximo beneficio económico del conjunto.
Como consecuencia, se mostró siempre contrario a cualquier intervención o regulación de la
actividad económica, reduciendo el papel del Estado al de garante de las reglas del juego.
Adam Smith se opuso al mercantilismo al considerar la riqueza de una nación como la producción
anual de bienes y servicios («las cosas necesarias y útiles para la vida»), en lugar de las reservas
de metales preciosos, y a la escuela fisiócrata al descartar la tierra como el origen de toda riqueza
y proponer en su lugar el factor trabajo. A este respecto, incidió en la especialización como el
determinante de la capacidad de una sociedad para aumentar su productividad, y en consecuencia,
su crecimiento económico.
Estableció una teoría del valor de un bien que distinguía entre su valor de cambio (capacidad de
ser intercambiado por otros bienes) y su valor de uso (utilidad que aporta). Con respecto al valor
de cambio, su medida era el trabajo útil incorporado en su obtención; es decir, que una mercancía
tiene un precio natural determinado por el coste de producción medido en trabajo, y un precio de
mercado. En situación de libre competencia, este último convergería hacia el primero.
Adam Smith completó su análisis con una teoría sobre la distribución de la renta que distinguía
entre tres categorías de rentas (salarios, beneficios del capitalista y rentas de la tierra), para sostener
a continuación que los salarios eran fijados por las leyes de la oferta y la demanda, aunque
reconoció la existencia de un valor mínimo de subsistencia por debajo del cual ya no podían
descender.
J.J. ROUSSEAU

Jean-Jacques Rousseau (Ginebra, Suiza, 1712 - Ermenonville, Francia, 1778) Filósofo suizo. Junto
con Voltaire y Montesquieu, se le sitúa entre los grandes pensadores de la Ilustración en Francia.
Sin embargo, aunque compartió con los ilustrados el propósito de superar el oscurantismo de los
siglos precedentes, la obra de Jean-Jacques o Juan Jacobo Rousseau presenta puntos divergentes,
como su concepto de progreso, y en general más avanzados: sus ideas políticas y sociales
preludiaron la Revolución Francesa, su sensibilidad literaria se anticipó al romanticismo y, por los
nuevos y fecundos conceptos que introdujo en el campo de la educación, se le considera el padre
del pedagogía moderna.
Huérfano de madre desde temprana edad, Jean-Jacques Rousseau fue criado por su tía materna y
por su padre, un modesto relojero. Sin apenas haber recibido educación, trabajó como aprendiz con
un notario y con un grabador, quien lo sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar
Ginebra en 1728.
Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a contribuir con artículos
de música a la Enciclopedia de D'Alembert y Diderot; este último lo impulsó a presentarse en 1750
al concurso convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el primer premio a su Discurso
sobre las ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama.
En 1754 visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus derechos como
ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un puro trámite legislativo. Apareció entonces
su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, escrito también para el concurso
convocado en 1755 por la Academia de Dijon. Rousseau se opuso en esta obra a la concepción
ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado natural son por definición inocentes
y felices, y que son la cultura y la civilización las que imponen la desigualdad entre ellos (en
especial a partir del establecimiento de la propiedad) y acarrean la infelicidad.
En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame d'Épinay en Montmorency, donde redactó
algunas de sus obras más importantes. Julia o la nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental
inspirada en su pasión -no correspondida- por la cuñada de Madame d'Épinay, la cual fue motivo
de disputa con esta última.
En El contrato social (1762), Rousseau intenta articular la integración de los individuos en la
comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de verse garantizadas a través de un
contrato social ideal que estipule la entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma que
su extrema dependencia respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de otros
ciudadanos y de su egoísmo particular. La voluntad general señala el acuerdo de las distintas
voluntades particulares, por lo que en ella se expresa la racionalidad que les es común, de modo
que aquella dependencia se convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo, en
cuanto ser racional.
Considerado unánimemente una de las máximas figuras de la Ilustración, Jean-Jacques Rousseau
aportó obras fundamentales a la teorización del deísmo (Profesión de fe del vicario saboyano), la
creación de una nueva pedagogía (Emilio), la crítica del absolutismo (Discurso sobre el origen y el
fundamento de la desigualdad entre los hombres, El contrato social), la controversia sobre el
sentido del progreso humano (Discurso sobre las ciencias y las artes), el auge de la novela
sentimental (Julia o la nueva Eloísa) y el desarrollo del género autobiográfico (Confesiones). En
suma, Rousseau abordó los grandes temas de su época y participó activamente en todos los debates
intelectuales que apasionaron al siglo.
