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Son las realizaciones que en el AT preparaban la Iglesia del Nuevo y que en cierto modo la
prefiguraban.
a) Pueblo de Dios. Aunque sea la indicación más genérica, sin embargo, no está privada de
especificidad y es la preferida por la LG para indicar la Iglesia tanto del AT como del NT. El
hebreo `am, "pueblo", a diferencia del griego laós, designa un "conjunto", una "comunión".
De aquí se pasa fácilmente a la idea de parentesco, de hermandad tribal o familiar. "Pueblo
de Dios" señala que todos, como hermanos, reconocen al único Dios, el cual a su vez,
honrado como padre, establece un mismo grado de parentesco con sus adoradores. /
"Pueblo de Dios" supone como una gran familia, de la que Dios es el gó'el, el "redentor"
(especialmente en P y en Déutero-Isaías). Esta concepción se remonta a los orígenes: cf,
por ejemplo, Éxo_3:7.10; Éxo_8:16-19; Éxo_9:1.13; Éxo_10:3; etc.
Bajo el aspecto físico, este pueblo se encuentra en diáspora desde siempre, "disperso"
como está entre las naciones y mezclado con ellas, pero especialmente en las sucesivas
deportaciones de su historia multisecular. Mediante la diáspora el pueblo vive su realidad
como una continuación de su período nómada, "peregrino" y "extranjero"; lo mismo que sus
padres (cf Gén_17:8; Gén_28:4; Gén_47:9), será siempre extranjero en la tierra, incluso en
su propia tierra, puesto que ésta es "de Dios" (cf Lev 25:23). De este modo la diáspora es
ocasión de anuncio (Tob 13:3-6) y de proselitismo (Isa 56:3), así como de respuesta de la
vocación de Israel entre los paganos (Sab 18:4). Y en la oración del desterrado suena con
frecuencia el anhelo por una reunión final, vista como cumplimiento de la salvación (cf Sal
106:47).
Esta reunión final se concibe como fruto de una nueva opción, de una elección siempre
nueva. Es "el resto". Su fisonomía de escapados del peligro y de salvados pone de relieve,
por una parte, el amor fiel de Dios y, por otra, la respuesta fiel del pueblo, de aquella parte
del pueblo que creyó en su Dios, que se puso en sus manos y se adhirió a él (cf Isa 10:20s).
Con "el resto", el juicio de elección no se desarrolla ya solamente entre el pueblo y las
naciones, sino dentro mismo de Israel. La misma calamidad se ha convertido entonces en
ocasión/medio de salvación. Además, según la teología del "resto", para aquel momento
histórico concreto es él el pueblo de Dios, el que se ha salvado del juicio (y mediante el
juicio mismo: cf Isa 10:20-23 = Rom 9:27s; Jer 31:2.7). La noción de "resto" corresponde así
a la de "pueblo"; éste queda ahora redimensionado en cuanto al número y en cuanto al
tiempo, pero se convierte también en una realidad de futuro (Isa 4:3s; Isa 28:5s; cf Dan
12:1). El "resto" será como una especie de "tronco", de "semilla santa" (Isa 6:13), que "se
salvará" de todas formas; una semilla que dará origen a todo el futuro pueblo de los
salvados (cf Isa 65:8-12; Hab 17; J13,5) y comprenderá también a los paganos (Isa 66:19;
Zac 9:7 (refs2)).
En los LXX, debajo de ekklésía (unas 100 veces) está siempre qahal (que, sin embargo, se
traduce también 21 veces por synagóghl). SynagóghM (225 veces), con muy pocas
excepciones, es, por el contrario, la única voz para traducir `edah.
Son cuatro los elementos que hacen de Israel una comunidad cultual: 1) La llamada por
parte de Dios: de qól, "voz", a qahal, "llamada, convocatoria", de donde quizá también, por
asonancia, ekklesía, "convocación" (de ek-kaleo). Israel ha sido convocado por Yhwh; es la
comunidad de Dios, Iglesia del Señor. 2) Esta comunidad se alinea por completo en torno a
Dios, como en el desierto (según P), donde el centro del campamento estaba ocupado por
la tienda de la reunión; de esta manera todo lo que afecta a la comunidad y todo lo que ella
realiza guarda relación con lo sagrado, es religioso. 3) La manifestación de Dios y de su
voluntad en medio de la comunidad y para ella; de este modo pasa a ser la comunidad que
escucha, la de la palabra de Dios. 4) Las alabanzas del Señor, que celebra la comunidad
recogida y reunida precisamente para eso; es precisamente esta actividad de alabanza la
que, en definitiva, cualifica a la comunidad en cuanto cultual, la renueva y la santifica.
Son diversas las imágenes para expresar esta misma pertenencia: Israel es la vida de su
Dios (Sal 80:9-16; etc.; cf Jua 15:1-8), su viña (Isa 5:1-7; Jer 2:21; Jer 5:10 (refs3)), "las
primicias de su cosecha" (Jer 2:3), su rebaño (Sal 25:7; etc.), su siervo (Lev 25:42.55; Isa
41:8; Isa 44:1 (refs2).21), su hijo ( Éxo_4:22; Sab 18:13; Ose 11:1 (refs2)), su esposa (Isa
50:1; Isa 54:4-8; Isa 61:10; Jer 2:2 (refs4); Ez 16; Os 1-3; "Dios celoso" en Éxo_20:5).
c) Israel, morada de Dios. "Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios...; los saqué
de Egipto para habitar en medio de ellos"( Éxo_29:45s; cf Lev 26:11s). Israel es el lugar de
la presencia de Dios en el mundo. Dios está en medio de su pueblo, con él y "para" él (
Éxo_33:16; Éxo_34:9; Núm_35:34; Deu 2:7; Deu 31:6 (refs2)). A ese pueblo se le ha
confiado manifestar la acción de Dios, es decir, que Dios está presente y vela por los suyos,
los guarda, los protege, los salva (cf Deu 32:6b-14). Por su parte, en cuanto contrayente de
esa alianza y con ese pueblo, Dios se confía a la historia de aquel pueblo, y la historia de
Israel se convierte así en la historia de Dios.
b) Israel al servicio de los pueblos. Elegido ("separado", "santificado"), Israel tiene que
manifestarse digno de la misión que Dios le ha confiado. Elección que es también juicio
permanente de responsabilidad: "Sólo a vosotros escogí entre todas las familias de la tierra;
por eso os pediré cuentas de todas vuestras iniquidades" ( Amó_3:2). La misión y la
responsabilidad conducen a Israel a atestiguar y a propagar la salvación. Es misionero por
el mero hecho de habitar entre los pueblos, pero lo es más aún en cuanto constituido en
fuente de bendición para todos ellos (cf Gén 12,Iss).
