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1. EL LENGUAJE HUMANO
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Con el término funciones nos referimos a las diversas finalidades o usos concretos de los signos
lingüísticos.
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enunciado lingüístico es “señal para el oyente, síntoma de algo en el hablante y símbolo del contenido
objetivo que transmite”. Vamos a analizar brevemente cada una de estas funciones.
La función representativa consiste en ese “decir algo sobre las cosas”, en hacer referencia por
medio del lenguaje al mundo de los objetos y de sus relaciones.
La función emotiva o sintomática le permite al emisor la exteriorización de sus actitudes, de sus
sentimientos y estados de ánimo, así como la de sus deseos, voluntades, nivel socioeconómino y el grado
de interés o de apasionamiento con que realiza determinada comunicación. Esta función se cumple, por
consiguiente, cuando el mensaje está centrado en el emisor.
La función apelativa o conativa es aquella en la cual el mensaje está dirigido al oyente en forma
de orden, mandato, exhortación, requerimiento o, simplemente, con el propósito de llamar su atención.
Roman Jakobson, exponente del Círculo lingüístico de Praga, propuso en su obra “Ensayos de
lingüística general”, estudiar primero todos los factores que constituyen cualquier acto de comunicación
verbal, para luego poder identificar las funciones del lenguaje.
Así, agregó tres funciones más, y por lo tanto tres factores más, a las funciones presentadas por
Bühler: la función poética o estética (relacionada con el mensaje), la función fática o de contacto
(relacionada con el contacto comunicativo) y la función metalingüística (relacionada con el código).
La función poética determina las relaciones del mensaje consigo mismo, y se presenta cuando
todos los elementos del código lingüístico se concentran en el mensaje. El mensaje recibe una
construcción especial por medio de procedimientos retóricos, estilísticos, semióticos, de selección, que
tienen como propósito convertirlo en un objeto estético.
La función fática es aquella que cumple el lenguaje cuando tiene como objetivo establecer y
mantener el contacto comunicativo.
La función metalingüística es aquella que tiene por objeto al mismo código lingüístico y se pone
de manifiesto cuando, en la comunicación, la interacción se dirige al esclarecimiento del significado de un
término o a la autorregulación que realiza el sujeto de su acto de habla.
Por otra parte, en la década de los años sesenta, los primeros etnógrafos de la comunicación
(Gumperz e Hymes) postularon la existencia de una competencia comunicativa, que comprende lo que un
hablante-oyente real, dotado de ciertos roles sociales y miembro de una determinada comunidad
lingüística, debe saber para establecer una efectiva comunicación en situaciones culturalmente
significantes, y para emitir mensajes verbales congruentes con la situación. Para estos teóricos, la
competencia comunicativa es un conjunto de normas que se va adquiriendo a lo largo del proceso de
socialización y, por lo tanto, está socioculturalmente condicionada.
La competencia comunicativa se manifiesta tanto en los sistemas primarios de comunicación
como en los sistemas secundarios.
Los sistemas primarios son los de la comunicación cotidiana. Sirven para el intercambio
comunicativo, necesario en el desempeño de todos los roles que implica la vida en sociedad.
Los sistemas secundarios son de mayor elaboración y complejidad. Requieren más capacidad
cognitiva del hablante-oyente real en su labor de codificar y descodificar textos, puesto que estas
comunicaciones se producen en esferas de más elaboración cultural.
Está claro, entonces, que la competencia comunicativa no se limita a la competencia gramatical
o al conocimiento del sistema semiótico de una lengua. Por lo tanto, la competencia comunicativa se
configura por la adquisición y desarrollo de una serie de competencias, entre las que podemos distinguir:
A) La competencia lingüística:
Se caracteriza por la capacidad de un hablante para producir e interpretar signos verbales. El
conocimiento y el empleo adecuado del código lingüístico le permiten a un individuo crear, reproducir e
interpretar un número indefinido de oraciones.
El conocimiento y el empleo se vinculan con dos modalidades diferentes de la lengua: la lengua
como sistema de signos y la lengua en funcionamiento, en uso.
La lengua como sistema de signos corresponde al dominio semiótico, y su función esencial es
significar.
La lengua en funcionamiento, en uso, corresponde al dominio semántico, y su función básica es
comunicar.
El siguiente paralelo nos ilustra mejor estas dos modalidades, estos dos ámbitos de la lengua:
DOMINIO SEMIÓTICO
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DOMINIO SEMÁNTICO
Significar Comunicar
El signo tiene un valor genérico y conceptual. El sentido de la frase implica la referencia al contexto y
a la actitud del locutor.
