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EL PAPEL DE DIOS EN LA FILOSOFÍA DE DESCARTES:

La beatitud divina alcanzada por la razón humana.

Marlon Alfredo Tello Cáceres

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Facultad de Letras y Ciencias Humanas

Escuela Académico Profesional de Filosofía

Lima, Perú

Noviembre del 2017


Resumen:

En esta monografía, se examina la filosofía cartesiana contrastándola con su noción de


Dios como un ente regulativo, en tanto que se admite su existencia necesaria a partir de
la existencia del yo, para destacar el papel de Dios como autoridad y guía para indagar la
verdad rigurosa y seriamente. Se muestra que para llegar el camino usado que conduce a
la existencia de Dios, es necesario elaborar un análisis riguroso de las opiniones
anteriores, a través de un proceso de remoción mediante la duda metódica,
“convencionalmente exaltada”, indicando las opiniones que son oscuras y confusas, y
coaccionando a aceptar las opiniones que son verdaderas llegando a expresar la existencia
del yo como cosa pensante. Esta metodología filosófica, se presentará arbitrariamente
bajo el modelo de un gran argumento deductivo que permite destacar los elementos
neurálgicos en el filosofar cartesiano: principio, método y finalidad. Además, se expondrá
las vías por las cuales se admite la existencia de Dios resaltando las demostraciones de
las “Meditaciones Metafísicas” (tercera y quinta) se expondrán por el nombre de vías: de
las ideas, de la heterogeneidad, de la inseparabilidad, y el desempeño que realiza como
garante ontológico de las verdades eternas. Finalmente se resaltará a partir de los
elementos ya señalados y del papel de Dios como garante epistemológico, de las verdades
cognoscibles por el hombre y en general del mundo, que la actividad del filósofo que es
el filosofar bien, esto es, indagar la verdad siguiendo el procedimiento riguroso de la
dudad metódica, está ligada única y exclusivamente a la dependencia ontológica del yo y
a la dependencia ontológica del mundo, con Dios.
INDICE

1. INTRODUCCIÓN.

2. LA FILOSOFÍA DE DESCARTES.
2.1 Método.
2.2 Principios.
2.3 Finalidad.

3. EL DIOS DE DESCARTES.
3.1 Demostración de su existencia a partir de tres vías.
3.1.1. La vía de las ideas: entre existencia formal y
objetiva.
3.1.2. La vía de la heterogeneidad: ser finito y ser
infinito.
3.1.3. La vía de la inseparabilidad: esencia y existencia
3.2 La función de Dios como garante epistemológico.

4. El PAPEL DE DIOS EN LA FILOSOFÍA CARTESIANA.


4.1 Garantía ontológica de las verdades eternas.
4.2 La búsqueda de la verdad es dependiente de la
existencia de Dios.

5. BIBLOGRAFÍA.
1. INTRODUCCIÓN.
Al empezar la reconstrucción general de los cimientos de la nueva ciencia. El espíritu
cartesiano, pasará a revisar las opiniones y creencias que anteriormente había creído a fin
de establecer eficazmente las bases para una nueva comprensión del mundo, se esfuerza
por crear un edificio sólido tan rígido que soporte todo intento de destrucción, en el cual
no haya ningún motivo de duda ni de desconfianza. Mostrando síntomas de un ánimo
optimista, que tiene confianza en sí mismo engendrado por el progreso de las ciencias, y
con el fin de no cometer ningún riesgo en su reconstrucción, se aseguró de que las bases
no puedan combinarse con los supuestos previamente creídos, pues no habían
representado ningún desarrollo para la nueva ciencia sino que más bien significaban el
atraso científico.

Galileo y Kepler habían dicho que la estructura del mundo es una estructura
esencialmente matemática, y que el hombre podía traspasar la figura del mundo, que
anteriormente había sido descrita por la tradición aristotélica en relaciones cualitativas
bajo las categorías de sustancia y accidente, hacia una nueva que era entendida
armónicamente matemática a través del pensamiento matemático. Descartes
profundamente influido por estas ideas, admite la insuficiencia de los saberes
tradicionales desarrollados por la tradición escolástica, y de alguna forma intentará
armonizar su sistema filosófico con los nuevos saberes obtenidos por la ciencia.

Uno de estos saberes era la lógica que hasta ese momento no se había encargado sino de
servir de ayuda para la verdad no para conquistarla, le reconoce un valor didáctico y
pedagógico pero le niega un valor fundacional: “Y, sin embargo, no por ello condenamos
aquella manera de filosofar que otros han seguido hasta ahora, ni las máquinas de guerra
de los silogismos probables de los escolásticos, tan apropiadas para las disputas: en
verdad, ejercitan los espíritus de los jóvenes y los promueven con cierta emulación; y es
mucho mejor instruirlos en tales opiniones, aunque parezcan inciertas, ya que son
discutidas entre los eruditos, que si se los deja libres y abandonados a sí mismos. Pues
quizá sin guía se encaminarían al abismo; pero mientras continúen sobre las huelas de sus
predecesores, aunque alguna vez se aparten de la verdad, sin embargo emprenderán
ciertamente un camino más seguro, por lo menos en el sentido de que ha sido ya
experimentado por otros más prudentes.”(Descartes, 2003, p. 72-73). De este modo,
advierte la falta de un método por el que se establezca un orden, y al mismo tiempo,
constituya un instrumento cuyo valor fundacional sea eficaz.

