You are on page 1of 245

Horst Pietschmann

Sección de O bras de H istoria

EL ESTADO Y SU EVOLUCIÓN
AL PRINCIPIO DE LA COLONIZACIÓN
ESPAÑOLA DE AMÉRICA
T raducción de
A n g é lic a S ch erp
HORST PIETSCHMAN

EL ESTADO Y SU EVOLUCIÓN AL
PRINCIPIO DE LA COLONIZACIÓN
ESPAÑOLA DE AMÉRICA

Fondo de Cultura Económica


M éxico
Primera edición en alemán, 1980
Primera edición en español, 1989

Título original:
Staat und Staatliche am Beginn der spanischen Kolonisation Ameñkas
© 1980, Aschendorff, Münster
ISBN 3-402-05820-0

D.R. © 1989, Fondo de Cultura Económica,' S.A. de C.V.


Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D.F.
ISB N 968-16-3123-4

Impreso en México
mi padre E r n s t P ie t s c h m a n n Í* y a José M ir a n d a í*
quienes este libro debe mucho ert lo hum ano y en
intelectual
P R Ó L O G O A L A E D IC IÓ N E S P A Ñ O L A

C uando, en la prim avera de 1977, term iné de escribir el libro que a conti­
n uación se publica en versión española, p red o m in ab an en la historiografía in te r­
nacional sobre lá época colonial hispanoam ericana estudios socioeconómicos,
por un lado, e investigaciones de historia de las ideas o del derecho, por;el;otro.
El tem a de la form ación y política del Estado, que en épocas anteriores h abía
suscitado im portantes estudios históricos, basados en m uchos casos t en
m etodología de ciencias políticas y de la sociología, parecía m uerto. Mi in ten ­
ción era entonces hacer u n a aproxim ación y revalorización de la historia
pplítica, em pleando tan to los resultados de los nuevos estudios em píricos con te ­
m ática económ ica y social com olos de la historia del derecho, de las ideas, etc. ,
prestando atención, al m ismo tiem po, a las grandes aproxim aciones teóricas b a ­
sadas en conceptos procédentes de las ciencias sociales.
E n tretanto, el p an o ram a de la historiografía m ás reciente sobre aquellas épo­
cas rem otas ha cam biado de form a bastán te acen tu ad a. No sólo ha vuelto a p re ­
sentarse en escena el tem a del Estado, sirio tam bién1im portantes contribuciones so­
bre los aspectos de sus bases económ icas, sobre el cuerpo de sus funcionarios,
sobre los aspectos inform ales del ejercicio del poder, etc. T am b ién en otros cam ­
pos de la investigación histórica se h a producido u n verdadero aluvión de conoci­
m ientos nuevos. En sum a, p odría decirse al respecto que hay que sintetizar de
nuevo el tem a del Estado desde la perspectiva de las distintas regiones coloniales
que a principios del siglo xix se constituyeron en Estados independientes. R esul­
ta bien claro a estas alturas que la form ación estatal tenía dos vertientes bien dis­
tintas: u n a que em an ab a desde la m etrópoli, y o tra que provenía de las regiones
colonizadas, eri las cuales se crearon nuevas sociedades que reaccionaron en fo r­
m a diversa a la política m etropolitana: Este segundo aspecto de la formación estatal
requeriría o tra serie de m onografías, algunas de las cuales ya están en proceso
de publicación.
Tom ando en cuenta todo lo dicho, he creído oportuno no modificar m i libro de
form a sustancial, ya que la visión de conjunto que in tenté presenta en él des­
de la perspectiva m etropolitana no necesita n inguna revisión fu n dam ental, a mi
m odo de ver, a no ser las co n trap artid as o, si se quiere, la o tra cara de la m edalla
que es la de los desarrollos regionales arrib a m encionados. Sin em bargo, p a ra
aten d er tam b ién en lo posible, a este aspecto, he creído oportuno incluir el
p árrafo sobre la corrupción, que no figuraba en el original alem án y que se basa
casi p o r com pleto en un estudio que pub liq u é en el vol. 5 (1982) d é la revista ita ­
liana Nova Am ericana, donde recogí en g ran m edida la investigación posterior a
1976, p unto de térm ino de m i investigación original.
Es cierto que lo que en este p árrafo nuevo se presenta como corrupción es con­
cebido así tam bién desde la perspectiva m etropolitana, pues habla de transgre­
siones a norm as im puestas p o r la m etrópoli. Pero los intentos de teorización ahí
efectuados dejan entrever que no se tra ta sólo de corrupción sino tam bién del
surgim iento de nuevas form as, valores y com portam ientos propiam ente am eri­
canos. De esta form a, creo que el nuevo p árrafo constituye una especie de p u en ­
te hasta estos desarrollos autónom os regionales a los cuales ya se ha aludido, que
constituyen u n a especie de “respuesta” a la política m etropolitana y tienen la
m ism a im portancia que ésta en la form ación estatal de A m érica L atina.
D urante los largos años en que m e he ocupado de la historia de los Estados co­
loniales hispanoam ericanos he recibido m uchísim a ayuda práctica e intelectual,
p o r lo cual estoy sum am ente agradecido. Sin querer h a c e r partícipes en la res­
ponsabilidad por las ideas expuestas a continuación a las colegas Josefina Váz­
quez y M aría del C arm en Velázquez y a los colegas, W oodrow Borah, Magnus
M órner, José Luis M artínez, Ernesto de la T orre, A ntonio M uro Orejón, Alvaro
J a ra , Guillerm o L ohm ann Villena, Jorge I. R ubio M añé, M arcello C arm agnani,
V íctor T a u A nzoátegui y D em etrio Ram os, entre otros, quisiera d a r las gracias
p o r ayudas recibidas, a veces sin que los nom brados lo supieran. Igualm ente,
doy las gracias al comprensivo tra d u c to r de m i libro, quien debe de haber sufri­
do m ucho con mis largas frases en alem án y, no por últim o, al Fondo de C ultura
Económ ica, que aceptó pub licar este libro.

C o lo n ia /H a m b u rg o , ju n io d e 1986.
PRÓ LO G O

La presente obra fue aceptada como trabajo de oposición, por la Facultad de Filo­
sofía de la U niversidad de Colonia en el semestre del verano de 1977. Salvo algu­
nas correcciones y complementos m enores, la investigación fue publicada en su
m ayor parte sin cambios. -
Estoy particularm ente agradecido por sus num erosas sugerencias y ayuda, a
mis m aestros universitarios, los doctores R ich ard Kontzke y G ünter K ahle de
la Universidad de Colonia. Por la revisión crítica del m anuscrito doy las gracias a la
doctora Inge Buisson, profesora de la U niversidad de H am burgo. T am bién
quiero expresar agradecim iento al doctor O dilo Engels, quien espontáneam ente
se declaró dispuesto a incluir este volum en en la colección “ Spanische Forschun-
ge der Gorresgesellschaft” (Investigaciones españolas de la Górresgesellschaft), y
a la Fundación A lem ana p ara la Investigación Científica, que posibilitó la publi­
cación m ediante u n subsidio a la edición.
H o r s t P ie t sc h m a n n
Colonia, enero de 1979
I. I N T R O D U C C I Ó N

Ex v i s t a del acentuado giro que se produjo en el curso, de la últim a década y me ­


dia hacia temas basados en la historia económica y social, por u n a parte, y
problem as teóricos y conceptuales, por otra, u n análisis histórico del Estado y de
la organización estatal parece ser, a prim era vista, u n punto de partida anticuado
p a ra la investigación, arraigado en la historiografía del siglo xix y principios del xx.
Publicaciones más recientes h an dem ostrado, sin em bargo, que las cuestiones
de la evolución del Estado, de sus: instrum entos au toritarios y su política, así co­
mo su posición frente a toda la sociedad no h an perdido nada de actualidad, te­
niendo en cuenta que se plantean considerando los resultados de ,1a investigación
e n la historia social y , al tenor del térm ino com ún a varias m aterias, en la ciencia
social.1 - . . . i ... .
Todas las ú ltim a investigaciones dedicadas al Estado se enfrentan a la dificultad,
em pero, de definir el concepta de “E stado”, el cual es.Jdgntificado en su in ­
terpretación más am plia —usual ante todo entre los antropólogos— . con la so­
ciedad en su totalidad.2 Esta; perspectiva niega todo valor histórico, no sólo a la
separación entre el Estado y la sociedad, sino tam bién al concepto del “ Estado” .3
Tal apreciación parece, ciertamente, muy extrem a. Pues, tanto si se juzga al Estado
como p a rte de la sociedad total como si se le identifica con e s ta ,;p o d rá n d eri­
varse útiles consecuencias lo m ismo de la contraposición de un elem ento de la to­
talidad cpn esta misma —como sucedería tom ando por base la prim era
definición—, que de la confrontación de un conjunto, llámese Estado o. sociedad,
con sus principales componentes, es decir, las fuerzas sociales. Por lo demás, queda
en tela de juicio si al menos es posible u n a definición universal del concepto “ Es­
tad o ” , desprendida de las diferentes fases de la evolución social, ya que tam bién
es concebible que este concepto sufriere variantes en función del grado evolutivo
de una sociedad o de los distintos tipos de sociedad, y que de ello resultasen diver­
sas interpretaciones en cuanto a la correspondencia^ entre Estado y sociedad. E n
lo tocante a l a era del Antiguo R égim en, por ejem plo, en que la m o narquía abso­
lutista representaba, sin duda alguna, al Estado, se p odrá sostener, con fundada
razón, que existió una,separación del Estado y la sociedad. A quí carece relativa­

1 Cfr. Roland Mousmer, Les Institutions de la trance sous la Monarchie Absolue 15?$;1789', q
Ernst-Wólfgang Bóckenfórde, Staat und Gesellschaft.
2 Cfr. G eorgesbalandier, Pohtzsche A nthropologie,pp. 134 ss.
3 El valor heurístico dé la distinción entre el Estado y la sociedad es discutido en térm inos históri­
cos, por ejemplo, por Erich Ángerm an, “Das A uscinandertreten von ‘Staat’ und ‘Geséllschaft’ im
Denken des 18. Jahrhunderts”, pp. 109 ss., particulannente p. 130; respecto a la navegación de este
valor con referencia al concepto “Estado”, cfr. Georges Baladiér, opus, cit., pp. 133 s....... .
m ente de im portancia, respecto a la com prensión de esta diferencia, cómo se defi­
na la posición del uno frente a la otra. Esto es cierto, con tanta mayor razón, conside­
rando el hecho de que en el actual concepto de Estado ya se encuentra un punto
de partida a tal disociación: la contraposición de los conceptos “ C o ro n a” y
“ pueblo” o “ com ún” , tan difundida en aquella época. Del presente contexto
tam bién podría derivarse u n argum ento adicional, en favor de la separación del
Estado y la sociedad: la creación en u ltram ar de un orden estatal pór un organis­
mo d é Estado europeo, sin que la m ayor p arte del pueblo afectado, esto es, la
población indígena, tuviera, de m odo alguno, motivo p a ra identificarse con el o r­
den establecido o aú n p ara considerarse representado pór él.
D entro del m argen de la presente obra, el Estado h a de concebirse, en u n a for­
m a m ás afín a la definición tradicional, cómo unepersonne júridiqüé, un étre de dróit,
qui m ifie les membres de la Collectivité en une Corporation étatique^ S^Jrvz. persona jurídica,
u n ser de derecho, que unifica los m iem bros de la colectividad en u n a corpora­
ción estatal] y en que la m onarquía m aterializa a dicha persona ju ríd ica.5 Sin to­
m ar en Cuenta la cuestión fundam ental de la relación entre el Estado y la sociedad,
debe analizarse qué p apel desem peñaba el Estado, concretado como persona
ju ríd ica, en el proceso de form ación del o rden estatal dentro de las regiones
de u ltram ar recién adquiridas p o r la C oro n a española.
L a historiografía consagrada a la Colonia hispanoam ericana tam bién se h a de­
dicado, en abundancia, a asuntos de historia económica y social durante las últi­
m as dos décadas, realizando adem ás, u n análisis histórico-regional. Esta segunda
tendencia h a tenido como objetivó la investigación de las condiciones económico-
sociales regionales y locales, auxiliada p o r la docum entación recién aparecida,
proveniente de las com petencias adm inistrativas relacionadas con la vida coti­
diana, en que se exponen intrincados procesos consum ados bajo el influjo de
m últiples factores, y dentro de cuyo desenvolvimiento el Estado y la política esta­
tal representaban, a lo sum o, u n ' elem ento en tre niüchos. Ésta nueva escuela,
de orientación histórico-éstrúctüral, in teg rad a sobre todo por historiadores de
lengua inglesa y francesa, se h a opuesto a u n a tradición historiográfica más an ti­
gua la cual p ro cu rab a form u lar declaraciones genéricas, admisibles de igual
m odo p á ra todas las regiones españolas, desde la perspectiva de la m adre p atria
y con g ran insistenciá én la legislación, estando m uy obligada, sin em bargo, con
la historia del derecho, debido a su concentración en los aspectos instituciona­
les. M ientras la m oderna dirección historiográfica coloniál h a desatendido —y
sigue h aciéndolo— el problem a de la evolución del Estado, esta cuestión fue
tra ta d a con m ayor frecuencia p o r la historiografía com prom etida con la tra d i­
ción m ás antigua, sobre todo d entro del m arco de tratados históricos generales
del sistema colonial. T odas estas obras se cáracterizan por su incom pleta o ine­
xistente consideración de las continuas m odificaciones y desenvolvimientos del

4 Roland Mousier, Les Institutións de la France sous la Monarchic Á bsolüé¡^. 500.


5 En cuanto a éstos aspectos definidores, véase infra pp. 9 ss.
orden colonial. -Entienden al im perio colonial español como u n conjunto m ono­
lítico, casi invariable a través del tiem po, q u e surgió en el curso del siglo xvi,
perd u ró otro siglo y m edio poco m enos que inconm ovible, p a ra derrum barse,
finalm ente, d urante la segunda m itad del siglo x v iii , como consecuencia de la po­
lítica de la Reforma; transm iten u n m odo de ver en principio ajeno a la historia,
que no corresponde de m anera alguna a la evolución real. El estudio m ás notable
en esta tendencia, considerado como clásico, y que concede a la organización es­
tatal extraordinario espacio, es o b ra de C .H . H arin g 6 y aún puede asignársele,
en muchos aspectos, u n carácter fundam ental.
E ntre am bas tendencias de la historiografía colonial han de ubicarse los estu­
dios de R ichard K onetzke, quien en num erosas m onografías investigó, partiendo
de u n a separación general entre Estado y sociedad, la influencia del prim ero en
el desarrollo social.7 T am bién partió desde la perspectiva de lá m adre p atria, la
cual sé im pone en el análisis del Estado como individuo histórico activo; y utilizó,
sobre todo, docum entación de la adm inistración central española en lo referente
a la legislación de la C orona. A dem ás confirió a sus obras u n á m arcada orienta­
ción histórico-social qUe lo aproxim a a las m odernas corrientes historiográficas.
Com o único entre los historiadores dedicados al féñómerio del Estado en la histo­
ria colonial española, Konetzke in ten tó estableter vínculos entre la evolución ge­
neral del Estado m oderno en E uropa y las condiciones estatales en las regiones
coloniajes. H asta la fecha está pendiente u n a exposición resum ida de los resulta­
dos de la investigación.8 >
La o b ra de Jo h n Leddy Phelan ocupa, asimismo, u n a posición especial.9 Phe-
lan analizó, por medio de u n a metodología histórico-social y sociológica, la reali­
dad de la vida estatal en u n a provincia española de u ltram ar durante el siglo xvii.
M ediante la aplicación de las categorías de soberanía de M ax W eber, pretendió
uniform ar la organización estatal de H ispanoam érica, confundiendo con ello de
modo inadm isible, sin em bargo, el fundam ento teórico dé dicho poderío y su
expresión histórica concreta.
A parte dé estas excepciones, que investigaban la problem ática desde u n a pers­
pectiva más general, el Estado y la evolución estatal se han m antenido encuadra­
dos, sobré todo, dentro de lá historia dél derecho. La falta de interés p o r parte de
España en sus colonias disgregadas, así como el desdén de los hispanoam ericanos
hacia su propio pasado colonial, obstaculizaron por m ucho tiem po los estudios de
la historia dél derecho que h abrían de ocuparse del periodo colonial. H asta los
años veinte del presente siglo y bajo el influjo del español R afael A ltam ira y dél
argentino R icardo Levene, no se formó u n a escuela de la historia del derecho que

