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Ludwig von Mises

Lunes 20 de octubre de 2014

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Este artículo fue entregado originalmente como una conferencia en la Universidad de Princeton, octubre de 1958, en la 9
ª Reunión de la Sociedad Mont Pelerin.

yo

El fin del siglo XVIII prevalecieron dos nociones de libertad, cada una de ellas muy diferente de lo que hoy nos referimos
a la libertad y la libertad (=Freedom).

La primera de estas concepciones era puramente académica y sin ninguna aplicación a la conducta de los asuntos
políticos. Era una idea derivada de los libros de los autores antiguos, cuyo estudio era entonces la suma y la sustancia
de la educación superior. A los ojos de estos escritores griegos y romanos, la libertad no era algo que debía concederse
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a todos los hombres. Era un privilegio de la minoría, ser retenido de la mayoría. Lo que los griegos llamaban democracia
era, a la luz de la terminología actual, lo que Lincoln llamaba gobierno por parte del pueblo, pero la oligarquía, la
soberanía de los ciudadanos de pleno derecho en una comunidad en la que las masas eran meteques o esclavos. Incluso
esta libertad bastante limitada después del cuarto siglo antes de Cristo no fue tratada por los filósofos, historiadores y
oradores como una institución constitucional práctica. Como lo veían, era una característica del pasado
irremediablemente perdida. Lamentaron el paso de esta edad de oro, pero no conocían ningún método para volver a ella.

La segunda noción de libertad no era menos oligárquica, aunque no se inspiraba en ninguna reminiscencia literaria. Era la
ambición de la aristocracia terrateniente, ya veces también de los patricios urbanos, preservar sus privilegios contra el
poder creciente del absolutismo real. En la mayor parte de la Europa continental, los príncipes siguieron siendo
victoriosos en estos conflictos. Sólo en Inglaterra y en los Países Bajos la gentry y los patricios urbanos lograron derrotar
a las dinastías. Pero lo que ganaron no fue libertad para todos, sino sólo libertad para una élite, para una minoría del
pueblo.

No debemos condenar como hipócritas a los hombres que en esas épocas alababan la libertad, mientras conservaban las
discapacidades legales de muchos, incluso la servidumbre y la esclavitud. Se enfrentaron a un problema que no sabían
cómo resolver satisfactoriamente. El sistema tradicional de producción era demasiado estrecho para una población en
constante aumento. El número de personas para las que había, en un sentido completo del término, no dejaba lugar a los
métodos pre-capitalistas de agricultura y artesanía, aumentaba. Estos supernumerarios eran pobres indigentes. Ellos
eran una amenaza para la preservación del orden existente de la sociedad y, durante mucho tiempo, nadie podía pensar
en otro orden, un estado de cosas, que alimentara a todos estos pobres desgraciados. No podía tratarse de concederles
derechos civiles plenos, ni mucho menos de darles una parte de la conducta de los asuntos del Estado. El único
expediente que los gobernantes sabían era mantenerlos callados recurriendo a la fuerza.

II

EL SISTEMA PRE-CAPITALISTICO del producto era restrictivo. Su base histórica fue la conquista militar. Los reyes
victoriosos habían dado la tierra a sus paladines. Estos aristócratas eran señores en el sentido literal de la palabra, ya
que no dependían del patrocinio de los consumidores que compraban o se abstenían de comprar en un mercado. Por
otra parte, ellos mismos eran los principales clientes de las industrias de transformación que, bajo el sistema de gremios,
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se organizaban en un esquema corporativo. Este esquema se oponía a la innovación. Prohibió la desviación de los
métodos tradicionales de producción. El número de personas para las que había puestos de trabajo, incluso en la
agricultura o en las artes y artesanías era limitada. Bajo estas condiciones, muchos hombres, para usar las palabras de
Malthus, tuvieron que descubrir que “en la fiesta poderosa de la naturaleza no hay cubierta vacía para él” y que “ella le
dice que se haya ido” .1 Pero algunos de estos parias sin embargo Lograron sobrevivir, engendraron hijos e hicieron que
el número de indigentes creciera irremediablemente más y más.