Instrumento de servicio a Dios para la mediación salvífica, Israel ha recibido las dotes
típicas para ello: mediador real (Dan 7:13; Isa 55:3 (refs2)ss), sacerdotal ( Éxo_19:5s) y
profético (Sab 18:4; Isa 42:6 (refs2).19; Isa 49:8). Esta mediación, además, se ejerce en
provecho de todos los pueblos, y específicamente en la intercesión, como Abrahán (
Gén_20:7.17; cf 18,23-32), o Moisés ( Éxo_8:4.8s.24-27), o el "siervo de Dios", que
"intercedió por los pecadores" (Isa 53:12). Del mismo modo, Israel "reza" por el país de su
destierro (Jer 29:7; cf Bar 1:11) y alaba a Dios delante de todas las gentes (Isa 12:4s; cf Tob
13:3s; Sal 96:3; Sal 105:1; Isa 43:21; Isa 48:20 (refs4)). De este modo se convierte en
evangelizador y todos los pueblos se ven implicados en la salvación (Salmos; Jer 1:10; Jer
16:21 (refs2); Déutero-Isaías). Todas las naciones tendrán así la experiencia del Dios de
Israel y le honrarán (1Re 8:43; Sal 87:4 (refs2); etc.).
II. LA IGLESIA DE CRISTO EN EL NT. La llegada del mesías, Jesús de Nazaret, crucificado
y resucitado, glorioso y sentado ahora a la derecha de Dios, determinó el NT y la fundación
de su Iglesia.
Pueblo de Dios (o "mío"). Más bien raro: gracias a la referencia constante a citas del AT,
esta denominación identifica a los creyentes en Jesús con los datos atribuidos al "pueblo de
Dios" del AT, haciéndolos así herederos y continuadores suyos.
Los creyentes, los fieles. Estos dos términos son bastante frecuentes y equivalentes: son
las diversas formas del verbo pistéuo, que se usa con diversos matices. Se pone de relieve
la confianza que el hombre tiene en Jesús o en "el Señor", haberlo acogido en la propia vida
como orientación y elemento vital de la propia existencia. Creer o hacerse fiel es un don del
Espíritu Santo ( Gál_5:22), que sigue a la conversión y al bautismo (Heb 2:38) y que lleva
consigo la salvación.
Los discípulos. Este término pone de manifiesto que la vida del cristiano recoge las
características del propio maestro, Jesús Señor, copiando su existencia (cf Mar 8:34s
10,21.43ss; Luc 22:26ss; Jua 12:26). Al mismo tiempo se insinúa la mera funcionalidad del /
apóstol y del didáskalos, se confirma la presencia constante y activa en la tierra del Señor
en quien se cree, y que no sólo se celebra en la eucaristía, sino que se guarda siempre
como presente en uno mismo durante toda la vida, al cual se pertenece y del cual se recibe
la salvación.
Los hermanos. Es el apelativo quizá más frecuente entre los cristianos (unas 100 veces).
Ciertamente se observa en él la influencia hebrea. "Hermanos" de Jesús son los creyentes
que le acogen y que cumplen la voluntad del Padre (Mat 12:46-50; Mar 3:31-35; Luc 8:19-21
(refs3)), nacidos también de Dios (Jua 1:13) e hijos del Padre (Jua 1:12), de manera que
toda la comunidad cristiana resulta ser una verdadera "comunidad de hermanos" (IPe 5,9),
de los que Jesús es el "primogénito" gracias a la resurrección (Rom 8:29).
Los salvados. Más que el término (sólo Heb 2:47), es la idea de salvación la que está
difundida en todas partes. Se comprende a la luz del AT y de las esperanzas escatológicas
ligadas al mesianismo, configuradas, por tanto, en Jesús mesías y constituido Señor en la
resurrección; los que lo aceptan y se hacen suyos, recibiendo el bautismo en su nombre
(Heb 2:38) pueden llamarse "los salvados";-sin embargo, sólo están salvados "en
esperanza" (Rom 8:24) [I Redención].
"El camino": El uso absoluto del "camino" para indicar la comunidad de los creyentes es una
característica de los Hechos (Rom 9:2.5.14.21; Rom 19:9.23; etc.). Al designar a la Iglesia
como "el camino" y al definirse como "los del camino", los cristianos intentan representar
gracias a su fe ese modo de ser y de obrar que asegura la salvación. "El camino de Dios" es
el que se identifica con el cristiano.
"Santo"; "los santos". Teológicamente esta denominación se relaciona con todo lo que el AT
decía del "pueblo santo", de la "asamblea santa", de los "santos" en relación con el culto,
etc. Es lógica la conexión de esta denominación con Dios el santificador, con Cristo
santificador y, especialmente, con el Espíritu Santo, al que se atribuye la santificación en
particular.
"Los elegidos". Término relacionado con la santidad; sirve para subrayar hasta qué punto la
Iglesia y sus miembros son el fruto de la libre voluntad divina que actúa en ellos [/ Elección].
"Los llamados". Toda la vida del cristiano está bajo el signo de la t vocación; la misma raíz
verbal vincula la "llamada" con la "Iglesia" o convocación, asamblea reunida para el culto de
Dios. Este nombre subraya particularmente el origen de esta "convocación": la voluntad de
Dios y su obra.
"Los que invocan el nombre del Señor". De JI 3,5 (LXX) = Heb 2:21 (cf 2,39s). Expresa la
"salvación" mediante Jesús Señor. El acento recae bien en la unidad de fe y la identidad de
"credo", bien en la adhesión del hombre -de cualquier hombre- al plan salvífico de Dios.
"Los cristianos" Derivado del nombre Christós, "ungido" o mesías, describe a los "cristianos"
como los que acogen al mesías, es decir, los indica como "mesianistas". La comunidad (de
ámbito helenista) manifiesta también así su propio convencimiento escatológico respecto al
mundo.
a) Presente en el mundo. "Vosotros sois la luz del mundo" (Mat 5:14-16). Mediante los
cristianos, la Iglesia está puesta en el mundo y para el mundo, cumpliendo lo que estaba
previsto para el futuro Israel. Por otra parte, Jesús es "la luz del mundo" (Jua 1:5-9; Jua
8:12; Jua 12:35 (refs3)s.46; cf Mat 4:16 = Isa 9:1). El compromiso de la Iglesia en las
vicisitudes del mundo aparece ya en los relatos sinópticos de la vocación de los primeros
discípulos (Mat 4:19; Mar 1:17 (refs2)). Lo mismo se deduce del discurso de misión que ve a
los discípulos enviados como "ovejas entre lobos" (Mat 10:6; Luc 9:2 (refs2)),
proclamadores del reino (Mat 10:7; Luc 9:2 (refs2)) como lo fue Jesús (Mar 1:15 y Mat 4:17)
y continuadores de su obra (Mat 10:17-22; Mar 13:9-13 (refs2); ; Heb 7:59s), presencia en la
tierra del Padre celestial (Mat 5:16), ejecutores de la misión recibida del Señor (cf Mat 10:7;
Mat 28:18-20 (refs2)). La Iglesia tiene su sede en el mundo, está presente en él como una
realidad concreta y visible; pertenece al tiempo, interesa a los hombres y a su existencia
actual terrena. Pero, lógicamente, con vistas al reino de Dios, del que vive de alguna
manera, pero del cual está también a la espera, cuando se constata que su misma oración
lo invoca todos los días con el "venga a nosotros tu reino" (Mat 6:9; Luc 11:2 (refs2)).
