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¿De qué hablamos cuando hablamos de la globalización?

Mauricio Márquez Murrieta


8 03 2008

En su libro, En torno a Galileo, José Ortega y Gasset escribió que “Una misma cosa
se puede pensar de dos modos: en hueco o en lleno. [Cuando pienso en hueco uso
las palabras] fiduciariamente, a crédito, como uso un cheque, confiado en que
siempre que quiera lo podré cambiar en la ventanilla de un banco por el dinero
contante y sonante que representa. (…) Este pensar en hueco y a crédito, este pensar
algo sin pensarlo en efecto, es el modo más frecuente de nuestro pensamiento. La
ventaja de la palabra que ofrece un apoyo material al pensamiento tiene la
desventaja de que tiende a suplantarlo, y si un día nos comprometiéramos a realizar
el repertorio de nuestro pensamientos más habituales, nos encontraríamos
penosamente sorprendidos con que no tenemos más que los cheques, pero no las
monedas que aquellos pretende valer; en suma, que intelectualmente somos un
Banco en quiebra fraudulenta” (1982:35).
Con palabras como globalización sucede con frecuencia precisamente lo
descrito: la utilizamos todo el tiempo, damos por descontado su significado, pero si
nos detenemos un momento a reflexionar sobre su sentido lo más seguro es que nos
quedemos pasmados y comencemos a balbucear incómodamente una sarta de
incoherencias o que, avergonzados emprendamos la retirada y optemos por el
silencio que otorga.
Y esto, porque el término es más frecuentemente utilizado retóricamente y no
como un concepto claro y bien definido que se refiera sin ambigüedades a realidades
claramente delimitadas. Funciona, en este sentido, como un significante amo o punto
de almohadillado (Zizek,1992) cuya función es la de fijar el sentido de una cadena
de significantes que giran alrededor suyo y en la que en todo momento está en juego
su sentido hegemónico, en un campo “(…) de prácticas articulatorias, es decir un
campo en el que los “elementos” no han cristalizado en “momentos”. En un sistema
cerrado de identidades relacionales, en el que el sentido de cada momento está
absolutamente fijado, no hay lugar alguno para una práctica hegemónica. (…) Es
porque la hegemonía supone el carácter incompleto y abierto de lo social, que sólo
puede constituirse en un campo dominado por prácticas articulatorias” (Laclau y
Mouffe, 2004:177-178).
El principal problema con el término globalización es que no existe un acuerdo
mínimamente compartido sobre su sentido y sobre la serie de fenómenos a los que se
refiere. En este sentido, el texto de Erick Román Sánchez adolece del mismo mal.
Aunque esboza una definición, ella resulta demasiado general, pudiéndose aplicar
igualmente a términos tales como modernización, integración internacional o
mundialización. No queda en absoluto claro cuál sería la especificidad del fenómeno
de la globalización, más aún en la medida en que su existencia la remonta el autor a
la época del surgimiento de la modernidad y el ascenso del capitalismo
(Wallerstein,1999), en cuyo caso no parece convincente su empleo.
Incluso, para autores tales como Giovanni Arrighi, Samir Amin o el mismo
Wallerstein, no parece siquiera que los procesos “novedosos” a los que alude el
término lo sean tanto ni que sean de mayor profundidad, originalidad o envergadura
que otros similares acaecidos en épocas anteriores.
Ulrich Beck, en su libro ¿Qué es la globalización? (1994), intenta delimitar el
significado del término remitiéndolo al proceso objetivo de profundización e
intensificación de la integración planetaria, diferenciándolo de los conceptos de
globalidad y globalismo, con los que alude respectivamente a la dimensión
experiencial de la implicación vital de los seres humanos en el planeta y a la
ideología imperante que ha liderado durante los últimos 30 años el proceso de
globalización, es decir, el neoliberalismo.
Con ello, a mi modo de ver, da un paso hacia una definición más rigurosa y