Pero entonces vino el capitalismo. Es costumbre ver las innovaciones radicales que el capitalismo provocó en la
sustitución de la fábrica mecánica por los métodos más primitivos y menos eficientes de las tiendas de artesanos. Esta
es una visión bastante superficial. El rasgo característico del capitalismo que lo distingue de los métodos de producción
precapitalistas fue su nuevo principio de comercialización. El capitalismo no es simplemente producción en masa, sino
producción en masa para satisfacer las necesidades de las masas. Las artes y oficios de los viejos tiempos habían
servido casi exclusivamente a los deseos de los acomodados. Pero las fábricas produjeron bienes baratos para muchos.
Todas las primeras fábricas resultaron diseñadas para servir a las masas, los mismos estratos que trabajaban en las
fábricas. Ellos los servían, ya sea suministrándolos directa o indirectamente mediante la exportación y, por lo tanto,
suministrándoles alimentos y materias primas extranjeros. Este principio de comercialización fue la firma del capitalismo
temprano como lo es del capitalismo actual. Los propios empleados son los clientes que consumen la mayor parte de los
bienes producidos. Son los clientes soberanos que están “siempre en lo cierto”. Su compra o abstención de compra
determina lo que se tiene que producir, en qué cantidad y de qué calidad. Al comprar lo que más les convenga, algunas
empresas obtienen ganancias y se expanden y hacen que otras empresas pierdan dinero y se reduzcan.

Por lo tanto, están cambiando continuamente el control de los factores de producción en las manos de aquellos
hombres de negocios que tienen más éxito en llenar sus deseos. Bajo el capitalismo, la propiedad privada de los factores
de producción es una función social. Los empresarios, los capitalistas y los terratenientes son mandatos, por así decirlo,
de los consumidores, y su mandato es revocable. Para ser rico, no es suficiente tener una vez guardado y acumulado
capital. Es necesario invertirlo una y otra vez en aquellas líneas en las que mejor llena las necesidades de los
consumidores. El proceso del mercado es un plebiscito repetido diariamente, y expulsa inevitablemente de las filas de la
gente rentable a aquellos que no emplean sus bienes según las órdenes dadas por el público. Pero el negocio, objetivo
de odio fanático por parte de todos los gobiernos contemporáneos y de los intelectuales que se autodenominan,
adquiere y conserva la grandeza sólo porque funciona para las masas. Las plantas que atienden a los lujos de los pocos
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nunca alcanzan gran tamaño. La desventaja de los historiadores y políticos del siglo XIX fue que no se dieron cuenta de
que los trabajadores eran los principales consumidores de los productos de la industria. En su opinión, el asalariado era
un hombre trabajador para el único beneficio de una clase de ocio parásito. Trabajaron bajo la ilusión de que las fábricas
habían deteriorado la suerte de los trabajadores manuales. Si hubieran prestado atención a las estadísticas, fácilmente
habrían descubierto la falacia de su opinión. La mortalidad infantil disminuyó, la duración media de la vida se prolongó, la
población se multiplicó y el hombre común promedio disfrutó de comodidades de las que ni siquiera el bien de todas las
edades anteriores había soñado.

Sin embargo, este enriquecimiento sin precedentes de las masas fue simplemente un subproducto de la Revolución
Industrial. Su principal logro fue la transferencia de la supremacía económica de los propietarios de tierras a la totalidad
de la población. El hombre común ya no era un drogado que debía estar satisfecho con las migajas que caían de las
mesas de los ricos. Las tres castas parias que eran características de las edades pre-capitalistas -los esclavos, los
siervos y aquellas personas que los autores patrísticos y escolásticos, así como la legislación británica de los siglos XVI al
XIX, se refirieron a los pobres- desaparecieron. Sus científicos se convirtieron, en este nuevo escenario de negocios, no
sólo trabajadores libres, sino también clientes. Este cambio radical se reflejó en el énfasis puesto por los negocios en los
mercados. Lo que las empresas necesitan en primer lugar es los mercados y de nuevo los mercados. Esta era la palabra-
reloj de la empresa capitalista. Mercados, que significa clientes, compradores, consumidores. Hay bajo el capitalismo una
forma de riqueza: servir a los consumidores mejor y más barato que los demás.

Dentro de la tienda y de la fábrica el dueño -o en las corporaciones, el representante de los accionistas, el presidente- es
el jefe. Pero esta maestría es meramente aparente y condicional. Está sujeta a la supremacía de los consumidores. El
consumidor es el rey, es el verdadero jefe, y el fabricante está hecho para si no superar a sus competidores en los
mejores consumidores.

Fue esta gran transformación económica la que cambió la faz del mundo. Muy pronto transfirió el poder político de
manos de una minoría privilegiada a manos del pueblo. La franquicia de adultos siguió a la estela de la emancipación
industrial. El hombre común, a quien el proceso del mercado había dado el poder de elegir el empresario y los
capitalistas, adquirió el poder análogo en el campo del gobierno. Se convirtió en un votante.