b) En crecimiento. "El reino de Dios es como un grano de mostaza... Es la más pequeña de
todas las semillas, pero cuando crece, es la mayor de las hortalizas y se hace árbol..." (Mat
13:31s; cf Mar 4:30ss; Luc 13:18s). Su desarrollo es tan grande que "las aves vienen y
anidan en sus ramas" (v. 32; para esta imagen, cf Dan 4:7-9.17-19; Eze 7:1-10.22ss; Eze
31:1-14). El objeto de la semejanza es el crecimiento: la institución tendrá unos comienzos
muy modestos, pero le espera un gran desarrollo. Y éste, a su vez, parece asegurar una
profunda cohesión y una total continuidad entre los mismos comienzos -Cristo, su
enseñanza y su obra- y las sucesivas expansiones.
Es análoga la enseñanza sobre el crecimiento de la Iglesia que nos ofrece la parábola del
sembrador, con los diversos rendimientos de la semilla caída en tierra buena (Mat 13:1-9 y
su relectura en 13,18-23). Los terrenos diferentes son un mundo humano, visible y
sumamente concreto, pero también heterogéneamente dispuesto para con "la palabra del
reino" (Mat 13:19); en él, tan sólo una parte, quizá la menor, presta verdaderamente
atención y comprensión a la palabra (v. 23a), y también en ésta "el fruto" que se produce no
es más que el "ciento, sesenta y treinta por uno" (v. 23b). En esta misma dirección va
igualmente la breve alusión o ejemplo parabólico de la levadura (Mat 13:33), figura de
aquella virtualidad inicial escondida en lo íntimo del corazón humano y destinada a crecer y
a manifestarse como reino de Cristo en la tierra, como Iglesia en crecimiento gracias a la
acción escondida e interior de Dios y de su Hijo que derraman sobre la humanidad el don
escatológico del Espíritu.
c) Los diversos llamados. Muy instructiva es la parábola de los invitados a las bodas: Mat
22:1-14 y Luc 14:15-24. En las tres etapas a través de las cuales fue pasando -en labios de
Jesús, en la tradición de la comunidad, en el evangelista-, la enseñanza es siempre la
misma: Dios llama gratuitamente a la salvación mediante Jesús. La respuesta es negativa
por parte de los privilegiados del reino, mientras que-los excluidos, los que carecen de
derechos (los pobres, los pecadores, las meretrices; luego los paganos, en la segunda
etapa: vv. 6-7 de Mt), dan una respuesta positiva; ni los que se resisten ni los que no se
convierten pero no obran en consecuencia (el traje nupcial de la tercera etapa) se salvarán
de hecho; por su parte, la Iglesia recoge en su seno a todos los llamados para presentarlos
ante el rey para el examen escatológico (tercera etapa) antes del banquete eterno (que
tiene su anticipación sacramental en el banquete eucarístico). De este modo los marginados
serán -y lo son de hecho-los privilegiados del Dios de la misericordia. Bastante. parecida a
la anterior es la parábola de los viñadores infieles: Mat 21:33-44 (Mar 12:1-11; Luc 20:9-18
(refs2)). La parábola de Mat 20:1-16-los obreros de la viña- se fija en aquel (Dios) que los
llamó y en su índole inconcebible e inexplicable de bondad generosa.
b) La novia, esposa virgen, madre. Las tres imágenes tienen matices propios, pero todas
ellas se derivan de la misma representación veterotestamentaria de la nación o del pueblo
como una mujer de la que son hijos los creyentes -el pueblo-(cf 2Sa 20:19; Sal 87:5; Isa
54:1 (refs3)) o de la que Dios mismo es novio y esposo.
En las grandes cartas paulinas, la Iglesia como novia está presente sólo en 2Co 11:2s: "Os
he desposado con un solo marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura". Más
conocido es Efe 5:24-32, donde la relación de la mujer con el marido se equipara a la de
Cristo con la Iglesia bajo diferentes aspectos, aunque su verdadera realidad sigue siendo
todavía un "misterio" calificado como "grande" (Efe 5:32). En el Apocalipsis la Jerusalén
escatológica, la "nueva", "bajada del cielo del lado de Dios" y "dispuesta como una esposa
ataviada para su esposo" (Apo 21:2), se representa como desposada no de Dios, sino del
Cordero (Apo 19:7s; Apo 21:9; cf 22,17). En Gál_4:26, en el conjunto de la alegoría de
4,21-5,1, Pablo ve en Sara el símbolo del testamento nuevo, de la comunidad de los
creyentes o Iglesia: identificándola con la "Jerusalén celestial", la llama "nuestra madre": la
ciudad celestial es aquella que engendra a los creyentes, que son sus hijos y sus testigos
en la tierra (cf Apo 12:2.17).
c) El rebaño. "No tengáis miedo, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha decidido daros
el reino" (Luc 12:32): el reino de los santos, el escatológico (cf Dan 7:27). "Como corderos
en medio de lobos" (Mat 10:16; Luc 10:3 (refs2)), ese rebaño es enviado en medio de
asaltantes que intentarán dispersarlo, como dirá más tarde Pablo en Mileto (Heb 20:17.28s).
Otros enemigos, otros lobos se vestirán incluso de ovejas para dañar al rebaño desde
dentro (Mat 7:15). El mismo Jesús se considera el enviado a las ovejas perdidas de Israel
(Mat 15:24; cf 10,6), pastor que acude en ayuda de las ovejas perdidas (Mat 9:36; Mar 6:34
(refs2); cf Eze 34:5) y que tendrá que ser herido, según la profecía de Zac 13:7, citada en
Mat 26:31. Un pastor que tendrá también la función de juez, puesto que al final de los
tiempos se colocará entre las ovejas y las cabras para pronunciar la sentencia eterna (Mat
25:32s).
