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denominación que aparece al final de la columna principal de este blog.
domingo, 13 de septiembre de 2009

La segunda vanguardia. Los '60 en la Argentina: las


voces diferentes

por Jorge Ariel Madrazo

Los escritores argentinos, principiantes o ya formados, que en los ’60


desafiaron al canon dominante, se exaltaban como sus pares de
cualquier parte con la carrera al Cosmos, la libertad sexual y el Flower
Power, las guerras de liberación y la revolución cubana. Subsistían los
ecos del poema Aullido entonado en 1956 por Allen Ginsberg, cuyo
misticismo escatológico convulsionó la década. Nos desvelaban
Vietnam, la teología de la liberación, el boom novelístico (y también
poético) latinoamericano, el Tropicalismo de Gilberto Gil, la Nueva
Trova cubana, Joan Baéz y Dylan. Alzábamos altares a En la
Masmédula, el enorme poema de Oliverio Girondo, tan audaz como el
Trilce vallejiano. Cuando llegaban a nuestras manos, devorábamos El
Corno Emplumado, Pájaro de Cascabel, El Techo de la Ballena.

¿Qué fue propiamente argentino en aquella oleada artística del 60?


¿Fue una vanguardia? Lo fue en cuanto al empuje negador de gestos
poéticos momificados, a su interés más extendido por un
experimentalismo que incluyó la mezcla de jerga culta y tanguera-
popular, y la fe de muchos (que más tarde algunos pagaron con la
vida) en “la” revolución. Lo fue porque transformó el lenguaje: por
primera vez desde Girondo y González Tuñón nuestra literatura
mayoritaria hablaba argentino. Era una oleada provocadora que en
una de sus vertientes -la más explícitamente política- detestó a ciertos
próceres y recuperó a nuestros caudillos populares del siglo 19.
Volvimos al Popol Vuh…

Por entonces invadía la gran ciudad una música de raíz folclórica más
compleja y de espíritu continental: la encarnaron Mercedes Sosa y
Atahualpa Yupanqui; los jóvenes “ilustrados” giraban en el vértigo del
happening y del Instituto Di Tella, toda una nueva era estética… Nacía
el rock del Río de la Plata. Y lo más crucial: se vivía por parte de
núcleos más decididos la resistencia a las dictaduras militares que,
con respaldo de buena parte de la población “bien pensante”,
derrocaron a Perón en el 55, a Frondizi en el 62 y a Illia en el 66,
desmantelando en cada caso la economía y la cultura. La
radicalización ideológica y hasta una reivindicación del peronismo,
formidable movimiento de masas aun cuando se propusiera la alianza
de clases desde un burocratismo y un personalismo muy
cuestionables, caló hondo en prestigiosos intelectuales y poetas.

Neruda, Vallejo (dos nombres gigantescos que nos dividían en dos


bandos), Lorca, Miguel Hernández, Alberti, Cernuda, Drummond,
Vinicius, que nos visitó y que publicó en Buenos Aires “Para vivir un
gran amor”, eran con los grandes franceses, con Perse, Pessoa, los
norteamericanos, Eliot, nuestro pan cotidiano. Revivió el ideario
americano del Modernismo rubendariano, impulsor de una "América
latina" con destino propio. En la pintura alternaban el Informalismo, el
surrealismo y la nueva figuración expresionista, uno de cuyos artistas
más emblemáticos, Luis Felipe Noé, defendió teóricamente “al caos,
única estructura de toda realidad”.

Y la poesía de los 60 reflejó en buena medida un realismo a veces


caótico, delirante y mal hablado. El vos destronó al castizo y bien
educado “tú”. La sintaxis se liberaba día a día. Poetas militantes, como
Juan Gelman, integraban el mítico grupo El pan duro, ligado al partido
Comunista y que organizaba numerosos recitales públicos. Varios de
esos poetas pasaron luego al grupo La Rosa Blindada, liderado por el
legendario editor –recientemente fallecido- José Luis Mangieri y de
tendencia más chinoista. Sobresalían en aquella estética el
coloquialismo y una cadencia narrativa entre pavesiana, passoliniana y
ginsberiana; por fortuna, eran unos cuantos los que rechazaban el mal
llamado realismo socialista, tanto como evitaban la pose melancólica
de los imitadores del genial Rilke y a los hispanistas declamadores y
adocenados, abundantes aún hoy.
Los principales voceros de los distintos sectores de izquierda literaria
fueron, aparte de La Rosa Blindada, El grillo de papel y El escarabajo
de oro a fines de los ‘50 y principios de los ‘60, la revista de poesía
Barrilete a mediados de los ‘60, Hoy en la Cultura (1962-1966); y
Contorno, de espíritu sartreano y combativo, acaso la más influyente
en el medio universitario-intelectual de la época, piloteada por los
hermanos David e Ismael Viñas, con Juan José Sebreli, Leon
Rozitchner y otros. Y como vocero de la onda beatnik-ecologista: Eco
Contemporáneo, de Miguel Grinberg.