Ha sido observado por economistas eminentes, creo primero por el difunto Frank A. Fetter, que el mercado es una
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democracia en la que cada centavo da derecho a votar. Sería más correcto decir que el gobierno representativo del
pueblo es un intento de arreglar los asuntos constitucionales de acuerdo con el modelo del mercado, pero este diseño
nunca puede ser plenamente alcanzado. En el campo político es siempre la voluntad de la mayoría la que prevalece, y las
minorías deben rendirse a ella. Sirve también a las minorías, siempre que no sean tan insignificantes en número que se
vuelvan insignificantes. La industria de la confección produce ropa no sólo para la gente normal, sino también para la
cerveza, y el comercio editorial publica no sólo los westerns y las historias de detectives para la multitud, sino también
libros para los lectores exigentes.

Hay una segunda diferencia importante. En la esfera política, no hay medios para que un individuo o un pequeño grupo
de individuos desobedezcan la voluntad de la mayoría. Pero en el campo intelectual la propiedad privada hace posible la
rebelión. El rebelde tiene que pagar un precio por su independencia; No hay en este universo premios que se puedan
ganar sin sacrificios. Pero si un hombre está dispuesto a pagar el precio, es libre de desviarse de la ortodoxia dominante
o de la neo-ortodoxia. ¿Qué condiciones habrían tenido en la comunidad socialista para herejes como Kierkegaard,
Schopenauer, Veblen o Freud? ¿Para Monet, Courbet, Walt Whitman, Rilke o Kafka? En todas las edades, los pioneros de
nuevas formas de pensar y actuar sólo podían funcionar porque la propiedad privada hacía despreciar los caminos de la
mayoría. Sólo unos pocos de estos separatistas eran económicamente lo suficientemente independientes como para
desafiar al gobierno a las opiniones de la mayoría. Pero encontraron en el clima de la economía libre entre la gente
pública preparada para ayudar y apoyarlos. ¿Qué habría hecho Marx sin su mecenas, el fabricante Friedrich Engels?

______________

1 Thomas R. Malthus, Un ensayo sobre el principio de la población, 2da ed. (Londres, 1803), pág. 531.

III

La crítica económica del capitalismo a los socialistas es su incapacidad para captar la soberanía de los consumidores en
la economía de mercado. Ellos ven sólo la organización jerárquica de las diversas empresas y planes, y no saben que el
sistema de ganancias obliga a las empresas a servir a los consumidores. En sus relaciones con sus empleadores, los
sindicatos actúan como si sólo la malicia y la avaricia impidieran que los gerentes paguen salarios más altos. Su corta
visión no ve nada más allá de las puertas de la fábrica. Ellos y sus secuaces hablan de la concentración del poder
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económico, y no se dan cuenta de que el poder económico está en última instancia investido en las manos del público
comprador del cual los propios empleados constituyen la inmensa mayoría. Su incapacidad para comprender las cosas
tal como son se refleja en metáforas tan inapropiadas como el reino industrial y los ducados. Son demasiado aburridos
para ver la diferencia entre un rey soberano o un duque que podría ser desposeído sólo por un conquistador más
poderoso y un “rey de chocolate” que pierde su “reino” tan pronto como los clientes prefieren patrocinar a otro
proveedor.

Esta distorsión está en el fondo de todos los planes socialistas. Si alguno de los jefes socialistas hubiera tratado de
ganarse la vida vendiendo perritos calientes, habría aprendido algo sobre la soberanía de los clientes. Pero eran
revolucionarios profesionales y su único trabajo era encender la guerra civil. El ideal de Lenin era construir el esfuerzo de
producción de una nación según el modelo de la oficina de correos, un equipo que no depende de los consumidores,
porque sus déficits están cubiertos por la recaudación obligatoria de impuestos. “El conjunto de la sociedad”, dijo, era
“convertirse en una oficina y una fábrica” ​.2 No veía que el propio carácter de la oficina y de la fábrica cambia
completamente cuando está solo en el mundo y ya no concede A la gente la oportunidad de elegir entre los productos y
servicios de varias empresas. Debido a que su ceguera le hacía imposible ver el papel que el mercado y los consumidores
desempeñan bajo el capitalismo, no podía ver la diferencia entre libertad y esclavitud. Porque a sus ojos los obreros eran
sólo obreros y no también clientes, creía que ya eran esclavos bajo el capitalismo, y que uno no cambió su estatus al
nacionalizar todas las plantas y tiendas. El socialismo sustituye la soberanía de un dictador, o comité de dictadores, por
la soberanía de los consumidores.