6 C. H. Haring, The Spanish Empire in America.


1 Cfr., R ichard Konetske, "Estado y Sociedad en las Indias”, pp. 33 ss., y los correspondientes estu­
dios citados en la bibliografía.
s La exposición de conjunto de R ichard Konetské, Die Indianerkulturen A ltam eríkas und
diespanisch-portugiesische Kolonialherrschaft, tiene bases más amplias y persigue otros fines.
9 John Leddy Phelan, The Kingdom o f Quito in the Seventeenth Century.
consagrada su atención al fenómeno del Derecho Indiano creado-cómo consecuencia
de la colonización española, Sucesivas investiga,ciones de l a s . características
de la evolución del derecho colonial hicieron que esta doctrina, representada
sobre todo -por historiadores de lengua española, perdiera, en gran m edida, el
contacto con los asuntos y la m etodología de la historia general del derecho. T a m ­
bién h a sido sujeta, recientem ente, a m ayor aislam iento dentro de la historiogra­
fía colonial,: en virtud del m ovim iento general hacia tem as de historia social y
económ ica. L a orientación de esta escuela dedicada a la organización estatal en­
tiende por Estado solamente un entrelazam iento de departam entos e institu­
ciones, de derecho; público y privado o u n a m era historia adm inistrativa. Esta
lim itación de la perspectiva se observa, con p articu lar claridad, en las obras de
J.M . Ots .C apdequí1?. De la regla se a p a rta únicam ente Alfonso G arcía-G allo, él
m ás notable representante de esta escuela de la historia del derecho e im pulsor de
la asociación del grupo en el Instituto Internacional de H istoria del Derecho In ­
diano. E n numerosos estudios sueltos,: García*Gallo ha; tratado la- evolución de
la, organización, pstafal desde la perspectiva de la historia general del derecho11
y, adem as de ello, ha luchado reiteradas veces p o r vincular la historia del dere­
cho colonial español con la dél derecho europeo general, p ara integrar, de tal
form a, esta especialidad en u n cuadro más- glqbaL N o obstante su,,empeño,
h asta la fecha hay un a ausencia casi total de investigaciones com parativas.
Además, debe; tenerse en cuenta e l enfoque, histórico con que; fueron analizados
los fundam entos ideológicos de la organización estatal en las regiones coloniales
de E spaña. Aquí, figuran,, sobremodo, los nurnerosos?estudios acerca:de la justifi­
cación de la tom a;de posesión española.12. Se creía posible hacer, depender las ideas
fundamentales, del o'rden e s t a t a l : i n c l u s o los nuevos conceptos de Estado— de
las; ,distintas teorías de justificacióndel siglo xvi, en: su m ayor parte apoyadas
en la teología. rEsta tendencia tam bién debe rnucho a, la historiografía em pleada
en la historia dé lós conceptos políticos en la E spaña del siglo XVL ;En efecto, el
florecim iento tardío del escolasticismo en E spaña d u ran te aquella época p ro d u ­
jo u n a volum inosa literatura- políticaytque,partiendo dé distintas, corrientes ún te-
lectuales de la; Baja E dad M edia y,otras posteriores, tra ta b a del orden estatal y
social, las relaciones jurídicas internacionales, los procesos económicos y otros
problemas análogos. H pensamiento sojbre el Estado,de;los autores de aquella época
sirvió de tema a numerosas, inv^dgadpnes,históricas modernas;13 podría asegurarse,
incluso, que la ,historia española de postrimetrías del siglo, xv y el, -xvi, se ha espito, en
su m ayor p arte, desde la perspectiva de estos estudios de la historia de las ideas.

10 Cfr., José María O tsC apdequí, E l Estado españolen las Indias [ f . c . e . , 1941]; O tsC apdequí, His­
toria del derecho español en América y del derecho indiano.
-1 Véase los títulos infinidos en la bibliografía.
12 Cfr. las obras de Carro, Castañeda y Hanke consignadas en la bibliografía,
13 Véase, dentro de un ámbito tem poral más dilatado, a josé Antonio Maravall, Estado moderno y
mentalidad social (siglos x v g, xvil), 2 vols., y, más recientemente, J. A. Fem ández-Santam aría, The
State, War and Peace, Spanish Political Thought in the Renaissance 1516-1559,
' En tiempos recientes, con los aportes, interesantes en m uchos aspectos de M a­
rio G ón g o ra,14 se ha realizado el esfuerzo de u n ir los distintos enfoques histórico-
jurídicos, institucionales, conceptuales y sociales utilizados en la investigación del
Estado p ara aplicarlos al estudio del im perio colonial hispanoam ericano. A decir
verdad, las diferentes partes dé la obra se conciben como estudios autónom os,
que en conjunto integran u n p anoram a total de los problem as m ás im portantes
de la organización esta!tal en las respectivas fases de la evolución colonial, de m a­
nera que la publicación adquiere, desde todo punto de vista, él carácter de una
exposición general, aun cuando ello no haya constituido la pretensión explícita
del autor.
E ntre todas las épocas de la historia colonial hispanoam ericana, las fases del
descubrim iento, la C onquista y el inicio de la colonización han captado, las más
de las veces, el interés de la historiografía, de suerte que existe un caudal incalcu­
lable de bibliografía histórica respecto a este periodo. Es posible, por lo tanto,
que a prim era vista parezca desacertada, la renovada elección del m ism o para el
asunto de u n a investigación. En contra de esto, podría argum entarse que ju sta ­
m ente el proceso de la usurpación española de territorio en ultram ar h a suscitado
tan diversas especulaciones, hipótesis, polémicas y teorías que resulta casi im po­
sible distinguir las bases evolutivas, ante la m ultiplicidad de opiniones y la densi­
dad de estudios detallistas, y que parece necesaria u na revisión de la problem ática
m ás trascendente. A dem ás de ello, la cuéstión del papel del Estado en esta fase
inicial de la colonización h a sido tratada, hasta ahora, sólo por pocas publica­
ciones, que ab arcan tan to la historia del derecho como la institucional.15-D e
ahí que se im pone resucitar este tem a central, partiendo de Una perspectiva más
general que tenga en cuen ta las conclusiones de la historiografía acerca de la
creación y la organización del Estado m oderno, así como los enfoques desarrolla­
dos por, la historiografía. L a revisión crítica del alcance de la investigación, la sín­
tesis de distintas concepciones sueltas, y la continuación de la discusión, a p artir
de hacer resaltar nuevas voces, conform a, por ende, los objetivos de la exposición
presentada a continuación, cuyo m arco tem poral com prende desde el gobierno
de los Reyes Católicos hasta la época de Carlos V y Felipe II y sólo parcialm ente
cubre tam bién épocas posteriores. Cronológicam ente, se adelanta m ás el análisis
del complejo central de la organización del Estado, m ientras las consecuencias
derivadas del m ism o —respecto al dom inio del orden económico y social, por
ejemplo— se tratan sólo som eram ente y en resum en en el capítulo final. Esta li­
m itación fue im puesta, sobre todo, con m iras al proyecto d e rean u d ar la investi­
gación con otro volumen, p ara lograr, finalmente, una exposición que abarcase el
periodo colonial entero*.

14 Mario Góngora, Studies in the Colonial History, o f Spanish A merica.


15 C f., Silvio Zavala, Las instituciones jurídicas en la. Conquista de A m érica; y Mario Góngora, El
Estado en el Derecho Indiano. Época de Fundación (1492-1570).
* Véase sobre el particular'm i libro Die staaltiche Organisation des Kolonialen Iberoamerika [La
organización estatal de la Iberoam érica colonial], Stuttgart, 1980. [A.]
II. L O S F U N D A M E N T O S D E L A O R G A N IZ A C IÓ N E S T A T A L
E N L A É P O C A D E L O S D E S C U B R I M I E N T O S Y L A S C O N Q U IS T A S

I. LOS ELEMENTOS FORMATIVOS EN LA EXPANSION HACIA ULTRAMAR.

E l CONTRATO firm ado en 1492, en la apenas conquistada G ran ad a morisca,


entre los Reyes Católicos y C olón utilizando la form a jurídica de una concesión o
m erced real, m arcó el punto de p artid a de la historia hispanoam ericana constitu­
cional, administrativa, del derecho y también económica y social. Por tal contrato,
el descubridor se com prom etía a to m ar posesión, en nom bre de los m onarcas,
de todas las islas y continentes que se hallasen en dirección al A tlántico occiden­
tal, recibiendo a cam bio la particip ació n financiera en los beneficios y la cesión
h ered itaria de las dignidades y los títulos de A lm irante del M ar O céano, virrey
y gobernador.
U n convenio entre los representantes de la autoridad estatal y un em presario
particular dio origen, por tanto, al proceso —calificado como “ m om ento de im ­
portancia histórica m u n d ial” — 1 del descubrim iento de Am érica por Europa,
considerado por la historiografía como u n a de las etapas fundam entales en la
transición de la Edad M edia a la M oderna. La expansión hacia u ltram ar de los
pueblos ibéricos, y m ás tarde de las dem ás potencias navales europeas, in d u ­
dablem ente provocó la transform ación de la visión del m undo relativam ente
estrecha de la E uropa m edieval y proyectó nuevos impulsos a casi todos los ám bi­
tos de la vida intelectual, estatal, económ ica y social, incluso en los Estados que
no intervenían directam ente en las em presas de expansión. A unque difícilmente
pueda im pugnarse qué la colonización de A m érica por los europeos constituye un
elem ento im portante de la historia m oderna, ello no im plica que la fundam enta-
ción del orden estatal y social —consum ado durante la época de transiciones— ,
se haya realizado tam bién de acuerdo con principios formativos m odernos.
En p articu lar y con referencia a E sp añ a e H ispanoam érica se ha discutido si el
proceso de descubrim iento y colonización deba situarse en lá Edad M edia o al
principio de la E ra M oderna. A p rim era vista, es posible que la discusión parezca
ociosa. No obstante el hecho de que España, situada en la periferia del Occidente
cristiano, haya alcanzado Una posición de hegem onía europea y logrado un im pe­
rio colonial extraeuropeo de intereses realm ente universales precisam ente en el
periodo de transición de la E dad M edia a’la M oderna, h a conducido siempre a la
controversia de si la m onarquía española, iniciadora de la colonización en u ltra ­
m ar, en conjunto haya m ostrado m ás rasgos medievales o modernos. M ientras

1 Richard Konetzke, “Der weltgeschichtliche Momerit der Entdeckung Amérikas”, pp. 267 ss.
resultaba fácil relacionar con la E ra M oderna los desenvolvimientos europeos ge­
nerales de la época, la cronología histórica española y los acontecim ientos dentro
de España m ism a parecían justificar, m ás bien, la asignación a la E dad M edia.
Sobre todo, el simbolismo inherente a la firm a dél Contrato .de G ranada en ei mo-
m ento de term in ar la R econquista y las extensas concesiones hechas por la C oro­
n a a C olón, evocadoras de las cesiones feudales, así como la apelación posterior,
aparentem ente anacrónica, de los Reyes a la universalidad del papado, en proce­
so de desm em bram iento ya, p ara la sanción ju rídica de las anexiones territo­
riales, causaban ía im presión de confirm ar el arraigo de los rem os cristianos de la:
península ibérica en las tradiciones medievales;
Estas circunstancias han incitado u n a y o tra vez, particularm ente a la histo­
riografía española, a in te n ta r analizar las condiciones internas de los reyes espa­
ñoles y la política de sus m onarcas teniendo como fondo este corte entre dos
épocas, m ientras la historiografía española, p o r o tra parte, ra ra vez sé h a enfren­
tado con esta problem ática 2 L a investigación de lengua francesa e inglesa, de
tendencia histórico-estructural, recalca bajo este aspecto la co n tin u id ad de las
formas m edievales en la E spaña del A ntiguo R égim en y considera la expansión
hacia u ltra m a r como u n a continuación de la R econquista m ediéval.3 L a histo­
riografía ocupada en la historia política y la cuestión del origen del Estado
m oderno pone en evidencia,: por el contrario, el m odernism o de los cambios
introducidos por los Reyes Católicos4 y con ello se une, consciente o inconscien­
temente, a la discusión de la obra de estos sobresalientes soberanos iniciada por
M aquiavelo y los hum anistas italianos y proseguida por B altasar G racián, el
racionalism o y la historiografía del siglo xix, h asta la ac tu a lid a d .5 E n verdad, las
interpretaciones que, p o r u n a parte, se reitéren a las estructuras internas y, por

2 A ello remite Antonio Domínguez Ortiz, El A ntiguó Régimen: Los Reyes Católicos y ’ los
Austrias. Deben exceptuarse de esto, por cierto, algunos estudios, de orientación histórica de las
ideas, realizados por historiadores españoles, los cuales efectivamente se ocupaban de esta problem á­
tica; véanse las obras citadas en la nota de pie 4.
3 Como representantes de la escuela de los Anuales, e.q., Pierre Chaunu, L ’E spagne de Charles
Quint, 2 vols., sobre todo vol. 1, capítulos 2 y 3; yjoseph Pérez, L ’E spagne dú su Isiécle por nom brar
sólo dos obras de las más recientes; en cuanto a la historiografía de lengua inglesa, cfr. J.H . Elliott,
Imperial Spain, 1469-1716, quien juzga, aparte de las estructuras económicas y sociales, sobre todo
la relación española con la religión como un indicio de su carácter medieval; John Lynch, Spainun-
der the Habsburgs, vol. 1, ante todo el capítulo 1.
4 Cfn R ichard Konetzke, Geschichte des spanischen und portugiesischen.Volkes, p. 109; asimis­
mo, Gerhard Ritter, Die.Neugestaltung Deutschlands und Europas im 16. Jahrhundert, pp. 40 ss.;
Kurt von Raumer, “Absoluter Staat, korporative L ibertát, personliche Freiheit”, pp. 183 s.; del lado
español, sobre todo las investigaciones en la historia ideológica hechas por Fernando de los Ríos, R e ­
ligión y Estado en la España del siglo x v i, pp. 68 ss.; José Cepeda Adán, tom o al concepto de Es­
tado en los Reyes Católicos’, José Antonio Maravall, “El pensamiento político de Fernando él Católi­
co", pp. 9 ss.
5 Cfr. Angel Ferrari, Fem ando él Católico en Baltasar Gracián, quien presenta una visión panorá-
micá del reinado de Fem ando el Católico desde el punto de vista de sus contemporáneos y hasta
entrado el siglo xix-
otra, a la política de los m onarcas y de sus repercusiones, no se excluyen m u tu a­
mente.
En cuanto a la historia colonial hispanoam ericana y la del subcontinente latino­
americano en total, el problem a dé la especificación de la herencia ibérica tam bién
h a ocupado a la historiografía hasta la actualidad. Los fundam entos m edie­
vales de la expansión hacia u ltra m a r h a n sido analizados, por ejem plo, en sus
formas institucionales, y adem ás, el proceso de la usurpación territorial se ha
considerado como u n a em presa organizada según el modelo de la colonización
practicada eh las regiones recuperadas en el curso de la R econquista.6 H ace poco
tiem po se ha suscitado u n a prolongada discusión entre los historiadores de la eco­
nom ía social sobre si el régim en económ ico colonial era dé carácter feudal o capi­
talista.7 Esta polémica, fu ndada en distintas corrientes del concepto m arxista de la
historia, que desde entonces se ha extendido a todos los frentes ideológicos, tam ­
bién redunda en la alternativa entre la sobrevivencia de las estructuras m edieva­
les y el predom inio de tendencias evolutivas m odernas en la colonización :de
Am érica. El hecho de que esta controversia fuera vinculada a la búsqueda de las
causas del subdesarrollo latinoam ericano, como ocurría en las teorías de depen­
dencia desarrolladas d urante los años sesenta, pone de manifiesto, por últim o,
que la problem ática recae aú n sobre la política actual del antagonism o global
N orte-Sur,8 d entro del cual las estructuras d e los países en desarrollo, m arcadas
por el colonialismo europeo, tam bién representan un tem a central.
De estos, antecedentes resulta^ p ara la historia de la organización estatal en la
H ispanoam érica colonial, la necesidad de dilucidar los cambios de la organización
política in tern a que en aquel entonces se verificaban y, sobre todo, dé c ara c­
terizar las fuerzas; que impusieron su sello en form a determ inante sobre la coloniza­
ción española en ultram ar, los monarcas, los empresarios privados —representados
p o r los explotadores y los conquistadores— y la Iglesia,

6 En cuanto a la fundación medieval, cfr. Richard Konetzke, Das spanische Weltreich. Grundla-
gen und E ntstehung; Charles Verlinden, Précédents médiévaux de laColonie en A m ériqúe, el cual
destaca más bien sin embargo, las condiciones m editerráneas generales para la colonización en u ltra ­
m ar. La continuidad de la Reconquista a la Conquista fue señalada, en prim er término, por Claudio
Sátiehez-Albornoz, en numerosas publicaciones compiladas en Claudio Sánchez-Albomoz; España,
un enigma histórico, particularm ente el vol. 2; véase, además, Luis W eckmann, “T he Middle-Ages
in the Conquést of Am erica” pp. 130 ss., recientemente ha hechb hincapié sobre esta continuidad
Mario Góngqra, Studies in th e Colonial History, sobre todo pp. 1 ss.
7 En cuanto a este altercado, véase el corto R ésum é en Ruggiero Romano. Les mécanismes de la
conquéte coloniale: les conquistadores, pp. 161 ss.
8 La teoría de la dependencia, que pretendía explicar el subdesarrollo de Latinoam érica como
consecuencia de su subordinación a los Estados industriales, fue extendida, sin embargo, a una hipó­
tesis para la entera historia latinoam ericana desde Colón; cfr. Añdré Gunder Frank, Capitalism and
Underdevelopment in Latín America, y numerosas obras producidas a consecuencia de ésta.
FUNDAMENTOS DE LA ORGANIZACIÓN ESTATAL 21
a) Los Monarcas

