You are on page 1of 6

02-007-352

6 Copias
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ANTIGUA
1er. cuatrimestre 2016 (HFA- Marcos)
SELECCIÓN DE TEXTOS PREPLATÓNICOS (APÉNDICE)
Profesor Esteban Bieda

1. Platón, Apología de Sócrates 17a-18a


(17a) No sé, señores atenienses, lo que ustedes han padecido a manos de mis
acusadores. Yo, por mi parte, casi me olvidé de mí mismo a causa de ellos; tan
persuasivamente hablaron. Y sin embargo, por decirlo de algún modo, no dijeron nada
verdadero. Ahora bien, entre tales cosas me asombró especialmente una de las
muchas que falsearon, a saber: donde decían como que era necesario que se cuidaran
de ser engañados por mí, como si yo fuese hábil para hablar. (17b) Entonces, que no
se avergüencen porque en breve los refutaré en los hechos –cuando me revele como
alguien en absoluto hábil para hablar–, eso me parece que es lo más desvergonzado de
todo. A no ser que estos llamen “hábil para hablar” al que dice cosas verdaderas, pues
si dicen eso, yo mismo convendría en que soy un orador, <aunque> no al modo de
ellos. Ellos, como digo, han dicho poco o nada verdadero; de mí, en cambio, ustedes
escucharán toda la verdad. Desde ya, por Zeus, que no <escucharán>, señores
atenienses, discursos embellecidos (17c) con frases y palabras como los de ellos, ni
tampoco <discursos> especialmente ordenados, sino cosas dichas espontáneamente,
con palabras al azar –pues confío en que las cosas que digo son justas–; ninguno de
ustedes espere algo distinto <a este modo de hablar>. Tampoco convendría, sin duda,
que viniera yo hasta ustedes, a esta edad, como un muchacho que modela palabras.
Por cierto, señores atenienses, lo que más necesito y ruego de ustedes es esto: que si
acaso me escucharan defendiéndome con los mismos discursos mediante los cuales
acostumbro hablar también en el ágora junto a las mesas <de los cambistas> –donde
muchos de ustedes <me> han escuchado, al igual que en otros lugares–, ni se
asombren ni se alboroten por ello, pues <el asunto> es este: (17d) me presento ahora
por vez primera ante un tribunal, a los setenta años de edad. Soy, por lo tanto, una
especie de extranjero del lenguaje de aquí. Ahora bien, de igual modo que, si fuese
realmente un extranjero, ustedes sin duda me perdonarían si hablara en el dialecto y
modo en los que habría sido instruido, (18a) así también ahora necesito de ustedes
esto que, según me parece, es justo: que concedan el tipo de lenguaje <que suelo
utilizar> –tanto si fuese peor como si fuese mejor– y examinen y le presten atención a
esto: si digo cosas justas o no. Esta misma es, en efecto, la virtud del juez, mientras
que la del orador es decir cosas verdaderas.

2. Platón, Critón 48d-50a

SÓCR.– Examinémoslo en común, buen amigo, y si quieres objetar algo mientras yo


hablo (48e), objétalo y yo te obedeceré. Pero si no, bienaventurado, deja ya de
decirme siempre el mismo discurso: que es necesario que yo salga de aquí en contra
de la voluntad de los atenienses. Pues yo tengo una gran estima por hacer estas cosas
tras haberte persuadido, pero no contra tu voluntad. Mira, entonces, si para ti el
principio del examen está suficientemente planteado e (49a) intenta responder a lo
preguntado con lo que creas más fehacientemente. […]. Entonces, no se debe

1
responder con una injusticia a ningún hombre que haga el mal, sin importar aquello
que se padezca a manos de él. (49d) Pero fíjate bien, Critón, si concedes estas cosas,
de modo que no acuerdes nada en contra de tu opinión. Pues sé que a unos pocos les
parecen y parecerán bien estas cosas. Ciertamente, no existe una resolución común
para quienes han pensado que estas cosas son así y para quienes no, sino que es
necesidad que se desprecien recíprocamente cuando ven las resoluciones de los otros.
Por lo tanto, examina muy bien, también tú, si acaso compartes esa opinión y si te
parece que está bien. Comencemos entonces resolviendo que no es en absoluto
correcto cometer injusticia, ni responder con una injusticia, ni, cuando se ha padecido
un mal, defenderse devolviendo otro mal. ¿O te apartas y no compartes este principio?
(49e) Pues a mí me parece que es así, antes y todavía ahora; si a ti te ha parecido que
es de otro modo, dilo e instrúyeme. Pero si permaneces en lo anterior, escucha lo que
viene a continuación.
CRIT.– Permanezco y me parece como a ti. Habla, pues.
SÓCR.– Digo, entonces, lo que viene a continuación; más bien pregunto: ¿acaso hay
que hacer las cosas que una persona ha acordado con otra que son justas o se la debe
engañar?
CRIT.– Hay que hacerlas.
SÓCR.– A raíz de esto, observa <lo que sigue>. Al salir nosotros de aquí sin haber
persuadido a la ciudad (50a), ¿hacemos el mal a algunos –a quienes por cierto menos
se debe <dañar>–, o no? ¿Permanecemos en las cosas que acordamos que eran justas
o no?
CRIT.– No puedo responder lo que preguntas, Sócrates, pues no entiendo.
SÓCR.– Examínalo de esta manera.

