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la cual el icono es «un signo que se refiere al objeto que de-
nota, sólo en virtud de sus caracteres propios, que posee del
mismo modo, tanto si el objeto existe como si no existe»
(52.247).
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atrae nuestra atención sobre el fragmento de realidad que re-
produce icónicamente...).
Con todo, se ha podido aplicar la noción de icono a los sig-
nos que llamamos icónicos, porque según Peirce también los
iconos mentales son abstracciones, esquemas, que sólo recogen
ciertos aspectos del singular, y que se construyen en la mente
volviendo a coordinar las sensaciones, a base de sensaciones pre-
cedentes. Son como los dibujos, que imitan una forma, quizás
un color, pero no los aspectos táctiles del objeto (5.300–306).
Así se comprende en qué sentido, como ya habían afirma
do otros filósofos, el proceso sígnico se identifica con el pro-
ceso abstractivo del pensamiento. Se trata de elegir algunos
aspectos generales de los datos de la experiencia, y de cons-
truir una especie de modelo estenográfico: la teoría del ico-
nismo dice que este modelo tiene la misma forma que el objeto
significado.
El concepto de forma, del que Peirce no habla mucho, es
fundamental para comprender el concepto de icono. El icono
tiene las propiedades configuracionales del objeto del cual es
icono. Peirce afirma que tanto un diagrama como una expre-
sión algebraica son icónicos en cuanto, aunque no tengan todas
las propiedades del objeto (3.362), reproducen sus correlacio-
nes formales.
¿Por qué una expresión algebraica es un icono? Porque las
relaciones abstractas expresadas por
( x + y ) z = xz + yz
todo M es P
un S es M
ergo, un S es P
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es un icono de las relaciones entre los tres términos, porque
«el hecho de que el término medio se desarrolle entre dos pre-
misas en realidad se exhibe, y así debe hacerse, ya que en otro
caso la relación no sirve» (3.363).
(x)[F(x) ⊃ G(x)]
(∃x)[F(x) • G(x)]
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forma del pensamiento y la forma gráfica. Con todo, es preciso
ver qué quiere decir que existe relación visual entre las dos
formas. Ante todo, hay relación entre forma gráfica y forma
del pensamiento, pero no se ha dicho que exista entre forma
del pensamiento y forma de las cosas.
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sujetos a pasiones — los santos son hombres — los santos
están sujetos a pasiones, se expresa como
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El estar o no sujeto a pasiones no es un problema de es
pació. Todo lo más, y hablando en términos de lógica tradi-
cional, es un problema que se refiere a tener o no una deter-
minada propiedad. ¿Por qué la lógica moderna traduce este
tener o no una propiedad, en términos de pertenencia o no
a una clase? Por convención, precisamente para eliminar la idea
ingenuamente realista que se sobreentiende en la concepción
de la inherencia de un accidens a un subjectum. Pero ¿perte-
necer a una clase es un hecho espacial? Ciertamente no, salvo
en el caso de que yo pertenezca a la clase de todos aquellos
que están en un determinado espacio; pero si pertenezco a la
clase de todos aquellos que tienen pasiones, la clase es una
abstracción, y no un espacio. ¿Y por qué en la representación
por círculos la clase se convierte en un espacio? Por conven-
ción. Por lo tanto, el estar o no dentro de un círculo no tiene
nada de icónico, es una relación fijada por convención, y todo
lo más es icónico de otra representación convencional por cír-
culos (lo cual equivale a decir que un signo es parecido a todos
los demás signos que tienen la misma forma y substancia de
la expresión, o sea, una bandera blanca, roja y verde es igual
a todas las banderas blancas, rojas y verdes). Siguiendo a Peirce,
se podría decir que la imagen mental del diagrama es icónica
respecto al diagrama; pero esto equivale a decir que, una vez
fijado el diagrama, lo percibo y hago que corresponda a una
imagen mental, o, por lo menos, que las imágenes retínicas son
proyecciones del objeto. Pero lo que se discute es si un signo
como un diagrama es icónico respecto a la relación que expresa;
y vemos que lo es en el sentido de que se establece una relación
proporcional entre dos relaciones (A:B = B:C) y que solamente
una convención ha identificado la pertenencia lógica con la per-
tenencia espacial y nos ha acostumbrado a identificar ambas
cosas, que no están en modo alguno en relación de iconicidad.
