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CARLOS GURMÉNDEZ
6 MAR 1990
El joven ansioso vive sus amores como si fuesen fragmentos de una melodía apenas
iniciada que, al interrumpirse bruscamente por el fracaso, provocan una ansiedad
aún mayor. La insatisfacción que sufre el joven la define Locke con la
palabra uneasiness, estado desabrido y carencia de tranquilidad. La ansiedad se
genera de esta desazón íntima que experimenta con mayor fuerza el joven, porque
está rico de deseos incompletos. Explica Leibnitz que la inquietud expresa la
característica de un ser que busca un objeto que necesita vitalmente, pero, al no
lograr la posesión plena, permanece en un estado de tendencia que no llega a
ninguna parte.
La pureza ideal del amor juvenil coexiste con un deseo ardiente, imperativo, que no
cesa de desear. Como dice justamente el profesor Ignacio Izuzquiza, en su hermosa
obra sobre Bergson: "El deseo no tiene un término definitivo, se niega a ser
cumplido y se recrea en la mera actitud de desear". De aquí proviene la
intranquilidad erótica de los amores juveniles. Dominado por este deseo febril, el
cuerpo del otro permanece tan oscuro que no lo percibe jamás como una realidad
independiente ni un ser por sí mismo; es tan sólo un mero objeto apetecible para
satisfacer el deseo cósmico que le arrastra en su fluencia incontenible. Por esta
razón, el joven no puede vivir una pasión real, que es la identificación e integración
de los cuerpos diferentes. "Amantes, vosotros que os bastáis el uno al otro", ¿tienen
pruebas de su realidad recíproca?, se interrogaba Rilke, pues el deseo vertiginoso del
joven le impide conocer, serena y concretamente, a la criatura amada.
Los jóvenes viven el amor arrastrados por los deseos múltiples de la corriente fluvial
de su sangre, que, una vez satisfechos o no, pueden caer en una profunda
melancolía. Sin embargo, los amores juveniles, aun los más decepcionantes, revelan
al joven las posibilidades infinitas de su ser. Y es entonces cuando la angustia
comienza a insinuarse en su corazón, porque la mera posibilidad le descubre también
la nada de su ser en esa etapa de la vida. Dolorosos y humillantes son los fracasos
amorosos de los jóvenes, porque evidencian su realidad incompleta.
Paradójicamente, sienten a la vez la potencialidad de su ser, su riqueza íntima, el
poder que tienen de ser todo lo que quieren y la capacidad de alcanzarlo en el ancho
horizonte sin la menor duda. Por ello, los fracasos amorosos no arredran al joven, ya
que es consciente de su energía natural y del dinámico futuro que está presente en él.
En consecuencia, el amor juvenil es una dichosa desdicha o una desdichada dicha.
Carlos Gurméndez es autor de Crítica de la pasión pura.
https://elpais.com/diario/1990/03/06/opinion/636678004_850215.html