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CAPITULO IV:
- Inteligencia Emocional
- Inteligencia Social
- Manejo de conflictos.
- Manejo de las emociones
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EL COACHIG: ESTRATEGIA PARA LA SUPERVISIÓN EFICIENTE DEL RECURO
HUMANO
CAPITULO IV:
INTELIGENCIA EMOCIONAL Y SOCIAL APLICADA A LA SUPERVISIÓN
“Cuando estés dispuesto a vivir tus emociones completamente, sin resistencia de ninguna clase, verás
que se desvanecen en unos segundos. Lo que las mantiene dentro de ti es tu resistencia a reconocerlas. Les
das la bienvenida y perfuman tu vida, las resistes y envenenan tu vida” Joseph Collins
La tradicional interpretación de que los seres humanos estamos constituidos por dos dominios diferentes y
separados, la mente y el cuerpo, provoca un dilema siempre que queremos profundizar sobre nuestros estados
emocionales. La interpretación de esta cultura en la que estamos inmersos, que nos declara seres racionales, nos
dificulta ver que todo sistema racional tiene un fundamento emocional. El filósofo Robert Salomón considera que
las emociones no son simples reacciones instintivas sino conexiones inteligentes y refinadas con el mundo que
nos circunda. Estas conexiones dan significado a nuestra vida: porque estamos emocionados sentimos que nuestra
vida tiene un significado.
Cuando estamos tomados por un estado emocional se altera nuestra capacidad para la acción. Siempre nos
encontramos en un estado emocional u otro. Son involuntarios. Son parte de nuestra transparencia. Condicionan
lo que podemos lograr. Afectan el resultado de nuestras acciones. Constituyen áreas del aprender y cambiar.
Contribuyen a definir lo que es posible o no es posible en nuestra vida. Reflexiones:
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Para simplificar, los podemos clasificar en “Positivos” (Cuando la experiencia subjetiva es agradable,
satisfactoria, relajante, placentera) y “Negativos” (La experiencia subjetiva es de malestar, sufrimiento, tensión,
desagrado).
No están relacionados con un evento particular. Se han instalado en un fondo emocional permanente que
determina continuamente un particular horizonte de posibilidades que condicionan las acciones que tomamos. Ese
trasfondo impregna lo que interpretamos, manifestamos y actuamos.
Algo que empieza como una emoción puede convertirse en un estado de ánimo cuando permanece lo
suficiente para moverse al trasfondo y desde ahí nos mueve a actuar de manera determinada. Eventos muy
significativos que han conmovido de una manera particular la definición de uno mismo, como perder un trabajo,
mudarse a un nuevo lugar, etc., son, a veces, los que provocan emociones que se estacionan en el estado de ánimo
de la persona.
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superior de las obras de Dios y de los hombres, filósofos, sacerdotes, adivinos y emperadores. Las emociones
vistas de esta manera explican sin necesidad de polémica la divinidad y maldad de todas las cosas. Los dioses, los
elegidos y los santos son entonces entidades cuya explicación es el conjunto emocional que provocan en el
creyente o en el inspirado.
Del lado opuesto, el materialismo, consideran que los hechos del universo son consecuencia de las alteraciones
del azar, generadas por la constante distribución de la energía hacia los confines del universo, de una gran
explosión que afecta, desde sus inicios, una gran sopa submolecular primigenia. Las emociones para el
materialista, son estructuras cada vez más improbables de acontecimientos y objetos, que han sido ordenados y
almacenados en el complejo rompecabezas de la cognición a lo largo de millones de años de evolución, y que han
sobrevivido gracias a continuas escrituras y reescrituras en la biblioteca proteica del genoma animal.
Independientemente de cuál de estas explicaciones consideremos más aceptable, las emociones constituyen un
concepto tan importante que no permiten dejar camino sin recorrer. Los estudios tanto humanistas como
materialistas de los complejos sistemas emocionales de los seres vivos han permitido explicar muchos aspectos de
la complejidad de la interacción humana y los sistemas socioeconómicos. El entendimiento de las emociones es
además un mecanismo de poder e influencia bastante maleable y corrompedle. De todo esto, adicional a la
comprensión de los caracteres emotivos incuestionables de cada individuo, es necesario entender el significado
social y práctico de las emociones.
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computadoras pueden representar, explicar e interactuar con las emociones humanas, y más importante, cómo
comunicarse e influir en millones de seres con el mítico lenguaje de las emociones. La dificultad del proceso se
hace evidente cuando se descubre la ignorancia generalizada de las causas y consecuencias de los procesos
emotivos y su relación con la cognición y la concepción humana de la misma sociedad.
Al sopesar el abandono, por parte de la ciencia, la economía y política, del entendimiento de los intrincados
laberintos de los sentimientos, las emociones y las creencias de los seres humanos descubrimos cuan ignorantes
son las sociedades y sus individuos del futuro de los pueblos, el determinismo económico y político no puede
predecir más un mundo tan complejo, de tal manera que se requiere la concepción emocional de los individuos y
de las sociedades para ser explicado. Las complejas relaciones sociales en un mundo con recursos cada vez más
limitados, con peligros que no se presentan ante los individuos en patrones físicos reconocibles, con estructuras
sociales cambiantes y repleto de seres inteligentes y mentes complejas, prevé que la inminente caída de las
tecnocracias dará lugar al imperio de las emociones, donde las emociones humanas explican nuestra humana
concepción del mundo. ¿Qué tipos de sociedades u organizaciones basan su conformación únicamente en los
intercambios emocionales de los individuos? ¿Cuáles son los efectos sociales y políticos del choque entre la
racionalidad y la emotividad? ¿Qué culturas modernas se caracterizan por determinar sus preceptos de justicia y
riqueza en términos exclusivamente emotivos?
Al comprender qué son las emociones y para qué sirven, me podré transformar desde una persona que sufre y
se lamenta a una persona integrada que goza de la vida.
Si...
"me siento triste y fácilmente me deprimo"
"me enojo cuando no salen las cosas"
"no alcanzo a ser yo mism@, tengo miedo de..."
...y otros sentimientos negativos, sabré que así no es como quiero vivir mi vida.
Bien, pero entonces qué son las emociones: Lo más básico (y que puedo comprobar ya) es:
Siempre que tengo un pensamiento
Este pensamiento inmediatamente me dispara una emoción
Que se siente bien o se siente mal
Fácil, ¿verdad? Allí está la base.
La base. Cada pensamiento que yo pienso, instantáneamente genera una emoción, que se siente bien o se
siente mal. Eso es totalmente automático, y sucede siempre. Cuando pienso un pensamiento tal como “yo no
puedo” o “soy un fracaso”, instantáneamente me siento mal. Esa emoción negativa me está indicando la distancia
entre ese pensamiento y mi esencia.
Cuando pienso un pensamiento tal como “¡qué bien que lo hice!” o “esto sí lo estoy comprendiendo bien”,
instantáneamente me siento bien. Esta emoción positiva me está indicando que ese pensamiento está muy cerca
de mi esencia.
- Componente fisiológico
El componente fisiológico de las emociones son los cambios que se desarrollan en el sistema nervioso
central (SNC) y que están relacionados con la presencia de determinados estados emocionales. Son tres los
subsistemas fisiológicos que según Davidoff están relacionados con las emociones, el Sistema Nervioso Central
(SNC), el Sistema Límbico y el Sistema Nervioso Autónomo.
El Sistema Nervioso Central. Durante los procesos emocionales se consideran particularmente activos a los
siguientes centros del SNC:
La corteza cerebral forma parte del SNC. Davidoff y Sloman coinciden en que la corteza cerebral activa,
regula e integra las reacciones relacionadas con la emociones. De acuerdo a la Arquitectura Computacional de la
Mente de Sloman, se requiere de un proceso central administrativo dedicado a las decisiones referentes a
intenciones, selección de planes y resolución de conflictos: de acuerdo a Sloman las decisiones de un sistema
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inteligente no se pueden tomar de manera independiente, de ahí que los procesos desarrollados por la mente que
impliquen logros conflictivos necesitan ser resueltos a un mayor nivel de abstracción. Cabe mencionar que
Sloman considera los procesos emocionales como la base estructural de la mente de los sistemas inteligentes. ¿Se
puede describir el funcionamiento de la mente etapa por etapa? ¿Qué tan compleja o completa podría ser esa
descripción? ¿Son los procesos de la inteligencia humana consecuencias lógicas de millones de años de
adaptación al entorno? ¿Son la mente y las emociones humanas accidentes estadísticos en una infinita
combinación de arreglos de células nerviosas que logró sobrevivir a millones de años de evolución?
El hipotálamo forma parte del sistema límbico. Este se dedica a la activación del sistema nervioso simpático.
Este centro está relacionado con emociones como el temor, el enojo, además de participar como activador de la
actividad sexual y la sed. a los lenguajes simbólicos? o ¿Son mecanismos más sofisticados y evolutivamente más
recientes?
La amígdala está relacionada con las sensaciones de ira, placer, dolor y temor. La extirpación de la amígdala
causa complejos cambios en la conducta.
La médula espinal: De acuerdo a Harold Wolff, referido por Davidoff3 todas las emociones están relacionadas
con determinadas respuestas fisiológicas a las emociones. Wolff con sus experimentos demostró que las paredes
estomacales reaccionaban a los estados emocionales cambiando su flujo sanguíneo, las contracciones peristálticas
y las secreciones de ácido clorhídrico. Albert Ax determinó la relación entre las emociones y la frecuencia
cardiaca, conductividad eléctrica de la piel (relacionada con la transpiración), tensión muscular, temperatura de
rostro y manos y frecuencia respiratoria. Se encontró que las reacciones emocionales al peligro provocaban
reacciones similares a la acción de la adrenalina, se encontró que los actos insultantes provocan reacciones
musculares, cardíacas y respiratorias similares a la acción de la adrenalina y noradrenalina. Gary Schowartz
encontró que algunas reacciones emocionales provocan cambios de tensión muscular facial imperceptibles a
simple vista pero medibles instrumentalmente. Según lo anterior es posible que las reacciones emocionales estén
relacionadas con cambios fisiológicos necesarios para que el individuo haga frente a la situación o bien para la
transmisión de mensajes o señales de respuesta a otros individuos. Puede considerarse también la hipótesis de que
muchos de estos cambios quizás sean perceptibles sólo de forma inconsciente por otros individuos.
