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ALDO Ferrer - Resumen El futuro de nuestro pasado

Estructura Económica Argentina (Universidad Nacional de La Matanza)

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ESTRSCTSRA

ALDO FERRER

PRIMERA PARTE: DESARROLLO Y GLOBALIZACION

EL DESARROLLO EN EL ORDEN GLOBAL

GESTION DEL CONOCIMIENTO

La primera Revolución Industrial se fundó en el vapor y la industrial textil; luego aparecieron el


acero, la electricidad y los productos químicos; más tarde el dominio del átomo y de la
genética; finalmente, la electrónica, la informática y las comunicaciones.

Para el despliegue de la gestión del conocimiento es necesaria la formación de una base


industrial, amplia y diversificada, que incorpore los principales componentes del acervo
científico y tecnológico disponible en la época, en particular, los saberes de frontera: en la
actualidad, por ejemplo, la microelectrónica, la informática y la biotecnología. Es necesaria la
existencia de un sistema nacional de ciencia y tecnología que incorpore las áreas científicas
fundamentales de la época y, por medio de las aplicaciones tecnológicas, se integre con la
producción de bienes y servicios. El sistema debe tener capacidad de procesar la secuencia
copiar-adaptar-innovar para vincular el desarrollo de la ciencia y la tecnología propias del país
con el del resto del mundo.

Por estas razones, industrialización, gestión del conocimiento y desarrollo son sinónimos.

El desarrollo es un proceso ininterrumpido de acumulación. La gestión del conocimiento es


entonces un proceso dinámico, en permanente transformación, por medio del cual los países
dan respuestas a las cambiantes demandas de la producción de bienes y servicios, y a su
organización, derivada del proceso técnico, en el marco de los cambios en las relaciones
internacionales y la distribución del poder.

El desarrollo económico implica un proceso de transformación de la economía y la sociedad


fundado en la acumulación de capital, tecnología, capacidad de organización de recursos,
educación y madurez de las instituciones, en las cuales se procesan los conflictos y se utiliza el
potencial de recursos. La acumulación se realiza dentro de un espacio nacional en el cual el
Estado y la sociedad ejercen el poder suficiente para organizar los recursos, gestionar el
conocimiento y apropiarse de sus frutos. A su vez, la acumulación sólo es posible en una
estructura productiva diversificada y compleja que incorpore los sectores portadores del
conocimiento y guarde, respecto del resto del mundo, una relación simétrica y no subordinada
en la división internacional del trabajo y el dominio de los recursos.

No existe economía avanzada alguna en la cual el desarrollo económico se haya alcanzado,


esencialmente, por el juego espontáneo de las fuerzas del mercado o por la organización de
recursos determinada exógenamente (ajenos al Estado nacional).

Un país puede crecer, aumentar la producción, el empleo y la productividad de los factores


impulsado por agentes exógenos, como sucedió con Argentina en la etapa de la economía
primaria exportadora. Pero puede crecer sin desarrollo, es decir, sin crear una organización de
la economía y la sociedad capaz de movilizar los procesos inherentes al desarrollo o, dicho de
otro modo, sin incorporar los conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas en el
conjunto de su actividad económica y social.

El desarrollo económico depende de la aptitud de cada sociedad para participar en las


transformaciones desencadenadas por el avance de la ciencia y de sus aplicaciones

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tecnológicas. Puede decirse que cada país tiene la globalización que se merece. En América
Latina, conquistaron su independencia en los albores de la Revolución Industrial a principios
del siglo XIX. Sin embargo, desde entonces hasta ahora no lograron erradicar el atraso y
generar respuestas a los desafíos y las oportunidades de la globalización consistentes con su
propio desarrollo.

El Estado es un requisito esencial para poner en práctica las ideas del desarrollo nacional y la
vinculación soberana con el contexto externo. El Estado es un protagonista principal en el
desarrollo de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología para promover la innovación y la
incorporación de los conocimientos importados en el propio acervo. La complejidad creciente
de la actividad económica amplió y diversificó la demanda tecnológica. La elevación de los
niveles educativos y la promoción de la ciencia y la tecnología fueron objetivos importantes en
la acción pública de los países exitosos, mientras el desarrollo multiplicaba los incentivos para
que el sector privado llevara a cabo sus propias actividades de investigación y desarrollo.

EL PROGRESO TECNICO

RELACIONES INTERNACIONALES Y PODER

La irrupción del progreso técnico transformó las bases del poder y su despliegue en olas
relaciones internacionales. Hasta entonces, el poder de los países y su proyección externa
estaban determinados por su contenido tangible (la dimensión del territorio y la población bajo
control del mismo soberano). Luego, el progreso técnico, al principio basado en el armamento
y en la organización y el desplazamiento de las fuerzas por mar y tierra, incorporó una fuente
de poder intangible que resultó decisiva en la resolución de los conflictos internacionales.

Hace alrededor de quinientos años, los pueblos cristianos de Europa comenzaron a ampliar el
conocimiento científico. A partir de entonces, el dominio de la ciencia y la tecnología, junto con
la capacidad de gestionar ese conocimiento y aplicarlo a la producción y la organización social,
se constituyeron en el motor fundamental de la aceleración del desarrollo. La influencia de las
naciones en el orden mundial emergente pasó a depender de las fuentes intangibles del poder,
es decir, de su capacidad de innovar y gestionar el conocimiento.

El progreso técnico fue abarcando la totalidad de la actividad económica y social de las


naciones líderes de Europa, y ampliando las fuentes de su poder intangible. Éste consagró, a
partir del s. XV, la superioridad y la dominación europea sobre otras civilizaciones, cuyo poder
tangible seguía siendo superior al de Europa. Cuando convergieron las dos fuentes del poder,
se configuraron las grandes potencias occidentales en las diversas etapas de la globalización de
los últimos cinco siglos.

Hasta la inclusión de todos los continentes en un orden de alcance planetario no existió un


sistema global. Hasta entonces las relaciones internacionales consistían en el intercambio de
bienes o la conquista; por lo tanto, en la ocupación territorial y la extracción compulsiva de
riquezas de los pueblos sometidos.

Unos y otros, ya sea mediante intercambios entre entes soberanos o por vínculos de conquista
entre dominadores y vasallos, se relacionaban en los mismos niveles tecnológicos y de
productividad. De este modo, permanecía la misma distribución de los recursos disponibles.
Las relaciones internacionales eran irrelevantes desde la perspectiva del desarrollo económico.

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La situación cambió con la progresiva irrupción del progreso técnico y la capacidad de gestión
del conocimiento como determinantes del aumento de la productividad y del desarrollo
económico. La división del trabajo implícita en el comercio internacional comenzó a determinar
quién y qué producía, y por lo tanto, quién se apropiaba de las actividades portadoras del
progreso técnico y demandantes de niveles más sofisticados de capacidad de gestión.

La globalización, sus vínculos con el desarrollo económico y la irrupción del poder intangible
como un factor determinante de las relaciones internacionales surgieron a fines del s. XV.
Desde entonces y hasta la actualidad, los lazos de cada país con su contexto externo ejercen
una influencia decisiva en su capacidad de desarrollo.

La globalización y sus relaciones con el desarrollo surgen en el momento en que convergen dos
acontecimientos:

1. La formación del primer orden planetario con el descubrimiento del Nuevo Mundo y la
llegada de los navegantes portugueses a Oriente;
2. La ampliación de las fronteras del conocimiento y la progresiva aplicación de nuevas
tecnologías en la actividad económica y social.

Ambos hechos tuvieron lugar en el transcurso del s. XV, cuando confluyeron la ampliación de
las fronteras del conocimiento en los pueblos cristianos de Europa y las epopeyas de Cristóbal
Colón y Vasco da Gama. De tal modo, se constituyó por primera vez un sistema de relaciones
que vinculó a la totalidad de los espacios continentales, dentro del cual la ciencia y la
tecnología comenzaron a transformar la actividad económica, la organización social de los
espacios nacionales y sus relaciones recíprocas.

LA DENSIDAD NACIONAL

La historia del desarrollo de cada país y del mismo sistema global abarca el conjunto de
circunstancias, internas y externas, que prevalecen en cada espacio nacional y son
determinantes de su realización y ubicación en la economía mundial.

