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M E N S A J E R O • SAL TERRAE
Luis María García Domínguez, S.J.
LAS «AFECCIONES
DESORDENADAS»
Influjo del subconsciente
en la vida espiritual
Presentación 9
nada pueda en todo amar y servir a Dios '; pues bien, parece bastante
claro que en ambas perspectivas las afecciones desordenadas están
directamente implicadas en el fin de los Ejercicios. De hecho, parecería
2
posible armonizar las dos tendencias .
Para abordar el tema que tratamos, puede sernos útil comprender la
espiritualidad ignaciana como una espiritualidad de continua elec-
3
ción ; de este modo se acentúa más el aspecto existencial y cotidiano
de la elección, aplicando la dinámica de los Ejercicios a toda la vida;
esta perspectiva nos facilita una visión de los Ejercicios no sólo como
un método o casi una técnica para un período limitado de tiempo (el mes
de retiro), sino como verdadera espiritualidad para una vida apostólica.
En efecto, la elección se produce una sola vez en los Ejercicios, pero
constituye una cuestión de cada día para el que vive esta espiritualidad,
ya que el ejercitante procura examinarse, enmendarse, ordenarse y
4
discernir «para adelante» [61; cf. 25, 210, 334] y así va buscando
cotidianamente la voluntad de Dios; de este modo se dispone para hallar
y seguir esa voluntad divina en una dinámica que le llevará a la unión
con Dios en la oración y en la actividad: «en todo amar y servir a su
5
divina majestad» [233] con todo el afecto de un corazón indiviso . En
cualquier caso, está fuera de toda duda la importancia de las afecciones
desordenadas tanto en cualquier tipo de elección (la de estado de vida
o las cotidianas) como en la disposición de la propia vida; con esto
adquiere relevancia central para el fin mismo de los Ejercicios ese
«quitar de sí todas las afecciones desordenadas» [1].
Decía que hay otra perspectiva más práctica y pastoral que suscitó
mi interés por este tema: la convicción de que el mundo subconsciente
puede dificultar el crecimiento espiritual del cristiano en forma real-
mente insidiosa. Este convencimiento proviene de la experiencia, repe-
tidamente observada tanto en mi propia persona como en otros (ejerci-
tantes y personas en acompañamiento espiritual), de respuestas parcia-
1
IPARRAGUIRRE ( 1 9 7 7 , p. 2 1 3 , nota 2 1 ) señala también la p o s i c i ó n de l o s que
consideran l o s Ejercicios c o m o una e s c u e l a d e oración, u n m e d i o privilegiado de u n i ó n
c o n D i o s . U n a m p l i o r e s u m e n de la c u e s t i ó n e n CUSSON, 1 9 7 3 , p. 7 6 - 7 9 . A l final del
libro s e encuentran las referencias bibliográficas d e las obras citadas e n las notas.
2
C o m o indica C h . BERNARD, 1 9 6 9 , y retoma RULLA, 1 9 7 9 , d e s d e una perspectiva
antropológica.
3
D E G U T B E R T , 1 9 5 3 , p. 110-120.
"•Cito entre corchetes [] ú n i c a m e n t e l o s n ú m e r o s d e l libro d e l o s Ejercicios. Para
otras citas ignacianas utilizaré las siglas y abreviaturas indicadas al final del libro.
5
Cf. CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 107-111.
PRESENTACIÓN 11
6
Gaudium et Spes 6 2 ; cf. también Optatam Totius 3 , 11 y 2 0 .
12 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
7
E n e l Instituto d e P s i c o l o g í a de la U . Gregoriana s e presentaron tres trabajos d e
l i c e n c i a t u r a s o b r e e s t e t e m a : M E U R E S ( 1 9 8 5 a y b ) , GARCÍA DOMÍNGUEZ ( 1 9 8 6 ) y LÓPEZ
GALINDO ( 1 9 8 8 ) . L a n o v e d a d principal que creo aportar aquí consiste e n ofrecer una
v i s i ó n m á s estricta d e l c o n c e p t o i g n a c i a n o d e « a f e c c i ó n desordenada» ( e n cuanto
término casi t é c n i c o ) , c o n c e p t o que sigue abierto a ulteriores aportaciones d e estudios
interdisciplinares ( e s p e c i a l m e n t e de la filología).
PRESENTACIÓN 13
8
El autor y a aplicó su teoría al tema dei discernimiento de espíritus (RULLA, 1 9 7 9 ;
RULLA, RJDICK, IMODA, 1 9 7 6 , p. 2 1 5 - 2 2 6 ) . C o m p l e m e n t o insustituible para c o n o c e r l a ha
s i d o m i p a s o c o m o a l u m n o por el Instituto de P s i c o l o g í a de la Universidad Gregoriana.
9
S e cita el texto d e l o s Ejercicios s e g ú n la e d i c i ó n d e Cándido D E DALMASES, 1 9 8 7 ;
y se m o d e r n i z a la transcripción de otros t e x t o s i g n a c i a n o s s e g ú n la e d i c i ó n de ÍPARRA-
GUIRRE, 1 9 7 7 .
I PARTE
AFECCIÓN Y DESORDEN:
CLAVES DE COMPRENSIÓN
1. CLAVE IGNACIANA
1. Orden y desorden
1 0
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 157-160.
1 1
CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 121.
1 2
CALVERAS, 1 9 3 1 , p. 195.
18 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
]i
Consí. 101.
1 4
IPARRAGUKRE, 1 9 7 7 , p . 6 4 7 - 6 5 0 ; carta d e j u n i o 1 5 3 2 : e n M I , Epp. 1 , p. 7 7 - 8 3 .
1 5
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 8 2 5 ; carta de 3 j u n i o 1 5 5 2 : en M I , Epp. 4 , p. 2 6 9 .
1 6
CALVERAS, 1 9 2 5 , p . 1 2 7 .
1. CLAVE IGNACIANA 19
2. Afección
1 7
CASANOVAS, 1 9 2 8 , p. 3 2 5 .
1 8
CALVERAS, 1 9 5 8 , p. 4 7 5 .
1 9
CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 2 9 .
2 0
CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 5 1 .
2 1
CALVERAS, 1 9 5 8 , p. 3 8 4 ; IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 7 .
20 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
22 CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 5 1 - 5 3 .
2 ' CALVERAS, 1 9 2 9 , p. 2 1 .
2 4
CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 2 9 .
2 5
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 6 6 .
2« CALVERAS, 1 9 2 7 , p. 1 1 3 s.
1. CLAVE IGNACIANA 21
La fuerza de la afección
2 7
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 8; al prepósito general de la C o m p a ñ í a s e le pide «perfec-
c i ó n » en su afecto (Const. 7 2 4 , 7 2 6 - 7 2 8 ) .
2 8
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 7 9 ; de 1543: en M I , Epp. 1, p. 281.
2 9
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 5 8 ; a Teresa Rejadell, 18 j u n i o 1536: e n M I , Epp. 1,
p. 100.
3 0
A l príncipe Felipe de España d i c e que tiene « m u c h a deuda, amor y afección al
servicio de V . A . » : IPARRAGUIRRE, 1977, p. 8 2 5 ; de 3 j u n i o 1 5 5 2 , e n M I , Epp. 4 , p. 2 6 8 .
3 1
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 0 8 ; d e 2 junio 1 5 4 1 : en M I , Epp. l , p . 3 9 0 .
22 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS
3 2
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 67.
3 3
CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 35.
3 4
IPARRAGUIRRE, 1977, p. 6 4 9 ; carta a su hermano Martín García de O ñ a z , de j u n i o
1532: en M I , - E p p . l , p . 8 2 .
3 5
Habla san I g n a c i o de l o s «enteros d e s e o s de entrar y perseverar» en el candidato
(Const. 9 4 ) . Esta idea aparece en otras partes de las C o n s t i t u c i o n e s : cfr. nn. 1 0 1 , 1 0 2 ,
137, 139, 146, 177.
3 6
CALVERAS, 1 9 5 6 , p. 3 s.
3 7
CALVERAS, 1 9 6 0 , p. 80.
3 8
A s í lo consideraba santo T o m á s : CALVERAS, 1 9 5 1 , p . 2 9 s; 4 2 .
1. CLAVE IGNACIANA 23
«... nuestra Compañía, como usa caridad universal con todas las nacio-
nes y clases de hombres, no alaba las afecciones particulares hacia este
pueblo o aquellas personas, sino en cuanto lo exige la ordenada caridad.
Tiene también como imperfecta la mezcla de afecto humano con la
caridad, y parecen señales de tal afecto los dones y las cartas no nece-
sarias».
3 9
BUCKLEY, 1 9 7 3 , p. 2 8 .
4 0
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 9 3 ; a Magdalena A . DOMÉNECH, de 1 2 enero 1 5 5 4 : en MI,
Epp. 6, p. 1 6 1 .
4 1
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 8 1 ; de 2 4 s e p t i e m b r e 1 5 4 9 : en MI, Epp. 1 2 , p. 2 4 0 - 2 4 1 .
4 2
Expresión utilizada por el doctor Juan C o c l e o , f a m o s o t e ó l o g o , tras haber h e c h o
l o s Ejercicios c o n Fabro: GARCIA VILLOSLADA, 1 9 8 6 , p. 8 1 9 .
4 3
Es el testimonio de otro aventajado ejercitante de Fabro, Pedro Canisio: GARCÍA
VILLOSLADA, 1 9 8 6 , p. 8 3 7 .
4 4
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 1 0 0 0 ; al padre Lorenzo, de 1 6 m a y o 1 5 5 6 : en M I , Epp.
ll,p. 409.
24 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
45
Teresa Rejadell . Si puede ser engañosa, tanto más lo será cuanto más
ignorante sea el sujeto de la existencia de tal afección. El primer ele-
mento de la afección, según Calveras, «es el apegamiento del corazón,
que nace escondidamente y muchas veces sin darnos cuenta, allí donde
hemos experimentado gusto...» y puede ejercer el influjo indicado so-
46
bre las potencias, aun de forma oculta o latente .
Recordemos que a san Ignacio no le interesa nunca, y menos en
Ejercicios, hacer teología académica, sino mover los afectos para llevar
a la persona hacia su fin último [cf. 363]. Por lo mismo, no le interesa
un claro mapa conceptual de la afectividad humana, sino señalar sus
efectos en la persona que busca la voluntad de Dios y que puede
ayudarse o engañarse con su propia afectividad.
Pero nosotros sí podemos hacer un pequeño esfuerzo «escolástico»
para formular sus ideas en otras claves más actuales. Resumiendo este
apartado sobre la afección, vemos que también para san Ignacio el
mundo afectivo forma parte de la naturaleza del hombre, y como tal no
es renunciable. Lo que constituye objeto de renuncia es el uso desorde-
nado de los afectos; por lo cual no parecería preciso «quitar» estricta-
mente todos los elementos de la afección. Y por lo que hace al criterio
del desorden, parece también claro que éste no viene dado inmediata-
mente por el objeto inmediato de la afección, sino porque falta la
referencia al fin del hombre; ya que objetos aparentemente buenos o
indiferentes pueden adherirse simbólicamente a significados últimos
desordenados, como veremos. Es este fin último el que está enjuego en
las decisiones existenciales de la vida, sean grandes como una opción
de vida, o pequeñas como las que cada día está obligado a adoptar
cualquier creyente.
La razón por la que este mundo afectivo influye tanto en la vida
espiritual, y en las opciones en que se va manifestando, es porque
participa en el proceso de la decisión humana, que puede verse influen-
ciado por ese afecto desordenado. El elemento conativo de la afección
(el impulso o moción) puede venir cargado con la fuerza de un compo-
nente emotivo latente o casi desconocido (el amor, la emoción inicial)
y tener por objeto inmediato de interés algo que sólo indirectamente (y
quizás simbólicamente) se refiere al fin último real de la afección en
4 5
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 6 2 ; d e j u n i o 1 5 3 6 : en M I , Epp. 1 , p. 1 0 5 .
4
« CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 5 1 , 6 8 .
1. CLAVE IGNACIANA 25
3. Afecciones desordenadas
4 7
Aut. 25, 29.
4 8
FIORITO, 1 9 7 8 , p. 2 8 - 3 2 ; Diario Esp. 146.
4 9
Diario Esp. 1 1 4 , 1 1 9 .
5 0
S. Tmó, 1 9 9 0 , p. 1 1 8 , nota 1 1 5 .
26 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
Desorden en lo bueno
5 1
CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 31.
5 2
CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 53.
5 3
La e x p r e s i ó n literal v i e n e siete v e c e s en seis números del texto [ 1 , 2 1 , 169, 172
( d o s v e c e s ) , 1 7 9 , 3 4 2 ] , y e x p r e s i o n e s correspondientes aparecen también en otros
lugares [ 1 6 , 150, 1 5 3 , 157, 3 3 8 ; cfr. 1 8 4 ] . Cf. T e i n o n e n , 1 9 8 1 ; D a l m a s e s , 1987.
1. CLAVE IGNACIANA 27
le basta a san Ignacio la «buena voluntad», sino que busca «la pura
intención».
Una comprobación de este doble modo de presentarse la afección
desordenada nos viene en las reglas de discreción de espíritus. A gran-
des rasgos se puede aceptar que las reglas de primera semana señalan
la situación donde el buen espíritu actúa por el remordimiento de la
conciencia (razón) contra vicios y pecados [314]. Estas reglas tratan de
descubrir, mediante el movimiento de la afectividad, el pecado como
contrario a la virtud. Las reglas de segunda semana, por su parte,
parecen proponerse más bien a los que son tentados bajo especie de
bien; en ellas el uso de la parte superior del hombre (entendimiento y
voluntad) puede ser engañoso, ya que puede ser utilizado por el ángel
bueno o el malo «por contrarios fines» [331]. De ahí la insistencia de
san Ignacio en no explicar las reglas de segunda semana al que vive
todavía según el espíritu de la primera: lo que en la primera es fiable,
en la segunda puede ser falible e incierto.
Como dice Cusson, «el trabajo de ordenarse progresa desde el nivel
de la estricta necesidad moral —oposición al mal— hasta el del magis
y el de la discreción en la caridad con miras a la mayor gloria de Dios»,
54
por lo que «hay que saber ordenarse hasta en el bien» . En definitiva,
la afección desordenada se da en el ejercitante que busca la voluntad de
5 5
Dios en cosas indiferentes o buenas .