Además de la lógica tradicional, se refiere, de modo similar, de la geometría y aritmética


tradicionales, pues aunque admire el rigor presente en ellas, critica que no están
encaminadas a indagar la verdad de manera seria y rigurosa ya que no presentan en su
elaboración una dirección metodológica clara. Pero es de resaltar aquí, que el carácter de
la geometría y aritmética tradicional estriba en que “se ocupan de un objeto de tal modo
puro y simple” (Descartes, 2003, p. 75) y que “[únicamente] que aquellos que buscan el
recto camino de la verdad no deben ocuparse de ningún objeto del que no pueda tener
certeza igual a la de las demostraciones aritméticas y geométricas” (Descartes, 2003, p.
76). La aritmética y la geometría, modelo del quehacer filosófico para cualquier espíritu,
poseen un valor instructivo y heurístico para la investigación, pues aportarán al espíritu
la certeza en la ciencia. Y con esto, consigue deshacerse de los molestos ecos del
escepticismo que resonaban fuertemente durante la crisis pirrónica.

Los nuevos principios, debían ser evidentes e indudables. Para ello, Descartes uso la
llamada “duda metódica”, pues conforme a las exigencias de su época su saber debía
reflejar el ferviente optimismo del hombre por la nueva ciencia. Empieza a dudar de todas
las cosas y considera falsas todas aquellas que presentan motivo de duda. Quiere suprimir
de su espíritu, de este modo, aquellas opiniones y falsas creencias que se habían
apoderado de él amenazando con ocultarle la verdad. Como por ejemplo, la idea de que
todo saber proviene de los sentidos y que todo lo que proviene de ellos se debe considerar
como fuente fiable del conocimiento humano.

En el proyecto filosófico cartesiano encontramos que hay un vínculo estrecho entre


método, física y metafísica; siendo la metafísica el saber más importante dentro de los
saberes que hay en total. La metafísica cartesiana, apareció en el momento más oportuno
para gestar el desarrollo científico a través de prescripciones ontológicas pues dice de qué
y cómo está hecho el mundo que han sido establecidas a través de una búsqueda del
espíritu haciendo uso de la duda metódica, cuyo carácter metódico es de gran relevancia
ya que “se trata, en realidad, de un proceso dubitativo impregnado de un intencionalidad
dogmática” (Quispe, 1996, p.294).

A través de la duda, llegará a otorgar relevancia fundamental en su filosofía la existencia


del yo. Un yo que es expresado a través de la famosa fórmula “pienso, luego existo” que
da no solo un primera verdad carente de duda, sino también el punto inicial de su sistema
filosófico pues se presenta como la primera certeza fundamental del pensamiento
cartesiano, confiriéndole una base sólida para la edificación de su nuevo saber ya que es
absolutamente verdadera y resiste todo intento duda. La verdad fundamental del yo se
asienta sobre un criterio de verdad que consiste en la claridad y la distinción, esto es, la
evidencia. La realidad pensante del yo y todo lo que existe como contenido de su
pensamiento es afirmada categóricamente.

Aún con todo esto, se podría destacar el aspecto metodológico de la filosofía cartesiana o
tal vez priorizar sobre todo lo demás el momento de la duda como parte esencial de su
aspecto metodológico. Estos dos elementos, si bien son aspectos considerados a tomar en
cuenta, no hallan más que su razón de ser en el yo consciente en un principio de sus
restricciones, que lo constreñían a adoptar ya sea por costumbre o por tradición
convicciones científicas y filosóficas, que se presentaban al espíritu, carentes de solidez
y no otorgaban seguridad alguna.

Ya sabemos la posición de Descartes con respecto a los saberes tradicionales, en especial


de la lógica y de las matemáticas: geometría y aritmética, no se limita a rechazarlas del
todo sino que rescata lo valioso de ellas para la investigación filosófica. Resultado de
esto, es el método y la duda; pero ambos están sostenidos en una preocupación radical, a
saber, en qué consiste la verdad de todas las cosas cognoscibles no es el yo ni mucho
menos la existencia de Dios. Las verdades del yo y de la existencia de Dios son un motivo
circunstancial para saber cómo está estructurado el mundo, pero no por eso sin ninguna
relevancia. El no restringe la filosofía a ella misma ni la ciencia a ella misma, sino que
apertura un nexo que une a ambas teniendo en común el conocimiento de la totalidad de
lo real.

La necesidad epistémica lo obliga a poner en claro los principios bajo los cuales sea
posible desarrollar un conocimiento seguro de la realidad. Producto de ésta son la
existencia del yo y de Dios. El yo es la primera verdad, pero él a su vez se sostiene sobre
otro ser al cual debe su existencia y debe la causa de ser de sus ideas. Dios es la base del
yo, el yo no encuentra en ningún otro ser alguna razón de su soporte tanto ontológico
como epistemológico. Solo sobre la existencia de Dios, es posible la creación de un nuevo
saber alejado del tradicional y, en ese sentido, de un nuevo edificio filosófico; a la cual
se llegó mediante un espíritu atento haciendo uso de la razón y nada más de la razón
2. LA FILOSOFÍA DE DESCARTES.
En el filosofar de Descartes están implicados una serie de procedimientos que el espíritu
humano debe realizar en favor de la búsqueda de la verdad de las cosas cognoscibles;
pues según reza la regla I de la “Reglas para la dirección del espíritu”: “el fin de los
estudios debe ser la dirección del espíritu para que emita juicios sólidos y verdaderos de
todo lo que se presente” (Descartes, 2003, p. 63). El resultado es la ciencia; ésta se erige
como un conocimiento cierto y evidente mediada por un una serie de reglas que
obligatoriamente el investigador debe aceptar a fin de erigir un sistema por el cual obtenga
conceptos claros y distintos.