Junto con la soberanía económica de los ciudadanos desaparece también su soberanía política. Al plan de producción
único que anula cualquier planificación por parte de los consumidores corresponde en el ámbito constitucional el
principio de un partido que priva a los ciudadanos de cualquier oportunidad de planificar el curso de los asuntos
públicos. La libertad es indivisible. Quien no tiene la facultad de elegir entre varias marcas de comida enlatada o jabón,
también está privado del poder de elegir entre varios partidos políticos y programas y elegir a los funcionarios. Ya no es
un hombre; Se convierte en un peón en manos del ingeniero social supremo. Incluso su libertad para criar progenie será
quitada por la eugenesia. Por supuesto, los líderes socialistas ocasionalmente nos aseguran que la tiranía dictatorial
debe durar sólo el período de transición del capitalismo y el gobierno representativo al milenio socialista en el que las
necesidades y los deseos de todo el mundo serán plenamente satisfechos. 3 Una vez que el régimen socialista es
“suficientemente seguro para arriesgar la crítica”, la señorita Joan Robinson, eminente representante de la escuela
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británica de neo-Cambridge, tiene la bondad de prometernos que “incluso las sociedades filarmónicas independientes”
podrán existir. Así, la liquidación de todos los disidentes es la condición que nos llevará a lo que los comunistas llaman
libertad. Desde este punto de vista también podemos entender lo que otro distinguido inglés, el señor JG Crowther, tenía
en mente cuando elogiaba la inquisición como “beneficiosa para la ciencia cuando protege a una clase en ascenso” .5 El
significado de todo esto es claro. Cuando todas las personas se inclinan humildemente ante un dictador, ya no habrá
disidentes para la liquidación. Caligula, Torquemada, Robespierre estarían de acuerdo con esta solución.

Los socialistas han diseñado una revolución semántica para convertir el significado de los términos en su opuesto. En el
vocabulario de su “Newspeak”, como lo llamó George Orwell, hay un término “el principio de un solo partido”. Ahora,
etimológicamente, el partido se deriva de la parte sustantiva. La parte sin hermano ya no es diferente de su antónimo, el
todo; Es idéntica a ella. Un partido sin hermano no es un partido, y el principio de un partido es de hecho un principio de
no-partido. Es una supresión de cualquier tipo de oposición. La libertad implica el derecho a elegir entre asentimiento y
disentimiento. Pero en Newspeak significa el deber de asentir incondicionalmente y la estricta interdicción de la
disidencia. Esta inversión de la connotación tradicional de todas las palabras de la terminología política no es sólo una
peculiaridad del lenguaje de los comunistas rusos y sus discípulos fascistas y nazis. El orden social de que al abolir la
propiedad privada priva a los consumidores de su autonomía e independencia y, por lo tanto, somete a todos a la
discreción arbitraria de la junta central de planificación, no puede ganar el apoyo de las masas si no camuflan su
personaje principal. Los socialistas nunca habrían engañado a los votantes si les hubieran dicho abiertamente que su fin
último es arrojarlos a la esclavitud. Para uso exotérico se vieron obligados a rendir culto a la apreciación tradicional de la
libertad.

_________________

2 VI Lenin, Estado y Revolución (Nueva York: International Publishers, sd) p. 84.

3 Karl Marx, Sur Kritik des Sozialdemoskratischen Programas de Gotha, ed. Kreibich (Reichenberg, 1920), p. 23.

4Joan Robinson, Empresa Privada y Control Público (publicado para la Asociación para la Educación en Culturismo por la
Universidad de Inglés Press, Ltd., sd), pp. 13-14.

5 Convertido de web en PDF a http://www.htmlapdf.com con el api html a pdf

5 JG Crowther, Relaciones sociales de la ciencia (Londres, 1941), p. 333.

IV

FUE DIFERENTE en las discusiones esotéricas entre los círculos internos de la gran conspiración. Allí los iniciados no
disimularon sus intenciones acerca de la libertad. La libertad era, en su opinión, ciertamente una característica buena en
el pasado en el marco de la sociedad burguesa porque les proporcionó la oportunidad de embarcarse en sus esquemas.
Pero una vez que el socialismo ha triunfado, ya no hay necesidad de pensamiento libre y acción autónoma por parte de
los individuos. Cualquier otro cambio puede ser sólo una desviación del estado perfecto que la humanidad ha alcanzado
para alcanzar la felicidad del socialismo. Bajo tales condiciones, sería simplemente una locura tolerar la disidencia.

La libertad, dice el bolchevique, es un prejuicio burgués. El hombre común no tiene ideas propias, no escribe libros, no
trama herejías y no inventa nuevos métodos de producción. Sólo quiere disfrutar de la vida. No tiene ningún uso para los
intereses de clase de los intelectuales que ganan la vida como disidentes profesionales e innovadores.