El asunto de la posición de la persona del m onarca dentro de las m onarquíás


europeas d u ran te la época del Renacim iento, de ordinario se ab o rd a en relación
con la búsqueda de los Orígenes del Estado m oderno. El despliegue de poder por
parte de la m onarquía absoluta, sobre todo frente a los poderes particulares, y el
proceso de la progresiva identificación de la m ism a con el Estado se consideran,
con ello, como los baróm etros del establecim iento del Estado m oderno durante
los siglos xvi y xvii. A R anke ya le p arecía que “p a ra to d a la historia europea. . .
ninguna cuestión es m ás im portante que la form a en que el Estado rom ano o
germ ano de la E dad M edia se transform ó en uñó m ás m oderno, el cual im peró
en Europa hasta los tiempos de la R evolución” .9
La abundante literatura que se dedica a esta cuestión constantem ente utiliza,
por este motivó, conceptos como:“ E stado” , “Estado m oderno”, “ m oderno Es­
tado institucional”i “Estado corporativo”, “ Estado nacional” , “ soberanía” ,
“ Estado soberano” , “ absolutism o” , “ Estado absoluto” , etcétera. Todos estos
conceptos, em pleados las m ás de las veces sin definiciones claras son controverti­
dos y con frecuencia sirven p a ra señalar m anifestaciones m uy divergentes de la
relación entre los soberanos y los gobernados, p a ra el periodo que com prendió
desde el siglo xiu hasta el final del Antiguo Régimen.10 Apoyándose en ellos, la
historiografía h a pretendido caracterizar ú n fenóm eno que podría clasificarsecó-
m o el proceso com etido a las alternativas com plejas de la política externa e
interna— dé la formación de regímenes soberanos abstractos dentro de Estados
sociales comprendidos por límites territoriales fijos, cuyo producto es el Estado m o­
derno com o individuo histórico, entendido com o tipo ideal, d e acción soberana y
fundado en los principios de la legitim idad y la juridicidad. En opinión de O tto
H intze, el “ Estado liberalcoiístitucional, con orientación h á d a la libertad perso­
nal del individuo” , representa el rem ate del Estado m oderno, el cual surgió a tra ­
vés de cuatro fases dé desarrollo, de las cuales la prim era era form ulada por el
“Estado soberano d entro del sistem a europeo de Estados” entre los siglos xvi
y xix.11 Coincidiendo con Max Weber, diremos que este periodo evolutivo también
podría calificarse como el del “ Estado m oderno burocrático-patrim onial’’ ,12 Ba­
jó el concepto “ absolutism o” pretenden reunirse aquí los fenómenos q u e —como
la' superación del dualismo “monarca-Cortés”, la introducción del principio de la

9 Leopold von Ranke, Die Osmanen und die spanische Monarchie im sechzehnten und siebzehnten
Jahrhundert. p. 259. -. . - ' . ■
^ Hace poco llamó la atención sobre estas circunstancias, de m anera muy atinada, Helmut
Quaritsch, Staat und Souveranitat, t. 1: Die Grundlagen, pp. 20 ss. y.72 ss., sobre todo respecto al
concepto “Estado”. En cuanto a la problem ática del “absolutismo”, cfr. Fritz H artung y Roland
Mousnier, “Quelques problémés concernant la Monarchie absolue”, pp. 1 ss.; asimismo, la antología
Absolutismos, W alter Hubatsch, comp. ■
11 Oto Hintze. "Wesen und W andlung des m odernen Staates”. pp. 475 s.
12 Max W eber, Wirtschaft und Gessellschaft, pp. 763, 770 y 1001 ss.
soberanía y de la idea de la razón de Estado, así como la formación de una b u ­
rocracia esforzada en la racionalización del ejercicio del poder— favorecieron el
desarrollo de este grado evolutivo del Estado m oderno.
Parecería atrevido q uerer e n tra r en los porm enores, de estas discutidas cues­
tiones dentro del m argen de la presente investigación. Pero como resulta indis­
pensable para el historiador el uso de los conceptos citados, es preciso señalar esta
compleja problem ática y aclarar, cuando menos a grandes rasgos, con qué acep­
ción y dentro de qué contexto se utilizarán a continuación. T om ando en cuenta
estas consideraciones, pues, ha de especificarse el problema de la posición del m onar­
ca de la siguiente manera: ¿Qué nivel había alcanzado el desarrollo del absolutismo
m onárquico y, p o r tan to , la form ación del Estado soberano en la península
ibérica, y qué conclusiones pueden sacarse de esto en cuanto al fundam ento de
la organización estatal en u ltram ar? - ?
Sería erróneo abordar esta problem ática exclusivamente desde la perspectiva
del Estado unitario español. Por cierto, la unión entre Isabel de C astilla y F er­
nando de A ragón unificó, en el año 1469; los reinos de am bas coronas, pero se
tratab a solamente de u n vínculo personal. El ordenam iento legal y la organiza­
ción adm inistrativa de cada territorio se m antuvieron com pletam ente intactos.
R eiteradas veces, la historiografía h a juzgado como un error el hecho de que los
Reyes Católicos y sus sucesores no adoptaran m edidas enérgicas para uniform ar
el orden institucional. Esta afirm ación resulta disparatada, sin duda, puesto que
evalúa en form a equivocada, partiendo de ideas m odernas, las posibilidades de la
m onarquía en aquella época. P or u n a parte, la autoridad de ésta no estaba lo bas­
tante afianzada en aquellos tiempos como para im poner m edidas que habían de
considerarse como atentados al orden político y social vigente y , por otra, la auto­
ridad m onárquica funcionaba como suprem o guardián del derecho tradicional, el
cual había de respaldarse, al subir al trono, m ediante un ju ram en to prestado
sobre la constitución ju ríd ica ante las Cortes.
La modificación arb itraria dé la ju risp ru d en cia en uno de los reinos hubiera
significado no sólo u n a violación de la ley, sino tam bién el quebrantam iento de
un solemne ju ram en to y, por tanto, u n a infracción a la teoría escolástica, aún no
superada, del carácter contractual de la relación entre el m onarca y los súbditos.
De ello hubiera podido derivarse el derecho de oposición.al soberano. Esta m ane­
ra de pensar experim entó u n renovado auge precisam ente durante el escolasticis­
mo español tardío. D entro de este contexto debemos recordar que en la m ism a
época, en Francia, se incorporaron B retaña y, m ás tarde, el Franco C ondado a la
C orona francesa, y sin perjuicio de la organización legal e institucional existente
en esas regiones, y que los países hereditarios dé los H absburgo, unificados
nuevam ente bajó M axim iliano, tam poco se fundieron entre sí. Incluso en la épo­
ca culm inante del absolutism o, el respeto a las tradiciones institucionales de los
reinos heredados representaba un principio practicado por toda E u ro p a .13 A parte

13 Sobre esto, así como la extensa supervivencia de las tradiciones constitucionales medievales, por
de la posibilidad de debilitar paulatinam ente los regímenes constitucionales consa­
grados y de introducir nuevas burocracias én virtud de recién surgidas necesidades
adm inistrativas, sólo en el caso de u n a oposición ab ierta co ntra el p o der legíti­
m o se presen tab a a los soberanos u n a posibilidad legal p a ra la abolición de los
derechos y privilegios existentes y, por ende, p a ra Unifircar la organización esta­
tal. E n E spaña, esta oportunidad no se ofreció hasta la G u e rra dé Sucesión, a
principios del siglo xviii, cuando los reinos de la C orona de A ragón se m anifesta­
ron en favor del pretendiente H absburgo al'trono, por lo que fueron sometidos
por Felipe V, a quien inicialm ente habían reconocido como rey, con la fuerza de
las arm as. Sók» la circunstancia de la rebelión abierta dio a Felipe un motivo legal
p ara su bordinar los reinos aragoneses al derecho castellano. L a N avarra leal
guardó, por el contrario, su atávico régim en legal y adm inistrativo.
C on todo, no es posible olvidar el hecho de que los Reyes Católicos, procura­
ron conseguir la unificación de sus distintos reinos, efectuando ajustes institu­
cionales dondequiera que esto fuese posible. En Castilla introdujeron, por
ejem plo, consulados comerciales p ara la organización corporativa de los com er­
ciantes según el m odelo catalán. En relación con el establecim iento de la Inquisi­
ción, se creó u n a organización adm inistrativa, com petente de igual m odo para
todos los distintos reinos, con un consejo cen tral.14
Precisam ente, la reinstauración de la Inquisición directam ente bajo control de
la C oro n a y, ligada a aquélla la política religiosa de los Reyes Católicos, sirvieron
p ara lograr la unificación interior m ediante la consecución de la hom ogeneidad
religiosa entre la población. N o fue intolerancia religiosa ni la idea de u n a cruza­
da, como se ha declarado u n a y o tra vez, lo que m otivó a los m onarcas a poner fin
a los siglos de convivencia relativam ente pacífica entre el cristianism o, el Islam y
el judaism o, y a o perar la unión religiosa m ediante la expulsión de los judíos no
asimilables y la conversión forzosa de la población m ora som etida. M ás bien se
debía a la idea de que sólo u ñ a religión u n itaria sería capaz de afianzar la unidad
política interior y de g arantizar el control de la m onarquía sobre la población. La
religión equivalía tam bién, por lo tanto, a u n instrum ento de gobierno, con la
ayuda del cual se hacía posible m antener el dom inio sobre las m asas.15 Los
conflictos políticos desencadenados pon la R eform a en E uropa.representaban, no

debajo del nivel central de los regímenes absolutistas, en la m ayoría de los Estados europeos, ha lla­
m ado recientemente la atención, entre otros, G erhard Oestreich, “Strukturproblem e des euro-
paischen Absolutismus”, pp. 179 ss.
14 Véanse en cuanto á ios datos citados aquí, las obras sobre la historia española mencionadas en
las notas 3 y 4.
15 José Antonio Maravall, Estado moderno y mentalidad social, vol. 1, p. 236. La opinión de que
las m edidas político-religiosas de los reyes deben considerarse con relación a la form ación del Estado
moderno en España es sostenida tam bién por Luis Suárez Fernández, Documentos acerca de la ex­
pulsión de los judíos, pp. 10 s.; y Manuel Fernández Álvarez, L a sociedad española del Renacim ien­
to, p. 216; asimismo, por Christopher Dawson, The Dividing ófC hristeñdom i pp. 180 s. , quien in­
terpreta, ciertam ente, la unión entre el Estado y la Iglesia como de carácter más bien teocrático-
religioso.
en últim o lugar, u n a consecuencia de este concepto, el cual finalm ente encontró
expresión en el imperio bajo la fórm ula cuius regio, eius religio. D urante la era de
los Reyes Católicos la fe religiosa comenzó a convertirse en objeto de la razón del
Estado, y España, que contaba con m inorías religiosas num éricam ente fuertes
—al contrario de los dem ás Estados europeos— , sim plem ente se anticipó a u n a
evolución europea general m ediante la unificación forzosa de la fe. T om ando en
cuenta estas consideraciones, el restablecim iento de la Inquisición ya no puede
interpretarse como producto del odio de razas ni del fanatism o religioso, idea que
aún resuena incluso en obras recientes elaboradas por la plum a de autores se­
rios.16 Antes bien, en este caso se trata del resultado lógico de la nueva interpretación
de la im portancia político-estatal de la fe, puesto que h abía que crear u n ins­
trum ento que im pidiera la supervivencia de las creencias judaica e islámica bajo
color de la conversión así como el nacim iento de un sincretismo religioso; es de­
cir, algo que fuera capaz de procu rar la integración perm anente de los grupos
conversos de la población. La reinstauración de la Inquisición debe considerse,
por lo tanto, como u n a m edida ubicada en el contexto de los esfuerzos político-
religiosos de unificación realizados por la C orona. Lo mismo, indica tam bién la
circunstancia de que la Inquisición fuera em pleada públicam ente como medio
disciplinario político, en algunos procesos espectaculares contra altos dignatarios
eclesiásticos.
C iertam ente no puede negarse que entre la población existía un odio racial y
un fanatismo religioso m ás o m enos m arcados, como lo dem uestran los num ero­
sos ataques que las masas em prendieron contra las m inorías raciales durante toda
lá Edad M edia, en España al igual que en las dem ás partes de Europa. Sin duda
hay razones p ara suponer que estos desm anes derivaban, en últim o térm ino, de
prejuicios económicos y sociales, y no fundam entalm ente de recelos religiosos o
raciales.17 Sobre todo, los problem as de abastecim iento, que tra ían como conse­
cuencia rápidos aum entos de los precios, p arecen h ab er intensificado los resenti-
mientos siem pre latentes co n tra los judíos y moriscos, a los cuáles ninguna suerte
de restricción les im pedía ejercer su oficios, transacciones com erciales y m o n eta­
rias p o r ninguna suerte de restricción corporativa o religiosa, lo que d a b a lu gar a
persecuciones locales o regionales. N o obstante, precisam ente la m o n arq u ía y la
aristocracia solían m an ten er u n a política de protección a las m inorías frente a
estas tendencias, an te todo p o r motivos económicos. A unque los acontecim ientos
hicieran suponer que tales agresiones se m ultiplicarían én el transcurso del siglo
xv, la Corona no tenía motivos p a ra ap artarse de la orientación tradicional de la

16 Esta alusión se halla m uy marcada, por ejemplo, en Henry Kamen, The Spanish Inquisition,
aunque este autor tam bién pone de relieve precisamente la im portancia política de la Inquisición.
Philippe Wolff, “T he 1391 Program in Spain, Social,Crisis or not?”, pp. 4 ss ; Angus MacKay,
“Popular Movements and Progróms in Fifteenth-Century Castile”, pp. 33 ss.; y Ju an Ignacio G u­
tiérrez Nieto, “La estructura castizo-estamental de la sociedad castellana del siglo Xvi”, pp. 519 ss.,
han hecho hincapié, últim am ente, en los motivos económicos y sociales de los acros de hostilidad di­
rigidos conta las minorías religiosas.
m o n a rq u ía en estos asuntos, n i p o r tem or a la reacción de la “opinión p ú blica”
ni p o r o b ten er el apoyo de u n am plio sector p o p u lar p a ra la política re a l.18
L a im portancia política de la religión p ara el Estado se hace patente al conside­
ra r la política de los m onarcas frehte a la C u ria rom ana, la cual ap u n tab a a lá ob:
tención del control directo só b re la s instituciones eclesiásticas, siguiendo así la
m ism a línea del galicanismo francés o de las aspiraciones a u n a Iglesia nacional
alim entadas por los príncipes protestantes de los siglos xvi y x vu. E n ese cuadro
tam bién encaja el apoyo concedido por los Reyes a la reforma-eclesiástica y m o­
nárqu ica introducida por el cardenal Jim én ez de Cisneros , pues sabían que la im ­
posición de una m ayor disciplina entre los miembros del clero, demasiado relajado,
red u n d aría en el increm ento de la credibilidad del cristianismo frente a los recién
conversos.
L a función asignada por los m onarcas a la religión, dentro del m arco de su po­
lítica, no excluye que F ern an d o e Isabel mismos fueran creyentes y consideraran
su soberanía com o u n deb er religioso. Seguram ente estaban m uy alejados de una
flexibilidad religiosa en el sentido del Parts vaut bien une messe de E nrique IV de
Francia, pero sería erróneo q uerer explicar, con base en esto, su política reli­
giosa, cuyas desventajas inm ediatas —la pérdida de un grupo económ icam ente
m uy activo, por la.expulsión de los ju d ío s— no podían ser ignoradas por los R e­
yes, conscientes de la política en todo aspecto.' EL grado en que las decisiones de
los soberanos en el ám bito religioso-eclesiástico obedecían a cálculos políticos se
vuelve evidente por el hecho de que no hicieran suyos los designios de su conseje­
ro más im portante, Jiménez de Cisneros, quien deseaba continuar la Reconquista
llevando las guerras de religión al Á frica del N orte. Esta em presa hubiese sido
aventurada, en vista del gran sector de moriscos no asimilados entre la población
del litoral m editerráneo español, conduciendo; posiblem ente, a nuevos conflictos
con Portugal. E n su lugar, los m onarcas se conform aron con la adquisición de
bases a fin de afianzar la prep o n d eran cia m arítim a en el M editerráneo occi­
d e n ta l/ ■
En resum en podrá inferirse, p o r lo tanto, que F ernando e Isabel practicaban
u n a política que pretendía la unificación interior de los distintos reinos parciales,
ligados por unión personal, sobre todo en el dom inio de la religión. Pese a su ri­
gorismo, que repele a la historiografía m ás m oderna y actual, .m arcada antes bien
por su libertád y tolerancia, la política religiosa de Fernando e Isabel h a de califi­
carse como m oderna, desde todo p u n to de vista, puesto que ap u n ta b a a la crea­
ción de Una ciu d ad an ía hom ogénea ideológicam ente an ticip an d o así los esfuer­
zos realizados por toda E uropa d u ran te los siglos XVI y¡xvu.,
Un factor im p o rtan te p a ra la unificación interior consistía la política exte­
rior de los soberanos; la cual reunía los intereses de A ragón y Castilla, divergen­