Hacer filosofía es hacer ciencia, es postular principios de la totalidad de la realidad


cognoscible; es una disposición adquirida por el uso de preceptos que re-organizan y
direccionan el saber hacia lo cierto y evidente.

En consecuencia, la filosofía se articula, bajo el punto de vista de ella misma, como el


producto de seguir ciertos preceptos con determinada orientación y metodología propia.
Por ello es necesario desde el arranque, explicitar y destacar la importancia de los
momentos del filosofar cartesiano, presentando, en relación al orden temporal de la
reflexión cartesiana: su método, sus principios y su finalidad.

2.1 Metodo.
Coloca Descartes, en primer término, la evidencia como criterio de verdad, es decir, que
a partir de ella se puede determinar cuándo un juicio es verdadero o falso. Todo objeto es
aceptable como verdadero en la medida de que se sabe con evidencia lo que es. La
evidencia es definida mediante dos características esenciales: la claridad y distinción.

Se entiende como clara toda aquella percepción que “está presente y manifiesta para una
mente atenta, de la misma manera que decimos que vemos claramente aquello que
miramos, y que está presente ante nuestros ojo afectándolos con suficiente intensidad” y
por distinta toda aquella “a la que, además de ser clara, es de tal modo precisa y separada
de todas las demás, que no contiene más que lo que es claro” (Descartes, 1989, p.50).
Dicho de otro modo, una idea es clara cuando está separada y no se la confunde con las
demás ideas, y es distinta cuando sus partes están separadas de tal modo que se encuentran
separadas entre sí, esto es, la idea posee claridad interior. Una idea puede ser clara sin ser
distinta, mas no puede ser distinta sin ser, al mismo tiempo, clara. Lo opuesto a una idea
clara es una idea oscura, y lo contrario de una idea distinta es una idea confusa.

La evidencia es el criterio de verdad que caracteriza a todo conocimiento científico pues


como reza la regla II de las “Reglas para la conducción del espíritu”: “conviene ocuparse
tan solo de aquello objetos, sobre los que nuestros espíritus parezcan ser suficientes para
obtener un conocimiento cierto e indudable” (Descartes, 2003, p.69), y se opone tanto a
lo probable como a lo verosímil. Y mediante esta regla se rechaza “todos aquellos
conocimientos tan solo probables” y se establece “que no se debe dar asentimiento sino a
los perfectamente conocidos y de los que no puede dudarse” (Descartes, 2003, p.70). Para
este fin se establecen ciertos procedimientos metódicos que permitan asentir a objetos
que son evidentes y sobre los que es posible el conocimiento científico.

Frente a esas exigencias, Descartes delimita la noción de método: “entiendo por método
reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará
nunca nada falso por verdadero, y no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente,
sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de
todo aquello que es capaz” (Descartes, 2003, p.84). Ya que al examinar los conocimientos
tradicionales que él había estudiado, cuando era más joven, esto es la lógica y la
matemática tradicional que eran la geometría y el álgebra; se percató de que, a pesar de
contribuir al propósito general de la investigación científica, tenían defectos pues con
respecto a la lógica afirmaba que “sus silogismos y la mayor parte de las demás
instrucciones que da, más sirven para explicar a otros las cosas ya sabidas o incluso, como
el arte de Lulio, para hablar sin juicio de las que se ignoran que para aprenderlas. Y si
bien contiene, en efecto, muchos buenos y verdaderos preceptos, hay, sin embargo,
mezclados con ellos, tantos otros nocivos o superfluos que separarlos es casi tan difícil
como sacar una Diana o un Minerva de un mármol no trabajado”, y con respecto a las
matemáticas tanto a las antiguas y al álgebra de los modernos: “aparte de que no se
refieren sino a muy abstractas materias que no parecen ser de ningún uso, el primero está
siempre tan constreñido a considerar las figuras que no puede ejercitar el entendimiento
sin fatigar en mucho la imaginación, y en la última hay que sujetarse tanto a ciertas reglas
y cifras que se ha hecho de ella un arte confuso y oscuro, bueno para enredar el espíritu,
en lugar de una ciencia que lo cultive” (Descartes, 1989, p.82).
Descartes consideró necesario buscar un método que reuniera lo mejor de aquellos
saberes, retirando todo lo defectuoso que hay en éstos. Evitando la multiplicidad de
preceptos puesto que se procedería de una manera confusa, y ese no es el caso porque se
busca la distinción y por ende, el conocimiento evidente de las cosas. Para esto,
desarrollará cuatro reglas:

La primera regla, que constituye el punto de partida para el filosofar cartesiano, es


conocida como la regla de la evidencia, que dice: “No admitir jamás como verdadera cosa
alguna sin conocer con evidencias que lo era; es decir evitar cuidadosamente la
precipitación y la prevención y no comprender, en los juicios, nada más que lo que se
presente al espíritu tan claro y distintamente que no se tuviese motivo alguno para ponerlo
en duda”. De este modo, el acto del entendimiento por el cual se alcanza un conocimiento
evidente es la intuición; y los dos vicios fundamentales a evitar en la búsqueda de la
verdad: a) la precipitación que consiste en tomar por verdadero lo que no lo es, es decir,
tomar por verdadera una idea que es confusa, no distinta. b) la prevención contrariamente,
consiste en negarse a aceptar la verdad de lo que es evidente, es decir, en negarse a aceptar
una idea a pesar de ser clara y distinta. Ahora bien, más que una regla, es más bien un
principio normativo fundamental, porque todo debe converger hacia la claridad y
distinción. En contraste con las otras reglas, que también juegan un rol determinado en la
investigación, “proporciona las bases para una crítica de todo conocimiento, y por lo
tanto, también para una investigación genuinamente filosófica”. En consecuencia, “da el
carácter distintivo a la investigación cartesiana del conocimiento” (Bernard Williams,
1996, p. 41)

