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GRUBE, M. A.; El pensamiento de Platón. Gredos. Madrid. 1973.

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TEORÍA DE LAS IDEAS.

Esta Idea de belleza, ya que de ella se trata, posee en este diálogo el reinado
supremo, del mismo modo que el Bien en la República. Más incluso, ya que no se
menciona ninguna otra Idea. Es la realidad suprema considerada como objeto de
amor, lo amado por sí mismo del Lisis. No debe sorprendernos que esta realidad
suprema sea en un diálogo lo Bello, y el Bien en otro. Ambos conceptos estaban
estrechamente vinculados siempre en la mente de Platón y, en este sentido, se
limitaba a expresar la mentalidad común ateniense.
La teoría las Ideas no aparece hasta el libro quinto. En el libro primero, Sócrates
intenta definir la justicia en la forma usual de los primeros diálogos, y nada en su
vocabulario sugiere que el Fedón haya sido escrito con anterioridad. Ni siquiera se
utiliza una terminología ambigua, paralela a la que encontramos en el Cratilo y en el
Eutifrón. Tampoco aparece nada de este tipo en los tres libros siguientes, si
exceptuamos una ocasión. Da la impresión de que Platón pretende deliberadamente
edificar su ciudad y la educación de sus guardianes sin recurrir para nada a la
metafísica, con la única intención de retomar posteriormente en toda su amplitud el
problema del gobernante adecuado y sus obligaciones desde un punto de vista más
fundamental. Conduce a su lector a través de un largo recorrido hasta el final,
llevándolo de paso a la aceptación de muchas cosas importantes, sin descubrir aún las
premisas fundamentales en que se basan tales cosas. A lo sumo (y ésta es la excepción
que hemos mencionado arriba) se afirma que una persona auténticamente culta
necesariamente ha de ser capaz de reconocer «las diferentes; Formas de moderación,
valor, libertad y magnanimidad, sus afines y sus opuestos, tal como se dan y aparecen
en cada caso; ha de ser capaz de reconocer su presencia allí donde se encuentren ellas
y sus imágenes, y honrarlas tanto en las cosas grandes como en las pequeñas» (402c).
Estamos ante una expresión típicamente ambigua que, a pesar de su vaguedad, implica
seguramente para Platón en este momento la teoría de las Formas, aun cuando no
ocurra lo mismo con los interlocutores. No aparece ninguna otra referencia a las Ideas,
ni implícita ni explicita, hasta el libro quinto, cuando Sócrates, a quien se ha instado
una y otra vez a demostrar la viabilidad de su ciudad, contesta finalmente que sí es
posible, pero que las naciones nunca lograrán alcanzar la paz hasta que, los filósofos
sean reyes, o los reyes, filósofos; paradoja ésta que Glaucón teme ha de provocar
estupor y mofa.
Instado a explicar qué es un filósofo, Sócrates recurre a la teoría de las Ideas , con
la seguridad de que Glaucón la conoce y acepta. Resulta evidente que la teoría es
presentada como algo de sobra conocido por Glaucón, si tenemos en cuenta el hecho
de que inmediatamente es introducido el término técnico ‘eidos’. Lo bello y lo feo,
nos dice, son dos cosas diferentes, y cada una de ellas es una en sí misma (476 a):
Y lo mismo ha de decirse acerca de lo justo e injusto, lo bueno
y lo malo y todas las Formas: cada una de ellas, en sí misma, es
una, pero parece ser múltiple porque aparece por doquier
asociada a acciones y a cuerpos y a las demás Formas.

A partir de este momento, la totalidad de la discusión se centra en la teoría a lo


largo de este libro y de los dos siguientes. No se trata de establecer la existencia de las
Formas; su existencia se da por establecida, y los rasgos característicos del filósofo o
amante de la sabiduría vienen explicados por medio de ellas. Otros hombres captan
visiones y sonidos particulares y, sin embargo, no captan la realidad que existe tras
ellos (476c):
GRUBE, M. A.; El pensamiento de Platón. Gredos. Madrid. 1973.