- Componentes subjetivos.
El componente subjetivo de las emociones es el conjunto de procesos cognitivos relacionados con la respuesta
emocional a determinados estados del entorno y cambios fisiológicos.. El componente subjetivo de la emoción es
objeto de polémica. Hay varias aproximaciones, una neurosicológica, que explica las emociones de acuerdo con la
conciencia individual y a la percepción humana de las mismas y al análisis de sus relaciones con la conducta y la
fisiología. Otra aproximación que trata de explicar las emociones como consecuencia de los procesos necesarios
para el funcionamiento de diferentes estructuras cognitivas de la mente. Una tercera y poco común trata de
explicar las emociones como un conjunto de consecuencias fisiológicas y de conducta producto de la
conformación de estructuras lógicas en los procesos mentales.
Normalmente las reacciones emocionales fisiológicas observables son difíciles de diferenciar por su nivel de
abstracción. La principal diferencia, la duración, depende del estado de aceptación o rechazo del individuo a las
condiciones del entorno o bien a la duración de las condiciones que la provocaron. Sin embargo no queda duda
que las reacciones emocionales también están relacionadas con la bioquímica del organismo. ¿Cambiará la
bioquímica de los procesos mentales relacionados con las emociones dependiendo del nivel de abstracción mental
que generó la emoción? ¿Se requieren ciertas condiciones en la química de la sinapsis para generar determinado
tipo de emociones? ¿Estas condiciones varían de acuerdo al nivel de abstracción? Si es así, entonces la producción
de ciertas enzimas en el cerebro determinaría la capacidad de ciertos individuos para lograr determinados estados
emocionales y de ahí su habilidad o dificultad de permanecer en estos estados emocionales en los procesos de
enseñanza, aprendizaje y comprensión. Si existiera una relación entre el genoma del individuo y su habilidad de
comprender el mundo que le rodea, probablemente la relación se encontraría entre el componente subjetivo de la
emoción y la bioquímica de las conexiones sinápticas.
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- Componente conductual
Es el comportamiento perceptible de los individuos relacionados con estados mentales emocionales. Se
considera que las reacciones de conducta a los estados emocionales no constituyen conductas relacionadas directa
o lógicamente con el estado del entorno, es decir, las conductas características de diversos estados emocionales
son en general conductas emergentes. Las conductas emergentes relacionadas con las emociones pueden tener la
función de transmitir o comunicar el estado emocional a otro individuo, ya sea para prevenirlo o intimidarlo,
pueden ser reacciones de defensa involuntarias ante un enemigo o agresor real o imaginario (como patear el
automóvil si no arranca por la mañana) o pueden ser un proceso de búsqueda de conductas adecuadas para
manejar determinadas situaciones desconocidas.
El estado emocional parece ser determinante ante la disyuntiva atacar o huir de un individuo amenazado,
normalmente este estado emocional se genera ante las señales emocionales representadas o transmitidas por el
agresor o víctima. Muchas emociones tienen un comportamiento de relajación y posteriormente opuesto al estado
emocional, después de un estado de enojo puede sobrevenir un estado de calma o incluso placer, después de un
estado de tristeza puede sobrevenir cierto estado de calma o consuelo. En los niveles más elementales de
abstracción la conducta emocional es más fácil de comparar entre individuos, especies o agentes (IA) al elevar el
estado de abstracción, la conducta relacionada con los estados emocionales suele ser impredecible.
Como curiosidad es adecuado señalar que en algunas experiencias en las aulas demuestran que los estados
emocionales de un grupo de alumnos pueden ser sorprendentemente variados conforme avanza el nivel de
abstracción de un concepto. Bajo determinadas condiciones dependiendo de la complejidad del concepto algunos
alumnos pueden tener reacciones casi eufóricas a determinadas actividades en clase.
Aparentemente los estados emocionales permiten al individuo establecer determinados formas de apreciar el
entorno y a preferir determinadas estructuras lógicas o formales para concebirlo respecto de otras, todo esto con el
fin de ser capaz de obtener conclusiones rápidas y de cambiar sin necesidad de un proceso racional de un patrón
de conducta o razonamiento a otro, quizás más adecuado al tipo de situaciones a las que se enfrenta, ya sea una
situación práctica, social, analítica o creativa o de supervivencia.
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consecuencias lógicas de los procesos de interacción de los elementos que intervienen en ellos. Para poder hacerlo
la psicología ingenua establece ciertos mecanismos o modelos básicos de comportamiento de cada uno de estos
elementos y sus interrelaciones, con el fin de poder predecir o analizar el desarrollo de ciertos procesos mentales.
Los conceptos de la psicología ingenua permiten hoy en día la simulación por computador de procesos mentales
de individuos (agentes) con mentes poco complejas o con niveles de abstracción bajos, insectos, pequeños
roedores e incluso niños menores de cuatro años. La psicología ingenua difícilmente puede modelar, hasta ahora,
procesos cognitivos y emocionales de mentes complejas o con niveles de abstracción apenas mayores a los niños
en edad de leer y escribir.
- Conducta Elemental y Emociones. Algunos de los conceptos de la conducta elemental y de las emociones
que nos permiten entender qué significado puede tener las emociones en diferentes tipos de sistemas. Las
emociones tienen la característica de variar en la complejidad de los procesos mentales que las provocan, es decir
que ciertas reacciones fisiológicas caracterizadas como emociones suelen ser provocadas por diferentes proceso
mentales de diferente complejidad. De acuerdo a esto ¿Cuál sería el mecanismo o sistema más simple que pudiera
tener un conjunto de reacciones caracterizadas como una emoción? Para poder iniciar el tema es importante
señalar que las emociones tal como las entendemos comúnmente están sujetas a la apreciación de ciertas
condiciones del entorno y sus consecuentes reacciones del individuo, si podemos encontrar estas condiciones y
reacciones en individuos o agentes cada vez más simples entonces podemos apreciar el comportamiento del
sistema como un comportamiento emocional. Esta concepción es típica de la psicología ingenua.
Desde el punto de vista humanístico esta apreciación de las emociones carece de valor ya que la emoción,
desde ese punto de vista, es por definición un proceso mental complejo, en cierta forma la aproximación
humanista a las emociones establece una especie de prerrogativa: Si lo puedes entender o articular mentalmente,
entonces no es una emoción, sino un proceso de razonamiento, de ahí que las emociones siempre hayan estado
rodeadas de cierto halo de misterio o incomprensión para el individuo mismo, la introspección en los aspectos
emocionales de nuestra mente es ciertamente una aventura intimidante.
A diferencia de eso, por principio, nosotros estableceremos comparaciones entre los procesos emotivos de
agentes o individuos complejos, con un sistema muy sencillo, un sistema de control automático. Debemos aclarar
que no estamos considerando que un sistema tan elemental como un control automático, tal como lo conocemos,
pueda tener un comportamiento que sea posible tipificar como una emoción. Pero si consideramos la posibilidad
de que ciertos tipos de comportamientos de los sistemas bajo determinadas condiciones se produzcan como
resultado de procesos análogos a los que, en los animales superiores consideramos como emociones.
Evidentemente este tipo de comparaciones están limitadas a nuestra habilidad de establecer formalmente los
mecanismos que generan estos comportamientos en los sistemas complejos, es decir la capacidad de proceso de
información es la mayor limitante en la simulación de procesos mentales que se equiparen a los procesos
cognitivos de animales o seres humanos, pero no es la única limitante. Los procesos cognitivos humanos
solamente pueden ser descritos desde un punto de vista de observador, el concepto de caja negra es muy socorrido
por los diseñadores de los sistemas que simulan el comportamiento o lo mimetizan, porque simplemente no
sabemos cómo funciona el interior y ya que aún con el considerable aumento de la capacidad de cálculo de los
procesadores más potentes, no existe una forma de asegurar que los modelos de procesos mentales relacionados
con las emociones que utilizamos para explicarnos su existencia y desarrollo sean exactamente los mismos y de la
misma complejidad que aquellos que se desarrollan dentro de la mente humana, ni siquiera podemos establecer
una medida de su similitud.
- Polarizaciones. Para Renny Yagosesky, Escritor y Orientador de la Conducta, no existen emociones
negativas, y sólo dos factores las convierte en potencialmente negativas: el tiempo de permanencia y las
cogniciones que las acompañen. Desde esta óptica, la rabia puede servir para proteger un territorio que se cree
amenazado, la tristeza puede ayudar a una introspección curativa, la culpa nos permite reconstruir nuestra
moralidad, y el miedo sirve para protegernos de riesgos perjudiciales. Asegura que ciertas emociones pueden
dañarnos cuando dejan de ser una expresión, una reacción, y se fijan como estado o condición, con poca o
ninguna variabilidad. Para Yagosesky, los estados internos que promueven mayor bienestar son: la alegría y la
serenidad, y sugiere para alcanzar la alegría, incrementar las actitudes de gratitud y Optimismo, y para desarrollar
Serenidad aboga por aprender neutralidad o bajo juicio, y relajación frecuente.
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Parece claro que la combinación de varias pueden a su vez producir otras nuevas sensaciones emocionales: la
esperanza y la alegría pueden producir optimismo, la alegría y la aceptación nos hacen sentir cariño, el desengaño
es una mezcla entre sorpresa y tristeza...
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1. alegría
2. amor
3. sabiduría
4. libertad
5. bienestar
6. fuerza interna
7. creatividad
8. coraje
9. esperanza
10. pesimismo
11. decepción
12. preocupación
13. enojo
14. odio
15. inseguridad
16. miedo
17. tristeza
18. culpabilidad
19. desesperación
20. depresión
21. derrota
Faltan varios otros tipos de emociones. Las emociones anotadas pueden tener significados distintos para
distintas personas e incluso podrían organizarse diferente. Pero nuestra intención es exponer algunas de las más
frecuentes y que nos facilitan comprender cómo movernos de unas a otras.
