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constitucionalismo republicano
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Medófilo Medina
El decenio trágico
Para América Latina, al decenio de 1980 se le designó como la “década perdida”. La
expresión atendía a las consecuencias devastadoras que trajo la deuda externa para el
subcontinente. En Colombia el impacto resultó menos severo. Sin embargo, con propiedad
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debe hablarse del decenio trágico. La violencia desenfrenada quebró importantes diques de
contención con los que cuentan las sociedades para no precipitarse en el caos.
Obraban al tiempo poderosos factores adversos a una vida colectiva normal. Cinco
organizaciones guerrilleras conformaban el cuadro insurgente. Los paramilitares combinaban
su orientación contrainsurgente inicial con acciones que obedecían a estrategias de
acumulación de capital. Con desenfreno las mafias narcotraficantes desarrollaban sus
operaciones mediante la activación de sicarios o de redes terroristas. Dinamitaron hoteles,
volaron en pleno vuelo un avión colmado de pasajeros, destruyeron sedes de periódicos y
edificios públicos, multiplicaron los magnicidios. En el curso de un semestre entre 1989 y 1990
asesinaron a 3 candidatos presidenciales.
El gobierno del presidente Virgilio Barco se vio sometido a un acoso implacable y la sociedad,
por momentos, parecía postrada ante las mafias. Fue un tiempo cuando ciudadanos
agobiados respondían afirmativamente a la pregunta de una encuesta si consideraban
pertinente que los narcotraficantes entraran al gabinete como último recurso para parar el
terror.
En lo inmediato, al M-19 le seguirían otras tres fuerzas guerrilleras. Por la convocatoria a una
Constituyente votaron 5 millones de personas, de los seis millones de votantes que
participaron en las elecciones del 27 de mayo de 1990.
La Constitución del 91
La nueva Constitución consagró principios y normas que reflejaron aspiraciones colectivas de
democratización política y social, de reinstitucionalización del Estado y de legitimación del
sistema político. Al mismo tiempo, la Constitución incorporó en su corpus doctrinario la
ortodoxia de las políticas económicas y una concepción neoliberal sobre la gestión económica
del Estado
Balance necesario
Con ocasión de los 20 años se adelantaron balances sobre la aplicación de la Constitución de
1991 en las pasadas dos décadas de la historia de Colombia. Se han expresado diferencias
que van desde quienes sobrevaloran los resultados positivos hasta quienes niegan casi
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completamente cualquier avance.
No se entra aquí en la discusión de esos balances que demandarían al menos uno e incluso
varios artículos de análisis adicionales. Mencionaría algunos buenos resultados simplemente
para puntualizar que quien esto escribe se coloca a distancia de las visiones nihilistas sobre la
Constitución de 1991.
Las limitaciones para el ejecutivo con respecto al acceso a los estados de excepción
redujeron el uso arbitrario del Estado de Sitio que hicieron los gobiernos durante largos
períodos de la historia contemporánea de Colombia.
Por la amplitud de la carta de derechos, por la proclamación del Estado Social de Derecho,
por la promoción de la democracia participativa como alternativa a la democracia
representativa, por el carácter rupturista de los procedimientos mediante los cuales se llegó a
la Constituyente, por el reconocimiento de las diversidades sociales y culturales y de las
situaciones especiales de comunidades numerosas, por la amplitud de la concepción de los
derechos humanos, la Constitución colombiana de 1991 fue un antecedente del Nuevo
Constitucionalismo Latinoamericano, término acuñado por Rubén Martínez Dalmau y Roberto
Viciano Pastor, constitucionalistas de la Universidad de Valencia.
Fue la primera Constitución de esa serie que avanzaría luego con las de Venezuela, Ecuador
y Bolivia, aunque de las cuatro, terminará siendo la menos aplicada en sus principios
innovadores.
Grandes frustraciones
En primer lugar la Constitución de 1991 no se constituyó en el pacto histórico de paz tan
esperado por las mayorías nacionales. Las organizaciones insurgentes que optaron por la paz
lo hicieron en parte antes de la aprobación de la Constitución o durante el proceso de su
convocatoria o adopción.
Las que no entraron por entonces a la vida social y política, tampoco lo hicieron
posteriormente. El conflicto interno está aún lejos de culminar, no obstante los severos golpes
asestados por las Fuerzas Armadas a las FARC. Se ha acentuado el carácter de una guerra
sucia, que adelantan sus actores militares bajo la paradójica vigencia de una Constitución que
puso a la defensa de los derechos humanos como una de sus primeras prioridades. La
violencia paramilitar y mafiosa tampoco desapareció ni sus estructuras colapsaron, sino que
mutaron como lo muestra la expansión de las bancas criminales (BACRIM).
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Habría que recordar que el proceso de la Constitución de 1991 no comenzó con los mejores
auspicios para la paz. Mientras los votantes concurrían a las urnas para elegir a los
constituyentes, el 9 de diciembre de 1990, por orden del presidente Gaviria, el ejército se
tomaba a Casa Verde en las montañas del Meta, sede del Secretariado de las FARC, guerrilla
que al menos formalmente continuaba en un proceso de paz.
A los 20 años, los análisis sobre los mismos temas no son más esperanzadores que hace una
década: la pobreza extrema no cede, el índice de Desarrollo Humano no mejora y Colombia
ocupa el segundo lugar en América Latina por nivel de desigualdad en la distribución del
ingreso, después de Haití.
¿Por qué tras veinte años de Constitución, también ha habido veinte años de frustración en
diversos aspectos centrales? A diferencia de los demás países que adoptaron las nuevas
Constituciones, en Colombia no se conformó un movimiento político nuevo en torno a la
Constituyente. La convocatoria fue posible sólo por la presión ciudadana, que forzó el acuerdo
de corrientes políticas tradicionales:
El Movimiento de Salvación Nacional, ala del Partido Conservador dirigida por un líder
reaccionario: Álvaro Gómez Hurtado,
El Partido Social Conservador dirigido por otro líder derechista: Misael Pastrana Borrero,
El partido Liberal dirigido por Horacio Serpa y
El M-19, una organización que por entonces carecía de programa.
Pero aún asumiendo que las fuerzas que convergieron en el seno de la Constituyente se
hubieran mantenido fieles a una orientación reformista, fueron rápidamente marginadas de las
instancias donde se definiría en buena parte la suerte de la Constitución.
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Además la Constitución misma albergó una contradicción fundamental entre una orientación
social-demócrata en materia de derechos sociales y un horizonte privatizador y neoliberal en
el campo de las políticas económicas.
Más allá del fetichismo constitucional, la Constitución tiene aspectos que aún esperan ser
aplicados o profundizados, pero no es tan cierto que la defensa de la Constitución de 1991
equivalga a todo un programa político. Las inconsistencias de la Carta no pueden ignorarse.
*Cofundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.
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