Misterio de Dios Docente: Alberto Múnera S.J. Facultad de Teología
HETERODOXIA Y PATRÍSTICA
Luego de la muerte de Jesús y la de sus apóstoles, la comunidad post-apostólica
necesitó dar razón de su esperanza, explicando sus afirmaciones de fe sobre Jesús, el Padre y el Amor Santo de Dios. Fue en este contexto donde surgieron formulaciones que inicialmente no correspondían a lo expresado por la comunidad apostólica, no siendo aceptables porque no coincidían con las tradiciones entregadas por los primeros cristianos. Ante ello quienes presidían las comunidades como supervisoras de las mismas comenzaron a combatir duramente estas nuevas opciones, pues los obispos garantes de la autenticidad del cristianismo apostólico y eslabones de la legítima tradición, conscientes de su ministerio y carisma propios, se orientaban a preservar la formulación original de la experiencia de fe. Cabe resaltar, que quienes proponen las opciones y muchas de quienes las combate son los teólogos de la época, cristianos de profunda experiencia y fe, dotados, a su vez, de capacidad analítica y reflexiva, marcados frecuentemente por las filosofías propias de su mundo y deseosos de presentar públicamente la fe cristiana en un discurso coherente y comprensible para la gente de su tiempo. La fe de los cristianos del segundo y tercer siglo se nutrió de los textos neotestamentarios. Las expresiones que en el Nuevo Testamento se encuentran nos manifiestan a Dios como Padre, como Hijo y como Espíritu; no obstante la interpretación que le dieron a estas afirmaciones fue distinta. De este modo, surgieron dos tendencias: la primera de tipo “monarquista” que consideraba que las expresiones “Dios-Padre”, “Dios-Hijo” pueden indicar una especie de diteísmo, dándose el ser Padre o ser Hijo como modos de aparecer el único Dios. La otra tendencia, en cambio, insistió tanto en la identidad de cada uno de ellos y en su divinidad, que dio la impresión de que se trataba de tres dioses diferentes, desapareciendo la unidad y unicidad de Dios. Dentro de la tendencia monarquista, se ubica el gnosticismo, el primer movimiento que surge y que tomó fuerza a fines del siglo I y comienzo del siglo II. El gnosticismo consideró que la materia es mala y el espíritu bueno, deduciéndose de allí que el Dios del Antiguo Testamento es malo por ser autor de este mundo material, en cambio, el Dios del Nuevo Testamento será bueno por ser Espíritu; manifestando, de este modo, el gnosticismo una tendencia dualista, pero a la vez monarquista porque mantienen la unidad y unicidad de Dios. Por otra parte, al intentar explicar quién es el Hijo, asume la figura del eón “Logos”, desprendido de Dios uno y único, que se introduce en el hombre Jesús y en él habita. Es monarquista también el gnosticismo porque no admite que el “Logos” sea Dios sino una realidad distinta de Dios e inferior a Él, desprendida de Él por vía de emanación. El docetismo es una corriente específica dentro del gnosticismo que se refiere a la humanidad de Jesús. Para el docetismo la corporeidad y materialidad de Jesús, es solo aparente, negando su verdadera humanidad, considerándola una simple apariencia. Contra esta tendencia escribe Juan su Evangelio. Otra tendencia monarquista es el modalismo que considera que el Hijo no es sino una manera o modo de mostrarse el Padre, afirmando después que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son “modos” de manifestarse el Dios único. Una formulación específica dentro del modalismo es el adopcionismo que afirma que Dios es solamente Padre, que adopta el buen hombre Jesús como hijo suyo, con quien establece una forma de relación muy profunda y novedosa hasta que Jesús lo reconoce como Padre suyo. En todas tendencias específicas el Hijo aparece como subordinado al Padre, porque se las llama también “subordinacionistas”, presentando a Jesús como una creatura del Padre, nunca poseedor de su misma naturaleza divina. Asimismo también existieron los neumatómacos quienes negaron la divinidad del Espíritu Santo. En cuanto a la tendencia triteísta no presenta a Dios como uno y único por afirmar la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como divinidades distintas y diferentes. Dentro de esta tendencia se intenta explicar la unicidad de Dios en términos de colectividad o de confluencias por semejanza. Podemos concluir, afirmando que sucedió un distanciamiento de la experiencia vivencial de los comienzas, despreciando la experiencia y formulación primitivas de la divinidad crística y de la centralidad de la persona del Señor Jesús para la comprensión de la divinidad.