Professional Documents
Culture Documents
I. REFLEXIONES INTRODUCTORIAS
A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos
testigos32. Así pues, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del
Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado; esto es lo que
vosotros veis y oís33. (Hechos 2, 32-33)
1. El PAPADO DE FRANCISCO
Nos ha sido dado vivir tiempos nuevos bajo el signo de las sorpresas
del Espíritu. La renuncia del Papa Benedicto XVI, la elección de
Francisco, su extraordinario carisma pastoral que no cesa de atraer
a las muchedumbres, de acercar a los Medios de comunicación y de
tener viva la atención de los jefes de las naciones, la señal de
advertencia de la Exhortación apostólica EVANGELII GAUDIUM que
coloca a toda la Iglesia de frente al reto de una conversión
misionera: Todos estos acontecimientos nos han sorprendido por su
novedad, pero sobre todo por el Espíritu que los anima, a cincuenta
años del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Ya el concilio Vaticano II quería una Iglesia toda entera misionera.
Pero, ¿ésto es, de veraz, posible? ¿Acaso no estaremos siendo
tentados de caer en una ilusión o en la utopía? Delante de la
audacia y los cambios de acento del Pontificado de Francisco,
algunos se preguntan con preocupación y son tentados de darles
una interpretación negativa o “política” (hablan del Papa Populista)
1
y del mismo modo están otros grupos por naturaleza contestatarios
que sostienen que al fin ha llegado la hora de la modernización
liberal de la Iglesia. En este contexto de crecientes tensiones que en
ciertos ambientes se expresan abiertamente, es sabio reflexionar
con mayor profundidad y no reducir a juegos de poder entre
fracciones las tensiones inherentes a la estructura institucional y
carismática de la Iglesia. Tenemos una vez más que traer a la mente
las tensiones que vivió la Iglesia Primitiva en torno a las figuras
de Pedro, Pablo, Santiago y Bernabé, para comprender que
personalidades ricas de carismas y que están siempre sujetas a los
límites del pecado, pueden provocar tensiones fuertes y sin
embargo, fecundas.
Es necesario, entonces, que cada quien juegue el rol que le compete
según su carisma y en el respeto de las condiciones esenciales que
garanticen la unidad de la catolicidad.
Estamos viviendo en medida cada vez más creciente en una cultura
secularizada, antropocéntrica y narcisista, con las consecuencias
que se derivan de todo esto: individualismo, debilitamiento de
los lazos conyugales y familiares, idolatría del cuerpo, del
sexo y sobretodo del dinero y del poder que minan el respeto
de la dignidad humana bajo todas sus formas.
Tomando mayor conciencia del momento histórico que
atravesamos, con sus sombras y sus luces, notamos de modo
particular que más allá de los fenómenos superficiales de
entusiasmo o de desánimo, a menudo amplificado por los Medios de
2
Comunicación, el pueblo de Dios en su conjunto se alegra sin
reservas de la renovación que proviene del Obispo de Roma.
TESTIMONIAL.
3. AMAR LA CRUZ
4
cruz, abrazar la cruz? Desde siempre ha habido burlas sobre la
cruz. Es de sobra conocido el epigrama burlón de Goethe:
Puedo soportar muchas cosas. Soporto casi todo lo que me fastidia,
como quiere Dios, con ánimo tranquilo. Son muy pocas —cuatro— las
cosas que me repugnan tanto como el veneno y las serpientes: el
humo del tabaco, las chinches, el ajo y el signo de la cruz. (J. W. Goethe,
Venezianische Epigramme, n.° 66, 1790 (trad. Cast.: Epigramas venecianos, Madriz, Hiperrión,
2008).
6
destrucción, un demérito. Pero podemos tener la experiencia de
mirar de otra manera, y entonces la cruz de Cristo, y nuestra cruz
con él, aparecerán bajo otra luz diferente. Esto es algo que no se
puede comprender en abstracto. En el plano vivencial, la cruz
puede resultar un bien, una gracia.