18 La idea de que la política religiosa de los soberanos se había concebido tam bién con m iras a la
opinión pública es m antenida por Peggy K. Liss, México under Spain 1521-1556. Society and the
Origins o f Nationality, p. 33.
tes por tradición* en u n a política española u nitaria, en la cual se perfilaba ya la
España de los H absburgo: arreglos y vínculos dinásticos con Portugal, el aisla­
m iento de Francia m ediante el cultivo de estrechas relaciones con Inglaterra y el
Im perio alem án, y la consecución de la suprem acía m arítim a en el M editerráneo
occidental y el Atlántico por m edio de la posesión de Italia del S ur y la adquisi­
ción de bases en el Á frica septentrional. E n lo que a este concepto se refiere, no
tiene tanta im portancia si Castilla o A ragón hayan logrado ap ortar m ás de sus in­
tereses tradicionales, sino, antes bien, el hecho de que, p a ra llevar a cabo esta po­
lítica concebida desde el punto de vista de la E spaña unida, los castellanos y los
aragoneses lucharon hom bro con hom bro en la G ranada m orisca, Italia y N a­
varra, lo cual fom entó cierta solidaridad; es decir, la conciencia de una identidad
española. “ Enlaces dinásticos, conquistas, anexiones y descubrimientos, proyectan sobre el
viejo y el nuevo mundo la imagen integral de España, y el eco de sü grandeza llega a los
españoles desde el exterior” ; escribió acertadam ente G aran d e.19 Adem ás de la
form ación interior de u n Estado, m anifiesta sobre todo en la política de la reli­
gión, tam bién se ponía en evidencia ya un proceso de form ación estatal desde el
exterior,20 entre otras m anifestaciones, en el hecho de que bajo C arlos V se pro­
pagó el térm ino La Corona de España como expresión de esta conciencia de unidad
en toda Europa. 21 M ientras la política religiosa de los Reyes Católicos era conce­
bida como rom pim iento intencionado con la tradición y representaba una inno­
vación indicativa del futuro, el proceso de formación estatal exterior, partiendo
de la política exterior, difícilmente puede considerarse como u n a finalidad perse­
guida con claro conocim iento de las consecuencias. La circunstancia de que dicha
política exterior incorporase a la continuación los esfuerzos de cada uno de am bos
reinos parciales, y el hecho de que los territorios recién adquiridos se anexionaran
a u n a u o tra de las respectivas coronas ponen en evidencia que los m onarcas a c­
tuaban enteram ente dentro del -marco de la idiosincrasia política consagrada.
E n vista de los procesos, de tardía m anifestación, de u n a unificación interior y
la continuidad institucional en cada uno de los reinos españoles, asociados por
unión personal; resulta com prensible que la pregunta acerca de la posición del
m onarca y la m odernidad inm anente a la política de los soberanos deba contes­
tarse desde la perspectiva de cada uno de los reinos parciales. Bajo este aspecto,
se im pone la restricción a Castilla, no sólo ¡porque ésta constituía el po d er más
im portante dentro del naciente Estado unitario, sino porque, adem ás, el im perio
de ultram ar llegaría a constituir u n a p arte integrante de la C orona castellana, por
lo cuál las circunstancias político-institucionales castellanas tam bién influyeron
en la estructura interior de éste.
A parte de su m ayor extensión, u n a densidad de población m ucho m ás alta en

19 Ramón Carande, "La economía y la expansión ultram arina bajo el gobierno de los Reyes Cató-
licos”, p. 23. Las cursivas son del autor.
20 Según Otto Hintze, “Staatenbildung und Verfassungsentwicklung”, pp. 34 ss.
21 José Antonio Maravall, Estado m oderno..., vol. 1, p. 334.
poderío económ ico superior, la causa de la suprem acía de C arilla debe buscarse,
y no en últim o lugar, en el hecho de que la autoridad m onárquica consiguió im ­
ponerse, en este territorio, frente a las C ortes y otros poderes particulares en gra­
do m ucho m ayor que en A ragón, C a ta lu ñ a y V alencia. Al contrario de los
citados reinos de la C oro n a de A ragón, ca d a uno de los cuales c o n tab a con sus
propias C ortes, las distintas partes de C astilla se h a b ía n fundido en u n a sola
un id ad , tam b ién en Jo tocante a las instituciones; únicam ente las provincias
vascongadas h ab ían logrado conservar órganos representativos independientes, los
cuales sólo conservaba.n, sin em bargo, el c a rá c ter de ayuntam ientos libres. Las
Cortés de C astilla tenían poca im p o rtan cia política, p o r lo dem ás, y sólo el tercer
estam ento, los representantes de las ciudades, disponía de recursos p a ra ejercer
influencia política p or m edio del derecho de conceder el voto de contribuciones.
Los m onarcas poseían el pleno pod er legislativo y h ab ía n conseguido m antener,
adem ás, u n extenso control incluso sobre la jurisdicción señorial.22 Las prerrogati­
vas de la nobleza feudal eran insignificantes en com paración. Se reducían a la per­
cepción de ciertos derechos y la designación de funcionarios m unicipales y jueces
en las regiones de jurisdicción señorial, quienes h ab ían de desem peñar sus funcio­
nes, no obstante, de acuerdo con el derecho real. Asimismo, por Jas Siete Partidas
—que se rem ontaban a Alfonso X — , Castilla gozaba de un código legal hom ogé­
neo que establecía un ordenam iento jurídico por e n cim a‘de los fueros locales.
A la vez, las Siete Partidas, provenientes del siglo XIII, representaban la m ani­
festación de u n concepto de Estado secularizado y corporativo,23 según el cual el
m onarca, el territorio y la com unidad de súbditos correspondiente a éste confor­
m aban los elementos constitutivos del Estado político. P or legítim a sucesión in­
testada, el rey era el señor natural sobre el país y sus habitantes. Esta concepción de
la constitución estatal, arraigada en el derecho popular y natural y basada en la
idea, del territorio y sus naturales, se sobrepuso a la consagrada red de dependen­
cia y vínculos vasallos, la cual form aba, como federación feudal, una unidád estatal
m ucho m ás incoherente, concepción que favoreció la creación de u n organism o
estatal centralizado y cerrado en sí.24 La contención consiguiente del feudalis­
m o, que había tardado en penetrar en E spaña, posibilitó el afianzam iento de la
autoridad real y perm itió que “el poder público, encarnado en la autoridad a tri­
buida al R ey de u n pueblo y de u n territorio constituidos en u n a com unidad polí­
tica diferenciada, (m antuviera) siem pre su unidad soberana y, por m edio de sus
oficiales y agentes, (ejerciera) su acción sobre todo el territorio del estado y sobre todos los

22 En cuanto a la justicia de la Baja Edad Media en Castilla, cfr. Miguel Ángel Pérez de la Canal,
“La justicia de la corte de Castilla durante los siglos XIII a l xv”, p p . 385 ss.
23 Cfr. Ángel Ferrari, “La secularización de la teoría del Estado en las Partidas”, pp. 449 ss.; ade­
más, José Antonio Maravall, “Del régim en feudal al régimen corporativo en el pensamiento de Al­
fonso X .’Y pp. 87 ss.
24 José Ángel García de Cortázar, La época medieval, p. 291.
súbditos’ ’ .25 En esta concepción corporativa del Estado, la com unidad política rá ­
pidam ente se constituyó como Unidad indivisible, circunstancia de sum a trascen­
dencia al reco rd ar los frecuentes fraccionam ientos de los reinos d u ra n te la alta
Edad M edia española. E sta concepción creó, justam ente, las condiciones necesa­
rias p a ra que la m o narqu ía, en acuerdo con las distintas potencias particulares,
pudiera am pliar su poderío convirtiéndose, m ediante la identificación con el Es­
tado, en el exponente de un poder público abstracto, superior a los divergentes
grupos e intereses sociales. '
En efecto, las Partidas ya contienen los principios de un concepto dé soberanía
m anifiesto en la noción de que el rey, como “ em perador dentro de su reino” , no
conocía poder tem poral superior a sí y que, guardando el respeto al derecho y
afrontando la responsabilidad ante Dios y el bienestár com ún, estaba libre para
d ictar las leyes precisas p a ra el gobierno dé su país.26 Este pensam iento revela los
prim eros esfuerzos de parte de la C oron a para la superación dél Estado de orga­
nización dualística y la identificación del m onarca soberano con el Estado. R esul­
ta significativo que, paralelam ente al desarrollo de éstas ideas hacia u n a concep­
ción m oderna de Estado, la cual no se im pondría hasta el siglo xvii, tam bién
surgiera en Castilla, d u ra n te el siglo xm el concepto de cargo público y que
com enzara a establecerse, en conexión con el mismo, una capa de funcionarios
procedentes dé la aristocracia baja, o incluso de la burguesía, quienes con educá-
eiórí ju ríd ica, en creciente m edida se e n carg ab an de las tareas públicas.27 A un
mismo tiem po, el lenguaje p o p u la r obtuvo acceso a la adm inistración. Estás
innovaciones, com unes a toda Europa, no resultaban asombrosas al considerar los
estrechos contactos dé los reinos cristianos de la península ibérica con la Italia del
em perador Federico II. : ' '
Basándose en éstos conceptos y en el peso-m ilitar de la m onarquía durante las
continuas guerras de reconquista, la C orona; castellana rápidam ente •alcanzó la"
suprem acía frente a los poderes re p resén tateo s. N ada esclarece ésta circúnstan>
cia m ejor que el hecho de que a fines dél siglo x v un poco más de la m itad de lá
población castellana se encontrase libre de obligaciones señoriales, estando direc­
tam ente subordinada al poder real. 28
A ju zg ar por las apariencias, tam bién én Castilla las ciudades y, con ellas, u n a
nueva clase social se convirtieron en los prim eros defensores de lá m oderna con­
cepción dél Estado. R ecurrían a ella principalm ente p á ra :im pedir la creación de
nuevos señoríos por la C orona y así fom éntar la indepéndenciá económ ica y poli-,

25 Luis G. de Valdeavellano, Curso de historia de las instituciones españolas. De los orígenes al f i ­


nal de la Edad Media, p. 408. Las cursivas son del autor.
26 Cfr. Código de las Siete Partidas, lia . partida, título I, ley V y otras del mismo título. José A nto­
nio Marávall, Estado moderno, vól. 1, pp. 252 y 270 ' —
27 Cfr .José Antonio Marávall, “Los ‘hom bres de saber’ o letrados y lá formación de su conciencia
estam ental” , pp. 345 ss.
28 Según el cálculo de Antonio Domínguez Ortiz, El A ntiguo R égim en, p. 16
tica del soberano frente a la nobleza feudal. M ientras la m onarquía, particular­
m ente en tiem pos de crisis, asignaba nuevos regím enes señoriales u n a y o tra vez
a fin de asegurar el apoyo de la aristocracia, los representantes de las ciudades
continuam ente exhortaban a la C o ro n a re n las sesiones de las Cortés,- a evitar la
m erm a de las propiedades del patrim onio real por la constitución de nuevos seño­
ríos o aum ento de los existentes. A ún d u ran te el siglo XV, distintas ciudades se re­
sistieron^ contra la m onarquía fortalecida, a que ellas mismas o partes de sus zonas
de jurisdicción fu erán concedidas a los nobles.29 T ales casos ilustran el hecho
de que la contención del feudalismo no integró u n proceso continuo en Castilla,
sino qUe se llevó a cabo lentam ente y paso a paso. Los num erosos señoríos otor­
gados sobre todo por los reyes de la dinastía de los T rastám ara, fom entando la
form ación de u n a nueva capa aristócrata,30 m arcaron el contratiem po m ás sig­
nificativo quizá, dentro de la evolución trazad a aquí. Sobre todo du ran te el go­
bierno turbulento de Enrique IV , la nobleza logró un afianzam iento notable de
su poderío político y económico; por medio de u n gran núm ero de concesiones
reales y la usurpación de considerables sectores de la propiedad patrim onial real.
Esta am pliación del régim en señorial, que puede calificarse com o u n a reacción
feudal, consistió, sin em bargo, en u n resultado de la política práctica y de ningún
modo entrañó un desprendim iento de la concepción de Estado surgida du ran te el
siglo xiii, con todas sus implicaciones en cuanto a la consolidación del poder m o­
nárquico. Por" el contrarió, esás ideas prém odernas siguieron evolucionando, no
obstante el fortalecimiento de la posición de la nobleza que pudo observarse d u ­
rante el reinado de los T rastám ara, bajo la influencia de las universidades y sus
escuelas de derecho, que a grandes pasos ganaban m ayor im portancia. C om o ad ­
vertencia al m argen, cabe señalar que u n a reacción feudal sim ilar ocurrió d u ran ­
te los siglos xiv y x v tam bién fuera de lá península ibérica y que aparentem ente
se tratab a de un fenóm eno com ún a toda Europa.
P ara form arse u n juicio sobre el gobierno de los Reyes Católicos, es preciso to­
m ar en consideración, del m ism o m odo, am bas tendencias conflictivas trad i­
cionales. Si se com para la obra dé Fernando e Isabel exclusivamente con el legado
de sus antecesores inm ediatos, como con frecuencia suele hacerlo la historio­
g rafía no española dedicada an te todo a la historia de E spaña al principio de la
Edad M oderna, resultan m uchas m ás afinidades con la política de los H absburgo
del siglo xvi que con la de J u a n II o E nrique IV , por ejemplo , en virtud de lo cual
se acentúa el aspecto de la m odernidad, con u n a intensidad m ucho m áyor de lo

29 Emilio Cabrera Muñoz, “La oposición de las ciudades al régim en señorial; el caso de Córdoba
frente a los Sotomayor de Beialcázar”, pp. 11 ss., donde se encuentran otras notas bibliográficas en
cuanto a casos semejantes.
30 Cfr, Salvador de Moxó, “El señorío,-legado medieval” , pp. 105 ss., particularm ente pp, 110 ss.,
y Salvador de Moxó, “De la nobleza vieja a la nobleza nueva. La transform ación nobiliaria castellana
en la Baja Edad Media", pp. 1 ss., particularm ente pp. 209 ss. En cuanto al señorío español en gene­
ral, cfr. Richard Konetzke, “Territoriale G rundherrschaft und Landesherrschaft im spanischen
Spatmittelalter", pp. 299 ss.
que es.el caso de la historiografía que abarca in té g ra la Edad-M edia española.31 El
restablecim iento de la autoridad real y del orden interior en Castilla, después de
las convulsiones de la G u erra de Sucesión, fue justam ente lo que*se llevó a cabo
m ediante la reanim ación y restauración m etódicas de ;las instituciones consagra­
das, el aprovecham iento resuelto de los poderes judiciales de la m onarquía,
am plios p o r tradición, y apoyándose en los distintos conceptos teóricos desarro­
llados a p a rtir del siglo x m , de la a u to rid a d absoluta y derivada directam ente de
Dios, el soberano.32 L a restitución de la S anta H e rm a n d a d com o instrum ento
p a ra g a ra n tiz a r la paz in te rn a y la seguridad pública^33 la generalización y el
afianzam iento de la institución del Corregimiento, pro p ag ad a a p a rtir del siglo XVI,
p a ra som eter las ciudades a la v o lu n tad del rey,34 y el ejercicio personal del
cargo de juez suprem o, sobre todo por Isabel, así como la insistencia de los docu­
m entos de la época sobre el poderío real absoluto o la soberanía del m o n arcá35
sirven como elocuentes ejemplos de la perm anencia de la tradición Constitucional
y de su evolución ulterior bajo los Reyes Católicos y, a la vez, de las extensas po­
sibilidades p ara el cultivo de u n a política m oderna que com prendía este legado.
En el área de la política económ ica de los soberanos, tam bién se h a hecho cons­
tar, al mism o tiem po, la continuidad respecto a los predecesores y los comienzos
de un sistemático m ercantilism o.36 En líneas generales se podría hablar de u n a
Baja Edad M edia bastante m oderna y, posteriorm ente, de una reafirm ación de
aspectos medievales en la Epoca M oderna, a p a rtir de fines del siglo xvi.
E n efecto, no és posible p asar p o r altó que a p a rtir de entonces y con creciente
frecuencia se em plearon los m edios tradicionales en form a alterada y con m iras a
nuevos objetivos.3:7 Las h erm andades antiguas consistían, por ejem plo, én aso­
ciaciones espontáneas hechas entre las ciudades con motivo de asegurar los cam i­
nos; en interés de la econom ía comunal,: m ientras la Santa H erm andad de los
Reyes Católicos constituía, sin d u d a , un instrum ento para salvaguardar la paz en