La segunda regla, es la regla del análisis, pues Descartes señala que es necesario “dividir
cada una de las dificultades que se examinarán en tantas partes como fuese posible y en
cuantas requiriese, su mejor solución”. Nos sugiere que, cuando nos ocupamos de
cualquier problema o dificultad o cuestión compleja se lo debe analizar y seguir con su
división, justamente hasta que se llegue a algo evidente; de modo que la división es a la
vez el procedimiento para alcanzar la evidencia. Se trata, abiertamente, de una defensa
del método analítico, siendo una fase preparatoria esencial, puesto que si la evidencia es
necesaria para la certeza y la intuición es necesaria para la evidencia, entonces la intuición
es necesaria para la simplicidad que se logra a través de una descomposición de lo que es
complejo.
La tercera regla es conocida como la regla de la síntesis, pues no solo basta con el puro
momento analítico ya que no se alcanzaría un auténtico conocimiento, puesto que no se
tendría instrumental suficiente en la investigación más que un serie de hechos separados,
aislados e inconexos. Esta regla es la finalidad del análisis, Descartes la expresa del
siguiente modo: “El tercero [de los preceptos, consiste] en conducir ordenadamente mis
pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir
ascendiendo poco a poco, como par grados, hasta el conocimiento de los más compuestos:
y suponiendo un orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros”
Se trata de una síntesis que parte de elementos absolutos y puros, no dependientes de
otros, y proceder hacia los elementos relativos o dependientes. Es una reconstrucción de
un orden o de una cadena de razonamientos, que va desde lo simple hasta lo compuestos
y de carácter obligatorio para el proceso deductivo puesto que no el objeto al cual hemos
tratado no es el mismo, sino es otra cosa, es un compuesto reconstituido ya que está
penetrado por la luminosidad transparente del pensamiento.

La última regla, o regla de la enumeración, exige examinar con cuidado la cuestión


estudiada para ver si no hay algún tema o aspecto que se haya pasado por alto, sea en el
momento analítico o en el sintético. Nuestro espíritu no puede abarcar muchas cosas a la
vez, sino que marcha a paso seguro para impedir toda precipitación; se trata de controlar
cada uno de los pasos individuales. En efecto, Descartes concluye diciendo: “Y el último
[de los preceptos, consiste] en hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones
tan generales que estuviera seguro de no omitir nada”. Enumeración y revisión: aquélla
controla si el análisis es completo, y la segunda la corrección de la síntesis.

Se tratan pues de reglas simples y muestran que es necesario tener una plena conciencia
de los pasos mediante los cuales se articula cualquier investigación rigurosa. Son el
modelo del saber, porque la claridad y la distinción evitan posibles equivocaciones o
generalizaciones apresuradas. Ante tales problemas, hay que llegar a elementos simples
que no puedan descomponerse más, para que queden iluminados plenamente por la luz
de la razón. En síntesis, en toda investigación para proceder correctamente, hay que
repetir la síntesis y el análisis, movimientos de simplificación y encadenamiento riguroso.

Ahora bien, una vez establecidas las reglas del método, se hace necesario justificarlas, es
decir, dar cuenta de su validez universal y su prodigio, esto es, el paso seguro y confiable
en la investigación y por tanto, la seguridad en el conocimiento. Descartes aplica sus
reglas al saber tradicional para comprobar si contiene alguna verdad tan clara y distinta
que permita eliminar cualquier motivo de duda. Cuya condición a considerar y tener en
cuenta en la aplicación de las reglas es la siguiente: no es lícito aceptar como verdadera
una afirmación que se vea teñida por la duda o por una posible perplejidad. No hay existe
en el saber tradicional, algún sector válido del conocimientos, el edificio de la ciencia se
derrumba por la fragilidad de las sus bases. La duda, aparece como una operación a fin
de reconstruir los cimientos del gran edificio del saber, pues, para que el gran edificio no
se caiga sus bases deben ser sólidas y son sólidas con so verdades evidentes. Duda de los
datos provisionados por los sentidos, de las opiniones anteriores hasta de la idea de Dios.
Pero no por el mero placer de dudar, aquí la duda es realizada hasta alcanzar la verdad;
de ahí que se le llame metódica, ya que es un paso obligatorio que hay que realizar si se
quiere llegar hasta la verdad y deja de perder obligatoriedad cuando la verdad es
alcanzada, de manera que es obligatoria en el proceso y provisional para el fin. Por ende,
la duda metódica adquiere un valor de gran importancia porque gracias a ella el espíritu
humano puede dar cuenta de aquellas sombras obviadas que le impedían la posibilidad de
toda certeza.

2.2 Principios.
Descartes comienza señalando en la primera meditación de las “Meditaciones
Metafísicas” todo aquello que puede ser puesto en duda. Se trata de una destrucción
general de las opiniones anteriormente creídas, a fin de establecer un conocimiento firme
y permanente en las ciencias. Para esto, pone énfasis en la raíces ya que si se destruyen
las raíces del saber anterior entonces es posible un nuevo comienzo desde los primeros
fundamentos.