7
nueva de Dios, el cumplimiento de las promesas, el amor y el
perdón del Señor. El siervo de la parábola sale a los caminos para
convocar a la fiesta a los excluidos (cf. Lc 14, 15-24). El profeta, por
su parte, va al encuentro del pueblo elegido para invitarle a la
conversión, para anunciarle que, a pesar de su rebeldía y su dura
cerviz, Dios está dispuesto a renovar la alianza. El pastor, en la
perspectiva mesiánica, además de reunir a los hijos dispersos, los
hace permanecer en la alegría. Misión suya es poner en camino a
los hijos de Dios hacia el encuentro gozoso con el Padre.
Formar y formarse para la alegría y la esperanza es, sin duda, una
aspiración de todos nosotros, pero no siempre lo conseguimos. Es
tarea árdua descubrir el camino de la alegría pascual y conducir a
las personas y comunidades a producir el fruto del Espíritu que es
la alegría según el Evangelio. La tarea es muy exigente, pues
supone, como veremos, descentrarse de uno mismo y anteponer los
intereses de los otros y de la comunidad a los propios.
Más adelante le preguntaremos a la Carta a los filipenses, la carta
de la alegría, qué entraña la educación de la comunidad cris-
tiana y de nuestro mundo en la alegría en el Señor. Sin
embargo, vamos a detenernos un momento en qué dificultades y
obstáculos encontramos los cristianos y pastores para vivir y
cultivar la gozosa esperanza a la que Pablo exhortaba a la
comunidad de Roma:
8
Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos
al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en
más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu
fervoroso; sirviendo al Señor con la alegría de la esperanza;
constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compar-
tiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que
se alegran, llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos
para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien
por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin
devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los
hombres: en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con
todos los hombres; no tomando la justicia por cuenta vuestra... Antes
al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene
sed, dale de beber... No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence
al mal con el bien (Rom 12, 9-20).
9
realización. El deseo de hacer carrera, de mandar y dominar, in-
cluso si se hace con el deseo de conducir al otro a la fe y a una vida
acorde con los mandamientos, se alza como un serio obstáculo para
caminar en la alegría. ¡Qué difícil resulta no querer hacer carrera,
mandar, dominar...!
Por otro lado, es preciso ser consciente de las condiciones ne-
cesarias en el educador y pastor: quien busca autoafirmación y au-
torrealización en la acción pastoral ni encontrará alegría, ni formará
a las personas y comunidades para una auténtica y gozosa
esperanza. Los clérigos, aun con la mejor voluntad, si nos situamos
como maestros y no como hermanos, nos cerramos el camino para
el servicio de la esperanza y podemos ser un obstáculo para que el
pueblo elegido descubra la fuente de la verdadera alegría. Sin dar-
nos cuenta, podría sucedemos como a los maestros de la Ley, que
imponían fardos pesados a los pobres y débiles en la fe. Ni entraban
ellos en la alegría del Reino ni dejaban entrar a los pequeños.
Si el relativismo obstruye el camino hacia la gozosa esperanza —
pues cierra el horizonte de la verdad, fuente de libertad y vida—, no
es menos cierto que también lo obstruyen los maestros que pre-
tenden controlar la fe de los débiles y no cesan de dictarles lo que
deben hacer, confundiendo la verdad de Dios con las mediaciones
relativas. Dios mira el corazón, mientras que los maestros de la Ley
se quedan en las apariencias. Así, se incapacitan para llevar
adelante una auténtica formación para la alegría. No es lo mismo
educar para el deber que educar para vivir desde el don. Y
10
precisamente esta es la tarea. Benedicto XVI insiste en la necesidad
de vivir del don. No es menos exigente, pero la exigencia nace de la
experiencia gozosa. El amor puede ser mandado porque antes nos
ha sido dado. Porque en la eucaristía el Señor se hace pan partido
para la vida del mundo, la persona eucarística descubre que su
vocación es ser pan partido con Cristo para la vida del mundo. La
experiencia de la comunión se traduce en el don de sí a los demás.
Añadamos una observación importante: la misión propia del mi-
nistro del Evangelio es dar testimonio de Dios y de su salvación, sin
pretender convencer a los demás con una dialéctica estéril. Pablo
exhortaba a Timoteo, su fiel colaborador, a evitar la palabrería, la
discusión inútil y estéril, como condición indispensable para man-
tener el combate de la fe (cf. 2 Tim 2, 14-18; 4, 1-8).