- Escalera emocional
Esta sucesión – escalera emocional – desde las emociones más positivas hasta las más negativas, tiene una
única finalidad: Comprender por un lado, cuáles son las emociones de referencia. Por otro, darme cuenta que
puedo mover mi energía desde una posición molesta a otra mejor, de manera gradual hasta llegar a conectarme
con mi esencia.
Muchas veces he querido salir de la tristeza y conectarme con la alegría, pero no lo he logrado. Ese paso es
difícil pues implica un salto muy grande.
Me resultará más fácil moverme de la tristeza al miedo, luego al enojo, de allí a la decepción. Si logro pasar a
la esperanza, ya estaré fuera del barreal. Entonces me será más fácil conectarme con el coraje y todas las otras
emociones grandiosas que me construyen y hacen de mi vida algo extraordinario. En ese momento ya estaré
conectad@ a mi esencia, a la mejor parte de mí.
Si comprendo cuáles son las emociones a las que puedo moverme con más facilidad, habré dado un gran paso.
Las características de los niveles inferiores son:
siento menos energía
mi mente está más confusa
me aferro más a la emoción
me siento más aprisionad@ y
mi nivel de frecuencia es más bajo.
Detengo esa necedad de culparme por sentir emociones negativas y empiezo a revisar los pensamientos que las
generan. De ahora en adelante, sólo reformulo mis pensamientos para generar otros tipos de emociones e ir
subiendo gradualmente por la escalera emocional.
Potente, ¿verdad?
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Inteligencia Emocional
Muchos seres humanos hemos aprendido desde pequeños que el sentimentalismo (el hábito de sentir a flor de
piel las emociones y a mostrar en público esa forma de interpretar las vivencias) era propio de personas débiles,
inmaduras, con déficit de autocontrol. Además, se ha extendido en nuestro imaginario colectivo el lugar común,
machista como pocos, de que las emociones o - más aún- el llanto, pertenecen al ámbito de lo femenino.
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De tal suerte, que en la convivencia, las personas, frecuentemente, se quejan de la inhabilidad del otro o de la
propia, para expresar sus emociones; sin embargo, actualmente, va ganando terreno la convicción de que vivir las
emociones es un elemento insustituible en la maduración personal y en el desarrollo de la inteligencia.
La Inteligencia Emocional puede favorecer una convivencia más sana y adecuada en la vida de los seres
humanos, ya que "mimar" nuestro momento emocional, aprender a expresar los sentimientos sin agresividad y sin
culpabilizar a nadie, ponerles nombre, atenderlos y saber cómo descargarlos, es uno de los ejes de interpretación
de lo que ocurre en nuestra vida.
La Inteligencia Emocional es una forma de interactuar con un mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos
y engloba habilidades como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la
perseverancia, la empatía, la agilidad mental, etc. Ellas configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la
compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una efectiva y creativa adaptación social (Rodríguez y
Márquez, 1988); así, la Inteligencia Emocional es la capacidad de percatarse de los propios sentimientos, así
como de los de los demás y gestionarlos de forma beneficiosa.
El modelo multifactorial de Baron (citado en Vallés y Vallés, 2003), propone que la Inteligencia Emocional
está conformada por los siguientes componentes factoriales (C. F):
1) C. F. Intrapersonales:
• Autoconcepto: Esta habilidad se refiere a respetarse y ser consciente de uno mismo, tal y como uno es,
percibiendo y aceptando lo bueno y malo.
• Autoconciencia Emocional: Conocer los propios sentimientos para conocerlos y saber qué los causó.
• Asertividad: Es la habilidad de expresarse abiertamente y defender los derechos personales sin mostrarse
agresivo ni pasivo.
• Independencia: Es la habilidad de controlar las propias acciones y pensamiento de uno mismo, sin dejar de
consultar a otros para obtener la información necesaria.
• Auto- actualización: Habilidad para alcanzar nuestra potencialidad y llevar una vida rica y plena,
comprometiéndonos con objetivos y metas a lo largo de la vida.
2) C. F. Interpersonales:
• Empatía: Es la habilidad de reconocer las emociones de otros, comprenderlas y mostrar interés por los
demás.
• Responsabilidad Social: Es la habilidad de mostrarse como un miembro constructivo del grupo social,
mantener las reglas sociales y ser confiable.
• Relaciones Interpersonales: Es la habilidad de establecer y mantener relaciones emocionales caracterizadas
por el dar y recibir afecto, establecer relaciones amistosas y sentirse a gusto.
3) C. F. de Adaptabilidad:
• Prueba de Realidad: Esta habilidad se refiere a la correspondencia entre lo que emocionalmente
experimentamos y lo que ocurre objetivamente, es buscar una evidencia objetiva para confirmar nuestros
sentimientos, sin fantasear, ni dejarnos llevar por ellos.
• Flexibilidad: Es la habilidad de ajustarse a las cambiantes condiciones del medio, adaptando nuestros
comportamientos y pensamientos.
• Solución de Problemas: La habilidad de identificar y definir problemas así como generar e implementar
soluciones potencialmente efectivas. Esta habilidad está compuesta de 4 partes:
ser consciente del problema y sentirse seguro y motivado frente a él.
definir y formular el problema claramente (recoger información relevante).
generar tanto soluciones como sea posible.
tomar una decisión sobre la solución a usar, sopesando pros y contras de cada solución.
4) C. F. de Manejo del Estrés:
• Tolerancia al Estrés: Esta habilidad se refiere a la capacidad de sufrir eventos estresantes y emociones fuertes
sin "venirse abajo" y enfrentarse de forma positiva con el estrés. Esta habilidad se basa en la capacidad de
escoger varios cursos de acción para hacerle frente al estrés, ser optimista para resolver un problema y sentir
que uno tiene capacidad para controlar influir en la situación.
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• Control de impulsos: Es la habilidad de resistir o retardar un impulso, controlando las emociones para
conseguir un objetivo posterior o de mayor interés.
5) C. F. de Estado de Animo y Motivación:
• Optimismo: Es mantener una actitud positiva ante las adversidades y mirar siempre el lado bueno de la vida.
• Felicidad: Es la habilidad de disfrutar y sentirse satisfecho con la vida, disfrutarse uno mismo y a otros, de
divertirse y expresar sentimientos positivos.
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Frecuentemente, la decisión de casarse parte del enamoramiento que no es otra cosa más que una experiencia
afectiva muy intensa que lleva a las personas a involucrarse de manera profunda entre ellas y en donde todos los
pensamientos e ideas que se tienen del otro, son positivos, irracionales e idealizados
Después de un tiempo de vivir juntos, cada uno bajará la guardia y comenzarán a mostrarse tal cual y como
son. Es aquí, entonces cuando comienzan los conflictos.
Que generalmente, se ven incrementados por las reacciones que intervienen aquí, ya que algunas alcanzan
nuestras necesidades más profundas: ser amados y sentirnos respetados, los temores de abandono o de quedar
privados emocionalmente. Y ese es el preciso momento en que podemos enfrentar tales problemas con las
habilidades que proporciona la Inteligencia Emocional, para lo cual será necesario que:
Cada uno de los miembros de la pareja debe ser consciente de lo que siente.
Cada uno expresará sus sentimientos sin culpar o acusar, haciendo posible la respuesta positiva de la otra parte.
Cada uno escuchará y tratará de comprender claramente lo que el otro ha dicho.
Cada uno se identificará con el otro.
Lo cual, indudablemente, dará una perspectiva distinta del conflicto y además se ampliarán las opciones de
solución.
Recordando que escuchar y comprender realmente lo que la otra persona está manifestando requiere una
concentración sin prejuicios, de forma tal que no proyecten los propios pensamientos o emociones en las palabras
del que habla y termine escuchando algo que nunca se le ha dicho. Hace falta motivación y habilidad para
comprender las cosas desde el punto de vista de la otra persona.
Ya con ello, se estará preparado para un manejo positivo de los conflictos, que incluye:
Aceptar en forma adulta y madura que se tiene un conflicto o que "algo" no anda bien en la relación, y que es
necesario enfrentar ese hecho para buscar las soluciones.
Comenzar un diálogo sobre el "asunto" o sobre el conflicto particular que se está viviendo.
Aclarar cada miembro de la pareja por separado, previo a sentarse a conversar en pleno los asuntos, que es lo
que a su juicio le parece que es el/los problema(s).
Escoger el momento y lugar propicios para el diálogo.
Así, se aprende que solucionar un conflicto es un proceso de dar y tomar, es decir, que es un método de
intercambio de los "haberes" personales e interpersonales de cada miembro de la pareja para lograr la satisfacción
de sus necesidades y equilibrar la relación en un sentido amplio del concepto de equilibrio, y que para lograrlo se
requieren de factores emocionales, de compartir sentimientos y entender las emociones del otro.
Tras el arrasador éxito de sus estudios y publicaciones sobre la inteligencia emocional, Daniel Goleman ha
optado por dar un giro en el enfoque de su investigación, abandonando por un momento la psicología unipersonal
para abordar un nuevo paradigma de esta ciencia, cuyo centro de atención no es el individuo aislado, sino los
sujetos que entran en relación. En este libro, Goleman explora el correlato de esta “psicología interpersonal” en el
campo de la neurociencia, y encuentra abundantes evidencias sobre la forma en que nuestra configuración
cerebral condiciona nuestras relaciones sociales, al tiempo que estas moldean y configuran nuestro cerebro.
Hoy por hoy, la ciencia se encuentra en disposición de dar respuesta a muchas de las incógnitas del cerebro.
Gracias a la resonancia magnética, los científicos han obtenido imágenes increíblemente detalladas del cerebro
que, al ser proyectadas en la pantalla de un ordenador, permiten identificar las regiones cerebrales que se activan
durante una determinada actividad o interacción social. Así, con la posibilidad de cartografiar las diferentes
regiones cerebrales que intervienen en las dinámicas interpersonales, se empiezan a desvelar los mecanismos
neuronales que intervienen en las diferentes situaciones de nuestra vida: comenzamos a saber qué ocurre en
nuestro cerebro cuando oímos la voz de un amigo o cuando experimentamos un arrebato de pánico escénico.