Es una propiedad de la lengua Es el resultado de una actividad del locutor que pone en
acción la lengua
Estas dos modalidades de la lengua están presentes en toda actividad comunicativa de carácter
lingüístico.
B) La competencia paralingüística:
Es la capacidad de un hablante para utilizar de manera adecuada determinados signos no
lingüísticos que le permiten expresar una actitud en relación con su interlocutor y con lo que dice: ya sea
para declarar, interrogar, intimidar, rogar, ordenar, etc.
En las comunicaciones orales, esta competencia se manifiesta en el empleo de los signos
entonacionales: tono de la voz, cadencia o ritmo y énfasis en la pronunciación.
En las comunicaciones escritas, se manifiesta por medio del empleo de los signos de puntuación,
de las sangrías, de los nomencladores, de la distribución general del espacio, tipos de letras, etc. Estos
recursos nos permiten identificar la división de un texto escrito en capítulos, párrafos, temas y subtemas.
C) La competencia kinésica:
Se manifiesta en la capacidad consciente o inconsciente para comunicar información mediante
signos gestuales, como señas, mímica, expresiones faciales, variados movimientos corporales, etc. Estos
signos pueden ser expresiones propias o aprendidas, originales o convencionales.
D) La competencia proxémica:
Esta competencia consiste en la capacidad que tenemos los hablantes para manejar el espacio y
las distancias interpersonales en los actos comunicativos. Las distancias entre los interlocutores, la
posibilidad de tocarse, el estar separados o en contacto, tienen significados que varían de una cultura a
otra. Los códigos proxémicos se establecen, entonces, según la cultura, las relaciones sociales, los
roles, el sexo, la edad.
La competencia proxémica es esa habilidad que tenemos para crear, transformar y apropiarnos
de espacios, tanto en la vida pública como privada. Ella nos permite asignarle significado al respeto o a la
transgresión de esas distancias interpersonales y de los espacios codificados por los distintos grupos
sociales.
E) La competencia pragmática:
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F) La competencia estilística:
Es el complemento indispensable de la competencia pragmática, puesto que la competencia
estilística se manifiesta en esa capacidad para saber cómo decir algo, cuál es la manera más eficaz de
conseguir la finalidad propuesta.
Las actitudes estilísticas del hablante hacia su interlocutor —como la cortesía, la amabilidad, la
paciencia, el enfado, la displicencia— son determinantes en la estructuración de los enunciados.
“...El lenguaje es una forma de cultura, quizá la más universal de todas, y, de todos
modos, la primera que distingue inmediata y netamente al hombre de los demás seres...” (1977:
77)
La conexión entre lenguaje y cultura fue especialmente acentuada en el ámbito del idealismo
alemán. El lenguaje, a juicio de Hegel, es la actualidad de la cultura. Humboldt y, posteriormente, Karl
Vossler subrayaron que la actividad lingüística representa un objetivarse del sujeto que, al actuar, da
forma por sí mismo a todo un cosmos, y después de haber actuado, contempla su producto como algo
distinto de sí mismo.
El lenguaje es manifestación de una cultura, pues cada lengua contiene los saberes, ideas y
creencias acerca de la realidad que comparte una comunidad. Por eso se puede hablar del ‘tesoro’ de la
lengua. El lenguaje es la primera forma de la que el ser humano dispone para fijar y objetivar el
conocimiento de sí mismo y del mundo. A través de la palabra, que da un nombre a las cosas y a los
objetos, el mundo adquiere la fisonomía de un mundo humano y familiar. Dice Alejandro Llano:
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aprendizaje del lenguaje es tan rápido –normalmente a los cinco años se domina la gramática de una
lengua- que ha llevado a Noam Chomsky a mantener que esto sólo es posible postulando que las
categorías universales de la gramática no son adquiridas sino que son innatas. En este sentido se ha
mantenido que lo innato no serían tanto las categorías gramaticales como el conjunto de principios con
los que se construyen las hipótesis y se establecen las inferencias empleadas para procesar y almacenar
información lingüística.
Otras teorías sostienen que la adquisición del lenguaje debe concebirse en el contexto del
desarrollo intelectual del niño. Las estructuras lingüísticas surgirán únicamente si se dispone de
fundamentos cognitivos ya establecidos. Así, antes de poder emplear estructuras de comparación (por
ejemplo, ‘este auto es más grande que ése’) los niños deben haber desarrollado la capacidad conceptual
para realizar juicios relativos al tamaño. La explicación más influyente en este sentido viene del modelo
cognitivo desarrollado por el psicólogo ginebrino Jean Piaget (1896-1980).
