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Mi hermano Xavier Villaurrutia

1 OCTUBRE, 2005

Jean Meyer ( )

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El jueves 4 de septiembre de 1975, tres días después del informe del presidente Luis Echeverría,
cuando Portugal se debatía en la crisis político-militar, al borde de la guerra civil, y Líbano entraba en
una guerra de verdad que iba a durar siete años, tuve la oportunidad de entrevistar a María Teresa
Villaurrutia. La tarde era muy lluviosa en la colonia Roma. Treinta años más tarde transcribo esos
apuntes:

“Eduardo Luquín, amigo de Xavier y Agustín, es muy conservador de él, usted debe hablarle en la
mañana, porque en la tarde se acuesta. Es una bella persona.
“Xavier y Agustín traducían del italiano; por ejemplo, Agustín le escribía en español y Xavier le
pulía y resulta que esos manuscritos de Agustín para Xavier los tengo yo. Pero todo eso está en la
Unión de Escritores.
“Agustín no cursó mucho porque casi estuvo fuera de México, por eso no tenía buena ortografía.
Xavier era buen alumno, aquí tengo sus calificaciones desde la primaria [me las enseña]. Ellos
jugaban bridge con Luquín y Pepe Delgado, todas las tardes. Entonces no se usaba la canasta.
Iban al café en el Centro, el Café Tacuba. Le gustaba a Xavier cambiar, decía: Vamos a ver si
encontramos por ahí un lugarcito, que no sea lo mismo’.

“Cosa que Xavier iba, cosa que prendía, luego se hacía esto popular. Ellos se encantaban de ver
que Xavier tenía algo.

“Pepe Delgado trabajaba en la compañía de Elizabeth Arden. ¡El sabe tantas cosas de Xavier!
Tenían su estudio en el mismo piso. Cuando La hiedra, sacó Xavier el premio, le iban a dar cinco
mil pesos y por el periódico sacaban notas de ¿que qué pasaba con el dinero? Entonces hubo
una reunión donde iban a entregar los diplomas, María Teresa Montoya y todos los de la
Compañía. Resulta que Xavier amenaza con tirar el pergamino a la cara del regente… lo dejó caer
y no se agachó; hubo un murmullo. Eso fue su desquite de Xavier. El regente se agachó. El dinero
nunca se lo dieron.

“Agustín se movía porque Xavier lo movía. Agustín puso La hiedra porque Xavier lo empujó.
Tuvo mucha aceptación. Era un gran pintor para la escenografía. El otro pintor de Xavier fue
Julio Castellanos. Agustín era muy buen crítico para el teatro. Cuando murió la hermana de
Agustín, toda su casa se desbarató. Agustín es adalid por parte de su mamá, eran muy ricos ellos.

“Un día Xavier prestó una marinita, preciosa; le puso una luz y la miraba él mucho. Y se la
robaron en la exposición de Claussell. Tenía mala suerte Xavier para prestar las cosas. Para una
exposición de Julio Castellanos, prestó un óleo de Diego Rivera y se lo robaron.

“Julio le regaló dos desnudos de él. Cuando murió Xavier, mi mamá que no quería esas pinturas
(les decía los encuerados’), las descolgó y luego las vendió al licenciado Zamora y así pagamos la
mascarilla de Xavier.
“Fuimos muy ricos, pero mi papá murió; dejó a mis hermanos con un banco y con los
bilimbiques de la Revolución vino la bancarrota. Era el Crédito Popular Mexicano, en la calle 5 de
Mayo. Todas las casas, los terrenos y las alhajas de mi mamá sirvieron para pagar la quiebra y
comprar unas vecindades que nos quedaron. La mía aloja veintiséis familias, pero como es
afectada, me pagan cuarenta pesos al mes y se cae porque no puedo pagar arreglos. La
bancarrota no fue fraude. Había honor, hubo banqueros que se suicidaron. Y nos dejaron en la
calle.