31 Véase respecto al prim er caso, las obras mencionadas en la nota de pie4y por el contrario, véase
Luis Suárez Fernández Fernández y Manuel Fernández Álvarez, La España de los Reyes Católicos.
1474-1516, pp. 5 ss., asi como los estudios de Salvador de Moxó, citados én lá nota de pie30.
32 La evaluación de estas corrientes intelectuales, sintetizadas en una teoría acabada én sí durante
el siglo XVI —la doctrina de la soberanía de B odin—, es expuesta, con referencias a España, por José
Antonio Maravall. Estado moderno, vol. 1, pp. 249 ss.
33 Cfr. Marvin Lunenfeld, The Council o f the Santa/Hermandad.
34 Cfr. Benjamín González Alonso, El corregidor castellano, 1348-1808, pp. 71 ss.
35 El origen y el significado de estos términos, aún no utilizados en el sentido de Bodin, es esclare­
cido pór José Antonio Maravall, Estado moderno, vol. 1, p p. 269 ss. y 278 ss.; Luis Sánchez Agesta.
“El ‘Poderío real absoluto’ en el testam ento de 1554 (Sobre los orígenes de la concepción del
Estado)”, pp. 439 ss.
36 En cuanto a la continuidad de la política económica, cfr, Ram ón Carande, “La econom ía”, pp.
7 ss. La política1económica de los monarcas es interpretada como m ercantilista por R ichard Kontetz-
ke, Das spanische Weltreich, pp. 74 ss.
37 Esto e s s e ñ a l a d O j con m ucha razón, por José Antonio Maravall en su libro Estado moderno, vol.
1, p. 19.
las cam piña, facilitado por las ciudades, pero puesto al servicio y bajo el dominio
directo de la Corona. L a anulación política de las poderosas órdenes m ilitares y
la explotación de sus ab undantes rentas en beneficio del erario real, m ediante la
transferencia de la dignidad de los grandes m aestres a los soberanos, representan
otros ejemplos de esta reform a política que aprovechaba el m arco tradicional.
O tro tanto puede decirse del restablecim iento ya m encionado de la Inquisición y
de su transform ación sim ultánea en u n m edio autoritario de la m onarquía, así
como globalm ente de la política religiosa de los reyes, puesta al servicio de la
unidad nacional.
Com o complem ento de estas tendencias, son notables, en el área gubernam en­
tal, un a m ayor disciplina y el desenvolvim iento de las instituciones existentes, in­
form ación que es confirm ada p o r la organización ad m inistrativa del Consejo
R eal;38 la creación de nuevos consejos centrales representativos de la S an ta H er­
m andad, la Inquisición y las órdenes m ilitares; la fijación de la m anera de traba­
ja r de los tribunales suprem os de apelación, la A udiencia y la C ancillería de
Valladolid y de lá recién constituida entidad del mismo nom bre en la Ciudad Real
y, más tard e, G ranada; luego, p o r los esfuerzos dedicados a la reorganización
de la H acienda 39 y, finalm ente, por la reglam entación de los corregim ientos4®y
su extensión a todas las ciudades castellanas. H asta la fecha, se h a hecho poco ca­
so de cierta disposición legal de los Reyes Católicos, la cual pretendía enviar con
regularidad veedores reales a todas las provincias castellanas.41 A falta de investi­
gaciones sobre este particular, sólo es posible conjeturar que los soberanos ya se
valían sistemáticamente de este instrumento clásico p a ra el afianzamiento del pode­
río m onárquico.42 Este afán de crear una mayor disciplina dentro de la organización
adm inistrativa fue com plem entando con .u n a h áb il política de reclutam ien­
to de personal encargado de las funciones públicas; p a ra lo cual se recurría,
de m anera creciente, a los jurisconsultos originarios de las capas sociales m edias.43
Por desgracia, el estado actual de la investigación no perm ite e n tra r en porm e­
nores acerca de esta afirm ación sobre la tendencia observada en el reclutam iento
de los funcionarios, ni tam poco respecto a la constitución, la procedencia social o
aun, el carácter intelectual, modo de pensar y concepción de sus funciones que, te­

38 Sobre esta medida, evaluada incorrectamente por mucho tiempo, cfr. Alberto Yalí Rom án Ro­
m án, “Origen y evolución de la secretaría de Estado y de la secretaría del despacho”, particularm en­
te pp. 44 ss.
39 Cfr. Miguel Angel Laredo Quesada, La hacienda real de Castilla en el siglo xv.
40 Cfr. Antonio Muro Orejón, editor, Los capítulos de corregidores de 1500.
41 Cfr. “O rdenam iento de las Cortes dé Toledo de 14801’, § 60, en: Cortes de los antiguos Reinos
de León y de Castilla, p. 138. ;
42 Cfr, Otto Hintze, “Der Commissarius und seine Bedeutung in der allgemeinen Verwaltüngs-
geschichte”, pp. 242 ss., en cuanto a la im portancia de las funciones del comisario en el desarrollo
del absolutismo monárquico.
43 Así Ram ón Menéndez Pidal, Die Spanier in der Geschichte, ,pp. 62 ss., por ejemplo, pudo reali­
zar la política de selección de colaboradores adecuados como característica del gobierno de Fernan­
do e Isabel.
nían los em pleados estatales, cuyo núm ero se increm entó de m anera considerable
durante el siglo xvi, sobre todo en el nivel central. R esulta evidente que estas
cuestiones ocupan un lugar, m uy im portante dentro de la historia del desarrollo
estatal d urante aquella época, puesto qué la pujante burocracia; había de atender
no sólo a la ejecución de la voluntad del soberano, sino tam bién a la articulación
y el afianzam iento jurídico de la política m onárquica. Se puede caer en la ten ta ­
ción de acudir a la abu ndante bibliografía sobre la época, m encionada en la intro­
ducción, p a ra dilucidar a estos personajes, la historia de sus ideas políticas
que delinean su estam pa intelectual, idiosincracia y com portam iento, pero este
procedim iento sería discutible respecto al m étodo, y a'que, no obstante la re p u ­
tación de los autores contem poráneos, deben responderse las preguntas sobre los
predom inantes conceptos de Estado, sociedad y derecho con base en fuentes del
ejercicio dé gobierno y la adm inistración. Por la misma razón, es válido cierto
escepticismo en cuanto a la m encionada bibliografía sobre la historia de las ideas
en el contexto que aquí nos interesa. Algunos de los autores analizados, como J u a n
Ginés d é Sepúlveda o los herm anos Valdés, por ejemplo, indudablem ente ocupa­
ron influyentes puestos en la corte o la administración;; pero ésta circunstancia no
basta para'ex p licar sus pensam ientos acerca de Jas m áximas de la política estatal
de la época.
Esta política de los soberanos tuvo cómo consecuencia, aparte del afianzam ien­
to de la autoridad m onárquica, tam bién el debilitam iento decisivo del poder repre­
sentativo de las Cortes. En el caso de Castilla, de los cambios producidos durante
el siglo x u i puede derivarse el origen de la m oderna organización estatal, de
acuerdo con W ern ér N af. “A lrededor de 1500, se m anifestó u n tipo de Estado
de n aturaleza m uy distinta incluyendo todos los factores activos y susceptibles de
desarrollo dentro de él, del Estado ‘m edieval’, pero directam ente ligado, por el
contrario, a l futuro Estado ‘m oderno’. El Estado se sitúa de otro m odo, a p a rtir
de ese m om ento, en la totalidad de la existencia hum ana; se han acrecentado sus
funciones; sü ániino es otro, m oderno; siente el impulso a la organización y el poder,
el poder organizado. L a form a eficaz p a ra esta voluntad es alcanzada defini­
tivam ente, apenas a p artir del siglo xvi, por el Estado adm inistrativo y sobera­
n o ” .44 Lo mism o puede aplicarse, sin reserva alguna, a la Castilla de principios
del siglo xvi.
C om o ya se ha m encionado, ésta evolución no estaba tan adelantada, por cier­
to, en el territorio de la C oro na de A ragón, así que sin duda alguna podrá hab lar­
se, de acuerdo con J u a n Linz, de “ a case o fp a rtia l early state-building in Castile
an d delayed state building of S pain” ,45 en lo tocante al Estado unitario en pro­
ceso de form ación en E spaña. No debe om itirse, sin em bargo que se observaron
desenvolvimientos de sim ilar m odernidad tam bién en A ragón, V alencia e incluso

44 W ém er Naf, “Frühform en des ‘m odernen Staate’s im Spatm ittelalter"; p. 111.


4Í’ Citado con base en M argáret E. Crahén, “Spanish and American Counterpoint: Problems and
Possibilities in Spanish Colonial Administrative History”, p. 37.
en C atalúña, los cuales; en lo tocante a esto, sin dudarse quedaron atrás de C as­
tilla, ubicándose, no obstante, en un nivel aproxim adam ente com parable al de
los territorios alemanes. E n vista de la indiscutible hegem onía castellana dentro
del Estado unitario que se estaba creando, la cual se basaba en su extensión, la
densidad de la población, el desarrollo económico y la potencia m ilitar, segura­
m ente será posible poner el pars pro toto y evaluar la naciente E spaña con arreglo
al m odernism o y dinam ism o de Castilla. Esto se vuelve com prensible al tom ar en
consideración que no se despertó u n a oposición notable contra la C orona y la
suprem acía castellana, en los reinos pertenecientes a la C orona de A ragón, hasta
el comienzo de la decadencia e im potencia del p rim er reino parcial durante el
siglo xvii.
P or ello no hay que olvidar, sin em bargo, que tam bién en Castilla se m antenía
m uy activa todavía la tradición fundada por la reacción feudal bajo la casa de
T rastám ara. Al contrario de la opinión, sostenida con frecuencia, de que los Reyes
Católicos som etieron a: la: nobleza, investigaciones m ás recientes h a n dem os­
trad o que el proceder de los soberanos contra la aristocracia no era ta n rigu­
roso como a m enudo se suponía.46 C iertam ente supieron ponerle límites al poder
de los nobles y restringir su influencia política, pero esto sucedió a cam bio de la
consolidación del feudalism o?económico de la aristocracia, como lo confirm a el
amplio reconocim iento de casi todos los señoríos:existentes. Los Reyes Católicos
se m ostraron relativam ente transigentes incluso-para con las estirpes que habían
luchadq contra ellos en la G u erra de Sucesión,: además-de retrib u ir incluso a sus
leales seguidores con nuevos regím enes señorialés. Tales concesiones nuevas se
m antuvieron dentro de estrechos m árgenes, pero siguieron sirviendo — y por
mubho tiem po después, debe a g re g a rs e ^ como u n m edio dé la política real. El
fortalecim iento de los m ayorazgos m ediante las Leyes de T oro, del año 1505, y
las am plias prerrogativas adjudicadas por los soberanos a la m esta, — asociación
castellana de los criadores de ovejas—, las cuales tuvieron fatales repercusiones
para la agricultura y la industria del páño, favorecieron, de igual m odo, a la
nobleza y ponen en evidencia que lós m onarcas pagaron la abstinencia políticá de
ésta coft concesiones económicas en m ayor proporción.47
Am bas m edidas redundaron en el afianzam iento de las instituciones m edieva­
les tradicionales, lo cual contribuyó trascendentalttlenté a im pedir la formación

46 Según Alfonso María Guilarte, El régimen señorial en el siglo XVI, pp. 110 ss.; Salvador cíe Mo­
xó, “El señorío, legado medieval , pp. 110 ss;; asimismo, Luis Suárez Fernández y M anuel Fernández
Álvárez, La España de los Reyes C atólicos,pp. 142 ss^ ■ ;
47 Eñ Cuanto a los mayorazgos* cfr. Antonio Domínguez Ortiz, E l antiguo R égim en, p. 14. Res­
pecto a la mesta, cfr. Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, vol. 1, pp. 73 ss. Los énb'rmes reba­
ños trashumantes dé la m esta iban y venían éntre España del N orte y del Sür con el cam bio de las es­
taciones. Todos los campos donde se habían recogido las mieses o yerbas debían ponerse al alcance
del ganado. Los propietarios, en su mayoría, eran nobles. En cuanto a la consolidación económica
de la aristocracia, cfr. Jaim e Vicens Vives, “T he Economy of Ferdinand and Isabelá’s Reign”, pp.
252 ss. -: j
de u n a clase m edia fuerte num érica, económica y políticam ente. L a protección a
la mesta, orientada a la exportación, m ediante extensos derechos de pastoreo, per­
judicaba la pequeña y m ediana propiedad, dificultaba la creación de una sustan­
ciosa industria nacional de paños, al no satisfacer el abastecim iento con m ateria
prim a, y así restringió el desenvolvim iento de un espíritu em prendedor burgués.
L a reglam entación de los mayorazgos, a su vez, no sólo aseguró a la nobleza la
posesión indivisa de sus bienes patrim oniales sino que, al mismo tiem po, otorgó a
la clase burguesa la posibilidad d e transform ar u n peculio obtenido por m edio de
la explotación independiente, en u n m ayorazgo, sustrayéndolo de este m odo, a
una reinversión que ayudaría al proceso económico. Así pues, los Reyes C atóli­
cos facilitaron a la burguesía la posibilidad de im itar el m odo de vivir de los
nobles, aum entando, de tal m anera, la movilidad social vertical;* pero al mismo
tiem po sentaron bases p ara el debilitam iento económico y social, de graves con­
secuencias, de Castilla. En suma, puede deducirse que los sucesos políticos estu­
vieron sometidos a considerable influencia, por un lado, de los desenvolvimientos
dom inantes, conducentes a la form ación del m oderno Estado adm inistrativo y so­
berano-, y por otro, de la acción de fuerzas tenaces contrarias a las corrientes m o­
dernas. A parte de Inglaterra, Francia y Venecia, el Estado m oderno se rnanifestó,
entre los prim eros, en Castilla, desplegando u n notable dinam ism o y u n a a m ­
plia cap acid ad de imposición, pero d u ran te el siglo xví, la política siguió d e te r­
m inada, en gran escala, p o r principios medievales en sus formas de organización,
en la fijación de los objetivos y los m edios.48 Las m ás recientes investigaciones
del absolutism o h a n dem ostrado, em pero, que éste era el mismo caso de la m a ­
yoría de Estados territoriales europeos al principio de la E ra M oderna y que, al
igual que en E spaña, las instituciones estam entales y feudales tradicionales de
todas partes conservaron, por m ucho tiem po aún, un sector considerable dentro
de la adm inistración regional y local, ejerciendo desde ahí cierta influencia
política.49
D entro de esta situación se com prende que, a despecho de la política absolutis­
ta orientada hacia la racionalización y el afianzam iento burocráticos del poderío
m onárquico, se hallen concesiones a los descubridores y conquistadores durante
la p rim era fase de la expansión ultram arina, tan extensas y enlazadas Con las tra ­
diciones feudales como las contenidas en el arreglo arriba m encionado entre los

. * Incluso parece que las posibilidades de ascenso social, es decir, de movilidad vertical, eran muy
favorables en Castilla, tam bién en comparación, justam ente, con otros países de la Europa C entral y
x Occidental de la época. Al menos el ascenso a la aristocracia por medio de la acum ulación de ri­
quezas aparentem ente no fue, en ninguna otra parte, tan fácil como en Castilla. H astala fecha no es
posible precisar a ciencia cierta, con base en el alcance de la investigación, si esta circunstancia
contribuyó a una especial estabilidad política y al afianzamiento de la autoridad m onárquica ni, en
caso de ser así, hasta qué punto lo hizo.
José Antonio Maravall, Estado moderno, vol. 1, pp. ,17 s.
49 Esto queda señalado por G erhard Oestreich, “Strukturproblem e des europaischen Absolutis-
mus”, pp. 179 ss. ■- .
Reyes Católicqs y Colón. C uando comenzó a m anifestarse, después del segundo
viaje de C olón, que el financiam iento estatal de la colonización de la regiones
descubiertas sobrepasaría por m ucho las capacidades financieras del fisco, la C o­
rona se vio obligada a hacer partícipe a la iniciativa privada de las em presas en
ultram ar, p ara así poder cargar la m ayor parte de los riesgos financieros sobre los
particulares. En lo sucesivo, es m ás, hasta m uy entrado el siglo xvi, resultó abso­
lutam ente necesario contem porizar, en considerable m edida, con los sectores
em presariales privados p ara conseguir su cooperación. U na y otra vez, la C orona
estuvo constreñida a adjudicar facultades soberanas en grandes proporciones co­
mo patrim onio hereditario m ediante las asignación de los suprem os cargos mili­
tares, judiciales y civiles.50 Sin d u d a estas concesiones no ad o p tab an la form a de
feudos, sino de prerrogativas reales dentro del m argen de un convenio contractual
entre el m onarca y el em presario p articular, pero existía, con todo, el peligró de
que los territorios por descubrir se transform asen en feudos. La cesión de los
poderes soberanos como patrim onio hereditario, adm itida, por cierto sólo displi­
centem ente, en aquella época se conciliaba del todo, por lo tanto, con u n a política
“ m oderna” , dirigida en su conjunto al fortalecim iento del poderío m onárquico,
sobre todo en los casos en que parecía oportuno recom pensar méritos extraordina­
rios u ofrecer alicientes p ara la realización de empresas tan azarosas como el
avance hacia regiones desconocidas del m undo. L a contingencia producida por
estas mercedes d urante la prim era etap a de colonización, a saber, la penetración
de las instituciones feudales en los dominios ultram arinos recién conquistados, era
considerada como el precio que se debía p ag ar por las perspectivas de u n a consi­
derable extensión del poder m onárquico y el increm ento de las rentas de la
Corona, puesto que no existía alternativa a las exigencias de gratificación y privi­
legios del em presariado particular. Inglaterra, Francia y los Países Bajos tam bién
estuvieron compelidos a ceder, como continuación de las tradiciones feudales,
derechos señoriales a distintos empresarios e incluso a sociedades m ercantiles en
sus empresas de ultramar* las cuales se pusieron en m ovim iento m ucho más tarde,
y en el C anadá francés se im plantó m ucho después, por ejemplo, un feudalismo
m ucho más hondo de lo que jam ás fue el caso en H ispanoam érica.51
M ientras los reyes españoles aún hacían tales concesiones para los territorios
por explorar o usurpar, sin embargo, en otras regiones de colonización, que ya se
encontraban en el proceso de consolidación, luchaban contra los conquistadores a
fin de recuperar el poder absoluto dé disposición m onárquica sobre las provincias
recién ocupadas. T odavía d urante la fase de la expansión hacia ultram ar com en­
zó, por lo tanto, la reacción de la m onarquía soberana contra las fuerzas centrífu­
gas, lo cual es revelado, por ejemplo, por el proceder contra Colón.