Sin duda, la adquisición del lenguaje es debida a diversos factores. Las destrezas de imitación,
un mecanismo general de aprendizaje y el conocimiento cognitivo desempeñan un papel de guía en el
curso de la adquisición del lenguaje. Cuál sea el elemento más relevante y cuál es la interdependencia
entre los diversos factores es un tema abierto aún a la investigación. Sólo nos limitamos a mencionar
algunas teorías importantes, y marcar sus supuestos filosóficos.
En 1816, en una obra titulada Sistema de la conjugación del sánscrito, Franz Bopp
estudió las relaciones que unen el sánscrito con el germánico, el griego, el latín, etc.
No fue Bopp el primero en señalar esas afinidades y en admitir que todas esas lenguas
pertenecían a una misma familia: eso ya se había hecho antes que él, especialmente
por el orientalista inglés William Jones (+ 1974).
(...) Desde el comienzo se ven surgir junto a Bopp otros lingüistas de calidad:
Jacob Grimm, el fundador de los estudios germánicos; Pott, cuyas investigaciones
etimológicas pusieron en manos de los lingüistas una vasta suma de materiales...”
( 1986: 16-17).
En el siglo XIX la praxis de la lingüística histórico-comparativa se extiende por una vasta área de
Europa por obra de muchos estudiosos.
La nueva disciplina se dedicó a estudiar la transformación de las lenguas, no a partir del cambio
voluntario que producen los hablantes sino, sobre todo, desde los cambios que surgen de las
necesidades internas de las lenguas.
Uno de los principios del historicismo es que las lenguas no sólo son pasivamente
transformadas, sino que se transforman a sí mismas, respetando su organización interna.
En un comienzo, estudiaron la evolución de palabras aisladas y luego, pudieron establecer leyes
fonéticas que dan cuenta de los cambios vinculados a la herencia.
Los avances de esta lingüística histórica favorecieron la aparición de la gramática comparada o
comparatismo, la que, una vez establecido el parentesco entre el sánscrito, el latín, el griego y otros
grupos de lenguas europeas extintas y contemporáneas, se lanzaron a la reconstrucción del indoeuropeo,
supuesta lengua madre de todas las demás.
En la segunda mitad del siglo XIX, un grupo de lingüistas alemanes (Curtius, Paul, Brugmann),
introdujo en la lingüística histórica los principios del positivismo, con la esperanza de renovar la gramática
comparada. Se llamaron a sí mismos neogramáticos y terminaron por relegar a un segundo plano la
relación entre la evolución lingüística y la evolución social para consagrarse a la elaboración de las leyes
fonéticas.
La presencia del estructuralismo en la lingüística moderna se hizo sentir alrededor de los años
’30; las tesis del Círculo de Praga, que incluía a los principales exponentes del estructuralismo lingüístico,
fueron presentadas al Congreso de Eslavistas de Praga en 1929. Desde entonces, la gran actividad de la
escuela de Praga se extiende por toda Europa.
Sin embargo, no debemos olvidar que el estructuralismo, en sus principios fundamentales, surgió
de la obra original del ginebrino Ferdinand de Saussure, a quien venimos citando.
implícita la convicción de que en no pocos casos muchos de aquellos problemas eran más bien
espejismos o engaños tendidos por las propias palabras.
El origen de este giro se sitúa comúnmente en los trabajos del matemático alemán Gottlob Frege
(1848-1925), quien aspiraba a encontrar un lenguaje conceptual que expresara perfectamente la
estructura de los razonamientos de la matemática. Frege estaba convencido que existía un paralelismo
entre pensamiento y lenguaje, de que el lenguaje es la expresión sensible del pensamiento. A Frege le
interesaba el pensamiento, no el lenguaje en sí mismo; se preocupó del lenguaje en la medida en que
afecta a la expresión del pensamiento para eliminar todos aquellos elementos del lenguaje que resultan
irrelevantes –o incluso a veces son engañosos- para la genuina expresión del pensamiento. Su estrategia
para analizar el pensamiento fue la de analizar lógicamente las formas de la expresión lingüística hasta
sus últimos elementos y es esta estrategia la que se convirtió en la marca distintiva de la filosofía
analítica, que ha sido la filosofía dominante en la cultura angloamericana en el siglo XX.
En las primeras décadas del siglo XX muchos filósofos y pensadores centraron su atención en el
análisis lógico del lenguaje en busca de un esclarecimiento de su estructura significativa. Frente a los
excesos idealistas de la filosofía alemana, el movimiento positivista del Círculo de Viena, en las primeras
décadas del siglo XX, pretenderá un ‘encaminamiento’ de la filosofía, convirtiéndola en una especie de
metodología de la investigación. Al disolverse el Círculo en 1938 tras la anexión de Austria a Alemania por
parte de Hitler, sus miembros huyeron a Inglaterra y Estados Unidos, donde a lo largo de los años ’40 y
’50 lograrían un extraordinario influjo en la filosofía académica de esos países. Los miembros del Círculo
estaban persuadidos de que el análisis lógico era la herramienta intelectual adecuada para el desarrollo
de una verdadera ‘filosofía científica’.
