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Para mi hijo.
Agradecimientos:
Gracias a mi editora, Cindy Hwang, por preguntarme. ¡Gracias también a Laurell K. Hamilton,
quién bondadosamente compartió conmigo una firma de libros (sin mencionar, dos antologías
y contando) Debo agradecer también a Patrice Michelle por un gran título y, como siempre,
gracias a mi familia por darme su apoyo, blah…blah…blah, ¿Por qué estás leyendo esto
cuando puedes leer la historia? No es que me importe. De hecho, lo aprecio… no creí que
nadie leyera estas cosas. Así que gracias. Pero en serio. Deberías ir a la historia.
Nota de la autora
Hay un pueblo llamado Embarrass, Minnesota, pero no está cerca de Babbitt Lake como
aparece aquí. Sin embargo, los vampiros adoran el agua y… es bien sabido... compran casas
flotantes y hasta veleros.
Prólogo
Todo el pueblo sabía que Sophie Tourneau era una criatura de la noche, pero ponían mucho
cuidado en no hacer demasiadas preguntas. Incluso los chismosos de la ciudad, que de vez
en cuando especulaban sobre lo que comía, cuidaban de refrenarse.
En Embarrass, Minnesota, se sabían muchas cosas y, lo que era más importante, sabían que
había algunas cosas que era mejor no mencionar. El pueblo sabía, por ejemplo, que Sophie
Tourneau (a la que todo el mundo llamaba ―Dra. Sophie‖ desde tiempo inmemorial) había
venido a vivir entre ellos en algún momento a mediados del último siglo. Algunos de los viejos
estaban seguros de que había llegado en la primavera 1965; otros juraban y perjuraban que
no había mostrado su bonita cara hasta 1967.
Sabían que vivía en una casa flotante, abajo en Babbitt Lake, perdiendo el tiempo en diversas
islas en sus días de descanso, y su casa flotante, La Hymenoptera, fuera lo que fuera lo que
significara eso, estaba a menudo amarrada en una de las muchas playas arenosas de Babbitt.
Sabían que llevaba un teléfono móvil y que volvería instantáneamente a tierra para atender su
trabajo si se la llamaba.
Sabían que era de baja estatura, aproximadamente metro y medio, y algunos centímetro más,
y dulcemente redondeada en los lugares correctos. Sabían que su cabello era tan negro como
el asfalto y tan lacio como el camino al infierno, y que sus ojos eran de un suave y
aterciopelado marrón. Sabían que era pálida, y nunca lucía un bronceado, o siquiera una
quemadura de sol, ni en las noches más bochornosas. T ampoco parecía sudorosa en las
noches más calurosas.
Y sabían, aunque discutían acerca del año de su llegada hasta ponerse azules, que había
estado entre ellos al menos durante cuatro décadas, y no había envejecido ni un solo día en
todo ese tiempo. La Dra. Sophie todavía parecía tener veinticinco años. Los niños que habían
estado en el parvulario el año que ella había llegado, ahora eran adultos con hijos, y en
algunos casos, con nietos propios. Se les había cubierto el pelo de gris o lo habían perdido
todo, mientras que a la Dra. Sophie todavía se le pediría una identificación si tratara de
comprar vino en la ciudad.
¡Oh! y en el pueblo sabían una cosa más… que era extraordinaria con los animales. En una
comunidad aislada como Embarrass, eso contaba mucho. No había un perro con fiebre de
heno, vaca con mastitis, gato con moquillo, o caballo con gemelos, que la Dra. Sophie no
pudiera manejar, al que no pudiera domar y ayudar.
Por supuesto, no podía ayudarlos a todos. Pero ayudaba a un número endemoniadamente
bueno de ellos. Nunca la mordían, nunca luchaban. Todo el pueblo sabía que si le llevabas la
mascota de tu hijo a la Dra. Sophie, probablemente podrías aplazar, a menudo durante años,
el viejo discurso de “el viejo Scooter ha ido a vivir a una granja con montones de perros”.
Había, por supuesto, teorías. La mayor parte de ellas avanzaban con cada generación de
muchachitos. Estaban los acostumbrados atrevidos, que se desinflaban cuando la Dra. Sophie
los atrapaba acercándose sigilosamente a su casa flotante (siempre los cogía; esa mujer tenía
ojos en la nuca y las orejas de un lince) y los invitaba a subir a bordo a comer galletas. Los
niños siempre volvían, y con historias no más fantásticas que ―me sirvió galletas con trocitos
de chocolate‖.
Pero los niños no desaparecían. La Dra. Sophie nunca fue vista ladrándole desnuda a la luna.
Salía a cualquier hora de la noche, cualquier noche, para atender a un animal enfermo, ya
fuera un zorro salvaje o un toro premiado. No había mensajes crípticos escritos con san gre,
en ningún lugar. Si no atendía en las horas diurnas, bueno, para eso tenían al Dr. Hayward. Si
no iba a la iglesia, bueno, ¿quién podía culparla? En Embarrass no tenías elección; podías ser
presbiteriano o presbiteriano no practicante. Mucha gente... bueno, algunos... no iba a la
iglesia. Y aunque no fuera una asidua habitual, siempre contribuía a las recaudaciones de
fondos o hacía buenos asados al horno cuando la ocasión lo requería.
Por supuesto, algo pasaba con la Dra. Sophie. Sin duda. Una mujer hermosa, exótica, que
incluso después de todo este tiempo retenía un leve acento francés, una mujer hermosa que
no envejecía, que escogía un pueblecito insignificante para vivir… o donde esconderse. Eso
estaba mal. Ella estaba mal. Pero nadie hacía preguntas. Nadie aparecía horca en mano. Era
la mejor veterinaria en el área triestatal; tal vez del país. Con algo raro o no, vampiro o bruja o
reina gitana o lo que quiera que fuera, nadie quería que se fuera.
Una persona en particular.
1
LIAM Thompson se asomó por la ventana y vio a Sophie y al hijo del mecánico subiendo
apresuradamente por la carretera de tierra junto a su granja. La gata embarazada del niño
debía estar pasando un mal rato. O el perro habría comido algo de la basura otra vez.
Bien, Bien. Eso quería decir que probablemente ella volvería a la oficina después de sanar a
cualquiera que fuera la mascota que estuviera enferma. Sophie abría hasta altas horas, por
decirlo suavemente.
Liam miró alrededor, pero todos los gatos de la casa estaban molestamente saludables.
También su perro, Gladiator. El cachorro de ojos azules levantó la mirada hacia él mientras
Liam merodeaba por la casa buscando alguna enfermedad, su larga cola daba golpes
amortiguados contra el suelo de madera dura.
—Bueno, ¡mierda! —dijo Liam con la voz profunda de un locutor de radio (no es que él
hablase por la radio, pero todo el mundo en el pueblo le decía que podría).
Salió y comprobó en el granero. No, todos los gatos del granero parecían vivaces también,
¡maldición! ¡Demonios! ¿Cómo de difícil puede ser encontrar un gato enfermo cuándo un
hombre necesita uno?
¿Qué había sido eso? Uno de los gatos del granero había estornudado. ¡Excelente! Podría
ser un resfriado. O neumonía. O gripe de gato. O rabia.
Levantó al asustado animal y salió corriendo del granero.
Cuando Sophie regresó a su oficina, no la sorprendió ver a Liam Thompson esperándola con
lo que parecía ser un gato perfectamente saludable. Las orejas del gato estaban caídas y
parecía resignado, como todas las mascotas de Liam cuándo él las arrastraba a su
consultorio.
—¿Qué es, Liam? —preguntó, sonriendo— ¿Moquillo? ¿Gripe del cerdo? ¿La enfermedad del
gato loco?
—Ha estado estornudando y estornudando —le dijo Liam.
Era un hombre bien parecido, de aproximadamente metro ochenta de altura, con pelo
prematuramente gris, corto al estilo militar y ojos del color exacto de los jeans descoloridos
que vestía. Parecía tener arrugas de risa, pero nadie en el pueblo podía recordar haberle oído
reír, y su boca era firme, su nariz larga y recta. Su camisa de trabajo café clar o estaba
enrollada en los codos, y, como siempre, de él emanaba el encantador perfume de algodón y
jabón. Disfrutaba inmensamente de su compañía, si bien no era muy hablador. Eso estaba
bien. Ella tampoco lo era.
—Bien, tráela —dijo Sophie—. Echémosle un vistazo. —Sería, lo sabía, una enorme pérdida
de tiempo. Las mascotas de Liam raramente enfermaban; sospechaba que él era
hipocondríaco en su nombre. Aún así, era encantador ver a un hombre tan preocupado por
sus animales. Muy pocas veces uno de sus gatos había estado realmente enfermo, se había
dado cuenta hacía mucho tiempo. La única cosa de la que morían los gatos de Liam
Thompson era de vejez.
—Entonces… —dijo Liam.
—Sí, —replicó Sophie. Examinó rápidamente a la gata, un bonito y marrón felis domestica, de
pelo corto y la encontró con una salud sólida—, si bien… Bueno, vas a tener gatitos otra vez.
—Genial —dijo él—. Supongo que estarás por aquí, cuando llegue su momento, digo.
—Supongo que si. —Liam siempre insistía en que ella asistiera cuando sus gatos daban a luz.
No era necesario, porque una de las muchas cosas que un gato podía hacer bien era tener
gatitos, pero él parecía apreciar su presencia. Siempre pagaba puntualmente sus facturas
además. Hasta las pagaba en persona; no confiaba en el correo.
—Conoces el procedimiento —dijo ella— supongo que te veré dentro de aproximadamente
treinta días.
