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Más filosofía, por favor

Los niños no tienen que aprender filosofía, son filósofos natos, filósofos de
nacimiento. Los que tienen que aprender filosofía son más bien los adultos. Decía
Bertrand Russell que filosofar es lo que hacen los niños… hasta que sus padres
les quitan esa buena costumbre. Filosofar no consiste en aprender cosas, sino más
bien en desaprenderlas. Los niños nacen con la mente totalmente abierta, es la
sociedad la que la va cerrando. Cada sociedad la cierra con una serie de creencias
que imperan en ella, según sea la época o la cultura en la que se encuentra.
Esto vale tanto para las comunidades primitivas de la prehistoria como para
las sociedades complejas de la historia, tanto para las sociedades antiguas, como
las medievales, las modernas o la contemporánea. Todos y cada uno de los seres
humanos terminamos viviendo en lo que Platón seguramente llamaría una “ca-
verna”. La caverna podrá ser más o menos estrecha, más o menos oscura, pero
ninguna deja de ser en cierto modo una limitación del horizonte.
La filosofía nació en Grecia precisamente como forma de romper las caver-
nas, como forma de autoliberación personal y de liberación colectiva. Una per-
sona a la que no se le quite las ganas de dialogar o de hacer preguntas es más
fácil que llegue a ser libre que otra a la que se le asusta con castigos o se le hace
sentir mal cuando duda de lo que le han enseñado.
La filosofía es en ese sentido una herramienta imprescindible para el pleno desarrollo
de la personalidad humana, que es el fin último que persigue la educación en las sociedades
democráticas y liberales.
Como muy bien decía por su parte Aristóteles, todos los hombres tienden
por naturaleza a saber. Quizá yo diría que más que por naturaleza el hombre
tiende por su condición de persona a saber, y que a veces es el miedo precisa-
mente natural el que nos detiene en nuestro amor a la verdad. La verdad nos
atrae, pero lo hace a veces como un abismo, al que da miedo asomarse dema-
siado. No sólo somos amantes de la verdad, tan bien lo somos del mito, como
muy bien sabía Nietzsche.
La filosofía, entendida como amor a la verdad, forma parte esencial de la
historia de occidente. Tan es así que, sin la acción de la filosofía, sencillamente,
no estaríamos donde estamos: la democracia, la ciencia, la tecnología, los dere-
chos humanos… está íntimamente ligados a ella, y a mi modo de ver desapare-
cían en el momento en que se suprimiese la filosofía.
Los que pretenden acabar con la filosofía son unos ignorantes, no tienen ni idea de
las consecuencias de sus planes. Acabar con la filosofía es lo mismo que iniciar la bar-
barie. Tan bárbara puede ser una sociedad de chips e ingeniería genética como
una comunidad de cazadores de hachas de piedra. Puede ser incluso más bárbara
y letal.
Como decía Ortega, una sociedad puede pasar en el transcurso de una gene-
ración de la civilización a la barbarie. El autor de La rebelión de las masas sabía

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perfectamente la importancia que tiene la enseñanza de la filosofía para mantener
la salud democrática.
En el momento presente que viven la humanidad, es más urgente que nunca
pararse a pensar.
Pararse a pensar, esa sería una buena forma de describir lo que hace el joven
cuando se pone a filosofar. En un mundo que tiene tentáculos para perseguirle
en cualquier parte, a través de todo tipo de dispositivos electrónicos, ese pararse
pensar es más necesario que nunca.
En último término, la filosofía coincide con la vida del espíritu, y como tal es
imposible acabar con ella. A lo largo de los tiempos se ha intentado en diversas
ocasiones, peros siempre ha sido capaz de renacer. Ninguna sociedad puede aca-
bar con lo que más fuerte que ella.
En realidad, tampoco lo puede hacer nadie en su interior. Ese niño que,
cuando éramos pequeños, no se cansaba de hacer preguntas del tipo qué es esto
o por qué pasa esto, sigue haciéndoselas, ya de anciano, al final de su vida.
Conviene saberlo, y tratar de tener una respuesta lo mejor posible para él. En
el fondo se trata de la felicidad.
La filosofía, jóvenes, es lo que hacéis cuando buscáis un camino para encon-
trar un lugar en el mundo.
Ojalá que la sociedad os ayude a hacerlo con buenos profesores, horas ade-
cuadas y programas dignos.
Álvaro Botella (Profesor de Filosofía)

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