Situaciones vitales
San Ignacio presenta en su vida, gobierno y escritos algunas situa-
ciones de estos deseos desordenados en cosas indiferentes o buenas,
que en parte se han ya aludido. Por ejemplo, indica que en un candidato
56
puede ser desordenado el deseo de entrar en la Compañía , así como
5 1
el deseo de admitir o dimitir en el encargado de hacerlo . Objetos
todos inmediatamente buenos; pero siempre mantendrá san Ignacio que
«el afecto poco ordenado, aunque sea bajo especie de bien, es reprensi-
5 8
ble» . Y en esto es categórico: no hace falta que sea ni siquiera paten-
5 4
CUSSON, 1 9 7 3 , p . 7 2 , n . 9 1 .
5 5
CALVERAS, 1 9 3 1 , p. 2 0 0 s; cfr. e j e m p l o s e n 1 9 4 1 , p. 165, p. 1 7 3 nota 12; p. 174 s.
nota 13.
5 6
Const. 2 3 .
5 7
Const. 143, 2 2 2 .
5 8
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 8 8 5 ; a A . GALVANELLO, d e 16 d i c i e m b r e 1 5 5 3 : e n M I , Epp.
6, p. 6 3 .
28 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
5 9
Sobre « a f e c t o s desordenados de padres y madres»: M I , Epp. 7, p. 6 7 2 ; ver
a d e m á s M I , Epp. 5, p . 167 y 3 2 6 : citados por GRANERO, 1 9 8 7 , p . 1 4 2 - 1 4 3 .
6 0
D E GUIBERT, 1 9 5 3 , p. 1 1 0 - 1 2 0 ; la cita e n p. 115.
6 1
Cfr. BOVER, 1938.
1. CLAVE IGNACIANA 29
6 2
ARZUBIALDE, 1 9 8 6 .
6 3
G I L C A L V O , 1 9 6 1 , p. 144.
6 4
Auí. 22.
6 5
CUSSON, 1 9 7 3 , p . 7 1 .
6 6
CALVERAS, 1 9 3 1 , p . 1 9 5 s.
30 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
refiere al ámbito del ordenar toda la vida y cada acción particular «por
sólo el servicio y alabanza de Dios nuestro Señor» [169]. La pureza de
intención es la ordenación del amor, pues «la intención recta sitúa al
67
hombre en la dirección d e b i d a » .
Concluimos lo dicho en este capítulo recordando que podemos
considerar en principio dos tipos de afecciones desordenadas, que po-
dríamos genéricamente llamar de primera y segunda semana respecti-
vamente. El primer tipo es la «afección mala», y pone en juego más o
menos conscientemente el fin de la criatura y la fidelidad a los valores
autotrascendentes que lo caracterizan; por lo tanto sería el terreno o
ámbito de la virtud o del pecado: usando la expresión tradicional, dentro
de la vía purgativa. La afección de segunda semana, por su parte, tiene
un horizonte mezclado: pues se ponen en juego tanto el ideal, el valor
final que la persona desea y proclama (el bien en sí) como el interés
personal (lo importante para mí), por lo que este tipo de afección
encierra en sí una contradicción intrínseca. Se trata de una situación
más propia de la llamada vía iluminativa.
La dificultad del discernimiento de este segundo tipo de afección
desordenada (la propiamente dicha, el término casi técnico) está en que
el objeto inmediato de la misma es bueno o indiferente. Por lo cual no
es el contenido de la afección lo que la identifica como ordenada o
desordenada, sino la función que sirve en la psicodinámica de la perso-
na y de su vocación cristiana. La única función ordenada es la que sirve
el fin de la autotrascendencia teocéntrica de la persona.
Por otra parte, la afección desordenada en sentido amplio (de pri-
mera o segunda semana) parece relacionarse con tendencias naturales
de la persona que son universales y no parecen renunciables: tal y como
pueden ser el comer, el beber, mantener la autonomía, conocer y saber,
defenderse del peligro físico o espiritual, amar y ser amado... ¿Se pue-
de, según eso, ir contra las afecciones desordenadas sin atentar contra
la naturaleza del hombre?
6 7
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 163.
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA
1. Algunos interrogantes
6 8
Cf. CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 1 0 0 - 1 0 4 ; 1 9 6 0 , p . 6 7 ; GRANERO, 1 9 8 7 , p. 1 4 0 s. El
directorio d e P o l a n c o ( n . 4 ) afirma que la práctica d e l o s Ejercicios proporciona e n
breve t i e m p o u n p r o v e c h o espiritual insólito, u n « c a m b i o d e vida y costumbres y e n
cierto m o d o de t o d o el hombre en todo»... para el que se d i s p o n e adecuadamente: L o p ,
1 9 6 4 , p. 2 2 8 s; W,Dir. p. 2 7 6 .
6 9
P o r e j e m p l o , ROLDAN, 1 9 5 0 , p . 3 0 6 s; r e c i e n t e m e n t e el P. KOLVENBACH ( 1 9 8 9 )
recuerda esta aparente contradicción d e l o s Ejercicios que l o s jesuítas parecen hacer
cada v e z mejor, sin un fruto m a y o r en su disponibilidad apostólica y en su indiferencia.
32 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
7 0
IMODA, 1 9 9 1 , p . 2 7 5 - 2 8 0 ; sobre u n a muestra estudiada d e 4 2 religiosos, « l a
formación que ofrece la experiencia de l o s E E ha favorecido una mejoría de l o s ideales
autotrascendentes e n e l período del n o v i c i a d o » , la cual, sin e m b a r g o , « s e h a transfor-
m a d o e n e m p e o r a m i e n t o general e n los d o s años siguientes» hasta el punto de que « l o s
ideales, e n cuatro años, han alcanzado u n nivel inferior al d e la entrada» ( p . 2 7 8 ) .
7 1
KOLVENBACH, 1 9 8 9 , quien cita la C o n g r e g a c i ó n General 31 d e la C o m p a ñ í a de
Jesús, decreto 8, n. 7.
7 2
IMODA, 1 9 9 1 , p. 2 8 0 .
7 3
Cf. p o r e j e m p l o : R U L L A , RIDICK, IMODA, 1 9 7 6 , p . 1 4 1 - 1 6 0 ; RULLA, IMODA, RIDICK,
1986, p . 1 2 5 - 1 5 9 .
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 33
7 4
D E GUIBERT, 1 9 5 5 , p. 9 9 s (quien cita M H S I , Constit. I I , p . 1 2 5 ) . V e r también
CUSSON ( 1 9 7 3 , p . 9 8 - 1 0 4 ) y GRANERO ( 1 9 8 7 , p . 1 2 1 - 1 2 5 ) ; este ú l t i m o autor cita d o s
cartas ( M I , Epp. 2, p. 4 8 1 y 9, p. 6 2 6 : e n IPARRAGUIRRE, 1 9 7 1 , p. 7 5 9 - 7 6 0 y 9 8 4
respectivamente) y Const. 8 1 2 y 8 1 3 .
7 5
GROESCHEL, 1987, p. 1 3 6 ss; V I T Z , 1977.
7 6
MANENTI ( 1 9 8 4 , 1987, 1 9 8 8 ) presenta sintéticamente las c o n d i c i o n e s d e tal
esfuerzo.
34 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
77
la gran diversidad de teorías de la personalidad . Los autores que
acometen esta tarea suelen presentar como actualmente más represen-
tativas estas tres grandes corrientes: la psicoanalítica, la conductista, y
78 79
la «tercera fuerza» de la psicología humanista . López G a l i n d o hace
una presentación de esta diversidad de teorías de la personalidad en
relación con la visión ignaciana de la persona humana que nos ayuda a
integrar críticamente las aportaciones de las diferentes psicologías.
7 7
HALL y LINDZEY, 1 9 7 8 , y MADDI, 1 9 8 0 , presentan aproximadamente u n a veintena
de teorías m á s importantes, aunque todavía p o d r í a m o s hallar otras.
7 8
Por lo que h a c e a l o s trabajos interdisciplinares c o n la espiritualidad de l o s
Ejercicios parece que el d i á l o g o c o n la p s i c o l o g í a profunda ( m á s o m e n o s ortodoxa
respecto al p s i c o a n á l i s i s ) e s una constante d e s d e h a c e a ñ o s , c o n un grupo d e autores
quizá minoritario; la línea conductista ( y el c o g n i t i v i s m o ) aparece casi inexistente, a
pesar de su fuerte implantación actual en el ámbito a c a d é m i c o ; y seguramente predo-
m i n a n las aportaciones d e s d e la p s i c o l o g í a que p o d r í a m o s llamar a m p l i a m e n t e « h u m a -
nista».
7 9
LÓPEZ GALINDO, 1 9 9 1 , h a c e su síntesis partiendo de la presentación de Maddi,
1 9 8 0 , c o m p l e t a d a c o n la teoría antropológica de L . M . RULLA, utilizada e n el presente
trabajo.
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 35
mos decir que el hombre vive en tres diferentes niveles de vida psí-
80
quica . Un primer nivel psico-fisiológico en respuesta a las necesida-
des del organismo; un segundo nivel psico-social, como persona en
relación con otras y como ser social; un tercer nivel racional-espiritual
que responde a su necesidad de buscar la verdad y la naturaleza de las
cosas, usando su capacidad de abstraer. Habitualmente la vida humana
se desarrolla en cualquiera de los tres niveles, pero cada acto psíquico
particular puede integrar los tres, o predominantemente uno o dos de
ellos de una forma patente o latente. Podríamos imaginar situaciones
concretas de estos diferentes niveles, referidas a los Ejercicios o a la
vida ordinaria del ejercitante: tales como la comida [210-217], el régi-
men de sueño [73s] y ambiente físico [79], las penitencias corporales
[83-86]; el apartamiento social [20], la condición de sacerdocio [171],
prelatura, matrimonio, la casa, familia y ajuar [189], etc.
8 0
RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 1 4 - 1 1 6 ; CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 13-30.
36 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
8 1
RIDICK, 1 9 8 4 .
8 2
Por e j e m p l o , V . FRANKL ( 1 9 8 7 , p . 1 0 9 ) habla d e la d e c i s i ó n para la autotrascen
dencia. L o s autores existencialistas ( c o m o L. BINSWANGER, M . B o s s ) insistirán e n la
n e c e s i d a d d e realizar las propias posibilidades para llegar a ser persona. R e c o r d e m o s
q u e autores c o m o ALLPORT, FROMM, GOLDSTEIN, LEWIN, MASLOW y ROGERS h a n s i d o
n o t a b l e m e n t e influidos por e l e x i s t e n c i a l i s m o : HALL y LINDDZEY, 1 9 7 8 , p . 3 1 3 s.
8 3
LONERGAN ( 1 9 7 3 , p . 6 - 1 3 ; cfr. KIELY, 1 9 8 2 b , p p . 2 6 - 3 1 ; 141ss) h a c e u n análisis
de l o s p r o c e s o s d e d e c i s i ó n y a c c i ó n (fundamentado e n s u obra Insight) c o m o resultado
de l o s cuatro n i v e l e s d e o p e r a c i o n e s intencionales c o n s c i e n t e s , l o s c u a l e s implican
progresivamente a la persona; tales n i v e l e s están, p u e s , detrás d e cada d e c i s i ó n v o c a -
cional o d e las t o m a d a s e n l o s Ejercicios (RULLA, 1 9 9 0 , p . 1 3 0 - 1 3 2 ; 2 4 1 s ) .
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 37
8 4
RULLA, 1 9 8 4 , p. 5 5 . Cf. CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p . 8 3 - 9 0 .
8 5
RULLA, 1 9 9 0 , p . 1 4 6 - 1 5 0 (cf. p . 2 8 6 - 2 9 1 ) q u e la t o m a fundamentalmente d e
J. D E F[NANCE.
8 6
U n a presentación del c o n c e p t o d e actitud e n p s i c o l o g í a social, e n PASTOR, 1988,
p. 3 5 8 - 3 7 9 . Las actitudes expresan en comportamientos concretos n o s ó l o l o s valores,
s i n o también las n e c e s i d a d e s , c o m o s e indicará; v o l v e r e m o s sobre e s t o s c o n c e p t o s d e
n u e v o e n la s e g u n d a parte.
8 7
RULLA, 1 9 9 0 , p . 4 4 0 ; CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p . 6 8 - 7 2 .
38 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
8 8
desempeñar. Según Katz una actitud cualquiera puede desempeñar
cuatro funciones distintas: utilitaria, defensiva del yo, expresiva de
valores y función de conocimiento, siendo ordinariamente las dos pri-
meras las más problemáticas para la vocación cristiana; y precisamente
en estas funciones es donde la afectividad adquiere un notable peso
motivacional.
Habíamos dicho que la afectividad era muy importante en la pers-
pectiva ignaciana, por ser un componente de cada ejercicio («afectan-
do» [3]), resultado y criterio de discernimiento de los mismos (conso-
lación, desolación [6]), y por constituir el cambio de la afectividad un
efecto pretendido de su proceso. La afectividad humana es tema predi-
lecto para la psicología y la han tratado muy ampliamente muchos
autores; pero a san Ignacio le interesa especialmente el peso de la
afectividad en el discernimiento y en las decisiones que ese discerni-
miento prepara.
£1 subconsciente afectivo
8 8
KATZ, 1967; cf. PASTOR, 1 9 8 8 , p . 4 1 6 - 4 1 9 . Sobre las actitudes v o l v e r e m o s e n
a
s e c c i ó n 4 . del capítulo quinto.
8 9
El subconsciente c o m p r e n d e t o d o el c a m p o de la experiencia p s í q u i c a que n o
está presente a la c o n c i e n c i a actual d e l individuo; a s u v e z , está formado p o r el
preconsciente (que c o m p r e n d e aquellas m e m o r i a s que p u e d e n ser e v o c a d a s volunta-
riamente mediante, p o r e j e m p l o , e l esfuerzo reflexivo, e l e x a m e n d e c o n c i e n c i a , la
introspección, la m e d i t a c i ó n ) y el inconsciente ( c o n t e n i d o s p s í q u i c o s que s ó l o p u e d e n
hacerse aflorar a l a c o n c i e n c i a c o n ayuda d e l o s m e d i o s t é c n i c o s adecuados): RULLA,
1990, p . 4 4 2 .