—Sí —contestó él, cogió en brazos al gato, y salió.
—Buenas noches —dijo tras él, y él agitó una mano hacia atrás en respuesta.
***
Tuvo que apoyarse contra la puerta de su camioneta durante un minuto antes de meter al gato
dentro y subir. ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! Era más bonita cada vez que la veía. Bueno, eso no era
cierto; parecía exactamente la misma cada vez que la veía. Es decir total, completa y
absolutamente hermosa.
¡Esos ojos marrones aterciopelados! ¡Esos labios suaves y rojos! Incluso la forma
encantadora como hablaba le enloquecía, ¡maldición! “Conoces el procedimiento” .Y la forma
de pronunciar su nombre: ―Liii—am‖. Bueno, de acuerdo, todo el mundo lo pronunciaba así,
pero Sophie le daba un acento especial. Había estado esperando durante veinte años... desde
que había alcanzado legalmente la edad adulta... para declarar sus intenciones, pero tenía la
lengua tan atada cuando estaba alrededor de ella a los treinta y ocho como cuando tenía
quince años.
Los treinta días se extendían ante él como un túnel interminable.
Arrancó la camioneta y le sonrió al gato, que se aseaba afanosamente.
—Buen trabajo —le dijo—. Gracias por quedar embarazada.
El gato, naturalmente, le ignoró.
3
—Con este hacen cuatro —dijo Sophie— y creo que ya ha terminado. —Sonriendo, bajó la
mirada hacia las ciegas y chillonas criaturas. Eran de diversos matices de blanco, gris, y
marrón, todos de narices sonrosadas, fauces boquiabiertas y garras diminutas, trepando unos
sobre otros en busca de comida—. Y tu gata… ¿er...?
—Fred.
Sophie ni se inmutó. Liam le ponía a todos sus gatos extraños nombres, pensados-en-el-
último-segundo.
—Fred parece estar bien. Llámame, claro está, si parece tener algún problema.
—Sí. —Liam aspiró profundamente—. ¿Querrías… querrías entrar en la casa? ¿A por algo de
beber?
Sophie casi se sobresaltó. Aunque la sangre y asquerosidades diversas del parto de Fred no
la habían tentado, la forma en que el pulso palpitaba rápidamente en la garganta de Liam...
casi como si estuviera nervioso… lo hacía. Tenía, tenía que encontrar una solución a este
problema. Conducir hasta las ciudades y hacer presa sobre asaltantes diversos y mendigos
simplemente no funcionaría. En primer lugar, su coche no aguantaría el kilometraje adicional.
Sabía que tendría que haber comprado un Ford.
—Supongo que no —dijo Liam, leyendo incorrectamente su largo silencio.
—¡Oh! ¡Oh! No, me gustaría tomar algo. Muchísimo. —Mucho, mucho, mucho, mucho,
mucho, muchísimo—. Por favor, tú primero.
Lo siguió al interior de la pulcramente ordenada casa y se quedó de pie admirando la enorme
cocina, decorada en azul y blanco, y que olía a pan. Le recordaba un poco a las casas de su
país de origen. Liam no era granjero, aunque vivía en una granja. Había heredado el lugar,
junto con bastante dinero, de su padre, que había inventado los calendarios de bolsillo.
—Veeeeamos —dijo Liam, inclinándose dentro del refrigerador abierto—. Tengo leche… dos
por ciento, entera, y descremada. Coca-Cola light. Pepsi normal. Limonada. Kool—Aid de
vereza. Ginger Ale. Zumo de naranja. Zumo de uvas. Oh, y podemos hacer chocolate —
agregó, enderezándose y mostrándole la botella de jarabe Hershey—. Si quieres.
Las cejas de ella se arquearon con sorpresa… esperaba agua, o tal vez una cerveza. Él vio
su expresión y dijo:
—Sé lo que te gusta beber.
No tienes ni idea, estúpido hombre. Pero tuvo que sonreír. Supuso que si una persona
aceptaba sólo bebidas, y nunca comida, durante un período de cuatro décadas, se forjaba una
reputación.
—Me encantaría un poco de zumo de naranja —dijo—. Sin pulpa, ¿vale?
—Claro.
Mientras él estaba ocupado buscando vasos, ella vagó por la cocina, y finalmente encendió la
pequeña televisión ubicada en una esquina. Suponía que era grosero, pero el pesado silencio
de la cocina estaba empezando a ponerla nerviosa. Las noticias locales acababan de
empezar. Eso les daría algo de que hablar, menos mal.
—Me pregunto si averiguaremos cuando terminará esta vil y repentina ola de frío —filosofó en
voz alta.
—¿Entonces, um, irás a la reunión de la próxima semana?
—No —contestó ella, rascando entre las orejas al husky, Gladiador. Gladiador era el peor
perro guardián que existía, se había levantado brevemente para olerle la falda cuando había
entrado, luego se había echado en la alfombra con un gemido y regresando a su sueño—.
Tengo que trabajar. —En realidad, la reunión iba a ser en la iglesia. Así que, naturalmente, no
podría asistir. Lástima. Tenía bastante que decir sobre el tema del derribo de la escuela que
había estado en los límites del pueblo durante más de cien años. ¿Y qué si había algunas
ratas? ¡Esa cosa era un monumento histórico! Americanos. Sólo querían lo nuevo.
—¡Oh! Es una lástima. Porque pensaba que nosotros… um… yo… ya sabes, la reunión… si
necesitaras un medio de transporte o lo que sea… Aquí esta tu zumo.
Tomó el vaso, bebió un sorbo, y le sonrió. Él no le devolvió la sonrisa, simplemente tragó su
propio zumo con avidez.
Estaba nervioso. No podía imaginar por qué. Le conocía de toda la vida. Se había convertido
en un buen hombre, además. Alto… fuerte… responsable… si le hacían bromas acerca de ser
el hombre más tranquilo del estado, ¿a ella qué le importaba? Era un buen hombre. C uidaba
excelentemente de sus mascotas. Cuánto más vieja se hacía, más se percataba de que las
cosas simples eran en realidad las más importantes.
—Ha sido muy amable por tu parte invitarme a entrar —dijo. Y lo había sido. Aunque había
sido aceptada por la gente del pueblo hacía muchos años, raramente recibía invitaciones
sociales de ningún tipo. Estaba segura de que, en el fondo, la población de Embarrass,
Minnesota, sabía exactamente qué era ella.
Aceptar a un vampiro en su territorio y permitirle encargarse de sus mascotas y ganado era
una cosa. Invitar a una criatura de la noche a tu propia casa donde vivías y dormías y eras
vulnerable todo el tiempo era algo distinto.
—Yo he, uh, estado deseando… quiero decir, no es gran cosa. Ya sabes, ya que viniste. P ara
encargarte de Fred y demás. Es, ya sabes, lo menos que podía hacer. —Miró anhelante a la
botella de vodka posada sobre el refrigerador. Ella quiso sugerir que se sirviera un trago
rápido, pero presintió que sería inapropiado.
—…el cuarto suicidio en cinco meses —dijo el locutor, y ella giró la cabeza bruscamente—. La
policía sostiene que las muertes fueron autoinfringidas, pero los padres de las chicas, en
particular de la última víctima, no están tan seguros.
Mostraron a un padre desconsolado, con los ojos enrojecidos, vistiendo una camisa amarilla
que resultaba discordantemente brillante dadas las circunstancias.
—Shawna nunca habría hecho algo así —dijo roncamente—. Era tan feliz. Pensaba ir a la
Universidad de Minnesota el próximo mes. Amigos… tenía amigos. Era popular, realmente
popular. Y… y hasta tenía un nuevo novio. Nunca se habría matado.
Volvieron al locutor del telediario, que se había inyectado tanto botox que le era difícil
mantener una expresión de vaga compasión.
—Esta noche en Babbit, Minnesota, el pueblo está de luto.
Sophie dejó su vaso vacío con tanta fuerza, que éste se quebró sobre la mesa. Liam saltó, y
Gladiador se despertó.
—Tengo que irme —dijo bruscamente—. Gracias por el zumo. Debo… —Hurgó en su bolso
buscando el teléfono móvil, y rápidamente marco el número del Dr. Hayward.
—¿Qué pasa? —preguntó Liam, mirando los cristales rotos—. ¿Estás bien?
—Yo... si, ¿Matt? Soy Sophie. Siento mucho molestarte tan tarde, pero debo irme… sí, ahora
mismo. Esta noche… sí. Es... un asunto… familiar… no te rías, hablo muy en serio. Sí… sí, si
me haces el favor… no, no tengo ni idea. Discúlpame… sí, realmente lo aprecio, Matt. Buenas
noches.
Lo apagó, lo dejó caer en su bolso, y se giró para marcharse. Para su sorpresa, la mano de
Liam se cerró sobre su brazo, justo por encima del codo.
—¿Qué pasa?
A pesar de su alarma, estaba sorprendida; no podía recordar que alguna vez la hubiera
tocado. Gesticuló vagamente hacia la televisión.
—Es algo que debo investigar. Y… tengo que encontrar a alguien. No es nada que te
concierna...
—¿Es cosa de vampiros?
Casi se desmayó. Una cosa es saber instintivamente que la gente del pueblo sabía lo que era
ella y lo toleraran. Y otra cosa discutirlo de pasada con un niño, como Tommy. Pero que
alguien viniera de frente y le preguntara… estaba tan sorprendida que le contestó.
—Sí, es cosa de vampiros. De hecho, creo que un vampiro está matando a esas chicas.
—¿Entonces, vas a ir a detenerlo?