“Xavier era de los chicos y Félix también y se hicieron solos. Rafael era abogado y nunca quiso
ejercer, nomás cobraba la rentita, le parecía más bonito.
“Fuimos once: Ana Luisa, Julieta, Alfonso, Agustín, Rafael, Carmen, María Cristina, Xavier, María
Teresa, Félix, Fernando (murió a los cuatro años), los cuates. Mi mamá era de Chihuahua, era
González, hermana de Abraham [gobernador maderista] y su papá Celso era dueño como de
aquí a Cuernavaca. Cuando la expropiación, nos lo quitaron.

Mi papá hizo una compañía realizadora, pero ni eso valió. Mi papá murió, fueron al baile de
Palacio, del Centenario, y al poco tiempo murió. Muy buen cristiano, dijo a mi mamá: No me
duele morir, pero ¡cómo te dejo! ¡con tantos hijos y en la edad!’.

“El Crédito Popular Mexicano era un banco para pobres. Mi papá vino de San Luis con su papá,
un corredor titulado de compra y vende’ casas, acciones, minas como Dolores y anexas por San
Luis de la Paz”.

[María Teresa se interrumpe para servir té y galletas Marías. Me hace admirar el mantelito para té
bordado en San Luis de la Paz con perlitas.]

“Le encantaban a Xavier esas chaquiras, se las dimos en el día de su santo”.

[Me enseña tazas, copas, tarros comprados por su hermano antes de seguir:]
“Teníamos dos coches con tronque de caballos y cochero. El domingo iban a pasear a Plateros.
No me tocó, eso lo oí, ni sé cuándo nací, ni la edad que tengo.

“Yo era la consentida de Xavier. A lo mejor yo era mayor que él, yo ya ni sé. Xavier era impecable,
todo él era una hermosura perfecta. Mejor regalaba los vestidos. Que fueran a la tintorería,
¡nunca! Era tan delicado: le gustaban los pañuelos muy finos que mi mamá se los lavaba. Mi
hermana Carmen protestó y le dijo: Mamá, me dan ganas de pegarte’. Pégame’, dijo mi mamá.

“La casa nuestra se encontraba en la calle de Mina, por Guerrero. Arriba las mujeres con mi
mamá y papá; abajo los varones con un salón de billar, un salón de gimnasio, su estudio, y el gran
salón de la casa. Había tantos criados…

“Teníamos una casa en Tlalpan, toda una manzana, era de la abuelita de mi mamá; íbamos los
fines de semana, de día de campo”.

[Se interrumpe, me enseña fotos de Xavier]: “Desde que ha muerto Xavier, he estado sola en
compañía”. [Luego retoma la plática]: “Se metió en la casa de Tlalpan el Tigre del Pedregal, un
bandido de la Revolución, y acabaron con la casa buscando un tesoro.

La reconstruyó Rafael pero un vivales nos sacó los títulos y fincó como ocho casas, pero señoras
casas. Mi madre había dejado esa casona a tres de mis hermanas, no a Rafael, y las pobres se
dejaron despojar. Xavier se hizo un estudio pero cuando la iba a recibir, esta su casita, murió. No
la llegó a conocer. Nos quedamos sin Juan y sin las galletas.

“Nunca lo vimos triste, bajaba las escaleras y brincaba de tres en tres. Cuando me ponía a leer sus
novelas me preguntaba: ¿Cómo la ves?’. Es Beatriz’, le decía yo. Y a carcajadas, porque no era ella
la mala, sino que así venía a sorprender al público. Cuando vieron que no era Beatriz en el teatro,
se oyó ¡Aaah!’. Toda la gente: ¡La que menos nos figurábamos!’. Nada menos que Juegos
peligrosos, con Beatriz Aguirre.
“Xavier cursó derecho y le faltaba dos años para abogado; trabajó en Bellas Artes. Tenía un buen
puesto, pero no quería hacer dinero. Novo se metalizó completamente y Xavier se lo tenía muy a
mal”. n

2005 Octubre (http://www.nexos.com.mx/?cat=3084).

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