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fray Nicolás de Melo había sido elegido para asistir al capítulo general de
los agustinos6. Ambos emprendieron el viaje juntos por consejo del padre
custodio, quien había entregado al agustino sendas cartas para Su Santi-
dad, Su Majestad Católica y el padre general de la orden. Yendo en corn-
pañía, si a uno de ellos le ocurría algún percance, siempre podría el otro
entregar las cartas a sus destinatarios.
5 4. Fray Alfonso Cordero llevaba casi dieciséis años en la India
oriental, adonde se había trasladado en 1584 en el séquito de don Duarte
de Meneses como compañero del custodio y comisario general, fray Gas-
par de Meneses. Su vida había transcurrido en el convento de Coachin y
en otros monasterios de Chaubaisain, Damaun, etc., en relativa tranqui-
lidad7. La de fray Nicolás de Melo (por otro nombre Moral) fue hasta en-
tonces la de un aventurero a lo divino. Criado de un mercader en Sevilla
en 1564, en 1576 estaba en México donde tomó el hábito, y en 1584 pasó
a Filipinas en compañía de fray Juan de Valderrama, todo según el tes-
timonio de fray Tomás Márquez, procurador de las islas Filipinas y defi-
nidor del capítulo general de los franciscanos (cf. Q 13). Virtuoso y buen
religioso, era, no obstante, «hombre de poco assiento y sustancia, i que
no ahonda mucho las cosas*, aunque «discreto i de buen trato y conver-
sación*, siempre a juicio del citado fray Tomás8. Y esta pincelada psico-
lógica puede tener su importancia para lo que se verá después.
5 5. Ambos religiosos partieron de Ormuz en compañía de un fraile
armenio de la orden de San Gregorio (5 22) y, una vez en territorio persa,
tuvieron noticia de que una embajada del rey de España estaba a punto
de emprender el camino de regreso, lo que les hizo apresurar'el paso para
poderse unir a la comitiva9. Llegados a Ispahán, salieron de su error. Los
supuestos embajadores resultaron ser dos caballeros ingleses, Antonio, el
mayor, y Roberto Shirley, los cuales habían sido llamados a la corte des-
de Casbín por el shah Abbas. Su presencia en dicha ciudad obedecía, se-
gún creyeron los frailes, a que portaban un mensaje de la reina de Ingla-
terra para el monarca iraní. Pero más bien parece tener razón don Juan
de Persia, cuando afirma que don Antonio
AGS, Estado, neg. de Alemania, leg. 706; neg. de Roma, leg. 972. Advierto
que, por no estar debidamente foliados, no siempre me ha sido posible dar la nume-
ración exacta de cada documento en el correspondiente legajo.
AGS, Estado, neg. de Alemania, leg. 706.
AGS, Estado, neg. de Roma, leg. 972. Respetamos la ortografía de los docu-
mentos, aunque en beneficio del lector, se altere la puntuación y se pongan acentos.
Ibid.
LUIS GIL
«dijo ser primo del rey de Escocia, y que, tan conocido de todos los
reyes cristianos, era enviado dellos para que, como embajador suyo,
tratase con el rey de Persia que se confederase con ellos, para hacer
la guerra al turco, como a enemigo común del lo^»^^
Si no es verosímil que Isabel, en buenas relaciones con el turco por
entonces, buscase una alianza en contra de sus intereses, tampoco lo es
que ningún soberano de Occidente le diese a Shirley comisión alguna. La
realidad era, como lo demuestra su ulterior comportamiento, que ambos
hermanos, con un séquito de «hasta treinta y dos personas»", habían ido
a parar a aquellas latitudes como caballeros de fortuna en busca de su me-
dro personal. Hombre de pelo en pecho, el tal don Antonio12 tenía en su
haber un pasado de aventuras en las Antillas, en Italia, en Flandes, en
Francia y como corsario por los mares de la India al servicio de la sobe-
rana inglesa, con la que se había enemistado después de la prisión y
muerte del conde de Essex del que decía ser muy deudo13.