3. Platón, Apología de Sócrates 25d-e

– (25d) Muy bien. Entonces me llevas a juicio como si yo corrompiera a los jóvenes y
los hiciera peores pero, ¿afirmas que lo hago voluntaria o involuntariamente?
– Por mi parte, digo que lo haces voluntariamente.
– ¿Entonces qué, Meleto? ¿Tú, con tu edad, eres tanto más sabio que yo, con la mía,
como para saber que los malos siempre hacen algo malo a los que tienen más cerca de
ellos mismos (25e) y los buenos hacen algo bueno, pero yo he alcanzado tanta
ignorancia como para desconocer que, si hiciera malvado a alguno de los que
conviven conmigo, correré el peligro de recibir un mal por parte de él, de modo que
<sería posible afirmar>, como tú dices, que hago semejante mal voluntariamente? En
esto no me persuades, Meleto, y creo que tampoco <persuades> a ningún otro
hombre. Más bien, o no corrompo <a los jóvenes> o, si los corrompo, lo hago
involuntariamente, de modo que en ambos casos tú mientes. (26a) Y si los corrompo
involuntariamente, la ley no consiste en llevar a juicio por tal clase de errores, sino en
enseñar y reprender en privado, tras atraparlo, <a quien se equivocó>. Es evidente
que, si aprendiera, dejaría de hacer aquello que hago involuntariamente. Tú evitaste
asistirme y enseñarme, no quisiste hacerlo; por el contrario, me traes aquí, donde es
ley traer a quienes necesitan un castigo, y no aprendizaje.
Ciertamente, señores atenienses, ya es claro eso que decía: que a Meleto jamás le
preocuparon estas cosas, ni mucho ni poco.

4. Platón, Apología de Sócrates 27a-b

2
– Según me parece, Meleto, no eres confiable ni siquiera para ti mismo. Pues creo,
señores atenienses, que este de aquí es altamente insolente e indisciplinado, y que
redactó estos cargos sin más a causa de su insolencia, indisciplina y juventud. (27a)
Se parece <a alguien> que hace juicio componiendo algo así como un enigma:
“¿acaso llegará a ser consciente Sócrates, el sabio, de que yo bromeo y me contradigo,
o lo engañaré tanto a él como a los otros que nos escuchan?”. Me parece, en efecto,
que se contradice a sí mismo en los cargos, como si dijera: “Sócrates comete un delito
no creyendo en los dioses, pero creyendo en los dioses”. Y, por cierto, esto es propio
de quien está jugando.
Ahora examinen junto <conmigo>, señores, por qué me parece que dice tales cosas.
Tú, Meleto, respóndenos; y ustedes recuerden (27b) no hacer alboroto contra mí –
cosa que les rogué desde el principio–, si acaso construyo los discursos del modo que
acostumbro.
– ¿Hay alguien, cualquiera sea, Meleto, que crea que existen asuntos humanos, pero
no hombres?
– ...
– ¡Que responda, señores, y que no alborote con una y otra cosa cada vez!

5. Platón, Apología de Sócrates 34b-35c

(34b) SÓCR.– Muy bien, entonces, señores. Estas son, más o menos, las cosas con las
cuales podría defenderme, estas y quizás otras semejantes. Tal vez alguno de ustedes
pueda irritarse al recordar su propia conducta <ante un tribunal> si, (34c) al entablar
una contienda judicial incluso menor que esta contienda <mía>, pidió y suplicó a los
jueces con un mar de lágrimas, tras hacer subir al estrado a sus propios hijos –y a
muchos otros familiares y amigos– para generar la mayor compasión posible. En
cambio yo, para su sorpresa, no haré nada de eso, incluso cuando, como podría
parecer, corro el peligro más extremo […]. A menudo he visto a algunos hombres
sobre los que pesa una buena reputación que, cuando son juzgados, obran de manera
asombrosa por creer que padecerán algo terrible si mueren […]. Pero más allá de este
tema de la reputación, señores, (35c) tampoco me parece que sea justo suplicar al juez
ni escapar <de la condena> suplicando; por el contrario, <lo justo es> instruirlo y
persuadirlo. Pues el juez no está sentado allí para impartir justicia como un favor, sino
para juzgar las cosas, y no ha jurado complacer a quienes le parezca, sino dictar
sentencia conforme las leyes.

