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Los sorprendentes rituales mexica para el parto y el nacimiento

Xiu

octubre 4, 2017

Cuando nacen los guerreros, no vienen a este mundo al igual que los demás mortales. Desde el
momento de su concepción, la guerra se hace presente a través de las palabras de su madre y los
relatos de su padre, sus armas esperan ya en los campos de batalla y una nación completa espera
el merecimiento de sus heroicas proezas.

Así era el nacimiento de un bebé en el mundo mexica, donde antes de ver la luz los cuidados del
guerrero llegaban por obra de las parteras, quienes procuraban la salud de su madre.

Ellas eran las TLAMATQUITICITL, las parteras que les daban a sus pacientes embarazadas todas las
atenciones prenatales, haciendo uso de sus conocimientos herbolarios y anatómicos. Así,
ayudaban a un buen alumbramiento, aliviaban las dolencias del embarazo y del parto, y llevaban el
registro continuo de la evolución del bebé dentro del vientre.

Llegado el momento, la tlamatquiticitl le suministraba a la parturienta brebajes, infusiones y


hierbas para reducir las molestias del trabajo de parto y era también ella quien recibía al recién
nacido.

Según la cosmovisión mexica, los bebés vienen del decimotercer cielo, que es el más alto de todos.
Es allí donde se encuentran las almas que poblarán el mundo, esperando a que los dioses decidan
enviarlos.

Hay que aclarar que la partera hacía todo lo posible por lograr traer con vida al guerrero y por ello
se procuraba una vigilancia continua de la parturienta. Aunque, tal como hoy en día, el nacimiento
dependía de la voluntad de los dioses.

Mucho de lo que hoy sabemos proviene del libro “Historia General de las Cosas de la Nueva pero
la suprema España”, escrito por Fray Bernardino de Sahagún, uno de los cronistas españoles de la
época, quien ilustró con detalle los rituales que se llevaban a cabo antes y durante el parto.

Nos cuenta, por ejemplo, que la partera era una pieza clave de la sociedad mexica. Absolutamente
todas las mujeres contaban con una especialista de este tipo a su alcance, con obvios privilegios
para las mujeres de la nobleza, que tenía a su disposición todo un equipo de tlamatquiticitl.
Las tlamatquiticitl aconsejaban bañarse con agua tibia y continuar teniendo relaciones sexuales
hasta el séptimo mes, para evitar que el bebé naciera débil y enfermizo. También recomendaban
no levantar cosas pesadas y evitar las sorpresas desagradables.

Asimismo, las funciones que cumplía la partera antes del alumbramiento eran las de realizar
exámenes ginecológicos y reacomodar al bebé en caso de que este estuviera en una posición no
óptima para nacer.

Antes te hemos contado de la extrema limpieza de la sociedad mexica… El parto requería mucha
más higiene aún, de lo cual se encargaba la partera al mantener impecablemente limpio hasta el
cabello de la futura madre. Era también la tlamatquiticitl quien organizaba su sala de partos y los
continuos baños en el temazcal con hierbas aromáticas, para relajar los nervios de su paciente, así
como para mantenerla limpia tanto en cuerpo como el espíritu.

Llegado el día de las contracciones, la partera proporcionaba a la parturienta un té a base de


COAPATLI, una hierba que tenía la virtud de impulsar o empujar al bebé hacia fuera. Pero si los
dolores persistían y la mujer no dilataba, se le suministraba la medida de medio dedo de cola de
TLACUATZIN.

La posición en que la tlamatquiticitl colocaba a su paciente para las labores de parto era en
cuclillas, sujetándola de los talones, posición en que la gravedad ayudaba a la salida del bebé y
disminuía el esfuerzo de la madre. Sahagún nos describe, sorprendido, que las mujeres mexica
daban a luz con mucho menos esfuerzo que las españolas y se recuperaban más rápidamente.

Una vez nacido el bebé y habiendo superado su primera batalla, su nacimiento, la segunda batalla
también era complicada: se le bañaba con agua fría, como una ofrenda a la diosa Chalchiuhtlicue
(diosa de los ríos y aguas) para que “purificara su corazón y se hiciera bueno y limpio”.

A la madre se le conducía nuevamente al temazcal para que pudiera desintoxicarse y relajarse,


todo lo cual contribuiría a la producción de leche. Acabado el ritual la partera se quedaba cuatro o
cinco días en la casa, vigilando de cerca el desarrollo de la madre y el hijo.

Durante la estancia de la tlamatquiticitl se llevaban a cabo una serie de rituales, como enterrar la
placenta en un rincón de la casa, o dar el cordón umbilical a un guerrero para que lo enterrara en
su próximo campo de batalla, con lo que se trataba de marcar el futuro como guerrero del recién
nacido. También se le dedicaban al nacido las palabras rituales de bienvenida.

Si el recién nacido era una niña, el cordón umbilical se enterraba al lado de la chimenea para que
fuera una buena esposa y madre, indicando que su destino era, según poética expresión nahua,
“ser a la casa lo que el corazón es al cuerpo”.
El nombramiento del bebé también ocurría en los primeros días y el primer paso era informarle al
sacerdote el día y momento del nacimiento del bebé, para así poder consultar el TONALAMATL
(libro de los destinos) y así asignar el primer nombre, que llevaría durante algunos años, hasta que
se le asignara el que llevaría de por vida.

Esto, en el caso de que el parto fuera exitoso. Si, por el contrario, la madre moría durante el parto,
era considerada una guerrera que había muerto en el campo de batalla, pues era igual de
honorable perder la vida durante el parto que a manos de un enemigo. Su cuerpo, entonces, era
enterrado de forma especial y su alma viajaba al hogar de los guerreros, la casa del sol.

Si la mala fortuna sorprendía al bebé, “la partera tomaba un cuchillo de piedra, llamado itztli,
cortaba el cadáver dentro de la madre y lo sacaba en pedazos”. Este procedimiento puede parecer
cruel, pero a menudo salvaba a la madre del destino mortal. Los bebés que morían durante el
parto iban a Chichihuacuauhco, que es donde permanecen las almas de los niños aguardando a
que los dioses los envíen a repoblar la tierra. Ahí un árbol nodriza los amamantaba con su leche y
descansaban hasta recibir el esperado llamado.

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