9 6 . El sliah, que en 1590 se había visto obligado a firmar la paz con
Turquía a costa de importantes pérdidas territoriales, tras haber puesto
en orden la situación interna de su reino, restaurando la disciplina en el
ejército y sometiendo a su autoridad las levantiscas tribus turcomanas, es-
peraba impacientemente el momento del desquite. Desde hacía tiempo le
rondaba por la cabeza la idea de «enviar él mismo embajada por las In-
dias de Portugal, para sólo el rey de España»I4 con vistas a organizar una
acción conjunta que cogiese al turco entre dos fuegos. La caótica situa-
ción interna del imperio otomano y su guerra con Hungría, que ya duraba
algunos años, deparaban una oportunidad excelente para un ataque si-
multáneo. Poco antes el rey Simeón de Kartli en Georgia se le había an-
ticipado al persa, movido por las mismas consideraciones, a buscar una
alianza militar con Occidente. Shirley captó enseguida los deseos del so-
berano y las posibilidades de montar una operación diplomática de altura
que diera lustre a su nombre y dinero a su bolsillo. Y así
«dijo al rey que otros muchos reyes había en Europa, en el poniente,
también cristianos y poderosos que querían juntarse con su Majestad
para contra el turco, y ansí convenía que fuesen para los reyes que
l5 Ibid.
l6 AGS, Estado, Costas de África y Levante, leg. 495.
352 LUIS GIL
Los cuatro caballeros persas eran Azán Alí Bec, Uruch Bec, el futuro
autor de las Relaciones, Alí Guli Bec, sobrino del embajador y Boniat
Bec. De ellos, salvo el primero, ninguno regresaría a Persia (O§ 42,43).
Iba también en la comitiva, a modo de capellán, el alfaquí Amir que
tendría un trágico fin (O 42). Entre los intérpretes cuatro, al menos, eran
cristianos, dos armenios y dos griegosz2.
3 10. La partida se efectuó, según las Relaciones, el «año de la En-
carnación de Cristo de mil y quinientos y noventa y nueve, jueves por la
tarde a nueve de junio»23. Sin embargo, el dato es inexacto. Antonio
Shirley con los ingleses, los frailes (y quizá los intérpretes armenios y grie-
gos) partió por lo menos con un mes de antelación y esperaron a los per-
sas en la ciudad de Casbín. Así se deduce de los documentos. La corni-
tiva, según los cálculos de fray Alonso Cordero, constaba de veinte o
veinticinco personas, lo que sólo puede convenir a la primera parte de la
misma. Francisco de Acosta, que llegó a Ispahán el 9 de julio de 1599,
afirmaba que los frailes portugueses habían abandonado la corte persa
dos meses antes (§ 22). El propio Antonio Shirley aseguró en Roma ha-
ber salido primero (§ 34). Lo confirman los hechos que vamos a conside-
rar a continuación. El 24 de mayo de 1599, fray Nicolás de Melo y An-
tonio Shirley escriben dos breves misivas al rey de España en la ciudad
de Gueilán para ponerle sobre aviso de la llegada en su día de la emba-
jada24. Decía el inglés que el poderoso Sofí de Persia le enviaba a su corte
y a la de los sobredichos príncipes para «tratar y concertar los medios
convenientes de poder coger con buen seso al enemigo común entre el
yunque y el martillo» y ponía como testigo de cuanto tenía hecho y ne-
gociado en aquella corte al reverendísimo padre fray Nicolás de Melo, «el
qual ha sido presente a parte dello, y a su poder me ha ayudado, el qual
trae tambien algun recaudo del Sofí para V. Magestad». Poniéndose así
bajo el resguardo de un religioso, pretendía disipar las dudas que sobre
sus creencias suscitase su nacionalidad.
§ 11. Con cierto candor el portugués aseguraba que el rey de Persia
le había «hecho su Comisario» para con la Majestad Catjlica y Su San-
tidad. Auguraba grandes bienes para la cristiandad como resultado de la
embajada y, para encandilar el interés del monarca español, añadía refi-
riéndose al Sofí:
25 Ibid.
26 Ibid.
"
Rel. 111 1, p. 201.
28 AGS, Estado, neg. de Roma, leg. 972. El embajador habla aquí erróneamente
de «un cierto Surianon al referirse al armenio.
LA EMBAJADA DEL SHAH ABBAS 1 355
3'
Rel. 111 3, p. 219, Uruch Bec menciona equivocadamente al fraile como domi-
nico.