Sin embargo, el descubrimiento más importante de la neurociencia es que nuestro cerebro está programado
para conectar con los demás: y es que cada vez que dos o más personas se encuentran o se comunican, en sus
cerebros se inicia una suerte de danza emocional. Ciertas regiones se activan, se segregan ciertas hormonas y
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ciertas conexiones neuronales se disparan. En su conjunto, este sutil “tango de sentimientos” será más o menos
armónico según el tipo de conexión existente entre las personas en cuestión. Ahora bien, a medio y largo plazo,
estas relaciones sociales no solo irán esculpiendo la forma, el tamaño y el número de neuronas de cada sujeto,
sino que irán influyendo silenciosamente en su carácter, en su biología e incluso en su salud.
Las personas que nos rodean tienen la capacidad de moldear y definir nuestros estados de ánimo y nuestra
biología, al tiempo que nosotros ejercemos una influencia análoga en ellos. Esa comprensión profunda del influjo
que las relaciones tienen en nuestra vida y en la de los demás da origen a lo que puede llamarse la “inteligencia
social”, cuyo desarrollo exige, a un mismo tiempo, conocer la forma en que funcionan las relaciones y
comportarse adecuadamente en ellas. Una persona socialmente hábil podría, como lo hace un luchador de jiu-
jitsu, reconocer las energías emocionales hostiles y orientarlas para que se tornen positivas.
- Programados para conectar con los demás
Retroceda unos cien mil años e imagine a una especie tan frágil como la nuestra enfrentada a la inminente
amenaza de ser devorada por criaturas enormes, salvajes y hambrientas. Si a algo le podemos atribuir el hecho de
haber sobrevivido a un escenario tan adverso, es a la capacidad de nuestros ancestros para organizarse entre ellos.
Si a esto le sumamos la evidencia de que la evolución de nuestra especie responde principalmente al desarrollo
complejo de nuestros cerebros, no resulta descabellado suponer que ese órgano gris y viscoso haya desarrollado
todo tipo de medidas para favorecer la comunicación con los otros y lograr la supervivencia de la especie. De
hecho, algunas observaciones científicas de los macacos han encontrado que los más sociables son los que tienen
más probabilidades de sobrevivir.
La capacidad de los homínidos para comunicar a los demás la presencia de un peligro y transmitir ágilmente
las señales de alarma sería, por lo tanto, una cuestión de vida o muerte. Al parecer, la respuesta evolutiva a esta
necesidad consistió en orientar la mente humana para que estuviese en interacción continua e invisible con las
mentes de los otros. Miles de años antes de que surgiera el lenguaje verbal, el cerebro habría generado una serie
de mecanismos para facilitar la comunicación entre individuos y poder, entre otras cosas, diversificar la vigilancia
del grupo ante las amenazas latentes del entorno.
Una de las formas en que el proceso evolutivo logró este cometido consistió en permitir que el cerebro de cada
individuo leyera rápidamente las emociones de sus compañeros y así, por ejemplo, cuando alguno experimentara
temor, esta sensación se difundiera entre todos y propiciara las consiguientes reacciones defensivas de ataque o de
huida. En efecto, los escáneres cerebrales han constatado que la amígdala sólo requiere entre dos y tres centésimas
de segundo para registrar las señales del miedo en el rostro de otra persona.
Una herramienta muy recurrente en los estudios neurológicos de esta naturaleza consiste en analizar el cerebro
de las personas con deficiencias sociales para rastrear el origen de las mismas. Por eso se han dedicado muchos
esfuerzos al estudio de personas con síndrome de Asperger, una variante del trastorno autista en la que el sujeto
no tiene capacidad de comprender lo que está pasando por la mente de otra persona y desvelar sus intenciones o
sentidos ocultos y, en consecuencia, es incapaz de detectar una ironía, de comprender el humor o de percibir la
malicia. Al comparar los cerebros normales con los de estas personas, a quienes en esencia les ha sido negada la
posibilidad de la empatía, los científicos han identificado algunas diferencias que les permiten ubicar los circuitos
en los que se asientan las distintas formas de inteligencia social.
Hace pocos años, un neurocientífico italiano llamado Giacomo Rizzolatti descubrió la existencia de lo que
denominó “neuronas espejo”, que reproducen las acciones que vemos en los demás y emiten un impulso de acción
para que las imitemos. Estas neuronas, que constituyen un claro legado de nuestra milenaria evolución y que
presentan disfuncionalidades en personas con síndrome de Asperger, nos permiten entender lo que sucede en la
mente de los demás sin tener que apelar a los razonamientos conceptuales, sino mediante la simulación directa del
sentimiento que identifican en el otro. Y el que algunas de estas neuronas se ubiquen en el córtex prefrontal, cerca
de aquellas que controlan el lenguaje y el movimiento, explica nuestro impulso natural a imitar las palabras y las
acciones de los otros. En ese sentido, las neuronas espejo constituyen una expresión neurológica de aquel adagio
según el cual “cuando sonríes, el mundo entero sonríe contigo”.
Como han corroborado infinidad de estudios neurológicos y de pruebas empíricas, las emociones son
contagiosas. En la interacción humana se produce un continuo feedback intercerebral, en el que el output de uno
es input del otro. Mientras que los circuitos neuronales de una persona movilizan de forma inconsciente su
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musculatura facial, haciendo que sus emociones se expresen en sus gestos, las neuronas espejo de quien lo
observa garantizan que, al advertir en su rostro determinada emoción, pueda experimentarla en carne propia. Esto
significa que no vivimos nuestras emociones de forma aislada, sino que las personas con quienes nos
relacionamos las experimentan con nosotros. Y en la medida en que esta función cerebral nos permite “sentir” al
otro de forma literal, constituye la base neuronal de la empatía.
El afamado director de teatro Stanislavski sabía que los actores podían experimentar las sensaciones que
debían representar si rememoraban episodios emocionales propios o ajenos. Esto ha sido constatado por los
escáneres cerebrales que han identificado que la reacción neuronal es casi idéntica cuando se experimentan los
sentimientos propios o los ajenos, es decir, que las conexiones sinápticas que se activan cuando se le pregunta a
una persona por las emociones de otro son las mismas que se activan cuando se le pregunta por sus propias
emociones.
Para los psicólogos, la empatía reúne tres elementos: reconocer los sentimientos del otro, sentirlos uno mismo
y responder de forma compasiva. Pues bien, la neurología también ha logrado encontrar una explicación cerebral
del tercer elemento, al observar que el contagio emocional no se limita a la transmisión del sentimiento, sino que
prepara al cerebro para realizar una acción consecuente. Así, por ejemplo, ver a alguien asustado no sólo transmite
el miedo, sino que activa el impulso a la acción. Estos estudios le han dado la razón a Mengzi, el sabio chino que
tres siglos antes de Cristo afirmó que “la mente del ser humano no puede soportar el sufrimiento de sus
semejantes”. Cuando vemos a otro en problemas se disparan en el cerebro circuitos similares que generan una
resonancia empática neuronal, la cual es el preludio de la compasión que nos lleva, por ejemplo, a acudir de forma
automática en ayuda de un niño que grita. En otras palabras, “sentir con” predispone a “actuar por”.
Diversos experimentos realizados con roedores, con macacos y con bebés humanos han puesto de relieve que,
en efecto, las tres especies compartimos un impulso automático a dirigir la atención hacia otro que sufre, a sentir
de forma semejante y a intentar ayudarle. Adicionalmente, los estudios con seres humanos han extendido esta
conclusión para afirmar que cuanto mayor sea la atención prestada, mayor la capacidad de captar el estado interno
de otro de forma clara, rápida y sutil. Igualmente, se ha detectado que el ensimismamiento, en cualquiera de sus
formas, dificulta el establecimiento de la empatía e impide, en consecuencia, el surgimiento de la compasión.
Esta última conclusión constituye una alerta evidente frente a los costes emocionales y sociales de las nuevas
formas de autismo social que se multiplican en el mundo contemporáneo, donde las personas parecen
desconectarse de quienes les rodean para establecer contacto con una realidad virtual, bajo el influjo de sus iPods,
sus teléfonos móviles y otros artefactos. Ya en 1963, cuando la televisión comenzaba a difundirse en todos los
hogares, T. S. Elliot afirmó que aquella “permite que millones de personas se rían simultáneamente del mismo
chiste pero, a pesar de ello, sigan estando solos”.
- Las dos vías del cerebro
El paciente X había perdido las conexiones nerviosas entre sus ojos y la corteza occipital, que se encarga del
procesamiento visual. Sus ojos podían registrar las señales, pero su cerebro era incapaz de descifrarlas. En
esencia, pues, este paciente era totalmente ciego y no podía reconocer ninguna imagen que se le mostrara, aunque
fueran simples círculos o cuadrados. Sin embargo, cuando se le mostraron fotografías de personas enfadadas o
alegres, sí pudo reconocer las emociones expresadas.
La amígdala es una región del cerebro estrechamente ligada con la producción e identificación de las
emociones. Es ella la que desencadena los procesos cerebrales que nos permiten reproducir en nuestro cuerpo las
señales emocionales que percibimos, sin que seamos conscientes de ello, pues las áreas verbales y las regiones
que asociamos a la razón y a la conciencia no se ven necesariamente involucradas en el proceso. Esto significa
que aunque el paciente X no podía “ver” las emociones en el rostro, sí podía llegar a sentirlas.
Esta base neurológica del contagio emocional opera para cualquier sentimiento e ilustra de forma clara el
funcionamiento de lo que los científicos han llamado la “vía inferior” del cerebro. De acuerdo con esta teoría, el
cerebro dispone de un conjunto de circuitos cerebrales muy veloces que operan automáticamente sin la
intervención de la conciencia, por los cuales circula la mayor parte de lo que hacemos, particularmente en lo
referido a nuestra vida afectiva. La vía inferior procesa los sentimientos y genera impulsos a velocidad
infinitesimal, sacrificando la exactitud en beneficio de la rapidez.
