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TEXTO 2
LOS CHABOCHI
Los chabochi muy pocas veces quieren ser nuestros amigos.
Casi no les gusta convivir con nosotros y muchos nos quieren quitar lo poco que tenemos;
nos cortan los bosques y nos pagan con limosnas.
Andan jugando con muchas máscaras sombreadas y pintadas y casi nunca se les ve la cara
como es.
Y a todas horas siguen los camiones roncando por todos rumbos y haciendo bulla,
acarreando negocios de un lado a otro.
Sólo piensan cómo lograr el próximo billete y no pueden estar tranquilos.
Vienen a nuestras cuevas; se divierten y se ríen de nosotros, sacando muchas fotos y se
creen mucho sólo porque viven en casas de cemento.
Sienten orgullo de que ya no tienen que caminar; no necesitan los pies porque siempre van
por camión o avión.
Le hace falta al hombre blanco sentirse más como hermanos.
Nosotros no somos tarahumaritos para las cámaras de los turistas, sino que somos los mero
mero mexicanos desde antes que llegaran los chabochi, pero ellos sienten y piensan todo
al revés y se creen los dueños del aire, del agua y la tierra y su modo de agradecer es con
descuido y desprecio.
Sus palabras son groseras y hacen tanto ruido que hasta nos duele el estómago.
Sus gustos nunca se llenan y tienen tanta sed de oro y plata que no podemos ni queremos
entender.
Para nosotros, los rarámuri, las plumas de los pájaros y las alas de las mariposas son más
bellas que cualquier metal. Pensándolo bien… ellos son los verdaderos gentiles, aman las
cosas más que a la gente, no tienen fuerza, no tienen pies.
Tomado de: La vida ante los ojos de un Rarámuri, Romayne Wheeler, libro electrónico,
2006. http://www.lulu.com/content/602769
A B C D E F G
A. homosexuales
B. Un extranjero
C. Con ideas políticas distintas a las suyas
D. De otra religión
E. De otra raza
F. Un indígena
G. Con discapacidad
Resultados de la encuesta Nacional sobre Discriminación en México, 2005, realizada a más
de 5,800 personas. Tomados de: http://www.conapred.org.mx
Escriba las inferencias que puede hacer con base en la gráfica anterior.
Haga una propuesta para remediar los problemas en la comunicación entre los distintos
grupos marginados del estado de Chihuahua, desde su posición como estudiante de la
Universidad. La propuesta debe incluir:
A. Planteamiento del problema
B. Solución factible.
Haga una redacción en la que explique los resultados que muestra la gráfica, de
manera que la misma resulte prescindible.
TEXTO 3
LA INTUICIÓN DE LEER, LA INTENCIÓN DE NARRAR (fragmento) Rodolfo Castro
Una piedra arrojada a un estanque provoca ondas concéntricas que se expanden sobre la
superficie, afectando su movimiento, a distancias variadas con diversos efectos, a la ninfa,
a la caña, al barquito de papel y a la canoa del pescador. Objetos que estaban inmóviles
son como llamados a la vida, obligados a reaccionar. Otros movimientos se propagan hacia
el fondo en todas direcciones, mientras la piedra se precipita moviendo algas, asustando
peces. Cuando toca fondo, agita el lodo, desentierra objetos y entierra otros. Quizá ni aun
teniendo el tiempo y las ganas necesarios sería posible registrar los movimientos en su
totalidad.
Igualmente una palabra, lanzada al azar en la mente, produce ondas superficiales y
profundas, provoca una serie infinita de reacciones en cadena, implicando en su caída,
sonidos e imágenes, analogías, recuerdos, significados, en un movimiento que afecta a la
experiencia y a la memoria, la fantasía y el inconsciente y se complica por el hecho de que
la mente interviene continuamente para aceptar, rechazar, ligar, censurar, construir y
destruir.
Con el transcurso de los años he podido constatar que gran número de niños y adolescentes
tienen “problemas” de concentración durante la lectura y eso se considera un trastorno que
debe ser atacado por pedagogos, psicólogos y otros especialistas.