Este es ciertamente el más arrogante desdén del ciudadano común jamás imaginado. No hay necesidad de discutir este
punto. La cuestión no es si el hombre común puede o no aprovechar la libertad para pensar, para hablar y para escribir
libros. La pregunta es si el lento rutinario se beneficia de la libertad concedida a aquellos que le eclipsan en inteligencia y
poder de voluntad. El hombre común puede mirar con indiferencia e incluso desprecio por las relaciones de gente mejor.
Pero está encantado de disfrutar de todos los beneficios que los esfuerzos de los innovadores ponen a su disposición.
No tiene comprensión de lo que en sus ojos no es más que un destello de pelo. Pero tan pronto como estos
pensamientos y teorías son utilizados por empresarios emprendedores para satisfacer algunos de sus deseos latentes,
se apresura a adquirir los nuevos productos. El hombre común es sin duda el principal beneficiario de todos los logros de
la ciencia y la tecnología modernas.

Es cierto, un hombre de capacidades intelectuales medias no tiene oportunidad de ascender al rango de capitán de la
industria. Pero la soberanía que el mercado le asigna en los asuntos económicos estimula a los tecnólogos y promotores
a convertir a su uso todos los logros de la investigación científica. Sólo las personas cuyo horizonte intelectual no se
extiende más allá de la organización interna de la fábrica y que no se dan cuenta de lo que hace correr a los empresarios,
no se dan cuenta de este hecho.
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Los admiradores del sistema soviético nos dicen una y otra vez que la libertad no es el bien supremo. Es “no vale la pena
tener”, si implica la pobreza. Sacrificarlo para obtener riqueza para las masas, es a sus ojos plenamente justificado. Pero
para algunos individualistas indisciplinados que no pueden adaptarse a las costumbres de los compañeros regulares,
todas las personas en Rusia son perfectamente felices. Podemos dejar indeciso si esta felicidad también fue compartida
por los millones de campesinos ucranianos que murieron de hambre, por los internos de los campos de trabajos forzados
y por los líderes marxistas que fueron purgados. Pero no podemos pasar por alto el hecho de que el nivel de vida era
incomparablemente mayor en los países libres de Occidente que en el Oriente comunista. Al regalar la libertad como
precio a pagar por la adquisición de la prosperidad, los rusos hicieron un mal negocio. Ahora no tienen ni uno ni el otro.

La filosofía románica trabajó bajo la ilusión de que en los primeros tiempos de la historia el individuo era libre y que el
curso de la evolución histórica le privaba de su libertad primordial. Como lo vio Jean Jacques Rousseau, la naturaleza
otorgó a los hombres libertad y la sociedad lo esclavizó. De hecho, el hombre primitivo estaba a merced de cada uno que
era más fuerte y por lo tanto podía arrebatarle los escasos medios de subsistencia. No hay en la naturaleza nada de lo
que se pueda dar el nombre de la libertad. El concepto de libertad siempre se refiere a las relaciones sociales entre los
hombres. Es cierto que la sociedad no puede comprender el concepto ilusorio de la independencia absoluta del
individuo. Dentro de la sociedad, todo el mundo depende de lo que otras personas están dispuestas a contribuir a su
bienestar a cambio de su propia contribución a su bienestar. La sociedad es esencialmente el intercambio mutuo de
servicios. En cuanto a los individuos tienen la oportunidad de elegir, son libres; Si se ven obligados por la violencia o la
amenaza de violencia a rendirse a los términos de un intercambio, no importa cómo se sienten al respecto, carecen de
libertad. Este esclavo no está libre precisamente porque el amo le asigna sus tareas y determina lo que tiene que recibir
si lo cumple.

En cuanto al aparato social de represión y coerción, el gobierno, no puede haber ninguna cuestión de libertad. El
gobierno es esencialmente la negación de la libertad. Es el recurso a la violencia oa la amenaza de violencia para hacer
que todas las personas obedezcan las órdenes del gobierno, les guste o no. En cuanto a la jurisdicción del gobierno se
extiende, hay coerción, no libertad. El gobierno es una institución necesaria, los medios para hacer que el sistema social
de cooperación funcione sin perturbaciones por actos violentos por parte de gángsteres de origen nacional o extranjero.
El gobierno no es, como algunos quieren decir, un mal necesario; No es un mal, sino un medio, el único medio disponible
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para hacer posible la coexistencia humana pacífica. Pero es lo contrario de la libertad. Es golpear, encarcelar, colgar.
Todo lo que un gobierno hace es apoyado en última instancia por las acciones de los policías armados. Si el gobierno
opera una escuela o un hospital, los fondos requeridos se cobran por impuestos, es decir, por los pagos exigidos de los
ciudadanos.

Si tenemos en cuenta el hecho de que, como es la naturaleza humana, no puede haber civilización ni paz sin el
funcionamiento del aparato gubernamental de acción violenta, podemos llamar gobierno la institución humana más
beneficiosa. Pero el hecho es que el gobierno es la represión no la libertad. La libertad se encuentra sólo en el ámbito en
que el gobierno no interfiere. La libertad es siempre la libertad del gobierno. Es la restricción de la interferencia del
gobierno. Sólo prevalece en los ámbitos en que los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir la forma en que desean
proceder. Los derechos civiles son los estatutos que circunscriben precisamente la esfera en la cual los hombres que
conducen los asuntos de estado pueden restringir la libertad de acción de los individuos.