50 Véase a este respecto, tam bién p. 29 y pp. 75 ss. Se hallan mayores pormenores acerca de los
arreglos entre la Corona y los comandantes de las expediciones de exploración y conquista en Silvio
Zavala, Las instituciones jurídicas en la Conquista de América, pp. 101 ss.
51 Un breve examen comparativo de esta problem ática se encuentra en Frédéric Mauro, L ’E xpan-
sion européene (1600-1800), pp. 183. ss.
L a pugna entre el poder m onárquico y los grupos sociales sobre la form a de o r­
ganización estatal puede observarse, por lo tanto, desde la fase inicial de la colo­
nización ultram arina. P or este m otivo es inexacta la afirm ación de Pierre
C h aunu de que, al contrario de las em presas portuguesas en ultram ar, el poder
estatal casi no participó en las expediciones de descubrim iento y conquista espa­
ñolas. 52 Por una parte, Portugal pretendía establecer, bajo la dirección del Estado,
aunque tam bién con participación de em presarios particulares, un im perio co­
mercial, asegurado m ediante bases m ilitares, m ientras Castilla, después de los
prim eros viajes de C olón, comercial y económ icam ente fracasados, comenzó a
organizar la colonización por m edio de las regiones descubiertas,53 em presa sólo
realizable con el patrocinio del Estado, y con la ayuda de la iniciativa privada, de
modo que am bas em presas partían de condiciones diferentes; por otra parte, en
la colonización española la autoridad estatal desde el principio pugnaba, a despecho
de las am plias concesiones hechas a los distintos descubridores y conquistadores,
por m antener u n dom inio sobre las diversas operaciones e im poner reglas fijas
acerca de la organización, la finalidad y el desenvolvimiento de cada expedición.
Las detalladas ordenanzas, com prendidas ya por las capitulaciones y entrega­
das a los com andantes de las distintas exploraciones, dan elocuente testim onio
de estos esfuerzos. Estas instrucciones im ponían la observación de ciertos modos de
proceder respecto a la organización de la em presa, la m anera de ocupación, el
trato dado a la población en que se hallase, etcétera. M ediante la formal adjudica­
ción del suprem o poder militar, civil y judicial, que se manifestaba en la designación
de: los jefes de tales expediciones como adelantado-y/o cap itán general, la C oro­
n a p ro cu rab a d a r u n carácter oficial a las em presas costeadas por la iniciativa
privada. Asimismo, los soberanos siempre se.esforzaban por lim itar la omnipotencia
de estos exploradores y conquistadores mediante, la participación en los distintos
viajes de personas que, en virtud de su autoridad o cargo, pudieran contrapesar
la figura del com andante, con clérigos, por ejemplo, y tam bién los funcionarios
del Tesoro sólo responsables ante la C orona. A un cuando la C orona no organiza­
ra directam ente las diferentes exploraciones ni las llevase adelante a su propio
riesgo, en últim o térm ino todas las expediciones de descubrim iento y conquista
tam bién tenían cierto,carácter estatal, ya que, directa o indirectam ente, siempre
se realizaban por orden de la C oro n a castellana y su única legitim idad consistió
en la invocación de este encargo. Indudablem ente, las instrucciones dadas a los
conquistadores, estipuladas en las capitulaciones, y la reglamentación legal de las
em presas de exploración y conquista no eran capaces de evitar abusos y desm a­
nes, pero constituían u n a base ju ríd ica para la acción real, posible en cualquier
m om ento, a fin de perm itir a-la autoridad estatal central ejercer su influencia di­
recta sobre los sucesos dentro de las regiones recién ocupadas. A pesar de las

52 Pierre Chaunu, Conquéte et exploitation des Nouveaux Mondes, p. 220.


53 En cuanto al cambio de una colonia comercial a una de poblado en la expansión ultram arina
española, véase Juan Pérez de T udela, “Castilla ante los comienzos de la colonización de las Indias”,
pp. 11 ss., y otros estudios del mismo autor en los números 59-62 de la Revista de Indias.
abundantes concesiones a los descubridores y conquistadores así como la partici­
pación determ inante de los particulares en la expansión hacia u ltram ar, el poder
estatal estuvo presente en la colonización española desde el principio, procurando
inm ediatam ente otorgar un carácter estatal a las distintas expediciones y asegu­
rar p ara sí mism o el control sobre los nuevos territorios.
L a am bigüedad inherente a los convenios contractuales entre la C orona y los
descubridores resultaba, por ende, de la transm isión hereditaria o, por lo menos,
la concesión por vida de los cargos designados p ara las regiones por explorar o
conquistar. Dichos convenios revelan las intenciones de los conquistadores y, por
otro lado, el carácter oficial que la m onarquía pretendía dar a los com andantes de
tales expediciones. El conflicto entre la autoridad estatal y los realizadores de los
viajes de descubrim iento y conquista apun tab a ya en los arreglos contractuales
entre am bas partes, por lo tanto, dado que las dos partían de diferentes expectati­
vas p ara el futuro.
L a cim entación de los intereses estatales en las capitulaciones tam bién insinúa
lá conclusión, em pero, de que el naciente Estado m oderno había com prendido la
im portancia política de u n a expansión ultram arin a dirigida por él m ism o, deci­
diendo explotarla p ara sus propios fines. Esta interpretación es apoyada, asimis­
m o, por la consabida circunstancia de que los círculos financieros de la corte, que
rodeaban al rey Fernando, finalm ente dieron el impulso definitivo para que la
C orona aprobara los designios de Colón. De ello podrá inferirse que en Castilla,
al igual que un siglo antes en Portugal, los grupos de orientación capitalista co­
m ercial respaldaban la idea de u n a expansión en u ltra m a r.54

b) Los conquistadores

El origen, los antecedentes sociales, los móviles y los objetivos de los conquistado­
res y los prim eros colonizadores del Nuevo M undo han cautivado el interés de la
historiografía una y otra vez. T al investigación ño debería limitarse, sin embargo,
a subrayar y explicar el afán de aventuras ---inspirado en los libros de caballe­
rías de la baja E dad M ed ia—, el ansia de oro y botín, la ap titu d m ilitar, la voca­
ción m isionera, la brutalidad y la crueldad que aú n hoy en día se atribuyen a los
participantes de las expediciones de conquista, sin ejercer ningún sentido crítico,
sino dedicarse, antes bien, a revelar las diferentes estructuras económicas, so­
ciales, estatales y espirituales de la sociedad de la cual procedieron estos hom bres.
Solamente así es posible com prender el proceso de form ación de un nuevo orden
en las regiones conquistadas y colonizadas. U n estudio consagrado al Estado y la
organización estatal tam bién h a de to m ar en cuenta estos fenómenos sociohistóri-
cos en toda la extensión del calificativo. R oland M ousnier claram ente delinea él

54 _
En este contexto, sobre todo en referencia a Portugal, cfr. Vitorino M agalhaes Godinho, L ’éco-
nomie.de' VEmpire Portugais aux x v et x v i siécles, pp. 39 s.
significado de la historia social para la historia de las instituciones: “Une institution,
c’est d’abord... l’idée d’unefin déterminée de bienpublic a atteindre... Cette idee a étéacceptée
par un groupe d’hommes qui se.sont chargés... d’atteindre cettefin y, además, En simplifiant
et enforcant les thermes, Von pourraá presque dire qu’une institution, c’est un groupe d ’hommes’’
así como, finalmente, "Mais ces hommes... appartiennent a d ’autresgroupessociaux, famille,
groupe d’existence, strate sociale, paroisse, ville, seigneurie, pro ince, etc, ’65 [“Una institu­
ción es ante todo... la idea de u n fin determ inado de bien público que se debe
alcanzar... Esta idea h a sido acep tad a p or un grupo de hom bres” y finalm ente,
“ Pero esos hombres... pertenecen a otros grupos sociales, familia, grupo de exis­
tencia, estrato social, parroquia, ciudad, señorío, provincia, etcétera” ]
El hecho de que la fortalecida m onarquía de postrim erías del siglo xv.se viera
obligada, como hemos com probado antes, a delegar los derechos señoriales y so­
beranos a sus servidores am eritados así como a los exploradores y conquistado­
res, lim itando la suprem a autoridad real, parece indicar que la m entalidad de
amplias capas de la población estaba m arcada aún por ideas m edievales y feuda­
les. En efecto, puede negarse que esta tradición tam bién haya influido en el pen­
sam iento de los conquistadores, lo cual fue puesto en evidencia por el naciente
peligro del avance de las instituciones feudales en Am érica en el curso de la ocu­
pación de estos territorios.
La am bición de las formas de vida aristocráticas, que aquí se expresa, ha sido
llam ada característica especial de la “ m entalidad española’’. M ientras que la his­
toriografía casi no se ha ocupado de la m entalidad francesa, inglesa o alem ana,del
siglo xvi, tratando la de los labradores o del clero, etc., a lo sumo al m argen, y es­
tudiando solamente la mentalidad de la burguesía “ascendente” o del protestantismo
dentro de u n m arco m ás am plio, existe, em pero, u n a abundancia de escritos
que sitúan la “m en talid ad española” como objeto de largas discusiones, o en
los que se explican ciertos fenómenos de la historia de ese país. En ellos se expre­
sa, recurriendo frecuentem ehte a la literatura española del Siglo de O ro, la falta
de una burguesía fuerte y dinámica y de una orientación burguesa, así, como las de
una concepción m oderna del valor de Ja actividad económica y profesional, ca­
si siempre con base en la preponderancia de aquella aspiración de vida noble y el
consiguiente desdén al trabajo m anual o las actividades orientadas al comercio. Se
afirm a que el español procuraba, en cam bio, fam a, honor y riqueza por medio de
em presas militares, fuera en u ltram ar o en E uropa.
Esta reiterada interpretación de la ‘ ‘m entalidad del español” 56 y de sus tenden­
cias aristócratas olvida que d u ran te aquella época en toda E uropa la adquisición

55 Roland Mousnier, Les Institutions de la France sous la Monarchie Absolue, pp. 5 y 6.


56 Esto ha sido de im portancia sobre todo en la discusión acerca de la "hispanidad”. Véase, en
cuanto a esta polémica, Américo Castro, España en su historia. Cristianos, Moros y Judíos; Castro,
La realidad histórica de España; por el contrario, Claudio Sánchez-Albornoz, España, un enigma
histórico; asimismo Ramón Menéndez Pidal, España y su historia. Hoy todavía la problem ática de la
m entalidad desempeña un papel especial ante todo en referencia a los siglos xvi y xviii tanto en la
historiografía española como en la no española dedicada a la península ibérica.
de un señorío o de poderes jurisdiccionales, como propiedad hereditaria, así co­
mo la vida de rentas, representaban objetivos am bicionados sobre todo por los
grupos dinám icos de la nobleza m enor o de la burguesía, dado qué eran conside­
radas, m ás que simple riqueza o el éxito económico, como señales evidentes de
ascenso social y de u n tren de vida noble.57 Én este lugar recordarem os solamente
que los Fúcar, capitalistas por excelencia, tam bién se elevaron a condes del Im pe­
rio, se retiraron de sus negocios y vivieron de sus rentas. A dem ás, los riesgos
corridos por todas las em presas económicas de la época eran tan grandes —ténga­
se en cuenta tari sólo la im ponderabilidad d eftran sp o rte, el complicado régim en
aduanero y fiscal, la desconcertante váriedad dé m onedas y la-situación del m er­
cado, difícil de calcular debido a la falta de eficaces rtiedios de com unicación—
que los em presarios tenían que invertir cuando m enos urta parte'de su fortuna en
rentas seguras o en fincas rurales, p ara así form ar u n a - reserva financiera. Tal
proceder es fácil de interpretar m al, como el “ afán de un tren de vida noble” .
A parte de todo esto, sin em bargo, la aristocracia y su estilo de vida constituían el
ideal de la sociedad de la época, al menos p ara las capas de la burguesía que dis­
ponían de los medios p a ra ingresar en la nobleza o llevar'un tren de vida aris­
tocrático. Al efecto Se m encionará únicam ente el deseo de im itar la m oda, la:
pom pa exterior, el escudo de la casa, el gobierno de la m ism a, etcétera. T enían
particular im portancia tam bién las ventajas concretas, ya que la áristocraciá esta-1
ba exenta de pago de m uchas contribuciones, sobre todo de los tan gravosos de­
rechos indirectos. F ernand Braudel ha calificado esta posición áe trahison de la
bourgeoisie, citando ejemplos de la m ism a conducta tam bién fuera de E spaña.58
Incluso el em presariado capitalista prototipo, la burguesía calvinista de los
siglos xvi y xvu, que debía caracterizarse p o r u n a ascética vida personal —de
acuerdo con la tesis de la ética protestante de M ax W eber, reconocida hasta la
actualid ad —^aparentem ente en cu ad rad a en esta norm a de conducta burguesa?®
El hecho de que se produjeran d u ran te la segunda década del siglo XVI fuertes mo­
vimientos populares dirigidos contra la nobleza feudal en la península ibérica así
como en otras partes de Europa, como por ejemplo la rebelión de las G em ianías
en V alencia, el alzam iento com unero en Castilla y el levantam iento de los cam ­
pesinos alemanes se opone tam bién a la idea de que estas tendencias fueran
exclusivas de E spaña.60 A unque se quisiera conceder que el estilo de vida aris­
tócrata hubiese form ado un elem ento de m ayor influencia social en España que
en el resto de Europa, estó dice poco acerca de las causas de lá ausencia de una

. 57 En cuanto a Francia, cfr. Roland Mousnier, Les Institutions, pp. 172 ss., acerca de “Les
Anoblis et les Bourgeois, ‘v ivant noblem ent"'
58 Fernand B raudel,X a Méditerranée et le M onde Méditerranée a L ’E poque de Phüippe II, vol.
2. pp. 68 ss.
59 A ello remite, haciendo mención de elocuentes ejemplos, H ugh Redwald Trevor Roper, R eli­
gión, Reform ation und sozialer Umbruck. Die Krisis des 17. Jahrhunderts, pp. 26 s.
60 En cuanto a los aspectos sociales del levantamiento de las comunidades, cfr. Joseph Pérez, La
Révolution des “Comunidades” de castille (1520-1521).
burguesía con espíritu em prendedor e igualm ente poco sobre las circunstancias
que originaron el peligro de la extensión del feudalismo a los territorios recién
descubiertos. El reparo resulta aún m ás válido considerando que esta concepción
deja pendiente si la m entalidad del español, supuestam ente tan afectada p o r la
aristocracia, fue el motivo o consecuencia de la falta de una am plia capa
burguesa.
U n significativo adelanto frente a esta noción de relativa antigüedad, aunque
hasta lá fecha se sostenga persistente e im plícitam ente y con diferentes va­
riaciones en u n a gran parte de la bibliografía más reciente corisagrada a la histo­
ria económ ica y social,61 consistió en la investigación de la:R econquista m edieval
y de sus repercusiones en la constitución política, económica y social de Castilla
al principio de la Edad M oderna. En p rim er lugar, el análisis de los mecanismos
de la Reconquista, como por ejem plo el m odo de hacer la guerra y la repoblación
dél territorio liberado de los m oros, ¡que estaba despoblado en gran parte, no sólo
arrojo luz sobre num erosos elem entos capaces de, aclarar las particularidades es­
pañolas del feudalismo y del régim en señorial— tales como la ausencia de la servi­
dum bre y la libertad d e l individuo sometido a la jurisdicción s e ñ o ria l^ , sino que
tám bién reveló m últiples sem ejanzas con las formas de organización de la expan­
sión ultram arina. G ran parte del instrum ental de la C onquista, bajo este aspecto
fue identificado como supuesto derivado de la E dadíM edia.62
De esta m anera, ciertas instituciones y prácticas —como los m encionados
acuerdos contractuales entre la C orona y los exploradores^ que concedían de­
rechos de soberanía y delegaban el cargo de adelantado; la encom ienda, o sea, la
entrega de los grupos de indígenas subyugados a la custodia de los distintos con­
quistadores, im poniendo sim ultáneam ente obligaciones recíprocas;63 y el recluta­
miento y la organización d e la húeste, o sea las fuerzas de los conquistadores—64
hán sido reconocidas como form as de organización que tuvieron, su origen en la
Reconquista y llegaron a A m érica a través de las prim eras em presas de coloniza­
ción realizadas en el Atlántico., como por ejem plo la de las C anarias. ;
Por u n a parte, resulta claro que de la R econquista proceden la encom ienda y
la transferencia de funciones soberanas, como si de bienes hereditarios se tratara,
a los com andantes de las expediciones de exploración y conquista, debido al ori-

