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Detenerse en las emociones que pertenecen a un lugar significa entonces hablar de los sentimientos
y de las sensaciones, de las experiencias sensibles que tienen como anclaje el mundo físico y que
quedan grabadas de un modo invisible en ese lugar en el que se han producido, creando una forma
emocional que es una parte fundamental de su carácter e identidad.
Así mismo esta adherencia emocional sitúa la percepción, la experiencia y las pautas que articulan
los relatos cotidianos de las vidas, y por lo tanto también crea sus memorias. Entonces es ahora
cuando se logra entender con mayor facilidad que “la memoria no es sólo responsable de nuestras
convicciones sino también de nuestros sentimientos”4. Esto es especialmente importante para
comprender la relación entre el lugar y la emoción que aquí se estudia.
Ya que como se ha dicho si bien puede desaparecer la forma física de un lugar, no ocurre lo mismo
con su forma emocional. Es más, cabe esperar que el desequilibrio del sistema producido por la
ausencia de aquella altere irreversiblemente su forma simbólica, que así redimensione su naturaleza,
abriendo más espacio para consolidar lo mejor de si misma en un proceso de reajuste que facilite su
asimilación como pérdida. No se puede pues infravalorar el poder del medio material porque:
“cuando cualquier suceso nos obliga a transportarnos a un muevo medio material,
antes de adaptarnos atravesamos por un periodo de incertidumbre, como si
hubiéramos dejado atrás toda nuestra personalidad: esto es tan cierto como que las
imágenes habituales del mundo exterior son inseparables de nuestro yo”.5
Sin embargo, este proceso es un sistema abierto a otras variables, no sólo la del tiempo que puede
reequilibrar la intensidad de estos flujos de sentido, sino también a las variables que están en el
origen de la pérdida y pueden condicionar profundamente la proyección sentimental sobre el lugar.
Un acto de violencia como puede ser el que te expulsen de la casa, de tu lugar de sentido, queda
registrado como una experiencia fundacional de otro ciclo emocional en el que se habitará a partir de
entonces, y que marcará una naturaleza distinta en las maneras de hacer y sentir. Sirva esto para
enfocar la mirada al amplio espectro de reacciones posibles, entre las que se encuentran una
necesidad de olvido gestionada de muy distintos modos.
Por otra parte se contempla seriamente que “sin el olvido no existe la posibilidad de crear” 6. Si esto es
así se podría hacer la siguiente analogía; si la memoria fuera materia, la perseverancia emergente de
la vida demandaría temporalmente un espacio vacío en el que proseguir. En este sistema abierto
donde la memoria es un recurso latente y por lo tanto es siempre el recuerdo su potencia para la
acción.
Referencia: Lamúa, C. (2011). Lugares y emociones: de cómo hacer ganchillo con el territorio [Trabajo de fin de
Master]. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, pp. 31-33.