Este énfasis en la raíces se ve reflejado en su necesidad de demostrar la falsedad de la


raíces de las opiniones, puesto que la alternativa contraria, esto es, la de demostrar la
falsedad de todas las opiniones es una tarea quimérica. El demostrar la falsedad de todas
las opiniones tiene un aspecto negativo puesto que se trata de una tarea infinita; la
destrucción general del sistema de opiniones previamente asentido, tiene como objetivo
los principios bajos los cuales éstos se sustentan. Por tanto, la tarea reconstructiva
adquiere un sentido y dirección, a partir, desde la postulación de nuevos fundamentos
alejados de todo lo dudable puesto que aplicando los preceptos del método se rechaza
todo aquello que cae bajo sospecha de falsedad.
Los principios son descubiertos por el espíritu, a través, de la duda metódica y se resisten
a todo mal entendido que se pueda hacer de ellos pues han sido rigurosamente
establecidos mediante las reglas de los preceptos. Y se llega pues a admitir
simultáneamente dos principios por los cuales se obtendrán afirmaciones verdaderas y
certeza total en el conocimiento humano.

Distinguiremos estos principios de los preceptos que aparecen en los “Principios del
conocimiento humano”, porque según nuestra consideración, en tanto que punto de
partida y garantía de certeza absoluta es la ciencia y además, que en tanto que resultado
de los preceptos y siendo parte del todo reconstruido son principios según la noción lógica
de principio, o sea, verdades a partir de las cuales se deducen otras. En este sentido, los
principios son principios según son punto inicial y son verdades que permiten deducir
otras verdades.

El primero, es la existencia del yo, que Descartes descubre en la Segunda Meditación


mediante la duda metódica, atravesando por dos momentos: la demostración de su
existencia y su definición esencial. La demostración de la existencia del yo pasa primero
por un proceso preliminar de duda metódica, se asume la nulidad del yo, o sea, su no
existencia pero se la rechaza debido a que es contradictorio que el yo sea no existente. El
existir del yo es demostrado a partir de su relación con el genio maligno; el yo existe en
tanto es objeto de la actividad engañadora del genio maligno. Y también se demuestra a
partir de su actividad de pensar, que lo protege del engaño del genio maligno y también
de ser nada; de ahí, se llega a expresar proposicionalmente la certeza fundamental del
cogito cartesiano: “Pienso, luego existo” que es captado por intuición y se manifiesta
como evidente y necesariamente verdadera teniendo su validez a partir de la actividad
pura del pensar del yo. La esencia del yo, es ser una cosa pensante pues como cosa
pensante es verdadera y existe verdaderamente. La naturaleza de la propia existencia es
ser una realidad pensante en la que no existe ruptura entre el pensamiento y ser, admitida
según los rasgos de claridad y distinción. Por tanto, el yo constituye el primer principio
de la filosofía, primero – desde el punto de vista gnoseológico y metodológico – en la
medida que constituye el primer conocimiento seguro, el fundamento de cualquier verdad
y el punto de partida para construir todo el edificio de la filosofía y el saber en general;
primero, también, ontológicamente, porque ante sí mismo que es indudablemente
existente.
Otro de los principios, que finalmente advierte Descartes, es la existencia de Dios, a la
cual llegará partiendo de la existencia del yo pero con una consideración, a saber, que es
una cosa pensante y que, en tanto que es cosa pensante posee ideas. El pensamiento exige
la existencia de la realidad formal, de las ideas en tanto que son representaciones.
Realidad formal y realidad son conceptos claves, que aparecen en primer lugar para
demostrar la existencia de Dios. A éste nos referiremos como una sustancia infinita,
eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente y creadora de todas las cosas.
Para el yo, la existencia de Dios es importante porque garantiza su actividad cogitativa
obteniendo validez en su actividad epistemológica y gnoseológica. El yo se refugia ante
Dios completamente de las aparentes verdades que le ofrecen los sentidos y las opiniones
anteriores, y solo así obtiene una certeza fundamental.

2.3 Finalidad.
En el parágrafo 75 de los principios del conocimiento, Descartes afirma: “Para filosofar
seriamente e indagar la verdad de todas las cosas cognoscibles, en primer lugar debemos
abandonar todos los prejuicios, es decir, debemos desconfiar de todas las opiniones que
hemos aceptado, a no ser que averigüemos, tras someterlas a un nuevo examen, que son
verdaderas. Después reflexionaremos ordenadamente sobre las nociones que tenemos en
nosotros mismos, y solo juzgaremos que son verdaderas las que conozcamos clara y
distintamente al reflexionar así. Siguiendo este procedimiento advertiremos en primer
lugar que existimos, en tanto que somos de naturaleza pensante; al mismo tiempo
advertiremos que Dios es, dependemos de él, y que a partir de la consideración de sus
atributos podemos indagar la verdad de las demás cosas, porque él es sus causa; y
finamente advertiremos que, además de las nociones de Dios y de nuestra mente, también
tenemos la de las muchas proposiciones cuya verdad es eterna. [….] Y comparando todo
esto con lo que antes pensábamos confusamente, adquiriremos el hábito de formar
conceptos claros y distintos de todas las cosas cognoscibles. Y en estos pocos preceptos
me parece que se contienen los principales principios del conocimiento humano”.

Por tanto la finalidad de la filosofía, es la verdad indagada seriamente basada en el hábito


de formar conceptos claros y distintos mediante una reflexión y revisión general de las
opiniones generales. La meta de la filosofía es el mundo, es decir, el cómo y el porqué de
la estructuración de la realidad circundante, de los objetos sobre los que nuestro espíritu
pone una manifiesta atención e inquietud. La regularidad del mundo es visible ante el
hombre mediante una inspección atenta y consciente retirando cualquier tipo de obstáculo
que signifique un momento de perplejidad o nulidad. De esta manera, epistemología y
metafísica convergen en la física y forman una unidad sistemática, teniendo un lugar
importante la razón del hombre. De ahí que, la metafísica preestablezca al científico qué
hay que buscar, qué problemas son relevantes o no, y a qué tipo de leyes se deben llegar.