Algo particular me ocurría con referencia al estudio. Estudiar era un verdadero suplicio: no
había más remedio que memorizar el contenido de los manuales de manera casi literal.
Pero las palabras escritas en los manuales ejercían una fantasmagoría que me arrastraba a
otros mundos, y al finalizar la lectura, volvía a comprobar que no había retenido nada del
contenido del texto.
En la escuela, casi todo dependía de la memoria y mi mente sólo guardaba algunas ideas o
palabras mediante asociaciones libres o de interpretaciones con ejemplos inevitablemente
poco ortodoxos. Percibir un olor mientras leía un texto de historia podía llegar a fijar en mi
inconsciente el episodio de una batalla; un grito de una de mis hermanas podía remitirme
directamente a la fórmula de la superficie del círculo. Otras veces inventaba un movimiento
con las manos que al repetirlo me ayudaba a recordar una palabra difícil, o un
acontecimiento.
No creo estar hablando de una habilidad especial: todos experimentamos a menudo esas
sensaciones. La memoria actúa por asociación. El recuerdo surge siempre que algo lo
convoca: un olor, una palabra, un ruido.
Estos recursos aliviaban un poco mi pena, pero no eran suficientes para hacer frente a la
rigidez de aquellos profesores que ponían todo el interés en la reconstrucción literal del
texto estudiado. Todavía no sabía que la comprensión intelectual y sensorial es el soporte
verdadero de la memoria.
Desde mis primeros años de escolaridad sufrí siempre a causa de mi desconcentración.
Naufragaba en un mar de términos incomprensibles, fechas, alturas de volcanes,
porcentajes de precipitaciones pluviales por región, anécdotas heroicas de los padres de la
patria, verbos irregulares, nombres científicos y una gran lista de etcéteras, todo eso a
través de sintaxis irreconocibles que nada tenían que ver con el lenguaje que hablábamos
todos, alumnos y maestros.
Los maestros se empecinaban en educarnos dentro de unos parámetros que dudo que ellos
mismos comprendieran. La relación con los textos y el estudio era impersonal, mecánica; y
las máquinas, tarde o temprano, fallan o se rompen.
El aprendizaje necesariamente nos enfrenta a lo desconocido, a lo nuevo, a la observación
y a la asimilación, pero también a la creación, la duda y el riesgo. Pero a lo desconocido se
accede por caminos ya transitados, por lugares cotidianos. Cuando los encargados de
guiarnos, acompañarnos o facilitarnos la búsqueda, no sostienen la punta del ovillo para
que exploremos esos laberintos, es difícil y azaroso avanzar, y mucho más improbable es
regresar triunfantes con la cabeza del minotauro.
Y ya que la necesidad es la madre de la imaginación, una vez perdidos dentro del laberinto,
cada uno tuvo que diseñar sus propias armas. Los días de prueba escrita o lección oral
constituían verdaderos calvarios. Pero al igual que muchos compañeros, yo había
desarrollado una gran destreza para copiar. Mis bajas calificaciones me habían obligado a
buscar soluciones. Copiar fue una. La otra fue leer en voz alta.
No recuerdo en qué momento se me ocurrió comenzar a leer para mí en voz alta. Con el
sonido de mi voz apaciguaba un poco a mis gnomos dispersores. La lectura en voz alta
sujetaba un poco mis divagaciones. El sonido era un cable a tierra con este mundo. Pero
aún así seguía sin poder concentrarme lo suficiente. Hasta que una vez, mientras leía a
escondidas en voz alta –me daba vergüenza hacerlo frente a otras personas-, tuve la
impresión, o imaginé tenerla, de que alguien me estaba escuchando detrás de una puerta
o una pared. Ante la duda, comencé a esforzarme por leer sin que se notara que lo hacía,
para que quien me estuviera escuchando, fuese quien fuese, creyera que lo que de mí oía
era algo que yo sabía, que era fruto de mi estudio o producto de mi inteligencia. Leía
semiocultando el libro, para poder deshacerme de él en el momento en que alguien
apareciera. Por este motivo, tenía que levantar constantemente la vista, lo cual me
obligaba a aprovechar cada vistazo al máximo, reteniendo dos o tres palabras para poder
decirlas con el libro oculto, como si no las estuviera leyendo.