En este giro lingüístico de la filosofía, además del positivismo lógico , tuvo también un notable
influjo la tradición británica procedente de G. E. Moore, que otorgaba primacía a los juicios de sentido
común y a las prácticas ordinarias habituales para abordar los problemas filosóficos. Mientras que la
tradición fregeana tomaba la ciencia, la lógica o las matemáticas como la fuente primera de inspiración
para sus investigaciones filosóficas, la tradición británica consideraba el lenguaje corriente y los usos
habituales del lenguaje como la piedra de toque del sentido filosófico y lingüístico.
La filosofía analítica había llegado tímidamente a los Estados Unidos a principios de los años ’40
por mediación de Willard Quine y de Rudolf Carnap, pero a lo largo de la década de los ’50, de la mano
de los emigrados europeos –Carnap, Hempel, Feigl, Reichenbach, Bergmann, Tarski- se hizo con el
control de los más prestigiosos departamentos de filosofía de los Estados Unidos hasta convertirse en la
filosofía dominante.
El positivismo lógico, con su considerable carga ideológica, era el motor de la filosofía analítica:
en la medida en que ese núcleo ideológico iba produciendo tesis, esta corriente filosófica se mantenía
viva y en crecimiento; pero en el momento en que el positivismo lógico fracasó el movimiento analítico
comenzó a estancarse.
En los años ’60 y principios de los ’70 la filosofía del lenguaje vino a convertirse en el ámbito
académico angloamericano en una disciplina semiautónoma en plena efervescencia. En pocos años el
foco de la atención se desplazó de la estructura lógica del lenguaje a las características efectivas del
lenguaje natural como medio de comunicación, y la reflexión filosófica volvió su atención a nuevas áreas
como la filosofía de la mente y las ciencias cognitivas.
El conjunto de problemas en torno al que se vertebra la filosofía del lenguaje como disciplina
académica es el de la interpenetración de pensamiento, lenguaje y mundo. La reflexión sobre esa
interrelación está presente ya en los mismos orígenes del filosofar, pues está íntimamente vinculada con
el problema de la verdad.
En el siguiente cuadro podemos sintetizar los principales niveles de análisis lingüístico del
lenguaje y los problemas que ellos implican a la filosofía del lenguaje:
“...Supongamos que todo el mundo tiene una caja con algo en su interior, a lo
que llamamos ‘escarabajo’. Si nadie puede mirar a la caja del otro, entonces no es
posible saber si todos tienen lo mismo dentro de su caja...” (1982: 293)
“...El hopi llama a los insectos, los aeroplanos y los aviadores, a todos con la
misma palabra, y no sienten ninguna dificultad en hacerlo así (...). Esta clase nos
parece a nosotros demasiado extensa e inclusiva, pero lo mismo le parecería nuestra
clase ‘nieve’ a un esquimal. Utilizamos la misma palabra para la nieve que cae, la nieve
que está en el suelo, la nieve endurecida como hielo, la nieve medio derretida, la nieve
arrastrada por el viento, sea cual fuere la situación en que esté. Para un esquimal, esta
palabra omnicomprensiva sería casi impensable; él diría que la nieve, la nieve
derretida, etc., son sensorial y operacionalmente diferentes, cosas distintas a las que
enfrentarse; usa palabras diferentes para ellas y para otros tipos de nieve. Los aztecas
van más lejos aún que nosotros en la dirección opuesta, con ‘frío’, ‘hielo’ y ‘nieve’
representados todos por la misma palabra básica con diversas terminaciones; ‘hielo’ es
la forma nominal; ‘frío’, la forma adjetival; y para nieve, ‘niebla de hielo’...” (1971: 244)
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De este modo Whorf mantiene la total dependencia del pensamiento respecto del lenguaje, de
las estructuras lógicas respecto de las gramaticales. Es lo que se conoce como principio de ‘relatividad
lingüística’, que Whorf explica de este modo:
Las consecuencias relativistas de este planteamiento son extraídas por el mismo Whorf:
A la tesis de Sapir-Whorf se han formulado muchas críticas. Desde el punto de vista filosófico se
puede señalar, en primer lugar, que la misma formulación de la hipótesis supone que el determinismo
lingüístico no es tan férreo como Whorf pretende, ya que la hipótesis es enunciable.