Pasemos ahora a resaltar algunos puntos de la Carta a los fili-
penses. Antes de nada, podemos plantearnos las siguientes pregun-
tas: ¿por qué el apóstol desea formar a la comunidad en la alegría
pascual?; ¿en qué circunstancias lo hace y cómo lo hace?; ¿qué
busca al formar para la alegría pascual?
11
alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres» (4, 4). Pero esto no
quiere decir que la comunidad no viviera graves problemas. La
denuncia de los judaizantes y de aquellos que actuaban como
enemigos de la cruz de Cristo, así como las diferentes llamadas a la
humildad, a tener en cuenta a los demás, a evitar las rivalidades y
envidias, etc., bastan para mostrar que la exhortación a la alegría
acontece en el corazón de una existencia dramática.
Alegrarse en el Señor o estar alegres en el Señor comporta una
manera de situarse en la vida, en el dramatismo de la existencia.
Pablo presenta la alegría como una constante del carácter cristiano.
Es fruto de estar enraizados en Cristo, en el dinamismo de su
humillación y glorificación. El creyente sabe, a pesar de los signos
contrarios, que el Señor está a la puerta, cercano y activo. No se
trata de buscar caminos de evasión ante las pruebas inherentes a la
vida y la misión en medio del mundo, sino de afrontarlas desde la
comunión con Cristo. De la misma manera que la resurrección se
enraíza en la noche de la cruz, así la energía y la alegría del
cristiano brotarán de la comunión con los sufrimientos de su Señor.
En la medida en que el discípulo y apóstol participe en la muerte de
Cristo, participará del poder de su resurrección (cf. Flp 3, 10). La
alegría se vive, entonces, desde la humildad y la debilidad. Es la
condición para estar alegres en el Señor.
En el centro de la carta se halla un himno cristológico que es una
auténtica joya y que subraya esta idea. Jesús es siempre la referen-
cia última del apóstol y de la comunidad. Porque se anonadó y se
12
humilló haciéndose obediente hasta morir en la cruz, fue exaltado y
recibió el nombre sobre todo nombre (cf. Flp 2, 6-11). Jesús no
buscó el gozo inmediato, sino que se mantuvo firme en el combate
hasta derramar su sangre y así abrió el acceso hacia el Padre que el
pecado había cerrado (cf. Heb 12, 1-4). Pablo rechazará también
toda tentación de evasión y afrontará la vida con sus dificultades.
Dadas las necesidades de la comunidad, el apóstol opta por
quedarse entre los hombres en lugar de partir con Cristo, aun
cuando para él esto último era, con mucho, lo mejor (1, 21-24).
Asimismo, reacciona contra los que proponen una vida de bienestar
y de gloria, como enemigos de la cruz de Cristo (3, 2ss). Pablo
insiste en asumir con realismo el tiempo presente. Es una cuestión
de comunión con el Señor. En efecto, él entró en la historia para
instaurar el Reino a través de la ofrenda de su propia vida, de la
humildad y la humillación, de la obediencia hasta la muerte. No
hay salvación ni alegría fuera de la comunión con la cruz del Señor.
Ella constituye el único camino para compartir la luz y gloria de la
resurrección.
Porque no hay salvación fuera de la historia, Pablo exhorta a la
comunidad a huir de los paraísos artificiales y a vivir de
acuerdo con el dinamismo de la encarnación redentora. Para
ello predica el Evangelio de la gracia e invita a la comunidad a
cultivar, en sus relaciones, los mismos sentimientos de Cristo. Y
porque el poder de la resurrección está ya actuando en la
comunidad, la carta se convierte en una vibrante llamada a la
13
alegría: los sufrimientos por los que pasa el apóstol encarcelado y la
comunidad acosada son una buena ocasión para dar a conocer a
Jesucristo a los hombres, esto es, para llevar a cabo la misión
recibida.