Esta imagen es bastante elocuente: los creyentes en Jesús son ahora objeto de las
atenciones que el AT describía en relación con el rebaño-Israel. En el AT era Dios el que
guiaba el rebaño de su pueblo, unas veces de forma directa (Sal 74:1; Sal 79:13; Sal 100:3;
Miq 7:14 (refs4)) e incluso asumiendo el título de "pastor" (Sal 23:1; Sal 90:2 (refs2); cf
Gén_48:15; Gén_49:24), y otras veces guiándola "por mano de Moisés" (Sal 77:21) o de
otros (Josué, David...). Ahora, en cumplimiento de Eze 34:23s (cf Jer 2:8), Jesús es el
nuevo pastor, y los suyos en tanto se llamarán y serán pastores en cuanto que reciban de él
la misión, anunciando como él la venida del reino (Mat 10:7; Luc 9:2 (refs2); cf Mat 4:17;
Mar 1:15 (refs2)).
Jn 10 destaca sobre los demás textos en cuanto a la imagen del rebaño. En realidad, más
que el rebaño, es el pastor el que se encuentra en el centro de la atención; sin embargo, de
rechazo, se dice mucho sobre el rebaño, y la parábola-alegoría pasa de ser cristológica a
ser igualmente eclesiológica. El rebaño recuerda al de Eze 34:3, oprimido e
instrumentalizado por los intereses de personas indignas, a las que se opone y sustituye
Jesús, mediante el cual el rebaño "tendrá la vida" y la tendrá "en abundancia" (Jua 10:10).
Efectivamente, él, y no los otros, es el "buen pastor" (Jua 10:11), tan amante de su rebaño
(que es también "rebaño del Padre": v. 29) que "da su vida por las ovejas" (vv. 11.15), lo
cual se transforma para ellas en "vida eterna", de manera que "no perecerán jamás" (v. 28).
Todo esto garantiza al rebaño la continua presencia del Padre y del Hijo, la seguridad de
permanecer en Dios, y se refiere además a las ovejas "que no son de este redil", es decir, a
las que provienen del mundo pagano (v. 16): todas ellas formarán "un solo rebaño" bajo "un
solo pastor".
La alegoría de la viña, o mejor de la vid, alcanza su forma más expresiva en Jua 15:1-6 con
el apéndice eventual de los versículos que siguen y que en cierto modo le hacen eco. "Yo
soy la vid verdadera y mi Padre el viñador" (v. 1). La alegoría carece de ambigüedad; es
aclarada por el que la propone: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (v. 5); y se completa
en los personajes que la animan. La Iglesia está unida a Cristo, lo mismo que el sarmiento a
la vid; por la Iglesia corre la savia vital de Cristo, vive la misma vida de Cristo. El estar
separado de Cristo-vid es la muerte, la perdición, "el fuego" (v. 6); unidos a él, damos
"mucho fruto" (v. 5); más aún, la relación con Cristo, a diferencia de lo que sucede entre el
sarmiento y la vid, es recíproca: "Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando en
vosotros" (v. 4), como para indicar que la figura de la vid no es más que una imagen, y que
la realidad que intenta tansmitir es mucho más profunda. Se trata realmente del amor eficaz
de Cristo a su Iglesia (vv. 9-17), según la voluntad y la obra salvífica querida por el Padre
("el viñador", al que se refieren, de forma propia, tanto la vid como los sarmientos). Un amor
que garantiza la escucha de toda plegaria (v. 7) que se exprese en nombre del Hijo (v. 16);
un amor que pasa primero por entre el Padre y el Hijo, luego une al Hijo con los suyos y,
finalmente, los califica a éstos por el intercambio mutuo del mismo amor (vv. 10.12s.15.17).
Hay que recordar además la larga serie de los 144.000 sellados, los "servidores de nuestro
Dios" (Apo 7:3s), los preservados (y por tanto salvados) de los azotes simbolizados en los
siete sellos; y sobre todo, la alegoría de la "mujer vestida de sol" (Apo 12:1), en lucha, ella y
su hijo, contra el "dragón color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos" (Apo 12:3), junto
con toda la compleja simbología sobre la Iglesia, los creyentes, el desierto, etc.
b) Plantación y campo de Dios. 1Co 3:6-8 ofrece una brevísima parábola-alegoría: Pablo ha
plantado, es decir, fundado, la comunidad de Corinto, Apolo regó el terreno, "pero quien
hizo creer fue Dios"; los cristianos, en cuanto comunidad, son el jardín, el huerto, "el campo
de Dios", en el que se trabaja constantemente (griego, gheórghion, v. 9, ya raro en los LXX
y sólo aquí en el NT). Más que a la metáfora veterotestamentaria de la plantación-viña, 1Co
3:6-8 parece referirse a la del "plantar y edificar" (cf Jer 1:9s; Jer 18:7-9; Jer 24:6 (refs2); 38
[TM 31],45; etc.), como se afirma expresamente en el versículo 9b: "Vosotros, labrantío de
Dios, edificio de Dios"; y como los versículos 6-8 introducen la metáfora del cultivo, así los
versículos 10-15 desarrollan la de la construcción. Dios mismo es el que comienza y
prosigue la obra y el que trabaja continuamente en ella; cualquier otro, incluso Pablo, no es
más que colaborador. La intervención directa de Dios se contrapone a la actual situación de
abandono y de opresión, y acentúa de este modo la gracia y la bondad del salvador.
La imagen de Cristo como piedra de construcción aparece varias veces. Ella es la que
afianza el edificio levantado por encima, la que le da solidez y santidad. En esta imagen
concurren tres textos del AT interpretados en clave cristológica (eclesiológica). El Sal
117:22 (LXX): Israel es la piedra descartada y sin valor alguno, pero que ha quedado
altamente valorada y honrada por la salvación experimentada que ha recibido de Dios. Mat
21:42 (Mar 12:10; Luc 20:17 (refs2)s) y Heb 4:11 : Jesús es piedra angular y fundamental
gracias a su resurrección y exaltación, después de haber sido "descartado" y "reducido a la
nada" en su pasión y muerte. Para IPe 2,4-8 tenemos un acento cristológico diferente (cf
Mat 21:44). El segundo texto es el de Isa 28:16 : es Dios el que salva al pueblo; él es el que
ha construido a Sión, poniendo de cimiento "una piedra probada, una piedra angular,
preciosa, bien asentada. El que crea, no vacilará". lPe 2,4-7 asocia a los cristianos a Cristo,
"piedra escogida angular". También Isa 8:14 se le aplica a Cristo en lPe 2,8: en-el AT la
"piedra de tropiezo" era Dios: contra él iban a chocar todos los que no creían; aquí, por el
contrario, y en Rom 9:32s el que se convierte en tropiezo es Jesús, escándalo para los que
"no quieren creer en el evangelio".