En segundo lugar, el hecho de que el lenguaje pueda ser usado metalingüísticamente no puede
ser explicado si el lenguaje determina absolutamente al pensamiento. Si el pensamiento no puede ser un
punto de apoyo exterior al lenguaje, no es posible objetivar el lenguaje.
En tercer lugar, Whorf parte del supuesto de que el mundo se nos da en un flujo caleidoscópico
de impresiones, como caos de sensaciones. Esta idea, que se remonta a Hume, no es verdadera. El
lenguaje ejerce una función objetivadora y formalizadora , pero esto no significa que sea el único factor
formalizador. La sensación y la percepción son también, a su nivel, formales. Es importante reconocer que
no toda forma es lingüística.
En cuarto lugar, es posible que haya diferentes modos de interpretar la realidad debido a
estructuras lingüísticas diferentes. Puede ser que el mundo sea estructurado de diferentes formas en las
diversas lenguas, pero eso no implica un determinismo absoluto precisamente porque las diferencias son
descriptibles. Por tanto, las categorías lingüísticas no determinan absolutamente el pensamiento, y en
consecuencia nuestro acceso al mundo. Sería más razonable decir que las palabras predisponen a favor
de ciertas líneas de razonamiento, en lugar de que determinan realmente nuestro pensar.
El estudio de los signos, de las estructuras y los procesos significativos, constituye el objeto de la
semiótica. El origen de esta denominación se encuentra en el Ensayo sobre el entendimiento humano
(1690) del filósofo británico John Locke, donde proponía como objetivo de la lógica o semiótica el estudio
de la naturaleza de los signos que la razón utiliza para la comprensión de las cosas, o para comunicar su
conocimiento a los demás. No obstante, podemos afirmar que la semiótica se encuentra ya claramente
definida en De Doctrina Cristiana de san Agustín y que fue sistemáticamente desarrollada por la
escolástica medieval que culmina en el Tractatus de Signis (1632) de Juan de Santo Tomás. Sin embargo,
hasta el trabajo de Charles Pierce la naturaleza de los signos había sido estudiada de modo poco
sistemático.
La filosofía del lenguaje converge con la semiótica, con las ciencias cognitivas y con los demás
saberes implicados en la comprensión del lenguaje y la comunicación. La perspectiva semiótica aspira a
dar cuenta del significado (en el proceso significativo) como el resultado de un complejo proceso social: el
significado es una unidad cultural cuya representación sólo puede ser entendida a través de otras
unidades culturales ulteriores. La semiosis es la acción del signo, el proceso de significación por el que un
objeto cualquiera puede ser empleado como signo de otra cosa por parte de una persona. Se trata de un
proceso en cierto sentido –y sólo en cierto sentido-, ilimitado, porque los signos, las palabras o los gestos,
pasan de unos a otros en el espacio y en el tiempo formando una cascada o una cadena de
significaciones. Esas cadenas de signos llegan a conformar el tejido en el que se enraízan los
conocimientos que constituyen la ‘enciclopedia’ de cada persona y de cada comunidad.
La noción de ‘enciclopedia’ viene a reemplazar a la noción de ‘código’ propia del estructuralismo.
No se trata de un concepto psicológico ni representa la competencia semántica ideal o real de un
hablante, sino que se trata más bien del repertorio cultural y de la memoria histórica de una persona o una
sociedad determinadas. Los procesos de significación son siempre procesos de inferencia, que tienen de
ordinario un carácter hipotético, interpretativo, y no deductivo o directo como pretendía el estructuralismo:
los signos no están anquilosados en códigos, sino que crecen con su uso como crecemos los seres
humanos y crece la enciclopedia de los significados. Este modelo de la enciclopedia cultural de las
significaciones se basa en la convicción de la capacidad humana de dotar de nuevos significados a los
viejos signos.
Las regularidades lingüísticas no son para Saussure fruto de la historia, sino de la naturaleza
sistemática de la lengua. Sus leyes están sujetas a una causalidad estructural, según la cual el cambio de
algunos elementos provoca reacomodaciones en todo el sistema que se explican precisamente por la
necesidad de conservar una estructura determinada.
La filosofía del lenguaje contemporánea ha preferido la concepción triádica del signo a la
concepción diádica saussureana. La causa de ello estriba quizá en el interés de la filosofía por la
vinculación del lenguaje con la realidad, que en el esquema dualista parece relegarse a segundo plano.
El uso del lenguaje es el proceso mediante el cual los hablantes se comunican, con diferentes
propósitos, sirviéndose de un medio lingüístico. La disciplina que se ocupa de estudiar el uso que los
hablantes hacen del lenguaje en un contexto determinado se llama pragmática.