3. EL DIOS DE DESCARTES.
Ya en la primera meditación, Descartes había mostrado cierta desconfianza por la vieja
opinión de Dios que heredó de la tradición. Se trataba de un Dios cuyos atributos son la
omnipotencia, el ser agente creador de un individuo y la suma bondad, que sometido a la
duda trajo como resultado la hipótesis del genio maligno. Al respecto Popkin en su
“Historia del escepticismo”, da una posible fuente histórica de la hipótesis del genio
maligno: “Uno de los grandes acontecimientos del decenio 1630 fue el juicio, en Loudun,
de un sacerdote, Grandier, acusado de infestar con demonios un convento. […] A la luz
de este problema acerca de lo fidedigno de la evidencia, Descartes acaso viera que si
pudiere haber un agente demoniaco en el mundo, aparte del caso de Grandier, ello
implicaba una serio motivo para el escepticismo”. (Popkin, 1983, p.272). Lo cual, revela
que Descartes adquiere razones históricas para poder dudar de la vieja opinión de Dios,
pues en el mundo se hallaba justificado la omnipotencia de Dios y su existencia debido a
la existencia del genio maligno.

Sin embargo, en el mismo ejercicio reflexivo y metódico de la duda, al evaluar la noción


de Dios, encuentra que es imposible dudar de la omnipotencia puesto que como Dios es
totalmente bueno no permite errar ya sea siempre porque si lo hiciera sería algo
contradictorio a su suma bondad, ya sea algunas veces porque sería contradictorio con su
naturaleza el permitir el error aunque sea por casos mínimos. Encuentra también, que es
imposible adjudicar que la idea de Dios es ficticio y que mediante ese camino sea admita
su no existencia puesto que el origen del yo sería imperfecto, y si el origen del yo es
imperfecto entonces el yo es sujeto con mayor probabilidad de equivocación o error; la
idea de Dios es de este modo dudable pero en el sentido de que la idea de Dios es una
ficción. Por tanto, abandona la teología de que Dios es un ser no-omnipotente y ficticio.
3.1 Demostración de su existencia a partir de tres vías.
Ahora de modo sorprendente, entre el hombre y el mundo se interpone la Divinidad.
Sabiendo que existe y lo sabe porque penetra, de un modo claro y distinto a su verdad.
Descartes postula su existencia a través de la justificación de ella misma; pero tiene como
pretexto fundamental la posibilidad de los contenidos del pensamiento en el ser pensante,
puesto que es evidente que en el yo existen contenidos que no pueden sostenerse con
independencia propia sino mediante la existencia formal de algún ser del cual son
representación.

Para estar seguros de esta evidencia, para podernos fiar de la verdad que se muestra como
tal al yo, con sus pruebas claras y distintas tendríamos que demostrar que hay Dios. El
problema de la existencia de Dios ya no se plantea a partir del mundo exterior al hombre,
sino a partir del hombre mismo o, mejor dicho, de su conciencia. A fin de este propósito
cabe resaltar las tres pruebas a favor de la existencia de Dios que aparecen en las
“Meditaciones Metafísicas”, que se expondrán con el nombre de vías, pues con este
nombre se muestra que el yo en su búsqueda por aquello que lo sostenga y que lo dote
seguridad haciendo uso de los preceptos, erige caminos resultados temporales al aplicar
los preceptos del método correctamente.

3.1.1 La vía de las ideas: entre la existencia formal y objetiva.


Las ideas son, dice Descartes que son imágenes de las cosas, por lo cual no son
propiamente falsas. Examinando la razón de semejanza, es decir, su origen, distingue
entre realidad formal y realidad objetiva. Por realidad objetiva formal entiende aquella
realidad con existencia factual y por realidad objetiva entiende aquella realidad que es
contenido de las ideas, es decir, que es real solo en el pensamiento y es objeto inmediato
del pensar.

Ahora bien, las ideas en el yo de las cosas fuera son iguales, en tanto que son ciertos
modos de pensar, reales y objetos inmediatos del pensar; y son diferentes, en tanto que
representan cosas diversas como sustancias o accidentes, de todas las sustancias que
representan hay una que contiene máxima realidad objetiva, es Dios, es decir, el ser eterno
omnisciente, eterno e infinito.

Luego es evidente por luz natural que algo no puede surgir de la nada y que lo más
perfecto no puede ser hecho por aquello que es menos perfecto. Las ideas exigen la
realidad formal por ser o existir en el pensamiento como imágenes de las cosas. Por eso,
debe existir una idea primera que sea causa objetiva de las demás ideas que hay en el
pensamiento. La realidad de la idea primera es tanta que no puede estar en el pensamiento
con su realidad formal; por tanto, el yo no puede ser causa formal de ésta ya que lo menos
no puede ser causa de lo más. En consecuencia, Dios existe necesariamente como causa
formal de la idea primera que es causa objetiva de las ideas en el pensamiento.

3.1.2 La vía de la heterogeneidad: ser finito y ser infinito.


La misma idea innata de Dios nos proporciona una reflexión que se sigue de la
consideración de que Dios es causa formal de la existencia objetiva de la idea de Dios.
¿Si la idea de Dios que está en el yo, entonces el yo no podría ser causa formal de ella?
La igualdad de la idea del yo y de Dios por paso de una infinitud en potencia es imposible
ya que la idea de Dios no representa nada potencial puesto que es infinito en acto y el
aumentar gradualmente representa una imperfección; además, el conocimiento del yo
nunca será infinito como lo es el de Dios.