— Bueno, voy a intentarlo. Y realmente, debo irme. Yo...
—Bien... —dijo él, soltándole el brazo, caminando hasta una silla de cocina y recogiendo su
chaqueta vaquera... aunque era agosto, refrescaba bastante por las noches —. Iré contigo.
—De veras, Liam, tú...
—Creo que debería ser más, ya sabes, específico —dijo él lentamente, a su acostumbrada
manera cuidadosa—. Supongo que sonó como una pregunta. Algo así como ―¿puedo ir
contigo?‖. Pero no lo fue. Voy contigo. Además —continuó diciendo razonablemente—.
Necesitarás de alguien que pueda cuidar de ti durante el día.
Estaba tan asombrada por este giro de los de acontecimientos, que le dejó acompañarla hasta
la camioneta.
4
Estuvieron de acuerdo en que cada uno prepararía un bolso y se encontrarían otra vez en la
granja de Liam en media hora. Sophie se fue a toda prisa a su casa flotante, empacó rápida
pero cuidadosamente; era muy probable que la noche siguiente tuviera una reunión con su
reina y tendría que ir apropiadamente vestida. Luego llamó a Tommy para asegurarse que él
alimentaría a sus periquitos y limpiaría la jaula mientras ella no estaba. Finalmente, regresó
rápidamente a casa de Liam… y derrapó mientras frenaba en el camino de acceso de grava,
asombrada.
Había puesto una nueva cúpula en la parte trasera de su camioneta roja y estaba terminando
de pintar con aerosol negro las ventanillas. Ella rodeó la camioneta, y cuidadosamente para
no mancharse los dedos con la pintura todavía húmeda, bajó la ventanilla. Había un colchón
de aire completamente inflado que ocupaba toda la longitud de la parte trasera de la
camioneta, formando una confortable cama, cubierta con almohadas y colchas.
Oyó a Liam dar la vuelta a la camioneta y girar justo cuando la alcanzaba. Saltó al verla… la
mayoría de la gente se sorprendía de la buena audición que tenía… y dijo:
—Por si necesitáramos movernos durante el día. Yo puedo conducir y tú puedes dormir.
Meditó sobre eso un minuto, y finalmente dijo:
—Pareces bien preparado.
—Bueno —dijo él tímidamente—, siempre esperé poder llevarte a algún lado en alguna
ocasión. Simplemente quise estar preparado.
Él era tan grande, y su voz tan suave, resultaba difícil procesar el contraste. Extrañamente, se
le veía más alegre de lo que nunca le había visto. ¿Todo porque conduciría en la oscuridad
con una desconocida… con ella? Arrugó la frente mientras intentaba de entenderlo, y él se rió.
—Estoy confundida —admitió.
—Ah, pues te aseguro que estás preciosa cuando tratas de descifrar alguna cosa. —Lanzó la
lata de pintura ahora vacía a la basura, luego caminó hacia la puerta—. Vámonos, Sophie.
Puedes contarme que vamos a hacer mientras conduzco.
—¿Y si no te digo nada? —contraatacó, escaló al asiento del pasajero... ¡ésta maldita cosa,
necesitaba una escalera!— ¿Y si me lo guardo como un profundo y oscuro secreto?
Él se encogió de hombros y arrancó la camioneta
—Entonces disfrutaremos de un bonito paseo en coche.
—Touché —masculló ella.
***
—No —dijo la mujer en bata de baño. Probablemente estuviera a finales de los cuarenta, pero
parecía pasar de los sesenta. Pobrecita, pensó Liam. Perdía a su hija, y ahora unos
desconocidos llamaban a su puerta en la mitad de la noche—, ya se lo dije. No más
reporteros.
Comenzó a cerrar la puerta, pero rápida como el pensamiento, Sophie extendió el brazo y la
detuvo, su mano se estrelló con tanta fuerza contra el cristal, que Liam temió que lo rompiera.
—Perdóneme —dijo Sophie con su hermoso acento—, pero insistimos. No le quitaremos
mucho tiempo —Amplió la sonrisa... Liam casi se mareó, su sonrisa era tan impresionante... y
miró profundamente a los ojos de la mujer—. Y una madre sabe cosas, ¿verdad? Una madre
siempre sabe cosas.
Como si estuviera en trance, la mujer dio un paso atrás, dejando la puerta abierta. Sophie
entró rápidamente, atrevida cuando quería, y Liam la siguió. Notó que aunque la mujer
clavaba los ojos en Sophie con una expresión arrobada, mantenía las manos en el escote de
su bata azul. Manteniéndola cerrada. Hum.
—Es muy amable de su parte atendernos —dijo Sophie dulcemente, apaciguadoramente—. Y
no estaremos más de un minuto. ¿Dónde está su marido?
—Dormido. Se ha tomado tres Ambiens y duerme todo el tiempo.
—Por supuesto. Y pronto usted también dormirá. Sólo queremos saber algo del novio de
Shawna.
—Nada bueno —dijo la madre de Shawna, sacudiendo su cabellera castaño rojiza, que
probablemente estuviera limpia y bonita la mayor parte de las veces, pero esta noche parecía
una fregona sucia—. Él no era bueno.
—Por qué nunca vino por aquí, ¿verdad?
—Sip.
—Usted pidió conocerle. Le dijo que le invitara a cenar muchas veces.
—Nunca vino.
—Así es, jamás lo hizo, y usted nunca le vio durante el día, ¿verdad?
—Estaba en clase —dijo la madre de Sophie, manoseando el escote de su bata. Liam tenía la
impresión de que estaba intentando apartar la mirada de Sophie, pero no podía—. Estaba
ocupado. Ella lo entendía. Pero no yo. Si en realidad la hubiera querido habría venido a
conocernos. Él… —sollozó, un sonido temeroso, perdido.
El corazón de Liam casi se rompió al escucharlo. Para distraerse, miró al interior de la
pequeña casa estilo rancho. Fotos de Shawna por todas partes. Apartó la mirada hacia
cualquier otra cosa, finalmente posándola en Sophie, que sostenía las manos de la madre
entre las suyas más pequeñas. Sus ojos oscuros estaban atentos y tristes al mismo tiempo.
No podía creer todo lo que había pasado esta noche hasta ahora, y se avergonzaba de ser
tan feliz en medio de tanta mierda y pesar. Finalmente había hecho de tripas corazón… y
ahora iban juntos en pos de un tipo ruin. Ella le había dejado venir; mierda, le dejaba conducir.
Temía despertarse de un momento a otro. Era horrible estar en la casa de una chica muerta,
pero habría sido peor observar como se iba Sophie.
—Entonces dejó de llamar, ¿verdad? —Sophie estaba todavía sacando información a la
madre de la chica muerta, tan cuidadosa y amablemente como cuando él sacaba a un gatito
de entre los arbustos de lilas detrás de su casa—. ¿Y ella no le podía encontrar? ¿Hablar con
él, averiguar qué pasaba?
—Fue peor que eso. Le dijo que era una niña, una niñata. Dijo que él necesitaba una mujer.
Una mujer adulta. Que ella no le gustaba, que solo había estado… —Otro sollozo atroz—
jugando.
—¿Y Shawna no pudo soportarlo, verdad? Intentó ocultárselo, pero…
—Una madre siempre sabe. Su padre pensó… ya sabe, cosas de la escuela secundaria…
—Que lograría sobreponerse a ello.
—Pero no podía. Él lo era todo. Era… —Los dedos de la madre de Shawna se movieron más
rápido—. Su amor oscuro. Su todo. Iba a ser médico. Estaba en la preparatoria de medicina.
Así es cómo se conocieron. Y...
—Y esperó hasta que ustedes salieron —apuntó Sophie suavemente.
—Y cuando volvimos a casa… lo había hecho… pero creo que él regresó. Creo que regresó y
la hirió, diciéndole más cosas malas. Hiriéndola hasta que lo hizo. Hiriéndola hasta que
consiguió lo que quería.
—De hecho —dijo Sophie—, es lo mismo que creo yo. Y solo una cosa más… ¿sabe dónde
vive esa horrible criatura? ¿Se lo dijo Shawna?
—Se hospeda en un ―Bed and Breakfast‖. ¿Cuántos estudiantes universitarios viven en un
―Bed and Breakfast‖? No es bueno.
—Estoy completamente de acuerdo con usted. Madame, no recordará esta conversación.
—No —estuvo de acuerdo ella—, no la recordaré.
—Se irá a la cama, y encontrará solaz con su encantador marido. Y dormirá y dormirá.
—Dormiré y dormiré —estuvo de acuerdo ella—, por primera vez desde que Shawna se
marchó.
—Sí. Y mañana, todavía estará acongojada, pero comenzará a imaginar que quizás algún día,
haya algo por lo que vivir otra vez. No parecerá una posibilidad tan remota.
—Algún día podría haber algo por lo que vivir. Montones de niños necesitan buenas casas. —
Entonces añadió dudosamente—. Pero lo dudo. La muerte de Shawna es demasiado grande.
Lo sobrepasa todo.
—Sí, pero no para siempre. Váyase a la cama ahora, señora —Sophie se puso de puntillas y
besó a la mujer mayor en la mejilla—. Shawna la está mirando.
La mujer se dio la vuelta sin otra palabra y caminó arrastrando los pies hacia la parte de atrás
de la casa.
Sophie estalló en lágrimas, sobresaltando a Liam. Depositó un brazo torpe a su alrededor y
ella se apoyó contra él. Olía a paja dulce, reciente cortada.