9 0
N o todas las p s i c o l o g í a s actuales aceptan por igual la existencia del s u b c o n s -
ciente para la v i d a humana. E n este trabajo s e considera s u gran influencia, e n la
conducta humana e n general y e n la vida espiritual e n particular, e n una forma que s e
intentará justificar. F e n ó m e n o s estudiados por la p s i c o l o g í a que parecen confirmar la
e x i s t e n c i a del i n c o n s c i e n t e son, entre otros: l o s actos sintomáticos, l o s a c t o s fallidos, la
h i p n o s i s , las p e r c e p c i o n e s anastésicas, e l f e n ó m e n o d e personalidad múltiple, la per-
c e p c i ó n subliminar y l o s s u e ñ o s ( c o n l o s p r o c e s o s de su formación). L a necesaria crítica
del i n c o n s c i e n t e freudiano (realizada también d e s d e el m i s m o p s i c o a n á l i s i s por autores
c o m o G e d o o Kohut) n o i m p i d e l a aceptación d e su presencia e n una c o n c e p c i ó n del
hombre (también filosófica) que quiera explicar enteramente s u ser y s u conducta: cf.
las a p o r t a c i o n e s d e H . E Y , P . RICOEUR y K. WOJTYLA ( R U L L A , 1 9 9 0 , p . 7 0 - 1 0 7 ) .
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 39
9 1
A R N O L D , 1 9 7 0 , p. 1 7 3 - 1 7 7 ; cf. RULLA, 1 9 9 0 , p . 7 7 ss.
9 2
CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 3 7 s.
9 3
El c o n c e p t o de p s i c o d i n á m i c a implica genéricamente la actuación de fuerzas
diversas e n el interior d e la persona q u e m o t i v a n la conducta externa, las e l e c c i o n e s
particulares. Cada e s c u e l a dinámica señala las fuerzas e n j u e g o (por e j e m p l o , la libido
freudiana) y l o s p r o c e s o s q u e intervienen (por e j e m p l o , la represión y transformación
operada por l o s m e c a n i s m o s de defensa). E n nuestra perspectiva antropológica, la
p s i c o d i n á m i c a o b e d e c e a la dialéctica fundamental inherente a la persona humana, y
responde b á s i c a m e n t e a la tensión entre valores y n e c e s i d a d e s , que p o n e n e n j u e g o los
d o s p r o c e s o s d i n á m i c o s de la voluntad racional y emotiva; cf. por e j e m p l o RULLA, 1 9 8 4 ,
p. 4 5 .
9 4
RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 8 1 - 1 8 3 ; KIELY, 1 9 8 2 b, p . 148-153.
40 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
9 5
L o s Ejercicios tienen e n cuenta l o s tres n i v e l e s de v i d a psíquica de la persona,
jerárquicamente integrados. Otra c o s a es que e n su práctica, tanto el que l o s da c o m o el
que l o s recibe tiendan a pasar por alto los n i v e l e s m á s b á s i c o s . U n a lectura de las
anotaciones e n c l a v e d i n á m i c a y afectiva: C . D o m í n g u e z , 1 9 8 8 .
9 6
Y por l o tanto las respuestas e m o t i v a s , m u c h a s v e c e s n o b i e n c o n o c i d a s o m a l
interpretadas, p u e d e n mantener su influencia sobre el p e n s a m i e n t o y la d e c i s i ó n , y a que
el individuo n o sabe que está s i e n d o m o t i v a d o por l o agradable o desagradable; « e n
c o n s e c u e n c i a , una d e c i s i ó n que parece constituir una respuesta a l o s valores p u e d e
realmente ser, e n parte, una repuesta a algunas n e c e s i d a d e s » : KIELY, 1 9 8 2 b, p. 1 5 0 .
9 7
Distinguidas por D . V O N HILDEBRAND ( e n s u obra Christian Etics, de 1 9 5 3 , cap.
3 ) ; cf. LONERGAN, 1 9 7 3 , p. 3 0 - 4 1 : RULLA, 1 9 9 0 , p. 113.
9 8
T a m b i é n p o d e m o s estar m o t i v a d o s por e s t a d o s o tendencias n o intencionales
( c o m o la fatiga, la ansiedad, el hambre): RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 1 4 ; ARNOLD, 1 9 7 0 , p. 1 7 3 -
1 7 6 . Parece, c o n e l l o , q u e l o s tres n i v e l e s de vida p s í q u i c a sean también tres n i v e l e s de
d e s e o en cuanto tendencias a la a c c i ó n .
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 41
ser «el bien en sí». Esa voluntad, ese querer o deseo emotivo, especial-
mente cuando no es consciente, puede influir sobre la decisión final en
cualquiera de los pasos previos a la misma, y de este modo no es
integrado maduramente con el deseo y valoración racional.
Los diversos objetos de ambos deseos pueden ser conciliables o
incompatibles; el objeto o contenido (elemento directivo) de la valora-
ción reflexiva son últimamente los valores, que ordinariamente son
conscientes, mientras que los contenidos que dirigen la valoración ins-
tintiva son los objetos apetecidos por las necesidades o tendencias
básicas humanas. Las necesidades son tendencias derivadas de un dé-
ficit del organismo o de potencialidades naturales inherentes al hombre
que buscan realización, aunque de por sí no producen la acción " . Una
lista de necesidades universales elaborada con base empírica (como la
10
realizada por H. A. Murray °) nos ofrece por una parte necesidades
que se han comprobado ser significativamente disonantes con los va-
lores autotrascendentes que especifican la vocación cristiana, mientras
1 0 1
que otras aparecen como neutrales . Vemos por tanto que podemos
identificar algunas necesidades como pertenecientes al nivel psico-fi-
siológico de vida psíquica, mientras que otras pertenecen más clara-
m
mente al nivel psico-social o incluso al racional .
9 9
RULLA, 1 9 8 4 , p . 4 5 y 2 6 5 ; CENCINI y M a n e n t i , 1 9 8 5 , p. 6 0 - 6 7 .
1 0 0
L a s e n u m e r a RULLA, 1 9 9 0 , p . 4 3 1 - 4 3 3 ; HALL y LINDZEY, 1 9 7 8 , p. 216-221;
MADDI, 1 9 8 0 , p. 3 0 7 - 3 1 5 .
Las siete necesidades v o c a c i o n a l m e n t e disonantes s o n las siguientes: agresi-
1 0 1
1 0 5
RULLA, 1 9 9 0 , p. 2 6 3 ; cf. Lumen Gentium 4 2 - 4 4 ; Presbyterorum Ordinis, 1 4 - 1 7 ;
Perfectae Caritatis, e s p e c i a l m e n t e 2 , 1 2 - 1 4 ; Optatam Totius, e s p e c i a l m e n t e 8 - 1 0 .
1 0 6
Q u e el objeto último d e la autotrascendencia humana e s D i o s parecen haberlo
indicado autores antiguos ( c o m o Aristóteles, Plotino, San A g u s t í n , Santo T o m á s , D e s
cartes, S p i n o z a ) y m o d e r n o s (SCHELER, RAHNER, TEILHARD DE CHARDIN, D E FINANCE,
PANNENBERG, LONEROAN): RULLA, 1 9 9 0 , p . 1 3 5 . El h o m b r e s e t r a s c i e n d e n o s ó l o e n el
c o n o c i m i e n t o y e n la búsqueda del bien, s i n o e n el amor.
1 0 7
RULLA, 1 9 9 0 , p. 2 2 1 s. La autorrealización c o m o efecto, y n o c o m o fin b u s c a d o
del h o m b r e , e s una d e las c o n s i d e r a c i o n e s c l a v e s d e esta antropología.
1 0 8
Esto quiere decir q u e el individuo que sigue su v o c a c i ó n tiende a realizar una
i m a g e n de sí que corresponde a la llamada de D i o s y n o tanto a las tendencias inmedia
tas y naturales d e s u propia personalidad. L o s v a l o r e s autotrascendentes, l o q u e la
persona quiere ser (su y o - i d e a l ) s o n la base de la orientación y m o t i v a c i ó n vital, y t o d o
lo d e m á s (las n e c e s i d a d e s , tendencias naturales o instintos del yo-actual) s e subordina
inicialmente a la realización de tal p r o y e c t o .
1 0 9
S e trata d e valores objetivos y teocéntricamente autotrascendentes, n o subjeti
v o s ni trascendentes s ó l o e n sentido filantrópico o social; por l o m i s m o , esta relación
c o n l o s valores finales e s normativa.
44 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
Consistencia e inconsistencia
1 1 0
RULLA, 1 9 9 0 , p. 139s. Esta dialéctica fundamental, inherente a la naturaleza
humana, fue puesta de manifiesto por Lonergan ( 1 9 7 3 , p . 110) que habla del y o en
cuanto se transciende (self as transcending) y del y o en cuanto transcendido (self as
transcended).
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 45
que proclamaba y sentía: «esto que decía desta manera, lo sentía así en
su corazón» (Ibid.).
1 1 1
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 1 4 0 , nota 1 6 . GARCÍA VILLOSLADA, 1 9 8 6 , p . 3 0 1 , nota 6 4 .
1 1 2
RULLA, RIDICK, IMODA, 1 9 7 6 , p . 3 5 - 4 6 ; RULLA, IMODA, RIDICK, 1 9 8 6 , p . 2 7 - 3 0 .
46 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
1 1 3
V . FRANKL p o n e continuamente d e manifiesto la presencia d e una tensión en la
vida, frente al principio de la h o m e o s t a s i s : 1 9 7 8 , p. 1 0 3 - 1 0 5 .
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 47
Tres dimensiones
Rulla utiliza una terminología específica para expresar las diferen-
tes perspectivas con que debemos considerar al hombre si queremos
entender integralmente su identidad. Habla de tres diferentes dimen-
siones en la persona, especificadas por los fines a los que se refiere
4
como objeto la intención de la persona " ; son tres disposiciones dife-
rentes hacia los diversos tipos de valores, que se forman en la interac-
ción del sujeto con dichos valores desde la niñez. La primera dimen-
sión, o dimensión de la virtud-pecado, tiene por objeto u horizonte los
valores autotrascendentes teocéntricos, y se forma por la respuesta del
yo que se trasciende a sí mismo ante esos valores; en esta dimensión se
expresan nuestras capacidades para la virtud o el pecado, y es prevalen-
temente consciente.
¿Qué caracteriza esta dimensión? Como criterios antropológicos
de nuestro esquema, la madurez o inmadurez, el orden o desorden, de
esta primera dimensión la reconocemos por la tensión consciente y
libre entre el yo-ideal, especificado por los ideales o valores autotras-
cendentes de cada persona, y su yo-actual, concretado en sus necesida-
des o tendencias innatas. La madurez en esta primera dimensión es la
consistencia entre los valores proclamados y los valores vividos en lo
concreto de la existencia, en forma prevalentemente consciente. La
fuerza de la motivación central en la vida es el «bien en sí»; en concreto,
el valor de la figura y persona de Jesucristo como ideal y persona que
atrae. Supone un conocimiento de los valores autotrascendentes teocén-
U 5
tricos, que son afectivamente atrayentes . Teológicamente, esta ten-
sión se expresa en la dialéctica entre el egoísmo de la carne y el amor
{ágape) del Espíritu, que es una tensión consciente e implica una renun-
116
cia libre para dejar la iniciativa a la acción del Espíritu ; la virtud es
el amor ordenado, el amor autotrascendente.
Para reconocer esta madurez o virtud en la vida de cada ejercitante
no bastaría con identificar la presencia de hábitos o «actitudes» cohe-
rentes con los valores proclamados, pues estas actitudes pueden enga-
ñar el discernimiento. Más bien hay que comprobar, a través de signos
indirectos, si un comportamiento concreto o actitud responde última-
1 1 4
RULLA, 1 9 9 0 , p. 7 6 , 158 ss. Originadas, p u e s , en la dialéctica d e base de la
persona.
1 1 5
ROLDAN, 1960.
1 1 6
Gal 5, 1 6 . 1 9 . 2 2 ; R o m 8,9.
48 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
1 1 7
RULLA, 1 9 9 0 , p. 319.
1 1 8
En un escrito n o t é c n i c o el psiquiatra J . A . V a l l e j o - N á j e r a alude a c a s o s que
recuerdan esta diferencia entre las d i m e n s i o n e s de la patología y de la virtud: Concierto
a
para instrumentos desafinados, B a r c e l o n a (Planeta), 1 9 8 6 , 1 5 e d i c i ó n , p . 1 6 5 - 1 7 1 .
'i» ARONSON, 1985.
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 49
1 2
« RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 6 8 ss; 3 4 7 s.
21
1 Por e j e m p l o , el D S M - H I - R , 1 9 8 8 .
1 2 2
«Por "estilo" quiero indicar una forma o modalidad de funcionamiento —el
m o d o o manera de una determinada área de conducta— que e s identifícable, en un
individuo, a través de una g a m a e s p e c í f i c a de actos» (SHAPIRO, 1 9 6 5 , p. 1 ) .
123 KERNBERG, 1 9 7 6 , p. 59-75.
50 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
1 2 4
Para la entrada y salida d e la v o c a c i ó n , RULLA, RIDICK, IMODA, 1 9 7 6 ; para l o s
q u e p e r s e v e r a n e n ella, cf. RULLA, IMODA, RIDICK, 1 9 8 1 . RULLA ( 1 9 9 0 , p. 3 5 1 - 3 5 9 ) seflala
su importancia por e j e m p l o , e n estas m a n i f e s t a c i o n e s : l a presencia del bien aparente;
las dificultades para cambiarse a sí m i s m o ; el influjo sobre la santidad «subjetiva» y
sobre la eficacia apostólica; la dificultad sobre la e s c u c h a libre d e la Palabra d e D i o s ;
influjo sobre la v i d a d e oración; la discrepancia entre l o s valores p r o c l a m a d o s y l o s
valores v i v i d o s ; el m o d o de aprender y / o enseñar las c i e n c i a s sagradas.
2. CLAVE ANTROPOLÓGICA 51
1 2 5
Presentados por RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 7 9 s.
1 2 6
MEURES, 1 9 8 7 , p . 2 3 1 .