La densidad nacional abarca la cohesión social, la calidad de los liderazgos, la estabilidad


institucional y política, la existencia de un pensamiento crítico y propio sobre la interpretación
de la realidad y las políticas propicias al desarrollo económico.

Los países exitosos cuentan con liderazgos empresarios y sociales que gestaron y ampliaron su
poder por medio de la acumulación fundada en el ahorro interno y la preservación del dominio
de la explotación de los recursos naturales y de las principales cadenas de agregación de valor.

En los países exitosos prevalecen reglas institucionales del juego político capaces de negociar
los conflictos inherentes a una sociedad en crecimiento y transformación. En las sociedades de
esos países predomina un sentido de pertenencia y de destino compartido.

En los casos exitosos la totalidad o la mayoría de la población participó en el proceso de


transformación y crecimiento, y en la distribución de sus frutos. Esos países no registraron
fracturas abismales en la sociedad fundadas en causas étnicas o religiosas, ni diferencias
extremas en la distribución de la riqueza y el ingreso.

La integración social contribuyó a formar liderazgos que acumularon poder dentro del propio
espacio nacional, conservando el dominio de las actividades principales e incorporando al

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conjunto o la mayor parte de la sociedad al proceso de desarrollo. La participación viabilizó la


estabilidad institucional y política, que afianzó los derechos de propiedad y la adhesión de los
grupos sociales dominantes a las reglas del juego político e institucional.

La convergencia de las condiciones necesarias de la densidad nacional promovió espacios cada


vez más amplios de rentabilidad, con seguridad jurídica y reducción de costos de transacción,
impulsores de la iniciativa privada y de los emprendedores nacionales. Contribuyó, asimismo, a
mantener los equilibrios macroeconómicos de largo plazo, incluyendo el presupuesto, el
balance de pagos, la moneda y la estabilidad de precios.

EL REPARTO DEL PODER

LA HEGEMONIA ESROCENTRICA

Desde de la Antigüedad hasta los alrededores del s. xv las principales civilizaciones de Extremo
y Medio Oriente y Europa operaban con tecnología y capacidad de gestión comparables, es
decir, con el mismo stock de conocimientos y habilidades. China era en esa época la civilización
más avanzada. Sus logros incluían la imprenta de tipos móviles, la pólvora, la cerámica, la
fundición de hierro, las máquinas de hilar, el dominio de la hidráulica, la construcción de
navíos. La India era pionera en matemáticas y los sabios árabes eran depositarios de los
hallazgos científicos del mundo helénico. El stock de tecnologías disponibles no presentaba
mayores diferencias entre los pueblos cristianos de Europa Occidental y las grandes
civilizaciones de Medio y Extremo Oriente.

En las vísperas de la epopeya de los navegantes portugueses en el s. XV y del descubrimiento


del Nuevo Mundo, las civilizaciones más avanzadas del mundo eran todavía India y China.

Alrededor del s. XV, Europa Occidental experimentó profundas transformaciones sociales y


políticas que crearon las condiciones para el progresivo avance de las fronteras de la ciencia y
de las tecnologías disponibles. En la agricultura se difundieron los molinos de viento, la
rotación de cultivos, las herramientas, los abonos y el empleo de la transacción a sangre. La
aparición de la imprenta difundió el libro y la cartografía; la industria naval construyó navíos
para investigación de altura; los tecnólogos europeos copiaron y mejoraron los instrumentos,
las máquinas y los procesos desarrollados por otras civilizaciones. El avance se reflejó en el
armamento, la organización de las fuerzas y las artes de navegación, que posibilitaron la
expansión de ultramar de los pueblos cristianos de Europa.

En el mismo escenario, los científicos y filósofos europeos – Bacon, Descartes, Kepler, Galilei,
Newton – fundaron el método científico en astronomía, matemáticas, física y medicina. Al
mismo tiempo, grandes pensadores políticos – Hobbes, Locke, Spinoza, Montesquieu –
buscaron y encontraron respuestas a los conflictos entre la fe y la ciencia, el ejercicio de la
soberanía y el derecho internacional, la secularización de poder, la representatividad y la
democracia, mientras tomaban nota de la diversidad cultural de las sociedades humanas
reveladas por la expansión de ultramar, la conquista y las relaciones de los pueblos cristianos
de Europa con civilizaciones remotas.

Los emergentes Estados nacionales fueron ganando aptitud para organizar el sistema y, en
particular, aplicar los avances en la tecnología militar las artes de navegación, necesarias para
la expansión de ultramar. El predominio militar y marítimo de las potencias atlánticas, a partir

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del s. XV, fue el resultado del progreso técnico y de la gestión del conocimiento disponible en
una actividad específica: la guerra.

Las grandes civilizaciones de Extremo y Medio Oriente quedaron estancadas en el pensamiento


tradicional, en el inmovilismo religioso y en organizaciones sociopolíticas impermeables a la
transformación desencadenada por el avance de la ciencia y las nuevas tecnologías.

Esta fractura en la capacidad de crear y de gestionar el conocimiento se reflejó en una


disparidad creciente de la productividad y los niveles de vida, y en la acumulación y el reparto
del poder en el emergente sistema global. Esto posibilitó que las primeras potencias atlánticas
(Portugal, España, Gran Bretaña, Francia y Holanda), con un poder tangible relativamente
menor, lograran someter a las grandes civilizaciones de Medio y Extremo Oriente al dominio
europeo.

La Revolución Industrial iniciada en Gran Bretaña a fines de s. VXIII y desplegada a los largo de
todo el s. XIX, hasta concluir en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), introdujo un nuevo y
gigantesco impulso al conocimiento científico y la tecnología. A partir de entonces tuvieron
lugar: el rápido aumento de la productividad, la transformación de las estructuras productivas y
la división del trabajo entre las sociedades y los países integrantes del sistema internacional.

Hasta mediados del s. XX Estados Unidos y las naciones industriales de Europa ejercieron el
monopolio de la generación de conocimiento científico y tecnologías, y su aplicación a los fines
del desarrollo económico. En el resto del mundo (Asia, África y América Latina), a excepción de
Japón, el avance de la ciencia fue muy escaso y el progreso técnico penetró selectivamente en
los sectores destinados a abastecer a los países industriales y las actividades conexas. Un
economista argentino, Raúl Prebisch, definió al sistema global en la década de 1940 como
modelo centro-periferia. El centro ejerció el dominio de las redes de la globalización en el
comercio internacional, las inversiones productivas, las corrientes financieras y la circulación de
la información y el conocimiento. Este estilo de relaciones internacionales agravó los factores
de atraso que, dentro de los países de la periferia, impidieron o limitaron el protagonismo del
conocimiento en su desarrollo económico.

En la situación extrema de la dependencia colonial, es decir, la ausencia de poder soberano en


la toma de decisiones, no existió la posibilidad de dar respuestas propias a los desafíos y a las
oportunidades de la globalización. La caída en la subordinación dependió generalmente, y en
última instancia, de la ausencia de suficiente densidad nacional para preservar la integridad
territorial y el poder soberano de decisión.

El sistema económico mundial tal cual lo hemos conocido hasta fines del s. XX era un orden
organizado bajo la hegemonía de las naciones industriales de Occidente. En esos cinco siglos,
Occidente tuvo un monopolio casi absoluto de la ciencia, la tecnología y la capacidad de
gestión del conocimiento. Esto tuvo dos consecuencias principales. Por una parte, generó una
brecha de bienestar creciente entre las naciones occidentales desarrolladas y el resto del
planeta. Por la otra, los países avanzados extendieron su dominación a escala planetaria y
establecieron un orden mundial que privilegió sus intereses y contribuyó a reproducir las cusas
originarias de la brecha, es decir, a mantener al resto del mundo al margen de la capacidad de
gestionar el conocimiento. Uno de los vástagos europeos, el futuro Estados Unidos, se convirtió
en líder del avance científico y tecnológico, y su aplicación a la actividad económica y social,
mientras el resto del continente participó sólo parcialmente en el proceso de transformación.

