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FUENTE: Scott O. Lilienfeld, John Ruscio, Steven Jay Lynn y Barry Beyerstein
DESMONTANDO MITOS
Leyendas urbanas, errores y cuentos de vieja acerca de la psicología,
generan una cantidad significativa de mitos que la mayoría de nosotros
aceptamos como verdades. La psicomitología –así es como se llama a este
fenómeno- está tan presente en nuestra vida cotidiana, que corremos el
riesgo de aceptar como ciencia lo que es mera ficción. María Bordón Domínguez

¿Usted es de los que cree que utilizamos solamente un 10% de nuestra capacidad
cerebral, que las personas pueden clasificarse según domine su hemisferio derecho o izquierdo,
que la ira es mejor expresarla que reprimirla, o que la luna llena provoca comportamientos
extraños en la gente? Pues deje de creerlos, porque estos “hechos” son todos falsos.
No nos debemos sentir mal por nuestra ingenuidad, ya que todos somos presas de
afirmaciones psicológicas erróneas y no por eso tenemos que parecer ridículos o ignorantes.
Aristóteles, por ejemplo, considerado uno de los hombres más inteligentes de la historia, creía
que las emociones se originaban en el corazón en lugar de en el cerebro y que las mujeres eran
menos inteligentes que los hombres (además de otras falsedades hace tiempo superadas). Pero
continuar apoyando los misticismos o hacer un uso interesado de ellos, cuando ya la ciencia se
ha ocupado de rebatirlos, no es acertado en absoluto. Sería como continuar proclamando, como
se hizo durante siglos, que la Tierra es plana y el sol gira a su alrededor.
Muchas personas, incluso algunos estudiantes o profesionales de la psicología, conocen
una razonable cantidad de cosas relativas a la conducta humana que son verdaderas, pero
desconocen que muchas otras son falsas. Proverbios y refranes como “la letra con sangre
entra” o “los opuestos se atraen” se aceptan como válidos y, sin embargo, estos dichos, de la
forma en que la gente los entiende normalmente, son básica o totalmente falsos.
¿Por qué es importante desenmascarar esta psicomitología? Pues porque ciertos mitos
pueden ser muy dañinos para una sociedad en progreso, llegando a generar creencias y
conductas que a la larga pueden resultar muy inadecuadas y desadaptativas. Incluso de forma
indirecta, “personas que siguen un tratamiento psicológico ineficaz basado en estas falsas
creencias, pueden estar perdiendo la oportunidad de obtener una ayuda que les es muy
necesaria” (Lilienfeld, 2005). Mencionaré pues aquí, algunos de los mitos de la psicología
popular más comunes, y lo que hay de real en todos ellos. De este modo todos nos
convertiremos, a partir de ahora, en divulgadores de ciencia en lugar de constructores de mitos.

1. La gente utiliza solamente el 10% de su capacidad cerebral:


Este es uno de los tópicos que se niegan a morir, simplemente porque sería
condenadamente bueno que fuera verdad (Della Sala, 1999). Ninguno rechazaría tener la
oportunidad de aumentar su capacidad cerebral si supiera cómo hacerlo, y por eso muchos

FUENTE: Scott O. Lilienfeld, John Ruscio, Steven Jay Lynn y Barry Beyerstein
empresarios, escritores e incluso neurocientíficos, nos ofrecen fórmulas mágicas para
conseguirlo. Sin embargo, la realidad es que el cerebro se utiliza en su totalidad. Y así se ha
demostrado con la ayuda de técnicas para la obtención de imágenes cerebrales, como los
electroencefalogramas o las tomografías (EEG, TAC o PET). Pero además otros dos principios
de la neurociencia crean problemas a este mito. Las áreas del cerebro que no se utilizan
(debido por ejemplo a lesiones o a causa de alguna enfermedad) tienden a hacer una de estas
dos cosas: o bien se degeneran o bien son reemplazadas por áreas cercanas. En cualquier caso,
es poco probable que un tejido cerebral en buenas condiciones esté mucho tiempo sin utilizar.
Por lo que, si solo utilizáramos el 10% de nuestro cerebro, el 90% restante estaría atrofiado.
2. Hacer escuchar a los bebés música de Mozart mejora su inteligencia:
El origen de este mito tiene lugar tras la publicación de un artículo en 1993, en el que
unos investigadores afirmaban que un grupo de estudiantes que habían escuchado diez minutos
de una sonata para piano de Mozart, demostraron una mayor habilidad en la realización de una
tarea de razonamiento espacial. Aquí nació el efecto Mozart, y los periódicos y los fabricantes
de juguetes, pronto se hicieron eco de esta noticia para especular y enriquecerse a costa de
padres, interesados en tener hijos más listos. El problema es que nunca se demostró que
escuchar una pieza de música clásica aumentara la inteligencia (sólo mejoraba la realización de
una tarea concreta, administrada inmediatamente después de escuchar a Mozart) y por otro
lado, este estudio nunca se aplicó en bebés, sino en estudiantes universitarios. Investigaciones
posteriores evidenciaron que un grupo que escuchaba una pieza animada de Mozart mejoraba
su rendimiento en un trabajo manual, frente a los grupos que escuchaban otra pieza
deprimente o ningún tipo de música. Pero también aumentaba su habilidad quien escuchaba un
fragmento de una historia de terror de Stephen King. Esto demuestra que, en realidad, la
excitación a corto plazo, es decir, cualquier cosa que aumente el estado de alerta, puede
incrementar el rendimiento en una tarea. Por lo tanto, si queremos realizar mejor una tarea,
podemos escuchar Mozart, pero tomando una taza de café podemos conseguir lo mismo.
3. Es mejor exteriorizar la ira que reprimirla:
Esta idea tiene más de dos mil años de antigüedad, pues ya Aristóteles nos hablaba de
la catarsis (expresión de la ira y otras emociones negativas) como una especie de “satisfactoria
limpieza psicológica”. También Freud creía que la ira reprimida puede llegar a enconarse y
provocar una agresividad desenfrenada, por lo que es importante expulsarla a tiempo. Algunas
terapias populares alientan al paciente a chillar, a golpear una almohada o a arrojar una pelota
contra la pared cuando está enojado (Lewis y Bucher, 1992). Sin embargo la investigación
sugiere que la hipótesis de la catarsis es falsa. Durante más de cuarenta años, los estudios han
demostrado que alentar la exteriorización de la ira aumenta la agresividad. Así pues, expresar la
ira no es más que una forma de echar más leña al fuego. Expresar la ira solamente será útil
cuando vaya acompañado de un método constructivo para la resolución del problema. Así que
si tiene la duda de si chillar a su amigo por haber llegado tarde, o expresar de forma tranquila y
afirmativa su resentimiento, opte por lo segundo.