1 2 7
En el m o m e n t o del ingreso e n la v i d a v o c a c i o n a l ( n o v i c i a d o , t e o l o g a d o d i o c e
s a n o ) , u n 6 0 - 8 0 % d e l o s sujetos son m e n o s maduros e n esta d i m e n s i ó n (Cf. RULLA,
RIDICK, IMODA, 1 9 7 6 , p. 1 3 8 ; e n torno al 7 5 % en la muestra d e RULLA, IMODA, RIDICK,
1 9 8 6 , p . 1 0 4 ss). E n c o n s e c u e n c i a , tienden a n o internalizar l o s valores v o c a c i o n a l e s
propuestos, c o n resultado de abandonos v o c a c i o n a l e s ( e n proporciones diversas según
52 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
l o s p e r í o d o s c o n s i d e r a d o s ) y d e « a n i d a m i e n t o s » v o c a c i o n a l m e n t e n o relevantes ( e n
torno al 7 0 % del g r u p o d e p e r s e v e r a n t e s : RULLA, IMODA, RIDICK, 1 9 8 6 , p . 1 1 3 s ) .
1 2 8
E s clásica la p o s i c i ó n de K . RAHNER ( 1 9 6 1 ) , que apunta a la limitada capacidad
del h o m b r e para disponer libremente de sí m i s m o , tanto e n l o sensual c o m o e n l o
espiritual: tanto actos s e n s u a l e s c o m o espirituales p u e d e n oponerse a la autodetermina-
c i ó n del h o m b r e por D i o s . Ruiz DE LA PEÑA ( 1 9 9 1 ) indica que « l a c o n c u p i s c e n c i a e n
sentido t e o l ó g i c o tiene q u e v e r c o n la hipoteca c o n q u e el p e c a d o grava la libertad
humana, dificultando s u d e c i s i ó n para e l bien e inclinando al m a l » (p. 168); y que «la
solicitación al m a l persiste c o m o real a m e n a z a d e des-integración y c o m o experiencia
de e s c i s i ó n interior ( o d e alienación)» ( p . 1 7 2 ) .
1 2 9
Cf. Gaudium et Spes 10, 1 3 , sobre la d i v i s i ó n íntima producida dentro del
hombre.
2. C L A V E ANTROPOLÓGICA 53
1 3 0
RULLA, 1 9 9 0 , p. 286.
3. EL DESORDEN SEGÚN UNA ANTROPOLOGÍA
INTEGRAL
1 3 1
GARCÍA M A T E O , 1 9 9 0 .
1 3 2
Aut. 3 0 .
1 3 3
ROLDAN ( 1 9 5 0 , p. 3 0 6 - 3 1 2 ) habla de «antropología religiosa ignaciana» para
explicar el « m é t o d o i g n a c i a n o » de transformación de la persona. Láutico GARCÍA ( 1 9 6 1 )
56 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
¿Qué es el hombre?
En san Ignacio se da una cierta visión integral, que nos llega con
evidente acento espiritual y teológico. El hombre es un ser llamado por
Dios para trascenderse a sí mismo en alabanza y servicio [23]. El
«principio» del hombre (el ser creatura, que es su origen) es realmente
el «fundamento» de su vida temporal y de su destino último (creado
134
para D i o s ) . Hay una iniciativa de Dios en forma de don al hombre
en todo [230-237], en la que podemos incluir especialmente el papel de
la gracia. Pero a ello debe corresponder el hombre usando de sus poten-
cias y cualidades: éste es el papel de la naturaleza y libertad del hom-
bre; por eso «no debemos hablar tan largo, instando tanto en la gracia,
que se engendre veneno para quitar la libertad» [369], puesto que sin
esta libertad no es posible el retorno de todo al Creador: «tomad, Señor
y recibid toda mi libertad...» [234].
De esta libertad y de la constitución propia de la naturaleza humana
nace la tensión inevitable que caracteriza la vida mortal del hombre,
tensión que podría desviarle de su fin, sea por el pecado, sea por el
autoengaño de las potencias. En el ideal del hombre (expresada en el
Principio y Fundamento [23] y en la Contemplación para alcanzar amor
[230-237]) surge, pues, la necesidad de poner algo de su parte, de
«disponerse» en un trabajo sobre sí mismo que coopere con la gracia
divina [cf. 1, 16, 319]. Y ello se vive con una tensión entre fuerzas
135
contrapuesta que están tanto dentro como fuera del hombre mismo .
Hay que decir que este enfoque ignaciano quizá no sea fácilmente
conciliable con cualquier visión del hombre, con las variadas (e incom-
daño» [97] para que siguiéndole de esta manera en la pena [95], y sólo
así, pueda seguirle también en la gloria [cf. 95, 146, 169]. Quizá la
humanista sea una visión demasiado optimista del hombre (de ahí su
peligro de cierto irrealismo), que parece ignorar la existencia de una
tensión intrapsíquica (el «hacernos» indiferentes [23]), incluso después
de haber alumbrado los conflictos inconscientes o de haber hecho una
buena primera semana de Ejercicios. El trabajo de vencer a sí mismo y
de ordenar la propia vida no termina nunca mientras estemos en este
136
mundo : siempre somos impedimento. Por lo cual, ni considerar al
hombre como irremisiblemente caído (perspectiva del psicoanálisis
ortodoxo), ni considerarlo optimistamente impecable (perspectiva de la
psicología humanista) parecen concordar bien con la visión ignaciana
de un hombre que es «lapsus et redemptus», caído por sí y con su
libertad [cf. 50] y salvado desde fuera de sí por Otro [cf. 53].
Al afirmar que la antropología subyacente a muchas escuelas psico-
lógicas no es fácilmente compatible en su conjunto con la visión igna-
ciana de la persona no se dice, naturalmente, que muchos de sus logros
no puedan ser aportados para una explicación útil de temas o conceptos
ignacianos, pues de hecho se ha hecho así frecuentemente y con gran
provecho; se quiere indicar, sencillamente, un límite en el uso genera-
lizado de técnicas o en la aplicación de conceptos para la interpretación
filosófica y aun teológica del texto o el método de los Ejecicios.
1 3 6
L á u t i c o GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 1 7 9 ; CALVERAS, 1 9 4 1 , p . 5 9 y 7 3 . S a n I g n a c i o n o
parece m u y optimista sobre la naturaleza humana; encuentra que «por nuestra miseria,
c o m o h a l l a m o s tanta dificultad e n v e n c e r a nosotros m i s m o s , donde s e halla el m a y o r
p r o v e c h o , p o c a o c a s i ó n n o s basta para e n t o d o n o s desbaratan) (IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 ,
p. 6 5 6 ; carta a Jaime Cassador, 1 2 febrero 1 5 3 6 , e n MI, Epp. 1 , p. 9 7 ) .
3. EL DESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 59
1 3 7
«Para seguir c o s a s m e j o r e s y m á s perfectas, suficiente m o c i ó n es la razón»:
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 9 9 3 ( c o n la presentación del c a s o ) ; en M I , Epp. 1 1 , p. 1 8 4 . E s
decir: el j u i c i o racional podría bastar, y podría suscitar posteriormente la e m o c i ó n o la
tendencia de la voluntad hacia la acción: cf. RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 1 8 s.
1 3 8
ASCHENBRENNER, 1 9 8 3 , p. 175.
60 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
139
ejemplo en su Autobiografía . De la universalidad de esas necesida-
des o pulsiones humanas y de sus resultados emotivos tenemos eviden-
cia en este texto de san Ignacio:
1 3 9
A p a r e c e n las n e c e s i d a d e s neutrales d e superarse a sí m i s m o (Aut. 7 ) , o de
reaccionar ante las dificultades, de ayudar a otros (Aut. 7 9 ) . Pero t a m b i é n aparecen
n e c e s i d a d e s v o c a c i o n a l m e n t e disonantes en su e x h i b i c i o n i s m o (Aut. 1 0 , 1 4 ) , agresivi-
dad (Aut. 1 5 ) , sexualidad (Aut. 1 0 ) , inferioridad hasta desear el suicidio (Aut. 24).
1 4 0
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 6 4 ; a Teresa Rejadell, 1 1 septiembre 1 5 3 6 : en M I , Epp.
l,p. 109.
1 4 1
L á u t i c o GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 2 5 ss; IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p . 1 5 7 s, 1 1 8 s; CALVERAS,
1 9 4 1 , p. 1 2 1 s; THOMAS, 1 9 8 4 , p. 3 3 s, 6 1 s. E n « e s t e finalismo que caracteriza a la
espiritualidad ignaciana, expresado nítida y programáticamente e n el Principio y Fun-
damento y... en las Constituciones hay e l e m e n t o s de la t e l e o l o g í a aristotélica»: GARCÍA
MATEO, 1 9 9 0 , p. 86.
1 4 2
PÉREZ VÁRELA, 1 9 8 2 .
3. EL DESORDEN SEGÚN UNA ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 61
«el medio para gustar con el afecto y ejecutar con suavidad lo que
la razón dicta es a mayor servicio y gloria divina, el Espíritu Santo le
enseñará mejor que otro ninguno; aunque es verdad que, para seguir las
cosas mejores suficiente moción es la de la razón; y la otra de la volun-
tad, aunque no preceda la determinación y ejecución, podría fácilmente
1 4 4
seguirla...»
1 4 3
ROLDAN ( 1 9 8 1 ) recuerda el papel e «importancia e x c e p c i o n a l » de la afectividad
en la doctrina y v i d a de san Ignacio. Cf. Láutico GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 1 6 7 - 1 7 7 ; THOMAS,
1984, p. 4 6 .
1 4 4
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 9 9 5 ; carta a A l f o n s o Ramírez d e Vergara ( 3 0 marzo
1 5 5 6 ) , e n M I , £ p p . 1 1 , p. 184s.
J 4 5
CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 3 6 s ; 1932, p. 2 8 9 s .
1 4 6
TEIXIDOR, 1928.
62 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
al examen de lo que dentro del hombre lleva y desemboca en él. Por eso
se produce una «lucha espiritual»; san Ignacio entiende por «vida espi-
ritual» tanto la práctica y proceso de su oración como esta lucha espiri-
tual de agitación de varios espíritus y que podemos interpretar como
147
resultado afectivo de la tensión de autotrascendencia . Sin esta dia-
léctica, sin agitación de espíritus, no hay evidencia de madurez espiri-
tual, sino más bien una señal espiritualmente sospechosa [6].
Pues la lucha interior de la carne y el espíritu que describe el doctor
Ortiz (seguramente con palabras muy ignacianas) está manifestada en
el hombre como rebelión de la sensualidad contra la razón, batalla que
148
durará toda la vida en este mundo . Es la manifestación de la dialéc-
tica fundamental del hombre, de la que no se libra en ninguna de las
etapas de la vida espiritual (ni de las semanas de Ejercicios). El «amor
carnal, sensual y mundano» [97] o el «propio amor, querer e interese»
149
[189] es una tendencia radical y primaria del hombre . El quehacer
de los Ejercicios será «ordenar, purificar y elevar ese amor natural y
15
convertirlo en espiritual» °; de forma que ese «peso del ánima (que es
el amor)» puede aliviarse cuando el ejercitante ama las cosas por Dios,
151
de forma «que a El solo vaya todo el peso del amor nuestro» .
Vemos que, según san Ignacio, el hombre puede experimentar en su
respuesta a Dios al menos dos tipos de resistencias. Una es la del
pecado, en cuya lucha se ocupa el ejercitante durante toda la primera
semana; la otra resistencia es más sutil, y se trata de este afecto desor-
152
denado que puede engañar el discernimiento en cualquiera de sus
pasos. En esta segunda situación nos movemos en un mundo escondido,
engañoso, de razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias [329], don-
de actúa el mal espíritu disfrazado como ángel de luz que trae pensa-
mientos buenos y santos al ánima devota para salirse con la suya [332].
Usa un hilo de razonamiento que empieza por algo bueno, continúa por
1 4 7
S e g ú n FIORITO, 1978 a, p. 7.
1 4 8
L. GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 179 s.
1 4 9
C o m o también considera santo T o m á s : Summa Teológica, la, q. 2 0 , 1.
1 5 0
L. GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 180.
1 5 1
Iparaguirre, 1 9 7 7 , p. 7 2 8 ; carta a Manuel Sánchez, 18 m a y o 1547: en MI, Epp.
1, p. 5 1 4 .
1 5 2
Las reglas de segunda semana parecen destinadas en buena m e d i d a a discernir
la c o n s o l a c i ó n c o n causa, p u e s t o que e n ella cabe el e n g a ñ o del mal espíritu. A u n q u e
en primera s e m a n a , el e n e m i g o de natura humana p u e d e también engañar [ 3 2 6 ] , esta
palabra se h a c e t e m a central de la s e g u n d a serie de reglas [ 3 2 9 , 3 3 2 , 3 3 4 , 3 3 6 ] , c o m o
l o es de la segunda s e m a n a [ 1 3 9 ] .
3. EL D E S O R D E N S E G Ú N U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 63
1 5 3
Const. 6 7 1 .
1 5 4
Const. 7 2 4 .
1 5 5
Const. 7 2 3 - 7 3 4 .
1 5 6
Para san Ignacio, el c o n o c i m i e n t o de sí parece facilitar la humildad y capacita
para el c o n s i g u i e n t e d e s a s i m i e n t o de las c o s a s ; es decir, ayuda al orden s e g ú n el
Principio y F u n d a m e n t o (IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 5 1 y 7 9 0 ; en M I , Epp. 1, p . 8 4 ; 3 ,
p. 6 3 ) . A u n laico a m i g o s u y o le desea «gracia para que a sí m i s m o enteramente
c o n o z c a , y a su divina majestad... sienta, porque preso de su amor y gracia, sea suelto
de todas las criaturas del m u n d o » (MI, Epp. 1, p. 9 2 ) .
64 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
'57 BEINAERT, 1 9 8 1 .
1 5 8
CALVERAS, 1 9 6 0 , p . 6 5 y 7 8 ; subrayados nuestros.
' 5 9 IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 109-110.
1 6 0
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 103.
3. ELDESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 65
161
subconscientes . A. Roldan dice explícitamente que san Ignacio quie-
re cambiar la motivación subconsciente por medio del «conocimiento
interno», para transformar las disposiciones afectivas del ejercitante.
«La afectividad a la que san Ignacio atiende no es la del psiquismo
superior, que sería la contenida implícitamente en la función volitiva,
sino la del inferior. Son los instintos y pasiones, es la motivación sub-
consciente la que en los Ejercicios se intenta ordenar». Este autor llega
a afirmar que «no sería, pues, infundado decir que la ascética ignaciana
de los Ejercicios, con no menor derecho que "volitiva"... podría llamar-
1 6 2
se la ascética de la psicología profunda» .