«La alegría en el Señor», tanto para el apóstol como para la co-
munidad, es siempre la alegría pascual. Se vive entre cadenas y
persecuciones, entre luchas y conflictos con los de fuera y con los
dentro. La verdadera alegría no está reñida con una cierta angustia
e indignación ante los dolorosos y dramáticos acontecimientos de la
historia. En efecto, «el poder» de la resurrección, centro del mensaje
apostólico, permite asumir con gozo y esperanza la prisión, así
como las sospechas y traiciones, incluso situarse con alegría ante la
muerte. El mismo fracaso misionero, esto es, el hundimiento de
tantos y tantos años de trabajo y oración, no paralizan al apóstol ni
le arrebatan la alegría profunda, pues sabe que la fuerza de la
resurrección tiene la última palabra en la historia de los hombres y
la comunidades. Esa fuerza le permitía perseverar en la acción,
afrontando las dificultades y rechazando obstinadamente la tenta-
ción de la huida vergonzante. La vida del apóstol y de la comunidad
se edifican sobre la de aquel que se despojó de su rango y su forma
divina, para revestirse de la forma de siervo, que no se hace atrás
ante las insidias de sus adversarios (cf. Is 50, 4-9). La resurrección
es la palabra definitiva de Dios. La cruz es palabra penúltima, cami-
no de gloria y triunfo (cf. Is 52, 13-53, 12).
La formación para la alegría y la esperanza cristianas supone, por
14
tanto, partir del dramatismo que caracteriza la existencia. San
Agustín recordaba que los que no confortan a los débiles para
afrontar las pruebas con decisión y confianza son pastores
negligentes. Si les inducen a esperar prosperidad y bienestar, esa
misma prosperidad será la causa de su ruina. Únicamente quien
edifica sobre roca caminará en la alegría de la esperanza. «¿Cómo
definir a los que, por temor a escandalizar a aquellos a los que se
dirigen, no solo no los preparan para las tentaciones que se
avecinan, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo,
siendo así que Dios mismo no la prometió?».
Formarse y formar para la alegría, por tanto, reclama de nosotros
ser lúcidos y, a la luz de la experiencia paulina, interrogamos sobre
cómo vivimos estos puntos esenciales:
— ¿Hasta qué punto es Cristo muerto y resucitado el centro
vital y unificador de nuestra existencia de discípulos y
«apóstoles» en la comunidad cristiana? Acoger y anunciar el
evangelio de Dios, esto es, ser testigos de Jesucristo es lo único
importante para Pablo y sus colaboradores en la evangelización.
Secundarias son las circunstancias en que se lleve a cabo el
testimonio. La debilidad y la prisión, lejos de ser obstáculos,
pueden convertirse en la circunstancia idónea. ¡Cómo cuesta
entenderlo! El apóstol forma a la comunidad en la alegría dando
testimonio de ella con sencillez, humildad y verdad. La educación
se lleva a cabo más que mediante discursos, mediante el
testimonio y el contagio. La prisión de Pablo podía verse como un
15
obstáculo, pero él la vive como una posibilidad de que el nombre del
Señor sea conocido. Y lo mismo ocurre con la rivalidad de quienes
lo anuncian con segundas intenciones. El apóstol de las gentes no
tenía más interés que dar a conocer a Jesucristo. Era su centro
vital. Por eso podía decir con toda verdad: «Al fin y al cabo, hipócrita
o sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá
alegrándome». La razón es clara: «Para mí la vida es Cristo, y el
morir, una ganancia» (1, 12-26). Cuando la vida y la acción del
discípulo no está centrada en el Señor, se cierra él mismo el camino
para experimentar la alegría del Señor. Quizás podamos llegar a ser
buenas personas o buenos funcionarios de la religión, pero no
contagiaremos la alegría fruto del Espíritu.
— ¿Nos alegra sabernos siervos de Cristo, compartir su misma
condición? Jesús tomó la forma de siervo y el apóstol encuentra su
gozo en compartir su suerte. La alegría del apóstol y de la comu-
nidad reside, en última instancia, en la unión y conformidad con la
suerte del Siervo. Para vivir de la alegría del Señor es necesario
superar la mera relación exterior con él. Cristiano de veras es quien
deja vivir a Cristo en él (cf. Gal 2, 20). El exterior debe ser la
expresión del interior. La vida en Cristo es comunión con los
sufrimientos y las alegrías del Siervo.
—La alegría, en definitiva, se presenta como una manera de
situarse en la existencia dramática de nuestro mundo. Se puede
hacer desde uno mismo, desde ciertos valores o desde la cultura, o
hacerlo desde el Señor muerto y resucitado. En ello se centra la
16
actividad apostólica de Pablo respecto de sus comunidades.