El caso de Juan Gelman es bien notable por sus quilates poéticos, su


fidelidad al cambio personal permanente dentro de una línea de gran
coherencia, y sus trascendentes aportes rupturistas. sin abandonar por
esto un sustento último sensual-social ligado al coraje civil y a los
ritmos del habla de su pueblo. Su primer libro, Violín y otras
cuestiones, apareció en 1956, y ya desde el título –que remite a El
violín del diablo– saludaba a Raúl González Tuñón. Tanto el
imaginario (poblado de personajes marginales) como el tono de los
primeros libros de Tuñón, fue ampliamente recogido por muchos
poetas del sesenta. En Velorio del solo (1961), Gelman escribió su
"arte poética": "Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío (…) A
este oficio me obligan los dolores ajenos,/ las lágrimas, los pañuelos
saludadores,/ las promesas en medio del otoño o del fuego,/ los besos
del encuentro, los besos del adiós,/ todo me obliga a trabajar con las
palabras, con la sangre".

Aparte de Gelman, tres de los poetas más originales, algo mayores


que el resto pero cuya obra más duradera es fruto del imaginario
colectivo sesentista y con fuerte presencia hasta nuestros días –al
menos, los dos primeros-, se apartarían también radicalmente del
lirismo de cuño europeísta. Hablo de Joaquín Giannuzzi, Leónidas
Lamborghini y César Fernández Moreno, hermanos mayores del
grueso de los sesentistas, con quienes coincidían –salvo excepciones-
en el discurso de fuerte voltaje político-coloquial.

En Giannuzzi hay, en un singular registro poético, una mirada más


epifánica de los objetos cotidianos, la vida social podía ser vista por él
como amenaza, junto a una aguda conciencia de la finitud. El universo
de Giannuzzi es desencantado e indiferente: la salvación está en el
vigor raigal de lo que existe pese a todo.

Sobre él se escribió a su muerte, el 26 de enero de 2004: «Joaquín


Gianuzzi, uno de los más grandes poetas argentinos del siglo XX,
murió ayer en Salta, donde pasaba sus vacaciones. Tenía 79 años.
Aunque sus libros fueron publicados uno tras otro, aunque ganó el
Premio Nacional y el Premio Municipal y más premios, quizás Joaquín
Giannuzzi no fue conocido de manera masiva y su nombre fue, más
bien, una contraseña entre lectores. Y entre lectores que escriben:
Giannuzzi es tomado como precursor por una nueva generación de
poetas, que en los años 90 destacó su poesía, que tenía como punto
de partida las pequeñas cosas cotidianas. De partida, no de llegada:
"la poesía –decía- es un modo de acceder a un conocimiento
trascendente. Con mi poesía quiero plantear los enigmas de este
mundo". Detrás de eso iba.

Había nacido en Buenos Aires en 1924 y era el hijo de un marmolero


italiano que quería, por supuesto, un hijo ingeniero…”. Algo del poeta-
constructor es visible en sus poemas, como en el libro de 1967 “Las
condiciones de la época”:

“Escuchando en el laúd la nota antigua / uno ve poetas en el pasado y


no asesinos. / Ve la ingrávida sustancia incorporada / a la calamitosa
energía de la historia / y esta confusión no termina de aclararse. /
Increíbles poetas entre nubes de sangre / salvando a medias la
verdad, dejando el resto / a la convicción del crimen general…”

En una entrevista, quien suscribe tuvo este diálogo con Giannuzi, que
creemos ilustrativo:

- Tu poesía plantea la relación siempre conflictiva entre lo natural, lo


que está allí con su propia ley, y frente a eso lo humano, sometido a
una arbitraria confusión, a una degradación que es como un destino.
Siento en tu poesía la presencia del destino, aunque en apariencia
hable de lo cotidiano.

- Destino, o falta de destino, o de sentido. Creo que hay dos claves en


mi poesía: ante todo, una especie de nostalgia por un orden perdido,
el orden natural; y otro –has hablado del deterioro- esa suerte de
fatalidad del tiempo, la aguda conciencia del tiempo, de la finitud. Yo
tengo un sentimiento trágico del tiempo, así que tengo un sentimiento
trágico de la literatura, pese a que es la única redención. Eso no quita
que pueda haber otras claves.