61 Claudio Sánchez Albornoz y sus discípulos se atribuyeron especiales mt'nLos con la investigación
de este conjunto de temas; véase, como una especie de resumen, la parte referente a la Edad Media
de Claudio Sánchez-Albornoz, España, un enigma histórico, vol. 2, pp. 7 ss.
62 Entre los autores que se han ocupado de esta tem ática hay que nom brar, sobre todo, a Silvio Za­
vala, Las instituciones jurídicas en la Conquista d e América, y otras numerosas obras, Richar Ko­
netzke, Das spanische Weltreich, pp. 8 ss.; Mario Góngora, El Estado en el Derecho Indiano', Charles
V erlinden,: Précédents médiévaux-, asimismo, Claudio Sánchez-Albornoz, España, vol. 2, pp. ss.
aunque en forma más épica.
65 Cfr. Robert S. Cham berlain, “Castilian Backgrounds of the Repartim iento-Encom ienda”, pp.
33 s.
64 Cfr. Silvio Zavala, Las instituciones jurídicas, pp. 106 ss y 501 ss.; asimismo, Mario Góngora,
Studies, pp. 1 ss.
gen de dichos cargos en la tradición m ilitar feudal de la baja E dad M edia, En
cambio, en lo que toca al reclutam iento de los participantes en tales em presas, es­
ta derivación no parece tan indiscutible. Se h a hecho u n a clara distinción entre
estas fuerzas conquistadoras y las tropas regulares, retribuidas p o r la C orona,
que surgieron a principios del siglo xvi y adquirieron fam a m ilitar en las guerras
europeas como los tercios españoles, subrayando que el respectivo com andante
de cada em presa de conquista, investido de u n a patente real, com prom etía a los
conquistadores sin paga fija, los cuales sólo debían al jefe adhesión, lealtad y obe­
diencia a cambio de la perspectiva del b o tín .65 '
Recientem ente se ha recalcado de m an era explícita que los conquistadores no
eran soldados, sino, sim p le m e n te "g u e rre ro s” (warriors).66 C iertam ente es Ver­
dad que los integrantes de las tropas regulares cobraban un sueldo bastante bajo,
pero la expectativa de Un futuro botín representaba en la carrera m ilitar un in­
centivo m ucho m ayor que la reducida pag a.67 El reclutam iento de las tropas regu­
lares se llevaba a cabo del m ism o m odo que el d élo s participantes en las em presas
de la C onquista: u n capitán, nom brado p o r la C orona, recibía la orden de indu­
cir a voluntarios a incorporarse a su com pañía en cierto poblado o región.68 A
partir del m om ento de su ingreso, los alistados estaban sujetos al derecho m ilitar
y, desde luego, al m ando del com andante. Estas personas, procedentes de distin­
tas capas sociales y^profesiones, sé volvían soldados tan sólo al cabo de larga expe­
riencia. ¡Debido a estas similitudes no deben ponerse demasiado* de relievé los
precursores medievales de las fuerzas de los conquistadores, ya que nuevam ente
se m anifiesta u n a evidente conexión entre las prácticas de la Edad M edia y los
novedosos recursos institucionales, tal com o pudo com probarse en otro contexto
en el párrafo anterior.
Pese a las diversas m otivaciones personales que indujeron a los hom bres de
aquella época a prestar servicios m ilitares o participar en las em presas de des­
cubrim iento, es com ún a todos ellos sin im portar si luchaban en A m érica, Flan-
des, A lem ania o Italia, u n sentim iento de orgullo nacional y la conciencia de
estar com batiendo al servicio dé la C orona de su país y, en la m ayoría de los casos,
tam bién po r su fe. Mario Góngora h a indicado, con toda razón, que los conquista­
dores creían poder derivar de este servicio u n derecho a recompensa por la Corona,
y que esta aspiración, reconocida legalm ente p o r la m o n arq u ía, tuvo considera­
ble im portancia política y social en el desarrolló de la colonización, ya que la
preferencia de este grupo de personas p ara la concesión de encom iendas, cargos y

65 Silvio Zavala, Las instituciones, p. 107 s.


66 En esto hace hincapié James Lockhart, Spanish Perú 1532-1560. A Colonial Society, pág. 222.
67 Remarcado por Geoffrey Parker, The A rm y o f Flanders and the Spanish Road 1567-1659. The
Logistics o f Spanish Victory and Defeat in the Loto Countrie’s War, pág. 181, quien presenta una
bibliografía más amplia con referencia a este tema.
68 En cuanto a la supervivencia de este m odo de reclutam iento hasta entrado el siglo x v i i i , unido a
una descripción gráfica de la-;yida m ilitar, véase la relación autobiográfica del oficial español Contre-
ras, en Femando Reigosa, Vida, nacimiento, padres y crianza del capitán Alonso Contreras, pp. 118 ss.
dignidades produjo u n a capa social privilegiada de jure, la cual ejerció una
influencia form ativa sobre la sociedad, pero que, por otra parte, llegaría a consti­
tu ir el núcleo de la oposición a la m adre patria al verse frustrada en sus esperan­
zas. 69 No obstante, los soldados de las tropas regulares tam bién pensaban haber
adquirido el mismo derecho de retribución. E n realidad, hasta la fecha no se sabe
en qué m edida la C orona haya reconocido dicha pretensión en este caso, pero es
un hecho indiscutible que u n a gran parte de los oficiales veteranos de los ejércitos
españoles que luchaban en E uropa recibía, en recom pensa, el nom bram iento a
un cargo de gobernador o alcalde. Este derecho a gratificación no se lim itaba, sin
em bargo, a los servidores am eritados del m onarca ni a los m ilitares o conquista­
dores veteranos. Los funcionarios, los representantes del clero, com erciantes y al­
gunas personas que ejercían ciertos oficios tam bién consideraban tener derecho a
tales privilegios. El deber de la m on arq uía patrim onial de prem iar a los súbditos
m erecedores f con el que frecuentem ente se cum plía m ediante la concesión de
prerrogativas, no se conservó solam ente durante la época del fortalecim iento del
m oderno Estado institucional, sino que evolucionó a u n a fuerza determ inante de
la estructura social m ediante el sistem a de privilegios favorecido por el mismo. El
Estado del A ntiguo Régim en justificadam ente se ha denom inado un “ Estado de
privilegios” .7? Las rewards of conques?1 desem peñaron un im portante papel,, por
tanto, en la fundación de la sociedad colonial, pero, con todo, han de situarse
dentro del m arco del Estado de privilegios que abarcaba toda E uropa y no consi­
derarse tanto cómo u n a m anifestación de la perm anencia de las instituciones
medievales en España.
Sin em bargo, la investigación de la R econquista no sólo h a revelado la conti­
nuidad institucional hasta la C onquista, sino que se ha convertido en el punto de
partida de u n a interpretación total de la'estructura económica y social sobre todo
de Castilla al principio de la Edad M oderna; es más, d e la m oderna historia de
toda E spaña, a la cual se recurre, a su vez, para la explicación de la C onquista.
E sta interpretación se llevó a cabo utilizando el concepto de la frontier, derivado
por historiadores norteam ericanos del análisis del proceso de colonización consu­
m ado en el propio país, y el cual se ha aplicado, como fórm ula de elucidación, a
los m ovim ientos expansionistas de los pueblos altam ente civilizados dentro de
territorios despoblados o habitados por personas de inferior o diferente civiliza­
ción.72 E n lo tocante a la R econquista española, este análisis tuvo por resultado,
en esencia, que la perm anente éxtensión hacia el sur, ju n to con la ocupación y re ­
población de vastas regiones, produjera u n a sociedad de pastores y agricultores

í)9 Mario Góngora, Studics, particularm ente pp. 21 ss.


70 Esto señala Richard Konetzke en sus obras; por último, en “Para un estudio de la historia del es­
tado y lasociedad en la Hispanoam érica'colonial”, p. 52.
71 Citado según Góngora, Studies, p. 21.
72 De la abundante bibliografía sobré este tema,, véanse únicam ente W alker D. W yman y Clifton
B. Kroeber, comps., The Frontier in Perspective, con numerosas colaboraciones referentes a diversos
ejemplos. En cuanto a la aplicación de esta fórm ula de análisis, véase la introducción de los editores.
de estructura feudal-aristócrata y caracterizada por la libertad personal del indi­
viduo así como por la m ovilidad geográfica y social, adem ás de u n a naturaleza
marcial debido a las necesidades m ilitares de proteger las fronteras. Sería exage­
rado repro d u cir los porm enores de esta argum entación. Por el contrario, debe
hacerse resaltar un atributo estructural adjudicado a esta sociedad: el im perativo
de hallar soluciones extensas a los problem as económicos y sociales, el cual tiene
su origen en la escasa población del país. Los latifundios, prevalecientes sobre to­
do en el sur de España, el cultivo extensivo, la preponderancia de la cría de ganado,
el desarrollo de m unicipios con grandes zonas de jurisdicción, al afán de acu ­
m ular riquezas m ediante las incursiones en el territorio morisco, la reducida
población y la subsistencia d e la familia grande de m uchas ram ificaciones; en
retroceso en las dem ás partes de E uropa, ilustran esta- necesidad de buscar recur­
sos extensivos.73
E n vista de esta interpretación de la sociedad castellana, parece casi obligada la
conclusión de que la Coriquéte coloniale espagnole a relayé immédiatement la Reconquéte
acheveé. II est désormais devenu banal de souligner l’unique fondamentale des deux entréprises,74
La R econquista y la C onquista form an áquí u n a u nidad fundam ental. Pero tén­
gase en cuenta lo siguiente: de su unité fondamentale, los españoles avanzaron, a
través de ocho siglos, desde C ovadonga75 h asta G ran ad a y de allí a M éxico, Lim a
y M anila.
A unque esta continuidad se encuadrase e n el m arco d é la longue durée sólo de
acuerdo con atributos característicos m uy generales, como lo hacen am bos auto­
res citados, la generalización no ad q u iriría m ayor valor expositivo. N i aú n al re­
ducirla a ja motivación, a los modos: de conductá y los antecedentes sociales de los
conquistadores, ni al tra ta r de explicar estos rasgos con base en las estructuras
sociales m arcadas por la Reconquista.76 Llegan a comprenderse los distintos fenó­
menos sólo por medio de la historia española; es decir, al adentrarse m ás en su es­

73 Este análisis estructural, realizado c o n ja ayuda del concepto de la fro n tier y que subraya la exi­
gencia de recursos extensivos, se halla con esta claridad en Pierre Chaunu, L ’E spagne de Charles
Quint, vol. 1: L'tíeritage éspdgnol. L'Heritage de la “Froiitiere", pp. 77 ss., como fenómeno de ‘‘lon­
gue durée”, p. 157. Esto no significa que el autor haya ignorado los resultados de las investigaciones
más recientes sobre la historia económica y social de España durante el siglo xvi, sino que única­
mente desistió de evaluarlos como pertenecientes a las nuevas estructuras; véanse después las conside­
raciones al respecto, pp. 33 ss. Algunos estudios hechos con base en el concepto de la frontier son,
entre otros, Cláudio Sánchez-Albornoz, “The Frontier and Castilian Liberties”, pp. 27 ss.; Charles
Julián Bishko, “T he Castilian as Plainsman: T he Medieval Ranching Frontier in La M ancha and
Extrem adura” , pp. 47 ss.; Silvio Zavala. “T he Frontiers of Hispanic Am erica”, pp. 35 ss.
74 Pierre Vilar, La Catalogue dans l ’E spagne m odem e. Recherches sur les fo ndem ents économi-
ques des structures nationales, yol. 1, pp. 152 ss., en el apartado final de su capítulo sobre la frontier.
75 La escaramuza acaecida en el 722 entre los moros y los cristianos en la Covadonga asturiana es
considerada como el inicio de la Reconquista.
76 Esta corriente es representada por Ruggiero Romano, Les.mécanismes de la conquéte coloniale,
aunque el autor concede la posibilidad de explicar la fuerza motriz con base en los fenómenos más
generales, p. 17.
tudio, dem uestran ser m anifestaciones contem poráneas que tam bién ocurrían
fuera: de España. C o n esta renovada rem isión a la m entalidad, aunque m ás sóli­
dam ente fundada en este caso, de nuevo aparecen y se em plean en invariable re­
petición las cualidades del conquistador a rrib a m encionadas, tales como el afán
de aventura, la sed de oro, la orientación aristocrática, etcétera. M ientras la sed de
oro, cuidadosam ente analizada, resulta ser la necesidad de h allar medios de pago
dentro del m arco de la C onquista; que en m edida creciente se financiaba sola,77
m uchas de las dem ás peculiaridades y móviles de los conquistadores equivalen a
fenómenos generales de la época y pueden dilucidarse como derivados de la cul­
tu ra del Renacim iento..78
Sin d uda la C onquista constituyó, en m uchos aspectos, u n a secuela de la R e ­
conquista dentro del m arco de la historia española considerada aisladam ente, co­
mo ya se ha apuntado con referencia a ciertas continuidades institucionales. No
obstante, la R econquista no consistió en un proceso cerrado y unido de tal m ane­
ra que hubiese logrado construir estructuras uniform es é n toda España o siquiera
én Castilla, ya qUe sim plem ente su extensión tem poral provocó que en A sturias
fuera cosa del rem oto pasado lo que en Andalucía. en la frontera con la G ranada
morisca, aún se experim entaba como presente inm ediato.
L a m ism a guerra co n tra G ran ad a se llevó a cabo de acuerdo a métodos total­
m ente nuevos, en n ad a com parables con las anteriores fases de la R econquista.
Después de las prim eras escaram uzas, pronto se desarrolló, por ejemplo, un con­
cepto estratégico que sistem áticam ente apuntaba a la-conquista de todo el reino
moro. A m anera de com plem ento, los Reyes Católicos pusieron los recursos de
ambos reinos en pie de guerra y desarrollaron un extenso sistema logístico para el
aprovisionam iento de las tropas. Las -expediciones m ilitares m ism as preténdían
conquistar las plazas de im portancia: estratégica^ del reino m oro, , para lo cual
destruíaii los cultivos enem igos y notables tácticas para el asedio, com o trabajos
de zapa y la tala de bosques íntegros. Al final, lo consiguieron haciendo uso de la
artillería m oderna y de arm as capaces de derribar m urallas. M uchos aspectos de
ésta guerra, en particular su m etódica preparación y planificación, evocan más
las m odernas operaciones m ilitares que las huestes medievales de caballeros
completadas por soldados de infantería y arqueros. C on b u en a razón podría cali­
ficarse, pues, la lucha contra G ran ad a como la prim era guerra del naciente E sta­
do español m oderno a principios de la época actual, porque a p artir de élla evolu­

77 De ello hacen m ención Jam es Lockhart y Enrique Otte, comps., Letters and People o f the Spa­
nish Indies. Sixteenth Century, p. 19, que en diferentes ocasiones han hecho frente a los lugares co­
munes en cuanto al carácter de los conquistadores.
78 Cfr. por ejemplo, Jacob Burckhardt, Die K ultur der Renaissance in Italien, donde se exponen
numerosos ejemplos de actividades marciales (justas), de afán de aventuras, de la am bición de ri­
queza, fama y dignidad caballeresca, etc., en Italia, los cuales ponen de manifiesto que los conquis-
tadoresobservaban; sin excepción, las normas de conducta de aquella época; asimismo, cfr. Fernan­
do Braudel, La Méditerranée, vol. 2, v. gr. los capítulos y v n . (El Mediterráneo y el m undo m edi­
terráneo en la época de Felipe II, versión española del f c e . 7a. ed. 1953).
cionó, ap arte de u n ejército regular, el superior arte m ilitar de los españoles de los
siglos x v i e inicios del xvii .
En principio h ab rá que cuestionar si es admisible elevar un proceso, de gran
trascendencia por cierto, pero fundam entalm ente político-m ilitar, a u n rasgo
característico que hubiese m arcado tam bién las estructuras económicas y sociales
de m an era uniform e y a largo plazo. A unque afectara, sin duda, a grandes secto­
res de la vida en ese m om ento, se desplegó de acuerdo con form as m uy diferentes
y variables en el tiem po. Esto podría com pararse, acaso, con lá tentativa, apoya­
d a tal vez p o r motivos justificados en cuanto a la historia de las ideas, de
com prender la E dad M edia europea como la edad del escolasticismo y de querer
derivar de ello u n atributo form ativo de utilidad en la interpretación de las
estructuras económicas y sociales que se desarrollaban en form a paralela. In d u ­
dablem ente, em an aro n ciertas influencias sobre los procesos económicos y so­
ciales, pero no llegaron a transform ar las estructuras. En lo referente a España y
la R econquista debe indicarse, finalm ente, que m uchas características estructura­
les atribuidas a ésta se encuentran tam bién en la m ayoría de los dem ás países
litorales del M editerráneo, tan to los cristianos com o los que no lo eran; en regio­
nes, p o r lo tan to , en cuya historia no figuraba el fenóm eno de la R econquista,
como p o r ejemplo el Sur Francia y de Italia, Grecia, etcétera.79
El descubrim iento y la conquista de A m érica tam poco se com prenden única­
m ente con base en la historia ibérica, sino p o r la coincidencia de num erosos fac­
tores evolutivos, algunos típicos del m editerráneo y a: m enudo com unes a toda
E uropa, y de las influencias resultantes de las condiciones en el Nuevo M u n d o .80
H ace falta tener en cuenta constantem ente estos vínculos más amplios, aunque la
tem ática del presente estudio obligue a hacer resaltar en particular aquellas fuer­
zas de influjo estatal y social que cobraron efectividad en el transcurso de la colo­
nización y deben concebirse, en prim er térm inos m ediante la investigación d e los
adelantos españoles y de los recién descubiertos territorios. '
En conjunto, h ab rá que hacer constar que sin d u d a sé ría absurdo querer negar
la subsistencia de tradiciones form ativas, originarias en la E dad M edia española
y la R ecpnquista, dentro de los distintos sectores de la vida histórica. D e igual
m anera, resultai necesario sin d uda integrar estas continuidades a la in terpreta­
ción total de la historia española, así como a la historia de la expansión ultram arina.
Sin em bargo, con ello deben observarse a to d a costa dos factores que con d e ­
m asiada frecuencia ha pasado por alto la: bibliografía publicada hasta la fecha.