—¡Oh, pobrecita! —lloró Sophie—. ¿Has visto las fotos? Su única hija, muerta. ¿Y para qué?
— Adivino — él dijo lentamente—, que solo por diversión.
Sophie dejó de llorar al instante... aunque no había habido lágrimas, simplemente una especie
de lloriqueo ronco... y sus ojos cobraron un brillo duro que él nunca había visto antes. Era
estúpido, pero casi sintió como si debiera alejarse de ella.
—Es cierto, Liam. Tienes razón. Por diversión. Y vamos a parar su reloj. Vamos a destriparlo
como a una trucha y arrancarle la cabeza y la enterramos con ristras de ajos. Eso es lo que
vamos a hacer.
—Bien —contestó Liam—. Parece un buen plan. Pero tendré que repostar la camioneta
primero.
Ella sonrió, como él creyó que haría.
—Tienes razón. Abandonemos este lugar. ¿Podemos estar en Minneapolis antes del
amanecer?
— Puedes apostarlo.
Ella metió su mano pequeña en la de él y le siguió de regreso a la camioneta.
6
—Lo siento —les dijo el recepcionista del Radisson—. La única habitación disponible tiene
una cama extragrande. Para no fumadores —agregó servicialmente.
—Estará bien —contestó Sophie. Liam mantenía su acostumbrada inexpresividad, pero
asumió que a él tampoco le importaba. De hecho, el pensar en que compartirían una cama le
causó un agradable zumbido en la parte baja del estomago, la clase de zumbido que
generalmente le provocaba pasar cerca de un banco de sangre. Si a Liam le molestaba, ella
podía dormir bajo la cama. O en el armario—. ¿Aceptan American Express?
Cuándo el empleado, un hombre pequeño con una cabeza pecosa, oval y afeitada, se giró
para usar la tarjeta, Liam masculló,:
—¿Tienes una tarjeta de crédito?
—¿Conoces ese anuncio ―Titular de Tarjeta de Crédito durante diez años, Titular de Tarjeta
de Crédito durante veinte años?‖ —le susurró.
—Ni lo menciones
—Bueno, tengo ésta desde hace mucho tiempo.
Él rió disimuladamente y, cuándo el empleado volvió, le dijo:
—¿Podemos tener la ventana orientada hacia el oeste?
El empleado parpadeó
—Oh, claro.
—Tengo que cuidarme la piel —dijo Liam, con cara de palo. Sophie casi se rió; Liam parecía
un agricultor, lo que significaba que estaba profundamente bronceado, con arrugas alrededor
de los ojos y las manos como bloques de cuero. Era la pesadilla de la Asociación para la
Protección Solar.
—Oh, de verdad —dijo Sophie, poniendo los ojos en blanco un minuto más tarde cuándo
estaban en el ascensor.
—Bueno, creí que sería mejor que decirle la verdad.
—Los empleados de hotel han oído de todo. Probablemente ni habría parpadeado.
Liam gruñó y bajó la mirada a la tarjeta llave, que parecía casi diminuta en su mano grande y
capaz.
—Correremos las cortinas, eso debería bastar, ¿verdad?
—Sí.
—O puedes dormir totalmente tapada con las sábanas.
Sophie casi rió ante la imagen mental de ella profundamente inconsciente totalmente envuelta
en sábanas en mitad de una cama extragrande de hotel.
—Creo que con cerrar las cortinas bastará. —Le siguió fuera del ascensor y por el pasillo—.
Pero yo no, tú… ah… no necesito… no tengo que pasar la noche en la cama contigo.
Él la miró sobre el hombro, asombrado.
—Bueno, ¿y dónde diablos se supone que vas a dormir? ¿En la bañera?
—Sólo estaba sugiriendo... has sido tan amable... no querría molestarte.
—Eso ya lo harán las almejas que comí.
No pudo resistirse a reprenderlo un poco.
—Bueno, Liam, era un restaurante especializado en pollo. ¿En qué estabas pensando?
—En que me gustan las almejas —dijo él alegremente, abriendo la puerta—. Son difíciles de
conseguir en el norte de Minnesota.
—Hay una razón para ello —replicó, deslizándose silenciosamente junto a él. Era un cuarto de
hotel estándar, limpio pero no excepcional. Miró nerviosamente la cama extragrande… había
pasado mucho, mucho tiempo—. ¿Quieres algo más? ¿Llamó al servicio de habitaciones?
—Naw, naw. Escucha, Sophie… —Se sentó en el borde de la cama y se arrancó las botas,
suspirando y contoneando los dedos del pie en sus calcetines blancos y limpios —. ¿Por qué
pagaste por la habitación? ¿Es decir, por qué no utilizaste tú... tus malignos poderes
vampíricos y simplemente lo hipnotizaste o lo que sea?
—¿Para qué? Tengo dinero. —De hecho, bastante, cortesía de su antiguo tatarabuelo. Sophie
había sido lo suficientemente afortunada como para vender el viñedo antes de que una plaga
arrasara más de la mitad de las uvas. Pero eso había sido hacía mucho tiempo. Se esforzó
por volver al presente, a Liam y a la habitación de hotel—. ¿Y por qué meter al empleado en
problemas? Tendría que explicar por qué dejó alojarse a alguien gratis. No me importa pagar.
—¡Oh! Ajá. Bueno, no estoy diciendo que debieras haberlo hecho, sólo preguntaba. Si yo
pudiera hacer lo que tú haces a la gente, probablemente no pagaría por una maldita cosa. —
Hizo una pausa un minuto, luego se rió ahogadamente—. Me encanta la forma en que hablas.
“¿Por qué meter al empleado en problemas” ¿Eh, sabes, cuando te pones nerviosa, no usas
contracciones?
—Gracias. No lo sabía. —Se aclaró la garganta, un áspero ladrido, después tragó saliva,
nunca tenía suficiente saliva para aclarársela de verdad—. ¡Ah! Necesito salir un ratito. Pero si
cambias de idea sobre el servicio de habitaciones, por favor siéntete en libertad de ordenar lo
que desees. Debería regresar en poco tiempo.
—Cho, cho. —Muy rápidamente, él estaba fuera de la cama y agarrando su muñeca—. ¿A
dónde vas? ¿Qué pasa?
—Yo… uh… necesito… bueno, tú ya has comido, y ahora yo debo...
—¡Oh! ¡Vale! —Guardó silencio por un momento, y ella comenzó a sacarse los dedos del
brazo, cuidadosamente para no herirle. Aplazar esto demasiado sería embarazoso, no quería
tener una larga discusión al respecto. Era lo que era y no acostumbraba a hablar de ello.
—Bien, dispara, estoy aquí mismo. ¿Por qué no yo?
Se detuvo, conmocionada.
—¿De verdad? ¿Lo harías? Pero… ¿por qué demonios?
—Eres una buena chica, Sophie —dijo él bruscamente—. No me importa. Y no creo que
debas vagar por Minneapolis sola.
—Liam… no quiero herir tus sentimientos, porque me siento increíblemente halagada. No
tienes ni idea del regalo que me has ofrecido.
—Yo creo que si —la corrigió—. Es mi sangre, ya sabes.
Ella asintió y continuó.
—Pero simplemente no creo que sea apropiado… Vivimos en el mismo pueblo, pero en
realidad no nos conocemos. Y sentirás… cuando… si me alimento de ti, será muy… sexual. Y
nunca querría empujarte a… de esa manera. Mi amigo Ed.
—...era un hombre afortunado, eso es lo que yo creo. —La tomó en sus brazos,
cuidadosamente, como si pudiera romperse cual porcelana china— y la única forma de que
hieras mis sentimientos es si me despacharas y escogieras a algún desconocido. —Entonces
la besó.
Ella se colgó de sus hombros y abrió la boca para él, maravillándose de la sensación de sus
brazos alrededor de ella, de la exploración de su lengua. Olía muy bien, como sábanas de
algodón recién sacadas de la secadora (con un ligero toque a almejas). Sus manos se
movieron desasosegadamente sobre su espalda y ella le levantó su camiseta y le acarició el
duro estómago.
—Por lo que respecta a la parte sexual… dispara, te he deseado durante años. Te deseaba
antes de saber lo que era realmente el deseo.
Casi se desmayó sobre la cama… ¡era simplemente encantador! Parecía un agricultor del
siglo dieciocho, y tenía el alma de un poeta renacentista.
—Ha pasado mucho tiempo —susurró, maravillándose de lo suave de su piel. Ella tendría casi
dos veces su edad, aunque no lo pareciera. ¿A él le importaría?
¿O a ella?
—Sí, me lo figuro... Ed lleva muerto un tiempo...
—No con Ed. Ed y yo éramos amigos, nada más —sonrió temblorosamente—. Compartíamos
sangre y amistad y eso era todo. A pasado mucho tiempo.
—Bien, te oí la primera vez. —Le había quitado la chaqueta, abrió la cremallera de la parte de
atrás de su vestido de verano, luego dio un paso hacia atrás para que sus ropas cayeran al
suelo—. ¡Oh!, ¡Dios! Sophie. He pensado en esto un millón de veces, y eres un trillón de
veces más hermosa de lo que alguna vez pude haber imaginado.
Ella se llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador (hasta a las no-muertas les
gusta el soporte), y sus pequeños senos saltaron libres. Él contuvo el aliento y luego se
inclinó, besándole el cuello y la clavícula, su lengua saliendo para acariciar un pezón.
—Mucho tiempo —repitió ella, y le pasó la camisa por la cabeza contanta fuerza que casi le
tiró al suelo—. ¡Oh! lo siento.
