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Viéndome nuevamente frente al público, impedido una vez más por mi poca inventiva, estilo y

sobre todo por mi pobre manejo de conceptos, no tuve otra opción que convertir mi intervención
en un gesto parresiastico (explicar) y asumir el riesgo de exponer mis ideas de la única manera en
que sé hacerlo. Por lo que quizá mis palabras no causen una buena impresión a quienes esperan
escuchar un repetido y malsano discurso que ha hecho eco en los grupos de literatos y las
universidades de todo el mundo. Sólo les pido, de manera personal y respetuosa, que no tengan en
cuenta la forma en que me expreso, si es vulgar o elocuente no importa, lo realmente importante
es que fijen su atención en mis argumentos, porque en mi ingenuo romanticismo llego a pensar que
en eso reside el espíritu del debate que nos convoca a esta hora.

Una vez dicho esto, es justo que comience por exponer las razones que me llevaron a desarrollar
esta idea antes de poner en movimiento el juego de la argumentación, pues si lo hiciese de otra
forma me sería imposible llevar a cabo esta reflexión de una manera coherente. Ahora bien, me
encontraba yo en una de mis constantes pérdidas de tiempo frente a la Divina Comedia y pensaba
en la forma en la que Dante había plasmado una parte fundamental de su vida en un poema, me
preguntaba por su vida y por su arte y descubría lentamente cómo la relación entre una y otra era
indisociable, no podía contemplar la obra fuera de la vida del poeta, y no era algo propiamente
Dantesco. Desde la antigüedad, los poetas oían a las musas y por medio de su arte intentaban imitar
las vivencias del hombre en un mundo plagado de peligros y dioses caprichosos que tomaban la
forma de representaciones eidéticas de sus conceptos fundamentales. Incluso el mismo
Dostoievsky pudo contemplar la belleza oculta en los conflictos de la vida del hombre ruso. Kafka
descubrió el sentido interno para elevar las pasiones a un lugar privilegiado. Hasta Gabo construyó
sus obras usando las experiencias que vivió en su infancia rodeado de personas que le contaban
historias de todo tipo y le permitieron construir más que una obra su propia vida.

Sé muy bien que el ejercicio que nos compete aquí es una actividad aparentemente académica, y
que podemos justificar nuestra aspiración a una suerte de racionalidad confusa desde nuestra
posición como lectores, o incluso proyectos de escritores. Podemos igualmente asumir desde el
inicio que quien lee estas palabras a ustedes carece de toda autoridad, y estarán en lo cierto. Pero
por muy confuso que mis palabras puedan ser, y en primer momento tengan que ser, encontrarán
en esta posición atopica su vitalidad, esa que nosotros como sujetos necesitamos hallar para
comprender algo en relación con la literatura.
Sucede que aquí también se exige una escucha distinta que cuando nos encontramos prisioneros
del formalismo propuesto por la escolástica. Y, no obstante, nos encontramos en un espacio,
respondiendo a las demandas de una actividad, en donde convergen el ponente, los oyentes, etc.
Sólo que mientras que en otras aulas se habla de la relación espacial de los cuerpos naturales, de la
tragedia griega, de los falsos límites de la literatura y el pensamiento, acá se habla del ethos del
escritor.

Para comprender lo dicho he identificado tres elementos que a mi parecer deberíamos abordar para
entender está idea.

1) La dificultad a la hora de conceptualizar la literatura y la poesía


2) La manera en la que valoramos los escritos y a los escritores.
3) La manera en la que se formula la pregunta por el mundo en la actualidad.

La dificultad a la hora de conceptualizar la literatura y la poesía

Tratar de definir conceptos como la literatura y la poesía siempre ha resultado ser un ejercicio
bastante engañoso. La complejidad de esta tarea se oculta tras la máscara de la generalidad y el
relativismo propios de la confusión de nuestro tiempo. A lo sumo, podríamos hacernos una idea de
aquello que entendemos por poesía o por literatura que nos permita disponer de los valores de
verdad, de belleza y de virtud que podemos encontrar en la lógica, en el arte y en la ética para
determinar las normas que deberíamos seguir para sentir que disponemos de un conocimiento
válido. Pero la poesía y la literatura, en su problemática esencia, nos obligan a acercarnos a ellas
poniendo al descubierto la manera en la que nos permite relacionarnos con el mundo y no tanto en
descubrir contenidos eidéticos universalmente válidos que le permitan confundirse forzosamente
dentro de las formas de conocimiento ideal.