El fin último que los hombres aspiran a establecer el gobierno es hacer posible el funcionamiento de un sistema definido
de la cooperación social bajo el principio de la división del trabajo. Si el sistema social que la gente quiere tener es el
socialismo (comunismo, planificación) no hay esfera de libertad. Todos los ciudadanos están en todos los aspectos
sujetos a las órdenes del gobierno. El estado es un estado total; El régimen es totalitario. El gobierno solo planea y obliga
a todo el mundo a comportarse de acuerdo con este plan único. En la economía de mercado, los individuos son libres de
elegir la forma en que desean integrarse en el marco de la cooperación social. En cuanto a la esfera del intercambio de
mercado se extiende, hay acción espontánea por parte de los individuos. Bajo este sistema que se llama laissez-faire, y
que Ferdinand Lassalle apodó como el estado de vigilante nocturno, hay libertad porque hay un campo en el cual los
individuos son libres de planear por sí mismos.

Los socialistas deben admitir que no puede haber libertad bajo un sistema socialista. Pero tratan de borrar la diferencia
entre el estado servil y la libertad económica al negar que haya alguna libertad en el intercambio mutuo de mercancías y
servicios en el mercado. Cada cambio de mercado es, según las palabras de una escuela de abogados pro-socialistas,
“una coacción sobre la libertad de los demás”. A sus ojos, no hay diferencia que valga la pena mencionar entre un
hombre que paga un impuesto o una multa impuesta por un magistrado , O su compra de un periódico o la admisión a
una película. En cada uno de estos casos el hombre está sujeto al poder de gobierno. Él no es libre, porque, como dice el
profesor Hale, la libertad de un hombre significa “la ausencia de cualquier obstáculo para el uso de los bienes
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materiales”. 6 Esto significa: no soy libre, porque una mujer que ha tejido un suéter, tal vez como un Regalo de
cumpleaños para su marido, pone un obstáculo a mi uso de ella. Yo mismo estoy restringiendo la libertad de todos los
demás, porque me opongo a su uso de mi cepillo de dientes. Al hacer esto, soy, según esta doctrina, el ejercicio del poder
de gobierno privado, que es análogo al poder del gobierno público, los poderes que el gobierno ejerce para encarcelar a
un hombre en Sing Sing.

Aquellos que exponen esta increíble doctrina concluyen consistentemente que la libertad no se encuentra en ninguna
parte. Afirman que lo que ellos llaman presiones económicas no difieren esencialmente de las presiones que los
maestros practican con respecto a sus esclavos. Rechazan lo que ellos llaman poder gubernamental privado, pero no se
oponen a la restricción de la libertad por parte del poder público. Quieren concentrar todo lo que llaman restricciones de
libertad en manos del gobierno. Ellos atacan la institución de la propiedad privada y las leyes que, como dicen, están
“listas para hacer cumplir los derechos de propiedad, es decir, para negar la libertad a cualquiera de actuar de una
manera que los viola” 7.

Hace una generación todas las amas de casa preparaban la sopa procediendo de acuerdo con las recetas que habían
obtenido de sus madres o de un libro de cocina. Hoy muchas amas de casa prefieren comprar una sopa enlatada,
calentarla y servirla a su familia. Pero, dicen nuestros eruditos médicos, la corporación en conserva está en condiciones
de restringir la libertad del ama de casa porque, al pedir un precio por la lata, pone un obstáculo para su uso de la misma.
Las personas que no gozaban del privilegio de ser tutorizadas por estos eminentes maestros, dirían que el producto
enlatado fue producido por la fábrica de conservas y que la corporación al producirla eliminó el mayor obstáculo para
que un consumidor consiga y use una lata, , Su inexistencia. La mera esencia de un producto no puede gratificar a nadie
sin su existencia. Pero están equivocados, dicen los médicos. La corporación domina al ama de casa, destruye por su
excesivo poder concentrado sobre su libertad individual, y es el deber del gobierno prevenir tal ofensa grosera. Las
corporaciones, por ejemplo, bajo los auspicios de la Fundación Ford, otro de este grupo, el profesor Berle, debe ser
sometido al control del gobierno. 8

¿Por qué nuestra ama de casa compra el producto enlatado en lugar de aferrarse a los métodos de su madre y su
abuela? Sin duda porque ella piensa que esta forma de actuar es más ventajosa para ella que la costumbre tradicional.
Nadie la obligó. Había gente -se llaman fabricantes de empleo, promotores, capitalistas, especuladores, jugadores de
bolsa- que tenían la idea de satisfacer un deseo latente de millones de amas de casa invirtiendo en la industria de la
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conservera. Y hay otros capitalistas igualmente egoístas que, en muchos cientos de otras corporaciones, proporcionan a
los consumidores muchos cientos de otras cosas. Cuanto mejor una corporación sirve al público, más clientes obtiene,
más grande crece. Vaya a la casa de la familia americana promedio y verá para quién están girando las ruedas de las
máquinas.

