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“Después de haber conquistado la mayoría en los Soviets de

diputados, obreros y soldados de ambas capitales, los


bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del
Estado”. Estas palabras son de Vladimir Ilich Lenin (Obras
Escogidas. Moscú, Editorial Progreso, 1973, Tomo VII, p. 1069).
De inmediato sostiene que “los bolcheviques formarán un gobierno
que nadie podrá derrocar” (Itálicas de Lenin).
El uso de la violencia es fundamental en el proceso revolucionario.
Lo dice Lenin sin vacilar:
“La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder
conquistado y mantenido mediante la violencia ejercida por el
proletariado sobre la burguesía, un poder no sujeto a ley alguna”
(Obras escogidas, T. III, p 37).
La violencia cruel es moneda de cuenta en un proceso
revolucionario marxista-leninista. La tortura, la prisión por razones
políticas, la manipulación de la población, entre otras, son
expresiones de este esquema cruel.
El control de los medios de comunicación, por su parte, es
proclamado por el padre de la revolución comunista así:
“La libertad de imprenta deja de ser una farsa, porque se desposee
a la burguesía de los talleres gráficos y del papel. Lo mismo sucede
con los mejores edificios, con los palacios, hoteles particulares,
casas señoriales de campo, etc.” (Obras Escogidas, T. III, p. 43).
En relación con la banca, Lenin propone la dominación del capital
en general en una sección titulada Los bancos y su nuevo papel.
(Obras Escogidas, T. V, pp. 170-177). El control del sistema
financiero es objetivo fundamental en la consolidación
revolucionaria.
En su plan de consolidar el poder, juega un rol relevante la
asamblea constituyente, como lo expliqué en mi artículo
de Prodavinci titulado “La constituyente de Vladimir Illich Lenin”. En
esa oportunidad reflexioné sobre el significado de la constituyente
en el proceso revolucionario en general para destacar la
manipulación del sistema electoral. Los electores no deben
representar al pueblo sino los intereses de los soviets —¡o
comunas!—. Esta constituyente leninista tiene como objetivo darle
aliento y permanencia a la revolución.
De la extensa obra escrita del vigoroso revolucionario ruso, se
evidencia la regla según la cual los comunistas, una vez
conquistado el poder, no lo entregan jamás. De esta máxima se ha
hecho eco la revolución venezolana, cuando la presidenta de la
Asamblea Nacional Constituyente, en marzo pasado, afirmó a los
cuatro vientos que: “Más nunca vamos entregar el poder político,
por el contrario, vamos por la conquista del poder económico”. Aquí
retumban sonoramente las palabras de Vladimir Ilich Lenin.
También Sergio Ramírez (premio Cervantes 2017) señala en su
libro Adiós muchachos, y en relación con la revolución sandinista,
“Una propuesta de cambio radical necesitaba de un poder radical
[…] un poder para siempre”, es decir, un poder que no se entrega
nunca. Cuando Daniel Ortega llegó al poder lo hizo con vocación
de permanencia para llevar a cabo su revolución signada por el
nepotismo y la corrupción.
Bajo este manto conceptual se entienden los obstáculos inherentes
a los sistemas electorales comunistas, en los cuales no se
garantiza la alternancia del poder. Vemos el ejemplo de Cuba. El
sucesor de Raúl Castro fue elegido como candidato único para
sustituir en el trono al dictador, en un sistema cuasimonárquico, con
el 99,83 % de los “votos”. Es decir, todo un sistema electoral sin
posibilidades de que alguien distinto a la nomenklatura pueda
participar.
Para comprender lo que está ocurriendo en Venezuela es
necesario examinar la propuesta de Lenin. El poder fáctico de la
Asamblea Constituyente y las reglas electorales que se imponen
se fundamentan en esa idea de que el revolucionario conquista el
poder para siempre. El objetivo político del modelo leninista es
darle permanencia a la tesis marxista de la “dictadura del
proletariado”. Se trata de un concepto basado en el odio de “los
proletarios” contra los “burgueses”, cuya máxima expresión es la
llamada “lucha de clases” que supone un enfrentamiento
permanente. No hay espacio para los consensos porque el objetivo
es el exterminio del “enemigo”. Solo se gobierna para los “amigos”
que son los destinatarios de los privilegios y dádivas.
En un sentido distinto, León Trotsky, en su libro Literatura y
revolución, destaca el peso de los asuntos económicos en el
destino de la revolución bolchevique. Así lo dice:
“Si en el curso de los próximos años la dictadura del proletariado
se mostrase incapaz de organizar la economía y de asegurar a la
población por lo menos un mínimo vital de bienes materiales, el
régimen proletario estaría entonces realmente llamado a
desaparecer. Por eso la economía es en la hora presente el
problema de los problemas”.
De acuerdo con lo señalado por Trotsky, un fracaso económico
significa que el régimen marxista debe sucumbir, como ocurrió con
la Unión Soviética que se disolvió por el colapso de su economía.
A pesar de esta aseveración, los venezolanos nos preguntamos si
es posible sostener la revolución bolivariana luego del estrepitoso
fracaso económico. El modelo económico que aplica el régimen
venezolano no lo aplica nadie (salvo Cuba y Corea del Norte),
como se evidencia en los planes económicos de Daniel Ortega y
Evo Morales, quienes predican el socialismo de la boca para
afuera, pero puertas adentro aplican las reglas del libre mercado.
Lo mismo ocurre con Ecuador, que tiene su economía dolarizada;
por no mencionar a Rusia y China, ya regidas por gobiernos
perpetuos. La revolución bolivariana solo se sostiene por las
bayonetas, lo cual no es eterno, como lo postula la conocida frase
de Talleyrand: “Con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa
menos sentarse sobre ellas”.
Este cuadro explica que un candidato revolucionario con el 80 %
de rechazo popular, como señalan las encuestas, se presente
como posible “triunfador”. Si Lenin tenía razón, los revolucionarios,
cuando toman el poder, lo hacen para quedarse. Pero, por otra
parte, el fracaso económico, como lo predicaba Trotsky, puede
constituir el fin de la revolución. En Venezuela pronto se sabrá cuál
de los dos revolucionarios bolcheviques tenía la razón.

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