El significado de muchas expresiones depende de la acción de usar el lenguaje, es decir, de
factores pragmáticos. El estudio de esta influencia es el objetivo de la pragmática del significado.
El discurso abarca el plano locutivo, sobre todo en su aspecto semántico, y comprende, además,
el plano ilocutivo y perlocutivo del acto de habla.
El discurso como objeto y hecho de comunicación o expresión implica la situación de discurso, y
los supuestos de su producción, entre los cuales se destaca la condición de los interlocutores. El
texto, sin embargo, no implica la situación de discurso o habla, ni la condición de los interlocutores.
Podemos distinguir diferentes dimensiones del discurso, así como varios aspectos del mismo.
Las dimensiones están determinadas por algunos aspectos y condiciones de sus componentes:
1. Por la cantidad y composición de los emisores y receptores involucrados en las
interrelaciones que establece el discurso;
2. Por la extensión o magnitud de tiempo y espacio correspondientes a la situación;
3. Por el nivel de comprensión, generalidad y relaciones en que emisor y receptor ubican el
asunto;
4. Por la magnitud, particularidad o universalidad del asunto tratado;
5. Por la diversidad de manifestaciones de su temática.
1. El discurso global. Constituye la magnitud superior de la cual los discursos particulares son
manifestaciones parciales. Extendido en el tiempo y en el espacio tiene distintos modos de
manifestación y utiliza distintos canales. Además del hablar, el lenguaje escrito, en sus
formas ‘natural’: científica, filosófica, literaria, poética, por medio de la palabra, la imagen, el
canto, la oratoria, la noticia, la publicidad, en fin, por los medios de comunicación en general.
2. El discurso múltiple. Constituido por una serie de discursos elaborados por emisores y
enunciadores varios, en relación con hechos y objetos diversos. Distintos asuntos o
aspectos de un asunto convergen en un tema comprehensivo que lo integra (por ejemplo, la
revolución social, la revolución productiva, la crisis, la corrupción, la función social de la
educación). Cada uno de los discursos componentes del múltiple se ocupa de un asunto
puntual particular, aparentemente autónomo considerando la manifestación de superficie.
Pero si se considera el nivel semántico profundo, se advierte su pertenencia a un tema que
los subsume, en tanto componentes de ese discurso mayor.
3. El discurso generalizado. Referido a un tema circunscrito, relativo a un mismo hecho u
objeto que se reitera en diferentes ocasiones y modos, en forma de discursos parciales
recurrentes, emitidos por sujetos que participan de un mismo problema, con perspectivas
coincidentes o distintas. Es una forma concreta de intertextualidad activa y vigente. La
exposición recurrente del tema, tratado desde varias perspectivas, equivale a una amplia
discusión en la que el mismo tema se retoma, dando lugar a una reflexión social que va
acotando el significado de los hechos y revelando la dimensión intersubjetiva del problema.
Pasa a ser discurso de una comunidad que aporta reflexiones, datos y relaciones. El tema
se disemina socialmente. Por esta actividad reiterada y recurrente, el discurso mueve a la
acción común y ‘forma’ sentido en los interlocutores.
Los supuestos del discurso son los elementos que operan como factores indispensables
fundamentales implícitos en el hecho discursivo. Su existencia es previa y necesaria a la producción del
discurso, es decir que están implicados en la constitución y naturaleza del hecho de habla.
Entre los elementos constitutivos del discurso, se encuentra el emisor (enunciador), el receptor
(enunciatario), el lenguaje que expresa un mensaje, el canal o medio discursivo, la situación de discurso,
el contexto y el componente ideológico.
Las estrategias del discurso son procedimientos locucionarios y paraverbales –espontáneos o
calculados- mediante los cuales el enunciador organiza y modaliza la enunciación y los enunciados, con
el objetivo de generar o potenciar la fuerza ilocucionaria, tendiendo a producir determinado efecto
perlocutivo.
Alejandro Raiter plantea la existencia de una construcción que es producto del discurso, y que es
puesta para generar sentido:
Así surgen, en la sociedad, discursos que van explicando e interpretando la realidad, hasta llegar
a darle un sentido y significado radicalmente distinto, alejados de la realidad y la verdad mismas. El
discurso se impone a lo real, lo opaca y distorsiona.
Aparece así necesaria la noción de ‘discurso dominante’ que presenta Raiter:
Así se comprende con mayor fundamento la definición de realidad que presenta la obra de Tim
O’Sullivan, Conceptos clave en comunicación y estudios culturales:
Es innegable que el discurso está puesto para generar sentido. No obstante, lo problemático
aparece cuando ese sentido o significado se toma en reemplazo del sentido de lo real, que no radica en
otra cosa más que en la esencia de los entes.