6. Platón, Apología de Sócrates 30b-c

– Señores atenienses, obedezcan a Ánito o no <lo hagan>, pónganme en libertad o no


me pongan en libertad; de cualquier modo, yo no podría hacer otra cosa (30c), ni
siquiera si fuera a morir muchas veces.

(Se generan disturbios en el tribunal)

No hagan alboroto, señores atenienses; más bien aténganse a las cosas que les pedí:
no alborotar por lo que pudiera decir, sino escuchar. Pues ciertamente, según creo, se
beneficiarán si me escuchan. Les diré algunas otras cosas por las cuales quizá se
pondrán a gritar, pero de ningún modo hagan eso, pues, sépanlo bien, si acaso me
mataran por ser yo tal como les digo que soy, no me dañarán más a mí que a ustedes
mismos.

3
7. Platón, Critón 46a-d

CRIT.– Delibera, aunque ya no sea momento de deliberar, sino de tomar <una


decisión> ya deliberada. Hay, sin embargo, una sola deliberación <posible>, pues es
necesario que esta noche todo quede resuelto. Si todavía esperamos aquí, ya no habrá
capacidad ni posibilidad <de resolverlo>. De cualquier modo, Sócrates, obedéceme y
en absoluto obres de otro modo.

SÓCR.– (46b) Querido Critón, tu buena voluntad sería altamente estimable si viniera
acompañada de alguna corrección, pero si no, cuanto mayor sea <tu buena voluntad>,
tanto más dificultosa <resultará>. Es necesario, por lo tanto, que examinemos si se
deben hacer tales cosas o no. Yo –no ahora por vez primera, sino siempre– soy tal
que, de las cosas que nos pertenecen, no obedezco a ninguna otra que no sea el
argumento que, tras razonar, me parezca mejor1. Ahora, por el hecho de que me ha
tocado esta suerte, no puedo tirar por la borda los argumentos que sostenía en el
pasado, sino que me parecen casi semejantes (46c), los honro y los estimo como lo
hacía antes. Si en el presente no es posible decir algo mejor que tales argumentos,
sabe bien que no estaré de acuerdo contigo, ni siquiera si el poder de la mayoría nos
asustara como a niños con más monstruos que los de ahora, enviándonos prisiones,
muertes y privaciones de riquezas. ¿Cómo podríamos, entonces, examinar tales cosas
lo más equitativamente posible? <Lo haremos> si en primer lugar retomamos ese
argumento que tú decías a propósito de las opiniones <de la mayoría> (46d). ¿Acaso
decíamos correctamente, en cada ocasión, que es necesario prestar atención a algunas
opiniones y a otras no? ¿O estaba bien dicho antes de que yo debiera morir pero ahora
se volvió evidentísimo que lo decíamos en vano, por el mero hecho de <pronunciar>
un argumento, y que en verdad era un juego y un sinsentido? Por mi parte, Critón,
deseo examinar en común contigo si <tal argumento> me parece en algún sentido
distinto por estar en esta situación, o si me parece el mismo, y si renunciaremos a él o
le obedeceremos.

8. Platón, Critón 51a-52a

SÓCR.– (hablan las leyes de Atenas). ¿Eres así de sabio como para que te pase
inadvertido que la patria es algo más honroso que la madre, el padre y absolutamente
todos los demás antepasados, (51b) y también algo más venerable, sagrado y digno de
respeto tanto por parte de los dioses como de los hombres con inteligencia; y que hay
que venerarla, ceder ante ella y halagarla más que a un padre, si está enojada, y
persuadirla o hacer lo que ella ordena? […] Tanto en la guerra, como en el tribunal,
como en todos lados hay que hacer lo que la ciudad –es decir: la patria– ordene, o
bien persuadirla de lo naturalmente justo. […] (51e) Y también afirmamos que el que
no obedezca comete una triple injusticia: <en primer lugar> porque, habiéndole dado
la existencia, no nos obedece; <en segundo lugar> porque, habiéndolo alimentado,
<no nos obedece>; y <en tercer lugar> porque, habiendo acordado con nosotras que

1
Nótese que se trata de cierto razonamiento o silogismo práctico en la medida en que obedecerlo
compromete un comportamiento determinado (cf. 46b3: eíte taûta praktéon eíte mé). Así, de esas
“cosas que nos pertenecen” –probablemente el alma y el cuerpo–, Sócrates se inclinaría por los
mandatos de aquello en nosotros capaz de razonar: el alma. Este modo de obrar que supone la verdad
de determinado lógos conforme al cual se toman las decisiones posteriores se asemeja sensiblemente al
así llamado “método hipotético” expuesto en el Fedón 100a ss.