Él se rió y la cogió en brazos, llevándola hacia la cama, y forcejearon un rato, mientras se
quitaban la ropa.
Ella se arrastró sobre la longitud de su cuerpo dulcemente musculoso, inspirando su almizcle,
acariciando su parte palpitante por un momento y, cuando él gimió bajo sus dedos ocupados,
le succionó cuidadosamente en su boca.
Sus manos le cogieron el pelo, soltándolo de los broches, y ella le metió en su garganta sin
ningún problema, agradablemente asombrada al descubrir que el sexo realmente era como
montar en bicicleta. Pero su creciente hambre ya no podía ser negada mucho más tiempo...
nada de tiempo... así que finalmente se retiró, le lamió el muslo, y luego hundió los colmillos
en su arteria femoral. La dulzura salobre inundó su boca y casi rodó por el suelo por lo
espectacular y casi mágico de ello.
Él gimió otra vez, con las manos todavía inquietas entre su pelo, y ella se alimentó,
inmediatamente satisfecha. Podía sentir su pene, caliente contra la mejilla, casi sacudiéndose
mientras ella tomaba su placer de él, dándole placer a cambio.
Una vez que tuvo lo suficiente... nunca tomaba mucho, gracias a dios el cine se equivocaba
en eso, entre otras cosas... pudo devolver cortésmente la dedicación, así que se sentó y le
montó.
—Oh, Jesús —dijo él, y ella se sobresaltó—. ¡Oh, mierda!
Ella rió.
—No te preocupes por eso. —Él extendió las manos y le acunó los senos. Sophie se retorció
de deleite cuando Liam acarició sus oscuros pezones con los pulgares. Se c olocó con cuidado
y rápidamente él estaba deslizándose dentro de ella, llenándola como había deseado estar
llena durante demasiados años. Sus ojos, de ese azul vívido que ella siempre había admirado,
se cerraron.
Liam gimió otra vez y movió las manos hacia sus caderas, ayudándola a encontrar un ritmo
que a ambos les gustara. Ella se encorvó hacia adelante y le mordió en el cuello. No lo pudo
evitar. Él tembló y se movió contra ella más rápido y ella igualó sus empujes con su propia
urgencia. ¡Oh qué gloria! Era maravilloso estar con alguien otra vez, sentir una conexión,
alimentarse, ser follada. Liam le estaba dando todo lo que había anhelado, todo al mismo
tiempo. Era casi demasiado. Por un momento casi deliró de felicidad. Después comprendió
que había confundido su orgasmo por delirio.
Se apartó de su cuello, casi riéndose, y dijo en voz alta:
—Estas cosas pasan. ¿Tú…?
—Voy a morir ahora —anunció él, contestando a su pregunta—. Eso ha estado a punto de
matarme.
—A mí me pareces muy vivo —bromeó ella. Empezó a quitarse de encima, pero él apretó su
agarre en muda negativa, así que simplemente cambió de posición y se quedó a su lado.
—¿He mencionado que estoy condenadamente contento de que no salieras esta noche?
—Bueno, no. Yo, también
—Entonces —suspiró él, acariciándole los hombros—, creo que este es el momento en que
tenemos una charla de almohada, pero estoy tan endemoniadamente cansado...
—Ha sido una larga noche —le dijo—. Para ambos. Duérmete.
—Tú primero —bostezó él, pero por supuesto ella no lo hizo, y finalmente Liam dejó de luchar
contra el sueño y ella le observó dormir. Durante mucho tiempo.
7
***
—Simplemente no creo...
—Voy a ir.
—Pero no estoy segura que te des cuenta...
—Voy a ir.
—Pero no es necesario que tú...
—Sophie.
—Pero…
—Sophie.
Se derrumbó contra el asiento y suspiró, algo que no hacía a menudo. Era imposible.
Implacable. ¡Hombres! Había olvidado lo extrañamente protectores que se ponían después de
un pequeño bombeo de caderas.
Lo último que necesitaba era llevar una oveja a la biblioteca; Marjorie era un poco delicada
para esas cosas. La bibliotecaria jefa era tan vieja, y tan infinitamente astuta, que la mayor
parte de la gente parecían idiotas babeantes en comparación. Especialmente la mayoría de
los humanos, quienes sólo tenían una fracción de su intervalo de vida y conocimiento.
Además, la vieja vampiro no soportaba a los tontos. Liam no era tonto, pero comparado con
Marjorie...
Bueno, esto era por una buena causa, y pensar en contener a Liam... ¿dejándole
inconsciente, de alguna manera, como en las películas?... No le parecía bien. Simplemente
tendría que...
Su puerta se abrió y Liam metió la cabeza.
—¿Vienes?
—Sí —contestó a través de los dientes apretados—. De hecho, puedes gentilmente seguirme.
—No hay problema —dijo él, contento ahora que se había salido con la suya.
Intencionalmente ignoró todas sus miradas furiosas y enfadadas y la siguió al edificio, que
parecía un almacén abandonado.
Dentro, claro está, la cosa era muy distinta
—Huh —dijo Liam, mirando alrededor—. Parecía bastante más pequeño desde afuera.
—Buenas noches, Sophie —dijo Marjorie, de pie junto al escritorio, con aspecto (como
siempre) de de haber estado esperando justo por ellos.
—Marjorie —replicó, y se besaron en ambas mejillas. No se tomó la molestia de presentar a
Liam. A Marjorie no le habría importado—. Me temo, que no estoy aquí para relajarme y leer.
Necesito ver a la reina esta noche. ¿Puedes arreglarlo?
Marjorie frunció el ceño. Era una mujer alta, de excelente postura y pelo negro veteado con
rayas grises. Sus ojos oscuros eran fríos, y cualquier parecido con una abuelita era
estrictamente imaginario.
—Yo no arreglo sus citas, me temo. Pero te puedo dar la dirección de su casa.
—¿Quieres decir que simplemente… me pase por allí?
Marjorie se encogió de hombros con aire de disculpa.
—Así es cómo se hacen las cosas ahora.
—¿Desde la muerte de Nostro?
—Sí. La nueva reina es algo… relajada en sus reglas.
—Pues bueno, que así sea —dijo Sophie, mordisqueándose el labio inferior—. Debo hablar
con ella. No puede esperar otra noche.
—Por supuesto. Estás de suerte, además —agregó Marjorie, inclinando la cabeza en la
dirección de Liam—. Es aficionada a las ovejas. Tiene un par propio.
—Uh.
—Perdón —dijo Liam—. Estoy teniendo un pequeño problema con eso. ¿Qué es un mouton?
Sobresaltada, Sophie comprendió que ella y Marjorie habían estado hablando en francés todo
el tiempo.
—Liam, disculpa. Cuando Marjorie nos saludó en francés simplemente me deslicé en él.
—Está bien. Entendí la mayor parte. Todos esos libros y cintas Para Tontos son realmente
buenos —añadió.
Sophie parpadeó.
—¿Estudiaste francés por tu cuenta? —Por supuesto que lo había hecho, comprendió. La
escuela secundaria no lo enseñaba. Sólo Español.
—Bueno… sí. Porque tú… nadie en el pueblo sabe mucho de ti, excepto que eres francesa.
Y pensé, ya sabes, que si aprendía tu idioma, tal vez podríamos… —Se encogió de
hombros—. Y lo hice.
Aturdida, Sophie se quedó un momento incapaz de hablar. Simplemente le miró boquiabierta
como un pez, mientras Marjorie cambiaba el peso de lugar impacientemente. Finalmente, se
dirigió a la mujer mayor y se las arregló para decir,:
—Aceptaremos ese mapa, gracias.
—Lo tengo aquí mismo para ti.
Sin palabras, Sophie tomó la hoja de papel. Marjorie siempre parecía estar esperando a
quienquiera que viniera a verla, y siempre tenía también exactamente lo que esa persona
buscaba. Los vampiros mayores estaban acostumbrados a eso.
—Gracias por la visita —decía la bibliotecaria—. Y gracias por traer a tu oveja. Huele de
maravilla.
—No soy una oveja —dijo Liam rotundamente. Su acento del medio oeste, usualmente
agradable y modesto, se había endurecido—. Soy un hombre. Su hombre.
Marjorie sonrió burlonamente, pero Sophie se sintió repentinamente avergonzada. De todos
modos, no le gustó la sonrisa en la cara de Marjorie.
—Por supuesto, Liam. Yo... yo... —No sabía qué decir. ¿Debería disculparse? Pero había sido
Marjorie la que le había ofendido. Aunque ella misma se había referido a Liam como a una
oveja, en su mente. Debería...
—Realmente, es encantador —dijo Marjorie. Su sonrisa afectada se había ampliado hasta que
pareció una canosa Jack O'Lantern—. Si te cansas de este, querida Sophie, me encantaría...
—¿Quieres salir fuera y hablar un poco más de esto? —La interrumpió él.
—¡Liam! —casi gritó Sophie.
—¿Qué? Soy feminista. Además, probablemente me lleve más de seiscientos años.
—Ochocientos —dijo Marjorie secamente.
—Como sea, estoy en igualdad de oportunidades de patearle el trasero. Nadie me habla de
esa manera. Puedo ser un don nadie de algún pueblo pequeño, pero no… ya sabes. No soy
un cualquiera.
Sophie luchó contra el impulso de sepultar la cara entre sus manos.
Entretanto, la frente de Marjorie se arrugó mientras pensaba en ello, y luego sonrió, muy
naturalmente.
—No quiero salir fuera contigo. Y me disculpo si te ofendí. Estoy acostumbrada a que las
cosas sean… de una cierta manera.