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Al mismo tiempo, el cerebro cuenta con una “vía superior”, que es la que asociamos a la racionalidad, y que
nos permite ser conscientes y controlar lo que ocurre en nuestra vida. Esta serie de circuitos operan de forma
mucho más lenta, deliberada y sistemática, sacrificando velocidad en beneficio de la exactitud.
A la existencia independiente de estas dos vías se le atribuye el hecho de que muchas veces caigamos en un
determinado estado anímico sin conocer en absoluto la causa que lo generó. Una música ambiental, un tono de
voz o una determinada escena pueden moldear nuestras emociones sin que tengamos conciencia alguna de ello.
En un curioso experimento realizado en la Universidad de Wurzburgo, numerosos grupos de personas escucharon
el mismo fragmento leído de un texto de Hume, con una variante casi imperceptible: para la mitad de los grupos,
la lectura provenía de una voz con un dejo de tristeza, mientras que la otra mitad escuchó una voz que leía
animada por una sutil alegría. A la salida, los dos grupos fueron analizados y, en efecto, sus estados anímicos se
orientaban hacia la tristeza o hacia la alegría según el tono en que se les había leído el texto.
A los mecanismos imperceptibles de la vía inferior podemos atribuirles el hecho de que la mera contemplación
de un rostro feliz provoque en nosotros esa misma sensación, pues sin siquiera notarlo tendemos a imitar el rostro
observado y la propia realización del gesto tiene la capacidad de suscitar en nosotros el sentimiento exhibido. De
hecho, cuanto más exacta es la imitación de la persona observada, más exacta es también la sensación de lo que
esa persona está sintiendo; algo que comprendió intuitivamente Edgar Allan Poe al afirmar lo siguiente: “Cuando
quiero saber lo bondadosa o malvada que es una persona, o qué es lo que está pensando, reproduzco en mi
rostro, lo más exactamente que puedo, su expresión, y luego aguardo hasta ver cuáles son los pensamientos o
sentimientos que aparecen en mi mente o en mi corazón que equivalen o se corresponden con esa expresión”.
Paul Ekman, psicólogo estadounidense que ha estudiado a fondo las emociones, es un experto en la detección
de la mentira. Con un estoicismo científico que le permitía llegar a propiciarse ligeras descargas eléctricas para
ubicar los músculos más esquivos, Ekman pasó un año aprendiendo a controlar voluntariamente cada uno de los
aproximadamente doscientos músculos del rostro. Tras esto, dibujó un detallado mapa de los diferentes sistemas
musculares que intervienen en los gestos para exhibir cada emoción, con sus múltiples matices y variantes.
Gracias a ello, al discernir las sutilezas faciales con que se manifiestan las emociones, cuenta con una poderosa
herramienta para identificar la emoción real que subyace bajo la máscara con la que una persona pretende ocultar
sus sentimientos. De acuerdo con Ekman, las palabras pueden mentir, pero los rostros no, porque la decisión de
mentir está controlada por la vía superior, mientras que los músculos faciales son coordinados por la vía inferior.
Por eso, el rostro del mentiroso contradice sus palabras; cuando la vía superior encubre, la inferior revela.
Por su naturaleza impulsiva y su extremada rapidez, la vía inferior puede conducir a comportamientos
incorrectos y, de hecho, suele encontrarse en el origen de muchos conflictos, desde las simples desavenencias
sociales hasta los delitos más ominosos. La vía superior permite el equilibrio, pues controla y frena los impulsos
de la inferior y nos protege así de los problemas que ésta puede causar. Como la corteza orbitofrontal modula el
funcionamiento de la amígdala, fuente de los impulsos pasionales, quienes tienen inhibidos estos circuitos
neuronales carecen de autocontrol y están a merced de sus arrebatos emocionales. Esto explica que algunas
personas no puedan dejar de imitar a los otros o de cometer todo tipo de errores sociales sin llegar a percatarse de
ello.
Al contrarrestar los impulsos emocionales y ofrecer mayores y más sutiles elementos para la acción, la vía
superior amplía y flexibiliza el repertorio establecido y fijo de respuestas de la vía inferior. Así, su correcta
intervención permite adecuar, modular y optimizar las respuestas emocionales. La inteligencia social agrupa,
pues, algunas competencias básicas de la vía inferior, como aquellas que están asociadas a la empatía, junto con
las habilidades más complejas de la vía superior como es el control de los arrebatos emocionales.
Jonathan Cohen es pionero en una ciencia que estudia el trasfondo neuronal de los procesos racionales e
irracionales de la toma de decisiones, conocida como la neuroeconomía. Ha realizado escáneres cerebrales de
personas que realizan un juego simulado de negociación y, al analizar lo que ocurre en sus cerebros, ha
encontrado que cuanto más intensa es la reactividad de la vía inferior, menos racionales son las respuestas del
jugador desde la perspectiva económica. Por el contrario, cuanto más activa permanece la región prefrontal
(centro operativo de la vía superior), más equilibradas son las respuestas.
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El entorno en el que nos desenvolvemos tiene la capacidad de programar nuestros genes y determinar su grado
de activación, generando un proceso continuo de desarrollo y complejidad de la estructura genética que recibe el
nombre de epigénesis. Así como el área de un rectángulo está dada por su altura y por su anchura, el carácter de
un individuo depende de su estructura genética y de su epigénesis.
Estas conclusiones adquieren una relevancia capital en lo que tiene que ver con la formación de las personas.
Si el cerebro se está modificando en función de las experiencias que el sujeto afronta, el impacto de las relaciones
parentales o de cualquier relación educativa es innegable, sobre todo en los dos primeros años de vida, en los que
se da el 60 % del crecimiento del cerebro.
Los experimentos de Michael Meaney, de la Universidad de McGill en Montreal, con conejillos de Indias han
logrado encontrar una “ventana temporal” que se cierra dos horas después del nacimiento, en la cual se dan unos
procesos químicos cruciales para la configuración del cerebro que determinarán la pauta química de sus neuronas
para el resto de sus días. Pero aún más asombrosa es la relación que han logrado establecer estos estudios entre el
tiempo que la madre dedica a lamer a cada cachorro durante estas dos horas y el posterior desarrollo cerebral de
ese ratón. Cuanto más estimulante sea la madre, más confiada, valiente e ingeniosa será su cría. Por el contrario, si
la madre ha sido poco estimulante en sus lamidos iniciales, la cría presentará dificultades de aprendizaje, mostrará
menor control frente a las amenazas y puntuará más bajo en pruebas de habilidad como la de encontrar la salida
de un laberinto (algo semejante al cociente intelectual de los ratones).
Si bien los estudios con seres humanos no son tan elocuentes, la analogía no deja de plantearse. Nuestra
ventana temporal parece hallarse principalmente en el córtex prefrontal, que se encuentra en maduración hasta el
comienzo de la edad adulta, y el equivalente a los lamidos de la madre parece estar dado por la empatía, la
sintonía y el contacto con la madre y las personas más cercanas.
Milton Erickson, pionero en modificar las técnicas de hipnosis aplicadas a la psicoterapia, contaba que durante
su infancia en Nevada siempre intentaba llegar el primero a la escuela en la época de invierno, pues así iba
abriendo con sus botas un sendero -al que deliberadamente daba una forma sinuosa- y luego contemplaba cómo el
siguiente niño invariablemente tomaba la ruta por él había abierta, al igual que hacían los siguientes en una
especie de instinto por seguir el camino de menor resistencia. Al salir del colegio, la ruta caprichosa que él había
dibujado por la mañana, formada por curvas y giros absurdos, era una vía establecida: la que irremediablemente
tomaba todo el mundo.
Esta metáfora de Erickson para mostrar la forma en que nacen los hábitos ejemplifica con gran claridad el
modo en que se establecen los senderos neuronales en el cerebro. Las primeras conexiones que se realizan entre
circuitos neuronales, suscitadas por los estímulos y retos que se le presentan al cerebro, van fortaleciéndose hasta
convertirse en rutas automáticas que serán pautas de procesamiento cerebral. Ante estímulos semejantes, el
cerebro ya tendrá definidas las vías de procesamiento.
Esta conclusión se vio confirmada por un experimento realizado con monos titís, en el que algunas de las crías
fueron sometidas a situaciones que les generaban temor: cuando sólo contaban diecisiete semanas, se les separaba
esporádicamente de sus madres para llevarlos a una jaula en la que se encontrarían rodeados de monos
desconocidos. Más adelante, cuando los monos ya se habían destetado, se les llevaba de nuevo a una jaula llena
de extraños, pero esta vez acompañados de su madre. Así se vio que los pequeños titís que habían sido sometidos
previamente a situaciones de estrés se mostraban mucho más curiosos y valientes en el nuevo entorno que
aquellos que habían permanecido todo el tiempo en el cálido regazo de sus madres.
En el proceso de epigénesis, la experiencia cotidiana va esculpiendo los senderos neuronales, y de esta manera
la vía superior puede conquistar a la inferior, haciendo que un individuo supere sus orientaciones genéticas, como
aquellas que le impiden relacionarse con otros o que lo hacen extremadamente irascible.
Jerome Kagan, uno de los psicólogos evolutivos más acreditados de la actualidad, ha estudiado durante
décadas las pautas de comportamiento de algunos bebés, a quienes ha seguido durante su evolución para analizar
la continuidad de sus temperamentos. De acuerdo con sus estudios, cuando los padres de niños que muestran una
predisposición genética hacia la timidez los alientan a relacionarse con otros a los que normalmente evitarían,
estos niños generalmente superan su timidez. Para que la vía superior conquiste los impulsos de la vía inferior se
requiere esfuerzo y ayuda, pero con los estímulos adecuados, provenientes de los padres, de los maestros, de los
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psicólogos o incluso de los jefes, una persona puede revertir sus tendencias naturales y lograr metas que
consideraría imposibles.
