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Hoy sabemos que las personas exitosas no necesariamente son aquellas
que obtuvieron las mejores calificaciones en la escuela, es decir la
capacidad intelectual no es pronóstico de un óptimo desempeño personal y
social, es necesario demostrar también otras competencias personales
propias de la inteligencia emocional.

Por lo tanto, la inteligencia emocional no tiene que ver en realidad con el


grado de coeficiente intelectual, sino con las características de person alidad
y carácter que van a influir y a ser fundamentales para que un niño se
desarrolle más feliz, logre alcanzar las metas que se proponga y sea más
exitoso.

Esta habilidad para manejar emociones de forma apropiada se puede y


debe desarrollar desde los primeros años de vida ya que las emociones se
expresan desde el nacimiento, un niño amado, acariciado, será un niño con
confianza en sí mismo, un niño seguro. La educación no solo contempla
aspectos intelectuales y rendimiento escolar, actualmente se está poniendo
énfasis al desarrollo de habilidades emocionales y la autoestima, es decir la
educación de los sentimientos, la valoración de sí mismos


   
  

 


Salovey y Mayer (1990) definieron inicialment e la Inteligencia Emocional


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?Este término fue popularizado por Goleman
(1996) y, en la actualidad, es la base de multitud de programas dirigidos
tanto a niños como a adultos.

 

 
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Fundamentalmente, los componentes de la Inteligencia Emocional son: las


emociones, los pensamientos y conductas, la auto-aceptación, la solución
de problemas y las relaciones interpersonales.

 
! el primer paso será aprender a identificar y etiquetar las
propias emociones, desarrollar un vocabulario emocional, evaluar su
intensidad y mane jar sus reacciones emocionales identificando maneras
adecuadas de expresarlas.

  

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 ! conviene que los niños comprendan la
mutua relación entre sus pensamientos, emociones y comportamientos. Se
tiene que desarrollar la motivación d e logro de cada uno, para que puedan
adquirir seguridad en lo que hacen y pidan ayuda sólo cuando lo necesiten.
Controlar las emociones significa la capacidad para demorar gratificaciones
y frenar la impulsividad.

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!lo principal es que los niños desarrollen una
aceptación incondicional de sí mismos y de los demás. Con este fin
aprenderán a conocerse mejor, reconociendo cuáles son sus puntos fuertes
y débiles; aprendiendo a quererse y aceptarse con independencia de sus
errores, debilidades, rendimientos o, incluso, con independencia de las
opiniones de los demás.

 
 ! desde una edad temprana tienen que
aprender que existen distintos tipos de situaciones y que cada una les
exigirá unas u otras respuestas. Además, aprenderán a identificar diferentes
alternativas de solución a los problemas. Todo ello se les enseñará con el fin
de que aprendan a tomar las decisiones más convenientes y resuelvan de la
mejor manera problemas cotidianos.

 

  
: se basan en el autocontrol y la empatía,
ponerse en el lugar del otro, e implican el desarrollo de la competencia
social, la cooperación y los lazos de amistad. Los niños deben aprender a
ponerse ³en la piel´ de otras personas, a iniciar y mantener amistades,
comunicarse mejor con sus amigos, padres y profesores.

   
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La mayor parte de los modelos de conducta se aprenden, sobre todo de los


padres y las personas que rodean al niño. Para con seguir que el niño
desarrolle su competencia emocional será, por lo tanto, imprescindible que
los padres cuenten con la suficiente información como para poder
desarrollarla en sí mismos y hacer que los niños también la aprendan y
desarrollen. Si los padres son maduros e inteligentes emocionalmente y van
aceptando progresivamente las cualidades tan positivas que tiene su hijo,
éste recibirá mensajes positivos que le permitirán entender las
consecuencias de sus conductas y por qué estas son o no favorables. L a
educación emocional empezará, de hecho, desde el hogar.

Los niños se irán formando en la madurez emocional a medida que los


adultos les enseñen y practiquen con ellos. Son aspectos claves en este
camino el hecho de manifestarles confianza, ser sinceros sobre lo que se les
dice o evitar el control excesivo, a la vez que saber ponernos en su lugar
para saber cómo se sienten, alentarles a decir lo que les gusta o desagrada
y animarles a iniciar conversaciones y juegos con otros niños.
Los padres deben tener siempre presente que los niños aprenden poco a
poco y que ellos son la principal fuente de información; es allí donde radica
la importancia de formar y educar para poder adquirir una mejor madurez
emocional; habilidades que no sólo les servirán para desen volverse en la
escuela y tener amigos, sino para toda la vida.