—Sí, bueno, un simple malentendido, debemos irnos ya —dijo Sophie, casi balbuceado,
agarrando el brazo de Liam tan fuerte que él se sobresaltó—. Gracias por la información.
—Siempre serás bienvenido. —Marjorie estrechó la mano de Liam—. Fue agradable
conocerte. Por favor ven de visita en cualquier momento. La biblioteca no está restringida a
los no-muertos. —Parecía sincera, Sophie casi la creyó.
—Si, bueno. Creo que me sulfuré un poco.
—Sí, lo hiciste. —Los ojos de Marjorie estaban velados, y de un gris humeante—. Fue
realmente interesante. Como ya he dicho, ven a visitarme cuando quieras.
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres muy amable? Yo... ¡ay!
—Adiós —dijo Sophie, y prácticamente le sacó arrastrándole por los pelos.
8
SOPHIE se iba alejando de él mientras subían a la acera. La esencia del asunto es que nunca
debes pelear con vampiros, como cualquier tonto sabe. Pero había una gran diferencia entre
mantener la cabeza agachada y dejar que alguien te la corte. Tal vez los franceses no lo
supieran.
—…tan increíblemente arrogante, tan completamente peligroso…
Él dejó que sus quejas se desvanecieran poco a poco, mientras miraba a su alrededor. ¡La
avenida St. Paul! era bastante famosa por sus grandes casas, ¡pero esto! Cada mansión era
más bonita que la anterior, y la que tenían delante era la mejor de todas. Era enorme, como
salida de una vieja película, una estructura blanca maciza con contraventanas negras. No se
sentía malvada, aunque Sophie le había dicho que la reina de los vampiros vivía allí.
—Creo que deberíamos llamar —dijo Sophie tímidamente, lo que lo sobresaltó como el
infierno. Creía que a ella nada le daba miedo. Pero pensándolo bien, había estado muy
deferente con la bibliotecaria también. Tal vez no estaba acostumbrada a estar cerca de los
de su clase. Tal vez se había mudado a Embarrass por algo más que un nuevo comienzo—.
Sí. Hagamos eso. Toquemos.
—Como quieras —estuvo de acuerdo él.
Cuando se acercaron al amplio y gigantesco porche, la puerta principal se abrió de repente y
un guapo y joven veinteañero salió por ella. Llevaba puesto un uniforme verde de hospital y
una identificación alrededor del cuello con una foto terrible en ella. Su pelo era oscuro y muy
corto, y sus ojos verdes eran claros y amistosos.
—Hola —dijo, haciendo sonar las llaves del coche—. ¿Venís de visita? Entrad. Me quedaría,
ya sabéis, haría las presentaciones educadamente, pero llego tarde y de cualquier modo no
habéis venido a verme a mí. ¿Verdad? Bien. Entonces, adiós.
Bajó rápidamente las escaleras, saludando distraídamente sobre el hombro, y desapareció en
el garaje. Le vieron marchar, desconcertados, luego Sophie se giró y miró a la casa.
—¿Podemos... entrar sin más?
—Supongo que sí —contestó Liam y abrió la puerta principal. Después de ver el exterior de la
casa, estaba algo más preparado para la belleza y opulencia del vestíbulo. Pudo oír voces
que provenían de una gran habitación a su derecha, y giró en esa dirección. Sophie agarró
firmemente su brazo, trayéndole de regreso.
—¿Sophie, qué te pasa?
Ella se mordisqueaba el labio inferior tan fuerte que esperó ver como comenzaba a sangrar. Si
es que podía sangrar.
—Es sólo que… conocí a Nostro. Y era horrendo. Horrible. Y si ella le venció… Pero tenemos
que contarle esto —añadió, pareciendo enderezarse con el orgullo recordado—. Es nuestra...
mi... responsabilidad.
—Bien —dijo él—. Tranquilízate, relájate. Te ves genial, no te preocupes por eso. —Pero lo
hizo. Su pelo café lustroso estaba amontonado en lo alto de su cabeza, sujeto
milagrosamente por una sola horquilla. Llevaba puesto un traje rojo oscuro, medias de tono
ligero, y zapatos negros. Estaba pálida, sin embargo, siempre estaba pálida. Él pensó que
lucía como un millón de dólares. De hecho, cuando la había visto subirse las medias en la
habitación del hotel (no sabía que las chicas todavía usaban medias y ligueros), había sido
incapaz de resistirse a saltar sobre sus huesos otra vez, y habían pasado un rato rodando por
el suelo.
No le había mordido esta vez, explicándole atentamente que todavía estaba satisfecha de la
noche anterior. Sabía que mentía; se daba cuenta por como a cada rato miraba la marca en
su cuello. Pero no la empujó, figurándose que ella tenía otras cosas en mente.
—Tú también tienes buen aspecto —le dijo ella, lo que era como para reírse, porque llevaba
pantalones vaqueros (limpios al menos) y una vieja camisa azul de franela (también limpia).
Bueno, no creía que a la gran reina le importaría mucho lo que llevara puesto.
Agarró la mano de Sophie, asombrado como siempre por su agradable frescura, y
prácticamente la arrastró a la siguiente habitación
—…y lo están haciendo realmente bien, bastante bien, quiero decir todavía matarán y se
comerán al que se les acerque, a cualquier humano quiero decir, pero los mantengo vigilados
y, um, supongo que eso es todo.
La chica que hablaba era más pequeña que Sophie, lo cual era decir bastante. Tenia pelo rojo
y los brazos y piernas más flacos y pálidos que Liam hubiera visto nunca. Llevaba puesta una
falda negra plisada y una blusa blanca, pequeños calcetines blancos y mocasines, parecía
una colegiala. De hecho, probablemente fuera una colegiala. No parecía un día mayor de
quince.
—Muy bien, Alice —dijo una voz profunda. Liam miró, luego miró otra vez. Había creído que
era una esquina oscura, pero había un hombre sentando en un gran sillón, un hombre grande,
alto y espeluznante. Liam quiso darse la vuelta, rápido como un bombero, salir de allí, volver a
la camioneta y regresar a Embarrass, comprobando el espejo retrovisor todo el tiempo—. Otra
vez, debo preguntar si tienes el deseo de dejar tus deberes. Has estado ahí durante varios
meses y...
—Majestad, adoro este trabajo, y tengo el deseo de continuar haciéndolo. Antes lo quería
porque, ya sabe, con el nuevo, uh, régimen, no estaba realmente segura cuál era mi lugar. Así
que creí, ya sabe. Pero ahora… yo... les aprecio —terminó, quedándose con la mirada fija en
sus zapatos.
—¿Ellos? —preguntó el hombre, con clara aversión en su tono.
—Happy, Skippy, Trippy, Sandy, Benny, Clara, Jane, y George —sonrió la chica débilmente—
. George es mi favorito.
—¿Les has puesto nombre?
Liam se preguntó quiénes eran ellos. Chocó con algo, y repentinamente se percató que de
manera totalmente inconsciente, había empezado a retroceder hacia la puerta. Más vale que
me controle. Eran simplemente vampiros, por amor de Dios.
Se obligó a mirar alrededor mientras los vampiros hablaban, arrancando su mirada del tipo
aterrador sentado en la esquina. Había otras tres personas en la habitación; la primera en la
que se fijó fue en una rubia pequeña y hermosa de pie detrás y ligeramente a la izquierda del
sillón del tipo. Aun a través de la habitación, podía ver lo oscuros y bonitos que eran sus
grandes ojos, fijos en la chica. Y era muy pequeña. El tipo parecía completamente ajeno a
ella, pero movía sutilmente la cabeza cuando ella se inclinaba para murmurarle al oído, y
además, Liam tenía la impresión que nadie se movía sin que este tipo lo notara.
Había también un sofá verde oscuro (supuso que algunas revista lo llamarían "verde musgo" o
algo así) en medio de la habitación, y dos mujeres sentadas en él, jugando a las damas. La
más cercana era una guapa chica negra (demonios, nunca había visto a tantas personas
guapas fuera de una película de Hollywood). Era demasiado delgada, con el pelo tan
apretadamente recogido que prácticamente se podía ver su cráneo palpitar, pero su piel era
de un hermoso café oscuro, pero lo que en realidad le gustó, fue que no llevaba en la cara
gran cantidad de mierda.
La otra… la recorrió con la mirada, y luego sus ojos regresaron a ella, como le había pasado
con el hombre.
Era tan mona como el trasero de un insecto, como diría Sophie, (cuando se excitaba, Liam
había notado que mezclaba sus metáforas). Su pelo era rubio, pero mucho más corto que el
de las otras mujeres, y con la luz lanzaba destellos rojizos. Estaba sentada con las piernas
cruzadas, con pantalones cortos color café claro y un suéter azul marino abrochado hasta la
barbilla. Llevaba puestos unos zapatos del color del suéter, de tacón pequeño que enfatizaban
la forma larga y bonita de su pie. Miraba las manos de la otra mujer y balanceaba su pie
mientras esperaba su turno, de vez en cuando echaba una ojeada a sus zapatos y sonreía.
Ella le miró (y, probablemente, a Sophie), y vio que sus ojos eran una mezcla de verde y azul,
el color del océano en una tarjeta postal. Su barbilla era afilada, dándole un aspecto agudo,
parecido a un zorro, y sus pómulos eran altos, enfatizando la hermosura de sus ojos y la
suavidad de su frente. Sintió el extraño deseo de acariciar su frente, que misericordiosamente
se le pasó. Ayudaba mirar a Sophie cada dos por tres.