Gracias a esta imagen de Cristo, piedra puesta como fundamento, también la predicación
misionera de Pablo es un edificio sagrado que es construido (Rom 15:20), mientras que la
relación de mutua caridad de los cristianos es definida como un "edificar" (Rom 15:2). Al
mismo tiempo, los cristianos, como "piedras vivas" adheridas ala "piedra viva" (lPe 2,4s),
forman todos juntos una Iglesia que puede compararse con un edificio sagrado, con el
templo. En esta edificación concurrirán no sólo el Cristo fundamento, sino también la obra
de Dios y la del Espíritu (cf también Efe 2:19-22).
Animados por el mismo Espíritu que está también en Jesús y alimentados del mismo pan
que es el cuerpo real, aunque espiritual, de Cristo, los cristianos forman juntos un solo
cuerpo, que es el cuerpo del Señor. Ciertamente Pablo utiliza el conocido apólogo helenista
del cuerpo y de los miembros, recogido de Esopo y aplicado al orden social por Menenio
Agripa. Podemos volver a escucharlo de forma transparente, pero totalmente centrado en el
"solo cuerpo de Cristo", en Rom 12:3-6. Análogamente, y quizá todavía más
específicamente, se había expresado en 1Co 12:11s. El cuerpo humano reduce a la unidad
la pluralidad de miembros de que está compuesto el cuerpo. La frase "así también Cristo"
del versículo 12c tiene que completarse de este modo: así también Cristo tiene muchos
miembros y reduce a la unidad en su cuerpo a todos los cristianos (como en Rom 12:5). El
desarrollo de los versículos 13-14 confirma esta interpretación: Cristo es el principio de
unidad de su cuerpo. Si luego, en el versículo 13b, se lee una referencia a la eucaristía
("todos hemos bebido..."), entonces estos dos sacramentos de la unidad -bautismo y
eucaristía- se mencionan aquí para afirmar la evidencia de nuestra unión espiritual y real
con Cristo (como ya en 10,17; cf 10,4). El largo desarrollo figurado de los versículos 15-26 y
la conclusión en el versículo 27 lo vuelven a remachar: "Ahora... vosotros sois el cuerpo de
Cristo, y cada uno por su parte es miembro de ese cuerpo".
En las cartas de la cautividad resulta todavía más importante y variado el uso de la fórmula
"cuerpo de Cristo". Por una parte, se conserva el tema precedente (cf Col 3:12-16; Efe
4:1-7; Efe 5:30 (refs3)). Pero se ensancha la perspectiva, poniendo de relieve al Cristo
resucitado y glorioso, acentuando sus funciones como "cabeza" del cuerpo (y por tanto de la
Iglesia) en su función cósmica como creador y como ser superior a los ángeles. Véanse
especialmente Col 1:24 y Efe 1:22s, donde la Iglesia universal se identifica con el cuerpo
resucitado del Señor. Otro tanto puede decirse de Col 1:18("cabeza del cuerpo de la
Iglesia") y de Efe 5:23 ("cabeza de la Iglesia" y "salvador del cuerpo"). Cristo es kephalé,
"cabeza", respecto al cuerpo, que es la Iglesia. Este término es propio de las cartas de la
cautividad. Probablemente hay que entenderlo en el sentido de "cabeza jefe", leyendo por
tanto en él una especie de primacía o de dominio o de causalidad de Cristo respecto a la
Iglesia.
La Iglesia es "la plenitud" de Cristo (griego, pléróma) (Efe 1:23), una plenitud dinámica que
tiende a la santificación de los cristianos mediante el mismo Cristo, ya que en él "habita
corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2:9). Por consiguiente, la Iglesia, cuerpo
suyo, no podrá menos de estar repleta y perfeccionada en la santidad de Cristo y mediante
él (Efe 4:16).
De esta preparación de la Iglesia como comunidad hemos de ver una primera referencia en
la "gente" o "multitud" que rodeaba a Jesús: son "las ovejas dispersas de la casa de Israel"
(Mat 10:6; cf 10,23; 15,24), "el pueblo que yace en las tinieblas" (Mat 4:16; cf 13,15; 15,8).
Pero son sobre todo indicativos los evangelios cuando hablan de los discípulos, para los
cuales la característica esencial es la llamada o / vocación, la acogida de la palabra de
Jesús y su seguimiento. Lo mismo hay que decir de los "doce", con su múltiple significado,
especialmente mesiánico-escatológico [/ Apóstol/ Discípulo], y con todas aquellas
indicaciones embrionales, pero fundamentales, sobre aquello que nosotros llamamos "los
sacramentos". Al encargarse personalmente de preparar a "su Iglesia" (Mat 16:18), Jesús
ponía en camino a aquella comunidad de fe que a distancia de algunos decenios (y ahora
de varios siglos) se habría de reconocer en aquella realidad del tiempo de Jesús, en
aquellas enseñanzas, en aquellas experiencias. Gracias a la permanencia entre "los suyos"
(Mat 18:20; Mat 28:20 (refs2)), él continúa la obra que fundó, la hace creer y desarrollarse,
la va llevando poco a poco a su cumplimiento.
La Iglesia se manifiesta abierta a todos los hombres desde el tiempo de Jesús. A pesar de
la afirmación de estrecho rigorismo nacionalista de Mat 15:24 (cf 10,5s y 8,12), lo que
cuenta para encontrar a Jesús y ser su seguidores la fe (Mat 8:5-10; Mat 15:28 (refs2)). Al
final, cuando tenga lugar la segunda venida, en la parusía, "todos los pueblos serán
llevados a su presencia" (25,32), mientras que los ángeles del juicio "reunirán de los cuatro
vientos a los elegidos desde uno a otro extremo del mundo" (24,31). Pero para toda la
tradición evangélica el Hijo del hombre ha venido ya y ha comenzado también "la cosecha"
(el juicio). Para Mt, el nuevo Israel tiene ya en "los doce" sus epónimos y sus jueces, y en
los discípulos (Mat 13:38) "los hijos" del reino que, gracias a la fe, provienen también del
mundo de los paganos (Mat 12:18 = Isa 42:1; Mat 12:21 (refs2) = Isa 42:4 LXX). Esta
universalidad se hará manifiesta en la resurrección.