Por otro lado, sus propuestas políticas no sólo desbarataban las ilusiones puestas en el reformismo
benevolente de los déspotas ilustrados, sino que ofrecían un modo alternativo de organización de
la sociedad y lanzaban una inequívoca consigna contra el absolutismo de derecho divino al
defender el principio de la soberanía nacional y la voluntad general de la comunidad de los
ciudadanos, postulando en consecuencia como justas aquellas formas de gobierno (como la
democracia) en que dicha voluntad general puede expresarse.
De este modo, Rousseau se situaba en la encrucijada de la Ilustración, alimentando al mismo
tiempo las corrientes subterráneas que inspiraron el prerromanticismo y las fuentes doctrinales de
donde brotará pujante la Revolución. Pese a esgrimir argumentos no demasiado sólidos, su primer
texto importante, el Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), es la clave para entender su
reticencia frente al optimismo racionalista que creía firmemente en el progreso de la civilización.
Por otro lado, sus Confesiones (publicadas póstumamente en 1782 y 1789) representan, en un siglo
inclinado a la autobiografía, un ejemplo excepcional de introspección personal y de exhibición
extremada de la propia intimidad, en un grado que no se alcanzaría hasta el pleno romanticismo.
Finalmente, no resulta extraño que la muerte le sorprendiera meditando en la soledad de los jardines
a la inglesa del castillo de Ermenonville, donde le había invitado el marqués de Girardin, mientras
se entregaba al ilustrado placer de la herborización, tal como había dejado descrito en Las
ensoñaciones del paseante solitario, publicadas también póstumamente en 1782.
La dualidad de la figura y la obra de Rousseau no pasó desapercibida a sus coetáneos, como
demuestran las palabras de Goethe: "Con Voltaire termina un mundo, con Rousseau comienza
otro". Un mundo que, por un lado, conducía al romanticismo (debido al avance del irracionalismo,
la exacerbación del sentimentalismo, el auge de los nacionalismos y la revalorización de las oscuras
edades medievales) y, por otro, a la Revolución.
VIKTOR FRANKL

Viktor Frankl es una de las figuras más destracadas de la historia de la psicología. Como creador
de la logoterapia, Frankl abordó el tratamiento de alteraciones mentales desde una perspectiva y
existencialista que décadas más tarde sirvieron para reforzar una corriente conocida como
Psicología Humanista, a la que pertenecieron Carl Rogers y Abraham Maslow entre otros.
Muy centrada en la fenomenología y lo subjetivo, la logoterapia de Viktor Frankl es difícilmente
comparable con formas de intervención psicoterapéutica cuya eficacia ha sido demostrada en
estudios independientes, y actualmente su estatus científico está seriamente cuestionado. Pero, para
entender bien los orígenes del trabajo de Viktor Frankl hay que tener en cuenta el contexto histórico
en los que se dieron.
La universidad y su especialización en psiquiatría
Cuando Viktor Frankl entró a la Universidad de Viena para terminar especializándose en
psiquiatría a mediados de los años 20, los trabajos de Freud sobre la salud mental y el
funcionamiento de la psique habían ganado tanta notoriedad que el joven alumno no tuvo
problemas para moverse como pez en el agua en una disciplina que combinaba el estudio de lo
orgánico (el sistema nervioso) con la utilización de una meta-psicología muy cercana a la filosofía
que tanto interesaba a Frankl.
No obstante, terminó distanciándose del psicoanálisis ortodoxo al considerarlo demasiado
reduccionista y empezó a formarse en la corriente psicodinámica de Alfred Adler. Esta perspectiva
no estaba marcada por la visión pesimista de que cada persona está atada a las fuerzas inconscientes
que emergen de su estructura mental, y por eso encajaba mejor con la manera en la que Viktor
Frankl entendía la vida.