La construcción de lo real por el discurso nos pierde en el más absoluto escepticismo, además
de ser un instrumento, en manos de quienes tienen la posibilidad de elaborarlo e imponerlo, que
determina una única visión ideológica y distorsionada de las cosas.
b) La hermenéutica romántica
Todas estas reflexiones y actividades se desarrollaban en un marco cultural de certezas
cognoscitivas y de reglas lógicas aceptadas:
formación del texto. Así se da el paso al segundo momento, la interpretación técnica: se trata de
congeniar con el autor, de sentir-con-él y com-penetrarse, de tal modo que se llegue a una mejor
comprensión del discurso.
El acto interpretativo está regido en sus dos momentos por un mismo principio: no se puede
comprender algo dicho sin comprender lo que es más general, pero tampoco sin comprender lo que es
más particular. Hay una remisión de la parte al todo y del todo a la parte. Esto es lo que se conoce como
círculo hermenéutico.
En Wilhem Dilthey (1833-1911) se lleva a cabo la recuperación crítica y la ampliación del
horizonte abierto por Schleiermacher. Dilthey revalorizó el comprender hermenéutico, entendido como un
modo específico del saber, que está dotado de una validez científica propia. El método hermenéutico es,
para Dilthey, el modo peculiar de conocimiento propio de las ‘ciencias del espíritu’ que estudian las
producciones histórico-culturales del espíritu humano. A diferencia de las ‘ciencias de la naturaleza’, cuyo
método propio es la explicación (Erklärung) de los fenómenos en términos rígidamente causales, las
ciencias del espíritu tienen que penetrar en la íntima naturaleza espiritual de las producciones históricas y
aferrar la singularidad de un significado que es irreducible a acontecimientos naturales.
La comprensión del significado, mediante la cual se alcanza el conocimiento de las producciones
espirituales, ha de ser alcanzada a través de la interpretación del dato como producto del espíritu
humano.
pregunta no es cómo puede comprenderse tal o cual cosa, sino que se pregunta por el comprender
mismo y, en último término, por el hombre. Gadamer sostiene que el comprender es el carácter óntico de
la vida humana misma y que, independientemente de cuál sea su objeto inmediato, en último extremo,
toda comprensión es un comprenderse. La hermenéutica es aquí una teoría de la experiencia humana
del mundo. Su objeto no es la mera interpretación de un texto, sino la interpretación de toda la realidad
como si se tratara de un texto.
Gadamer retoma la concepción del círculo hermenéutico y la enriquece. Para ello subraya que el
hombre intenta comprender instalado en un punto concreto del acontecer histórico, desde una situación
hermenéutica determinada que se caracteriza no por un pertenecer del hombre a dicha situación. A este
concepto de situación hermenéutica le corresponde el concepto de horizonte de interpretación, con el que
se designa
“...El ámbito de visión que abarca y encierra todo lo que es visible desde un
determinado punto...” (1977: 372)
“...La experiencia hermenéutica tiene que ver con la tradición. Es ésta la que
tiene que acceder a la experiencia...” (1977: 434)
Con esto se refiere al hecho de que la realidad histórica determina el acto de comprensión.
Frente al rechazo ilustrado de la tradición, Gadamer subraya que, en cuanto seres históricos, nos
encontramos ya en una tradición, que es fundamentalmente lingüística:
Así, los prejuicios constituyen un momento esencial de la comprensión histórica. Para Gadamer
no tienen un sentido negativo, como lo tenían para la Ilustración. Para Gadamer, prejuicio es ‘idea’,
‘conjetura’, ‘presuposición’. Nos acercamos a las cosas con una precomprensión que surge del tener que
ver con el asunto mismo.
Con el fin de que estos prejuicios no distorsionen la comprensión, Gadamer insiste en la
necesidad de hacerlos patentes, de ‘hacernos cargo’ de las propias anticipaciones. La comprensión se da
en un círculo: vamos del prejuicio a la cosa y ésta provoca a su vez la revisión de aquél.
Así, partiendo de nuestros prejuicios y expectativas y cayendo en la cuenta de ellos, se pone en
movimiento la cadena de interpretaciones. A partir de su propia pre-comprensión el intérprete esboza una
primera interpretación del texto, que puede resultar más o menos adecuada. El proceso se reitera hasta el
infinito, porque la tarea del hermeneuta consiste en una labor infinita.