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En cuanto a aquel hombre que cree en las cosas bellas, pero
no cree en la belleza misma ni es capaz de seguir a alguien que
intenta conducirle al conocimiento de ella, ¿piensas que su vida
es real o, por el contrario, un sueño? Considera esto: ¿no es, en
efecto, un sueño el confundir la imagen con la realidad, poco
importa si el hombre está dormido o despierto?

Esto es precisamente lo que hace el hombre común. Confunde con la belleza


misma las cosas particulares bellas, que lo son precisamente en la medida en que
participan de la belleza. El filósofo conoce la realidad, las Formas; los demás
únicamente poseen creencias u opiniones. Hay, pues, tres grados: conocimiento,
opinión e ignorancia. El primero es de las Formas; la segunda, del mundo físico, que
no puede ser objeto de conocimiento real, sino que es y no es a la vez, ya que ninguno
de sus objetos posee cualidades permanentes, sino que están sometidos a continua
mutación. La ignorancia por su parte, no tiene nada que ver con el Ser, pues afirma la
existencia de cosas que, sencillamente, no existen. La diferencia entre conocimiento y
opinión es la diferencia entre el filósofo y los demás hombres.
Evidentemente es el filósofo, cuya mente aprehende la bondad, quien debería
gobernar el estado. Solamente él posee el patrón de la bondad en su alma y es capaz
de usarlo, al igual que un pintor se sirve de su modelo (500e), para intentar realizar la
justicia eterna en las vidas humanas, para hacer que el Estado se acerque a aquellas
realidades éticas cuyo conocimiento solamente él tiene. Debe hallarse en posesión de
la más alta forma de conocimiento, que no es otra que el conocimiento del bien.
Pero ¿Qué es el Bien? Para algunos es el placer, aun cuando no tienen más
remedio que admitir que determinados placeres son malos. Otros dicen que es el
conocimiento; pero el conocimiento tiene que tener un objeto, y este objeto no puede
ser sino el Bien, que es precisamente el término que hay que definir. Podrán los
hombres a veces sentirse satisfechos sólo con apariencias de belleza o justicia, pero,
cuando se llega al bien, prefieren lo que realmente es tal, y no se satisfacen ya por más
tiempo con la opinión. Instado a ofrecer su propia definición, Sócrates se declara
incapaz de hacerlo directamente; sin embargo, intentará describir «el retoño del bien»,
pasando a exponer su famoso paralelismo entre el sol y la Idea de bien. El sol, dice, es
la causa de la luz en el mundo físico y la luz es necesaria para la vista, el más elevado
de nuestros sentidos (508 b) [ver libro VI, cap XIX]
En el mundo físico tenemos, por tanto, el sol, del cual se derivan la luz, la visión y
el ojo que ve; análogamente, en el mundo inteligible tenemos el bien, del cual se
derivan la verdad, el conocimiento y la mente que conoce. Incluso el sol debe su
existencia al bien mismo. Yendo más lejos, el sol es no sólo la causa de la visión, sino
que su luz hace también posible la existencia en el plano físico; de forma paralela, el
bien es no sólo la causa del conocimiento, sino, además, la causa de la existencia real de
lo inteligible y, a fortiori, de la existencia del mundo físico, ya que éste se deriva de
aquél.
A continuación procede Sócrates a aclarar su pensamiento por medio de otra
imagen. Tomando como punto de partida la ya familiar división de la existencia en dos
grupos o formas, visible e inteligible, indica a Glaucón que haga una línea y la divide
en dos partes desiguales, subdividiendo a su vez cada una de ellas en dos segmentos
más, según el gráfico siguiente. Resulta así que A D es a D C como C E es a E B y
como A C es a C B (509d):
La división principal se establece en el punto C y representa la división entre el
mundo sensible y el mundo de las Ideas. Se ha de entender que el punto más elevado en
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la escala de la verdad y de la realidad se localiza en B. A, por el contrario, representa el
punto más bajo en que una cosa puede ser denominada existente. El segmento DC
abarca, por consiguiente, todos los fenómenos del mundo físico, todas aquellas cosas
que captamos por medio de percepciones corporales -«animales, plantas y todo tipo de
entes artificiales»-, mientras que en el segmento inferior AD hemos de colocar sus
imágenes y las sombras que proyectan en el agua o en los espejos, etc. (y seguramente,
aunque Platón no lo diga, los objetos de las artes bellas). Es fácil captar la relación
existente entre los objetos incluidos en DC y los incluidos en AD: es la misma que
existe entre un modelo y su copia o imitación.
Platón se sirve de la misma relación para expresar también la relación existente entre