La alegría constituye la tónica dominante en la vida y la misión de
Pablo. El apóstol se halla inmerso en el misterio de Cristo y esta
experiencia le llena de gozo y de fuerza, de modo que las situaciones
difíciles se transfiguran y se convierten en fuente de vida y coraje
misionero (cf. 2 Cor 2, 3; 6, 10; 7, 4.13; 8, 2, etc.). Se presenta así
como una manifestación del Espíritu y uno de los signos del reino
de Dios (Rom 14, 17; 15, 13; Gal 5, 22; 1 Tes 1, 6). Sirve para
caracterizar las relaciones entre la comunidad y el apóstol (Flp 4, 1;
cf. 1 Tes 2, 19s).
17
Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando
siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a
causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el
primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en
vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el día de Cristo
Jesús. Y es justo que yo sienta así de todos vosotros, pues os llevo en
mi corazón, partícipes como sois todos de mi gracia, tanto en mis
cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio. Pues
testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón
de Cristo Jesús. Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga
creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo
discernimiento, con que podáis aquilatar lo mejor para ser puros y sin
tacha para el día de Cristo, llenos de los frutos de justicia que vienen
por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios (Flp 1, 3-11).
19
mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos
sentimientos. Nada hagáis por rivalidad ni por vanagloria, sino con
humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí
mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los
demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo (2,
1-4). Hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona,
manteneos así firmes en el Señor, queridos (4, 1).
Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio
de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga
de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis
acordes por la fe del Evangelio, sin dejaros intimidar en nada por los
adversarios, lo cual es para ellos señal de perdición y para vosotros
de salvación. Todo esto viene de Dios. Pues a vosotros se os ha
concedido la gracia de que por Cristo... no solo que creáis en él, sino
también que padezcáis por él, sosteniendo el mismo combate en que
antes me visteis y en el que ahora sabéis que me encuentro (1, 27-
29).
21
confianza en medio de las fragilidades; el Señor obra el querer y el
poder. En medio del mundo es preciso luchar con alegría. La alegría
del apóstol es la alegría de la comunidad.
Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es
quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece.
Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis
irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una
generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como
antorchas en el mundo (2, 12-15).
24
Me alegré mucho en el Señor de que ya al fin hayan florecido vues-
tros buenos sentimientos para conmigo. Ya los teníais, solo que os
faltaba ocasión de manifestarlos. No lo digo movido por la necesidad,
pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso
y sobrado... Todo lo puedo en Aquel que me conforta. En todo caso,
hicisteis bien en compartir mi tribulación. Y sabéis también vosotros,
filipenses, que en el comienzo de la evangelización, cuando salí de
Macedonia, ninguna Iglesia me abrió cuentas de «haber y debe», sino
vosotros solos... No es que yo busque el don, sino que busco que
aumenten los intereses en vuestra cuenta... Mi Dios proveerá a todas
vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en
Cristo Jesús (4, 10-19).
25
V. EL APÓSTOL Y LA COMUNIDAD UNIDOS EN EL MISMO
COMBATE
Pablo antepuso las necesidades de la comunidad eclesial incluso a
su propio provecho espiritual. Aunque para él lo mejor y más se-
ductor era «partir para estar con Cristo», decidió quedarse al
servicio de los filipenses, para ayudarles a progresar en la alegría y
en la fe (cf. 1, 21-24). El trabajo a favor de la comunidad será
motivo de orgullo en el día del Señor. Ofrecerse en libación por la fe
de ellos es motivo de alegría, a la que invita los cristianos de Filipo.
No cesa, por otra parte, de exhortar a la comunidad a tomar parte
en los trabajos del Evangelio, a compartir el combate de la fe, a des-
cubrir como una verdadera gracia los sufrimientos y padecimientos
por Cristo. Habla la experiencia, no son simples teorías.
