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Lewis Mumford observó que la civilización es "un pacto para que gobiernen las palabras y no
las personas". Por eso la Biblia se llamó La Palabra. Y por eso en el Estado laico la
Constitución son las palabras que gobiernan para evitar que los poderosos nos manden a su
antojo.
La Constitución está por encima de los hombres, y sin embargo está hecha por los hombres.
De aquí que en los países de verdad se tomen tantas medidas para que la Constitución esté a
salvo de las coyunturas, de las truculencias y de las interpretaciones amañadas. En cambio
en los países de mentiras las constituciones son de mentiras.
Una primera garantía de respeto a la Constitución es la dificultad para cambiar su texto. Por
ejemplo en Bélgica, Dinamarca o España se disuelve el Congreso que tramitó la reforma y se
convoca a nuevas elecciones para volver a discutirla. En Francia se requiere referendo o
mayoría especial en el Congreso. En Alemania y en otros sistemas federales, además de
mayoría calificada se necesita el voto de los estados federados. Pero en Colombia el
Congreso en sus sesiones semi-clandestinas ha tramitado 18 reformas a la Carta del 91- una
reforma por año-. Y en lo que va corrido del gobierno Uribe se han propuesto otras 29
reformas a la Constitución.
Tales son la democracia plebiscitaria y el Estado de opinión, que vienen a ser lo contrario de
la democracia y el Estado de Derecho.
Pero la Constitución de 1991 adoptó otro mecanismo de autoprotección, que fue la primacía
de sus normas garantizada por una Corte especial y por la acción de tutela. Esta opción
parece incluso ser más eficaz que la de Inglaterra o Estados Unidos, donde no hay Corte
Constitucional y donde recursos como la tutela son muy limitados.
Y en efecto: Tanto la Corte como la tutela han hecho mucho para que en Colombia la
Constitución sea respetada. Pero la tutela está saturada y la Corte Constitucional está dando
señales de desgaste. Lo primero se debe a que la tutela es la única forma de lograr que
funcione la justicia. Lo segundo se debe a que la Corte en varias ocasiones y de modos
distintos se ha excedido en sus poderes: con argumentos siempre inteligentes, la Corte
Constitucional ha legislado y hemos tenido magistrados que gobiernan.
Ese mismo "activismo judicial" nos ha llevado a la creciente politización de la justicia. Y por
eso, aunque no lo digamos y aunque no queramos verlo, es lamentable que el fallo sobre la
constitucionalidad del referendo -o sobre la vigencia del sistema político colombiano- este
siendo discutido entre algunos magistrados de bolsillo del gobierno y algunos otros
magistrados adversarios del gobierno.
*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.
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