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La relación madre e hija es una de las más complicadas de todos los tiempos,
a pesar de ese amor incondicional que se profanan al inicio cuando solo son
ellas dos (En la etapa pre-edipica), se termina convirtiendo en algo totalmente
complicado cuando la niña encarna la falta de su objeto deseado el falo. Asique
remite a la madre a su propia división. Sin embargo aquella madre que no
quiere poner en juego su feminidad, acepta a la hija pues esta le evoca el ser
mujer que ella rechaza. Luego de los estragos del proceso Edipico queda en la
relación madre e hija un aspecto de decepción, por aquello que la madre no le
pudo dar y de la rivalidad, que la relación especular (padre-hija) pudo tener
lugar entre ellas, esta relación que muchas veces aparenta tomar formas
cariñosas, resulta muchas veces destructivas.
Las dificultades de la hija con lo femenino están sostenidas tanto desde el lugar
del Otro materno, que no transmite la falta ni quiere ver en su hija a una mujer,
como desde el lado del Otro social, que empuja a la satisfacción más narcisista
y al desconocimiento del deseo. La anoréxica rechaza el amor y el afecto que
recibe de la madre. Rechaza lo que simboliza la madre (el alimento) y también
rechaza su propia feminidad o su parte femenina al no identificarse con la
madre, ya que no quiere ser mujer, ni sentirse mujer, repudia y le temen a la
sexualidad, vive con miedo al roce, el afecto o en intento de cualquier intimidad
sexual.
Primero podemos encontrar a aquellas madres obesas las cuales pueden ser
un predictor significativo para la obesidad de sus hijas/os, así como también el
miedo de ser o de convertirse en obesas pueden condicionar la restricción en
su alimentación y la de los niños. Segundo encontramos a aquella madre que
hace dieta, la presencia o el miedo a la obesidad en la madre determina sus
propias conductas (llevar a cabo dietas, usar conductas compensatorias
inadecuadas…) y los mensajes que envían a sus hijos respecto al peso y la
figura corporal.
La restricción que las madres imponen a sus hijas para que no consuman
alimentos ricos en calorías suele promover directamente la restricción que
estas llevan a cabo. Así como también la restricción de ciertos alimentos
promueve la sobrealimentación en las hijas, sobretodo el comer en ausencia de
hambre. Evans y Le Grange (1995) realizaron un estudio cualitativo en el cual
compararon diez familias en las que un miembro tenía un trastorno del
comportamiento alimentario con diez familias sin esa patología. En ambos
grupos de madres encontraron similitudes en relación con la preocupación por
su propia talla y peso, y por la talla y la figura corporal de sus hijos. La
diferencia radicaba en que en el grupo de madres de familia con el trastorno
había una preocupación exagerada por los horarios de las comidas
recomendados por los médicos en la primera infancia. De esta manera, no
percibían las señales de hambre de sus hijos y los alimentaban cada cuatro
horas; las madres de las familias sin el trastorno los alimentaban según estos lo
demandaban y tenían una mejor capacidad para reconocer las señales de
hambre de los menores. Este comportamiento materno de alimentar según un
horario estricto puede contribuir posteriormente a la aparición de un control
excesivo o la pérdida del control sobre las funciones alimentarias.
Los trastornos alimenticios están regidos por muchos factores en los cuales la
madre juega un papel esencial, sus actitudes y comportamientos frente a la
comida o las dietas, la percepción que tienen de sí mismas, de su peso y su
figura, los ideales de delgadez, la forma de expresar sus sentimientos
negativos a sus hijas a la hora de alimentarse, los horarios de la comida y la
elección de los alimentos para sus hijos, deberían ser, todos ellos nos llevan a
darnos cuenta que las madres pueden influir en sus hijos no solo a través del
modelamiento de conductas y actitudes, sino asimismo mediante la
retroalimentación que les dan o la internalización de los estándares de belleza.
La vida entra por la boca, el orificio a través del cual encontramos placer al relacionarnos
con los demás y también el mismo orificio por el que salen las palabras para nombrar todo
aquello que sentimos.