—Ey —dijo ella casualmente, posando la fuerza completa de su mirada color mar en él, y él
casi se postró de rodillas. Contemplarla se parecía a mirar a la puerta al cielo. Prometía
deleites más allá de los conocidos… ¿pero realmente quieres dejar todo lo que conoces?
—Entonces, de cualquier manera, Sus Majestades —dijo la colegiala—, los Demonios están
muy bien, tan saludables como pueden estar… creo… y ellos...
La rubia espectacular del sofá se levantó tan rápidamente, que realmente no la vio. En un
segundo estaba recostada, a punto de dar jaque, y al siguiente estaba de pie y señalando
(uh—oh) a Sophie, y la pelirroja se encogía lejos de ella.
—¿Qué... —comenzó— hay en … tus zapatos?
Sophie miró hacia sus pies, luego hacia arriba.
—Ah …Vuestra Majestad, mi nombre es Doctora Sophie Tourneau, y él es... permítame que le
presente a mi… uh… mi amigo, el señor Liam...
—En serio. Parece que hubieras pisado... Dios mío, ¿es mierda? ¿Es mierda eso que hay en
tus zapatos?
—Elizabeth —el hombre de la esquina suspiró.
—Oh, chico —dijo la chica negra—. Allá vamos.
—Fueron, uh, un regalo, uh... —Sophie sonaba completamente aturdida y Liam casi sonrió.
¡Los zapatos, hablaban de zapatos, de entre todas las cosas estúpidas! — y yo... soy
veterinaria, um... veterinaria... y a veces me los pongo para trabajar… y… y.
—¿Entonces me estás diciendo que es mierda? —Liam pensó que la rubia iba a
desmayarse—. ¡Jesucristo en un desfile de Semana Santa! —Todo el mundo (excepto él) se
sobresaltó visiblemente—. ¿Cómo has podido... hacerles eso? Quiero decir, por eso Dios hizo
los Zapatos de Saldo. ¿Quieres caminar entre la mierda? Yo... yo... —Se llevó una mano a la
frente, y Liam notó que tenía unas bonitas manos con largos dedos. Las uñas estaban hechas
con, como se llamaban, con las puntas blancas. Manicura francesa—. ¡Simplemente no
puedes... no puedes entrar aquí... vestida así... tus pobres pies...!
—A menos que sea por algo realmente importante. —intervino la mujer detrás del tipo. Era la
primera vez que hablaba lo suficientemente fuerte como para que se la pudiera oir—. Como
estoy segura que es.
—¿No eres francesa? Suenas a francesa. ¿No se supone que las francesas tienen estilo?
—Ajá —dijo la chica negra—.También, los afroamericanos tienen ritmo, y las chicas blancas
no saben bailar. Especialmente tú, chica blanca.
—Tú quédate al margen de esto. —La rubia... seguramente no era la reina, ¿verdad?... De
repente se derrumbó sobre el sofá, casi pateando el juego de damas—. ¡Bueno, no puedo
esperar a escuchar esto! Todo el asunto es estúpido de todas formas, estoy totalmente en
contra de ello.
—Lo sabemos —dijo todo el mundo salvo Liam y Sophie.
—… creo que es, simplemente, tan absolutamente absurdo, pero lo aguanto sin quejarme...
mucho... y a toda esta gente muerta irrumpiendo en mi casa.
—Disculpa —dijo la dama negra, sin levantar la vista del tablero—. Irrumpiendo en mi casa.
—¡Te he dicho que dejes de esgrimir eso sobre mi cabeza! ¿Por dónde diablos iba?
—…y a toda esta gente muertas irrumpiendo en mi casa —dijo Liam servicialmente.
—Bien. ¡Bien! Gracias. Y entran y salen de aquí como si yo fuera el maldito rey Salomón...
¿qué?, ¿no pueden solucionar sus propios problemas?... Y ahora veo como se abusa de unos
zapatos ¡y no puedo soportarlo! —Se lanzó el brazo sobre la cara y cayó en silencio. Al fin.
La boca de Sophie se abría y cerraba como la de un pez, pero no decía nada. Y todos los
vampiros... creía que todos eran vampiros... los miraban fijamente. Salvo el tipo. Él miraba a la
rubia y sonreía, un poco. Así que finalmente Liam tosió y dijo,:
—Bueno, hay un vampiro malo y está matando a chicas en el norte. —Ahora el tipo le estaba
mirando, junto con todos los demás. Hasta la rubia le espiaba bajo el su brazo—. Nosotros, ya
sabéis, creímos que debíais saberlo.
La reina se puso derecha.
—¡Oh, mierda!.
—Sip — estuvo de acuerdo Liam.
9
—¿Qué pasa? —le preguntó Betsy. Era tan alta, que no tuvo que ajustar el asiento,
simplemente el espejo retrovisor—. ¿Habéis tenido una gran pelea, o qué?
—Algo parecido.
—Sé lo que es eso.
—Mmm —contestó él, dudando que tuviera la más remota idea. Era una chica bastante
agradable, y superbonita, pero una persona común como él no tenía mucho en común con la
reina de los vampiros—. Vale.
—Tío, en serio. Se supone que soy la consorte de un tipo que es totalmente arrogante y
engañoso y tiene, como, ochenta agendas ocultas.
—¿Se supone que lo eres?
—Ni siquiera empieces. Es una historia muy larga, y me pone realmente enferma. ¡Pero así es
Sinclair! Sea como sea...
—Tienes algo —señaló a su cuello, donde tres mosquitos estaban dándose un festín.
Suponía... ¿que hacían los mosquitos molestando a los vampiros?
—¿Qué? —Ella se pasó la mano por el lugar equivocado, como hace siempre la gente cuando
se les dice que tienen algo—. ¿Qué? ¿Me lo he quitado?
—Aquí, yo…—Le pasó la mano por el cuello, y se sobresaltó cuando algo le pinchó el dedo.
Bueno, era bastante malo en estas cosas—. ¡Agh, mierda!, ahora me he enganchado con
algo. —Echó la mano hacia atrás, sorprendido al encontrar una cadena de oro enredada en su
dedo, y más sorprendido aún al ver una cruz colgando de la cadena.
—¡Ah, mierda! ¡La cadena se rompió!
—Puedo arreglarla —le dijo, ya que parecía bastante alterada.
—Es sólo que, Sinclair me la regaló. Yo no quería nada… es bonita, ¿verdad?
—Claro. —La miró asombrado… ella era un vampiro, ¿verdad?— Déjame cogerla, y la
arreglaré cuando paremos a pasar la noche.
—Gracias. Pertenecía a su hermana, supongo que es una reliquia familiar. No querría que le
pasara nada, eso es todo. ¿Por cierto, ¿por dónde iba?
—Lo siento —dijo Liam— Pero simplemente tengo que saber algo. ¿Eres un vampiro, verdad?
¿La reina de ellos? ¿Por qué llevas una cruz? ¿Y si Sinclair te la dio…? Supongo que es solo
un cuento de viejas, ¿huh?
—¡Oh, no!, ¡no! —le aseguró, apretando el embrague y pasando a tercera—. Lo siento, no
quería hacerme la misteriosa Bela Lugosi. Hace poco que soy vampiro… sólo algunos meses.
—¿Por eso las cruces no funcionan contigo?
—No, no. Nada funciona conmigo. Las cruces normalmente queman como la mierda a un
vampiro, pero supongo que yo soy especial —dijo sombría, como si no fuera una cosa
buena—. Las cruces no me queman, y el agua bendita me hace estornudar, y las estacas en
el pecho no sirven, pero te seguro que destrozan mi ropa.
—Es una lástima —dijo él, porque tenía que decir algo—. Lo de tu ropa, quiero decir.
—Dímelo a mí. A mi tintorero le da un ataque cuando me paso por ahí en estos días. De
cualquier manera, las cruces quemarían a Sinclair, pero él la obtuvo cuando su hermana
murió, antes de convertirse en vampiro.
—Oh.
—¿Vale? ¿Todo aclarado?
—Uh, claro —dijo, fingiendo que oía cosas así todo el tiempo. Por supuesto, muy poco había
quedado claro. ¿Por qué era esta mujer tan especial? ¿Por qué Eric Sinclair, a quien ella
profesaba antipatía, le daría una reliquia familiar, un símbolo religioso, nada menos? ¿Podía
ser asesinada? ¿Debería ser asesinada?
Supuso que nunca lo sabría, y no estaba seguro de si eso eran buenas o malas noticias.
—¿Ahora por donde iba? ¡Oh, claro!, la capullez de Eric Sinclair.
—Y el asunto del consorte —la animó, metiéndose la gargantilla en el bolsillo.
—Si, se supone que, simplemente debo dejar de lado todas mis dudas y ser su esposa
durante, como, unos años mil años o así. Y nadie puede entender por qué me opongo al
programa. —Se rió, sonando un poco amargada—. Simplemente olvidar todo lo que alguna
vez aprendí y confiar en este tipo que es tan espeluznante, como apuesto.
Hmm. ¿No era eso lo que él esperaba que hiciera Sophie? ¿¿Echar a un lado todo lo que
había aprendido, todo lo que era, porque él era mortal y lo exigía? Tal vez era más problema
suyo que de ella.
—¿Holaaaaa? —estaba diciendo Betsy, agitando una mano ante su cara y conduciendo con
la otra—. Mis labios se mueven, lo educado es fingir oír.
—He oído cada palabra —le aseguró.
***
—Parece que tu tarde ha sido casi tan estresante como la mía.
—Señor, no tiene ni idea. —Le miró y la sorprendió ver una expresión compasiva en su cara—
. Han lanzado muchas cosas sobre mí en las últimas horas, eso es todo. Indudablemente no
voy a aburrirle con eso.