EL OCASO DE LA HEGEMONIA DE OCCIDENTE

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El primer país que rompió el monopolio del conocimiento de las naciones industriales de
Occidente fue Japón, a partir de la Restauración Meiji de fines del s. XIX. Después de su
derrota, a partir de 1945, registró un crecimiento vertiginoso hasta la década de 1970,
fundando en el desarrollo de las actividades industriales de frontera. Podo después otros dos
países asiáticos (Corea y Taiwán) y dos ciudades-Estado (Hong Kong y Singapur) desarrollaron
economías industriales avanzadas.

Estos países asiáticos, incluyendo Japón, generaron ventajas competitivas dinámicas fundadas
en el desarrollo de las industrias de tecnología avanzada, la educación, la capacitación científica
y técnica de sus recursos humanos, y el respaldo del protagonismo de sus empresas
nacionales, procesos todos sustentados por la intervención del Estado y las políticas públicas.
Esto fue posible porque esos países consolidaron su densidad nacional fundada en la cohesión
social, los liderazgos nacionales que retuvieron el dominio de los recursos y el proceso de
acumulación, la estabilidad institucional y las ideologías funcionales al desarrollo nacional.

La incorporación de China e India a la gestión del conocimiento está provocando la fractura del
dominio ejercido por las economías avanzadas occidentales. La consecuente transformación de
las redes de la globalización insinúa la apertura de un nuevo orden mundial. Estos hechos están
cerrando la brecha en los niveles de productividad y bienestar entre esos países y las
economías avanzadas de Occidente, pero subsiste y amplía la brecha con el resto de Asia,
Medio Oriente, América Latina y África.

Las escalas de la dimensión poblacional plantean una diferencia importante entre los países
asiáticos, por una parte, y China e India, por la otra. En los primeros fue posible, en plazos
históricos relativamente breves, la incorporación de la mayor parte de su población al proceso
de transformación y la elevación generalizada de los niveles de bienestar. En China e India, a
pesar de los avances recientes en ambos países, el principal problema es cómo incorporar
centenares de millones de seres humanos al desarrollo y evitar la ampliación de la brecha
entre los sectores productivos y humanos vinculados a la gestión del conocimiento y aquellos
que sobreviven dentro de las estructuras tradicionales.

El Atlántico Norte fue el espacio histórico dominante de la globalización desde sus orígenes. La
emergencia del espacio Asia Pacífico como un centro que comienza a compartir el liderazgo del
desarrollo en la economía mundial está transformando las redes de la globalización y el
comportamiento del sistema global.

El monopolio del conocimiento ejercido por las naciones occidentales avanzadas se reflejó en
su predominio absoluto en la producción industrial mundial. Por la misma razón, la
incorporación masiva de centenares de millones de personas del espacio Asia Pacífico a la
gestión del conocimiento se refleja, en primer lugar, en el acelerado desarrollo industrial en las
áreas que incorporan las tecnologías de frontera, como la microelectrónica, la informática y las
comunicaciones.

LAS ETAPAS DE LA GLOBALIZACION

Los puntos de inflexión de las etapas de la globalización fueron:

 La ampliación del conocimiento y la generación de nuevas tecnologías en Europa


Occidental a partir del Renacimiento, junto con la formación del primer sistema
planetario con el descubrimiento del Nuevo Mundo y la llegada de los navegantes
portugueses a Oriente.

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 La Revolución Industrial iniciada en Inglaterra en el transcurso del s. XVIII y su


progresiva difusión a una parte del resto del mundo.
 El colapso del orden económico y político mundial entre la Primera y la Segunda
Guerra Mundial durante el transcurso del s. XX.
 La difusión de las nuevas tecnologías de la información, la biotecnología y el dominio
nuclear, posterior a 1945.

Entre estos acontecimientos tuvieron lugar las diversas etapas de las relaciones de la
globalización, el desarrollo y la densidad nacional. A saber:

Primer Orden Mundial (1500-finales del s. XVIII): abarca desde el inicio de la expansión de
ultramar de las potencias atlánticas europeas hasta las vísperas de la Primera Revolución
Industrial. El acontecimiento más importante fue el descubrimiento y la conquista del Nuevo
Mundo, complementado con la apertura de la comunicación marítima de Europa con Extremo
Oriente. En esta etapa predominó el capitalismo mercantil. El período registra una influencia
todavía débil del progreso técnico en el aumento de la productividad, pero revela la creciente
capacidad de los pueblos cristianos más avanzados de Europa de crear y gestar el
conocimiento, incluso en las artes de la guerra y navegación. La etapa conforma los primeros
monopolios sobre ciencia, progreso técnico y gestión del conocimiento. Este se extendió hasta
finales del s. XX.

Segundo Orden Mundial (finales del s. XVIII-Primera Guerra Mundial, 1914-1918): incluye las
transformaciones extraordinarias desencadenadas por la Primera Revolución Industrial, bajo el
liderazgo inicial de la más avanzada de las potencias: Gran Bretaña. El progreso técnico fue el
principal factor determinante del aumento de la productividad, las ganancias y la acumulación
de capital. En Extremo Oriente surgía Japón como la primera potencia no occidental capaz de
gestionar el conocimiento e industrializarse. Desarrollo de la globalización y las corrientes
migratorias desde Europa que poblaron el Nuevo Mundo y Oceanía. La etapa incluye el período
del imperialismo, con el reparto de África y la creciente dominación de las grandes potencias
en Medio y Extremo Oriente. Las disputas en el espacio europeo y las rivalidades imperialistas
culminaron con el estallido de la Primera Guerra Mundial, que clausuró el Segundo Orden
Mundial.

La breve interrupción (1914-1945): en treinta años se registraron dos guerras mundiales, y en la


década de 1930, la peor crisis de la historia del capitalismo. Durante la crisis, se desmoronaron
el régimen multilateral de comercio y pagos, el libre comercio y el patrón oro. Las dos guerras
perturbaron la actividad comercial, las finanzas y las inversiones internacionales. El orden
político también fue alterado por el surgimiento de Estados totalitarios en Alemania, Italia y
Rusia. El período fue fecundo en el avance de la ciencia en el campo de la física y la biología, lo
que provocaría una ola de innovaciones de la Segunda Guerra Mundial.

Tercer Orden Mundial (1945-fines del s. XX): el rápido desarrollo de las tecnologías de la
información y la comunicación fundadas en la microelectrónica y el avance simultáneo en las
biotecnologías impulsaron el aumento de la productividad, una transformación profunda en las
cadenas de valor y la estructura productiva, e impusieron una complejidad creciente a la
gestión del conocimiento. A partir de la década de 1970, la sustitución del paradigma
keynesiano pro crecimiento y pleno empleo por el neoliberal promovió la desregulación
indiscriminada, funcional a la expansión de la especulación financiera. La economía de Estados
Unidos cumplió el papel hegemónico en todo el período.

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En el período también se independizaron las posesiones coloniales en Asia, Medio Oriente y


África; se amplió la brecha en los niveles de vida entre los países capaces de gestionar el
conocimiento y el resto del mundo, en un escenario de creciente comunicación que convirtió
las consecuencias de la desigualdad en problemas globales. Concluida la confrontación Este-
Oeste con la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), las tensiones
internacionales se focalizaron en Medio Oriente. El rechazo a la dominación histórica ejercida
por los países avanzados de Occidente tuvo dos manifestaciones: por un lado, la de las
economías emergentes del espacio Asia Pacífico, las cuales iniciaron un rápido proceso de
transformación, fundado en la consolidación de su densidad nacional y su capacidad de gestión
del conocimiento dentro de las reglas capitalistas; por otro lado, la protesta violenta y el
terrorismo, fuertemente asociados a la expresiones contestatarias del islam.

EL NSEVO ORDEN MSNDIAL EMERGENTE DESPSES DE LA CRISIS

El Tercer Orden Mundial inaugurado al finalizar la Segunda Guerra Mundial fue el escenario de
la intensificación de la globalización de la economía internacional y dio lugar a inestabilidades
profundas en los equilibrios macroeconómicos del sistema mundial. Pero la crisis financiera de
2007 (iniciada por la insolvencia hipotecaria de Estados Unidos), con su profunda repercusión
en la economía real, refleja no sólo el descalabro de un mundo del dinero centrado en la
especulación financiera, sino también desequilibrios profundos en la economía central del
sistema, la estadounidense, fenómeno que, a su vez, resulta de las asimetrías en el proceso
ahorro-inversión en el mercado mundial.

LA ECONOMIA ESTADOSNIDENSE

La economía de Estados Unidos genera alrededor del 20% del producto mundial, es
protagonista principal del comercio internacional, las inversiones privadas directas y la
circulación de información; posee superioridad militar y además tiene el privilegio de que su
moneda nacional sea reconocida como el principal medio de pago internacional y de formación
de reservas en el resto del mundo.

A partir de 1945 y en el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos cumplió un papel decisivo
en la reconstrucción de las naciones que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Los
déficits de pagos de esos países con Estados Unidos fueron cubiertos con programas
estadounidenses de ayuda (Plan Marshall) y medidas proteccionistas y de control de cambio de
los países deficitarios. Hacia finales de la década de 1950 la rápida recuperación de Europa y
Japón permitió la progresiva liberación del comercio y el abandono de las restricciones a los
pagos internacionales.

Sobre estas bases, a partir de la década de 1960, Estados Unidos pudo mantener y financiar en
su propia moneda un nivel de gasto que excede el ingreso generado por la producción nacional
de bienes y servicios más los ingresos por los capitales estadounidenses invertidos en el resto
del mundo. La economía estadounidense comenzó a generar crecientes déficits en su balance
comercial y en la cuenta corriente del balance de pagos. Las devaluaciones del dólar respecto
de las otras monedas principales no restablecieron el equilibrio perdido. La baja propensión al
ahorro de la población, las inversiones de filiales de empresas estadounidenses y el déficit
fiscal acrecentado por los compromisos militares en el exterior, agravados en situaciones de
guerra (Vietnam 66-72; Iraq y Afganistán actualmente), sostuvieron un enorme déficit a lo largo

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del tiempo. En definitiva, el país no se vio forzado a ajustar su gasto al ingreso debido a la
posición hegemónica de su moneda y su economía en el mercado mundial.

En la década de 1960 varios países cambiaron sus tenencias de dólares por las reservas de oro
estadounidenses. El 15 de agosto de 1971 el presidente Nixon suspendió las ventas oficiales de
oro. Ése fue el final del régimen de tipos de cambio con paridades fijas referidas al oro. En
diciembre del mismo año los gobiernos del Grupo de los Diez establecieron, en el Acuerdo del
Smithsonian, el nuevo régimen de paridades flotantes. No prosperaron iniciativas para sustituir
la creación de liquidez internacional en torno al patrón dólar por medios alternativos, no se
logró imponer un proceso de ajuste a la economía estadounidense. El sistema siguió así
funcionando con el déficit continuo de los pagos estadounidenses y la acumulación de dólares
en el resto del mundo.

La consecuente expansión de la liquidez internacional posibilitó la emergencia de nuevas


operaciones denominadas en dólares en el resto del mundo (los eurodólares). Otra fuente
adicional de liquidez surgió con el aumento de los precios del petróleo a fines de 1973 y los
petrodólares en manos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP-Países
Árabes). Este proceso de aumento de liquidez a un ritmo que multiplicaba el crecimiento de
las transacciones reales convergió en la globalización de la economía mundial.

La revolución informática y de las comunicaciones facilitó la integración de las plazas


financieras, los bancos internacionalizaron sus operaciones a escala planetaria, surgieron
diversos operadores no bancarios involucrados en las corrientes internacionales de capitales y
se multiplicaron los activos y pasivos financieros y sus derivados. El cambio de expectativas y
los comportamientos de los operadores contribuyen a formar burbujas especulativas y a la
volatilidad de los mercados financieros, sistema que estalló en la gran crisis iniciada en 2007.

¿Cómo se explica la disposición del resto del mundo a financiar el déficit de Estados Unidos,
absorbiendo papeles de deuda estadounidense y constituyendo reservas internacionales en
dólares? La respuesta radica en que el déficit estadounidense expande la demanda agregada e
impulsa la producción y la acumulación de capital del resto del mundo. Esto permitió sostener
la expansión de la economía mundial a pesar de que algunas de las economías más dinámicas
tengan una capacidad de ahorro que no es totalmente absorbida por la inversión si no fuera
por el déficit de Estados Unidos. Además, del ingreso en los mercados mundiales de bienes
producidos en economías emergentes de bajos costos y salarios contribuyó a moderar las
presiones inflacionarias en las economías avanzadas.

El déficit estadounidense cumplió una típica función keynesiana de expansión de la demanda


agregada, que estimuló el crecimiento de las economías superavitarias y la economía mundial
en conjunto.

LA BRECHA AHORRO-INVERSION EN LA ECONOMIA GLOBAL

Los países superavitarios generan más ahorro del que pueden invertir en virtud de su demanda
interna. La brecha se expresa en el superávit de sus pagos internacionales. En contrapartida,
países atrasados que tienen necesidades, que demandarían inversiones masivas, no generan
ahorro suficiente para hacerles frente. La teoría suponía que el capital iría de los países ricos a
los países subdesarrollados, pero lo que sucedió en realidad fue que el dinero fue a la
economía más desarrollada del mundo y al casino planetario. Los países subdesarrollados no

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absorbieron los excedentes de ahorro, sino que las condiciones de inestabilidades de dichos
países provocaron la fuga de su propio ahorro interno, con el mismo destino.

El desarrollo equitativo de la economía mundial y la resolución de problemas ambientales


como el cambio climático, la consecuente transformación productiva y las nuevas fuentes de
energía renovable demandan una gigantesca masa de inversiones que cerrarían la brecha
ahorro-inversión en la economía mundial. Sería necesario el aumento de las inversiones
públicas transnacionales y reglas de juego que atrajeran a la inversión privada hacia la
ampliación del capital social, además de programas amistosos con la defensa del medio
ambiente.

La brecha ahorro-inversión en la economía mundial puede cerrarse empleando los excedentes


de los países superavitarios en programas del paneta, y de preservación del medio ambiente.
Sin embargo, es poco probable que los países centrales saquen conclusiones de estos hechos y
observen que sería posible poner en marcha programas de cooperación internacional, que
permitirían transferir la actual función keynesiana del déficit de los pagos internacionales de
Estados Unidos a los programas de cooperación para el desarrollo económico y humano a
escala planetaria.

Lo que se ha ganado en la crisis actual, en comparación con el descalabro de la década de


1930, es que los países centrales son ahora tan interdependientes que resultan inconcebibles
las políticas de “sálvese quien pueda”.

EL ORDEN MSNDIAL FSTSRO

El surgimiento del espacio Asia Pacífico, como un nuevo centro dinámico del desarrollo de la
economía mundial, está transformando el orden mundial en tres cuestiones principales.
Primero, la valorización de los recursos naturales y el consecuente aumento de los precio de los
alimentos y las materias primas; segundo, el surgimiento de un nuevo polo financiero
constituido por los grandes excedentes en los pagos internacionales de las principales
economías asiáticas; tercero, la incorporación de corporaciones transnacionales asiáticas a las
inversiones internacionales y la formación de cadenas de valor a escala global.

En el nuevo orden emergente, cabe esperar:

El estado: el enfoque keynesiano, destinado a administrar la demanda agregada para sostener


la producción y el empleo, vuelve a instalarse, en el marco de una presencia masiva del Estado
en el funcionamiento de los mercados, con dos fines principales. Por una parte, restablecer el
orden en el funcionamiento del mundo del dinero con vistas a ponerle un piso a la caída de
valores de acciones y deuda, que no tiene relación con los datos reales de la economía. Por
otra parte, sostener la demanda agregada, la producción y el empleo en las economías
nacionales, y, por lo tanto, mantener las corrientes de comercio e inversiones privadas directas
internacionales.

La globalización: la división internacional del trabajo es y seguirá siendo el mejor indicador de


los distintos niveles de desarrollo de los países. Los avanzados serán el origen de las
exportaciones con mayor contenido de valor agregado y tecnologías, y de las corporaciones
que se proyectan a escala mundial. Los rezagados seguirán dependiendo de la exportación de
bienes fundados en los recursos naturales, bajos salarios, menor valor agregado y contenido
tecnológico, y la posición subordinada de sus empresas propias.

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El dilema que deben resolver Argentina y los países hermanos de América Latina es si el
impulso que actualmente vuelve a venir de afuera, por la valorización de los recursos naturales,
va a quedar, como en el pasado, en los límites de la producción primaria, la semi-
industrialización y las sociedades socialmente fragmentadas; o si, por el contrario, va a
constituir una plataforma para el desarrollo integrado y la formación de economías industriales
avanzadas.

El medio ambiente: es previsible un mayor énfasis en los llamados global commons, referidos a
la defensa del medio ambiente y la explotación de los recursos naturales. Es probable que las
preocupaciones ambientalistas lleven a los centros de poder mundial a proponer limitaciones
en el uso de los recursos naturales en los territorios de los países de la periferia. Al menos en el
futuro previsible no cabe esperar, del lado de las políticas ambientalistas, modificaciones
significativas al funcionamiento y reparto del poder y bienestar en la economía global.

Cultura y desarrollo: es cada vez mayor la influencia de la tradición histórica y cultural en el


desarrollo de los países y su inserción en el orden global. El hecho más importante de las
transformaciones de fondo que tienen lugar en la actualidad radica en que esos “valores”
demuestran ser compatibles con el desarrollo científico y tecnológico y, por lo tanto, con el
desarrollo económico.

América Latina: en América Latina, las organizaciones de los pueblos originarios el Nuevo
Mundo se desplomaron ante la presencia de los conquistadores. Sobre la población nativa
sobreviviente y sometida los europeos implantaron su propia presencia y, enseguida, otro
hecho extraordinario: la esclavitud de más de 10 millones de africanos destinados a la
producción de las minas y las plantaciones tropicales.

En América Latina la tradición incluye la fragmentación social, el sometimiento originado en la


conquista y la esclavitud, la concentración y extranjerización del dominio de los recursos, y el
pensamiento alienado asociado a los intereses de los centros de poder transnacionales. El
desafío de nuestros países es así más complejo que en otras partes, porque debemos,
simultáneamente, enfrentar los desafíos del futuro y remover obstáculos históricos a la
construcción de la densidad nacional.

Para defenderse de las turbulencias externas, es preciso tener la casa en orden, es decir, operar
con sólidos equilibrios macroeconómicos en las finanzas públicas y en los pagos
internacionales. El desarrollo económico sigue siendo lo que siempre fue, es decir, la
construcción de cada sociedad, en su espacio nacional, de las sinergias esenciales para
desplegar su potencial de recursos, generando y asimilando el conocimiento disponible.

El desarrollo de América Latina y del resto del mundo sub-industrializado seguirá dependiendo
esencialmente de la calidad de las políticas nacionales y de estrategias de inserción
internacional compatibles con el despliegue de su capacidad de gestionar el conocimiento. La
densidad nacional de los países –vale decir, su cohesión social, los liderazgos nacionalistas, la
estabilidad institucional y el pensamiento crítico- seguirá siendo la condición básica para
desplegar políticas válidas en el orden global que emergerá después de la crisis.

SEGUNDA PARTE. LA NACION ARGENTINA Y SU ECONOMIA

DE LA COLONIA A LA ECONOMIA PRIMARIA EXPORTADORA

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La conquista y la ocupación del territorio que sería el espacio de la futura República Argentina,
formó parte de la incorporación del Nuevo Mundo al primer sistema global creado por los
pueblos cristianos de Europa bajo el liderazgo inicial de España y Portugal. Poco después del
descubrimiento, se sumarían Francia, Gran Bretaña y Holanda. En ese Primer Orden Mundial (c.
1500-1800), los objetivos económicos iniciales de los conquistadores fueron explotar minas de
metales y piedras preciosas y las tierras aptas para cultivos tropicales, en primer lugar, el
azúcar. Éstos eran los productos que, con las especias provenientes de Oriente, constituían la
mayor parte del comercio internacional del mundo pre-industrial. En pleno auge del
mercantilismo, la disputa fue a muerte por el dominio del territorio y el control de las rutas
mercantiles, bajo regímenes monopólicos de las potencias coloniales.

En ese orden mundial, el actual territorio argentino fue absolutamente marginal, porque no
disponía de ninguno de los recursos buscados por los conquistadores. Los pueblos originarios
de este espacio no habían acumulado, como sucedía con las grandes civilizaciones de
Mesoamérica y del Imperio incaico, grandes riquezas de metales y piedras preciosas. Eran
etnias de un nivel civilizatorio inferior al de las grandes culturas precolombinas. Estas
características del actual territorio argentino darían lugar a su marginalidad dentro del Imperio
español en América, a tal punto que recién en 19776 se creó el Virreinato del Río de la Plata
(América se descubre en 1492) y se desvinculó a estos territorios de la tutela de Lima, cabecera
del Virreinato del Perú.

Por las mismas razones no existían producciones aptas para la explotación con mano de obra
esclava. De este modo, nunca se instaló en este espacio una economía esclavista. Esto marca
una diferencia radical respecto de la experiencia de otras regiones del Nuevo Mundo y,
consecuentemente, del poblamiento y las raíces étnicas de sus habitantes. Sin embargo, en la
magra demografía colonial los esclavos tuvieron una participación relativa significativa. A partir
de la segunda mitad del s. XIX (1850), el aluvión inmigratorio europeo redujo radicalmente el
componente afro de la población argentina. (Poca población –españoles ricos; negros
esclavos)- Inmigración  Formaron la clase media.

Por esta suma de factores, durante todo el período colonial y aún después de la Independencia
hasta la presidencia de Nicolás Avellaneda, dos terceras partes del territorio continuaron
despobladas u ocupadas por los pueblos originarios.

En los primeros tiempos de la ocupación del actual territorio argentino el sometimiento de los
pueblos originarios y la concentración de la propiedad de la tierra configuraron un sistema
social basado en la desigualdad de la distribución de la riqueza y la subordinación de las
mayorías. Después de la Independencia los criollos de las clases altas (hijos) heredaron los
privilegios del sistema social de la colonia. Los conflictos políticos y militares, hasta la
Organización Nacional, reflejaron las disputas entre los grupos dominantes en los diversos
puntos poblados del territorio.

Desde fines del s. XVIII surgió en el hinterland (+ alta) del puerto de Bs. As., en la región
pampeana, un incipiente polo dinámico asociado a la producción y exportación de productos
de la ganadería -inicia esta actividad- (tasajo, cueros, luego lana). Comenzó así el conflicto
entre la provincia de Bs. As. (Asiento de las mejores tierras y con el control del puerto) y con la
Confederación Argentina de las provincias del interior.

Finalmente, las oligarquías provinciales se acomodaron al nuevo modus vivendi con el centro
hegemónico pampeano. Bartolomé Mitre, el caudillo bonaerense, fue electo presidente en
1862 y organizó el país bajo la Constitución Nacional de 1853.

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Tempranamente, la densidad nacional de la nueva República surgió con profundas


insuficiencias, entre ellas, la desigualdad social, la exclusión de las mayorías y la inestabilidad
institucional y política. No fue así posible contar con un Estado nacional y un régimen federal
que permitieran desplegar políticas integradoras del territorio, movilizar el potencial disponible
y administrar los conflictos distributivos en el marco de equilibrios macroeconómicos de largo
plazo. Esto impidió la temprana puesta en marcha de procesos amplios de acumulación para
aumentar la producción primaria y participar del proceso de transformación. Estos procesos
tenían lugar en otros “espacios abiertos”, países “periféricos” que, como Argentina, también
contaban con una amplia dotación de tierras fértiles: el naciente Estados Unidos de América,
Canadá y Australia.

La Revolución Industrial: la avalancha de innovaciones impulsó la globalización bajo el liderazgo


de la primera potencia industrial y tecnológica de la historia, Gran Bretaña. El acontecimiento
inauguró el Segundo Orden Mundial (c. 1800-1914) y transformó radicalmente el
comportamiento de la economía mundial y las relaciones internacionales. El comercio mundial
se vio impulsado y transformado por la rebaja espectacular de los fletes terrestres debido al
vertiginoso desarrollo del ferrocarril y de los marítimos por el advenimiento de la navegación a
vapor, las comunicaciones en tiempo real por el telégrafo, los cables submarinos y,
posteriormente, la vinculación inalámbrica, las nuevas fuentes de energía y la diversificación de
la oferta por la incorporación del progreso técnico en la producción primaria e industrial.
Londres se convirtió en el centro del sistema global. Los préstamos e inversiones no sólo se
dedicaron a las actividades productivas. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, un tercio de
los préstamos internacionales estaban destinados al financiamiento público. Argentina supo
tempranamente de esto a través del préstamo de la casa Baring a la provincia de Buenos Aires
en 1824.

La globalización en el transcurso del Segundo Orden Mundial provocó un cambio radical en las
ideas económicas dominantes. El paradigma mercantilista, fundado en el monopolio, las
barreras al comercio y el control de las rutas mercantiles, fue sustituido por las ideas
innovadoras de los economistas y filósofos británicos. El librecambio apareció, entonces, como
la vía segura a la prosperidad mediante las ventajas comparativas y el uso eficiente de los
recursos a escala planetaria. Muy pronto la potencia hegemónica estableció el canon
ideológico por medio del cual potenciaba su predominio competitivo de base industrial y
establecía el modelo para la gestión del conocimiento a escala planetaria.

Esta revolución mundial, en los hechos y en las ideas, transformó radicalmente el contexto
externo de la nueva República Argentina. Hasta entonces estos territorios del extremo sur del
Nuevo Mundo eran considerados inútiles por la inexistencia de los recursos demandados en el
orden preindustrial. Todo cambió en pocas décadas, al promediar el s. XIX (1860). La
ampliación de la demanda de alimentos y materias primas en las emergentes naciones
industriales, la rebaja espectacular del costo de los fletes, las comunicaciones en tiempo real
convirtieron a Argentina en un importante punto de interés para el nuevo orden mundial. La
Revolución Industrial descubrió una nueva Argentina, importante productora y exportadora
potencial de lanas, cereales y carnes, e importadora de manufacturas y capitales.

La apropiación territorial: la extensión de las tierras explotables, necesaria para participar de la


expansión del comercio mundial. Los pueblos originarios fueron desalojados y las mejores
tierras de la región pampeana, apropiadas por pocas manos. La ocupación total de la Patagonia
y la región chaqueña tuvo lugar durante la presidencia de Avellaneda (1874-1880). Los antiguos
grupos dominantes del período colonial y las primeras décadas de la Independencia renovaron

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y ampliaron su posición hegemónica, con el control del recurso que sería la plataforma de un
rápido proceso de crecimiento y fuerte inserción del país en el orden mundial.

Este hecho marca una diferencia fundamental con el proceso de ampliación de la frontera y
poblamiento en Estados Unidos, Canadá y Australia, los cuales, hacia la misma época, se
integraron al mercado mundial como exportadores de alimentos y materias primas. En ellos,
los nuevos colonos fueron, en gran medida, los que expandieron la frontera y retuvieron el
dominio de la tierra. Se conformó, entonces, un sistema agrario con fuerte presencia de
medianos y pequeños productores, que contribuyeron a la construcción de la democracia
estadounidense, canadiense y australiana, y de una visión auto-centrada del desarrollo.

En Argentina, cuando llegaron las corrientes inmigratorias desde Europa, a partir de la segunda
mitad del s. XIX, las tierras más fértiles y cercanas al puerto tenían dueño. En consecuencia, por
falta de oportunidades de progreso, buena parte de los inmigrantes volvieron a sus países de
origen y otros se radicaron en los centros urbanos. La mayor parte de los inmigrantes europeos
que se afincaron en las zonas rurales no tuvo acceso a la propiedad de la tierra y se
convirtieron en peones y arrendatarios.

La economía agraria se organizó en grandes latifundios y en explotaciones bajo arrendamiento.


Para 1937 el 95% de la población activa en el campo correspondía a trabajadores sin tierra,
pequeños propietarios, arrendatarios y medieros.

Estos hechos provocaron una fuerte concentración de la riqueza y el ingreso, y un sistema


político controlado por los intereses dominantes. El espectacular aumento de la renta de la
tierra y de la producción agraria, en el marco de la plena inserción de la economía argentina en
la división internacional del trabajo comandada por Gran Bretaña, consolidó la coalición de
intereses entre la potencia dominante y la oligarquía terrateniente vernácula.

La temprana simplificación de la estructura productiva basada en la actividad primaria, el


consecuente subdesarrollo industrial y la creciente concentración de la población y la
producción alrededor del puerto impidieron la emergencia, a escala federal, de actores
sociales, económicos y políticos asociados a la transformación de la producción y empleo. Esto
también frustró los procesos de acumulación fundados en la gestión del conocimiento y
debilitó la construcción democrática desde las mismas bases del sistema económico, a
diferencia de lo ocurrido en los otros grandes “espacios abiertos” del Nuevo Mundo y Oceanía.

La insuficiencia de sectores generadores de rentabilidad y empleo, distintos de la producción


primaria y las actividades conexas, impidió el surgimiento de empresarios, clases medias y
trabajadores asociados a una estructura diversificada y compleja, y, por lo tanto, portadora de
un proyecto de desarrollo nacional.

Argentina padeció crónicamente de la “enfermedad holandesa”, es decir, de tipos de cambio


compatibles con la rentabilidad de la producción primaria, pero insuficientes para el desarrollo
de las otras actividades sujetas a la competencia internacional. En un sistema sub-
industrializado, las variaciones de la paridad de la moneda repercutían directamente sobre la
distribución del ingreso entre los productores y exportadores de bienes agropecuarios y el
resto de la sociedad. La devaluación del peso no abría espacios de rentabilidad propicios a la
inversión en la industria, sino que sólo transfería ingresos al sector exportador y encarecía los
precios de los alimentos vendidos en el mercado interno.

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El régimen conservador fue capaz de controlar y de dotar al país de las instituciones


republicanas y la división de poderes, afianzar la seguridad del interior y preservar la unidad
del territorio nacional, amenazada por las disputas de límite con Chile. Pero el Estado nacional
y el sistema federal fueron incapaces de impulsar las transformaciones desatadas por la
Revolución Industrial, más allá del crecimiento de la producción primaria y del comercio
internacional.

Hacia 1914 se exportaba más del 50% de la producción primaria. A su vez, el capital extranjero
cumplió un papel decisivo en el financiamiento público y en las cadenas de valor. Mientras la
producción de las estancias y las chacras provenía de emprendedores locales, el transporte por
los ferrocarriles, el comercio internacional, la banca, los frigoríficos y gran parte de la
infraestructura de servicios públicos pertenecían a empresas extranjeras. Argentina fue en esa
época uno de los países más extranjerizados del mundo, como volvería a serlo en la década de
1990.

Estos hechos impidieron poner tempranamente en marcha procesos de acumulación que


endogenizaran las fuerzas transformadoras del cambio tecnológico y ganaran, respecto del
resto del mundo, suficiente autonomía para sostener el proceso de transformación. Esto marca
una diferencia notable con la experiencia de Canadá y Australia, países que, con menor
población que Argentina, lograron tempranamente la integración de sus estructuras
productivas, con un desarrollo simultáneo del agro y la industria. La causa principal de la
diferencia radica en la fortaleza relativa de las respectivas densidades nacionales, hecho en
particular notable teniendo en cuenta que esos dos países eran formalmente dependencias del
Imperio británico y la Argentina una república independiente.

El auge de la economía primaria exportadora se inició alrededor de 1860 y concluyó con el


inicio de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

El Segundo Orden Mundial llegó a su culminación, dando lugar a un período de apenas tres
décadas (1914-1945), que abarcó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la efímera
recuperación de los años veinte, el costoso intento de Gran Bretaña de restablecer su
hegemonía volviendo al patrón oro y la paridad preguerra, las tensiones desatadas por el pago
de las reparaciones de guerra impuestas a Alemania, el surgimiento de regímenes totalitarios
en Rusia, Italia y Alemania y, en 1929, el descalabro de Wall Street y el inicio de la gran crisis
mundial de la década de 1930.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial la euforia globalizadora del Segundo Orden Mundial
había sido sustituida por el comercio administrado, los acuerdos bilaterales, los controles de
cambio y el repliegue de cada país dentro de sus propias fronteras.

El modelo primario exportador en Argentina estaba condenado cuando el país festejaba el


primer centenario. Sobrevivió, aletargado, las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y
las turbulencias de los años veinte. Con la gran crisis económica mundial se derrumbó la ilusión
del desarrollo centrado en la explotación de los recursos naturales, carente, por lo tanto, de
capacidad de gestionar el conocimiento y de acumular.

LA CRISIS DE LOS AÑOS TREINTA Y LA SEGSNDA GSERRA MSNDIAL

La gran crisis económica mundial de 1930 terminó de demoler las reglas del juego del sistema
global, incluyendo el patrón oro, el régimen multilateral de comercio y pagos y la fluidez en el

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movimiento de capitales. Sin embargo, todavía en la década de 1930 el comercio internacional


conservaba la composición establecida en el Segundo Orden Mundial. Dos tercios
correspondías a los productos primarios y el resto a la manufacturas; pero por todas partes
estallaban excesos de oferta.

La gran crisis de 1930 transformó radicalmente el contexto internacional dentro del cual se
había desarrollado la economía argentina. Los mercados mundiales de alimentos y materias
primas se desplomaron. Las corrientes de capitales cambiaron de dirección cuando los países
inversores comenzaron a rescatar sus colocaciones en el resto del mundo.

Bajo el liderazgo intelectual de Keynes, Gran Bretaña sustituyó el credo librecambista por la
intervención del Estado. En Estados Unidos, el New Deal del presidente Roosevelt abandonó el
canon liberal e instaló las políticas públicas en el centro del escenario político del país. Los
regímenes autoritarios en Alemania e Italia practicaban también un activo intervencionismo
del Estado. La Unión Soviética operaba con una economía totalmente estatizada y planificada,
que parecía provocar el milagro del crecimiento en un mundo en recesión.

Desde la crisis, Estados Unidos sustituyó a Gran Bretaña como centro ordenador del sistema.
Un país de gran dimensión, con una economía esencialmente auto-centrada y un gran
superávit comercial, sin disposición a ser prestamista de última instancia, no fue capaz de
asumir el liderazgo que, bajo el patrón oro y el libre comercio, había ejercido la vieja potencia
hegemónica.

En relación con la británica, la economía argentina era complementaria, asociada en una


estrecha red de intercambios de productos primarios por manufacturas, inversiones y
financiamiento público. Por el contrario, con respecto a la economía estadounidense, la
nuestra era competitiva en la exportación de productos primarios, pero deficitaria en la
importación de manufacturas, inversiones y créditos. Se formó así la relación triangular de los
superávits de las relaciones con Gran Bretaña, que financiaban el déficit con Estados Unidos.

En 1930 a Argentina se le derrumbaron súbitamente el mercado mundial, el centro


hegemónico de referencia y la ideología dominante. Una de sus consecuencias fundamentales
fue la instalación de las Fuerzas Armadas como árbitro de las tensiones que el sistema político
no podía resolver. El componente institucional de la densidad nacional fue sustituido por un
régimen de alternancia cívico-militar, sujetos a idas y vueltas, del régimen constitucional a los
gobiernos de facto. Una de sus consecuencias fue la inestabilidad de la política económica.

La oligarquía pretendió sostener la relación privilegiada con Gran Bretaña y respondió a la


política de preferencia imperiales del Convenio de Ottawa con un tratado anglo-argentino de
1933, el Roca-Runciman, con concesiones adicionales a cambio de mantener abierto el
mercado británico a las exportaciones de carnes argentinas. Poco después el Plan Pinedo
intentó incorporar a Estados Unidos como nuevo centro de referencia económica argentina.

Desde mediados de la década de 1930, el pragmatismo sustituyó la ideología. Argentina


comenzó a crear instrumentos de intervención, como las juntas reguladoras, el control de
cambios, el Banco Central y el impuesto a las ganancias. La política económica fue
razonablemente eficaz en administrar la coyuntura, es decir, el impacto de la crisis sobre la
actividad económica interna y los pagos internacionales del país.

Pero esto distaba de constituir una estrategia alternativa de transformación productiva e


industrialización, o sea, de gestión del conocimiento. El régimen se limitó con bastante eficacia

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a sostener las bases del modelo anterior y dar lugar a un incipiente proceso industrial de
sustitución de importaciones, impulsado por la insuficiencia de la capacidad de pagos externa
para sostener los abastecimientos importados. La capacidad de mano de obra y de gestión
empresaria estaba disponible para abordar el rápido desarrollo de las industrias sencillas.
“livianas”, como la textil y la mecánica ligera.

La industria ganó participación en la generación del producto y del ingreso. El mercado interno
ganó posición como destino de la producción, mientras disminuía la participación de las
importaciones en el PBI.

El país comenzó a vivir más con los suyo, pero muy lejos aún de un sistema auto-centrado
realmente dinámico, con una inserción en el mundo simétrica y no subordinada. El despliegue
de la actividad económica en el territorio reforzó el centralismo en torno al puerto de Buenos
Aires y su zona de influencia. La industrialización promovió el desplazamiento de población
desde las zonas rurales hacia las ciudades. Al finalizar el período Argentina contaba con una
sociedad esencialmente urbana.

Entre 1929 y 1945 comenzó a abrirse la brecha en el ingreso per cápita de Argentina respecto
de Canadá y Australia. La escasez de abastecimientos de bienes de capital importados provocó,
en Argentina, la descapitalización en la infraestructura y restricciones al equipamiento
industrial. El rezago argentino respecto a Canadá y Australia se explica, principalmente, por la
debilidad relativa de su estructura productiva y, en definitiva, de su densidad nacional.

En 1943 otro golpe militar sustituyó al gobierno del régimen conservador. Éste dejó un
escenario de confrontación y desconfianza con la nueva potencia dominante: Estados Unidos.

EL PRIMER PERONISMO

En el seno del gobierno de facto instalado con el golpe de Estado del 4 de junio de 1943 surgió
un jefe que comprendió los reclamos populares contra la injusticia social, el fraude y la
subordinación a la potencia imperial. El coronel Juan Domingo Perón se hizo cargo de la
protesta. Desde la cartera laboral del gabinete puso en marcha diversas medidas de protección
al trabajador, en el marco de un discurso de contenido nacionalista y reivindicatorio del respeto
a la voluntad popular. El gobierno popular y legítimo de Perón adoptó prácticas
antidemocráticas que profundizaron la fractura entre sectores populares y, finalmente,
determinaron su caída en 1955.

El primer gobierno de Perón se inició recién concluida la Segunda Guerra Mundial; hacia la
misma época estalló la Guerra Fría. Al mismo tiempo comenzaban a desplegarse las nuevas
fuerzas de la globalización del orden mundial, con la expansión del comercio, las inversiones de
las corporaciones transnacionales y las corrientes financieras. El predominio de las políticas
públicas y del keynesianismo en las mayores economías coincidía con la progresiva
liberalización del comercio, las inversiones y las finanzas internacionales.

El Tercer Orden Mundial emergente al finalizar la guerra, era radicalmente distinto al Segundo y
al del paréntesis desglobalizador. En este último, tuvo lugar la transformación de la física
teórica, que culminó con el dominio del átomo y el descubrimiento de las propiedades
electromagnéticas de cristales imperfectos, fundamento de la revolución de la
microelectrónica e informática. Al final de la guerra, 1945, se abrieron nuevos y más profundos
cauces a la globalización de las relaciones internacionales.

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El comercio internacional duplicó la tasa de crecimiento del PBI mundial, las manufacturas
portadoras de las nuevas tecnologías desplazaron a los productos primarios como líderes de los
intercambios, las empresas transnacionales se desarrollaron a un ritmo mucho más acelerado
que la economía real, sobre la base de la especulación en los mercados de dinero.

El primer peronismo, para sustentar el cambio y la inclusión social sobre bases sólidas de largo
plazo, era necesario expandir las exportaciones de productos primarios y manufacturas,
superando los límites del modelo primario exportador, pero también las bases iniciales de la
industrialización sustitutiva de importaciones. La nueva etapa reclamaba una estrategia de
desarrollo nacional para gestionar el conocimiento sobre la base de una estructura industrial
integrada y abierta, complementada con una avanzada cadena agroindustrial.