precisa del término, sin llegar, no obstante a delimitar plenamente su especificidad.
Ello, en la medida en que más que un fenómeno cualitativamente distinto que
identifique distintivamente una nueva etapa en la vida de la humanidad, la
globalización pareciera ser, más que nada, el resultado de la intensificación, por un
lado, del proceso de integración capitalista iniciado hace 500 años, y por el otro, el
punto de inflexión y crisis del ciclo hegemónico de acumulación estadounidense
(Wallerstein,1999; Arrighi,1994), mismo que equivaldría, ya sea a la transición hacia
un nuevo ciclo, ya al fin y transformación subsecuente del sistema mismo. Con lo
que lo que llamamos globalización no sería más que la etapa de madurez de un ciclo
de acumulación que se ha repetido al menos 4 veces en el sistema-mundo capitalista
o la catástrofe (Morin,1973) de la desintegración de un sistema y su dispersión
definitiva o su reorganización en un nuevo sistema cuyas características nos sería
imposible conocer con anterioridad.
Ello incita a plantearnos si no se estaría conjuntando en lo que llamamos
globalización una crisis estructural de la economía-mundo que nos acercaría a una
bifurcación sistémica que pondría seriamente en peligro la viabilidad del sistema
capitalista y aumentaría las probabilidades de incidir en su devenir. Al menos Arrighi
y Wallerstein parecen pensar así, y Harvey se lo pregunta seriamente. Aunque
también recuerdan que durante, al menos, la gran depresión de los años 30 la
situación parecía ser peor para el capitalismo y no pocas de las mentes más brillantes
de la época suponían fatal su agonía. Ello no sólo no sucedió sino que incluso el
capitalismo entró en su era de mayor crecimiento y esplendor –si es que podemos
llamarlo así. ¿Hay algunas condiciones diferentes hoy en día? Tal vez sí. En especial
la imposibilidad de que la economía-mundo se extienda espacialmente aún más, ya
que todo el globo ha entrado desde hace tiempo, y de manera cada vez más intensiva
en la órbita del capital. Sin embargo, la destrucción creadora que Schumpeter le
atribuía al capitalismo ha dado muestras ya en varias ocasiones de su terrible eficacia
para hacer resurgir al capitalismo como ave fénix renaciendo de las cenizas. Aunque
habría que recordar que según el mito, “el Ave Fénix se consumía por acción del
fuego cada 500 años, y un Ave Fénix nueva y joven surgía de sus cenizas”. Han
pasado ya 500 años y tal vez haya llegado tal momento de destrucción creadora,
pero esta vez del propio capitalismo. De cualquier forma lo que resulta indudable es
que es en tales momentos en que la estructura se aleja del equilibrio, que las
pequeñas acciones pueden crear grandes cambios. Pero como en toda catástrofe, tal y
como la describe René Thom, la semilla de lo nuevo está presente en el mismo
movimiento del derrumbe de lo viejo. En este ruidoso silencio es posible que la
mejor estrategia sea la de observar atentamente para vislumbrar las oportunidades de
cambio que reivindique a todas las oportunidades frustradas del pasado, tal y como lo
quería Benjamín. On verá, como dicen los franceses.
Referencias bibliográficas.

Amin, Samir, Giovanni Arrighi, André Gonder Frank e Immanuel Wallerstein.


2005 La dinámica de la crisis global, México, SXXI.
Arrighi, Giovanni.
1999 El largo siglo XX, Madrid, Ed. Akal.
Harvey, David
1990 The Condition of Postmodernity. An enquiry into the origins of
cultural change. Cambridge, Ma. & Oxford, UK, Blackwell
publishers.
Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe
2004 [1985i] Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización
de la democracia. Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, p.p. 246.
Román Sánchez, Erick
s/a Breve historia de la globalización.
Wallerstein, Immanuel
1999 Impensar las ciencias sociales,
México, Siglo XXI-UNAM-CIICS.
Zizek, Slavoj
1992 El sublime objeto de la ideología. México, Siglo XXI, p.p.
302.

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