32
Rel. 111 3 , p. 222. El retrato que hace aquí don Juan de Persia del inglés, como
«hombre de gran ingenio, aunque pequeño de cuerpo, amigo de grandes ostentacio-
nes, a costa de las rentas que no le dio propias la fortuna»,concuerda con lo que de
él diría don Guillén de San Clemente (8 16).
33
Rel. 111 4 , p. 225.
34
AGS, Estado, neg. de Alemania, leg. 706 (carta de don Guillén de San Cle-
mente del 21 de octubre).
35
AGS, Estado, neg. de Alemania, leg. 707, fol. 25.
36 Rel. 111 5, p. 233.
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40 Ibid.,fol. 26.
41 Ibid., fol. 27.
42. Ibid., fol. 24.
LA EMBAJADA DEL SHAH ABBAS 1 359
plata dorada. Al Inglés dos fuentes con sus jarros, siete copas grandes y
doze tazas, y a cada uno de sus officiales una copa de plata, y al Persiano
otras dos fuentes con sus jarros, doze tazas, seis candeleros y seis saleros,
y assimesmo se presentó a todos sus criados>>43.
§ 18. Con fecha del 4 de agosto d e 1601 don Guillén de San Clemen-
te pudo enviar información pormenorizada de lo tratado por los embaja-
dores del persiano en Praga, cuando ya estaba a punto de llegar Cusém
Alibey a la corte vallisoletana de Felipe II14. El gran Sofí hacía una serie
de propuestas, ofrecimientos y recomendaciones que se puede resumir en
los siguientes puntos:
- su amistad a todos los príncipes cristianos por el odio común al
turco.
- ponerse en pie de guerra, siempre que el peso de la misma no re-
cayese por entero en sus espaldas.
- la supresión de todo comercio que reforzase las finanzas y recur-
sos militares de la Sublime Puerta.
- la coalición, dinmiendo las mutuas diferencias, de los príncipes
cristianos frente al enemigo común.
- un plazo fijo para la iniciación de las operaciones.
- la movilización para la campaña de sesenta mil mosqueteros y
otros tantos jinetes, o más si era preciso, por su parte.
- rechazo de la guerra defensiva por ser «una perdita del tempo,
ruina delli huomini, delle facolta, et della riputazione».
- la ofensiva desde distintos lugares, no sólo desde Hungría.
- el envío de embajadores plenipotenciarios por parte del empera-
dor y de los príncipes confederados.
- pacto de no tomar resolución alguna, sin el consentimiento
general o de la mayoría de los confederados.
- establecimiento en Persia de embajadas permanentes de los sobe-
ranos de Occidente.
- compromiso de no retirarse de la guerra sin el consentimiento de
los demás confederados.
- hacer la paz o pactar treguas conjuntamente.
A cambio d e la aceptación de estas condiciones el shah ofrecía:
- libertad a los cristianos de circulación y estancia en sus reinos,
con privilegios amplísimos para sus bienes, tráficos y negocios.
- garantías para el ejercicio público y privado de su religión.
- la imposición por parte suya a todos los cristianos de sus reinos
del acatamiento de la autoridad del papa.
- la observancia del pacto por sus sucesores.
45
Zbid., fols. 50, 51, 52.
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seco con legami cosi stretti d'affinita, et d'amore»; que describiesen con
negras tintas la desolación de los territorios ocupados e hicieran hincapié
en la oportunidad del momento para declarar la guerra, señalando las de-
bilidades internas de Turquía, gobernada por un qrincipe o Tiranno sen-
za consiglio, et un gouerno pieno di debolezza». En cuanto a la situación
del Occidente, se les recomendaba minimizar los éxitos militares turcos,
encarecer la gran autoridad moral del papa y resaltar el poderío del
emperador y los recursos militares del Rey Católico, continuador de la
política de los monarcas portugueses, cuyas naves tantas veces habían de-
rrotado las galeras turcas en el mar Rojo y sino Pérsico, impidiendo así
la expansión de la Sublime Puerta por toda el Asia. IJna vez tomada la
decisión, el soberano persa debía comunicarla a Roma cuanto antes con
un enviado «senza strepito o pompa». A don Diego de Miranda, como
entendido en la materia, se le daba el encargo de informar urgentemente,
en lo relativo al persa, de «tutti i particolari della sua potenza, dell'ade-
renze, de i disegni, et d'ogn' altro simile particolare».