En un país libre nadie está impedido de adquirir riquezas al servir a los consumidores mejor de lo que ya se les sirve. Lo
que necesita es sólo el cerebro y el trabajo duro. “La civilización moderna, casi toda la civilización”, dijo Edwin Cannan, el
último de una larga lista de eminentes economistas británicos, “se basa en el principio de hacer las cosas agradables
para los que complacen al mercado y desagradables para quienes no lo hacen . ” 9 Toda esta charla sobre la
concentración del poder económico es vana. Cuanto más grande es una corporación, más gente sirve, más depende de
agradar a los consumidores, a los muchos, a las masas. El poder económico, en la economía de mercado, está en manos
de los consumidores.

El negocio capitalista no es la perseverancia en el estado de producción una vez alcanzado. Es la innovación incesante,
los intentos diarios repetidos de mejorar la provisión de los consumidores por productos nuevos, mejores y más baratos.
Cualquier estado real de las actividades de producción es meramente transitorio. Allí prevalece incesantemente la
tendencia a suplantar lo que ya se consigue por algo que sirve mejor a los consumidores. En consecuencia, hay en el
capitalismo una continua circulación de élites. Lo que caracteriza a los hombres a quienes uno llama a los capitanes de la
industria es la capacidad de aportar nuevas ideas y ponerlas a trabajar. Por muy grande que sea una corporación, está
condenada tan pronto como no logre adaptarse diariamente de nuevo a los mejores métodos posibles de servir a los
consumidores.

Pero los políticos y otros aspirantes a reformadores ven sólo la estructura de la industria tal como existe hoy. Ellos
piensan que son lo suficientemente cleaver como para arrebatarle el control comercial de las plantas como lo son hoy, y
para manejarlas pegando a las rutinas ya establecidas. Mientras que el ambicioso recién llegado, que será el magnate del
mañana, ya está preparando planes para cosas inauditas antes, todo lo que tienen en mente es conducir asuntos a lo
largo de pistas ya golpeadas. No hay registro de una innovación industrial inventada y puesta en práctica por los
burócratas. Si uno no quiere sumergirse en el estancamiento, una mano libre debe dejarse a los hombres desconocidos
hoy que tienen el ingenio para llevar a la humanidad hacia adelante en el camino a condiciones cada vez más
satisfactorias. Este es el principal problema de la organización económica de una nación.
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La propiedad privada de los factores materiales de producción no es una restricción de la libertad de todas las demás
personas de elegir lo que mejor les conviene. Es, por el contrario, el medio que asigna al hombre común, en su calidad de
comprador, la supremacía en todos los asuntos económicos. Es el medio para estimular a los hombres más
emprendedores de una nación a esforzarse en lo mejor de sus capacidades al servicio de todas las personas.

________

6Robert L. Hale, Libertad a través de la ley, control público del poder gobernante privado (New York: Columbia
University, 1952), págs.

7 Ibíd., Pág. 5.

8AA Berle, Jr., El Poder Económico y la Sociedad Libre, Discusión Preliminar de la Corporación (Nueva York: El Fondo
para la República, 1954).

9 Edwin Cannan, La protesta de un economista (Londres, 1928), pp. VI y ss.

VI

En todo caso, no se describen exhaustivamente los cambios radicales que el capitalismo provocó en las condiciones del
hombre común si se trata simplemente de la supremacía que goza en el mercado como consumidor y en los asuntos del
Estado como votante y con la inédita Mejora de su nivel de vida. No menos importante es el hecho de que el capitalismo
le ha permitido ahorrar, acumular capital e invertirlo. El abismo que en el estado pre-capitalista y la sociedad de castas
separó a los propietarios de la propiedad de los pobres sin dinero se ha reducido. En las edades más antiguas, el
jornalero tenía un sueldo tan bajo que difícilmente podía poner algo y, si lo hacía, sólo podía guardar sus ahorros
acaparando y escondiendo algunas monedas.