- El estrés es social
La influencia biológica de las relaciones sociales y sus efectos sobre la salud de las personas están empezando
a ser desvelados por la ciencia médica. Diferentes estudios han logrado identificar el efecto de las interacciones
sociales sobre el organismo humano y la forma en que una relación conflictiva puede, por ejemplo, alterar la
presión sanguínea o la secreción de ciertas hormonas, haciendo que las personas enfermen o se vuelvan mucho
más vulnerables a las enfermedades.
El estrés es uno de los estados emocionales con mayores efectos biológicos sobre las personas. Esto se debe,
según los hallazgos de la ciencia, a que en situaciones de estrés la glándula adrenal libera cortisol, una hormona
necesaria para enfrentar las emergencias porque facilita la reacción del organismo ante situaciones de riesgo. Sin
embargo, cuando esta hormona permanece demasiado tiempo en la sangre, sus efectos sobre el funcionamiento
del cerebro son bastante negativos. Por una parte, genera disfunciones en el hipocampo, la región que coordina las
tareas del aprendizaje, y por lo tanto se producen temores infundados y exagerados ante cuestiones menores. Por
otra, el cortisol hace que la amígdala se torne hiperreactiva, al tiempo que impide a la región prefrontal modular
sus respuestas para inhibir aquellos impulsos. El resultado general de este desequilibrio químico es una actitud
temerosa y la incapacidad para controlar el pánico frente a situaciones que no constituyen una verdadera amenaza.
En esta misma línea, algunas investigaciones han sugerido una posible relación causal entre la hipertensión y
el trato recibido por parte de los superiores. En cierto experimento en el que se estudió la presión sanguínea de los
trabajadores, se observó que quienes se hallaban bajo la supervisión de un jefe al que temían mostraban tasas
mucho más elevadas en este indicador. Por otra parte, una investigación realizada en Suecia confirmó que las
personas que ocupan los escalafones inferiores en las organizaciones tienen una tendencia cuatro veces mayor a
sufrir enfermedades cardiovasculares que aquellos otros que tienen menos jefes que soportar. Como se ha
demostrado, el solo hecho de mantener una conversación con un superior jerárquico, independientemente del tipo
de relación existente entre las dos personas, provoca un aumento de la presión sanguínea del subordinado
significativamente superior al que se da cuando el interlocutor es un compañero de trabajo. Ahora bien, cuando la
interacción es con una persona problemática, el aumento en la presión es mucho más alto.
De acuerdo con un metanálisis de doscientos ocho estudios que incluían a más de seis mil personas, la peor
forma de estrés es la que se produce cuando una persona recibe las críticas ajenas y se siente impotente ante ellas.
Los efectos sobre el organismo de una situación de esta naturaleza han sido evidenciados por un estudio en el que
se midieron las tasas de cortisol de personas que habían sido convocadas para una entrevista laboral: en el
transcurso de la misma, el entrevistador, aliado con los investigadores, se mostraba frío e indiferente con ellos y
llegaba, incluso, a criticarlos abiertamente.
El hecho de que las amenazas y los retos tengan un carácter público, en el sentido de ser generados u
observados por otras personas, hace que el estrés experimentado sea mucho mayor. Por esto, en algunos ejercicios
en los que se sometía a los voluntarios a complicados ejercicios matemáticos, los incrementos en la tasa de
cortisol no eran tan elevados como en el caso de la entrevista. Por esta misma razón, el cerebro reacciona de
forma mucho más intensa ante los eventos de agresión o maltrato protagonizados por un tercero que ante los
accidentes y calamidades de origen natural. Así pues, cuando los daños pueden atribuirse a la maldad de otra
persona, el trastorno emocional permanente suele ser mucho más intenso y tener una mayor duración.
Con nuestra forma de relacionarnos con los otros no sólo podemos favorecer o perjudicar nuestro estado
emocional, sino también producir consecuencias de índole biológica, pues la hostilidad del uno aumenta
súbitamente la presión sanguínea del otro, mientras que el afecto la disminuye. Otros estudios científicos
orientados por esta premisa han descubierto que las relaciones estresantes aumentan la posibilidad de resfriarse y
que la progresiva complejidad del entorno social de una persona favorece su aprendizaje, al aumentar el ritmo de
creación de nuevas neuronas.
A la luz de todos estos hallazgos, surge un cuestionamiento esencial sobre la eficacia del sistema de salud
pública que rige en la mayoría de países occidentales, donde a los enfermos se les interna en unos hospitales fríos
e impersonales: parece como si se diera por hecho que la mejor forma para combatir el sufrimiento físico consiste
en aparejarles un sufrimiento emocional. Quizás sea hora de detenerse a analizar lo que sucede en un país como
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India, y en lugar de escandalizarse por el hecho de que en los hospitales no dan la comida a los pacientes,
observar que estos últimos siempre llegan acompañados de sus familiares, que no sólo se encargan de cocinarles
allí mismo, sino que duermen con ellos y les proporcionan un cuidado continuo y cariñoso.
- Zona de rendimiento óptimo
Es verdad que el agotamiento no permite pensar con claridad, que la tristeza limita los pensamientos y que la
eficacia cognitiva disminuye con la ansiedad; todo esto se debe al hecho de que la excitación emocional impide el
funcionamiento adecuado de los centros ejecutivos del cerebro. La ansiedad y la ira, por un lado, y la tristeza por
el otro, nos alejan de la zona de rendimiento óptimo del cerebro. Por el contrario, cuando las emociones son
silenciosas o sus arrebatos se han sabido controlar, las redes neuronales pueden entrar en un “estado de máxima
armonía” en el que la mente desarrolla su mayor eficacia, rapidez y poder.
De ahí la importancia de un buen clima emocional en el entorno laboral, pues los efectos de las perturbaciones
ambientales en la productividad de los trabajadores son evidentes. Aunque una dosis moderada de angustia suele
ser esencial para despertar la motivación, ya que con esta se generan cortisol y norepinefrina que impiden el
aburrimiento, después de cierto punto la angustia va propiciando una secreción descontrolada de estas mismas
sustancias, que interfieren en el desempeño de las funciones cognitivas del cerebro. Existe por tanto una relación
entre el nivel de estrés y el rendimiento mental que forma una U invertida.
El reto de profesores y de jefes es que las personas a su cargo alcancen y se mantengan en la zona más alta de
la U invertida, en la que el nivel de estrés no es tan alto como para generar una ansiedad paralizante, pero
tampoco tan bajo como para suscitar el aburrimiento. En el ámbito laboral, esto exige la presencia de líderes
socialmente inteligentes.
La clave de un liderazgo de esta naturaleza consiste en permanecer presente y conectado con las demás
personas. Una encuesta realizada entre dos millones de empleados de setecientas empresas puso de relieve que la
mayoría de ellos daban más importancia a tener un jefe bondadoso que a recibir un salario elevado. Siendo tan
contagiosas las emociones y tan alto el influjo de los jefes sobre sus colaboradores, la actitud de los directivos es
determinante a la hora de lograr que una empresa funcione o no.
En gran medida, los jefes desempeñan una tarea afín a la de los padres de familia y les corresponde alentar la
seguridad de los suyos. Una serie de estudios realizados en numerosos países de todas las latitudes para
determinar los atributos que la gente considera propios de un buen jefe han encontrado que los rasgos más
recurrentes, como la empatía, la valentía, la escucha y la responsabilidad se corresponden perfectamente con lo
que la gente espera de un buen padre.
- Conclusión
El impacto de las relaciones sociales que usted establece diariamente es mucho mayor de lo que posiblemente
imagina. Gracias a los avances de la neurociencia, se ha podido comenzar a rastrear la forma en que sus
interacciones sociales tienen una repercusión directa en su vida, y así como pueden conducir sus estados de ánimo
sin que usted se percate de ello, asimismo han ido labrando, con el paso de los años, su configuración neuronal, su
temperamento, sus habilidades y hasta su estado de salud.
Puede sonar extraño que sea así, pero resulta absurdo ignorar la importancia de las relaciones sociales si
tenemos en cuenta que nuestra posibilidad de sobrevivir como especie ha dependido directamente de nuestra
habilidad para comunicarnos con los otros y lograr una coordinación grupal, en cuya ausencia hubiésemos sido
devorados hace millones de años por otras especies más ágiles o más voraces.
Como legado de esta evolución, cada uno de nosotros viene equipado con un “cerebro social”, que no es un
lóbulo o una región específica, sino un conjunto de circuitos presentes en todo el cerebro que se encargan de
orquestar nuestras interacciones sociales. En términos generales, nuestro cerebro opera en dos vías
complementarias, que evocan lo que solemos asociar con la racionalidad y con la emocionalidad. La primera de
ellas es la vía superior, cuyo centro operativo se encuentra en la región prefrontal y nos permite tomar decisiones
conscientes y calculadas. La segunda, en cambio, conocida como la vía inferior, está relacionada con el sistema
límbico del cerebro y tiene su epicentro en la amígdala. Esta vía genera reacciones instintivas ante los estímulos
externos y nos permite tomar decisiones inmediatas e inconscientes frente a las situaciones que vivimos.
Así como podemos cultivar nuestra inteligencia para resolver complejas ecuaciones matemáticas, también
podemos adiestrar nuestra inteligencia social, que transita por las dos vías descritas, para ser conscientes del
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influjo que las relaciones sociales ejercen en nosotros y del impacto que igualmente podemos causar en las
emociones ajenas. Este tipo de inteligencia nos permitirá canalizar positivamente estos estímulos y conectar con
los demás de forma armónica y saludable.
Manejo de conflictos
Mi objetivo fundamental va a ser convencerles, aunque posiblemente ya lo estén, de que debemos incorporar
actividades que favorezcan la convivencia y la resolución amigable de conflictos y que estas actividades
necesariamente tienen que relacionarse con la educación en sentimientos y la educación en valores. Voy a intentar
ilustrarles que cuando intentamos dar salida a un conflicto ponemos en juego los mecanismos de regulación
emocional y que, por tanto, es fundamental incorporar actividades de educación en sentimientos para afianzar las
estrategias de solución de conflictos negociada y cooperativa.