Siempre dentro del ámbito de la normalidad psíquica se puede
pensar que «necesidades inconscientes podrían influir en el proceso de
asociar símbolos», lo que sucede en la dinámica de Ejercicios, con lo
que el nivel subconsciente de la personalidad aparece como una posible
1 6 3
fuente de dificultad para el discernimiento . Estamos, pues, en torno
a las disposiciones del sujeto; pero la autonomía y apertura, la libertad
interna que san Ignacio pide no son posibles en personas «movidas
inconscientemente en alguna dirección determinada: tales personas son
empujadas, sin advertirlo, por caminos no escogidos libremente por
1 6 4
ellas» .
Parece, pues, existir una cierta base para afirmar que san Ignacio,
descubrió los efectos del subconsciente en la vida espiritual de personas
ya convertidas del pecado (superada fundamentalmente la dinámica
propia de primera semana), pero que tenían todavía por delante la tarea
de seguir buscando la voluntad de Dios en la disposición de sus vidas _
[1,35]. San Ignacio descubre intuitivamente unas dimensiones profun-
das en la persona normal que hace y puede hacer los Ejercicios, dimen-
siones que hoy podemos referir al ámbito del subconsciente; en concre-
to, descubre la fuerza de los afectos conscientes e inconscientes (espe-
cialmente aquellos desordenados). Y más específicamente, san Ignacio
percibe algo que no es pecado (sino autoengaño, pensamiento que viene
de fuera, o engaño del enemigo), y que tampoco es psicopatología ni
anormalidad psíquica (puesto que tales personas llevan una vida efi-
ciente y apostólica). Esto es lo que traducimos aquí por ese término de
1 6 1
Entre e l l o s , l o s que aceptan q u e las a f e c c i o n e s desordenadas p u e d e n ser i n c o n s -
c i e n t e s , c o m o CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p . 3 0 5 ; L . GARCÍA, 1 9 6 1 , p . 1 8 3 s .
1 6 2
ROLDAN, 1 9 6 0 , p . 1 5 8 .
1 6 3
KIELY, 1 9 8 2 a, p . 1 4 4 s s .
M
L . MURPHY, 1 9 7 6 , p . 4 6 .
66 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
La carta dice que «a los que aman enteramente al Señor todas las
cosas les ayudan y todas les favorecen para más merecer y más allegar
y unir con caridad intensa con su mismo Criador y Señor», aunque la
persona espiritual ponga continuamente impedimentos. Por eso, ésta
1 6 5
C o m o p o n e de manifiesto la obra de Karol WOJTYLA ( 1 9 7 9 , p . 9 1 - 9 5 ) .
1 6 6
I.HAUSHERR, 1 9 5 5 , p. 152ss (un r e s u m e n en Dictionaire de Spiritualité, artículo
« D i r e c t i o n spirituelle», c o i s . 1 0 2 4 - 1 0 2 8 y 1 0 3 2 - 1 0 3 4 ) .
1 6 7
Cf. C. DOMÍNGUEZ, 1 9 8 8 , p. 1 1 5 - 1 2 5 . Transferencia es el p r o c e s o por el que una
persona se comporta y / o experimenta sentimientos hacia otra en forma semejante a la
que tenía c o n personas significativas de su pasado (padres, familiares o educadores); e s
un tipo d e relación u n í v o c a , unidireccional y exagerada: RULLA, 1 9 9 0 , p. 4 5 0 .
3. EL DESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 67
Causalidad y totalidad
Tanto los escritos ignacianos como nuestro concepto de «afección
desordenada» se pueden entender mejor desde su antropología global.
Señalo ahora dos criterios antropológicos que nos guiarán en nuestro
análisis: uno es el criterio de causalidad, el otro el de totalidad.
El criterio de totalidad nos permite buscar el ordenamiento comple-
to según tres dimensiones diversas. El criterio de causalidad es tam-
bién ignaciano y nos indica que son las causas, y no los efectos (o signos
exteriores derivados) las que determinan el tipo de desorden; y sola-
mente acudiendo a ellas se producirá la ordenación deseada.
1 6 8
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 0 2 s; carta de fines d e 1 5 4 5 : en M I , Epp. 1, p. 3 4 0 - 3 4 1 .
68 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
ción, o del estado del alma] no podemos determinar los efectos». Con
sidera que causa interna podría ser, quizá su pecado (que hemos llama
do primera dimensión); o su errado proceder sin mala intención, «que
no todo lo que parece es bueno» (segunda dimensión, situación de bien
aparente). Para san Ignacio, causa venidera sería el futuro plan de Dios,
169
su providencia sobre la persona .
1 6 9
IPARRAGUIRRE, 1977, p. 6 5 6 s; carta a Jaime Cassador, d e 12 febrero 1536: en
MI, Epp. l , p . 9 8 - 9 9 .
1 7 0
El objeto último de la a f e c c i ó n v i e n e dado por el horizonte predominante en
ella. D e m o d o que si el fin ú l t i m o implicado e n la dialéctica o t e n s i ó n e s puramente
natural, n o s estaremos m o v i e n d o e n el horizonte o la d i m e n s i ó n de la normalidad-pato
logía, c o n una dialéctica prevalentemente inconsciente. Si el objeto es puramente
autotrascendente, n o s m o v e r e m o s en la d i m e n s i ó n de la virtud-pecado, e n una dialécti
ca predominante c o n s c i e n t e . Y si el objeto i m p l i c a d o e s conjuntamente autotrascenden
te y natural, e n t o n c e s n o s encontraremos e n el terreno d e la d i m e n s i ó n del bien aparente,
también c o n dialéctica preferentemente inconsciente: RULLA, 1 9 9 0 , p. 2 7 1 - 2 7 4 .
7 I
' CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 122.
1 7 2
S e ha interpretado que « a c c i o n e s y o p e r a c i o n e s » constituyen una endíadis,
significando lo m i s m o (DALMASES, 1 9 8 7 , p . 6 9 ) , o b i e n que e x i s t e una distinción entre
a m b o s términos; esta última p o s i c i ó n e s la de CALVERAS ( 1 9 2 6 , p. 3 3 2 ; 1 9 5 8 , p. 7 2 ) , que
h e m o s aceptado. Q u i z á se p u e d a profundizar un p o c o m á s en esta dirección s u p o n i e n d o
que « a c c i o n e s » serían exteriores ( e n sentido de c o n d u c t a s ) y las « o p e r a c i o n e s » estarían
m á s bien constituidas por las internas (en sentido de actividades psíquicas o espiritua
les); cf. CALVERAS, 1926, p. 2 9 ; FONTI RODÓN, 1 9 8 3 . Otros textos ignacianos parecen dar
p i e a esta interpretación m á s restringida de « o p e r a c i o n e s espirituales», tanto e n l o s
3. E LD E S O R D E N S E G Ú N U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 69
1 7 5
C o m o el directorio de Vitoria; o el d e P o l a n c o c o n s u s «cuatro clases de
h o m b r e s » (n. 4 ) : LOP, 1 9 6 4 , p. 2 3 1 - 2 3 4 ; en MI, Dir. p. 2 8 0 - 2 8 4 .
7 6
' A s í por e j e m p l o se dice q u e el régimen d e c o m e r influye m u c h o en la e l e v a c i ó n
y depresión del á n i m o : « y cuenta también c o n las naturas de l o s que se ejercitan; si son
m e l a n c ó l i c a s , para n o les estrechar tanto... y lo m i s m o c o n algunas p e r s o n a s delica-
das...» Directorio de Vitoria, n. 3 0 : LOP, 1 9 6 4 , p. 118; e n M I , Dir. p. 105.
3. EL DESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 71
1 7 7
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 7 8 ; instrucción de principios de septiembre 1541 a
Broet y Salmerón: e n M I , Epp. 1, p. 1 7 9 - 1 8 0 . Subrayados nuestros.
1 7 8
N o t a s latinas de palabra: LOP, 1 9 6 4 , p. 107; en M I , Dir. p. 87.
1 7 9
MEISSNER, 1 9 6 3 - 6 4 , p. 5.
1 8 0
Directorio de Vitoria, n. 1: LOP, 1 9 6 4 , p,. 109; en M I , Dir. p. 9 0 s .
72 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
1 8 1
Directorio del P. Vitoria, n. 1: Lop, 1 9 6 4 , p. 109; en M I , Dir. p . 9 0 s . El
directorio oficial (de 1 5 9 9 ) dirá «cuanto m á s apto sea para ayudar a la Iglesia».
t«2 Cfr. Const. 2 9 , 175; 179; 2 1 6 .
3. EL DESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 73
«...ha sido avisado N.P. de lo que se sirve Dios N.S. en ese pueblo
del ministerio de los nuestros; y no dudamos se serviría más [II dimen-
sión] si los escrúpulos superfluos, ayudados de falta de humilde resig-
nación en V.R. [I d.], no lo hubiese impedido. Esta pasión de escrúpulos
[III d.] hasta un cierto punto no suele hacer daño cuando la persona por
ellos es más vigilante y cauto en evitar las ofensas de Dios N.S. [I d.],
pero no forma juicio que esto o aquello sea pecado... y cuando cree a
alguna persona... deponiendo su juicio y aceptando el parecer de tal. Si
estas dos cosas no ayudan al escrupuloso, peligra gravísimamente, así
de ofender a Dios [Id.], con no evitar lo que siente ser pecado, sin serlo,
como de perder la ocasión y talento de servirle [II d.], y aun el buen
juicio natural [III d.].
1 8 3
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 1 0 0 5 ; carta a Valentín (o Juan) Marín, de 2 4 j u n i o 1 5 5 6 :
e n MI, Epp. 1 2 , p . 3 0 - 3 1 . S e ñ a l o entre corchetes las referencias a la primera d i m e n s i ó n
[I] de la virtud-pecado; a la s e g u n d a [II] del b i e n aparente o d e la frustración del bien
m a y o r ; y a la tercera [III], de la normalidad o patología psíquica. L o s subrayados son
nuestros.
1 8 4
RULLA, 1 9 9 0 , p. 3 4 9 .
74 LAS «AFECCIONES D E S O R D E N A D A S »
85
> Cf. BEINAERT, 1 9 5 5 , p. 52.
1 8 6
En una amplia muestra de sujetos al inicio de su vida religiosa, aparece un 8 %
c o n desorganización del y o (y hasta un 21 % c o n s i g n o s m á s l e v e s de patología); e n el
grupo de ejercitantes de m e s estudiado por IMODA, un 9,5 % presenta s i g n o s de desor-
g a n i z a c i ó n (IMODA, 1 9 9 1 , p. 2 8 0 , n. 11).
1 8 7
CALVERAS, 1 9 5 8 , p.56 s; cf. 1941.
3. EL DESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 75
1 8 8
RULLA, 1 9 7 9 , p. 4 4 S.
1 8 9
El tema del « i m p e d i m e n t o » que el hombre p o n e a la gracia de D i o s es frecuente
en sus cartas de dirección espiritual. C o m o e j e m p l o , la que escribe a Borja (fines de
1545): «...aunque m u c h a s v e c e s porque la criatura p o n e i m p e d i m e n t o s de su parte para
lo que el Señor quiera obrar en su ánima... Y o para mí m e persuado que antes y d e s p u é s
[de la gracia] s o y t o d o i m p e d i m e n t o . . . » : IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 0 2 ; e n MI, Epp. 1,
p. 3 4 0 - 3 4 1 . R e c o r d e m o s que otras v e c e s el impedimento s e l o atribuye san Ignacio al
« e n e m i g o » (IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 5 9 ; carta a Teresa Rejadell, de 18 j u n i o 1536: en
MI, Epp. 1, p. 101). E f e c t i v a m e n t e , el e n e m i g o hace imaginar d e l e c t a c i o n e s y placeres
e n situación de I s e m a n a [cf. 3 1 4 ] y « p o n e i m p e d i m e n t o s » afectivos (morder, tristar) e
intelectuales («falsas r a z o n e s » ) situación de II s e m a n a [ 3 1 5 ] .
1 9 0
CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 3 1 6 - 3 1 9 ; 1 9 2 6 , p. 23s.
76 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
191
logia bastante precisa : presenta una gradación que arranca del pe
cado plenamente deliberado, mortal o venial; sigue la imperfección
positiva, que llama «semejanza de pecado menudo»; después están los
pecados veniales o faltas semideliberadas; el cuarto grado serían las
«flaquezas y miserias», que Calveras identifica con «los primeros mo
192
vimientos y sentimientos o representaciones involuntarias» ; final
mente estarían las inclinaciones malas del carácter. El ámbito del peca
do así presentado es considerado más en función del papel de la volun
tad libre que por la materia o contenidos que están enjuego.
En los Ejercicios se contempla un posible origen de esta situación
de desorden en el terreno del pecado: la conciencia mal formada. Por
eso no se excluye de ellos la instrucción o verdadera catequesis, como
se hace en los exámenes [32-44] o en el tema de los escrúpulos [345].
Si la razón está formada e iluminada por la fe, es claro para san Ignacio
que el hombre puede descubrir y reconocer el pecado «por el sindérese
de la razón» [314]. Y en los comentarios a las reglas de discernimiento
de primera semana podremos encontrar la dinámica y estructura de esta
193
situación .
1 9 1
CALVERAS, 1 9 2 7 , p . 12-22.
1 9 2
CALVERAS, 1 9 2 7 , p . 17.
1 9 3
Cf. BUCKLEY, 1 9 7 3 .
194 y . FRANKL afirma que el p s i c ó l o g o clínico s e encuentra m u c h o s problemas q u e
s o n « m e t a c l í n i c o s » , que e x c e d e n el c a m p o de lo p a t o l ó g i c o : «problemas h u m a n o s m á s
que síntomas c l í n i c o s » ( 1 9 8 7 , p. 1 1 3 ) .
3. EL DESORDEN SEGÚN U N A ANTROPOLOGÍA INTEGRAL 77
1 9 5
CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 142, 179.