El estudio de la historia del desarrollo de la hermenéutica ha puesto de relieve la importancia y
profundidad del cambio que tiene lugar, especialmente, a raíz de las aportaciones de Heidegger, Gadamer
y Vattimo. El ‘giro ontológico’ protagonizado por estos autores ha supuesto el fin de la hermenéutica como
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“...La luz que hace que las cosas aparezcan de manera que sean en sí
mismas luminosas y comprensibles es la luz de la palabra...” (1977: 577)
Desde esta perspectiva, Gadamer considera problemáticas las nociones metafísicas de ‘ente’,
‘esencia’, ‘sustancia’, ‘naturaleza’, ‘causa’, entre otras, como cerradas en sí mismas y exteriores a toda
lingüisticidad.
4. La comprensión implica e incluye la explicación. Como vimos, Dilthey acentuó la distancia entre
comprender y explicar como modo de distinguir el método de las ciencias de la naturaleza y las
ciencias del espíritu. Como consecuencia de ello, comprensión y explicación se han entendido
como métodos o modos de conocer muy distintos y, en cierto modo, irreconciliables. Paul
Ricoeur ha cuestionado con acierto tal dicotomía, que propone que se supere por una
comprensión dialéctica entre ambas. Explicación y comprensión no son más que dos momentos
relativos de un proceso más complejo, la interpretación.
Ricoeur expone así esta tarea:
En la Edad Media, los estudios gramaticales fueron muy frecuentes entre los siglos IX y XII.
Permitieron entrar de manera progresiva en el mundo de los signos lingüísticos, y el desarrollo de tales
estudios otorgó una madura concienciación relativa al vínculo entre realidad y lenguaje.
La relación entre realidad y lenguaje, en el centro de los estudios gramaticales y de la dialéctica,
constituye el elemento esencial de la cuestión de los universales , que en el siglo XII fue enormemente
debatida, dadas sus implicaciones lingüísticas, gnoseológicas, metafísicas y teológicas. El problema de
los universales se refiere a la determinación del valor y del fundamento de conceptos y términos
universales aplicables a una multiplicidad de individuos. Se trata de un problema que concierne a la
determinación de la relación entre ideas o conceptos, expresadas mediante términos lingüísticos, y las
realidades extramentales correspondientes. El problema afecta al fundamento y a la validez del
conocimiento.
Dice Juan Casaubón:
Frente a este problema, existen en la historia de la filosofía por lo menos cuatro soluciones
clásicas: el nominalismo, el conceptualismo kantiano, el realismo exagerado de Platón y el realismo
moderado de Aristóteles y Tomás de Aquino. Expondremos primero el realismo moderado, por constituir la
respuesta más certera al problema, y luego nos dedicaremos al nominalismo, por ser quien ha tenido una
radical influencia en el desarrollo de la filosofía y la cultura moderna y contemporánea y, en particular, en
la filosofía del lenguaje.
El realismo moderado sostiene que:
“...El universal es, como tal, concepto, pero también realidad, ya que en
cualquier individuo existe este universal si bien en potencia de universalidad. Así, por
ejemplo, en Juan está, realizada, la esencia o naturaleza hombre, pero se halla
individuada, singularizada, y no hay distinción real entre la esencia de un individuo y la
individualidad de este mismo individuo; sólo hay una distinción de razón –distinción
operada por nuestra razón al abstraer la esencia- con fundamento en la cosa misma,
porque hay fundamento en ‘Juan’ para distinguir entre aquello por lo cual es ese
hombre singular, irrepetible, y aquello por lo cual es hombre.
Destaquemos nuevamente que en ‘Juan’ está realmente la esencia hombre –
por eso Juan es hombre-; mas esta esencia está individuada, contraída, materializada
en Juan; identificada de algún modo con él. Pero es abstraíble de él, y entonces el
universal, que como vimos existe en los individuos sólo en potencia de universalidad,
pasa a existir como universal en acto, en el intelecto.
(...) El acto intelectual por el cual se hace pasar el universal potencial al
estado de universal actual es el acto de simple abstracción, por el cual, por ejemplo, de
Pedro, o de Pedro, Antonio y Juan, se abs-trae (se ex – trae inmaterialmente), la
esencia, separándola idealmente de sus condiciones de individuación...” (CASAUBÓN,
1981:38-39).
El nominalismo, que como doctrina filosófica tiene sus orígenes en el medioevo y atraviesa toda
la filosofía y la cultura hasta nuestros días, sostiene, en oposición al realismo que los universales son
meros nombres o términos, pero que nada universal hay en la inteligencia ni mucho menos en la realidad.
Su exponente más destacado fue Guillermo de Ockham, en el siglo XIII.
Sin embargo, es posible reconocer cierto germen del nominalismo en el inicio mismo de la
filosofía, en Grecia. Dice Mario Sacchi: