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EL RESPETO DE LA CONCIENCIA MORAL EN BIOETICA

Referirse a la conciencia moral es adentrarse en un tema central de la experiencia y el


pensamiento ético, que abre múltiples perspectivas de reflexión, puesto que en él convergen
prácticamente todas las problemáticas vinculadas al despliegue de la libertad humana.
Se trata de un tema de particular relevancia allí donde el hombre se percibe a sí mismo
como sujeto de su propia historia, como aquel que se tiene en sus propias manos y, en cierto
sentido, debe hacerse a sí mismo, mediante la capacidad de elección y de autodeterminación 1.
Posibilidades éstas que, aunque se reconozcan siempre limitadas y condicionadas por muchos
factores, son altamente valoradas por gran número de nuestros contemporáneos, como un rasgo
característico de nuestro tiempo. Y esto, aun en medio y a pesar de las graves ambigüedades y
contradicciones que al respecto se han producido y continúan teniendo lugar, como clamorosas
paradojas, en el siglo XX y en lo que va del XXI.
Esto es así también para el pensamiento católico tal como lo encontramos expresado en un
instancia tan significativa como el Concilio Vaticano II 2, que en la Constitución Pastoral Gaudium et
spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, se refiere a la conciencia moral dentro de la
presentación sintética de la antropología cristiana en clave personalista y cristocéntrica en el
Capítulo I1, que lleva el significativo título de “La dignidad de la persona humana”. Esta dignidad
del hombre, varón y mujer, encuentra, según Gaudium et spes (n. 12), su última raíz en el hecho de
haber sido creado “a imagen de Dios” (Gn 1,26; cfr. Sal 8,5-7), afectada, pero no derogada por el
pecado (n. 13), y lo abraza en su totalidad unificada de cuerpo y espíritu (n. 14). Como
manifestaciones típicas de la dignidad de la persona humana se señalan la búsqueda de la verdad y
la sabiduría por medio del ejercicio de la inteligencia (n. 15), la capacidad de discernir el bien moral
mediante la conciencia (n. 16) y, sobre todo la libertad: “La verdadera libertad -afirma- es signo
eminente de la imagen divina en el hombre” (n. 17). Frente al misterio de la muerte, que se levanta
frente a él como constante amenaza (n.18), el hombre encuentra la razón última de su dignidad en
la vocación a la comunión con Dios (n. 19). Este Capítulo I concluye presentando a Jesucristo como
Aquel en quien la dignidad humana resplandece plenamente, puesto que, como “nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (n. 22).
Dentro de este contexto, el n.16 de Gaudium et spes nos ofrece, no precisamente una
definición pero sí una descripción de la conciencia moral, que incluye los siguientes elementos:
a. La conciencia dice referencia a la interioridad del hombre, tiene una profundidad y una

1 Como bien resume G. PIANNA en la Introducción a MADINIER, G., La coscienza morale, Elle Di Ci, Torino
1982, p. 5: “La recuperaciòn de la subjetividad, que constituye un dato irrenunciable de la cultura moderna..., ha
impulsado a la reflexión moral a concentrar su atención sobre la dimensión subjetiva del obrar humano. Los actos
humanos son cada vez más estudiados en la relación que los vincula con el misterio de la persona y de su historia. La
vida moral aparece así como un todo inobjetivable, cuyo significado se vuelve comprensible sólo en el cuadro
complexivo del proyecto de autorealización personal”.

2Concilio Ecuménico Vaticano II. Constituciones, Decretos, Declaraciones. Edición bilingüe, Ed. B.A.C.,
Madrid 1993.

1
consistencia propias: es descrita como "núcleo más secreto y sagrario del hombre".
b. Se trata, sin embargo, de una interioridad abierta a la comunión, al diálogo con Dios y con
los hermanos.
c. En esta interioridad dialogal el hombre percibe una ley cuyo autor es Dios y no el hombre
mismo; que tiene su origen en un principio muy simple: "hacer el bien y evitar el mal".
d. Ley a la cual el hombre debe obedecer. A su vez, la obediencia a esta ley afirma la
dignidad del hombre, que es dignidad de persona libre.
e. Esta ley consiste principalmente en el amor, la caridad para con Dios y el prójimo.
Ciertamente no se excluye la ley natural, pero se nombra la ley más grande, la del amor.
f. Tiene una dimensión comunitaria, de búsqueda compartida de la verdad y de la solución a
los problemas actuales, en la cual los cristianos están asociados a todos los hombres.
g. La conciencia ha de tener la rectitud que le permita apartarse del capricho y someterse a
normas objetivas, lo cual reclama su formación. Sin embargo, no pierde su dignidad cuando se
equivoca invenciblemente; sí, en cambio, cuando se hace culpable de su error, a causa de la poca
diligencia en buscar la verdad o por ceder al pecado.
Sobre la base de esta concepción es lógico que se afirme que “la dignidad del hombre
requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido
personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera
coacción externa” (n. 17). Esto es lo propio del obrar humano y constituye un preciso deber: el de
obrar siempre según la propia conciencia. En la tradición moral católica es un punto firme: los juicios
ciertos de conciencia se constituyen en la norma próxima del obrar humano, obligan a la persona a
obrar según su dictamen. “La conciencia (...) obliga siempre, aún cuando se equivoca, aún si
contradice de hecho la ley de Dios expresada en los mandamientos. Santo Tomás añade un ejemplo
bien elegido para sacudir a los cristianos: si alguien pensara que la fe en Cristo es mala, obraría
mal si le ofreciera su adhesión”3.
Un aspecto particularmente importante del tema es la formación de la conciencia moral,
que supone la búsqueda incesante de la verdad por parte del hombre. “La conciencia es exigencia y
tensión hacia la verdad. Ser leales con la propia conciencia es lo mismo que estar en búsqueda de la
verdad, dispuestos a adherir a ella a medida que se la descubre”4. La grandeza de la conciencia está
en vinculación con la verdad, el bien y el mal moral, como testigo y no como fuente autónoma 5.
Peregrino de la verdad, radicalmente abierto a un siempre más de sí mismo, en esta exigencia
profunda de ir al encuentro de la verdad que se le ofrece como exigencia de bien que ha de ser
realizado, hace el hombre la experiencia ética, experiencia de autonomía. Es él quien ha de decidir y
obrar en coherencia con su decisión, como expresión de su condición de persona, de sujeto
responsable de su propio obrar. En el espacio hermenéutico del discernimiento de conciencia de la
3 PINCKAERS, S., L'Evangile et la morale, Ed. Du Cerf, Paris 1990, p. 268.

4 MAJORANO, S., La coscienza, San Paolo, Milano 1994, p. 110.

5 Este tema es afrontado por el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis splendor, del 6 de agosto de
1993,: “De cualquier modo, la dignidad de la conciencia deriva siempre de la verdad: en el caso de las conciencia
recta, se trata de la verdad objetiva acogida por el hombre; en el de la conciencia errónea, se trata de lo que el
hombre, equivocándose, considera subjetivamente verdadero” (n. 63).

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persona humana, se encuentran, entran en diálogo, las exigencias de la norma moral y las que
proceden de la situación concreta en que ésta se encuentra, dando lugar a la exigencia moral
concreta a la cual el sujeto ha de obedecer. Cada día se advierte con mayor lucidez la complejidad
de lo que entraña la problemática de la permanente formación de la conciencia moral, personal
sobre todo, pero también en su vertiente social, absolutamente indispensable si se quiere avanzar
hacia una creciente madurez humana, hacia la liberación de todo aquello que nos impide ser
verdaderamente libres, justos, solidarios y felices.
Al deber de obrar siempre según la propia conciencia, le corresponde el derecho correlativo
que consiste en la posibilidad de reclamar ante los demás el verse libre de toda coacción o impedi-
mento, a fin de obrar de acuerdo con sus dictámenes. El mismo Concilio Vaticano II en el Decreto
sobre la Libertad Religiosa, dirá enfáticamente “que todos los hombres deben estar libres de
coacción (...) de modo que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su
conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella...” (n. 1). En el mensaje para la Jornada
Mundial de la Paz de 1991, el Papa Juan Pablo se refirió a “la importancia del respeto a la
conciencia de cada persona, como fundamento necesario para la paz en el mundo”. En ese
mensaje decía: “Ninguna autoridad humana tiene el derecho de intervenir en la conciencia de
ningún hombre. Esta es también testigo de la trascendencia de la persona frente a la sociedad, y,
en cuanto tal, es inviolable. Sin embargo, no es algo absoluto, situado por encima de la verdad y el
error; es mas, su naturaleza íntima implica una relación con la verdad objetiva, universal e igual
para todos, la cual todos pueden y deben buscar. En esta relación con la verdad objetiva la libertad
de conciencia encuentra su justificación, como condición necesaria para la búsqueda de la verdad
digna del hombre y para la adhesión a la misma, cuando ha sido adecuadamente conocida. Esto
implica, a su vez, que todos deben respetar la conciencia de cada uno y no tratar de imponer a
nadie la propia "verdad", respetando el derecho de profesarla, y sin despreciar por ello a quien
piensa de modo diverso. La verdad no se impone sino en virtud de sí misma”6. Indudablemente este
principio de la libertad de conciencia tiene aplicaciones en todos los campos de la actividad
humana, también en el de las ciencias biomédicas, a muchos niveles e implica una variedad de
problemáticas a considerar desde la perspectiva bioética.
Integralmente comprendido, el respeto a la conciencia del sujeto ético, remite, antes que a
su contenido negativo (no violentar la conciencia ajena), a su valencia positiva como expresión de la
exigencia para cada persona del ejercicio responsable de su libertad. En el caso de los profesionales
de la salud, por ejemplo, significa revalorizar y resignificar la dimensión ética del ejercicio de la
profesión, atentos a los nuevos contextos y desafíos abiertos por el desarrollo científico tecnológico,
pero también por los datos estructurales de la realidad social, política y económica, los cambios
producidos y los que están en curso.
En el nivel personal nos lleva a hablar, con E. Pellegrino, del "médico virtuoso" 7, es decir
reafirmar, junto a la insustituible competencia profesional estrictamente científica y técnica, el
discernimiento constante de las exigencias éticas, que le otorgan valor y sentido humano a su

6 L'Osservatore Romano (ed. semanal en lengua española) n. 51 (1990) p. 742-743.

7 Citado por BOCHATEY, A., Bioética y teología moral, Paulinas, Bs. As. 1994, p. 42.

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desempeño. El servicio a la salud y a la vida de las personas que, en la mejor tradición hipocrática,
dignifica a la medicina, requiere una vigilante atención al bien que hay que realizar y al mal que hay
que evitar, como condición de un ejercicio auténticamente humano de la medicina. Por lo tanto,
como una actuación ética y no puramente técnica. Desde esta vertiente, el respeto de la propia
conciencia y la conciencia de los demás pone el planteo de la objección de conciencia, la cual,
dentro de ciertos límites razonables, aparece como salvaguarda jurídica de la dignidad de la persona
en el respeto de sus convicciones éticas, tal como es reconocida hoy ampliamente.
En el nivel social, quizá la mejor expresión sea el surgimiento de una bioética
auténticamente orientada a preservar el bien del hombre, de todo el hombre y de todos los
hombres, para que al desarrollo sorprendente de las ciencias acompañe, correlativamente, el de la
conciencia moral de la humanidad. Ya hace unos años, un editorial de la revista Medicina e Morale,
firmado por E. Sgreccia y A. Fiori8, advertía acerca de “los intentos cada vez más frecuentes de
desnaturalizarla y de ponerla al servicio de la legalización de cualquier nuevo "producto"
biotecnológico y de la promoción de los intereses económicos y políticos a él vinculados”. Cuando,
en cambio, la bioética reconoce su función crítica originaria “como centinela que custodia los límites
considerados infranqueables: para salvaguardar la supervivencia misma de la humanidad (objetivo
global de Potter); para promover y defender el principio, atribuido primariamente a Callahan,
según el cual "no todo lo que es técnicamente posible es también éticamente lícito" (objetivos
aceptados y profundizados por el "Kennedy Institute" de la "Georgetown University" y por el
"Hastings Center") 9”, se constituye en espacio abierto al diálogo para el necesario discernimiento
ético. Una bioética a la medida del hombre y de las exigencias de los tiempos debería caracterizarse
por su apasionada y desinteresada búsqueda de la verdad y bien, al margen de intereses
funcionales con pretensiones de instrumentalizarla.
Dentro de este marco de preocupaciones algunos se han preguntado si el principio bioético
de autonomía, que tutela el derecho de la persona del paciente a tomar parte en las decisiones que
se refieren a su propia vida y, como tal, sería expresión del respeto debido a la conciencia ajena, no
se ha convertido en algunas ocasiones en una defensa contra los reclamos de mala praxis o de
intervenciones contrarias al bien del paciente, más que en auténtico reconocimiento de su
protagonismo y medio para que prevalezca la ética en la práctica médica. Sería terrible que se usara
el argumento del respeto a la decisión de conciencia del otro como un subterfugio para
desentendernos de él, cuando “lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre” 10.
Son muchos los interrogantes y los planteos conflictivos que se presentan cuando las
exigencias subjetivas de la conciencia de alguien en particular, contradicen valores objetivos
reconocibles como la vida o la salud (como por ej. el reclamo para sí de una intervención
propiamente eutanásica, o el rechazo de una terapia por razones religiosas). Desde el enfoque de
una antropología cristiana estimamos que es necesario afirmar que el derecho-deber a la vida, por
su carácter más fundamental, precede al derecho-deber de libertad-responsabilidad, fuente del
8 Medicina e Morale (1995) 9-14.

9 Ibíd.

10 LEVINAS, E., citado por SABATO, E. La resistencia, Seix Barral, p. 69.

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acto ético. El primer y más fundamental derecho y deber de todo hombre es el de la vida. Sobre él
apoya el ejercicio de su libertad. En consecuencia, desde esta concepción no es posible argüir a
partir de la autonomía ética del sujeto para justificar el rechazo de terapias o intervenciones
proporcionadas, para negarse a colaborar en los tratamientos ordinarios y necesarios para la vida y
salud, propia y ajena. Cuando claramente el médico advierte en conciencia la necesidad de obrar en
favor de la vida en peligro del paciente, estimo que prevalece el deber ético de defender y
promover la vida, por sobre el de la conciencia subjetiva del paciente; y la legislación debería venir
en auxilio de estas situaciones. En otras situaciones, en las cuales no está estrictamente en peligro
la vida, el planteo es diferente. Dice al respecto E. Sgreccia, a quien sigo de cerca en estos puntos:
“Hay que recordar siempre que la vida y la salud están confiadas prioritariamente a la
responsabilidad del paciente y que el médico no tiene sobre el paciente otros derechos, por encima
de aquellos que tiene el propio paciente respecto de sí mismo. Cuando el médico considerase
éticamente inaceptable las pretensiones o la voluntad del paciente puede, y en ocasiones debe,
deslindar sus propias responsabilidades, invitando al paciente a reflexionar y a dirigirse a otros
hospitales o a otros médicos. Ni la conciencia del paciente puede sufrir violencia por parte de la del
médico, ni la del médico puede ser forzada por el paciente: ambos son responsables de la vida y de
la salud, en cuanto bien personal y en cuanto bien social”11.
La aplicación pormenorizada de las consideraciones precedentes a múltiples y variadas
situaciones concretas, exceden las pretensiones de esta reflexión. La complejidad de los problemas
bioéticos requieren de una constante voluntad de diálogo, lo más amplio posible, para indagar y
discernir las vías de la mayor humanización posible de la medicina. En el corazón de este
compromiso se encuentra, precisamente, el tema que nos convocó, el tema de la conciencia moral.

11 SGRECCIA, E., Manuale di bioetica, Vita e Pensiero, Milano 1988, p. 126.

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