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4. Una actitud positiva puede evitar el cáncer:
Son pocos los que nieguen la idea de que mantener actitudes positivas al enfrentarse a
las vicisitudes de la vida es un objetivo que vale la pena plantearse. Sin embargo muchas
fuentes dan por supuesto que las actitudes positivas y la reducción del estrés ayudan a derrotar
o a aminorar la gravedad del cáncer. ¿Hay pruebas que respalden esta suposición? La realidad
es que no. De hecho, los meta-análisis contradicen esta creencia popular, y los investigadores
han demostrado que no hay relación causa-efecto en absoluto. De hecho, en numerosos
estudios se ha evidenciado que el riesgo de sufrir cáncer de pecho entre un grupo de mujeres
que había experimentado un nivel superior de estrés en su trabajo era un 17% inferior al de las
mujeres que habían experimentado un estrés relativamente menor.
En un artículo previo sobre los libros de autoayuda (publicado en esta misma página),
expliqué los peligros que supone transmitir este mensaje, puesto que si las actitudes positivas
cuentan tanto, puede extraerse la lectura opuesta de que las personas estresadas y con una
visión poco optimista de sí mismas se están infligiendo un daño que podría desembocar en la
aparición de un cáncer. Que sepa usted que esto es una falacia. Ni existe una “personalidad
proclive al cáncer”, ni se ha encontrado ninguna asociación entre las actitudes positivas y
sobrevivir a la enfermedad. El trabajo terapéutico y los grupos de apoyo pueden mejorar sin
duda la calidad de vida de los pacientes, pero no prolongársela. Si transmitimos esta idea, las
personas que padecen cáncer pueden al menos encontrar cierto consuelo en el conocimiento de
que sus actitudes no tienen en absoluto la culpa de su enfermedad.
5. Los ingresos en los psiquiátricos y el número de delitos aumentan cuando hay luna llena:
El efecto lunar es una idea muy generalizada y popularizada a través de leyendas y
películas de ciencia ficción. Pero ninguna teoría lo evidencia. Algunos justifican esta creencia en
la influencia de la fuerza gravitatoria de la Luna que, del mismo modo que afecta a las mareas,
influye en las personas. Pero como dice el astrónomo George Abell (1979), si un mosquito te
pica en el brazo ejerce sobre tu cuerpo una fuerza gravitacional mayor que la que ejerce la
Luna. Además, las mareas no están influidas por la fase lunar –es decir, por lo visible que está
la Luna en el cielo desde nuestro punto de vista-, sino por su distancia a la Tierra. De hecho,
durante una “luna nueva”, la fase en que la Luna es invisible desde la Tierra, ejerce la misma
influencia gravitacional que durante la fase de luna llena. Investigadores han examinado si la
luna llena estaba relacionada con los suicidios, alteraciones psiquiátricas, nacimientos o ataques
al corazón. Ninguna de estas suposiciones se ha demostrado. Lo que sí han encontrado, que
puede ser lo que justifique que tantas personas inteligentes crean lo contrario, es lo que los
psicólogos denominamos correlación ilusoria (Chapman, 1969) y falacia de los casos positivos.
Consiste en que cuando un suceso confirma nuestras hipótesis tendemos a recordarlo; en
cambio cuando no las confirma, tendemos a ignorarlo o a reinterpretarlo para que encaje con
estas hipótesis. Así pues, cuando hay luna llena y sucede algo extraordinario aumenta la
probabilidad de que lo recordemos, pero cuando hay luna llena y no sucede nada fuera de lo
habitual, normalmente tendemos a ignorarlo.

FUENTE: Scott O. Lilienfeld, John Ruscio, Steven Jay Lynn y Barry Beyerstein

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