Los niños van avanzando desde la primera infancia, donde están más
centrados en sí mismos, a ser cada vez más sociables, les encantan cada
vez más los juegos colectivos y disfrutan de las rela ciones sociales, pero
este desarrollo radica en un buen aprendizaje. En el primer año de vida lo
importante será prestar una gran atención a sus señales (su contacto
visual, la sonrisa, las expresiones faciales, el llanto, sus movimientos...) y
³escuchar´ sus demandas, aunque las digan sin palabras «

Según Vargas y Polaino -Lorente (2001) el ser humano necesita establecer


vínculos afectivos con otras personas, ya que el aprendizaje comienza
precisamente ahí, con la presencia y proximidad física, el contacto, el calor
y la caricia de las figuras de apego. Sólo a partir de dicha vinculación el niño
desarrollará la conducta exploratoria, la imitación y la identificación, que
serán las principales fuentes de su aprendizaje. En definitiva, las primeras
experiencias tienen una gran repercusión en el futuro desarrollo emocional,
cognitivo y social del niño.

Cuando el niño va creciendo los padres pueden en ocasiones brindarle una


ayuda excesiva anticipando sus necesidades, intuyendo lo que éste necesita
emocionalmente, sin que llegue siquiera a expresarlo de una u otra forma.
Será, por lo tanto, un objetivo a tener en cuenta el hecho de ³no darle todo
hecho´, sino facilitar momentos de calma donde el niño pueda ir expresando
lo que quiere, que se sienta respetado para ir siendo cada vez más
autónomo y consiguiendo metas por sí mismo.

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En las emociones hay distintos componentes que se mezclan y relacionan


entre sí y que hacen de ellas una de la s grandes cualidades del ser humano.

Cuando una persona se ³emociona´, esto puede advertirse en varios


aspectos:

_   ante una emoción realizamos gestos faciales, decimos algo
o nos movemos de un lado a otro. Estas expresiones pueden verlas lo s
demás y, por lo tanto, nos comunicamos también por medio de ellas. Si los
niños aprenden a reconocer estas señales será un gran paso para saber
etiquetar emociones, ponerles nombre. Sin embargo, en multitud de
ocasiones los sentimientos no suelen expresa rse verbalmente, sino a través
del tono de voz, los gestos, miradas, etc. La clave para reconocer las
emociones reside también en la destreza para interpretar el lenguaje
corporal, habrá que hacerles prestar una gran atención a estas señales para
que aprendan a discriminarlas.

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   unas u otras emociones inducen respuestas muy
distintas en nuestro cuerpo como, por ejemplo, la aceleración del ritmo
cardiaco, la sudoración, los movimientos del estómago o la tensión de los
músculos. Cuanto mejor conozca el niño lo que le sucede ante cada
emoción, mejor sabrá controlarlas y cambiarlas, si es necesario, por otras
más adecuadas.

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 lo que se piensa en cada situación influye
notablemente en cómo se resuelva. Si los niños aprenden a sentirse
capaces para salir airosos de situaciones que ahora contemplan como
difíciles, se sentirán más seguros e intentarán resolverlas, prestando
atención a lo que se dicen a sí mismos. Aquí entra también en juego lo que
los adultos les decimos sobre lo que pueden hacer, lo que se les da bien y lo
que deben intentar explorar. Comentarios como ³Lo vas a hacer bien´, ³Tu
puedes´ o ³Qué bien te ha salido´ son siempre mucho más gratificantes
para ellos y les impulsarán a tener un mejor autoconcepto de sí mi smos.

    
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En nuestra cultura no es habitual la educación en expresión verbal y no


verbal de las emociones. Es el momento de irles enseñando
progresivamente a los niños a poner nombre a las emociones básicas y a
captar los signos de expresión emocional de los demás, a interpretarlas
correctamente, asociarlas con pensamientos que faciliten una actuación
adecuada y a controlar emociones que conlleven consecuencias negativas.
Puede aprovecharse cualquier situación para hacer que se fijen los niños en
las emociones. Por ejemplo, cuando se sientan contentos, tristes o
enfadados, diciéndoselo explícitamente, animándoles a que presten
atención a los gestos de cada emoción, a lo que les produce cada una de
ellas. Un paso más adelante será hacer que se fijen en las emociones de
otros, en cómo se sienten, para que puedan llegar a compartir emociones y
tener presente su importancia dentro de las r elaciones sociales.