los objetos sensibles y los objetos situados en el segmento inmediatamente superior,
CE. Explica su pensamiento en cuanto a este punto recurriendo al ejemplo de las
matemáticas: los objetos que estudia la geometría son ciertamente figuras matemáticas
perfectas, si bien el geómetra, para sus demostraciones, acostumbra a diseñar
representaciones materiales de un cuadrado perfecto, etc., sirviéndose de ellas para el
estudio de las figuras geométricamente perfectas, que sólo pueden ser captadas por los
ojos de la mente. Es decir, se sirve de objetos sensibles pertenecientes al segmento DC
como copias o imágenes de las realidades matemáticas, cuya existencia tiene lugar en el
segmento superior, CE. Esta sección contiene, por tanto, los objetos de tales ciencias en
la medida en que utilizan a las realidades concretas como representaciones. Además,
estas ciencias parten de axiomas e hipótesis cuya validez presuponen, ya que no es
asunto suyo el someterlas a discusión.
Pero existe (se nos dice) un tipo más elevado de ciencia, puramente abstracta, que
no utiliza ejemplos o imágenes concretas. Los objetos de estas ciencias pertenecen al
segmento más elevado, EB. Es su cometido comprobar la verdad de las hipótesis y
axiomas de las ciencias inferiores en términos de hipótesis de amplitud mayor,
fundamentando en último término el cuerpo entero de la ciencia sobre una única
proposición universal, que será, por tanto, una única verdad suprema. Pero, puesto que
este fundamento último explica a todo el resto y encaja con el cuerpo total del
conocimiento, no puede ser considerado ya como hipotético. Se trata del principio
primero de la naturaleza y de la existencia. Tal es la Idea del bien en la República, cuya
existencia debe ser situada en el punto B. El segmento EB ha de contener, por tanto, las
diversas verdades que el filósofo descubre en el curso de su ascensión desde las
hipótesis de las matemáticas hasta la verdad suprema. Una vez alcanzada ésta, cabe
descender de nuevo a lo largo de todo el camino del pensamiento. Y las ciencias
inferiores pasarán ya a ser conocimiento en el sentido más elevado de esta palabra para
el filósofo, pues ya no estarán para él basadas en afirmaciones hipotéticas. Platón lo
explica en el capítulo XXI del libro VI (511 b).
Sería interesante detenernos un momento en los procesos mentales a través de los
cuales son percibidos los distintos grados de realidad. La división fundamental en el
punto C representa también en este caso la división entre la opinión acrítica (doxa),
cuyo objeto es el mundo fenoménico, y la función crítica de la mente, que lleva al
conocimiento (noesis). La primera se subdivide a su vez de modo que el segmento
más bajo abarca los objetos de la eikasia. Esta palabra se traduce usualmente como
imaginación , pero significa más bien la facultad de ver imágenes: Platón no se
refiere aquí a una facultad creadora, sino, por el contrario, más bien a la percepción
completamente acrítica e incapaz de relacionar unas percepciones con otras y de
distinguir entre un objeto y su reflejo en un espejo. Los fenómenos mismos
comprendidos en DC son los objetos de fe o creencia (pistis), la cual, aunque en
cierta manera es capaz de relacionar sus percepciones, no las somete, sin embargo, a
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análisis crítico. Por su parte, el conocimiento se subdivide en dianoia, capacidad de
análisis lógico y crítico, razonamiento a partir de premisas dadas, y nous o
inteligencia, que capacita, al sujeto para ir más allá de las premisas de las ciencias
particulares, hasta la captación de los valores absolutos, que se encuentran más allá
de toda realidad.
Como ocurre otras veces, Platón no desarrolla detalladamente el gráfico de la
línea y, en consecuencia, hay disensiones entre los estudiosos acerca del contenido
exacto de cada uno de los segmentos de la línea. Las obras de arte ¿quedan relegadas
al segmento más bajo? Aparte de los objetos de la matemática, ¿qué otros objetos
han de situarse en CD? Las ciencias naturales -al igual que otras artes, como la
estrategia- ¿son objeto simplemente de opinión? Estas y otras preguntas por el estilo
quedan sin contestar por Platón. Una vez puestos gráficamente de relieve los
diferentes grados de realidad y los principales peldaños de la escala del
conocimiento, Platón vuelve al tema con la espléndida parábola de la caverna. Es
preferible no apurar sus imágenes más que él mismo. No es su intención ofrecer un
esquema de su filosofía por medio de ellas, y no sería muy cuerdo que lo hiciéramos
nosotros por él. Algunas de estas dificultades volverán a surgir. Entre tanto no
debemos olvidar que la línea es continua, que se trata de una línea, aunque
