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1 – El estilo
¿Qué propone el nominalismo? Toda teoría nominalista postula que las ideas sólo son verdaderas
en tanto en cuanto son algo encarnado, es decir, vivido (27). De un marcado antiintelectualismo, se
dice que la perspectiva científica sólo es una entre otras; la razón tiene un papel puramente
instrumental: no es un valor en sí, sino una herramienta (28). Además, bajo esta doctrina, no hay una
demostración abstracta de que un sistema de valores sea preferible a otro. Lo importante es tomar ciertos
valores referenciales, pero, para ello, es necesario repasar ciertos asuntos
Existen dos concepciones antitéticas de la historia. La primera es la historia como proceso lineal: En ella,
el devenir histórico se plantea como una línea que une un estado antehistórico (paraíso terrenal,
jardín del Edén) a otro posthistórico (instauración del reino de Dios en la tierra). Esta concepción se
encuentra tanto en el judeocristianismo como en el marxismo a nivel estructural, pero con diferentes
contenidos. En efecto, Mientras que la teoría marxista «ortodoxa» reproduce bajo una forma laica, la
teoría cristiana de la historia, de la teoría neomarxisla o freudomarxista -puede decirse que refleja,
más estrictamente, la del judaísmo clásico (29). Mientras el marxismo ortodoxo se relaciona con la
llegada efectiva de la salvación, a semejanza del cristianismo, en el neomarxismo esa salvación es
puesta en duda, pero se espera de tal modo que el esperar mismo es operante y fecundo.
Para la concepción lineal de la historia, esta tiene un sentido y una dirección: progresa necesariamente
pues está dotada de una finalidad hacia la que tiende. Esto, por supuesto, condiciona el papel del hombre
como agente libre: El hombre no es libre de hacer de la historia lo que quiera; no le queda otro
remedio que aceptar la revelación que le es hecha por medio de la más alta autoridad posible
dentro del sistema («Dios en el esquema judeocristiano, la «ciencia» en el marxista).
La otra concepción, es decir, la cíclica, Se funda en la intuición de una armonía posible, basada en la
regularidad de los de los ciclos y la conciliación de los contrarios (30). Aquí, no hay ni principio ni fin
en la historia, sino un cúmulo de repeticiones, de ciclos, de una ontología que ya no es exterior o
trascendente con respecto al devenir de los hombres, sino confundida con él. De este modo, podría
decirse que lo trascendente pasa ahora a verse en un plano de inmanencia. El problema de esta
concepción, que está representada a través de un círculo, es que en el interior del círculo los
acontecimientos siguen desarrollándose con arreglo a un orden inmutable, de modo que hay cierto
rastro de trascendencia típica de la historia concebida linealmente. Frente a esta imagen del círculo, se
ofrece la imagen esférica nietzscheana, en la que la historia carece de sentido: sólo tiene el que le
dan quienes la hacen. Sólo mueve al hombre en tanto en cuanto es antes movida por él.
La configuración del mundo tampoco tiene un sentido, es decir, no hay un orden que podamos
aprehender a través de la razón, el cual nos conduzca a la conclusión de que existe un ordenador detrás,
un mecanismo con su mecánico.