La escena final en el monte (Mat 28:16-20) es intencionalmente muy instructiva: "a los once
discípulos", "postrados en adoración", Jesús se les revela como el Señor universal, dotado
de "todo poder en el cielo y en la tierra", y por tanto autorizado para fundar por medio de
ellos una comunidad universal de discípulos entre todos los pueblos: "Id y haced discípulos
míos en todos los pueblos". Son enviados, y por consiguiente constituidos "apóstoles" para
todos, sin excluir a nadie, para que todos puedan llegar a ser discípulos de Jesús. La Iglesia
del evangelio es tanto la del Jesús terreno como la del Jesús resucitado.
c) En los escritos joaneos. El Jesús terreno y su obra de preformación de la Iglesia quedan
filtrados por la vida de una Iglesia que ya ha evolucionado y que vuelve a proponerlos en
términos de actualidad y de historia. Aunque nunca nos hablan explícitamente de la Iglesia,
estos escritos no pierden nunca de vista su naturaleza íntima, que consiste en la perfecta
comunión entre sus miembros y por parte de éstos con Jesús. En estos escritos la Iglesia es
siempre el grupo de discípulos, que en Ap se tiñe con el martirio. De suyo, la Iglesia
equivale a "creyentes" (Jua 1:12; Jua 3:16 (refs2).18.36; Jua 5:24; etc.), aunque no todos
los creyentes sean discípulos (Jua 4:39.41.53; Jua 9:38; Jua 11:27 (refs2); etc.). Sólo la fe
une con lo que fue "desde el principio" (lJn l,lss; 2,7s; 3,11; 2Jn 1:4ss). Entre los creyentes
hay algunos que sólo creen superficialmente (en los signos: Jua 2:23), o tan sólo a
escondidas (Jua 12:42; Jua 19:38 (refs2)); la verdadera fe, la de los discípulos auténticos y
la de la Iglesia, se caracteriza por la relación con la palabra de Jesús (Jua 5:38; Jua 8:31;
Jua 15:7 (refs3); Un 1,1), por el "conocimiento" que viene de la fe (Jua 6:69) y que "da
mucho fruto" (Jua 15:8). Los "doce" son el modelo adecuado para los verdaderos discípulos
(cf Jua 6:70, referido a los doce, con 15,16, dicho para los discípulos en general).
Entre Jesús y "los suyos" se da una unión muy íntima, en virtud de una presencia constante
de Jesús y del / Espíritu con, por y en los discípulos (Jua 14:16s; Jua 15:13; etc.). Él es
"desde el principio" la "palabra de la vida" para los creyentes en la Iglesia (lJn 1,1ss). Como
comunidad de los creyentes, la Iglesia es la morada de Jesús y del Padre (Jua 14:23; Apo
21:3 (refs2)). La misma muerte de Jesús no es considerada, ni mucho menos, como
separación o como lejanía de Jesús respecto a su comunidad; al contrario, mediante el
Espíritu Jesús vuelve y permanece continuamente presente en su Iglesia. Ese Espíritu es
dado por Dios (1Jn 3:24); pero es también enviado 'por Jesús (Jua 15:26), como "otro
Paráclito" ("otro" respecto a Jesús) y permanece "para siempre" con los discípulos (Jua
14:16); más aún, está "dentro" de ellos (Jua 14:17). Esta intimidad tan grande y tan vital
entre el creyente y Jesús se pone de manifiesto en el lenguaje figurado de la parábola
alegórica del buen pastor (Jua 10:1-17) y en la metáfora de la vid y los sarmientos (Jua
15:1-8): la Iglesia recibe su vida de Jesús; más aún, lleva dentro de sí la vida misma de
Jesús.
Este lazo tan estrecho que la une a Jesús impone a la Iglesia la necesidad absoluta de la
unidad interior'y exterior. Tal es el objetivo de la obra de Jesús pastor (Jua 10:14ss), el
objeto de su oracion (Jua 17:20), el fruto de su muerte (Jua 11:51s) y al mismo tiempo el
instrumento elegido de evangelización en manos de los discípulos (Jua 17:21.23).
Pero el mundo y el maligno han logrado, sin embargo, penetrar en la Iglesia mediante las
herejías. En la comunidad hay muchos "anticristos" (1Jn 2:18.22; 1Jn 4:3.6; 2Jn 1:7) y
muchos falsos profetas (1Jn 4:1), que son un motivo de perversión para los miembros de la
Iglesia (1Jn 2:26; cf 3,7). El error recae sobre Jesús (docetismo: Un 2,22; 4,2s) y manifiesta
una falsa concepción del pecado (lJn 1,8; 3,4.7s). Estos falsos profetas son excluidos de la
comunión eclesiástica (2Jn 1:10s); es natural que así sea, puesto que "no tienen a Dios"
(2Jn 1:9). La Iglesia, sin embargo, aunque tentada y sometida a la prueba, permanece fiel:
"Se disipan las tinieblas y la luz verdadera brilla ya" (lJn 2,8).
Fiel y victoriosa sobre las tentaciones y en medio de las tribulaciones, triunfante gracias a
Dios y al Cordero, segura en el tiempo y para siempre, la Iglesia es el tema constante y la
idea central del Ap. Heredera del antiguo Israel, consciente de realizar el plan divino de la
salvación, es presentada desde el principio como la comunidad de los redimidos (1,5b; cf
1,8), convertida en un "reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (1,6 = Isa 61:6; cf 5,9s;
14,3s; 20,6). Es la Iglesia de Jesucristo. Realiza todo lo que había sido dicho del antiguo
Israel, del "pueblo de Dios" (18,4; cf Isa 52:11). La alianza antigua con Israel, formulada en
los tiempos y en los términos más variados, se establece ahora de manera definitiva con la
Iglesia considerada como el nuevoy eterno Israel, tan totalmente representativa que figura
como la ideal "ciudad santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo del lado de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su esposo" (21,2; cf Isa 61:2) [/ Juan: evangelio,
cartas; / Apocalipsis].
d) En la teología de Lc-He. Aquí la Iglesia aparece en continuidad con todo lo que antes se
ha ido dibujando. Específicamente, la Iglesia es el anuncio kerigmático para el presente y
para el futuro; es una "Iglesia en el tiempo", guiada por el Espíritu Santo y convertida en
anuncio de salvación para todos los hombres de esta historia ya cristiana.
La Iglesia, obra de Dios, comprende como su propia esencia la historia terrena de Jesús,
incluidas su muerte y su resurrección. El acento se pone en el Jesús resucitado, en el
Señor: él es "el viviente" (Luc 24:5), o "aquel que vive" (Luc 24:23), que dio "muchas
pruebas evidentes de que estaba vivo" y que "se apareció durante cuarenta días y les habló
de las cosas del reino de Dios" (Heb 1:3). En el centro, el acontecimiento-resurrección atrae
y ordena en torno a sí todos los demás hechos de Jesús. La Iglesia queda fundada desde
que Jesús resucitó y se manifestó; está escondida, peropresente, y durará hasta la parusía.
El alma de la Iglesia es la presencia del Señor en la "palabra" y en la eucaristía; su garantía
es la presencia y la fuerza del Espíritu derramado según la promesa (Luc 24:49; Heb 1:4
(refs2)s.8) sobre los apóstoles (Heb 2:3s.11.17s; etc.) por el Kyrios Jesús resucitado (Heb
2:23s). De él es de quien "Pedro y los once" (Heb 2:14) recibirán la fuerza para ser testigos
del resucitado "en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra"
(Heb 1:8; cf 5,31s).