La importancia de la filosofía en la búsqueda de la felicidad
Porque el joven Frankl sabía que el sufrimiento y el conflicto existe, pero creía que mediante una
combinación entre filosofía y conocimientos en psicología es posible lograr un ajuste entre lo que
se experimenta y el modo en el que se piensa en ello para no caer en la infelicidad. Durante sus
años de formación entre los seguidores de Adler, Viktor Frankl entró en contacto con Rudolf Allers,
lo cual le llevaría a desarrollar un tipo de psicología existencial que hoy conocemos como
logoterapia.
Así, aunque Viktor Frankl terminase su relación académica con Adler años después, la idea de que
el bienestar y la salud mental tienen mucho que ver con el modo en el que se le da sentido a la
existencia vital quedó muy arraigada en la filosofía de este psiquiatra. Pero lo que le llevaría a
reafirmarse en sus convicciones fue una experiencia terrible y potencialmente traumática: su paso
por los campos de concentración nazis.
Las teorías de Viktor Frankl, hoy
La obra de Viktor Frankl bebe de influencias que pueden ser rastreadas hasta hace cientos de años,
cuando líderes religiosos orientales hablaban sobre cómo enfrentarse al sufrimiento cambiando el
modo en el que se piensa en él y cuando los ascetas de la Grecia antigua enseñaban a renunciar a
las ideas preconcebidas sobre lo que genera deseo y lo que no. De hecho, sus aportaciones a la
psicología son menos importantes cuanto más nos ceñimos a la idea de que la psicología debe ser
una ciencia basada en la medición y la experimentación.
Sin embargo, el filtro intelectual que supuso Viktor Frankl no ha tenido la logoterapia como su
único producto: también puede considerarse que sus primeras obras sobre análisis existencial han
sentado las bases de la psicología humanista que popularizaron personas como Carl Rogers o
Abraham Maslow y que más recientemente ha alumbrado la psicología positiva, orientada a
investigar temas como la autorrealización, la consecución de objetivos vitales y la felicidad.
ANTONIO CASO

(Ciudad de México, 1883-1946) Ensayista y pensador mexicano, una de las figuras centrales de la
llamada "generación de 1910". Iniciador de los cursos de Filosofía en la Universidad Nacional
Autónoma, de la que fue rector (1944), representó a su país en Perú y en Uruguay, obtuvo el título
de "doctor honoris causa" por la Universidad de Río de Janeiro y el de miembro correspondiente
de la Academia Española de la Lengua.
Animador esencial del movimiento filosófico mexicano moderno frente al ya tradicional
positivismo, no da marcha atrás, sino que busca el apoyo de Bergson y de Husserl, entre otros, para
exponer un pensamiento filosófico propio que no llegó a adquirir forma sistemática, en pugna con
los conceptos y soluciones del materialismo histórico (La filosofía de la cultura y el materialismo
histórico, 1936).
La exaltación del impulso desinteresado y del poder de la intuición, así como la concepción de la
filosofía como síntesis de los resultados de la ciencia, la moral y el arte, en un mundo ideado como
caridad, son ideas básicas de su pensamiento filosófico, expuestas en sus conferencias de 1909 y a
través de una serie de interesantes trabajos: La filosofía de la intuición (1914), Problemas
filosóficos (1915), Filósofos y doctrinas morales (1915), La filosofía francesa contemporánea
(1917), El concepto de la historia universal (1918), La existencia como economía, como desinterés
y como caridad (1919), Discursos a la nación mexicana (1922), Ensayos críticos y polémicos
(1922), Doctrinas e ideas (1924), Sociología genética y sistemática (1927), El concepto de la
historia y la filosofía de los valores (1933), La filosofía de Husserl (1934), El acto ideatorio (1934),
Meyerson y la Física moderna (1940), La persona humana y el Estado totalitario (1941),
Positivismo, neopositivismo y fenomenología (1941), El peligro del hombre (1942), Filósofos y
moralistas franceses (1943), México: apuntamientos de cultura patria (1943) y Ensayos polémicos
sobre la escuela filosófica de Marburgo (1945).
Publicó también un Comento breve de la "Oda a la música" de fray Luis de León (1921), dos
volúmenes de poesías (Crisopeya, 1931, y El políptico de los días del mar, 1935), unos Principios
de Estética (1925) y una Historia y antología del pensamiento filosófico (1926). En el México de
la primera mitad del siglo XX, los vértices de su gran triángulo ideológico están ocupados por José
Vasconcelos, Alfonso Reyes y Antonio Caso, a quien se debe El problema de México y la ideología
nacional (1924).

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