—Estoy interesado —fue todo lo que dijo, así que se encontró contándole la historia
completa… su soledad desde que su amigo había muerto; lo maravilloso que era Liam; como
ella no había sabido que él la amaba en secreto todos esos años; lo maravilloso que era Liam
(cuando no estaba siendo un cerdo fastidioso); como aparentemente aceptaba su naturaleza
vampírica; lo maravilloso que era Liam... todo eso.
—Suena como un problema maravilloso para tener.
—Señor, no es tan simple.
—¿No?
—A veces es… más fácil estar solo.
—Mantener el estado de las cosas, quieres decir.
—Sí.
—Es ciertamente más seguro.
—Sí. —Veía a donde quería llegar él y expresó su mayor miedo—. Es un niño con un
enamoramiento.
—A mi me parece un adulto. También parecía un hombre que sabe lo que quiere.
—Hm.
Habían terminado de investigar el ―Bed and Breakfast‖, el cual estaba libre de invitados, salvo
por una pareja en su luna de miel, actualmente disfrutando el uno del otro tras la puerta
cerrada del dormitorio. Ningún asesino en serie en esa habitación.
Sophie se sintió avergonzada; durante un rato había olvidado que había cosas mucho más
importantes que su vida amorosa. Pero ella y el rey estaban casi a punto de abandonar la
búsqueda. Sus sentidos realzados les habían dicho que el ―Bed and Breakfast‖ estaba
virtualmente desierto, pero siempre era mejor asegurarse.
—Gracias por escuchar —dijo, después de que salieran—. Aprecio su consejo, pensaré
seriamente en lo que ha dicho.
—No he dicho mucho —contestó él suavemente—.Comparado con mi reina, no soy muy
hablador.
—¿Es eso alguna clase de insulto, colega? Porque si quieres empezar, lo haremos. —Betsy
venía atravesando el patio, con Liam a los talones—. Sin suerte en el otro lugar. Esta
completamente lleno, y ninguno es nuestro tipo. Son todas parejas.
—¿Parejas como el asesino con su nueva novia? —preguntó Sophie.
—Naw —dijo Liam—. como parejas jubiladas de vacaciones. ¿Vosotros tuvisteis suerte?
—¿Cómo pudisteis registrar una casa entera, conducir atravesando el pueblo y llegar cuando
nosotros recién acabamos de registrar? —preguntó Sinclair.
—Tío, ¿tú has visto este pueblo? Tiene, como, una milla de largo. ¿Es culpa nuestra que
seamos mucho más eficientes buscando asesinos que vosotros dos? Te lo digo yo, nuestro
tipo no estaba allí.
—Bueno, tampoco está aquí —dijo Sophie—. ¡Maldición! Tendremos que volver y hablar un
poco más con la madre de Shawna, pobrecita. Esperaba que pudiéramos prescindir de ella.
Liam miraba el cartel de madera sobre la puerta principal.
—Éste es ―La Rosa‖. Pero el "Bed and Breakfast ―El Jardín" es el que andamos buscando.
Simplemente asumimos que éste era “El Jardín”, porque es el otro B y B que puedes ver
desde la carretera. Pero…
—Hay otro —dijo Sinclair inmediatamente—. Probablemente llamado “El Lirio” o algo igual de
cursi. Pero ya que tienen el mismo propietario y este dirigen ambos, son considerados un solo
negocio. Comprobamos el que está del otro lado del pueblo, y comprobamos éste, porque son
negocios distintos.
Un viaje rápido al interior para hablar con el dueño confirmó sus sospechas; Había
ciertamente otro Bed and Breakfast llamado “El Jardín”.
—¡Que estúpido! —dijo Liam disgustado—. Deberíamos haberlo comprobado. Nunca asumas
nada, eso es lo que mi madre siempre decía.
—No entiendo —dijo Sophie—. Comprobamos lo dos que hay en la ciudad. ¿De qué estás
hablando?
—Hay tres en la ciudad, y todos bajo el nombre de la empresa “El Jardín”, porque todos son
propiedad de la misma familia. Comprobamos dos de ellos… tú y Sinclair comprobasteis "La
Rosa", Betsy y yo comprobamos "El Tulipán". —Ante su expresión desconcertada, él
continuó—. Son los nombres de las casas individuales, aunque están todos bajo el mismo
nombre de empresa. Pero hay uno más, como dijo el tipo de adentro. Y tendrá otro nombre de
flor, como dijo Sinclair.
—Tiene sentido que nos cueste encontrar al tipo malo —dijo Betsy—. Sé que yo estoy
completamente confundida. Pero si hay otro, hay otro. Vayamos a comprobarlo.
Cinco minutos más tarde, estaban en el acceso de la tercera casa victoriana con nombre de
flor.
—“La Rosa Enamorada” —dijo Sinclair—. Estuve cerca.
—Estamos asumiendo que todavía está aquí — dijo Betsy —.Si fuera yo, hace mucho que me
habría ido.
—No va a ir a ninguna parte —dijo Sophie mientras Sinclair asentía en acuerdo— Con el
entierro, y los reporteros, y todos los dolientes... hay demasiado aquí para él todavía.
—Capullo —comentó Betsy, y esta vez, todo el mundo asintió con la cabeza.
12
—Aclaremos esto. ¿Dibujaste una cruz en el malo con mi cruz? ¿Y se convirtió en polvo y se
fue al Infierno, o dondequiera que vayan los vampiros malos cuando se convierten en polvo?
—Sip.
—Bueno, demonios. ¡Y nos lo perdimos! —Betsy echó más azúcar en su café. Habían venido,
de común acuerdo, al Country Kitchen den la Autopista Seis—. Sin embargo, nosotros
salvamos a Theresa —admitió ella, poniéndose de mejor humor—. Fue bastante guay.
Sinclair uso su mojo. La hizo olvidar que alguna vez había conocido a Caraculo. Y fue buena
cosa, estaba empezando a meter mano a la colección de armas de su padre de una forma
realmente antihigiénica.
—Excelente —dijo Sophie—. Simplemente excelente.
—¡Y arreglaste mi gargantilla! ¿Cómo? ¿Encontraste una joyería abierta toda la noche?
—Tengo algunas herramientas en la camioneta —dijo Liam, pareciendo modesto.
—Gracias otra vez por atraer nuestra atención a este desagradable asunto, Doctora Trudeau
—dijo Sinclair—. De no ser por su escrupulosidad, él podría haber hecho mucho más daño.
Ella sacudió la cabeza.
—Ojalá me hubiera dado cuenta antes.
—Hiciste todo lo que podías. Más de lo que la mayoría de la gente habría hecho —le dijo
Liam, apretándole la mano. Ella le devolvió el apretón, cuidadosamente, y le sonrió—. Oh,
¿Alguna vez te he dicho, que tienes la sonrisa más bonita?
—No. Parece ser una de las tantas cosas que has estado guardando para ti mismo —bromeó
ella.
—Ya no más.
—Yo también tengo cosas que contarte —admitió ella—. Muchas cosas.
—Bueno, tenemos tiempo en abundancia ahora. Podemos contárnoslo todo el uno al otro.
—No puedo esperar. Liam, yo... yo no creo que seas un niño con un enamoramiento.
—Creo que eso será lo más cercano a ―yo también te amo‖ que vas a lograr —dijo Sinclair.
—En serio. Tíos. Estamos justo aquí. —Betsy ondeó la mano a través de la mesa—. Quiero
decir, no vais a seguir poniéndoos ojitos, ¿verdad? ¡Conseguíos una habitación!
—Ya lo hemos hecho. Y será mejor que nos demos prisa, o mi nueva novia se convertirá en
humo como ese pequeño capullo.
—Horrible pensamiento. Doctora Trudeau. —Sinclair inclinó la cabeza hacia ella, y ella se
puso en pie junto al reservado y le hizo una pequeña reverencia. Liam se deslizó detrás de
ella—. Liam. —Como él no era un súbdito, el rey estrechó su mano—. Gracias otra vez.
—Fue un placer conoceros —dijo Betsy, estrechando sus manos. Sophie comenzó a
inclinarse ante ella, luego cambió de opinión (una mirada furiosa la advirtió oportunamente)—.
Gracias por resolverlo, perseguir al tipo malo, y matarlo. Estoy intentando entender para que
nos necesitabais —bromeó.
—Es bonito hacer nuevos amigos —contestó ella, sonriendo tímidamente a la reina—. He
estado sola durante bastante tiempo, pero fue mi decisión… una mala, ahora que lo pienso.
—Si, bueno, encantada de conocerte.
Sophie miraba a la nueva reina con una expresión pensativa.
—Evitaba este área cuando Nostro estaba en el poder, pero ahora las cosas parecen ser muy
diferentes. Me gustaría seguir en contacto.
—Nada nos complacería más —dijo Sinclair—. Buenas noches.
—Una cosa más —dijo Liam, cuando él y Sophie volvían a la camioneta—. Ya que estoy
contándote mis más oscuros y profundos secretos, tengo otro.
—¿Si?
— Odio a los gatos.
Ella se rió.
—Se serio.
—Sophie. Los odio. Por eso es no tengo ninguno.
—¡Tienes una docena!
— Bueno, no son míos. Sólo los alimento y los cuido.
—Creía que adorabas a los gatos —dijo ella, confundida—. Siempre me los traes y... ¡oh!
—Sí.
—¡Oh!
—Ajá. Ya ves, no eres tan lista como crees.
—Supongo que no —admitió ella, se rió, y le besó.