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¿Quién mató a Rosendo? se trata, según la presentación del propio Walsh, del relato de
una investigación que perseguía el objetivo de reconstruir los hechos ocurridos en el tiroteo
de la confitería La Real de la localidad de Avellaneda, en el cual muere, entre otros, Rosendo
García, en aquel entonces dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Ya en las primeras
líneas paratexto “Noticia Preliminar”, el autor adelanta que “Su tema superficial es la muerte
del simpático matón y capitalista de juego que se llamó Rosendo García, su tema profundo es
el drama del sindicalismo peronista a partir de 1955, sus destinatarios naturales son los
trabajadores de mi país” (Walsh, 2004: 7). De este modo, la literatura y el periodismo se
presentan para Walsh como las dos caras de una misma moneda, actividades que se
retroalimentan a partir de la experiencia de escritura de una narrativa de corte testimonial. Da
cuenta de esto la irónica advertencia que indica que “Si alguien quiere leer este libro como
una simple novela policial, es cosa suya” (Walsh, 2004: 9)
Retomando entonces nuestra hipótesis, dijimos que uno de los rasgos que le daban
legitimidad al texto como testimonio es la presencia de un narrador-detective-periodista.
Si bien el tiempo verbal que prevalece en la obra es el tiempo pasado, ya que hace falta
remontarse a otro lugar más allá del momento preciso del acontecimiento para explicarlo, ya
en la noticia preliminar del texto se hace presente la primera persona del singular y va a ser
esta voz quien narre de aquí en adelante toda la obra, dándole voz a los otros personajes.
En la reconstrucción de los hechos que narro en este libro conté con la ayuda de los
sobrevivientes Francisco Alonso, Nicolás Granato, Raimundo y Rolando Villaflor, y de
su abogado defensor Norberto Liffschitz. La investigación en sí fue breve y simultánea
a las notas. Cuando apareció la primera el 16 de mayo de 1968, ignorábamos aún los
nombres de los ocho protagonistas "fantasmas" que la policía y los jueces no habían
conseguido identificar en dos años (ahora han pasado tres). Nueve días más tarde los
tuve en una conversación que grabé con Norberto Imbelloni, integrante del grupo
vandorista. Número a número los invité desde el semanario a presentarse y decir la
verdad, designándolos por iniciales. Mi intención no era llevarlos ante una justicia en la
que no creo, sino darles la oportunidad, puesto que se titulaban sindicalistas, de
presentar su descargo en el periódico de los trabajadores. Ninguno atendió esa
advertencia. Si con alguno he cometido error -cosa que no creo-, no ha sido por mi
culpa. No hay una línea en esta investigación que no esté fundada en testimonios
directos o en constancias del expediente judicial.
Abiertamente, como afirma Amar Sánchez, “el género acepta y expone la “parcialidad” de
los sujetos y denuncia la ilusión de verdad y objetividad de otros discursos: la revisión de las
fojas del expediente, los pronunciamientos de los jueces, las versiones periodísticas, las
declaraciones oficiales de los protagonistas del episodio, todo ello señala que no hay una
verdad sino que esta siempre es el resultado de las posiciones de los sujetos.
Estas reflexiones nos conducen a atender el segundo rasgo que señalábamos en la
hipótesis como constitutivo del texto testimonial que nos ocupa: la subjetivización.
Subjetivización de las figuras provenientes de lo real que pasan a constituirse en personajes y
narradores. La no ficción narrativiza o ficcionaliza a los protagonistas de los hechos. Es decir,
construye una narración e individualiza a aquellos sujetos que en un informe periodístico
quedarían en el anonimato. Las categorías de personaje y narrador permiten el pasaje de lo
real a lo textual y la participación en ambos planos al mismo tiempo; son elementos que se
“literaturizan” en la construcción narrativa. La subjetivización implica una puesta en relato de
los acontecimientos. Narrar es convertir en sujetos a los que permanecen desdibujados en las
notas de prensa. Esta es, la gran diferencia entre las notas periodísticas y el relato del libro;
mientras que el periodismo generaliza y disuelve las individualidades, la puesta en relato
focaliza la atención sobre los sujetos y sus acciones. El sentido del relato se constituye en la
narración.