1 9 6
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 2 3 ; carta a los estudiantes de Coimbra, de 7 m a y o 1547:
e n M I , £ p p . l , p . 504.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA
1 9 7
El K e m p i s , que e m p e z ó a utilizar e n Manresa, quedará siempre para San
Ignacio c o m o «la perdiz de l o s libros espirituales», y estaba habitualmente en la m e s a
del primer General de la C o m p a ñ í a , junto al N u e v o Testamento: GARCÍA VILLOSLADA,
1 9 8 6 , p. 2 1 3 , 5 9 2 .
80 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
1 9 8
La Imitación de Cristo, III, 5 4 , 1. T o d o e s t e capítulo contrapone las m o c i o n e s
contrarias de la naturaleza y la gracia: la naturaleza engaña, la gracia tiene a D i o s por
fin; la naturaleza trabaja por su propio interés inmediato, la gracia por el p r o v e c h o
verdadero; tienen valores contrapuestos, etc.
1 9 9
La Imitación, 1,3,3; 111,53,2; etc.
2 0 0
La Imitación, 111,53,2.
2 0 1
La Imitación, IV,8.
2 0 2
La Imitación, 1,6,1; 1,4,2.
2 0 3
La Imitación, LT.1,4,1; 111,53,3; 111,5,2.
2 0 4
La Imitación, 11,1,6; 11,4,1; 111,5,2.
2
° 5 La Imitación, III, 11,2; 111,15,1.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 81
206
cia de devoción indiscreta, aparente caridad, o como celo aparente .
La alternativa al engaño (que es propiciado por aquella inclinación
contraria de la naturaleza y la gracia) es que Jesucristo sea el único
201
móvil de todas las acciones, contra el «escondido amor p r o p i o » . Es
la sencilla y pura intención, el ojo sencillo y recto de la intención del
propio espíritu hacia el debido y deseado fin lo que garantiza la libertad
2 0 8
respecto a la variedad emotiva de la afección . Esa ordenación de la
intención a Dios y el despojo de amor u odio desordenado es además la
disposición adecuada para la gracia divina y la consolación espiri-
209
tual .
La referencia a una tradición espiritual donde se inscribe san Igna-
cio no se agota en estas alusiones a la Imitación de Cristo; la lectura de
autores espirituales más o menos coetáneos nos podría mostrar también
perspectivas semejantes. Quiero indicar, en definitiva, que el concepto
ignaciano de afección desordenada, y los dinamismos implicados en
ella, recoge y estructura conceptos antropológicos no ajenos a la tradi-
ción espiritual cristiana, como son por ejemplo el de tensión de auto-
trascendencia dentro de la propia persona; la importancia de la afecti-
vidad y su actuación a veces inadvertida; el engaño en un bien aparente;
y la importancia de la intención (o motivación) recta hacia un fin que
está constituido en último término por Dios mismo.
Pienso, por ejemplo, en el vocabulario de san Juan de la Cruz
(1542-1591) en torno al mundo afectivo (afecto, afecciones, aficiones,
pasiones...) que supone una terminología antropológica en parte seme-
jante. Una «cautela» de este santo y experimentado director de almas es
que «entre las muchas astucias que el demonio usa para engañar a los
espirituales, la más ordinaria es engañarlos debajo de especie de bien y
no debajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas
210
lo tomarán» . Es la táctica del demonio, quien «para ir engañando e
ir injiriendo mentiras, primero ceba con verdades y cosas verosímiles
para asegurar y luego ir engañando»; y también «junta apariencias y
conveniencias para que se crean, y las asienta... fijamente en el sentido
2 0 6
Cf. La Imitación, 111,7,2; 1,15,2; 11,5,1. « T o d o s d e s e a n el bien... pero m u c h o s
s e engañan c o n color de bien»: III, 5 4 , 1 .
2 0 7
La Imitación, III, 1 1 , 1 : «si te m u e v e s por m i honra o m á s b i e n por tu p r o v e c h o » .
2 0 8
La Imitación, III, 3 3 . Cfr. 11,4,1: relación entre la sencillez de intención y la
libertad interior c o n la ausencia de d e s e o desordenado.
2 0 9
La Imitación, IV, 15,3.
2 1 0
Cautelas, 10.
82 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
21
y la imaginación» ' . El engaño viene de la acción del demonio, pero
pueden también engañar visiones y locuciones, aunque sean de
212
D i o s ; y puede engañar también la atracción hacia bienes morales,
2U
por el movimiento afectivo que pueden s u s c i t a r .
Santa Teresa de Jesús (1515-1582) habla, por su parte, de dos tipos
de amor (excluido el pecaminoso):
2 1 1
Subida del Monte Carmelo, 2, 21, 4 y 6.
2 2
' Subida, 2, 18, 1; 2 , 19.
2 1 3
Y n o serle fácil actuar e n tal circunstancia «al p e s o de la razón»: Subida, 3,29,
1-2.
2 1 4
Camino de Perfección, 7, 1 y 11, 4. Subrayados nuestros, que indican la
a m b i v a l e n c i a de este s e g u n d o amor, proveniente de l o s fines i m p l i c a d o s , al m i s m o
t i e m p o trascendentes y naturales, c o m o propio de la d i m e n s i ó n del b i e n aparente.
2 1 5
Camino de perfección, 6, 2 .
2 1 6
SALA B A L U S T , 1 9 7 0 , p. 4 9 6 , 594, 682, 689, 694.
2 1 7
SALA B A L U S T , 1 9 7 0 , p. 6 8 2 ; cf. p.694.
2 1 8
S A L A B A L U S T , 1970, p. 4 9 6 , 682.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 83
2 I 9
nada cobdicia de los dulces sentimientos del ánima» ; es decir, se
trata siempre de «la maldad del malo que toma ocasión de lo bueno para
22
se hinchar» ° .
2 1 9
SALA B A L U S T , 1 9 7 0 , p. 6 1 8 , 6 8 2 - 6 8 4 , 6 8 9 s.
2 2 0
SALA B A L U S T , 1 9 7 0 , p. 6 9 1 .
2 2 1
SALA B A L U S T , 1 9 7 0 , p. 6 8 2 .
2 2 2
SALA B A L U S T , 1 9 7 0 , p. 684.
2 2 3
L . GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 1 8 1 S.
84 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 2 4
CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p. 305.
2 2 5
NONELL, 1 9 1 6 , p . 4 2 .
2 2 6
GRANERO, 1 9 8 7 , p. 219.
2 2 7
L. GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 1 8 3 s.
2 2 8
L. GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 1 8 4 s.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 85
«es una adhesión a o un deseo de algo que pugna con el fin último
del hombre, es decir, con el amor y servicio de Dios y la propia salva
23
ción» ° .
Por esto mismo otra nota de este tipo de afección que resulta clara
para los diversos autores es su relación con la elección que se debe
hacer en Ejercicios, y prácticamente todas las definiciones lo indican de
una u otra manera, como la de Casanovas:
«el amor, poco o mucho, que tenemos a las personas o a las cosas
[184-188] del que a veces no nos damos cuenta, pero que en la hora de
las deliberaciones nos inclina a un lado o a otro, despertando en nosotros
ganas, deseos o repugnancias inspiradas por él, desde lo más oculto del
2 3
corazón donde se asientan»
2 2 9
L. GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 188 s.
2 3 0
H . W . LONGRIDGE, c i t a d o p o r L . GARCÍA, 1 9 6 1 , p . 181 s.
2 3 1
CASANOVAS, 1945 a, p. 3 0 5 . Sobre la afección desordenada, p . 3 0 4 s y 3 3 9 - 3 4 3 ;
también l o referido a la e l e c c i ó n , 1945 b, p . 7 2 - 7 7 ( y 7 7 - 1 1 4 ) .
2 3
2 MEURES, 1 9 8 5 b , p . 9 .
2 3 3
NONELL, 1 8 9 6 , p . 1 6 9 y 3 3 8 .
86 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
«la inclinación hacia una persona o cosa producida por el amor que
se tiene hacia ella», donde «no se trata de un afecto pasajero», sino que
«incluye un apego afectivo y ejerce un gran influjo en las potencias».
2 3 4
NONELL, 1896, p. 3 3 7 . E n l o s p a s o s para ordenar las a f e c c i o n e s desordenadas
(NONELL 1916, p. 4 0 - 6 1 ) , este autor incluye el desprenderse de las a f e c c i o n e s a l o s
b i e n e s e n g a ñ o s o s d e este m u n d o , tarea d e la s e g u n d a semana; el corregir las a f e c c i o n e s
desordenadas c o m o repugnancias a l o s m a l e s m u n d a n o s (tres grados de humildad,
tercera semana); y encender en el a l m a el amor de D i o s , la «sencilla intención de
puramente c o m p l a c e r al Padre e n t o d o » (p. 59).
2 3 5
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 2 7 ; carta a Manuel Sánches, de 18 m a y o 1547; en MI,
Epp. 1, p. 5 1 4 .
2 3 6
CASANOVAS, 1945 a, p. 1 0 6 - 1 0 7 .
2 3 7
CASANOVAS, 1945 a, p. 341 s.
2 3 8
CASANOVAS, 1945 b, p. 7 2 - 7 4 .
2 3 9
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 7 s.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 87
2 4 0
CALVERAS, 1 9 4 1 , p . 5 3 .
2 4 1
CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p. 340.
2 4 2
CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p. 107-109.
2 4 3
CALVERAS, 1 9 2 6 , p . 2 4 s. A d e m á s , 1 9 4 1 , p. 5 3 s; 6 9 s, c o n nota 1 3 ; etc.
88 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 4 4
CALVERAS, 1 9 2 6 , p . 2 5 . IPARRAGUIRRE ( 1 9 7 8 , p. 8 ) afirma q u e e n E j e r c i c i o s n o
habla san I g n a c i o d e l a a f e c c i ó n desordenada por su objeto (malo).
2 4 5
CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p . 3 4 1 .
2 4 6
CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p . 3 0 5 .
2 4 7
CASANOVAS, 1 9 4 5 a, p . 1 2 5 .
2 4 8
La v i s i ó n d e este autor está expuesta e n sus artículos p u b l i c a d o s e n Manresa,
años 1 9 3 3 , 1 9 3 6 , 1 9 5 6 .
2 4 9
L. GARCÍA, 1 9 6 1 , p. 1 8 1 .
2 5 0
CALVERAS, 1 9 4 1 , p . 7 5 .
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 89
2 5 1
CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 7 6 s, nota 3 . Las referencias al directorio de P o l a n c o (n. 7 8 )
y al oficial (n. 1 7 1 ) : MI, Dir. p. 3 0 9 y 6 8 9 ; e n L o p , 1 9 6 4 , p. 2 5 3 y 4 6 0 .
2 5 2
Cf. por e j e m p l o CALVERAS, 1 9 4 1 , p. 7 4 s, 1 0 1 .
2 5 3
BEINAERT, 1 9 5 4 , p. 5 6 ss.
90 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
25" BEINAERT, 1 9 5 4 , p. 5 0 - 5 2 .
2 5 5
MEISSNER, 1 9 6 4 , p. 3 9 .
2
56 MEISSNER, 1 9 6 3 , p. 3 5 3 .
7
" MEISSNER, 1 9 6 3 , p. 354.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 91
«8 MEISSNER, 1 9 6 3 , p . 353.
259 MEISSNER, 1 9 6 4 , p . 180.
260 MEISSNER, 1 9 6 4 , p . 179.
261 T A T A , 1 9 8 7 , p. 12.
92 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 6 6
Cf. l o s datos aportados por IMODA, 1 9 9 1 , p. 2 7 5 - 2 7 7 .
2 6 7
P r e s e n t a d o s e n RULLA, IMODA, RIDICK, 1 9 8 6 , p . 1 2 5 - 1 4 7 y RULLA, RIDICK, IMODA,
1 9 7 6 , p . 144 s y 1 5 5 - 1 5 9 .
94 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
primeras son más genéricas, y las cuatro últimas más específicas. Estas
características constituyen los elementos típicos de la afección desor-
denada, que tendríamos que discernir en nuestra práctica de los Ejerci-
cios.
1. Una delimitación inicial del campo de la afección desordenada
ignaciana: no se encuentra en el ámbito de la psicopatología, aunque
puede influir o ser influida por dicho ámbito. El campo de esta tercera
a
dimensión ya se especificó anteriormente (sección 2. del capítulo tercero).
2. La afección desordenada en sentido estricto tampoco se en-
cuentra en el ámbito del pecado. Hemos aludido anteriormente a esta
a
«primera dimensión» (sección 2. del capítulo tercero); y parece mejor
hablar de «afección mala» cuando el objeto de la afección es malo, y el
sujeto es consciente de ello; se trataría de una situación de inconsisten-
cia o conflicto consciente (consentida o no). En casos de dialéctica
consciente, el sujeto (cf. característica 4) no acepta el mal a que tiende,
aunque a veces caiga en él por su fragilidad; puede existir gran tensión,
pero no engaño. Pero la afección desordenada es fundamentalmente
subconsciente en su funcionamiento.
Si el sujeto no es consciente de lo que mueve su afección (de lo que
en definitiva pretende), nos encontramos ante una inconsistencia pre-
consciente o verdaderamente inconsciente, y en ese sentido no pode-
mos hablar de pecado, aunque lo consideremos raíz u origen del mismo.
3. La afección desordenada es una situación motivacional cen-
tral en la persona que la padece. Interfiere con sus discernimientos,
decisiones y actividades, ya sea en materias de elección de vida como
en las cotidianas micro-decisiones que configuran la dirección de cual-
quier existencia. En este sentido es un dinamismo central en la res-
puesta de la persona a Dios. Por lo tanto, no cualquier agitación afecti-
va, tentación, fragilidad o movimiento de la concupiscencia implica
afección desordenada, sino lo que de hecho llegue a «determinar» el
tipo de respuesta que el ejercitante da a Dios.
4. Un presupuesto previo para que se pueda dar la afección desor-
denada es la presencia de valores autotrascendentes en la persona.
Estamos hablando de un ejercitante que tiene «subyecto» humano y
religioso, que ha recorrido bien los ejercicios de la primera semana,
tiene hecha la lectura de su vida y de la historia de salvación de Dios en
él. Contamos con que está arrepentido de su primera infidelidad a la
vocación de Dios, y en el coloquio con el Señor de su vida se ha
planteado «lo que debo hacer por Cristo» [53], con intención clara de
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 95
2 6 8
O, en su caso, repulsión o rechazo.
2 6 9
Cfr. GARCÍA DOMÍNGUEZ, 1 9 9 1 , p. 101.