- Llama la atención la recurrencia en tu poesía de ciertas palabras:


oscuridad, negro, brumoso; y otras: error, confusión, devastación,
tiempo carnívoro, yo calcinado...

- Hay palabras que tienen resonancia poética, más allá del sentido.
“Oscuridad” es una de mis obsesiones. Lo mismo que “error”. Lleva a
pensar en las falacias, fisuras o fallas del mundo visible. Siempre me
llamó la atención la definición que dio Conrad sobre la misión de la
poesía, o del arte en general: “Rendir justicia al mundo visible”. Una
frase que autoriza a lecturas profundas. Una de las lecturas que podría
hacerse de ello, es decir por ejemplo que este mundo visible reclama
un significado, una representación estética, una sublimación…”

A su turno, Lamborghini es quien más se ubicó del lado de las masas


peronistas, quiso ser “la voz de los sin voz”. Ello origina un lenguaje
poético deliberadamente fragmentario y balbuceante, deliberadamente
“feo” y antipoético. “Esto no es poesía”, clamaron los teóricos del
establishment. Lamborghini arremetía con sarcasmo vitriólico y fraseo
inédito. Su libro Las patas en la fuente (1965) no condesciende a
ninguna de las efusiones sentimentales con que se abordaban los
temas sociales, un hecho que, pese al respaldo de Leopoldo
Marechal, confinó a Lamborghini a un aislamiento que terminaría
cuando su poética –hecha de parodia, reescritura y distorsión– fue
recuperada en los 80 y 90. Él mismo remarcó:

Yo intenté una ruptura desde la tradición de la gauchesca,


considerando como elemento esencial de ésta esa "risa paisana" que
le da su sello y que, tal como uno la leía en esas obras, no era
simplemente humor, sino que, como la risa de la que estamos
hablando, era responder a la distorsión con una distorsión
multiplicada: "tanto dolor que hace reír", dice Discépolo.

Ahí estaba la parodia, ahí estaba el grotesco, ahí estaba la caricatura:


era la risa del bufón expresando de ese modo la condición humana en
situaciones límite: el país convertido en la pista de un circo, con toda
una sociedad convertida en nada más que público, espectadora de
sus piruetas y cabriolas… Planteaba para ese momento una escritura
política pero en la que los problemas del estilo y de la política fueran
una sola cosa a resolver.

Me detengo un momento
por averiguación de antecedentes
trato de solucionar importantísimos
problemas de estado;
vena mía poética susúrrame contracto,
planteo, combinación
y remate.

En vez
tú no tienes voz propia
ni virtud
dijo
y escribes sólo para
yo quise decirle mentira mentira
para purificarme…”
………..

O bien:

……………………………

“Se lo ve
encogido,
en cuclillas,
de espaldas
a ella,
tomándose entre
sus manos-muñones
la cabeza,
vuelto
hacia adentro,
los ojos reducidos
a una
fruncida rayita,
cuando ella
le advierte
con prontitud:
–no, no,
el que me
embarazó fue
aquel pájaro,
-deseosa
de aclarar
de inmediato
el equívoco,
al tiempo que,
levantando el brazo,
señala hacia
arriba
con su apenas
esbozada mano…”

[…]

Nacido en 1927, luego de abandonar la Universidad trabajó como


tejedor, a partir de 1956 Leónidas Lamborghini se dedicó
intensamente al periodismo –igual que Giannuzzi- y a la poesía, por la
cual recibió el rápido reconocimiento de escritores como Marechal,
Juan L.Ortiz y Girondo. Se exilió en México con su familia entre 1977 y
1990, año en el que regresó a la Argentina. Su obra poética, una de
las más originales y revulsivas de la literatura actual en lengua
española, incluye títulos como Al público (1957), El solicitante
descolocado (1971), Episodios (1980) y Odiseo confinado (Premio
Boris Vian 1992). El conjunto de su obra recibió el Premio Leopoldo
Marechal, en 1991.

Otra figura emergente recobrada en nuestros días, que aunque


surgida en la búsqueda mística y precolombina que también tiñó a los
60, se destaca del pelotón: Miguel Ángel Bustos (“desaparecido” por la
última dictadura militar) incorporó a sus poemas, en Fragmentos
fantásticos (1965) y Visiones de los hijos del mal (1967), el misticismo
y la magia, aunque de una manera que le debía poco al surrealismo
europeo.
I.

Afuera oigo la lluvia, adentro siento la lluvia. Mi cuerpo de barro se


deshace.

[de Visión de los hijos del mal,1967.]