Dichas habilidades se pueden aprender aprovechando cada momento


cotidiano en el hogar o en el aula. Sin embargo, enseñar al niño a controlar
sus emociones es diferente a reprimirlas. Tendrá que aprender a
expresarlas de acuerdo con el momento, la situación y las personas
presentes y, en este aspecto, el adulto ha de sentirse cómodo y hacerlo de
forma adecuada.

Desde que el niño es pequeño y juega con otros niños será importante ir
enseñándole lo que significa el respeto a los demás (m ediante el respeto de
turnos, prestar juguetes, no mostrarse agresivo), la relación con los demás
(saludando y despidiéndose, pidiendo las cosas antes de quitarlas,
aprendiendo a iniciar juegos) y la expresión de los propios sentimientos.
Esto se convertirá en una tarea mucho más fácil si la educación emocional
comienza desde que el niño nace, si procuramos que el entorno familiar sea
estimulante para el niño, proporcionándole a menudo expresiones de cariño
y diciéndole todo aquello que hace bien.
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Conviene hablar de forma abierta de las emociones propias, que el niño lo


vea como algo natural y sea consciente de aquellas que experimenta en sí
mismo. Si hacemos esto tendremos oportunidad de enseñarle a fijarse en la
reacción que el entorno tiene a cada una de sus emociones y de fomentar
aquellas más adecuadas. Por ejemplo, si el niño se lo ha pasado muy bien,
se ha reído, ha disfrutado, podemos hacerle ver el cosquilleo que sie nte en
la tripa, la sensación de ³estar a gusto´ que experimenta, a la vez que le
remarcamos las consecuencias positivas de dicha emoción: los demás
juegan con él, pone muy contentos a otros y le dejan compartir sus
juguetes, es muy divertido para todos. A demás, conviene indagar con el
niño qué situación ha provocado esa emoción. Evidentemente, el nivel
evolutivo del niño tendrá un gran peso a la hora de ofrecerle más o menos
detalles y de utilizar uno u otro lenguaje.

El modo de interacción de los padres y maestros con el niño determinará en


gran parte su capacidad de resolución de problemas, su autonomía y su
conducta social. Es necesario fomentar y permitir más la iniciativa del niño,
incluso el error. Solamente aprendemos si se nos permite actuar,
experimentar emociones y ver con cuál nos sentimos mejor.

Las emociones nos llevan a actuar y algunas de ellas nos permiten afrontar
situaciones verdaderamente difíciles. Son estas últimas las que debemos
potenciar en los niños como forma de aprender a salir co n éxito de
situaciones difíciles.

 
 
  


Una vez adentrados en el mundo de las emociones, ¿cómo podemos lograr


que los niños sepan superar aquellas que les producen malestar y
cambiarlas por otras más optimistas? No se trata de enseñarles a ocultar
sus emociones, ni reprimirlas, sino de aprender a tranquilizarse ante un
reto, mirarlo desde otra perspectiva y saber son ellos quienes lo han
logrado.

Si desde su nacimiento el niño ha podido disfrutar de un vínculo seguro


tendrá una mayor autoconfianza y una mejor capacidad para controlar sus
emociones: intentará superar cada reto y tratará de perseverar, aunque no
siempre tenga éxito, pero sabrá que cuenta con apoyos en su relación con
los demás. Los padres tienen una importancia indiscutible en la educación
del niño; por lo tanto, el propio modelo que ellos muestran en el control de
sus emociones tiene una gran influencia sobre el desarrollo de su hijo como
ser autónomo.

Para establecer relaciones armoniosas con el niño es necesa rio aceptarle tal
y como es, una persona con sus propias características, que tiene
capacidades que se le dan mejor y otras en las que necesita más ayuda.
Hay que considerar al niño en su globalidad, con la intención de darle las
oportunidades que necesita y desarrollar su potencial respecto a todas las
áreas: motora, lenguaje, perceptiva, cognitiva, social y emocional. Hay que
tener en cuenta que con una actitud protectora, aunque se haga con la
mejor intención, se puede llegar a obstaculizar el proceso de autonomía y
desarrollo emocional.

