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Una anécdota que solían contar – muy posiblemente inventada – involucra a Benjamín

Franklin. De acuerdo con la historia, Franklin visitaba una fábrica algodonera en Inglaterra
y el propietario de la fábrica, lleno de orgullo, le dice: ‘Vea, aquí hay artículos de algodón
para Hungría’. Benjamín Franklin, mirando alrededor, viendo que los trabajadores estaban
pobremente vestidos, dijo: ‘¿Por qué Ud. no produce también para sus propios
trabajadores?’ Pero esas exportaciones de las cuales el propietario de la fábrica había
hablado realmente significaban que él producía para sus propios trabajadores ya que
Inglaterra debía importar todas las materias primas. No había algodón en Inglaterra o en la
Europa continental. Había escasez de alimentos en Inglaterra, y los alimentos debían ser
importados de Polonia, de Rusia, de Hungría. Esas exportaciones eran la manera de pagar
las importaciones de alimentos que hacían posible la supervivencia de la población
británica. Muchos ejemplos de la historia de esas épocas mostrarán la actitud de la
burguesía y de la aristocracia hacia los trabajadores. Deseo citar sólo dos ejemplos. Uno
es el famoso sistema Británico denominado ‘Speenhamland’. Por este sistema el gobierno
Británico pagaba a todos los trabajadores que no tuvieran un salario mínimo (así
determinado por el gobierno) la diferencia entre el salario que recibieran y este salario
mínimo. Esto ahorraba a la aristocracia terrateniente el problema de pagar mayores
salarios. La aristocracia pagaría los tradicionalmente bajos salarios agrícolas y el gobierno
lo complementaría, evitando así que los trabajadores dejaran sus ocupaciones rurales para
buscar empleo en una fábrica urbana. Ochenta años más tarde, después de la expansión
del capitalismo desde Inglaterra a la Europa continental, la aristocracia terrateniente
nuevamente reaccionó contra el nuevo sistema de producción. En Alemania, los Junkers
prusianos, habiendo perdido muchos trabajadores a los mayores salarios pagados por las
industrias capitalistas, inventaron un término especial para el problema: ‘huída del campo –
Landflucht’. Y en el Parlamento alemán discutieron lo que podía hacerse contra este mal,
como era considerado desde el punto de vista de la aristocracia terrateniente. El Príncipe
Bismarck, el famoso Canciller del Reich Alemán, en un discurso, un día dijo: ‘Encontré un
hombre en Berlin que una vez había trabajado en mi establecimiento de campo, y le
pregunté: ‘¿Por qué dejo el establecimiento, por qué se fue del campo, por qué ahora vive
en Berlin?’ Y de acuerdo con Bismarck este hombre contestó: ‘No tienen un Biergarten tan
lindo en el pueblito del campo, como tenemos aquí en Berlin, donde uno puede sentarse,
beber cerveza y escuchar música’ Esta es una historia, desde ya, contada desde el punto
de vista del Príncipe Bismarck, el empleador. No era el punto de vista de sus empleados.
Ellos se iban a la industria porque la industria les pagaba más altos salarios y elevaba su
nivel de vida de una manera que no tenía precedentes.

En la actualidad, en los países capitalistas, hay relativamente poca diferencia entre la vida
básica de las así llamadas clases altas y bajas; ambas tienen comida, ropa y alojamiento.
Pero en el siglo XVIII – y antes – la diferencia entre el hombre de la clase media y el
hombre de la clase baja era que el hombre de la clase media tenía zapatos y el hombre de
la clase baja no tenía zapatos. En los EEUU hoy la diferencia entre un hombre rico y un
hombre pobre significa, a menudo, solamente la diferencia entre un Cadillac y un
Chevrolet. El Chevrolet puede haber sido comprado de segunda mano pero, básicamente,
le da el mismo servicio a su propietario: él, también, puede manejar de un punto a otro.
Más del cincuenta por ciento de la gente en los EEUU vive en casas y departamentos de
su propiedad.

Los ataques contra el capitalismo – especialmente en lo que respecta al mayor nivel


salarial – comienzan del falso supuesto que dichos salarios son en última instancia
pagados por gente que es diferente de quienes están empleados en las fábricas. Es
correcto para los economistas y los estudiantes de teorías económicas distinguir entre el
trabajador y el consumidor y establecer una diferencia entre ellos. Pero el hecho es que
cada consumidor debe, de una u otra manera, ganar el dinero que gasta, y la inmensa
mayoría de los consumidores son precisamente las mismas personas que trabajan como
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