subdividida, lo cual pone de relieve que el ascenso humano desde la ignorancia al
conocimiento y sus distintas etapas son de naturaleza continua.
La parábola de la caverna, que ejemplifica también la ascensión desde la
oscuridad de la opinión hacia la luz del conocimiento, es de sobra conocida. En
realidad, no añade nada nuevo en cuanto a la teoría de las Ideas. No es, por tanto,
necesario exponerla aquí (514 y sigs.)[...]
El número platónico es la Idea de Bien o, al menos, un aspecto de la Idea
suprema, representada matemáticamente. Las leyes del universo y las Ideas son de
naturaleza matemática, objetivamente consideradas. Tanto el conglomerado de
elementos en que consiste el hombre como el conjunto de los movimientos de los
astros pueden ser expresados en fórmulas matemáticas. Tiempo, espacio y sonido son
de naturaleza matemática desde cierto punto de vista. Y el plan o ley suprema del
universo puede (así lo pensaba Platón) ser expresado en el lenguaje de los números.
No se trata, por supuesto, de que sea precisamente el número 12.960.000, ya que todo
esto es mitológico. Platón no pretende insinuar que este número contenga, en última
instancia, todas las relaciones, proporciones, etc., conforme a las cuales está hecho el
mundo, sino que pretende indicar que el mundo está hecho de acuerdo con ciertas
fórmulas matemáticas. La suma total de tales fórmulas o leyes es, por fuerza, uno de
los aspectos de la realidad suprema. Y, dado que contiene las razones, proporciones,
etc. más perfectas y la armonía matemática mejor posible, esta realidad suprema será
buena, más aún, el Bien mismo. De igual forma, el número humano representa un
aspecto cuando menos de la Idea del hombre, al contener también las propiedades
esenciales del hombre expresadas matemáticamente. Parece lícito suponer que Platón
quería indicar cómo los atributos humanos esenciales son susceptibles de formulación
matemática.
Hemos visto cómo la teoría de las Ideas llega a su plenitud en la República. Por
tratarse del conjunto de las características comunes de todos aquellos sujetos a los
cuales es aplicable un mismo predicado la Idea es una entidad lógica, matiz éste que
reaparece en el Fedro y es desarrollado de forma más completa en el Sofista. La Idea
aparece de este modo como un desarrollo natural de la definición socrática. Desde este
punto de vista, ha de haber tantas Formas como predicados generales; de ahí que, a
este nivel, no deba sorprendemos encontrar una Forma de la maldad, en el libro
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cuarto, o también una Forma de cama, en el libro décimo. Por ser realidades
metafísicas, las Ideas pertenecen al tipo más elevado y verdadero de lo real. La línea
implica, cuando menos, que hay cierta jerarquía entre ellas y que las de mayor
amplitud predicativa son las más fundamentales, quedando reservado el puesto más
alto a la Idea de bien. Las Ideas son también bellas, ya que introducen el orden en el
caos autodestructor; ya hemos visto cómo la belleza era considerada la Idea suprema
en el Banquete.
En el Fedro, las Formas aparecen por primera vez con ocasión del mito
apologético del amor, cuando Sócrates describe la naturaleza del alma y su viaje a
través de los cielos entre encarnación y encarnación. Después de hacer hincapié en el
parentesco esencial que vincula al alma con lo divino, así como en la vida de los
dioses y en su viaje por el límite exterior del firmamento, se nos dice (247c):
Pero el lugar que está más allá de los cielos no lo ha cantado
ningún poeta ni lo cantará jamás adecuadamente. Es como diré a
continuación, pues hemos de atrevernos a decir la verdad,
especialmente cuando de la verdad estamos hablando: en aquel
lugar habita, sin color, sin figura e intangible, la auténtica
realidad. Por ser el objeto del verdadero conocimiento, sólo
puede ser percibida por aquella capacidad de conocer que es el
piloto del alma. El pensamiento de los dioses, nutrido de saber y
de conocimiento puro, y del mismo modo el conocimiento del
alma, que se ocupa en captar lo que le es afín, se regocija al
contemplar por fin al Ser; se alimenta de la contemplación de la
verdad y es feliz hasta que es arrastrada de nuevo al mismo sitio
por el movimiento circular. Entre tanto y dando vueltas alrededor,
contempla a la justicia misma, a la moderación misma y al
conocimiento —pero no el conocimiento que comienza a ser o el
que existe en cualquier otra cosa de las que llamamos reales,
sino el conocimiento verdadero en lo que es verdaderamente. Y,
habiéndose recreado en la contemplación de las otras cosas que
son igualmente verdaderas, el alma se sumerge de nuevo dentro
de la parte interior del cielo, para regresar a casa.