Veamos, entonces, cómo configuran estos dos rasgos el texto que nos ocupa. Ante todo,
debemos señalar que su estructura está dividida en tres partes: la primera parte, denominada
“las personas y los hechos”, la segunda “la evidencia” y, por último, la tercera parte se
denomina “el vandorismo”.
En la primera parte, es el mismo narrador el que presenta a los personajes. Sin embargo,
no es una caracterización descriptiva propiamente dicha, sino que estas identidades surgen a
través del relato de los hechos. Los hechos, entonces, no pueden separarse de los personajes.
Aquí se esbozan los complejos contornos y siluetas de quienes vivieron la historia,
devolviéndoles su humanidad y, de cierta forma, evitando que cayeran en el olvido y la
indiferencia. El mismo Walsh explica en la Noticia preliminar que:
Para los diarios, para la policía, para los jueces, esta gente no tiene historia, tiene
prontuario; no los conocen los escritores ni los poetas; la justicia y el honor que se les
debe no cabe en estas líneas; algún día sin embargo resplandecerá la hermosura de
sus hechos, y los de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin.
Primero se va de lo particular a lo general, pero, al final, las barreras se borran y la historia
que se recupera de estos personajes no puede explicarse sin pensar en el contexto político
que los rodea y los engendra (Mertehikian). En el capítulo “Granato”, por ejemplo, el narrador
se remonta a la infancia del personaje, conectada íntimamente con anécdotas en las que
participa Eva Perón. “Después ella [Eva] se murió. Después Franciso Granato cambió de
trabajo. Después cayó Perón. La infancia había concluido” (Walsh, 2004: 54).
Hay dos destinos, uno personal y otro social, que se encuentran. Por eso se intercala en
esta primera parte del libro un capítulo como “Avellaneda”, donde se describen las
características que adquirió esta zona al industrializarse y de la importancia que tuvo durante
las primeras manifestaciones del fenómeno peronista. La zona funciona como pasaje del
conurbano a la capital, del espacio marginal de los trabajadores al lugar central, en la política
argentina y en la escritura de Walsh. Por eso, también, leemos: “Rolando Villaflor había
querido salvarse solo, y no hay salvación individual, sino del conjunto” (Walsh, 2004: 37). Hay
que volver siempre al grupo, a lo general en lo cual lo particular encuentra explicación.
La segunda parte, como su nombre lo anticipa, consiste en la presentación de la evidencia
que se va recabando a lo largo de toda la investigación para llegar a proponer una
reconstrucción de los hechos. Dentro de estas pruebas se destaca el croquis que el planista
Dardo Osle dibujó, en el que se pueden identificar a cada uno de los participantes del hecho,
la posición de las mesas, quiénes estaban armados y quiénes no. Una vez más, lo que este
gesto permite es explicar el crimen con una visión global de todos los eventos particulares que
tuvieron lugar esa noche. El gráfico aporta objetividad e integración de todos los elementos
presentados hasta ese momento.
Una “Reconstrucción” de los hechos cierra la segunda parte. Esta depende de un
entramado de puntos de vista y perspectivas y es el narrador quien sostiene el hilo que los
une, mientras se desplaza de un grupo a otro, de una mesa a otra. La mirada del narrador
pasa sucesivamente de uno a otro bando durante el tiroteo, sigue la trayectoria de las balas,
reconstruye lo ocurrido y teje una red que, de acuerdo con Amar Sánchez, sostiene su
correlato en el gráfico que acompaña al texto. Este plano cierra el relato propiamente dicho y
remite a otro código: el policial.
Este narrador-detective busca y construye una verdad, pero también denuncia y narra. Se
postula como un sujeto/antiestado que acusa y enfrenta a un estado criminal. El narrador
toma posición activa frente a él y se atribuye las funciones que le hubieran correspondido a
éste.
