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Siglo xix

Las burguesías triunfantes del siglo XIX, vieron en la Historia un excelente medio
para crear conciencia y asentar la estabilidad social de los nuevos estados liberales.
En todos los planes de estudios se generaron visiones, que transcendieron a los
libros de texto, donde el objetivo fundamental era la trasmisión de una idea de
historia colectiva como nación: la Historia al servicio de los Estados. La perspectiva
nacionalista se extremó hasta limites peligrosos en los períodos de preguerra y
guerra europea y, sobre todo, en los regímenes totalitarios (recuerdense los libros
de texto del periodo franquista).

Esta posición era defendida por los pedagogos de la época. Así lo podemos
comprobar en multitud de obras de finales del siglo XIX y principios del XX. "El
objetivo de la enseñanza de la Historia en la escuela, - señala, en 1926, el conocido
pedagogo alemán, Richard Seyfert- es despertar el sentimiento nacional y el amor
a la patria". Otros lo analizaban con más clarividencia, como Rafael Altamira
cuando, en 1894, dice: "...la inclusión de la [Historia en los planes de estudio] (...)
obedece, con frecuencia, más que a un desinteresado amor por la Historia misma, a
razones políticas o de patriotismo, que le hacen ser principalmente una rama de lo
que se denomina 'instrucción cívica".

Esta ligazón entre proyecto político y enseñanza de la Historia ha estado vigente


mucho tiempo. Desde la misma aparición de la asignatura en el sistema educativo,
los estados han pretendido utilizar la Historia en la escuela, aprovechando su poder
de ordenación e inspección del sistema, para intentar configurar la conciencia de los
ciudadanos, ofreciendo una visión del pasado que sirviese para fortalecer
sentimientos patrióticos, valorar con excesivo énfasis las "glorias" nacionales o,
simplemente, crear adhesiones políticas.

SIGLO XXI

Es a partir de mediados de este siglo cuando, por un lado, la nueva historia ligada
fundamentalmente a la evolución de las sociedades y, por otro, la irrupción de las
llamadas Ciencias de la Educación, ha debilitado el discurso que explicitaba estas
intencionalidades, discurso que mantenían los gobiernos cuando elaboraban sus
cuestionarios de Historia y que, al parecer, siguen manteniendo.

Las nuevas tendencias didácticas concebían la historia como un instrumento


privilegiado para la formación de ciudadanos libres y con espíritu crítico y no de
entregados patriotas. La historia como materia educativa debe permitir utilizar las
posibilidades metodológicas del método histórico para enseñar a analizar
críticamente el presente, y para acercarse al pasado desde una posición intelectual
que busca la objetividad, independientemente de la relación que los
contemporáneos tengan con éste. Cuando estas tendencias han influido en los
gobiernos y se han pretendido realizar reformas, orientando la enseñanza de la
historia en este sentido, han surgido problemas.

En la medida que la Historia reflexiona sobre el conjunto de la sociedad en tiempos


pasados, y pretende enseñar a comprender cuáles son las claves que están detrás
de los hechos, de los fenómenos históricos y de los acontecimientos, los temas que
deban estudiarse serán los que mejor permitan visualizar estos fenómenos, sean de
aquí o de la China. Y es que la Historia tiene, por si misma, un alto poder formativo
para los futuros ciudadanos, en cuanto a que no les enseña cuáles son las causas
de los problemas actuales, pero sí sus antecedentes. Es un inmejorable laboratorio
escolar de análisis social.

La Historia, como ejercicio de análisis de problemas de las sociedades de otros


tiempos, ayuda a comprender la complejidad de cualquier acontecimiento, de
cualquier fenómeno social, político etc., y de cualquier proceso. Aquí radican sus
mejores posibilidades formativas

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