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Comienzos de la República
¿Qué tiempo se encierra en veinte años? Referidos a una Constitución Política pueden
contener los equilibrios acordados y duraderos de un buen vivir, o el vértigo incesante del
reclamo de una promesa que no acaba de cumplirse y en cuyos ingredientes hay ideales
menos ambiciosos que la igualdad, la felicidad, la libertad.
Quienes buscan la génesis de las desgracias, fracasos y logros de una nación como la que
nos correspondió, tienen una capacidad especial de ver a qué se enfrentan y cuánto
permanecen las inercias fatales del pasado. Como si en veinte años pudiesen caber más años
y años de un tiempo enconado que se resiste a pasar, a gastarse.
Del inventario de la gesta de libertad y fundación de la República queda un saldo que muestra
un horizonte. La tensión entre el ideal y la frustración por lo que de él se rasguña, genera
zozobra.
Desprendidos del régimen colonial, sin haber establecido las compensaciones por el saqueo y
enfrentados a la construcción de una forma propia y autónoma, ahora los fantasmas eran los
propios. Generales y civilistas. Curas y maestros. Dogmáticos y librepensadores. Ancla de la
antigüedad y globo del porvenir. Autoridad central o autonomía federal.
Y así, la humareda de guerras por ideas y por intereses atraviesa los años y aumentan los
escombros y las ruinas.
La solución de la autoridad
La Constitución Política de 1886 con su férreo centralismo fue producto quizá de una intuición
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de Rafael Núñez: la autoridad existe si hay la voluntad de imponerla. Sin imposición, no hay
autoridad. Y quizá: si las discusiones convierten las palabras en batallas y sangre, alguien
debe imponer la regla.
Romper con las manos una constitución y declarar de viva voz la vigencia de otra: todo un
símbolo.
La propuesta de la modernidad
A lo mejor sólo hasta 1936 la carta de Núñez tuvo un lector crítico, Alfonso López Pumarejo.
La realidad iba por un lado y las leyes guardaban el aroma a naftalina de una sociedad
imposible, donde sus miembros humildes se mataban con saña y crueldad, que reivindicaban
en nombre de ideas convertidas en fanatismo y manipuladas por otros.
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La sombra del monarca
En la complicada conjunción de voluntad minoritaria y bien social o común, la norma de los
regímenes de excepción fue un salvavidas en medio de la alta marea de una sociedad
deshecha.
No era la voluntad expedita del soberano al otro lado del océano, sino de éste, engendro,
fantoche o bestia; orangután con frac que daba órdenes, lo llamó uno de los reformadores de
1936.
Campanazos
Uno de los gobernantes del sistema dijo que la democracia se sostenía en el binomio Pueblo-
Fuerzas Armadas.
Pueblo era esa escasa cooperativa o comparsa de gitanos, que con mezquinos votos elegía a
sus padrinos para educación, salud y empleo.
Fuerzas Armadas era un montón de generales de escritorio y baño turco y la cáfila forzada de
muchachos pobres, que se uniformaban para los desfiles patrios.
Así, dos hechos mostraron que la dimensión de la crisis no se resolvería con retóricas de
mando. Ellos fueron: La campaña electoral de la Unión Patriótica como consecuencia de otro
convenio de paz, dejó ver el extendido descontento de las gentes, su simpatía por una
transformación. Después, la presencia de los capos del tráfico de la cocaína, que penetraron
la política, las finanzas, la agricultura, la religión, la justicia, el Estado.
Por primera vez después de 1886, el establecimiento tomó conciencia del riesgo y del peligro.
No eran las guerras partidistas con coroneles que se jubilaban y escondían en el zarzo las
escopetas de caño destemplado.
Procesión y rogativas
Dando tumbos entre la maraña de su cinismo, de su ineptitud y de su mezquina visión de
modernidad, se frustraron reformas. La pequeña constituyente, la de comas invariables de
1981, la de 1989.
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Entonces participaron los estudiantes, víctimas antes de los sacrificios, con una séptima
papeleta para convocar la reforma. Y, no obstante, esa corriente renovadora, fresca, no pudo
integrarse con una propuesta propia y se disolvió entre las fuerzas de las ideologías
tradicionales que se iban postulando.
Una metáfora afortunada que se utilizó para nombrar a la constitución que surgía fue caja de
herramientas para la paz.
Tal vez la experiencia de mayor efecto fue el conjunto de decisiones de los tribunales que
rompieron los frenos y las ataduras con las cuales se quería conducir el proceso de reforma, y
enfrentaron al país a la voluntad popular y a sus aspiraciones aplazadas.
La multiplicidad de voces, los temores fundados a una trampa más, la fe en la letra, ofrecieron
el resultado de una acumulación de disposiciones de distinto tono y énfasis, que los
ciudadanos y jurisconsultos no acaban aún de digerir.
Lo cierto es que se pasó del ideal de bellezas arcaicas y ajenas, de las sentencias en latín
para exorcizar el fantasma de la libertad, a un encuentro con la realidad escamoteada por
siglos.
Como una suma de vidas largas bajo la tensión de dominaciones nos volvió temerosos,
siempre evitamos dar todos los pasos. Por ejemplo la estructura territorial no se resolvió.
Hizo falta, con igual conciencia a la que llevó a crear un Tribunal nuevo para guardar e
interpretar el Estatuto nuevo, establecer también un Congreso nuevo y una Presidencia
nueva, quizá colectiva, por veinte años a lo mejor.
Así se hubieran explotado las nuevas reglas con creatividad acorde y se habría entregado su
sentido a una sociedad y a un país.