La comunidad debe alegrarse y congratularse con el apóstol, pues
los sufrimientos de alumbrar la fe en la comunidad y en cada uno
de sus miembros son el signo de que realmente está participando
en la vida del Señor. El seguimiento de Jesús es un camino de
comunión y de configuración con la muerte de Jesús para parti-
cipar en su gloria. Esta es la verdad, como venimos diciendo, que
determina toda la existencia del apóstol y de la comunidad. No son
dos vidas paralelas, sino que se hallan unidas en Cristo.
Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el
sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegraría y congratularía con
vosotros. De igual manera, también vosotros alegraos y congratulaos
conmigo (2, 17-18).
26
No puede formar para la alegría quien permanentemente se lamenta
de su situación o de los trabajos a causa del Evangelio. Si la
formación tiene como meta dar la forma de Cristo a la comunidad,
esto supone dolor y desgarro tanto en quien alumbra como en quien
es alumbrado. Se habla siempre del dolor de la mujer que da a luz,
pero se olvida el sufrimiento del bebé que abandona el seno mater-
no para enfrentarse a un mundo nuevo y, en ocasiones, inhóspito.
De manera similar, abandonar la cultura y sus criterios de valor y
de acción supone siempre un desgarro interior. Esto lo olvidamos
con frecuencia los que venimos de la cristiandad. Quien quiera ser
cristiano hoy debe aceptar de antemano el rechazo de la sociedad y
de la propia familia. La fe no es una situación confortable a los ojos
del mundo. La formación se realiza, ante todo, mediante la pedago-
gía del testimonio y del contagio.
VI. CONCLUSIÓN
27
como en lo negativo de la realidad, la presencia salvadora del Señor.
Él nos da la vida y las cosas, él nos ofrece el perdón de los pecados
y nos introduce en la vida divina. La alegría, por tanto, se
encuentra en el centro vital de la persona del creyente. En la vida y
la muerte somos del Señor. Esta convicción sostiene la alegría del
apóstol en medio de las alegrías y tristezas de nuestro mundo.
Tratemos de concretar algunas pautas prácticas, pues la alegría del
Espíritu también requiere un cierto equilibrio de vida en la cultura
y sociedad en que cada uno lleva a cabo su vocación y misión.
28
2. Formar y formarnos para el gozo del perdón.
Dios nos perdona siempre. En lugar de angustiarnos por nuestras
dificultades, heridas y limitaciones (nada de esto impide luchar), es
preciso disfrutar con el perdón del Señor. La alegría de la salvación
nos ha sido dada en Cristo Jesús. Pablo insistía sobre este punto a
sus comunidades: «No estéis tristes, es el día del Señor: id,
comed...» (Neh 8). Renovarse en el sacramento de la alegría, del
perdón.
29
4. Formar y formarnos para leer los acontecimientos de la
existencia en clave teologal.
El creyente sabe que la historia no está sometida al destino ciego,
sino que es Dios quien la conduce hacia la meta fijada por él de
antemano, sin por ello eliminar la libertad del hombre. El libro de
los comienzos de la humanidad y de Israel se cierra con unas
palabras muy significativas. Son una lectura de fe que supera la
lectura «moralista» (justa en sí, pero insuficiente). Muere Jacob, el
padre de José, y sus hermanos acuden a este para pedirle que no
tenga en cuenta su crimen; y, para salvar sus vidas, se ofrecen
como siervos suyos. Pero no es esa la lectura de fe, sino esta: José
responde a sus hermanos: «No temáis, ¿soy yo acaso Dios? Vosotros
intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar
vida a un pueblo numeroso, como hoy somos» (Gn 50, 19-20). Y los
consoló e infundió confianza. Así pues, lo propio de la lectura
teologal es asumir el proyecto de Dios a través de hechos y
acontecimientos a veces dolorosos y nefastos.
30
6. Formar y formarnos para dar razón de la esperanza.
Dar razón de nuestra esperanza no siempre resulta cómodo, pero
siempre es gozoso si lo hacemos con fe, sencillez y modestia.
«Aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos de vosotros. No
les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al
Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero
hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia,
para que aquello mismo que os echen en cara sirva de confusión a
quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo» (1 Pe 3, 13-
17). Solo los testigos gozosos de la fe podrán comunicar a sus
hermanos la alegría de creer. La misión es, ante todo, contagio y
testimonio. Los jóvenes vendrán si ven en los creyentes rostros
alegres y prontos para el servicio por amor.
31