“Eso explica que en tres años la policía bonaerense no haya podido aclarar el triple
homicidio que nosotros aclaramos en un mes; que los servicios de informaciones, tan hábiles
para descubrir conspiradores, no hayan desentrañado esta conspiración; que dos jueces en
tres años no hayan averiguado los ocho nombres que faltaban y que yo descubrí en quince
minutos de conversación, sin ayuda oficial, sin presionar a nadie ni usar la picana. No se trata,
por supuesto, que el sistema, el gobierno, la justicia sean impotentes para esclarecer este
triple homicidio. Es que son cómplices de este triple homicidio, es que son encubridores de los
asesinos.”
Tal como sostiene Amar Sanchez, ese yo que surge e invade todo es la única autoridad, la
única instancia legal del texto. A pesar de los lazos que mantiene con lo real, el sujeto que
narra se ha ficcionalizado y ha logrado la independencia en el espacio del relato; es decir,
tiene una vida propia.
Esta figura del narrador-periodista-detective condensa múltiples funciones: narra,
construye, investiga, acusa e intenta reparar la injusticia; se expande y sostiene la búsqueda
de una verdad oculta. En tanto que duplica y ficcionaliza al autor real, remite a la investigación
del periodista Walsh, pero en él se superponen y fusionan elementos de códigos literarios,
especialmente del policial.
En la tercera parte, se intenta dar un marco político en el que se explica la dinámica
empleada desde el vandorismo, sus quebraduras, sus objetivos y el temor por parte de sus
miembros a perder el poder consolidado. Las cifras, las explicaciones económicas y
sociohistóricas configuran el cierre de ¿Quién mató a Rosendo?. Un cierre que abunda en
datos estadísticos y niega la posibilidad de escribir como se hacía antes, tanto desde el punto
de vista formal como desde el punto de vista político (Crespo citada por Mertehikian).
El “Epílogo del editor”, finalmente, cristaliza esa tendencia a unirse del sujeto que narra y el
sujeto que firma. Alguien que en principio permanece fuera de los límites del texto, viene a
clausurar la obra. Si el editor es parte esencial de esta escritura, bien puede decirse que el
autor, aquella figura que generalmente pensamos por fuera del texto y ajena a sus
interpretaciones, se ha unido del todo al sujeto que narra, y eso no puede ser olvidado a la
hora de pensar en el efecto de verdad que el texto persigue, que ya no solo solo se basa en la
idea de proponer, a través de mecanismos literarios como el montaje, que la realidad es una
construcción formal. Se trata de una visión que, si bien es cierto que renuncia a la adopción de
puntos de vista particulares y a la multiplicidad de voces, necesita dar un sentido total a
aquello que narra de esta manera.
A modo de conclusión, podemos decir entonces que el problema de la verdad como objeto
de búsqueda se encuentra en los fundamentos del género testimonial. En el cas particular del
texto seleccionado, la configuración formal del corpus está determinada por dos elementos:
un narrador detective-periodista y el rasgo de subjetivización. Por un lado, el objetivo de
Quién mató a Rosendo es descubrir a los culpables del delito. Por este motivo, a lo largo de
toda la obra, el narrador recurre a una variedad de discursos, entre los que podemos nombrar
al expediente judicial, entrevistas, notas periodísticas, cartas, etc. Pero si el objetivo fracasa
no es porque no se sepa la verdad, sino porque el sistema y las autoridades que lo encarnan
son corruptos y arbitrarios. El Estado no solo es el culpable o el cómplice de estos delitos sino
que además acumula nuevos delitos como el ocultamiento de evidencias y la persecución y
maltrato de víctimas. El único sujeto legal del texto, como se dijo anteriormente, es el
narrador. Por el otro lado, el rasgo de subjetivización, permite explicar que el Walsh del relato
es el resultado de un cruce, de una transacción entre campos referenciales. Ese yo no indica al
sujeto biográfico concreto: situado en la escritura, se fusiona con el canon que contribuye a
conformar el texto y es ya una figura compleja con múltiples referencias. También, la
permanente articulación entre el material documental, (reportajes, testimonios, informes
policiales) y la reconstrucción de los hechos ficcionalizan a los protagonistas reales y
cuestionan, una vez más las categorías de verdad y realidad.