Ni tampoco se puede postular su no existencia, la no existencia de Dios dejaría sin


sustento al yo. El yo no puede ser causa formal de sí mismo pues sería Dios, pero el yo
no puede ser Dios puesto que posee imperfecciones una de las cuales es dudar. Así la
causa del yo, o sea, su causa formal debe ser un cosa que tenga los atributos perfectos de
Dios, la procreación y la capacidad de conservar al yo en el tiempo presente y ser su
creador puesto que la creación de un ser finito no puede tener varias causas ya que habrían
perfecciones dispersas; las perfecciones son en Dios nada más, perfecciones como la
unidad simplicidad e inseparabilidad. En consecuencia, al tener la idea de una ser perfecto
el yo se habría concedido todas las perfecciones que encuentra en la idea de Dios, lo cual
está en contradicción con la realidad formal de Dios; por tanto, Dios existe con necesidad.

3.1.3 La vía de la inseparabilidad: esencia y existencia.


En la quinta meditación, al examinar la existencia de las cosas fueras de la mente y de
que sus ideas son distintas o confusa. Encuentra que se pueden pensar o imaginar
distintamente de modo arbitrario cosas con naturalezas verdaderas e inmutables; puesto
que no dependen de la mente ni son creadas, que son verdaderas ya que el yo las conoce
claramente y su asentimiento es necesario puesto que son percibidas claramente. Como
por ejemplo: la extensión, el número o el movimiento, es decir, las cosas que pertenecen
a la pura Matemática. De ahí que, el pensamiento al percibir clara y distintamente la
propiedad de la idea de una cosa, tal propiedad es en verdad propiedad de la cosa. Y por
tanto, la propiedad es algo.

Análogamente, la existencia de Dios al ser propiedad de la idea de Dios y puesto que es


percibida clara y distintamente. Entonces, la existencia de Dios es algo y al ser algo, luego
Dios existe. Pero esto, está fundamentado en la inseparabilidad la esencia y existencia de
Dios, en primer lugar, porque es contradictorio pensar a Dios sin esencia ya que de la
misma necesidad de la existencia de Dios se sigue que es imposible pensar a Dios sin
existencia y por tanto, que la existencia de él es inseparable de su misma esencia. Y
porque no es libre para el pensar a Dios sin existencia, puesto que pensar sobre Dios es
pensar un Dios con todas sus perfecciones dentro de las cuales están la existencia y la
infinitud. Además, puesto que la idea de Dios es verdadera e innata no depende del
pensamiento, ni depende de una naturaleza verdadera e inmutable; luego Dios no puede
ser imaginado como una sustancia que no tenga existencia. En este sentido, si la existencia
de Dios no puede ser separada de la esencia, entonces Dios existe en verdad y con
necesidad.

3.2 La función de Dios como garante epistemológico.


La naturaleza del yo es tal que su atención para percibir algo de manera clara y distinta
no se da siempre; de ahí que se origine una confusión en la memoria. Está es resultado de
una cambio de juicio, pues no hay un suficiente atención de la mente a un juicio
determinado que posee razones que determinan que ese juicio sea verdadero; cambiando
unas razones por otras y determinando que el juicio inicial sea otra forma, o sea, falso.

Frente a esto, la certeza de la existencia de Dios depende de la certeza de las demás cosas;
es decir, que la existencia de Dios depende de la existencia de las cosas. De esto se sigue,
que cuando algo es percibido con claridad y distinción entonces ese algo es verdadero;
por tanto, ese algo no es afectado por la falta de atención a las razones que lo hacen
verdadero ni por el sueño ni por las sensaciones, y también, no cabe el error en el juicio
sobre ese algo.

Así pues, al ser algo percibido con claridad y distinción se obtiene un ciencia verdadera
y cierta de ese algo; de ahí que la certeza y la verdad de toda ciencia esté en armonía con
la percepción clara y distinta de las cosas. Pero como la existencia de las cosas depende
de Dios, y la certeza de aquellas depende de éste. Entonces la certeza y verdad de toda
ciencia depende del conocimiento de Dios. Por ende, en función de esa dependencia Dios
aparece como garante del conocimiento de las cosas.

Dios pues garantiza las verdades claras y distintas que el hombre está en condiciones de
alcanzar. Se trata de aquellas verdades eternas que, manifestando la esencia de los
diversos sectores de lo real, constituirán el esqueleto del saber humano. Estás verdades
son eternas, no porque obliguen a Dios sino porque Dios es el creador absoluto, y por lo
tanto responsable de la ideas o verdades a cuya luz se configuro el mundo.

4. EL PAPEL DE DIOS EN LA FILOSOFÍA CARTESIANA.


Hemos visto que Descartes hace depender al mundo de Dios en el orden gnoseológico y
ontológico. La dependencia del hombre con respecto de Dios, es postulada a través de
argumentaciones a favor de su existencia. La ida de Dios en nosotros, es usada para
defender la positividad de la realidad humana y – gnoseológicamente – su capacidad
natural para conocer la verdad y, en lo que concierne al mundo, la inmutabilidad de sus
leyes.

Se derroca la idea radical del genio maligno o de una fuerza destructiva que puede
burlarse del hombre y hacerlo caer en el error. El escudo protector de Dios hace que el
hombre no se pueda engañar ni de su existencia misma ni de las cosas que conoce, pues
en tal caso de que Dios sea un engañador el yo sería responsable del propio engaño; y de
su propia insuficiencia gnoseológica.

El antiguo Dios de la tradición, obstáculo del avance de la nueva ciencia, es renovado por
uno que garantiza la capacidad cognoscitiva de las capacidades humanas y no sabotea la
empresa científica. La duda es derrotada, el criterio de evidencia es justificado de manera
contundente. Dios impide considerar que la criatura lleva dentro de sí un principio que la
haga nula o que haga obsoletas las funciones de las facultades del hombre.