En este punto debemos reconocer que nos hemos propuesto quizá con demasiada prisa el intentar
definir el carácter cognoscitivo de la poesía y la literatura para poder encontrar un hilo conductor
en este atolladero de ideas. Evidentemente no hemos avanzado mucho en lo que al problema inicial
se refiere. Pero, para poder siquiera dar los primeros pasos que nos permitan establecer este dialogo
con cierto grado de validez, es necesario fijar primero el punto común entre el pensar y el poetizar,
y la manera en la que se nos anticipa la pregunta por el mundo al ser representada por medio de un
escrito.
La manera en la que valoramos los escritos y a los escritores.

Para tratar de comprender el lugar de la valoración, el valor. Es necesario examinar primero la


relación entre el sujeto cognoscente (escritor) y el mundo (obra), que despliega su potencial
cognoscitivo para articular juicios lógicos, estéticos y éticos que posibilitan que el pensar, el sentir
y el actuar dispongan de dicho potencial como valor fundante de la relación entre el sujeto y la
verdad. La vivencia que se revela como fenómeno, el hecho psíquico objeto de la teorización
formal, emerge de los discursos que, basados en una búsqueda permanente y eterna de la verdad,
la belleza y la virtud, determinan las formas del pensar, del sentir y del actuar, es decir, construyen
sujetos a partir de un valoración casi silente y natural.

En síntesis, existe un objeto, cosa o noúmeno que, a posteriori, se puede convertir, puede cambiar,
trans-formarse en su calidad de fenómeno (la vida misma es un fenómeno). Este trans-formarse no
sólo implica una relación exclusiva del fenómeno, sino que también constituye una inquietud del
sujeto por su propia existencia. Ya sea que se trate de un movimiento por el cual el sujeto es
empujado hacia la iluminación, o bien de un trabajo progresivo sobre las propias pasiones. Por
ende, esta modificación violenta, esta transformación, incluso esta desconexión de la simple
conciencia de la vida inmediata no es algo accidental, que dependa de una organización o
distribución arbitrarias de la verdad, en ambos casos hablamos de una transformación que nos
permite ubicar el concepto de askesis como posibilidad de reflexión dentro de esta charla.

La manera en la que se formula la pregunta por el mundo en la actualidad.

En algún punto de nuestras lecturas sobre La Divina Comedia nos vimos afligidos por una profunda
resistencia a la hora de escribir algo coherente en relación con ésta obra. Hasta la fecha nos hemos
planteado todo tipo de preguntas que han sido material para diferentes ensayos que, por su falta de
originalidad, de profundidad, y sobre todo por la naturaleza misma del conocimiento, quedan
inconclusos. Ahora, que nos vemos obligados por necedad a dar fe de nuestras reflexiones en torno
a la obra, nos hemos dejado seducir especialmente por una pregunta que ha hecho eco en nuestras
lecturas desde siempre y que consideramos conveniente para este escrito, a saber: ¿Cuál es el lugar
desde dónde Dante contempla el mundo?
Esta pregunta se anuncia como posibilidad para abordar una suerte de saber particular sobre La
Divina Comedia, configurando así el devenir de la reflexión en un espacio que sólo en el preguntar
mismo es capaz de mantener su coherencia. Es así como la pregunta por el lugar desde donde Dante
contempla el mundo apuntará de manera [in]directa a la pregunta por la esencia de la poesía y a la
pregunta por la posición del hombre [medieval] respecto al mundo1. Pues, si La Divina Comedia
es tomada como una expresión de la vida del hombre medieval que a partir de un ejercicio poético
soporta la medida entre lo celestial y lo mundano, las preguntas por el mundo y por la esencia de
la poesía en Dante revelarían no solo la posición del hombre medieval respecto a su propio ser-en-
el-mundo2, y en la misma medida, también se nos revela la manera en la que se ha formulado la
pregunta por el mundo en un periodo histórico determinado. Nos estamos preguntando entonces
por el mundo y por la esencia de la poesía, no como dos cosas arbitrarias y fuera de contexto, sino
como aquello que en La Divina Comedia se manifiestan en una unidad y conjetura original.

Si intentásemos definir el sujeto del ethos, es necesario remitirnos a las palabras de Foucault (1995)
cuando nos dice:

No creo que exista realmente un sujeto soberano, fundador, una forma universal de sujeto que se
pueda encontrar en todas partes… Creo, por el contrario, que el sujeto se constituye por medio de
prácticas de sometimiento o, de manera anónima, por medio de las prácticas de liberación, de
libertad, como en la antigüedad, partiendo desde luego de cierto número de reglas, de estilos y de
convenciones presentes en la cultura” (pp.56).