Es sabido que el optimismo está íntimamente relacionado con el bienestar y


la autoestima. Por lo tanto, habrá que ayudar al niño a aceptarse tal y como
es y, desde ahí, potenciar sus cualidades que le hacen único.

    
  
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Comunicar supone manifestar actuaciones, pensamientos o sentimientos en


situaciones interpersonales. Todo es comunicación, desde un gesto hasta
una palabra. Es evidente que existen diversas formas de comunicar: cada
persona que observemos tendrá un estilo u otro. Sin embargo, la manera
que refleja una madurez emocional es la llamada ³comunicación asertiva´,
aquella que consigue sus objetivos tenie ndo en cuenta las señales que el
otro transmite. Es la que muestran las personas que hablan seguras y
confiadas, con una postura relajada y miran a los ojos de la persona que
escucha. Dicen lo que pretenden decir, pero teniendo en cuenta los
sentimientos del otro, empatizando con él. Una persona asertiva puede
potenciar en el otro emociones positivas y supone un modelo seguro de
control emocional.

¿Cómo podemos fomentar la asertividad ±es decir, esa transmisión de


seguridad y confianza± en nuestra relación con los niños? Poniéndonos a su
lado e intentando pensar como ellos, según su edad, lo que les gusta y lo
que más les cuesta. Es mejor elegir momentos de distensión para
comunicarse, donde la prisa no sea un obstáculo, y mostrar señales a los
niños que hagan evidente que se les escucha y que el mensaje tiene
importancia para el adulto: asintiendo, mirándole a los ojos, preguntándole,
estando próximo a ellos... El hecho de hablar de lo que hace, los amigos
que tiene, aquello que más le cuesta y lo que mejor le sale, es
indispensable para que se sienta comprendido y apoyado.

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Demostrar afectividad no es una tarea siempre fácil. Muchas veces las


prisas o la rutina hacen que no nos fijemos en su importancia para los
niños. El rostro es una parte de nuestro cuerpo que puede proporcionarles
información sobre el grado de aceptación y el humor. A través del rostro, el
tono de voz y el movimiento corporal el niño puede captar distintas
emociones que le proporcionen respuestas ante lo qu e él hace.

El acercamiento físico, a través del tacto y caricias, es una buena


demostración que al niño le ayuda a sentirse a gusto. Sin embargo, no
conviene caer en el error; no hace falta premiar siempre que el niño hace
algo bien con refuerzos tangibles como golosinas, muñecos, etc. Es incluso
más efectivo el refuerzo social a través de los elogios y manifestaciones
afectivas y, sobre todo, ayudará al niño a considerar la importancia de las
relaciones sociales a lo largo de toda su vida. Esta es una tare a que se les
ha de demostrar desde el principio, desde que son pequeños, porque son
como una ³esponja´ capaz de aprender de las emociones.

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Los niños han de enfrentarse a numerosas situaciones a la hora de afianzar


en su autonomía, aunque muchas veces no saben expresar exactamente
sus deseos y necesidades. Todas estas experiencias incomodan al niño,
cuyas habilidades motoras y comunicativas son todavía muy limitadas; su
autocontrol necesita desarrollarse y pueden reaccionar con rab ietas,
enfados, o incluso manifestar ira contra el profesor u otro alumno. Lo mejor
es permanecer tranquilos, acercarnos al niño y hablarle en un tono suave;
de esta forma podrá fijarse en nuestro comportamiento y verá que estar
relajado proporciona un may or bienestar. Otra alternativa es llevarle con
suavidad y firmeza a otro lugar y esperar a que se le pase, dejando claro al
niño que no hay otra solución, pero que no es un castigo, y que puede
elegir otra alternativa si su comportamiento es más adecuado.

El efecto de las expectativas, llamado efecto Pigmalión, muestra que la


opinión preconcebida que el padre o el profesor puedan tener del niño
condiciona la forma de interactuar con él y afecta, en consecuencia, a su
conducta. Si pensamos que, el niño no v a a ser capaz de mejorar en el
plano emocional se lo estaremos transmitiendo a él y no se esforzará.
Cambiemos, por lo tanto, nuestra forma de verle y pensemos en positivo,
convenciéndonos de que, del mismo modo que aprende a hacer fichas o
actividades escolares, puede aprender y mejorar en su capacidad
emociona l.

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