4
iba a obedecernos, ni obedece ni nos persuade si no hacemos bien alguna cosa, (52a)
aun cuando no proponemos ni establecemos de un modo violento hacer lo que
ordenáramos, sino que permitimos una de dos opciones: o persuadirnos o hacer <lo
que ordenamos>, y <aquel que no obedece> no hace ninguna de las dos cosas.

9. Platón, Gorgias 487e; 506a

SÓCR.– Evidentemente, sobre estas cuestiones la situación está ahora así. Si en la


conversación tú estás de acuerdo conmigo en algún punto, este punto habrá quedado
ya suficientemente probado por ti y por mí, y ya no será preciso someterlo a otra
prueba. En efecto, jamás lo aceptarías ni por falta de sabiduría, ni porque sientas
execsiva vergüenza, ni tampoco lo aceptarías intentando engañarme, pues eres amigo
mismo, como tú mismo dices. Por consiguiente, la conformidad de mi opinión con la
tuya será ya, realmente, el fin de la verdad.
[…]
Voy a continuar según mi modo de pensar; pero si a alguno de vosotros le parece que
yo me concedo lo que no es verdadero, debe tomar la palabra y refutarme. Tampoco
yo hablo con la certeza de que es verdad lo que digo, sino que investigo juntamente
con vosotros.

10. Aristófanes, Nubes 112-118.

Estrep.– Cuentan que entre ellos se encuentran los dos razonamientos, el bueno,
cualquiera sea, y el malo. Y cuentan que uno de estos dos, el malo, es capaz de
triunfar mediante argumentos en las causas injustas. Por lo tanto, si me hicieras el
favor de aprenderte este razonamiento injusto, del dinero que debo por culpa tuya no
tendría que devolver ni un óbolo a nadie.

11. Aristófanes, Nubes 112-117.

Discurso bueno.– Te haré perecer.


Discurso malo.– ¿Y cómo lo harás?
Discurso bueno.– Diré cosas justas.
Discurso malo.– En mis réplicas las demoleré. Afirmo incluso que no existe Dike.
¿Cómo entonces Zeus, si Dike existe, no pereció, él que a su propio padre encadenó?

12. Aristófanes, Nubes 899-906; 1037-1042; 1075-1083.

Discurso bueno.– Ten confianza, muchacho, y escógeme a mí. Aprenderás a odiar el


ágora y a mantenerte a distancia de las casas de baños, a sentir vergüenza ante aquello
que lo merece […]. Pasarás tu tiempo en los gimnasios, luciendo un aspecto
espléndido y floreciente, y no parloteando en el ágora sobre espinosas extravagancias,
como los jóvenes de hoy, ni permitiendo que te arrastren al tribunal por algún
asuntillo propio de granujas maestros de la querella y la sutileza.
[…]
Discurso malo.– Por ello mismo me llamaron el discurso malo, porque fui el primero
que pensó en rebatir con razones opuestas a las leyes y la justicia. Y esto de abrazar
las causas más débiles y salir victorioso vale no menos de diez mil estateras. […].
Supón que has dado un traspiés: te enamoraste, cometiste adulterio y te pescaron.

5
Estás perdido, pues eres incapaz de articular palabra. En cambio, si frecuentas mi
compañía, puedes dar rienda suelta a tus inclinaciones: salta, ríe, no te avergüences de
nada. Y si se da el caso de que te agarran en flagrante adulterio, le replicarás al
marido que no has hecho nada malo: no dejes de referirte a Zeus, diciendo que
también él sucumbe al amor y a las mujeres. ¿Y cómo tú, siendo un simple mortal,
podrías ser más fuerte que un dios?

Fuentes
Las traducciones de Apología de Sócrates y Critón son de Esteban Bieda, Buenos
Aires, Winograd, 2014.
La traducción del Gorgias es de J. Calonge, Madrid, Gredos, 2000.
La traducción de Nubes es de F. Rodríguez Adrados, Madrid, Cátedra, 1995.

You might also like