Esta forma de concebir el sujeto nos revela que las sociedades modernas se ven forzadas a
implementar diferentes estrategias para poder adaptarse de la mejor manera a los síntomas sociales
que demuestran su fragilidad y que a su vez permitan que su población desarrolle un pensamiento
crítico y reflexivo para que sean capaces de satisfacer las demandas específicas de una población
que opera en un medio ambiente dinámico y mutable (Strauss, 2006). Este desafío no sólo recae

1
El lugar es tomado aquí como lo que Heidegger denomina claro del ser o calvero del ser [Lichtung]. Para nosotros,
dicho claro o calvero, hará referencia a un estado de des-ocultación [Alethéia] del ente.
2
El hilo conductor de estos desplazamientos es el análisis comparativo. Este me permitió captar las diferencias
esenciales entre el hombre, el animal y la divinidad para poder reconocer, en la posición del hombre respecto al mundo,
la apertura de la diferencia ontológica. Podríamos decir entonces que la pregunta inicial nos invita a reflexionar sobre
una condición o estado [un estar-abierto] desde donde Dante despliega su ser-en-el-mundo.
en los dispositivos sociales, pues es preciso vincular a los sujetos, ya que las formas históricas en
las que se presenta la relación sujeto-sociedad -la cual es inseparable-, es la que en última instancia
configura el núcleo de la reflexión ética3.

En consecuencia, la vida ha dejado de ser el resultado de la providencia divina, la suerte o el


destino, para ser la consecuencia de la intervención política. Por ello, la vida es creación puesta en
juego en la práctica cotidiana del poder (Agamben, 2001. P 9). De este modo, las reflexiones
anteriores nos llevan a pensar que el poder en occidente se basa en el gobierno de una población
de la que se extraen los mayores beneficios, tanto políticos como económicos al dirigir la
conciencia de los individuos para que asimilen la renuncia del deseo ignorando el daño colateral
que esto confiere.

Pero si partiésemos de nuestra experiencia actual, es posible decir que nos encontrarnos en un
momento en el que somos testigos directos de una crisis en donde el síntoma social se presentarían
el punto que pone a tambalear el principio universal del bienestar colectivo, por lo que los pobres,
los inmigrantes, los trabajadores informales, los desempleados, los desplazados, los marginados,
etc., representan la opacidad de un humanismo ingenuo que pretende la coexistencia de mundos
culturalmente diversos y que trata de integrarlos como formas de identificación artificiales y
apolíticas bajo una idea enmascarada de bienestar colectivo. De tal manera que si pensamos en
nuestra sociedad actual en donde predomina el intercambio de mercancías, podemos hacernos una
imagen de como los individuos se relacionan consigo mismo y con los objetos que conforman la
realidad como encarnaciones contingentes de nociones universales abstractas, ya que en último
término el sujeto de la modernidad en relación con las circunstancias sociales o culturales concretas
se definirá por su capacidad universal y abstracta de pensar o de trabajar (Hernández, 2005, pp.
26). Por lo que el problema de la ética en el siglo XXI se carga de un silencio pernicioso que oculta

3 El nacimiento de las ciudades estado reveló para los Antiguos (y para todo occidente) dos dimensiones
de la existencia humana, dos tipos de vida que colateralmente imponían una firme distinción entre lo público
y lo privado, entre los placeres individuales y los placeres contemplativos o sociales. Para los Griegos, la
aparición de la polis representó un momento en el cual el hombre se presentaría irremediablemente
escindido en sus condiciones de existencia a dos dimensiones de vida: una en relación con el mundo físico
y la otra como ciudadano político, esta separación enmarca los orígenes de una naturaleza artificial que se
presentaría como un punto de inflexión entre lo natural y lo humano, ya que la verdadera naturaleza de una
vida completamente humana radica en la transformación de aquello que le es impuesto en el orden natural.
Progresivamente, el hombre iría construyendo su propia vida (Bios) en contra de la que inicialmente le
había correspondido bajo un orden natural (Zoe) (Ugarte, 2005, pp. 19)
los problemas fundamentales que debería abordar, a saber: el problema de la libertad y la necesidad;
el conflicto entre el individuo y la comunidad.

El deseo es una manifestación de toda la vida humana, y aunque en esta manifestación


nuestra vida revela a menudo toda su miseria, sigue siendo vida y no la mera extracción
de una raíz cuadrada. (Memorias del subsuelo, Fiodor Dostoyevski, pp. 27).

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