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Euler son icónicos no porque representen la realidad, sino por-
que representan una lógica que está regida por la misma ley de
los diagramas. Por lo tanto, se ha propuesto una equivalencia
convencional inicial, según la cual la relación de inherencia con
un espacio corresponde a la relación de pertenencia a una clase,
de la misma manera que la relación de no pertenencia al propio
espacio corresponde a la relación de no pertenencia a la misma
clase, y así sucesivamente. Tenemos aquí una perfecta defini-
ción de iconismo como isomorfismo (regulado, no por leyes de
«semejanza» fotográfica, sino por leyes de proporción mate-
mática) entre la forma de la expresión y la forma del contenido.
La relación de semejanza con la realidad está completamente
ausente en todo este discurso.
Pero resulta que aquí el discurso sobre los signos nos remi-
te a las mismas estructuras de la percepción y posiblemente
a nuestras estructuras neurales. No nos queda más remedio
que aceptar como dato objetivo esta tendencia humana a tra-
ducir sucesiones temporales en relaciones espaciales, y a la in-
versa, lo cual condiciona nuestra capacidad de pensamiento abs-
tracto, llevándonos a proyectar las correlaciones lógicas, una vez
establecida la regla, en correlaciones espaciales (pertenencia a
la clase) o en correlaciones temporales (el propter hoc que siem-
pre asume la forma de post hoc.).
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III. En cuanto a Peirce, el problema se plantearía más
bien en lo que se refiere a la relación entre los diagramas (y
las metáforas) y los iconos mentales, que a veces parecen muy
semejantes a las imágenes eidéticas. En este caso, Peirce no
haría otra cosa que proponer dos definiciones del iconismo, la
segunda de las cuales se propondría en términos de una teoría
de la intuición. En tal caso, sus reiteradas afirmaciones de rea-
lismo escotista se deberían entender en el sentido de que el
icono mental tendría todos los caracteres de la species impressa
escolástica, la cual depende, para su forma, de la cosa (y en ello
consiste, en su primer grado, el conocimiento como adaequatio
rei et intellectus). Con lo que estaríamos de nuevo ante una teo-
ría del iconismo que nos remite al segundo extremo del dilema
«Nomos–Physis», y el signo sería efecto físico de la forma de
la cosa.
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sugiera la idea bastante llana de que se componga de la com-
binación de un icono de mujer y de un icono de chino; porque
es evidente que desde este punto de vista, el proceso de des-
composición puede retroceder hasta lo infinito, en tanto que
en una teoría intuitiva de los iconos, la mujer china no sería
otra cosa que el reflejo de un objeto correspondiente, en su
unidad «gestáltica», que precede a nuestra percepción. Por lo
tanto, el objeto perceptivo es un construido (semiótico) y no
se da icono que no sea producto de una operación constitutiva.
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IV. Todo lo que se ha dicho suscita nuevas objeciones
apenas nos preguntamos, por ejemplo, cómo es que dos confi-
guraciones sonoras (por ejemplo, dos variantes, como token, de
la misma palabra, como type) sean reconocibles, precisamente
como variantes concretas de un mismo modelo. La sospecha de
reconocimiento ¡cónico anida en las profundidades de la per-
cepción sensible, y aun admitiendo que dos círculos de Euler
constituyen dos artificios convencionales, el problema vuelve
a plantearse en el momento en que nos preguntamos cómo es
que reconocemos dos círculos como tíos círculos. Lejos de eli-
minar el problema del reconocimiento cíe las formas, la cues-
tión del iconismo nos lo plantea a niveles más profundos, ha-
ciendo creer que motivación y convención constituyen una pa-
reja de categorías que se ha de utilizar según un principio de
complementariedad, como la partícula y la onda en la física de
la luz. Pero hemos llegado a un resultado: estamos en condicio-
nes de eliminar una explicación en términos de motivación
¡cónica, siempre que ésta se proponga como definición de un
signo. El principio de complementariedad se manifiesta como
válido a niveles de investigación más analíticos, es decir, en una
neurofisiología de la percepción. En el ámbito de los signos ha
de ser posible en todo caso hablar en los términos de las con-
venciones que los han instituido como instrumentos culturales.
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