Primeramente describiré de manera sencilla cómo entiendo la convivencia, los conflictos, y las emociones y
sentimientos. Seguidamente reflexionaré sobre la estrecha vinculación existente entre resolución de conflictos y
regulación emocional. Por último, intentaré sugerirles algunos contenidos sobre educación en sentimientos que
serían fundamentales Al abordar estos aspectos me situaré en una perspectiva psicológica.
Convivencia. Los humanos, desde el momento de nacer, pertenecemos a varios grupos (familia, vecindario,
pandilla, empresa, sindicato, club deportico, etc.) y la opinión que los demás tienen de nosotros es fundamental
para nuestro afianzamiento y realización personal. Las relaciones interpersonales son consustanciales a nuestra
existencia y a nuestro modo de vivir. Nuestras actitudes, valores, objetivos, metas, compromisos, etc.
generalmente son compartidas con nuestros compañeros de grupo. Además, en cada colectivo, nos damos a
nosotros mismos unas normas de actuación, explícita o implícitamente, que ayudan a reglar nuestras interacciones
personales y favorecen el logro y afianzamiento de los compromisos y valores del grupo. Todas esas normas y
valores favorecen la consistencia del grupo y de los objetivos que le son distintivos. Cuando hablamos de
convivencia nos referimos al seguimiento de esas normas y al empeño que ponemos en el logro se esos objetivos
de grupo.
Conflictos. No obstante, a pesar de esta comunidad de valores y reglas de actuación, unas veces de manera
coyuntural y otras con más persistencia, en un momento dado, dos individuos de un grupo pueden tener intereses
diferentes y, entonces, puede surgir el conflicto interpersonal. El conflicto indica que en ese momento los deseos
de dos indivisos (o dos grupos) chocan, entran en colisión, que sus intereses particulares pueden más que los
objetivos colectivos. Adicionalmente, dependiendo de que se trate de un conflicto coyuntural o persistente, o de
que polarice las relaciones del grupo, puede informarnos que las metas colectivas requieren un reajuste.
El conflicto no es algo ajeno a la convivencia, sino una parte fundamental de ella. Una convivencia no
conflictiva en términos absolutos es imposible. Además, no sería conveniente, pues nos negaríamos a nosotros
mismos muchas libertades y las posibilidades de cambio y desarrollo social. El reto de cualquier grupo es encarar
los conflictos de manera constructiva para el afianzamiento del propio grupo y de sus miembros (Puig Rovira,
1997).
Sentimientos. La convivencia va acompañada de numerosos núcleos sentimentales. Nuestras relaciones
interpersonales siempre van acompañadas de afecto, nos llevan a sentirnos alegres o desdichados, orgullosos o
avergonzados, temerosos o esperanzados. Nuestros sentimientos inundan nuestras relaciones sociales, están
determinados por lo que acontece en ellas y, al mismo tiempo, determinan la manera de relacionarnos con los
demás.
Cuando nos damos cuenta que otra persona no respeta las normas o los valores del grupo, o cuando
entendemos que alguien no coopera o colabora para el logro de los objetivos colectivos nos sentimos enfadados o
indignados. Cuando el grupo no alcanza sus metas podemos sentirnos ansiosos o abatidos. Cuando se logran
éxitos nos congratulamos y alegramos. En el grupo se crean héroes y estigmatizados desencadenándose, por tanto,
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sentimientos de orgullo y de vergüenza o culpa. Las emociones y sentimientos, siguiendo la metáfora de Marina
(1996), surgen como un balance sentimental que nos informa del logro de nuestros objetivos más existenciales.
Pero, no debemos olvidar que muchos de esos objetivos están claramente configurados por nuestro entorno social
y cultural, por los grupos a los que pertenecemos. Pero la importancia de las emociones en las relaciones
interpersonales hay que situarla también en la manera en que las influencia. Una vez que surgen, las emociones
van acompañadas de importantes cambios corporales, de tendencias de acción vigorosas, y de modos de
interpretar la realidad. Todos estos elementos determinan nuestras acciones y comportamientos en la situación
interpersonal. La alegría favorece nuestra efusividad y afán por comunicar a los demás nuestros éxitos, la tristeza
nos lleva a la falta de acción y al aislamiento, el miedo nos lleva a la huida, la ira favorece el ataque, etc. Es decir,
las emociones surgen en numerosas circunstancias interpersonales e influencian de manera estrecha nuestro modo
de conducirnos en ellas.
Las emociones y sentimientos, por supuesto, también afloran en situaciones conflictivas. En cualquier
circunstancia en que nuestros intereses estén en juego, se vean comprometidos, surgen las emociones. No es
extraño, entonces, que los conflictos vayan acompañados de numerosos núcleos sentimentales como la ira, la
ansiedad, la tristeza, etc. Todas esas emociones activan tendencias de acción y modos de interpretar el mundo, de
lo que está ocurriendo, con lo cual están determinando de manera fundamental las posibles estrategias de solución
del conflicto. Como ilustraremos después, la salida a los conflictos y la regulación emocional están estrechamente
relacionadas.
Regulación de objetivos y conflicto
En cualquier relación interpersonal siempre están implicados los intereses, metas, compromisos, ideales, etc.
de dos o más personas, las cuales, además, pertenecen a un grupo de referencia más amplio en el que existen unas
normas de actuación más o menos precisas y estrictas, y en el que están presentes y se potencian una serie de
valores, actitudes y objetivos que suelen ser compartidos por sus miembros. En esas interacciones, en unas
ocasiones los intereses u objetivos de los individuos de un grupo pueden coincidir y en otras no. En el primer caso
la la convivencia está garantizada, si tienen lugar discrepancias puede surgir el conflicto, especialmente cuando
los intereses, metas o compromisos de alguna de las partes no sea respetado. En los casos de desencuentro, dar
una salida constructiva a la situación conflictiva no es fácil, pues requiere que los protagonistas se esfuercen para
cambiar y alterar sus objetivos momentáneos hasta que su nivel de coincidencia sea suficientemente elevado
como para poder convivir, es decir, mantener actitudes, valores, metas y reglas compartidas. En esas
circunstancias, continuar conviviendo requiere el repaso y la revisión de nuestros objetivos, metas, compromisos,
etc. con el fin de situarnos en los que sean compartidos y sintonicen con los de la otra parte. Si falla ese esfuerzo,
o no se hace, en ese momento persistirán los intereses divergentes y el conflicto. La realidad nos indica que
nuestros mecanismos de control nunca son absolutos y que con relativa frecuencia fallan. No es extraño, entonces,
que el conflicto esté presente en nuestras relaciones interpersonales
Los conflictos debemos situarlos en los posibles cambios de metas, objetivos, compromisos, etc. que una
persona tiene a lo largo del tiempo (conflictos intra-individuales), o en las metas, objetivos y compromisos
distintos que dos personas (conflictos interindividuales) o dos colectivos (conflictos de grupo) consideran
prioritarios en un determinado momento. Su solución está relacionada con la regulación, involuntaria o reflexiva,
de nuestros objetivos. Pero, debemos aceptar que nunca se pueden ajustar de modo absoluto las convicciones y
compromisos de todos los individuos de un grupo, de distintos grupos sociales, o, incluso, de una persona en
etapas o facetas distintas de su vida. Entonces, desde esta perspectiva, no tiene sentido intentar luchar para que no
afloren conflictos. En cualquier grupo social siempre, antes o después, van a surgir conflictos. Más bien, nuestra
tarea fundamental debe ser la adquisición de destrezas de regulación que puedan ponerse en práctica en las
situaciones conflictivas, intentar afianzar las habilidades que hacen posible dar salida a los conflictos de manera
negociada y cooperativa, aprender, entre otras cosas, a regular las emociones que afloran en las situaciones
conflictivas
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muy reconfortante, pues no sólo se alcanzan objetivos personales sino los colectivos y son éstos los que nos
acercan a la felicidad. Nuestro afianzamiento personal consolida el grupo y los éxitos del grupo los consideramos
nuestros. Las actividades que nos acercan a los objetivos colectivos y a los individuales prácticamente no se
disocian. Institucionalmente, lleva a un clima social magnífico en que los individuos se comprenden, se animan,
se ayudan, etc., pues las metas de uno son las de todos.
Revisemos de manera más detenida la vinculación que se establece entre conflictos y sentimientos. Hemos
afirmado que los conflictos surgen cuando nuestros intereses, objetivos o compromisos chocan con los de otra
persona. También hemos comentado que la solución a los conflictos requiere regulación de objetivos. La
Psicología, de manera reiterada, nos informa que las emociones surgen cuando acontece algo importante, cuando
nuestros intereses, metas u objetivos están comprometidos en una situación (Oatley y Jenkins, 1992). Ante una
amenaza surge el miedo, ante una humillación la ira, cuando los demás nos censuran nos sentimos avergonzados,
cuando alcanzamos un objetivo experimentamos alegría. Sin duda las situaciones conflictivas son importantes
para cualquiera de nosotros, pues nuestros intereses o planes resultan impedidos o bloqueados temporal o
definitivamente. Son, por tanto, ocasiones en que afloran vivencias emocionales. El tipo de emoción que
experimentemos va a depender de la interpretación que hagamos de la situación y, como nos indican los teóricos
del appraisal (Lazarus, 1991), frecuentemente cambiaremos de manera fluida esa interpretación, lo cual hará que
en la misma situación vivamos sentimientos diferentes. Además, la activación de cualquier emoción va asociada
con cambios en el sistema nervioso central y en el periférico, en nuestro funcionamiento cognitivo y en
predisposiciones de acción. La instrucción en la resolución de conflictos requiere que consideremos todos estos
procesos.
Las investigaciones neurofisiológicas indican que las reacciones afectivas están mediadas por la activación de
algunos núcleos subcorticales como la amígdala (LeDoux, 1996) y el córtex prefrontal (Damasio, 1994). Son
núcleos cerebrales que están implicados diferencialmente en los automatismos y en la regulación de las
emociones. Además, es habitual que se produzcan cambios fisiológicos periféricos importantes: los músculos se
tensan, el corazón se acelera, la respiración puede ser entrecortada, se segrega más sudor en algunas zonas, etc.