4. LA AFECCIÓN DESORDENADA 97
DISCERNIR LA AFECCIÓN
DESORDENADA
5. «ENTRAR CON LA ANIMA DEVOTA...»
(3) Fuera del contexto de los Ejercicios también habla san Igna-
cio de afecciones desordenadas; y por eso también nosotros podemos
afrontarlas con toda seriedad en el ámbito, por ejemplo, del acompaña-
miento o dirección espiritual de inspiración ignaciana, en alguna de
sus formas. En tal situación podemos y debemos usar el marco de
referencia conceptual y dinámico de los Ejercicios para identificar to-
das las realidades espirituales que observamos, y poder así discernir el
sentido de comportamientos y mociones de la persona. Las afecciones
desordenadas constituyen una de esas realidades espirituales que sin
duda pueden aparecer en cualquier persona que siga una dirección
espiritual «de segunda semana»: esa fase que podríamos, con la tradi-
ción, llamar «iluminativa», sucesiva a una etapa previa más bien «pur-
gativa», y que san Ignacio identificaría como el momento en que el
cristiano «es batido y tentado debajo de especie de bien» [10] en su
seguimiento concreto de Cristo [91-98].
Por otra parte, si las decisiones espirituales y la elección o reforma de
vida es un contenido habitual en cualquier acompañamiento, parece obli-
gada la consideración de las posibles afecciones desordenadas que pueden
estar influyendo a la persona; por eso mismo considero que este ámbito de
la dirección o acompañamiento espiritual es el más habitual, aunque no sea
el más típico, para el discernimiento ordinario de estas afecciones.
(4) Existen, con todo, algunas modalidades de acompañamiento
espiritual que podrían parecer como inicialmente más adecuadas para
afrontar la dinámica subconsciente de las afecciones desordenadas. Se
270
ha hablado de «terapia vocacional» , un acompañamiento que inte-
gra la psicología profunda con la espiritualidad, de modo que puede
ayudar a una preparación del sujeto para los Ejercicios. Con una expre-
sión menos clínica, podemos hablar mejor de «coloquios de creci-
271
miento vocacional» . Esta modalidad de acompañamiento requiere
una preparación específica en quien la realiza, por cuanto en definitiva
tiene en cuenta no sólo los métodos habituales de la dirección espiritual,
sino que emplea también los métodos o técnicas propias de la psicote-
rapia. Por lo tanto, supone una capacitación que no se puede exigir a
todos los que acompañan a sus hermanos en el crecimiento espiritual.
Por eso mismo parece también razonable que una eventual colabora-
ción del «padre espiritual» con una persona técnicamente capacitada en
"o GENDRÓN, 1 9 8 0 .
2 7 1
RULLA, 1 9 9 0 p. 3 6 0 s.
104 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
El esquema práctico
Imaginemos un caso...
Pero vemos también que vive esa fidelidad a los valores todos de su
vida religiosa como tensión. Por ejemplo, su deseo de encuentro perso-
nal con Dios (valor) lo concreta en formas habituales de oración (acti-
tud), aunque no tanto como él juzga conveniente. También su valor de
castidad por el reino lo vive en parte con un cierto sentido de infidelidad
o inconsistencia en episodios puntuales de autoerotismo (actitud), y
también con cierta ambigüedad y duda en su relación de amistad con
María (actitud). La obediencia (valor) nunca había sido problema para
Francisco, y siempre mantuvo buena relación con sus formadores y
superiores; ahora, sin embargo, la vive conflictivamente y un poco
perplejo («¿pero cómo me piden esto ahora?») en su resistencia a un
destino que le exigiría dejar su actual ocupación y trabajo con los
pobres.
2 7 2
CALVERAS, 1 9 5 1 , p. 18.
5. «ENTRAR CON LA ANIMA DEVOTA...» 111
m
me representan» . Con todo, frecuentemente se suele llamar a todo
esto «afección desordenada», siendo así que san Ignacio no lo hace.
2 7 3
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 6 4 ; a Teresa REJADELL, 1 1 septiembre 1 5 3 6 : e n M I , Epp.
l,p. 108.
5. «ENTRAR CON LA ANIMA DEVOTA...» 113
delicada a la vez. Pero sabe que tiende a encariñarse con las personas,
y por eso desde hace tiempo se controla bastante en sus relaciones con
la mujer, a pesar de una aparente facilidad y espontaneidad para ello.
Con María no ha habido ningún tipo de expresión afectiva impropia de
sus votos, aunque dedica más tiempo a esta persona del que estrictamen-
te le pide su trabajo y le coge un cierto «tiempo afectivo»: en ocasiones
se descubre a sí mismo recordándola en fantasía amorosa. Estas son las
señales (sospechosas para Francisco) que presenta claramente en el
discernimiento de este punto, motivos que tiene para medir y controlar
esa relación.
2 7 4
MI, Epp. 1 , p. 4 6 0 - 4 6 7 ; F N I, p. 745-751.
2 7 5
GONZÁLEZ BUELTA, 1 9 9 1 , p. 176.
5. «ENTRAR CON LA ANIMA DEVOTA...» 117
2 7 7
El P. Andrés Galvanello fue encargado por el Papa Julio III de
evangelizar en la Valtelina, una región muy atacada por el protestantis
mo, y san Ignacio mismo le escribirá animándolo a dicha empresa. Al
cabo de un cierto tiempo, al padre se le ofrecerá en la región una
parroquia, incluso presionándolo con llamar a un predicador hereje en
el caso de que no aceptase.
2 7 6
Presentadas e n RULLA, IMODA, RIDICK, 1 9 8 6 , p . 2 3 2 .
2 7 7
Carta a A . GALVANELLO, de 1 6 diciembre 1 5 5 3 : e n M\,Epp. 6 , p . 6 3 . IPARRAGUI
RRE ( 1 9 7 7 , p . 8 8 5 - 8 8 6 ) cita otras fuentes para el c a s o .
118 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 7 8
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 9 7 6 ; carta a Alberto AZOLINNI, d e 2 9 j u n i o 1 5 5 5 : e n M I ,
Epp. 9 , p . 2 6 6 . El subrayado e s nuestro.
2 7 9
Actitudes s o n « d i s p o s i c i o n e s habituales para responder a l o s objetos, para
e s c o g e r sus propios valores y n e c e s i d a d e s » (RULLA, 1 9 9 0 , p . 1 4 4 ) . Sobre e l c o n c e p t o
de actitud, v e r PASTOR, 1 9 8 8 , p . 3 5 8 - 3 7 9 .
2 8 0
D . Katz, 1 9 6 7 . Cfr. RULLA, 1 9 9 0 , p . 1 5 1 ; CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p . 7 3 ;
PASTOR, 1 9 8 8 , p . 4 1 6 - 4 1 9 .
5. «ENTRAR CON LA ANIMA DEVOTA...» 119
281 CALVERAS, 1 9 6 0 , p . 7 7 S.
2 8 2
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 1 0 0 0 ; carta al padre Lorenzo, de 16 m a y o 1556: en M I ,
Epp. 1 1 , p. 4 0 8 .
120 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 8 3
Para san Juan de A v i l a resultaban posibles e n g a ñ o s del d e m o n i o d o s situacio-
n e s típicas de su t i e m p o : la pretensión de ser «reformadores» de la Iglesia o la de buscar
sendas espirituales n u e v a s , « d e j á n d o s e » , y c o n s i d e r á n d o s e libres de la ley: SALA B A -
LUST, 1 9 7 0 , p. 496.
2 8 4
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 6 6 2 ; carta de 18 j u n i o 1536: en MI, Epp. 1, p . 105s.
Subrayados nuestros.
122 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 8 5
CALVERAS, 1 9 2 5 , p. 3 1 6 - 3 1 9 .
2 8 6
E n Ejercicios n o se utiliza literalmente esta expresión, aunque sí semejante idea
[cf. 4 6 , 1 6 9 ] . E n las C o n s t i t u c i o n e s d e la C o m p a ñ í a habla san Ignacio d e intención recta
(Const. 2 8 8 , 3 6 0 ) , d e intención pura (Const. 3 4 0 , 8 1 3 ) y de intención recta y pura
(Const. 18). En otros escritos también s e habla de rectificar la intención y de «intención
recta y pura»: IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 1 4 y 8 4 9 (en M I , Epp. 3 , p. 5 4 3 ; 4 , p. 6 2 5
respectivamente).
2 8 7
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 6 5 7 - 6 6 3 ; d e 18 d e j u n i o d e 1 5 3 6 : e n M I , Epp. 1,
p. 9 9 - 1 0 7 .
124 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
En otra carta dice a Borja que los ejercicios espirituales que «nos
han sido buenos para un tiempo no nos son tales y continuamente para
otro», por lo que sugiere la reducción a la mitad de su tiempo dedicado
a la oración. Aparte de los criterios allí expresados sobre oraciones,
ayunos y penitencias corporales (pues «los actos corpóreos tanto son
buenos cuanto son ordenados»), interesa aquí resaltar la supeditación de
estos medios al fin, el «servicio y alabanza de nuestro Criador y Señor»,
288
de forma que este fin resulta ser así el criterio de discernimiento .
2 8 8
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 7 5 1 ; de 2 0 septiembre 1 5 4 8 : e n M I , Epp. 2, p . 2 3 3 - 2 3 7 .
2 8 9
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 8 0 2 - 8 0 7 ; carta d e 1 j u n i o 1 5 5 1 : e n M I , Epp. 3 ,
p. 5 0 6 - 5 1 3 .
6. «...Y SALIR CONSIGO»: EL MAL FIN A QUE INDUCE 125
2 9 1
D E GUIBERT, 1 9 5 3 , p. 1 1 0 - 1 1 2 . « E l fin marcado [por el autor de l o s Ejercicios]
n o e s una idea abstracta de perfección, ni siquiera la unión del alma c o n D i o s . . . L o que
subraya d e s d e el principio... es el p e n s a m i e n t o de la voluntad de D i o s que se d e b e hacer,
del servicio... E s la e l e c c i ó n la que queda [para san I g n a c i o ] c o m o verdadero centro de
perspectiva de l o s Ejercicios... e l e c c i ó n que podrá llevar n o s ó l o a e s c o g e r un estado de
vida, s i n o también a la reforma de esta v i d a y a otras c o s a s » (p. 1 1 5 ) .
2 9 2
CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 2 8 3 . Pastor ( 1 9 8 8 , p. 5 3 ) dice que « m o t i v a c i ó n es
s i n ó n i m o de movente o de energía que impulsa al individuo a la a c c i ó n , lo sostiene
perseverantemente en ella y orienta su rumbo hacia d o n d e se encuentran las m e t a s
deseadas. L o s m o t i v o s , m o v e n t e s o m o t i v a c i o n e s , p u e d e n ser de naturaleza fisiológica,
de naturaleza psíquica y de naturaleza sociocultural». COFFER y APPLEY, 1 9 8 7 , presentan
una amplia i n v e s t i g a c i ó n sobre las diversas teorías de la m o t i v a c i ó n .
2 9 3
RULLA, 1 9 9 0 , p. 109-140.
2 9 4
R U L L A , 1 9 9 0 , p. 1 1 2 - 1 1 4 , s i g u i e n d o a V O N HILDEBRAND y a LONERGAN ( 1 9 7 3 ,
p. 30-41).
2 9 5
Junto a estas d o s fundamentales categorías de importancia, se p u e d e señalar
otra categoría m o t i v a c i o n a l , constituida por estados o tendencias n o intencionales:
estados c o m o el c a n s a n c i o o la ansiedad, tendencias c o m o el hambre o la insatisfacción
en la esfera sexual. En esta categoría m o t i v a c i o n a l n o se da relación c o n un objeto, s i n o
c o n una causa o fin fisiológico o b i o l ó g i c o que también p u e d e iniciar, sostener y dirigir
nuestras a c c i o n e s ; e s decir, q u e n o s p u e d e motivar.
6. «...Y S A L I R C O N S I G O » : E L M A L FIN A Q U E I N D U C E 127
2 9 6
RICOEUR, 1 9 7 8 .
128 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
2 9 7
RULLA ( 1 9 9 0 , p. 1 4 6 - 1 5 0 ) reformula la jerarquía q u e ofrece D e Finance (en
prensa).
2 9 8
L o s valores v o c a c i o n a l e s cristianos s e p u e d e n concretar e n d o s valores objeti-
v o s finales (la u n i ó n c o n D i o s , h a c i e n d o su voluntad, y el s e g u i m i e n t o de Cristo), y en
tres valores instrumentales (un corazón pobre, casto y obediente c o m o el de Cristo).
Estos c i n c o valores aparecen repetidamente en el C o n c i l i o V a t i c a n o I I (Lumen Gentium
4 2 - 4 4 ; Presbiterorum Ordinis 14-17; Perfectae Caritatis, 2 , 1 2 - 1 4 y passim; Optatam
Totius, passim): cf. RULLA, 1 9 9 0 , p. 2 6 3 .
6. «...Y SALIR CONSIGO»: EL MAL FIN A QUE INDUCE 129
3 0 1
L o s valores de Cristo aparecen plenamente revelados en el misterio pascual;
aquí s e insiste m á s en el «todavía n o » , porque a la resurrección cristiana n o se llega sino
a través de la p a s i ó n y de la cruz.
6. «...Y SALIR CONSIGO»: EL MAL FIN A QUE INDUCE 131
3 0 2
San I g n a c i o l o s experimenta cuando y a está convertido, e n la segunda é p o c a
d e M a n r e s a (Aut. 22 s s ; cf. GARCÍA VILLOSLADA, 1 9 8 6 , p . 2 1 2 - 2 1 6 ) .
3 0 3
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 1 0 0 4 - 1 0 0 6 ; la cita, en Ep. Mixtae, 5 , p. 3 4 9 .
3 0 4
T e x t o s e n IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p . 9 2 1 - 9 2 3 : Ep. Mixtae 4 , p. 1 3 6 - 1 3 7 ; MI, Epp.
7 , p . 3 1 3 - 3 1 4 . Cf. GARCÍA VILLOSLADA, 1 9 8 6 , p . 1 0 0 0 s s .
132 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
3 0 5
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 8 7 - 8 8 8 ; de 3 0 diciembre 1 5 5 3 : en M I , Epp. 6, p . 110.