Fue en este escenario complejo, interno y mundial donde se desplegó la densidad nacional en
el período. Su avance fue notable en el plano de la inclusión social. El fortalecimiento de los
sindicatos, el aumento del empleo y los salarios reales, derivados del proceso de
industrialización, contribuyeron a reparar agravios del pasado. Desde el mismo gobierno se
impulsaron políticas de transformación productiva con ambiciosos programas en la frontera
tecnológica, como el desarrollo nuclear y la industria aeronáutica. Los nuevos grupos de
industriales y el propio sindicalismo proporcionaron liderazgos asociados al proceso de
transformación productiva y al abandono de la subordinación a la vieja potencia hegemónica.

Las políticas del gobierno de Perón impulsaron la industrialización y una redistribución


progresiva del ingreso, que fueron sus aportes más notables. La presencia del Estado fue
decisiva en la administración de los resortes fiscales, monetarios y de pagos internacionales. La
nacionalización de los servicios públicos redujo la participación del capital extranjero a un
mínimo histórico. Con una masiva intervención del Estado, el control del comercio y otras
transacciones con el exterior, Argentina no era ajena a lo que sucedía en el resto del mundo.
Pero el gobierno prolongó el protagonismo del Estado cuando ya hacían falta otras políticas
para atender nuevas tendencias.

El gobierno no logró sostener los equilibrios macroeconómicos del sistema, es decir, la


solvencia fiscal y externa. La sustitución de importaciones promovió una industria
manufacturera, cuyas importaciones de equipos y materias primas se pagaban con
menguantes superávits del comercio de productos primarios. Agotadas las reservas
acumuladas durante la guerra, a fines de la década de 1940 la insuficiencia de divisas instaló el
estrangulamiento externo como un problema recurrente, determinante del proceso de
contención y arranque, modelo de comportamiento de la economía argentina hasta la
introducción, el 1976 (gobierno militar), de la hegemonía financiera de la deuda externa.

El crecimiento y la transformación productiva en la década del primer peronismo (1945-1955)


fueron importantes. El aumento del PBI per cápita en el período, alrededor del 20%, fue
comparable al de Australia y Canadá; pero el sistema soportaba la debilidad de la densidad
nacional y fue acumulando desequilibrios, que se manifestaron en crecientes presiones
inflacionarias. La inflación, como problema crónico, era desconocida en la economía argentina
hasta 1945. Se instaló con el primer peronismo y alcanzó su mayor aumento en 1952, con el
39%, coincidente con la gran sequía de ese año. Desde entonces nunca cedió, hasta la breve
interrupción de la ficticia estabilidad de la convertibilidad en la década de 1990.

Las medidas prudenciales y políticas de ingresos contribuyeron a reducir el aumento de precios


en 1953 y 1954, pero no alcanzaron para resolver el problema. El gobierno del primer
peronismo careció de una estrategia eficaz para sustentar la industrialización y el progreso

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social sobre la base de equilibrios macroeconómicos sólidos y un fuerte impulso exportador de


productos primarios y manufacturas, indispensable para remover la restricción externa.

El acceso al crédito externo resultó un paliativo que, más tarde, a partir de 1976, concluyó por
instalar la deuda externa como otro factor estructural del desequilibrio de los pagos
internacionales. Con la crisis de 1952, el gobierno intentó recomponer su relación con el sector
agropecuario, que había soportado la crisis mundial, la guerra y el manejo en su contra de los
precios relativos. Ni entonces, ni ahora, ni nunca pueden construirse procesos profundos de
transformación y de acumulación, de largo plazo, sobre la base del desorden y la dependencia
del financiamiento externo.

En el período no se establecieron las condiciones necesarias para consolidar, sobre bases


sólidas, las transformaciones en marcha. En este escenario se gestó el nuevo golpe de Estado,
en 1955.

ENTRE DOS GOLPES DE ESTADO: 1955-1976

Revolución cubana: su triunfo, a fines de 1958, tuvo una enorme repercusión en América
Latina. Abrió la expectativa del cambio social por la vía armada en sectores contestatarios del
orden establecido. La relación establecida entre La Habana y la entonces Unión Soviética
convirtió a la región en un espacio privilegiado de la Guerra Fría, la cual no tenía nada que ver
con los problemas reales del desarrollo económico y social de nuestros países. El resultado de
la amenaza revolucionaria fue el triunfo de la alianza de los sectores conservadores con los
establishments militares, fundad en la “doctrina de la seguridad nacional” y respaldada por
Estados Unidos.

El progreso técnico, con el surgimiento de nuevas actividades basadas en la electrónica, la


biotecnología, la energía nuclear y otros conocimientos de frontera, impulsaba la
transformación de las estructuras productivas y del comercio internacional. Japón registró un
extraordinario crecimiento, simultáneamente con un grupo de otros países de Oriente, los
futuros “tigres asiáticos”: Corea, Taiwán, Hong Kong y Singapur.

Hacia finales de la década de 1950 Argentina enfrentaba amenazas a su seguridad nacional,


una nueva fractura del sistema político con la proscripción del peronismo y la represión
violenta de la protesta.

Era preciso, afirmar los equilibrios macroeconómicos, remover la vulnerabilidad externa,


incorporar las nuevas actividades portadoras del conocimiento y ampliar el perfil exportador
con productos de creciente valor agregado y tecnología. El viejo modelo primario exportador y
el relativo aislamiento de la posguerra habían dejado de ser viables como modelos de
desarrollo. La cadena agroindustrial debía, integrarse con un desarrollo industrial de amplia
base y diversificar y expandir las exportaciones.

La proscripción del peronismo envenenó las relaciones políticas y las mantuvo


permanentemente al borde del abismo. Los retornos efímeros a la democracia y los golpes de
Estado se sucedieron en 1958, 1962, 1963 y 1966. Desde finales de la década de 1960, los
alzamientos armados amenazaron la seguridad del Estado y crearon un clima creciente de
violencia.

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La inestabilidad política y de macroeconomía desalentó la inversión y promovió la fuga de


capitales. La capacidad de respuesta frente a los nuevos desafíos y las oportunidades de la
globalización fue muy débil. Poco a poco, las filiales de empresas extranjeras comenzaron a
ganar espacio respecto de las empresas de capital nacional, desalentado la acumulación de
poder económico en el empresariado local. Sin embargo, en semejante escenario, se
registraron algunos avances tecnológicos significativos en áreas como las bio-ciencias y las
biotecnologías, en las cuales el país tenía y conserva un respetable acervo. Los sucesivos golpes
de Estado fueron la evidencia de la incapacidad del sistema político de acumular tradición y
práctica democrática en el marco de las normas constitucionales. Un hecho grave de ruptura
de la acumulación fue la intervención de las universidades en 11966. La agresión provocó el
desmantelamiento de institutos y equipos de investigación en las ciencias duras (exactas) y en
otras áreas, lo que produjo un daño gigantesco al acervo científico y tecnológico del país.

La inestabilidad del escenario político se manifestó en el problema crónico de la inflación y las


recurrentes crisis en los pagos internacionales. La inflación promedio se mantuvo in torno del
20% anual, con algunos años del 50% y 60%, y picos superiores al 100% en 1959 y 1975.

Ciertas condiciones necesarias para el desarrollo industrial se mantuvieron y permitieron que,


de acuerdo con los censos industriales, la industria manufacturera argentina alcanzara un
considerable grado de madurez y capacidad competitiva. Al mismo tiempo, había comenzado
el repunte de la actividad agropecuaria.

Sin embargo, el regreso de Perón al poder en 1973, en el marco de la violencia desatada por los
terrorismos de izquierda y de derecha, impuso nuevos desafíos que el caudillo y sus sucesores
no pudieron resolver. Comenzó entonces otra historia. El país, que en ese momento contaba
con una población cercana a los 30 millones de habitantes y había dado pruebas de un
respetable nivel cultural y de una capacidad de gestionar conocimientos de frontera, inició un
período trágico de su existencia política y la peor etapa de su desempeño en todos los planos.

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