… Ah, día de los días, patria salvaje, inocente eternidad. Cielo de


quietud, bello abismo: mañana del Verbo. Fui en aquel sin tiempo, un
perpetuo amanecer y pasé la celeste muralla; región de banderas y
soles llevados por dioses; crucé su puente en llamas , encarnación de
las niñas, dejé la mañana y entré en la Noche del Verbo’.

[de El Himalaya o la moral de los pájaros, 1970.]

El surrealismo, en cambio, es claramente perceptible en la obra de


Alejandra Pizarnik, a caballo entre los ’50 y los ’60. Como sucede con
Gelman y González Tuñón, la poesía de Pizarnik sería difícilmente
concebible sin la precedencia del grupo Poesía Buenos Aires. O sin la
cercanía con cierta línea estetizante y despolitizada de Sur, revista con
la que solía colaborar. Según señaló lúcidamente César Aira en un su
libro monográfico sobre la poeta, Pizarnik "vivió y leyó y escribió en la
estela del surrealismo". Sin embargo, los poemas tan breves como
intensos de Pizarnik –recogidos en Árbol de Diana (1962), Los
trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura
(1968) y El infierno musical (1971)– tuercen los postulados
surrealistas. Observa Aira: "Pizarnik invierte el procedimiento
surrealista poniendo la evaluación, el ‘Yo crítico’, al mando de la
escritura automática.”

Por su parte, nacida en 1937, Susana Thénon (Edad sin tregua, 1958,
Corazón de piel afuera, 1959) publicó De lugares extraños en 1967.
ese libro constituye, desde su nombre mismo, un emblema de lo mejor
que pasó en la poesía argentina de los sesenta: la audacia y la libertad
de hacer que lo conocido se tornara extraño.
Sueño quebrado

Sueño quebrado
levántate y anda
Marcha de mi frente
abre mi tierra.
Levanta
ruda muralla de niños
al dólar de fuego y zarpa de balas.
Vuelve
joven enamorado del agua
al mordido corazón rebelde,
abraza y besa prieto hasta la llama
pedernal de lágrimas,
mi corazón
clavado a pico de sangre
en las vigilias desnudas de mi cuerpo.

[de Corazón de piel afuera, 1956.]

…El vacío tiende al vacío y así llaman amor


a la atracción ciega de lo igual por lo igual
sin comprender que es muerte,
nada más que muerte y despojo.
Y en tanto que en la sangre, en sus cisternas,
algo se ha liberado de los hilos
y libre se desliza a la nada,
otros cierran puertas, corren pasadores,
rebuscan en sus sueños
hasta encontrar desnuda a la locura,
sospechan del ave y de los ojos de los ratones,
muerden libros como cuerpos, a tambor,
a campana batiente, para mejor dormir / entre algodones sucios y
pajaritas.
[de Lugares extraños, 1967]

Por último, en esta rápida reseña de figuras de la poesía que


adquirieron especial relieve en los años ’60 –aun cuando hubieran
surgido a la consideración poética en años anteriores- hay que
mencionar a César Fernández Moreno, uno de los hijos (y el más
destacado en el campo literario-intelectual) del muy recordado
Baldomero Fernández Moreno.

Nacido en Buenos Aires en 1919 y muerto en París en 1985, el primer


libro de CFM, Gallo ciego (1940), contó con un famoso prólogo en
verso de su padre, B. Fernández Moreno. A esta época también
corresponden Romance de Valle Verde (1941), La mano y el seno
(1941), El alegre ciprés (1941), La palma de la mano (1941).

Sin embargo, en 1953, con la publicación de Veinte años después, va


a dar un giro sustancial, dirigido a un nuevo tipo de poesía, menos
preocupada por el brillo formal y abierta a lo que en aquellos años se
conoció como poesía conversacional. Esta tendencia tuvo en el mismo
Fernández Moreno, en el nicaragüense Ernesto Cardenal y en el
uruguayo Mario Benedetti a sus máximos exponentes. En el caso del
autor argentino, alcanzó su cumbre expresiva en el año 1963 con la
publicación de Argentino hasta la muerte. En 1982, Fernández Moreno
publicó Sentimientos completos, que reunía el conjunto de su obra
poética hasta esa fecha.