6. «...Y SALIR CONSIGO»: EL MAL FIN A QUE INDUCE 133
3 0 6
Con CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 60-68.
3 0 7
Cfr. HALL y LINDZEY, 1 9 7 8 , p. 2 1 6 ss; la lista y definición de cada necesidad,
t a m b i é n en RULLA, 1 9 9 0 , p. 4 3 1 - 4 3 3 .
134 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
3 0 8
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 8 5 s; cf. Ep. Mixtae 3 , p. 4 4 1 y 6 3 2 - 6 3 8 .
3 0 9
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 8 8 ; de 3 0 diciembre 1 5 5 3 : e n M I , Epp. 6, p. 110.
3 1 0
IPARRAGUIRE, 1977, p. 9 9 9 s; carta de 16 de m a y o 1556: en M I , Epp. 11,
p. 4 0 8 - 4 0 9 .
136 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
N- • A-
N+ - A+
Pobreza religiosa
V+
N-
Dependencia afectiva
3 1 1
R U L L A , 1 9 9 0 , p. 1 4 5 ; PASTOR, 1 9 8 8 , p . 365.
6. «...Y SALIR CONSIGO»: EL MAL FIN A QUE INDUCE 141
3 , 2
M H S I , Epistolae S. Francisci Xaverii, v o l I, p. 166 s. Fabro hablará en su
Memorial de esta m i s m a situación de a f e c c i o n e s , en el sentido de atracción hacia
m u c h a s cosas... que le i m p i d e n durante tanto t i e m p o decidir la mejor (cf. su Memorial,
n. 14).
3 3
> RULLA, 1990, p . 3 0 0 - 3 0 6 .
142 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
No hay que imaginar que, una vez reconocidos los elementos que
configuran la afección desordenada, sea fácil el discernimiento de este
tipo de desorden, al menos para el sujeto que lo padece. Al contrario,
toda impresión que pueda tener el que da los Ejercicios de coherencia
o articulación lógica en su propio discernimiento se viene abajo ante la
evidencia de que no resulta nada fácil, y muchas veces parece absolu-
tamente imposible, comunicar nuestra visión de la afección a la persona
que busca luz en una situación así: seguramente pensará que nos equi-
vocamos. Y es que la afección desordenada en sentido estricto puede
ser más resistente al cambio que el mismo pecado. Esto ocurre por el
tipo de atracción afectiva que se da hacia el objeto, que refleja el
funcionamiento de mecanismos complejos, y por los efectos que esta
afección produce en el sujeto, efectos posiblemente de tipo psíquico y
espiritual.
1. El afecto envolvente
San Ignacio cuenta con que hay una lucha necesaria cuando uno
busca «ordenar su vida», y esta lucha no es sólo racional y discursiva.
La afección es lo que mueve, lo que empuja a actuar; y esa moción,
racional o sensual, decidirá la actuación del ejercitante. Su influjo a
través de las potencias naturales del hombre es complejo, porque pocas
afecciones desordenadas prescinden de un cierto uso de la razón; se
presentan de este modo como algo «razonable»... aunque para, una
razón previa e inadvertidamente distorsionada por la afectividad.
La relevancia que tiene el afecto en los Ejercicios viene de su
fuerza, la que también aparece en alguna situación vital en que san
Ignacio interviene.
3 1 4
Está expuesta en IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 7 1 - 8 8 0 , c o n referencias allí a algunas
fuentes; cf. M I , Epp. 5, p. 3 2 6 - 3 2 7 y 4 1 8 - 4 1 9 ; 6, p. 4 5 - 5 0 . V e r t a m b i é n AICARDO,
1 9 1 9 - 1 9 3 2 , v o l . 2 , c. 2 , p. 6 9 4 - 7 1 6 .
3 1 5
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 7 2 s; carta a N i c o l á s Pedro Cesari, de 13 a g o s t o 1 5 5 3 ;
en M I , Epp. 5, p. 3 2 6 - 3 2 7 .
3 1 6
IPARRAGUIRRE, 1977, p. 8 7 7 ; en M I , Epp. 7, p. 672.
3 1 7
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 8 7 9 ; carta de Laínez a N i c o l á s P. Cesari, d e 2 9 diciembre
1556: en M H S I , Salmer. 1, p. 629.
7. EL CARÁCTER AFECTIVO DEL DESORDEN 145
3 1 8
El caso e n IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 1 0 0 0 s; las citas, en M I , Epp. 1 1 , p. 4 3 6 - 4 3 8 .
146 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
3 1 9
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 8 , p. 163.
3 2 0
TEIXIDOR, 1 9 2 8 ; la referencia de Santo T o m á s , en: la Ilae, q. 8 2 , a. 3 ; cfr. q. 8 9 ,
a. 3.
3 2 1
RULLA, 1 9 9 0 , p. 116-121.
3 2 2
LONERGAN, 1 9 7 3 , p. 9 .
7. EL CARÁCTER AFECTIVO DEL DESORDEN 147
3 2 3
Este e s q u e m a y el siguiente, están t o m a d o s de CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 4 7 .
148 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
3 2 4
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 9 2 2 ; las citas, en Ep. Mixtae, 4 , p. 1 3 6 - 1 3 7 y M I , Epp.
7 , p. 313-314.
3 2 5
CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 7 7 ss; PASTOR, 1 9 8 8 , p. 4 0 6 ss.
7. EL CARÁCTER AFECTIVO DEL DESORDEN 151
KIELY, 1 9 8 2 b , p . 141-203.
3 2 7
CENCINI y MANENTI, 1 9 8 5 , p. 8 3 .
3 2 8
RULLA, 1 9 9 0 , p. 1 8 9 - 2 1 3 . L o s s í m b o l o s n o s o n tanto una representación d e un
objeto o a l g o que está e n lugar de otra c o s a , s i n o m á s b i e n la elaboración de la relación
existente entre el sujeto y el objeto (p. 1 9 6 ) . Por l o tanto, el sujeto «elabora» también
e s o s objetos q u e s o n l o s valores objetivos y e v a n g é l i c o s , c u a n d o l o s percibe y reacciona
ante e l l o s . Esta elaboración s i g u e l o s m i s m o s m e c a n i s m o s del sistema m o t i v a c i o n a l
h u m a n o (p. 2 0 0 ) , por lo que el s í m b o l o p u e d e acabar s i e n d o la p r o y e c c i ó n , la represen-
tación de d i n a m i s m o s m e n t a l e s subjetivos, que prescinden de las d i n á m i c a s intrínsecas
al objeto. A s í , una actitud cualquiera ( c o m o la defensa d e la ortodoxia doctrinal o de la
pobreza e v a n g é l i c a ) , c u a n d o e s a f e c c i ó n desordenada, p u e d e convertirse e n un s í m b o l o
que r e c o g e las p r o y e c c i o n e s de conflictos en algunas áreas del propio sujeto.
152 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
329
(símbolos regresivos) . De este último tipo son las afecciones desor-
denadas, en las que me veo y busco a mí mismo, aun creyendo que
contemplo y sigo una realidad a la que el símbolo parece remitirme.
Ordenar las afecciones, por eso, puede tener que ver con la formación
de símbolos progresivos; o formulando lo mismo en la perspectiva de
Ricoeur, se trataría de abandonar la simbolización que no hace sino
repetir nuestra infancia, para usar otros nuevos símbolos capaces de
explorar nuestra vida adulta y nuestro futuro.
Para el funcionamiento (inconsciente) del dinamismo de los símbo-
los que son las afecciones desordenadas, actúan los mecanismos de
defensa tal y como la psicología profunda los reconoce. De esta forma,
una afección desordenada que sea central, y por eso determine un estilo
de vida, se configura y sostiene gracias a una serie de estos mecanismos
de defensa en relación psicodinámica entre sí. Por lo tanto, para discer-
nir las afecciones desordenadas no interesa tanto identificar ni «desen-
mascarar» cada uno de los posibles mecanismos de defensa inconscien-
tes que usa la persona, sino entender el conjunto de la afección y su
carácter defensivo.
3 3 2
« U n a persona internaliza un valor revelado o v i v i d o por Cristo cuanto m á s está
dispuesta y e s libre para aceptar d i c h o valor que la lleva a transcenderse teocéntrica-
mente..., para ser cambiada por d i c h o valor y para hacer todo esto por la importancia
158 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
« 8 Const. 408.
162 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
3 3 9
BUCKLEY, 1973, p. 2 2 ss.
3 4 0
IPARRAGUIRRE, 1 9 7 7 , p. 1 0 1 2 ; en M I , Epp. 12, p. 174.
8. ALGUNAS CONCLUSIONES 165
dero que esta misma visión podría colaborar a desentrañar nuevas ri-
quezas de otros conceptos o procesos típicos ignacianos.
La cual, en efecto, es una teoría de la autotrascendencia teocéntri-
ca: los valores aparecen como la fuerza que pueden ejercer atracción
sobre la existencia humana. Pero en la consistencia: sin inconsistencias
y también sin engaños de un bien parcial, bien menor y por eso sólo
aparente; el cual se manifiesta en la adopción de actitudes y comporta-
mientos consonantes con esos valores, pero que sirven simultáneamen-
te para gratificación parcial de necesidades disonantes. La medida del
aprovechamiento y crecimiento espiritual viene dada por la internali-
zación de esos valores, y no por la mera adopción de comportamientos
externos o actitudes vocacionales, por más que tuvieran toda la aparien-
cia de un bien o un valor cristiano.
(10) Cualquier antropología o teoría psicológica que se quiera
emplear en la interpretación de textos ignacianos debe respetar las
líneas esenciales de la antropología ignaciana ya que, en el caso de no
existir mutua compatibilidad, su utilidad podría ser limitada en la inter-
pretación de conceptos claves de la espiritualidad de Ejercicios. ¿Ca-
bría un modelo integrador de diversas antropologías actuales para ex-
plicar aspectos o fases diversas de los Ejercicios desde perspectivas
teóricas diferentes? Seguramente eso sería más enriquecedor e ideal-
mente más completo, pero la realidad es que hoy por hoy no está hecha
tal síntesis —quizá porque no se puede hacer, dada la incompatibilidad °
de las diversas antropologías existentes, por sus mismos presupuestos
teóricos, filosóficos y teológicos.
En todo caso hay actuales tendencias en la psicología que podrían
resultar difíciles de conciliar con la antropología ignaciana especial-
mente en dos aspectos esenciales: uno es la ignorancia de la autotras-
cendencia teocéntrica del hombre; y el otro, una concepción optimis-
ta del hombre que san Ignacio no tiene, convencido de los múltiples
impedimentos que pone a la gracia y de los engaños en que puede
caer.
(11) La patología psíquica afecta poco, en la práctica, la situa-
ción del ejercitante. Cuando una relativa inmadurez en esta dimensión
refuerza la inmadurez de la dimensión del bien aparente entonces sí
habría que afrontarla previamente al trabajo «espiritual». Con todo, su
presencia estadística no es excesiva, y también conceptualmente es
diferente de la importante dimensión del bien aparente en que más bien
se sitúan las afecciones estudiadas. El horizonte de la tercera dimensión
166 LAS «AFECCIONES DESORDENADAS»
3 4 1
Las p r e s e n t a RULLA, 1 9 9 0 , p . 3 5 9 - 3 6 1 ; cf. SPILLANE, 1 9 8 5 .
ÍNDICE DE TEXTOS IGNACIANOS
170] 35
[313] 37
ni] 17, 35
[313-327] 81
172] 29, 84, 86
[314] 27, 75, 76, 91
l 7 4 8 6
^ [315] 75, 142
175] 86 [319] 56
!77] 60 [325] 124
178] 56 [326] 62, 725
179] 77 [329] 62, 95, 162
181] 77 [330] 48, 64
\%2]21,59,61 [33\]27,64,124,142
184] 77, 19, 20, 86 [331-334] 762
3 3 2 28 62 7 7 9 5 1 2 2 1 2 4 1 3 2
184-188] 85 [ J > > ' ' ' '
[ 3 3 3 ] 63 95 96 1 2 2 1 2 4
189] 77, 35, 59, 61, 62, 111, 140 ' ' ' '
[334] 62, 63, 95, 96, 123, 124
—Tercera semana [Ej. 190-217 [335] 124
\93]I62 [336] 62, 95, 121, 122, 162
1 9 7 1 1 6 2 [338] 19, 20, 29, 125
[342] 29, 125
199] 22
[343] 29
210] 29
[344] 29
210-217] 35 [345] 37, 76
2 1 2 2 P
J [345-351] 29
214] 29, 59 ]20 [348
' 100 27
nVlí
l, 101 75
'
7,313-314 737,750
7, 345 729
l, 105 24, 69
i /?/ 7,564 729
7,672 25,744
, 0 8 772 7,706 729
1,109 60 9
1,179-180 77 9 2 6 6 i / 5
2 8 1 2 7
'' 11,184 59
1,340-341 67,73 ll,184s67
3 9 0 2 7
11,408 779,735
460-467 776 n A Q 9 n
5 0 4 7 7
' 11,436-438 745
5 1 4 6 2
11,437 755
5 2 3 6 9
12,30-31 73
>, 233-237 724 12,174 764
Z 2 3 7 6 9
' 12,240-241 23
2, 481 33
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E
ste libro explica el concepto ig-
naciano de "afección desorde-
n a d a " desde una perspectiva
interdisciplinar suficientemen-
te coherente que permite utili-
zar conceptos de la psicología profunda
para entender mejor la formulación espiri-
tual de San Ignacio. Esto nos lleva a descu-
brir un tipo de influjo sobre la vida espiri-
tual procedente del inconsciente afectivo,
inñujo que puede estar realmente presente
en la vida cristiana de cualquiera que quie-
ra responder al Señor en su existencia con-
creta, a través de las mediaciones inheren-
tes a la naturaleza humana. La aportación
del libro no es teóricamente novedosa,
puesto que utiliza una teoría ya suficiente-
mente fundamentada; simplemente se in-
tenta aplicar una antropología de la voca-
ción cristiana a la espiritualidad ignaciana
mediante la explicación de un concepto im-
portante de esta espiritualidad: el de "afec-
ción desordenada". Utilizando, especial-
mente, los estudios del P. Calveras para la
inteligencia del texto ignaciano, el autor in-
tegra sus resultados con algunas posibles
aportaciones de la antropología, basándo-
se en la perspectiva antropológica de L. M.
Rulla.
colección
MANRESA