Estos cambios corporales están relacionados con la intensidad de nuestros sentimientos (ver, por ejemplo,
Cacioppo, Berntson, Larsen, Poehlmann e Ito, 2000).
En términos comportamentales surgen tendencias de acción (Frijda, 1986) que se corresponden con la emoción
activada. Se favorecen, por tanto, comportamientos de huida, evitación, escape, aproximación, ataque, acciones de
vómito, etc. Por último, en términos cognitivos, también se producen cambios, sesgos y distorsiones importantes
dependiendo de la emoción de que se trate. Por ejemplo, la literatura (Mathews y MacLeod, 1994), sugiere que la
ansiedad y el miedo están asociados a una hipervigilancia y a sesgos de atención hacia la amenaza, la ira va
vinculada a sesgos de atribución hostil, la depresión se relaciona con el recuerdo favorecido de experiencias de
fracaso y dolor
Junto a todo lo anterior, también entran en juego procesos de regulación emocional (Gross, 1999). Un objetivo
fundamental de cualquiera de nosotros es sentirnos bien. Cuando surge algún estado emocional negativo,
intentamos aliviarlo. Valoramos si se puede cambiar o no lo que está aconteciendo, si tenemos recursos para ello,
si podemos interpretar lo que acontece de otra manera, etc. y procedemos intentando afianzarnos personalmente.
Estos procesos de regulación pueden acontecer sin que nos lo propongamos intencionalmente o de manera
intencional (Parkinson y Totterdell, 1999)
Nuestro comportamiento en una situación conflictiva está determinado por todos estos procesos emocionales.
Habrá individuos especialmente sensibles a su activación corporal y con pocas destrezas de control que, en
situaciones de tensión, necesitarán aliviarla dando voces, levantándose de la silla, amenazando con los brazos, etc.
Otras, por el contrario, pueden disponer de recursos para controlar su corazón, su respiración, sus músculos, etc. y
los utilizan para rebajar la intensidad de sus sentimientos. Algunas personas interpretarán la situación de conflicto
como humillante y ofensiva y entenderán que alguien quiere agraviarles. Es probable, entonces, que dirijan su ira
contra ella. Pueden, incluso, comportarse agresivamente, si no controlan bien su cuerpo. Otras, sin embargo, en
esa situación puede que se asusten. Se dan cuenta que la otra parte protagonista del conflicto puede ocasionarles
daño en grado tan extremo como para no arriesgarse y, entonces, pueden rehuir el enfrentamiento. Aparcan sus
derechos o sus creencias o sus metas y se retiran de la situación. Son maneras distintas de regulación afectiva que
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están relacionadas con las salidas a los conflictos. La solución de los conflictos y la regulación emocional
necesariamente van unidas. Reflexionemos y traslademos todo lo anterior a una situación escolar.
Pensemos en una situación en que un profesor está impartiendo una clase y es interrumpido reiteradamente por
un alumno porque no entiende lo que está explicando. Las interrupciones son reiteradas. El profesor se da cuenta
de que su objetivo de finalizar el tema se ve amenazado. El alumno, por otro lado, está convencido de que cuando
no entiende algo debe preguntarle. ¡Para eso están los profesores! El conflicto surge porque el profesor no quiere
que el alumno siga preguntando y el alumno continúa su demanda de aclaraciones. En ese momento, los
objetivos o intereses de ambos chocan, son contrarios. Cada uno de ellos entiende que son legítimos, pero
claramente son incompatibles. Las soluciones pueden ser diversas. El profesor puede hacer callar al alumno de
manera autoritaria y no permitirle hablar el resto de la clase. El alumno puede responder agresivamente ante esta
provocación o puede actuar de manera sumisa.
También, pueden llegar al acuerdo de que el alumno haga un par de preguntas y, si requiere explicaciones
adicionales, utilice las horas de consulta en su despacho. Todas estas soluciones están acompañadas de
importantes procesos afectivos. Si el profesor interpreta que el comportamiento del alumno tiene como único
objetivo fastidiarle e impedir que finalice el tema, es más probable la emoción de ira y su tendencia de acción
habitual, el ataque. Además, no es extraño que se acalore, se agite corporalmente, se acuerde de otras situaciones
en que el modo de proceder de ese alumno o de otros le ha fastidiado, etc. Entonces, es más probable que el
conflicto tenga una solución agresiva. Si, por el contrario, el profesor interpreta que el comportamiento del
alumno no es malintencionado, sino que más bien es consecuencia de la poca lucidez mental que tiene en ese
momento, es posible que se plantee como objetivo adicional del momento, lograr no sólo finalizar el tema, sino
que el alumno entienda su explicación. Entonces, interpretará la situación en modo de reto, como una posibilidad
de realización profesional.
Desde este estado afectivo es más probable una solución cooperativa. Desde la perspectiva del alumno pueden
hacerse comentarios parecidos. Si interpreta que el profesor con su actitud quiere humillarle, se sentirá enfadado y
cabe la posibilidad de que se genere una posible espirar de agresión. Si interpreta que su objetivo de comprender
lo que el profesor está explicando es inalcanzable, se sentirá abatido y triste, y será más probable una solución
pasiva.
Contenidos de educación sentimental que deberían incorporarse para favorecer la resolución de conflictos.
Desde nuestra perspectiva, como hemos intentado mostrar, instruir para resolver conflictos de manera
amigable requiere incorporar contenidos de educación en sentimientos. Pero dichos contenidos no deben ser un
mero recetario de actividades, sino que debería sistematizarse siguiendo las sugerencias de algunos teóricos e
investigadores de la denominada inteligencia emocional (Mayer, 2001). Debería incluir el reconocimiento de
emociones y sentimientos en uno mismo y en los demás, el significado de los núcleos emocionales más
distintivos, la dinámica que se establece entre ellos, y su regulación. Por supuesto, siempre deben adaptarse a la
edad de la persona y a su problemática.
Reconocimiento de emociones y sentimientos en uno mismo y en los demás.
Como hemos visto, las emociones van acompañadas de importantes cambios corporales, fisiológicos,
expresivos, musculares, en tendencias de acción, etc. Debemos enseñar a los niños a prestar atención a todas esas
señales para reconocer nuestros sentimientos y los de otra persona. Cuando nos damos cuenta que en una
situación nos late rápido el corazón, nuestra respiración es ajetreada, sentimos tensos nuestros músculos, etc. es
muy probable que se esté activando alguna emoción. Cuando otra persona nos habla con un tono especialmente
elevado, muestra rigidez en sus músculos, su cara está rojiza, su ceño fruncido, etc. es posible que esté
experimentando alguna emoción. Además de estos aspectos expresivos no verbales, por supuesto, necesitamos
prestar atención a los mensajes verbales que acontecen en la situación.
Lamentablemente, algunos niños (también, ocurre en edades más tardías) no han aprendido a detectarse los
cambios que acompañan sus emociones o los estados internos que pueden estar presentes en su interlocutor. Eso
les impide relacionar emociones y sentimientos con comportamientos y tendencias de acción, y su explicación de
lo que acontece queda muy empobrecida. Por otro lado, sin haber adquirido estas destrezas básicas es
prácticamente imposible desarrollar la empatía, que para muchos autores es un requisito fundamental para poder
afianzar la negociación y la cooperación en situaciones conflictivas
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diferentes ámbitos: (escolar, laboral) se producen numerosas situaciones en que las opiniones sobre un asunto
determinado no son coincidentes o los intereses son contrapuestos. Algunas de ellas tienen lugar entre el
alumnado/trabajadores, otras entre el profesorado/supervisores, y otras entre ambos colectivos. En todos estos
casos, los objetivos del momento de los protagonistas del conflicto son diferentes y están encontrados. Intervenir
en conflictos supone prestar atención y canalizar de modo positivo toda esa inmensa cantidad de situaciones.
Una tarea agotadora que, además, sin duda no es fácil de compatibilizar con la transmisión de los
conocimientos académicos. La tarea está entorpecida adicionalmente porque en muchos casos hacemos una
valoración negativa de las situaciones conflictivas. La mayoría de nosotros hemos tenido experiencias de
situaciones conflictivas en las que nos hemos sentido mal y en las que su solución ha sido lamentable. Esas
experiencias negativas nos llevan a huir de los conflictos, a no encararlos, a protegernos y a no querer intervenir
sobre ellos. Desde luego, esa experiencia no coincide con la valoración positiva sobre ellos, como oportunidad de
madurar, que pretende transmitirnos la pedagogía actual.
No todos somos capaces de regularnos emocionalmente bien en circunstancias conflictivas. No obstante, no
debemos olvidar que también todos hemos tenido experiencias en las que la resolución a un conflicto ha estado
asociada a sentimientos de bienestar y satisfacción personal. Hemos llegado a acuerdos y compromisos
satisfactorios para todas las partes, interpretamos sinceramente que no ha habido vencedores ni vencidos, incluso
que hemos sido generosos con la otra parte, y todo ello hace que nos sintamos bien, pues ese compromiso, quizás,
desde una perspectiva mercantilista individual no haya sido muy beneficioso, pero desde una visión global y
colectiva ha sido un éxito. Tampoco son extrañas las situaciones en que, tras cierto enfrentamiento de posiciones
o actitudes, se deshacen malentendidos y se cultiva una estrecha amistad. Una situación de conflicto no debe ir
acompañada irremediablemente de sentimientos desagradables y molestos.
El reto es canalizar los conflictos hacia esta perspectiva positiva. Utilizar las situaciones de conflicto para
madurar y afianzarnos personal y socialmente. Uno de los compromisos de la educación para la paz, sin duda,
debe ser cambiar nuestra opinión cotidiana negativa de los conflictos por una visión más constructiva y
esperanzadora de ellos. Las situaciones de conflicto hay que asumirlas como algo habitual e inevitable en nuestra
experiencia cotidiana. En ese sentido, no constituye un problema en sí mismo su existencia. Más bien el problema
es cómo los resolvemos. Es por ello que se debe incluir aprender estrategias de resolución de conflictos que
favorezcan la convivencia y faciliten las relaciones amigables entre las personas, apoyados en la regulación de
nuestros sentimientos.
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