Bajo el capitalismo, su competencia hace posible el ahorro, y hay instituciones que le permiten invertir sus fondos en los
negocios. Una cantidad no despreciable del capital empleado en las industrias americanas es la contrapartida de los
ahorros de los empleados. En la adquisición de depósitos de ahorro, pólizas de seguro, bonos y también acciones
ordinarias, asalariados y asalariados están ganando interés y dividendos y por lo tanto, en la terminología del marxismo,
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son explotadores. El hombre común está directamente interesado en el florecimiento del negocio no sólo como
consumidor y como empleado, sino también como inversionista. Predomina una tendencia a borrar hasta cierto punto la
diferencia, una vez marcada, entre los que poseen factores de producción y los que no los tienen. Pero, por supuesto,
esta tendencia sólo puede desarrollarse cuando la economía de mercado no es saboteada por presuntas políticas
sociales. El estado de bienestar con sus métodos de dinero fácil, la expansión del crédito y la inflación indiscutible
continuamente toma mordeduras de todas las reclamaciones pagaderas en unidades de la moneda de curso legal de la
nación.

Los campeones autodenominados del hombre común todavía se guían por la idea obsoleta que una política que favorece
a los deudores a expensas de los acreedores es muy beneficiosa para la mayoría de la gente. Su incapacidad para
comprender las características esenciales de la economía de mercado se manifiesta también en su fracaso al ver el
hecho obvio de que aquellos a quienes pretenden ayudar son acreedores en su calidad de ahorradores, tenedores de
pólizas y dueños de bonos.

VII

El principio distintivo de la filosofía social occidental es el individualismo. Su objetivo es la creación de una esfera en la
que el individuo es libre de pensar, de elegir y de actuar sin ser restringido por la interferencia del aparato social de
coerción y opresión, el Estado. Todos los logros espirituales y materiales de la civilización occidental fueron el resultado
de la operación de esta idea de libertad.

Esta doctrina y las políticas del individualismo y del capitalismo, su aplicación a las cuestiones económicas, no necesitan
apologistas ni propagandistas. Los logros hablan por sí mismos.

El argumento por el capitalismo y la propiedad privada descansa, además de otras consideraciones, sobre la
incomparable eficiencia de su esfuerzo productivo. Es esta eficiencia la que hace posible que las empresas capitalistas
apoyen a una población que aumenta rápidamente a un nivel de vida que mejora continuamente. La resultante
prosperidad progresiva de las masas crea un entorno social en el que los individuos excepcionalmente dotados son
libres de dar a sus conciudadanos todo lo que pueden dar. El sistema social de la propiedad privada y el gobierno
limitado es el único sistema que tiende a debarbarizar a todos aquellos que tienen la capacidad innata de adquirir cultura
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personal.

Es un pasatiempo gratuito rebajar los logros materiales del capitalismo observando que hay cosas que son más
esenciales para la humanidad que los automóviles más grandes y más rápidos y hogares equipados con calefacción
central, aire acondicionado, refrigeradores, lavadoras y televisores. Ciertamente hay actividades más altas y más nobles.
Pero son más altos y más nobles precisamente porque no pueden aspirar a ningún esfuerzo externo, sino que requieren
la determinación y el esfuerzo personal del individuo. Aquellos que nivelan este reproche contra el capitalismo muestran
una visión bastante cruda y materialista al asumir que la cultura moral y espiritual podría ser construida por el gobierno o
por la organización de actividades de producción. Todo lo que estos factores externos pueden lograr a este respecto es
crear un entorno y una competencia que ofrezca a los individuos la oportunidad de trabajar en su propia perfección y
edificación personal.

No es culpa del capitalismo que las masas prefieran un combate de boxeo a una actuación de Antígona de Sófocles, la
música de jazz a las sinfonías de Beethoven y los cómics a la poesía. Pero es cierto que mientras las condiciones pre-
capitalistas, como todavía prevalecen en la mayor parte del mundo, hacen que estas cosas buenas sean accesibles sólo
a una pequeña minoría de personas, el capitalismo da a los muchos una oportunidad favorable de luchar por ellos.

Desde cualquier ángulo que se considere al capitalismo, no hay razón para lamentar el paso de los viejos tiempos
alegadamente buenos. Todavía menos justificado es aspirar a las utopías totalitarias, sean del tipo nazi o del tipo
soviético.

Estamos inaugurando esta noche la novena reunión de la Sociedad Mont Pelerin. Es oportuno recordar en esta ocasión
que las reuniones de este tipo en las que las opiniones opuestas a las de la mayoría de nuestros contemporáneos ya las
de sus gobiernos son avanzadas y sólo son posibles en el clima de libertad y libertad que es la marca más preciada De la
civilización occidental. Esperemos que este derecho a disentir nunca desaparezca.

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Ludwig von Mises
Ludwig von Mises (1881-1973) enseñó en Viena y Nueva York y sirvió como consejero cercano de la Fundación para la
Educación Económica. Es considerado el teórico principal de la escuela austríaca del siglo XX.

https://fee.org/resources/liberty-property/

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