Aun cuando las palabras ‘eidos’ e idea no aparecen en esta descripción, no cabe
la menor duda de que estas realidades son las Formas. De ellas se afirma que existen
en un lugar por encima del firmamento, es decir, fuera del espacio y el tiempo. Al
igual que en el Fedón, el conocimiento resulta del conocimiento de estas Formas. La
belleza es, además, mencionada como perteneciente por sí misma a una clase
especial, no porque sea de naturaleza diferente al resto de las ideas entre las cuales
resplandece, sino porque la visión es la más clara de nuestras percepciones y, por
tanto, nos es posible percibir en este mundo de abajo más claramente las imágenes y
reflejos de la belleza que los de cualquier otra Forma. He aquí la razón de que la
belleza sea recordada con mayor claridad y amada más fuertemente en la tierra.
En el resto del diálogo -y también una vez en el mito aparecen las Ideas como
entidades lógicas. Un alma, se nos dice, que no haya columbrado siquiera las Formas,
no puede ser un alma humana, ya que el hombre debe comprender lo que se dice, «de
acuerdo con las Formas» (249b). El significado de esta afirmación se hace claro a
continuación cuando se afirma que el método propio del discurso científico consiste
en la clasificación correcta de las cosas en clases, cada una de las cuales corresponde a
una Idea, proceso este al que se compara con una disección practicada en las
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articulaciones. Semejante método lógico, explicado por vez primera aquí, consiste en
dividir las cosas en clases naturales, de acuerdo con sus características comunes,
correspondientes a las Formas universales. Sólo los dialécticos son capaces de hacerlo
y logran reunir los elementos dispersos bajo una única Idea (265 d), a través de la
división y la síntesis. No se nos ofrece una explicación amplia del método, aunque
debe tenerse en cuenta que aquí aparecen los rasgos esenciales del proceso
clasificatorio, cuya explicación completa está en el Sofista y en el Político.

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