4.1. Garantía ontológica de las verdades eternas.


Aparece Dios, entonces, como garantía del mundo, de su orden y de su funcionamiento;
siendo el principal responsable de que el yo pueda sostenerse en el mundo con su
actividad que por sí mismo desarrolla. La identidad esencial depende, en última instancia,
de la identidad esencial de Dios que no es más que una actividad pura, omnipotente y
benevolente. Así, las verdades eternas como: de la nada nada procede, la existencia de las
naturalezas corpóreas y naturalezas pensantes; son usadas o descubiertas por el hombre
debido a un acto de intervención divina, no de modo sobrenatural sino de modo intelectual
pues Dios es la verdadera causa de todas las cosas que son o pueden ser; además entiende,
quiere y hace todo al mismo tiempo, por una acción única, como la misma siempre y
absolutamente simple.

Las criaturas dependen de él; el yo, en consecuencia, es una criatura que depende de él
ontológicamente y gnoseológicamente. Por tanto, las ideas y el modo de proceder del
espíritu racional e intelectual del yo dependen ontológicamente a él y está absolutamente
entregado a él; el yo le debe todo su ser a Dios y sin él no podría hacer nada o ser nada, a
esta verdad insoportable llega el yo, a través de la sólida conducción de su espíritu,
establece que su realidad y la realidad circundante no son sino debido a Dios.

Pero a pesar, de ser ontológicamente diferentes tanto la realidad y Dios, eso no excluye
que sean completamente heterogéneos, pues sino no existiría el yo ni la garantía del
conocimiento del mundo; sino que, Dios interviene en el mundo, como creador y a través
del yo, como condición ineludible de todo posible conocimiento. Bajo la garantía
epistemológica de Dios subyace la garantía ontológica que es mucho más profunda, y por
ende, heterogéneamente significativa que el simple conocimiento del mundo, pues éste
es realizable, en tanto se reconoce la absoluta insuficiencia ontológica del yo y por tanto,
su absoluta insuficiencia gnoseológica.

4.2 La búsqueda de la verdad es dependiente de la verdad de


Dios.
Descartes realiza una objetivación de la certidumbre al postular la existencia de Dios,
pues al principio parecía que la certidumbre se hallaba absolutamente en el yo y en su
actividad intelectual. Pero a medida del transcurrir reflexivo y metódico, daba cuenta de
que su proceder como su criterio de verdad dependía, en última instancia de la existencia
del ser absolutamente perfecto.

“Cada etapa en el camino hacia la verdad absoluta después del cogito confirma el escape
del escepticismo, y asegura más aún las etapas ya transcurridas. El criterio conducía a
Dios, Dios a la garantía completa, y a la garantía completa del universo mecanicista. Solo
habiendo pasado por el valle de la duda completa podíamos ser llevados a la paz y la
seguridad del mundo contemplando como una teodicea, nuestras ideas y nuestras
verdades vistas como dones divinos, garantizadas para siempre por nuestra percatación
de que el Todopoderoso no puede engañar”. (Popkin, 1983, p.283)

Dios aparece como un ente regulativo en la gran tarea filosófica de Descartes, puesto que
sostiene y regula la dirección del espíritu hacia los objetos evidentes. La verdad de las
cosas es sostenida por él, puesto que es el creador de las cosas. El espíritu realiza su labor
inquisitiva gracias a la garantía ontológica y epistemológica del actuar divino. Adquiere
la disposición de formar conceptos claros y distintos de todas las cosas que conoce. Si
por filosofía se entiende “búsqueda de la verdad”, entonces el espíritu humano filosofa
gracias a la actividad grácil de Dios, reconoce su insuficiencia de poder captarlo
absolutamente; pero a pesar de ello, obtuvo lo más valioso con ayuda de su intelecto y
nada más que con su intelecto, emprendió la tarea más difícil de todas la cual es
determinar con seguridad los cimientos de una nueva ciencia. Paso de la confusión y
oscuridad a la claridad y distinción por su acto reflexivo e intelectual, uso como armas la
duda metódica y los preceptos del método; y a partir de esta, autodeterminación racional,
descubrió la más excelsa y perfecta de las verdades, reveló que es posible el conocimiento
científico gracias a que el mundo es y solo es por Dios.
5. BIBLIOGRAFÍA.
CARPIO, Adolfo (2004). Principios de filosofía: una introducción a su problemática.
Buenos Aires, Glauco.

DAULER, Margaret (1990). Descartes. México D.F., UNAM.

DESCARTES, René (1988). Discurso del método. España, Alianza Editorial.

DESCARTES, René (2009). Meditaciones acerca de la Filosofía Primera. Seguidas de


las objeciones y respuestas. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.

DESCARTES, René y LEIBNIZ, Gottfried (1989). Sobre los principios de la filosofía.


Madrid, Gredos.

DESCARTES, René (2003). Reglas para la conducción del espíritu. Madrid, Alianza
Editorial.

POPKIN, Richard (1983). Historia del escepticismo: desde Erasmo hasta Spinoza.
México D.F., Fondo de Cultura Económica.

QUISPE, Humberto (1996). Descartes y el escepticismo. Areté, Vol. VIII, Número 2, pp.
293 -307.

REALE, Giovanni y ANTISIERI, Darío (1995). Historia del pensamiento filosófico y


científico II: del humanismo a Kant. Barcelona, Herder.

SEVERINO, Emanuele (1986). La filosofía moderna. Madrid, Ariel.

WILLIAMS, Bernard (1996). Descartes: el proyecto de la investigación pura. Madrid,


Cátedra.

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