28. El Sumo Pontífice dio cumplida cuenta de todo este negocio al
embajador de España en la Santa Sede, el cual escribió, a petición suya,
a don Luis de Gama, gobernador de Ormuz5', y a don Arias Saldaña, vi-
rrey de la India53, sendas cartas de presentación para el padre Francisco
Acosta, quien, una vez cumplida su misión con el shah, debía rendir viaje
a la India para informar de su resultado y recabar, en su caso, el envío
desde allí de padres misioneros a Persia. A ese mismo efecto, el padre ge-
neral de los jesuitas escribió al provincial. Los dos portugueses, entre los
que surgieron al parecer algunas diferencias, decidieron tomar para su
jornada la vía de Moscovia. Fueron primero a Venecia, y allí les pudo ver
el embajador español, Francisco Vera, cuando estaban a punto de dirigir-
se a Praga.
O 29. Antes de su partida, se tuvo noticia en Roma de la llegada a
dicha ciudad de Antonio Shirley y de Cusém Alibey. Toca ahora seguir
los pasos de la embajada del persiano a la que dejamos ( O 17) en el mo-
mento de su despedida por el emperador. Desde Alemania prosiguió su
ruta por el itinerario descrito por Juan de Persia en su Relación VI. Una
vez en Italia, pasó de Mantua, donde fue bien acogida por el duque, a
Verona. Allí aguardó a que la Señoría de Venecia les concediese el per-
miso de entrada en la ciudad. Pero, hallándose en ella un embajador del
turco, no se atrevieron las autoridades a recibirla «porque no resultase
cosa que éste hizo con fecha del 27 de mayo de 1601, advirtiendo a los
destinatarios que, si bien el inglés había sido hereje y enemigo de España,
ahora que se había convertido estaba dispuesto a servir al Rey Católico
y sus avisos podrían ser de suma utilidad por ser hombre muy 'plático' en
lo relativo a las Indias Orientales.
3 34. El carácter irascible y la codicia del inglés se pusieron una vez
más de manifiesto cuando tenía ya puesto el pie en el estribo para mar-
charse. Los mil ducados que le diera para el viaje el Santo Padre le ya-
recieron insuficientes y el cardenal Aldobrandino tuvo que añadir otros
cuatrocientos de su bolsillo para contentarle. Por si el escándalo había
sido pequeño, Cusém Alibey vino a poner el broche de oro a la embajada
al exigirle a don Antonio la lista de los presentes para los príncipes cris-
tianos que le había entregado de parte del shah, «porque el dicho don
Antonio partió más de un mes antes i esperó al moro en un lugar de la
ribera del mar Caspio i aí le entregó el dicho presente» (4 De todos
ellos no quedaba el menor rastro. Shirley justificaba su ausencia afirman-
do que, por considerarlos de poca monta e indignos del soberano persa,
se los devolvió al rey secretamente, haciéndole creer a Cusém que se los
había enviado a la reina de Inglaterra. Su compañero de embajada argüía
«que la verdad es que assí del dicho presente como de otras cosas de va-
lor que en Moscovia i otras partes le an presentado.. . todas se las a to-
mado el Inglés i aun el dinero, i todo a gastado a su voluntad»65.Lo cual,
por desgracia, era muy cierto, y explica lo que de la prodigalidadde An-
tonio Shirley en Praga contaba a Su Majestad Católica don Guillén de
San Clemente ( O 16).
§ 35. Antonio Shirley debió de abandonar Roma a últimos de mayo
de 1601. La ironía del caso es que los persas no se enteraron en absoluto
de la resolución tomada por Su Santidad; tan grande fue el sigilo con que
la diplomacia vaticana y el embajador español llevaron el negocio. Y así
podía escribir ingenuamente don Juan de Persia: «Y cuando quisimos
partir de Roma y miramos por don Antonio, no pareció él ni los ingleses,
porque se habían El persa, por su parte, la dejaba el 6 de junio
de 1601 con un menguado séquito de «diez o doce moros», ya que tres de
los suyos se quedaron recogidos por el Romano Pontífice con el ánimo de
hacerse cristiano^^^. Clemente VI11 le dio a Cusim dos mí1 ducados como
que la ley de Dios era muy suave y que a nadie llamaba por fuerza; que libres eran,
que hiciesen lo que quisiesen, que su voluntad estaba en sus manos». El embajador
«los habló aparte, y viéndolos tan constantes y firmes en ser cristianos, los dejó» (Rel.