Un ejemplo de la propuesta poética de César Fernández Moreno:

enormes escalinatas rampas rampantes


pero se sube por el pastito
aquí las vacunas nunca prenden
los timbres de alarma sólo suenan cuando se descomponen
entonces de todos modos nadie se alarma
la policía solo descubre a los terroristas cuando se les caen las
bombas
los teléfonos se cortan solos ni las malas noticias pueden recibirse de
un tirón
cuando alguien lleva un libro en la mano es su autor
cuando no es una caja de ravioles
y de pronto salta Macedonio Fernandez zapateando un malambo con
Pascualito Perez
pero no me hable de la literatura argentina ni del atletismo nacional
no crean en lo general en el general
crean en lo particular en el particular
crean en algunas firmas no crean en ningún sello aclaratorio
la realidad tiene más de veinticinco renglones por foja
de qué sirve un papel bajo la lluvia
y bueno soy argentino

[de Las palabras, 1963]

Otro tramo de lo que consideramos su aporte definitivo a la poesía


argentina y latinoamericana, y por lo cual sin duda será recordado:

…tienen cuerpo las palabras tocan y son tocadas

son caramelos se las puede lamer chupar mamar

hierven como peces en un estanque tropical

tienen tantas formas como las valvas según las rocas a que se
adhieran

pero importa mucho más lo que contiene su nacarado seno

la vida deliciosa frágil del ser que las habita

son transparentes para que resplandezca su contenido

son crisálidas clavos ardiendo

granadas que revientan en la mano si no se arrojan a tiempo


sólo viven para morir

son pilotos suicidas

perecen al tocar su objetivo

[…]

todo es todo la verdad radica en soplos

la poesía la dice no hay otra ciencia exacta

la dice en cierto modo con ciertas palabras

confunde esas palabras las calienta para impedir que la vida se


entumezca en ellas

hace converger la vida en las palabras

bosques vecinos uniendo sus incendios

el poeta nace se hace se deshace

se rehace renace

es el inspector más general

un contemplativo sin contemplaciones

todas las cosas le interesan por igual pero a algunas les presta
demasiada atención

a otras demasiado poca

es un científico cuya mente funciona sin datos

es un deslenguado

es una cruza de perro y dactilógrafo


para ser poeta basta con saber oler y escribir…

[…]

ustedes qué harían si vieran descender un plato volador

correrían a contárselo a todos

cualquier cosa que ve el poeta le parece un plato volador…

[…]

…aunque los dedos se le agarroten o se le derritan

a la madrugada levantándose o acostándose

con el deseo con el hartazgo

él estaba escribiendo

se quedó ciego y siguió escribiendo

el poema es el arma perfecta

complejo aceitado compacto

todo poeta vive como un pistolero

con el corazón en la boca.”

[de Argentino hasta la muerte, Editorial Sudamericana, Buenos Aires,


1963]

Hasta aquí, esta reseña sin pretensiones de exhaustividad y sí de


constituir un apunte útil para rescatar, de los ’60 argentinos (sobre
todo, de su vertiente más urbana) algunos nombres que marcaron con
fuerza el terreno poético de esa época y que siguen marcándolo en
nuestros días aunque, paradójicamente o no, varios de ellos hayan
sido de algún modo excéntricos al lapso generacional considerado.
Por idéntica razón –el recorte elegido en el universo de nombres
posibles y el tipo de análisis por el que se optó– han quedado fuera de
esta reseña poetas de remarcable valor y trascendencia que, con eje
en los ’60, siguen siendo figuras destacadas de la poesía argentina
contemporánea, como Juana Bignozzi, Alberto Szpunberg, Gianni
Siccardi o el muy recordado Francisco “Paco Urondo”, devenido
luchador revolucionario y muerto en una emboscada por las fuerzas
del régimen militar instaurado en la Argentina en marzo de 1976: su
libro “Nombres”, de 1964, fue uno de los títulos fundamentales de la
década.

Jorge Ariel Madrazo (Argentina, 1931). Poeta, ficcionista,


traductor y ensayista. Ha publicado libros como Espejos y
destierros (1982), Testimonios del fin de milenio.
Conversaciones con Elizabeth Azcona Cranwell (1998) y De
mujer nacido (2003).
arielmadrazo@yahoo.com.ar

mutante en 12:59

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Datos personales

mutante
Uno de los más inspirados exploradores del impulso evolutivo de la
consciencia humana durante el siglo XX y la era actual, publicó revistas
emblemáticas como Mutantia, fundó redes ecologistas en variadas latitudes,
desarrolló el concepto de Multiversidad, creó la dinámica meditativa
Holodinamia y mediante traducciones, ediciones y obra personal ha
concretado más de cincuenta libros inspirados por su sensibilidad poética,
espiritual y visionaria. Ha traducido a Thomas Merton, Mahatma Gandhi,
Jalaludín Rumi, el Maestro Eckhart, William Blake y otros. Sus obras más
recientes son la 4ª edición de Cómo vino la mano, Celebración de la vida
intensa, Desarrollo intuitivo, Somos la gente que estábamos
esperando, Ternura: deleite supremo y Poesía y Libertad.
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