Los prodigios y los signos (Heb 2:22.43; Heb 4:16.22) son igualmente expresión de la
presencia activa del Espíritu Santo y se ponen al lado de la "palabra" como apoyo y como
demostración (Heb 4:29s; Heb 8:6ss): son las curaciones (Heb 4:16.22.30; etc.) y los
exorcismos (Heb 5:16; Heb 8:7; Heb 16:18 (refs3)). Realizados por los apóstoles, no son de
ellos, sino de Dios (Heb 3:12), que de esta forma y por medio de ellos realiza su plan de
salvación y su propia obra, o es también el mismo Jesús en acción (Heb 4:29s), sobre todo
el "nombre" de Jesús (Heb 3:6ss.16; Heb 4:10. 12.29s; etc.).
Las persecuciones (Heb 5:41; Heb 9:16 (refs2)) van también ligadas al "nombre" y forman
parte de la existencia cristiana, como anuncio y difusión de la palabra. Para Pablo las
tribulaciones son necesarias (griego, dei) "para entrar en el reino de Dios" (Heb 14:22). Los
Hechos están saturados desde el principio de diversas vejaciones contra los cristianos y los
testigos de la palabra (Heb 4:1ss.25; Heb 5:17ss), pero que son también la ocasión
privilegiada y providencial para la "edificación" o el crecimiento de la Iglesia (cf Heb 8:4; Heb
11:19 (refs2)ss).
Esta Iglesia de los primeros tiempos pretende encarnar comunitariamente, y como efecto
que se remonta a la primera hora, el mensaje del Maestro; de este modo se convierte en
parámetro y en fuente de vida cristiana para la Iglesia de todos los tiempos. El primer
elemento que se destaca en esa Iglesia es su reunión: cf desde el principio Heb
1:4.6.13s.15; luego en 2,1.42.44.46; 4,23s.31.32; etc. El lugar de encuentro es a veces el
templo (Luc 24:53; Heb 2:46 (refs2)), pero también las casas privadas (Heb 2:46; Heb 5:42;
Heb 12:12 (refs3); etc.). De esta manera la Iglesia "se edifica" (cf Heb 9:31; Heb 20:32
(refs2)) y sobre todo "crece", mientras que los discípulos "se multiplican" (Heb 2:41.47; Heb
4:4).
Por lo que se refiere al culto en particular [! Bautismo I; ! Eucaristía II], son frecuentes en los
Hechos las oraciones por parte de la comunidad (Heb 1:14; Heb 2:42; Heb 12:5 (refs3).12;
Heb 13:3; etc.) y de los individuos, por ejemplo Pedro y Juan (Heb 8:15-24), Pablo (Heb
9:11), etcétera. En ella se presta atención a la acción de gracias y a la alabanza (Luc 24:53;
Heb 1:24 (refs2)), a la intercesión (Heb 12:5; Heb 13:3 (refs2)), a la petición (Heb 1:24s;
Heb 4:29s), al culto en general (Heb 13:1).
El culto cristiano y la oración no serían genuinos y resultarían incompletos si prescindieran
de las exigencias de los hermanos. Lo recuerda la koinonía de Heb 2:42 y todo el sumario
de Heb 2:32-35, con la figura de Bernabé (Heb 4:26s), al que se contrapone el díptico del
comportamiento de Ananías y Safira y de su destino (Heb 5:1-11). Los cristianos se
manifiestan realmente como "hermanos" (Heb 1:15; Heb 9:30 (refs2); etc.).
Una última nota se refiere a los que en la Iglesia de los Hechos parecen ejercer un cierto
ministerio y tener los llamados carismas. No se trata de la presencia o no del Espíritu Santo;
en efecto, éste está sobre toda la Iglesia y sobre cada uno de sus miembros (Heb 2:1.4.17s;
etc.). Pero dentro de la Iglesia se mueven algunos personajes que nosotros llamaríamos
carismáticos, en cuanto que no están constituidos propiamente en un ministerio y gozan, sin
embargo, de ciertos dones particulares espirituales al servicio de la comunidad: por ejemplo,
el "profeta" Agabo (Heb 11:27s), el grupo de profetas que se recuerda en Antioquía de Siria
(Heb 13:1ss); también son "profetas" Judas y Silas (Heb 15:32); por el don del Espíritu
destacan también Esteban (Heb 6:8; Heb 7:55 (refs2)), Felipe (Heb 8:29) y sus cuatro hijas
"profetisas" (Heb 21:9), Bernabé (Heb 11:24), Apolo (Heb 18:25). Pero hay además una
ministerialidad propia y verdadera, aunque privada de contornos precisos. Hay que señalar,
por ejemplo, la función primacial de / Pedro sobre los once, tanto dentro de ellos como en el
interior de la Iglesia, o también la de todos los apóstoles (definidos en Heb 1:8 y 1,21s), que
ciertamente son distintos de los "hermanos" (11,1); algo debió suceder con la institución de
los "siete" (6,5s) a quienes se les impusieron las manos; lo mismo ocurre en el caso de la
misión que se menciona en Heb 13:2ss. Santiago preside la comunidad de Jerusalén (Heb
15:13-21). También destacan los "presbíteros" o "ancianos" (Heb 11:30), que forman en
Jerusalén un gran consejo alrededor de los apóstoles (Heb 15:2; Heb 16:4 (refs2)),
llamados "hermanos" de los apóstoles, con los que están asociados. También fuera de
Palestina son establecidos algunos "presbíteros"(Heb 14:23) por obra de Pablo y Bernabé.
A estos "presbíteros" se les reconoce abiertamente el sello del Espíritu Santo para "ser
inspectores" o episkopein (Heb 20:28). De esta manera se afirma que no sólo el carismático
depende del Espíritu, sino también todos los que ejercen algún ministerio; éstos tendrán que
"apacentar a la Iglesia de Dios", defendiéndola además de los errores y de la perversión
respecto al depósito apostólico transmitido (Heb 20:29ss). Por consiguiente, se puede
afirmar que ya en este nivel los Hechos atestiguan la presencia de la tradición e incluso la
de la sucesión, es decir, la de una gestión de tipo ministerial [! Lucas; / Hechos de los
Apóstoles].