Por supuesto que yo no hacía todo esto de manera consciente y sistemática. Así como no
somos conscientes de los mecanismos de nuestra respiración, ni de cómo funciona nuestro
aparato fonador, pero estos procesos se producen, no hay duda. Están fuera de la voluntad;
ocurren por necesidad, no por elección.
Sólo con el tiempo comencé a tomar conciencia de algunos hechos, y aunque siempre
constataba que nadie me escuchaba, adopté la costumbre de leer en voz alta pensando que
alguien lo hacía. A veces le leía al espejo o a la tortuga, o leía viendo de lejos a alguna de
mis hermanas, o imaginando el salón de clases y el fatídico momento en que la maestra me
llamaría para dar la lección de fotosíntesis.
Otro fenómeno particular ocurría cuando me topaba con una palabra desconocida y la
pereza me impedía buscar su significado en el diccionario: no me quedaba más remedio
que suponerlo o imaginarlo.
Estas interpretaciones nacían de las asociaciones que en mi mente producía esa palabra –
la piedra en el estanque-. Las asociaciones podían ser totalmente caprichosas y diferentes
cada vez.
A veces llegaba a definiciones que me dejaban tan satisfecho que las adoptaba como si
fuesen las correctas. La intuición tenía un papel fundamental en ese proceso de asociación
caprichosa: también el contexto en que se encontraba el término, el tema general del que
trataba el texto, el sonido de la palabra y otras tantas cosas que me resultaría imposible
definir. La mayoría de las veces todo eso desembocaba en significados muy aproximados a
la realidad, pero otras veces no había ninguna coincidencia con el verdadero significado del
término.
Recuerdo una que otra palabra que utilicé durante años desconociendo su significado
verdadero. “Paradigma” fue una de ellas, y otra “pragmático”. Me gustaban; eran palabras
serias, importantes, cultas, misteriosas. Yo creía que “paradigma” era algo así como un
guardián, y “pragmático” me sonaba a “prismático”, por lo cual pensaba que se aplicaba a
personas que podían ver a lo lejos, que eran visionarias. Cuando conocí los verdaderos
significados y comprobé que no tenían que ver con lo que me había imaginado, me asombré
de las veces que las había utilizado sin dificultades para comunicarme.
Por ello concluí tres cosas: una, que la mayoría de la gente hace de cuenta que entiende, lo
cual resulta un tanto trágico pero es muy frecuente. La segunda, pero más rica y sugerente,
que muchas personas arriesgan significados para las palabras que desconocen, y en esos
experimentos suelen producirse coincidencias en los significados supuestos por las
personas que dialogan. La tercera conclusión es la que más me atrae: en el transcurso de
una conversación, se produce un intercambio de gestos, humores, miradas, tonos,
intenciones e infinidad de imprevistos que forman un entramado expresivo, del cual las
palabras son un elemento más y adaptan su significado a las necesidades de los
interlocutores. En la conversación, lo que importa no es el significado literal de las palabras,
sino su expresión en el contexto. En el lenguaje oral, las palabras se subordinan al mensaje
que expresa el ser humano en su totalidad y no sólo su aparato fonador.
Lo anterior me recuerda el texto La inmiscusión terrupta, de Julio Cortázar, que transcribo
a continuación:
Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le
flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal
acario en pleno tripolio que se lo ladea hasta el copo.
– ¡Asquerosa! – brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que
ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la
crimea y consigue marivorearle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un
momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias. Por segunda vez se le
arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el
encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa
contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan
tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgandose de ida y de vuelta cuando se ve
precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas.
– ¡Payahás, payahás! – crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas
empebufantes. No ha terminado de halar cuando ya le están manocrujiendo el fano, las
colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolanas
que para qué.
– ¿Te das cuenta? – sinterrunge la señora Fifa.
– ¡El muy cornaputo! – vociflama la Tota.
Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando
más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así las tofitas y las fitotas, mejor es no
terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.
TEXTO 4
El Naufragio Ana María Shua
¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!,
grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el
capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo
de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de
un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos
vamos a pique sin remedio.