111 6, p. 243).
68 «Relacion de la embax.*" que el Rei de Persia envio con Don Antonio Sirlei
Ingles i Cussain Alibech Persiano* (AGS, Estado, neg. de Francia, leg. K 1630, fol.
121).
69 Consigna la fecha Luis CABRERA DE C ~ R D O B Relaciones
A, de las cosas sucedi-
das en la Corte de Esparía, desde 1599 a 1614, p. 109 (citado por N. ALONSOCORTÉS,
Rel., p. 23, nota 1).
Luis CABRERA DE C ~ R D O B A , p. 111 (cf. N. ALONSOCORTGS,Rel., p. 23,
o.c.,
nota 2 ) .
LA EMBAJADA DEL SHAH ABBAS 1 37 1
74
«LOque Su M.d del Rey Catt.Mnfo seiior es seruido que se responda de su
parte a lo que Cusem Alibey embax.Or del Ser.moRey de Persia le ha representado
dela de su Ser.d»(AGS, Estado, neg. de Roma, leg. 1856). Copia en el AMAE, SS,
leg. 15, fols. 254-256.
LA EMBAJADA DEL SHAH ABBAS 1 373
Ibid.
si Ibid.
s2 AGS, Estado, neg. de Roma, leg. 1856. El original de la carta puede leerse en
gran gentío a la puerta del aposento de los persas, movido por la curio-
sidad de contemplar tan exóticos personajes, y les impidiese la entrada el
alfaquí Amir, «un hombre descomedido y de malas entrañas* le mató de
una puñalada, sin que fuera posible, dada la oscuridad de la noche y el
consiguiente revuelo, encontrar al asesino. Al dolor de la pérdida del
compañero, a la amargura de no hallar la satisfacción debida al crimen,
se vino a sumar la vergüenza del escarnio. El cadáver fue enterrado «a la
usanza de Persia, con las ceremonias de allá, en el campo» por los siiyos.
«Cosa -comenta don Juan de PersiaS4- que salió toda la ciudad a verla
y causó mucha risa». Así que, con esta macabra despedida, los persas
prosiguieron su camino hasta Badajoz y desde allí rindiercn viaje en
Lisboa.
§ 43. Recibidos con gran pompa por el virrey, don Cristóbal dc
Moura, y regalados con la proverbial hospitalidad portuguesa, pasado al-
gún tiempo Cusdm Alibey despachó, junto con el canónigo Guasch, a
Uruch Bec a Valladolid para que diera cuenta a Su Majestad de lo suce-
dido. Con las visitas que en esta ciudad hizo a su compañero Guli Bec y
a los padres de la Compañía, el persa sintió la comezón de la fe y, adoc-
trinado por don Álvaro de Carvajal, capellán mayor y limosnero mayor
del rey, recibió el bautismo, junto con el sobrino del embajador, en bri-
llante ceremonia, en la que actuaron de padrinos los propios reyes. To-
maron, respectivamente, los nombres de Juan y Felipe de Persia. Disimu-
lando su conversión, con sus ropas de persiano, don Juan regresó a Lis-
boa con el intento de volver a su país para traerse de allí a su mujer y a
su hijo. Su nueva condición le hacía rehuir el trato de sus compañeros,
con excepción de Boniat Bec, su íntimo amigo, que también acabaría
convirtiéndose al cristianismo y habría de llamarse don Diego de Persia.
Y así anduvo fingiendo, hasta que, descubierto su secreto por el emba-
jador, la situación se hizo insostenible. Tras un violento altercado entre
ambos en el que salieron a relucir las espadas, tras librarse de un intento
de asesinato, don Juan y Boniat Bec se pusieron bajo la protección direc-
ta del virrey, quien a escondidas de Cusém Alibey les envió a Valladolid.
Desde ese mismo momento ambos amigos sabían que el regreso a la pa-
tria les estaría vedado para siempre.
§ 44. Y así, según se mire, con un éxito o un fracaso, terniin6 la em-
bajada. Cusem Alibey regresó a Persia con una exigua parte de su séqui-
to, sin que le acompañase el embajador del rey dE España solicitado por
su soberano. Felipe 111 finalmente siguió el consejo que le diera don
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