Este problema es específico de Ef (y de Col). Para Ef, la Iglesia no se deriva del mundo ni
pertenece de suyo esencialmente a la historia de aquí abajo. Si realmente está aquí abajo,
esto no hace más que manifestar el misterio profundo e insondable de la providencia divina
y de su eterna salvación. Para Ef, la Iglesia ha existido desde siempre en la eterna voluntad
salvífica del Padre, que quiere "recapitular" todas las cosas en Cristo, las de los cielos y las
de la tierra" (Efe 1:10). Su "plan secreto, escondido desde todos los siglos en Dios, creador
de todas las cosas" (Efe 3:9), "no se dio a conocer a los hombres de las generaciones
pasadas, y ahora se lo ha manifestado a sus santos apóstoles y profetas por medio del
Espíritu" (cf 3,5). Este misterio tiene un contenido concreto, realmente inaudito: "Este
secreto consiste en que los paganos comparten la misma herencia con los judíos, son
miembros del mismo cuerpo y, en virtud del evangelio, participan de la misma promesa en
Jesucristo" (Efe 3:6).
Así pues, ya desde la creación tiene ante sus ojos a la Iglesia: al crear, manifiesta su
bondad (Gén 1) y conduce a la salvación, lo cual se realizará precisamente en la Iglesia (y
en Cristo). Lo mismo que Dios es creador según un módulo "escondido" en él, igualmente
hay que decir esto de Cristo, ya que "todo ha sido creado en él" y todo existe "mediante él y
con vistas a él" y "él mismo existe antes que todas las cosas y todas subsisten en él" (Col
1:16-17). Conjugando como es debido la relación Cristo-Iglesia con el "misterio de Dios"
(también Cristo, como la Iglesia, es "el misterio de Dios": cf Col 2:2), habrá que concluir que
la presencia de Cristo y de la Iglesia cumple el misterio de la creación y al mismo tiempo
manifiesta el de Dios [/ Misterio III, 4].
El Espíritu edifica y hace crecer a la Iglesia como "cuerpo de Cristo" gracias a tres
elementos principales, lógicamente unidos entre sí: a) el evangelio o la predicación, es
decir, la palabra: actualización y revelación de la cruz-resurrección, llamada de Dios a la
salvación; b) los sacramentos, es decir, el / bautismo (IV), la / eucaristía (II-III), el /
sacerdocio (II), el / matrimonio (VI), en cuanto acciones o signos que santifican al hombre y
que lo edifican como cuerpo vivo y santo de Cristo; c) el crecimiento de sus mismos
miembros, bien en general, bien de los carismáticos, bien en los ministerios constituidos,
puesto que la Iglesia crece y se edifica en la medida en que crecen y se edifican sus
miembros en sus respectivas funciones, viviendo de la vida misma de Cristo. De esta forma
la Iglesia, gracias al Padre y al Espíritu, es el cuerpo salvador de Cristo en la tierra.
f) El desarrollo de las pastorales: una Iglesia ministerial. Más que por otros temas,
igualmente centrales, en las pastorales la Iglesia se caracteriza sobre todo por una
concepción de tipo ministerial. Se la representa como una familia terrena (ITim 3,5), como
una verdadera y propia "casa de Dios" (lTim 3,15; cf 5,1s), especificada mejor como
"columna y fundamento de la verdad" (ibid). También se la representa como una "gran
casa", donde "no sólo hay vajillas de oro y plata, sino también de madera y barro" (2Ti 2:20),
es decir, en donde conviven creyentes y menos creyentes, buenos y malos.
En el contexto general de una Iglesia pueblo de Cristo (Tit 2:14), formada por hombres con
diferente grado de fe y considerada como una familia, se ejerce el ministerio confiado a
Timoteo y a Tito. Estos se conciben como prototipos: desempeñan un ministerio que se
confiere y se ejerce continuamente dirigido al oficio apostólico, puesto en continuidad con el
mismo y como en su lugar (cf ITim 3,15; 4,13; 2Ti 4:5s.9; Tit 3:12). Por eso mismo las
pastorales hacen hablar muy frecuentemente al apóstol, interpretándolo y autorizándolo; de
esta forma todo gravita en torno al ministerio apostólico, expresamente en torno a Pablo
(son también muy numerosas las referencias personales). Su enseñanza se ha hecho ya
normativa (Tit 1:9; 2Ti 1:12 (refs2)s). Sus destinatarios, Timoteo y Tito, no hacen más que
guardar lo que fue enseñado por el apóstol y volver a proponerlo como repetidores (ITim
4,16; 6,2.20; etc.). La prolongación del oficio apostólico en el ministerio afecta también a su
interioridad: el amor, la fe, el Espíritu, la dulzura, la paciencia, etc. No solamente el
ministerio ha de ser "espiritual", sino también el que está revestido de él (ITim 6,11s; etc.);
habrá de imitar al apóstol en el sufrimiento por el evangelio (2Ti 1:8); tendrá que ser un
verdadero typos para la comunidad (lTim 4,12; Tit 2:7); será como un alistado para una
"buena milicia" (ITim 1,18; 2Ti 4:5), como en un auténtico "servicio" (1Ti 1:12; 1Ti 4:6; 2Ti
4:5 (refs3)). Y lo mismo que hizo el apóstol, también el oficio ministerial edifica la Iglesia;
más aún, la hace crecer y la cumple, puesto que está puesto para llevar a su cumplimiento
el mismo oficio apostólico. Este oficio ministerial afecta también a la administración
responsable de la "casa de Dios", a la vigilancia y a las directivas varias -también de orden
disciplinar- para los diferentes ministerios (p.ej., para las viudas: lTim 5,3-16; para los
presbíteros: 1Ti 5:17-22); constituye a otros en el oficio de presbíteros (ITim 5,22; Tit 1:5),
algunos de ellos con funciones de inspección (epískopoi: 1Ti 3:1-7; Tit 1:5-7 (refs2)) y a
otros sólo como auxiliares (diákonoi: lTim 3,8-13). También éstos, a su vez, enseñan,
presiden, ordenan (ITim 4,13; 5,17; 2Ti 2:2). De esta manera la Iglesia se presenta
monolítica, siempre ligada al apóstol; escucha sus instrucciones y es dirigida por ellas; las
aplica y automáticamente las desarrolla [/ Timoteo: / Tito].
Su ser en el mundo la pone en constante peregrinación hacia aquel que llama y hacia la
patria de arriba; en continuación natural, por otra parte, con la Iglesia del AT, totalmente
sometida a su Dios, en plenitud de fe y en completa y alegre esperanza.
Así pues, con su existencia, la iglesia está proyectada hacia el futuro; un futuro del que no
solamente prepara la llegada, sino del que ya goza anticipadamente en el presente, gracias
al don del Espíritu que le ha enviado el Padre por medio de su Señor. Cristo es siempre
ayer, hoy y mañana (Apo 1:8; Apo 22:13 (refs2)). Y hoy está en su Iglesia, es la cabeza de
la Iglesia, cuerpo suyo, lo mismo que es también su vida, su pastor, su fundamento, etc. Así
pues, ella es, lo mismo que su Señor, ahora y siempre, el misterio salvífico de Dios.
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