79 Braudel, La Méditerranée, \o\. 1, pp. 88 s., con referencia a la extensión de la trashum ancia,
así como otros muchos ejemplos en las,primeras dos partes dedicadas a las estructuras. ;
80 Esto ha sido demostrado concluyentemente por Charles Verlinden, Précédents.. . ; R ichard Ko­
netzke, "Uberseische Entdeckungen und Eroberungen”, pp. 535 ss., además de otros autores. En su
obra L ’expansion européenne du x u i au x v “siécle, Pierre C haunu tam bién subraya la im portancia
de ésta evolución propia de toda Europa en cuanto a los descubrimientos españoles, m ientras reduce
este aspecto a un lugar muy relativo en L ’M spagne de Charles Qiunt al subrayar ,1a continuidad
Reconquista-Conquista.
Parecen discutibles, por ejem plo, la,exposición de un gran núm ero de corrientés
tradicionales que hayan obrado dentro de un proceso histórico, tal como la ex­
pansión ultram arin a, y la pretensión de caracterizar la evolución observada re­
curriendo a estas tradiciones, definidas a p artir de su origen. Resulta dudoso hasta
cuándo se entrelazan las distintas líneas de tradición p a ra form ar u n a estru ctu ­
ra y entonces in terp retar u n proceso directam ente ligado a éstas acudiendo a los
aislados atributos estructurales —m étodo que aparece en la obra ya citada de
C haunu. E n am bos casos se obstruye la visión sobre los desenvolvim ientos
nuevos. Por o tra parte, únicam ente parece posible fijar la im portancia de las tra ­
diciones definidas p a ra con los fenóm enos investigados m ediante la precisión de
su significado a través de Comparacionés con las condiciones en otros territorios o
países. E n concreto, esto denota que es inadm isible sacar la conclusión de que
el m ovim iento expansionista era de carácter medieval en su m ayor parte, debido
tan sólo a la circunstancia de que siguieran vigentes instituciones m edievales en
el curso de la expansión hacia u ltram ar, o sea, al hecho de que E spaña aún estu­
viera; sensiblemente sujeta a la influencia de las tradiciones medievales alrededor
del año 1500.
Am bos factores sólo podrían considerarse como características especiales de
com probarse que las tradiciones o estructuras verificadas en E spaña ya habían si­
do sustituidas por nuevas tendencias en los más im portantes países europeos. Tal
discrepancia fundam ental entre E spaña y el resto de E uropa difícilmente parece
concebible p a ra la época de alrededor del 1500, si se tienen en cuenta las estrechas
relaciones que existían entre la península ibérica e Italia, por ejemplo, de la cual
em anó, por cierto, gran parte de estos desarrollos m odernos.
E ntre tanto, se h an publicado, después de la im portante obra de F ernand
Braudel sobre la región m editerránea d urante la época de Felipe II, u n a gran
cantidad de estudios acerca de la historia económica y social de E spaña durante
los siglos x v i y x v i i , inspirados, en gran parte, en la escuela histérico-estructural
francesa. Estos trabajos h a n dibujado u n cuadro m ucho m ás diferenciado de
la evolución y las estructuras internas de la m onarquía española.81 Es cierto que
faltan aú n investigaciones p enetrantes de la posición de la nobleza, <convertida
con tan ta frecuencia en objeto de discusión, el significado de su división entre los
distintos grupos o capas y la cuestión de si la aristocracia conform aba u n a clase
social bien definida hacia abajo; este últim o problem a es m uy im portante sobré
todo en cuanto a la clasificación de los hidalgos dentro de la sociedad y su relación
con el patriciado burgués de las ciudades.82 P or otra parte, se h a conseguido de­

81 Como ejemplo las obras de Bartólonié Benriassar, Henri Lapeyre, Felipe Ruiz M artín, Noel Sa-
lomon, José-Gentil da Silva, Piérre Vilar, y otros, evaluadas en form a resum ida por Pierre C haunu,
L'Espagne..., particularm ente los capítulos 3 ss.
82 A pesar de que la nobleza, sus actividades económicas y su influencia política, económica y so­
cial en el desarrollo de la sociedad ocupan un lugar ta n destacado, implícita o explícitam ente, en to­
dos los análisis y tentativas de interpretación, hay una falta casi absoluta de investigaciones m onográ­
ficas acerca de la historia social de la misma durante la época del antiguo régimen. Parece especial
m ostrar que en E spaña no sólo estaban extendidas las norm as de conducta capi­
talistas,®3 sino que, adem ás de éstas, existía u n a burguesía dinám ica que disponía
de fuertes capitales y estaba en proceso de expansión a principios del siglo XVI.
G ran p arte de los integrantes de esta pujante capa que triunfaron, parece h a­
ber surgido entre los conversos del judaism o al cristianismo. Sin querer intervenir
en la discusión acerca de los orígenes religiosos del capitalism o, sólo se asentará,
en cuan to a este fenóm eno, que evidentem ente se tra ta b a de u n problem a de
m inorías m ás que religioso.84
Los representantes económ icam ente activos m ás im portantes de esta capa, los
m ayoristas de Burgos, M ed in a del C am po y Sevilla, no sólo disponían de consi­
derables capitales, sino que m antenían estrecho contacto con los grandes centros
europeos de comercio, como A m beres o Florencia. A dem ás, se desarrolló u n a in­
dustria transform adora de la lana, con centro en Segovia, la cual evolucionaba en
dirección a la m anufactura y desde todo punto de vista pudo com petir con las
grandes em presas flamencas hasta mediados del siglo xvi¿ tanto respecto a la can­
tidad como a la calidad de sus productos.85 Por cierto, el comienzo de los procedi­
m ientos capitalistas en España parece h ab er rezagado en com paración con la
E uropa del C entro. Sin em bargo, d urante el siglo xvi se realizaron considerables
acum ulaciones de capital tam bién en E spaña.86

m ente problem ático que se considere; siil ejercer crítica alguna; al conjunto de hidalgos como parte
de la aristocracia y las clases altas, siendo que se trataba de un sector de la nobleza inferior a los ca­
balleros y de gran peso numérico, el cual, sin embargo, guardaban tantas diferencias dentro de sí
que comprendía a artesanos y campesinos, que vivían del trabajo m anual, al igual que a grupos aco-
m odádos casi imposibles de distinguir de la caballería. De seguro no es posible clasificar a los hidal­
gos como unidad, de acuerdo con su prestigio social, y en muchos casos debiera resultar difícil sepa­
rarlos del patriciado burgués de las ciudades.
83 José Antonio Maravall, Estado moderno, vol. 2 pp. 130 ss., entre otros, demuestra esto clara­
m ente con referencia al siglo xvi. Dado que considera él capitalismo como u n fenómeno ligado a la
formación de l a m anufactura, califica la m entalidad burguesa del siglo XVI, d e “precapitalista”. En
cuanto a Maravall, debe apuntarse que no figura entre los historiadores inspirados en la escuela fran­
cesa y que sus investigaciones acerca de la m entalidad se basan principalm ente en fuentes literarias
contem poráneas,; ,V
84 En cuanto a los conversos, véase más adelante pp. 36 s . ; sobre la participación de los conversos
en la vida económica cfr. R uth Pike, A ristocrals and Traders. Sevtllian Society in the Sixteenth Cen­
tury, pp. 99 ss. Con referencia a las polémicas sobre los orígenes religiososo del capitalismo, a mi p a ­
recer el problem a fue colocado en la perspectiva histórica exacta por investigaciones como la de Her-
bert Liithy, "V ariationen über ein T hem a von Max W eber”, pp. 99 ss., o H ugh Redwald Trevor Ro-
per, Religión, R eform ation und sozialer Umbruch. Por este motivo, se desiste, tam bién respecto a los
conversos, de adm itir la hipótesis de causas religiosas para la situación económica .particular de est
grtipo.
85Cfr. el corto resum enenJoseph Pérez, L ’Espagne dü x v i si'eclc, pp. 22 ss.
86 Cfr. Bartolomé Bennassar, “Cpnsommation, investissementi mouvements de capitaux en Cas-
tille aux xvie et XVII6 siécles”, pp. 139 ss. En vista de la extensa repartición de estos capitales acum u­
lados, Bennassar manifiesta su asombro en cuanto a que no hubiese conducido a inversiones en
empresas económicas. Al intentar explicar esta circunstancia, el autor da una impresión de relativa
inseguridad; no obstante, respecto a la época investigada por él, la causa parece radicar sobre todo
Estos principios de u n a m od ern a evolución social y económ ica, bastante no­
tables én su conjunto, fueron m inados, bajo los Reyes Católicos, por m edidas
qué favorecían la exportación de los productos agrícolas, en particular la lana, y
el increm ento de bienes de m anos m uertas, a expensas de la industria. M ás ta r­
de, d urante la época de los H absburgo, el desenvolvim iento propicio fue detenido
p o r la derrota de las-clases artésanás entre la población de las ciudades, el alza­
m iento com unero, el consiguiente descuido de sus intereses, la política im perial
de la m onarquía y la tasa de inflación, siem pre m ás alta con respecto al prom edio
europeo.87 Sobre todo, el fm anciam iento de la política europea de lá C orona tenía
por consecuencia u n a constante fuga de m oneda88 que forzaba al Estado, ade­
m ás, a c e d e rla cobranza de gran parte dé las rentas de la C orona como fianza a
las grandes casas bancarias y comerciales europeas, las cuales estaban en posición
de proporcionar ál' instante los capitales necesarios en Flandes, A lem ania e Italia.
Así se dificultó considerablem ente nó sólo lá form ación en-España dé un capitalis­
mo basado en la ren ta fiscal, en los proveedores estatales y el fm anciam iento dé'la
guerra, sino que tam bién se éntrégó la econom ía española a lá intervención de
poderosos intereses comerciales extranjeros.89 P or últim o, la expansión u ltram a­
rina en especial increm entó la d em an d a de los productos agrarios, de m odo que
sus precios aum entaron con: más rapidez que los artículos industriales, lo cual a
su vez redundó en que la agricultura atrajera m ás inversiones que Ia m anufactu­
ra. Sin em bargo, y no en últim o lugar* la revolución de precios'del siglo xvi tam ­
bién fom entó u n a ‘‘fuga de valores reales” , por utilizar una expresión m oderna,
lo cual es ilustrado p o r la generalizada posesión de biénes de consumo de alta ca­
lidad en los hógáres españoles d é la época.90 M uchos fáctorés coincidieron, pues,
p ara prom over el fracaso del capitalism o y la burguesía españoles en el siglo XVI.
Aquí merece destacarse el hecho, sin em bargo, de que estos modernos desenvol­
vimientos sociales >y ’económicos aú n se hallan en pleno proceso de expansión
cuando sé descubrió A m érica y que p articip aro n intensam ente en lá C oh­

én el hecho de que la com probada acum ulación dé capital, que há de caracterizarse más bien como
de la clase media, no ofrecía posibilidades de inversión, ya que eran necesarios grandes capitales p a ­
ra obtener ganancias compatibles con la inflación, cuando menos en las condiciones de la época.
' 87 Este fenómeno es resumidoV en gran parte, én joseph Péréz, L ’E spagne, pp. 11 ss.; en form a
más detallada y diferenciada, eii Pierre C haunu, L ’E spagne, vol. 2, pp. 365 ss.
88 véase al respecto la gráfica de Ferriand Bráúdel, Lá Méditerranée, vol-. 1; p. 435.
89 Richard Konétzke, “Die spanischen Verhaltensweisen ziim Handel ais Voraussetzungen für das
Vordrmgen der auslándischén Kaufleüte in Spanien”, pp. 4 ss. , levanta la cuestión de las causas de
ausencia dé éstas formas de capitalismo en España. Una im portante razón parece radicar precisa­
m ente en el hecho de que la m onarquía necesitaba el dinero y los suministros de mercancías en p ri­
mer término para el aprovechamiento de las tropas españolás fuera dé la península y él (m an­
dam iento de su política europea en las diferentes cortes, dé m anera que hubo que recurrir a las casas
bancarias qué en él respectivo lugar dispusieran de suficiente capital o altos créditos.
90 La difundida existencia de artículos domésticos de macizos metales preciosos, prendas de vestir
de müy alta calidad, muebles, tapetes, etc., es señaladá por B. Bennassar, “Consómmation, investis-
sement”, pp. 1143 s. > ;
quista, ya que los m otivos que finalm ente ocasionaron el fracaso de estás tenden­
cias no cobraron efectividad hasta el desarrollo ulterior del siglo xvi. A parte de la
tradición feudal, cam pesina, pastoril y guerrera, el fenómeno del capitalism o sos­
tenido por u n a pujante clase social influyó en la expansión u ltram arina de Espa­
ñ a ,91 au n q u e la bibliografía a m enudo no tom e nota de esta circunstancia, o sólo
lo haga de m an era insuficiente. El ascenso de Sevilla a la categoría de u n a d é la s
m etrópolis comerciales más im portantes, la actividad em presarial de num erosos
conquistadores-y el pronto traslado de las técnicas europeas de comercio, m anu­
fa ctu ra y agrícolas a las regiones de u ltra m a r rep resentan u n a m anifestación
notoria de la correlación de fuerzas capitalistas en la C onquista.
U n principio de diferenciación social con fundam ento étnico-religioso ráp id a­
m ente cobró im portancia a principios del siglo x v i; como consecuencia de la m a­
yor severidad de la política en m ateria religiosa y por las conversiones forzosas de
las m inorías judías y moriscas en fo rm a m odificada, llegaría a ser u n distintivo
que afectaría la estru ctu ra de la sociedad tam bién en las regiones coloniales de
ultram ar. C on esto se alude al concepto de lim pieza de sangre,92 el cual en princi­
pio se rem itía solamente a la ascendencia cristiana de un individuo o u n a familia.
Las sospechas alim entadas por la Inquisición respecto a la ortodoxia religiosa
pronto pusieron en tela de juicio el catolicismo de todos aquellos que tuvieran
aunque fuese u n a gota de sangre ju d ía o m orisca —lo cual era m enos frecuente—
en las venas, de m an era que se confundieron los criterios de enjuiciam iento
correspondientes a la religión y los grupos étnicos y, debido a lejanos parentescos,
se discrim inaba incluso a cristianos convencidos pero religiosam ente sospechosos
y, por ló tanto, de inferior posición social. El desprestigio de este grupo de perso­
nas a m enudo se extendía a profesiones y actividades ejercidas preferentem ente
por los m ism os, representadas en particular por las transacciones m onetarias y
ciertos oficios. P or cierto, suele exagerarse el m enoscabo de determ inadas ocupa­
ciones derivado de estas circunstancias, pues encontram os a bastantes cristianos
qUe habían conquistado prestigio social dentro de com unidades rurales o m unici­
pios debido a la realización de tales trabajos. Con relación al problem a de la m en­
talidad antes expuesto, se hace dem asiado hincapié en la discrim inación social de
los oficios artesanales en el caso de España, Como ya sé ha m encionado. Esto lo
confirm a la gran im portancia que tenían los gremios y confraternidades religiosas
de los distintos oficios dentro del sistem a social m unicipal. Asimismo, en España
al igual que en el resto de E uropa, los gremios desarrollaron una conciencia propia
de su posición social y procuraban protegerse contra la penetración de personas

91 Un ejemplo correspondiente a la participación del empresariado español en la Conquista fue es­


tudiado por Guillermo Lohm ann Villena, Les Espinosa: une fam ille d'hommes d'affaires en Espagne
et aux Iñdes a l ’époque de la colonisation. Sin duda se tratab a todavía de un capitalismo comercial,
al igual que se desarrolló en el transcurso d é la Baja Edad Media principalm ente en Italia.
92 Cfr. Albert Sicroff, Les controversés des statuts de “ptireté de sang” en Espagne du x v au x vu
siécle; Antonio Domínguez Ortiz, Los judeoconversos en España y América; en particular pp. 79 ss.
de origen social incierto,93 lo cual indica, m ás bien, lo contrario de u n a discrim i­
nación del artesanado. L a vida dentro de las confederaciones sociales relativa­
m ente cerradas, característica de la época, en general, conducía fácilm ente a la
movilización de m ecanism os de defensa contra todo lo ajeno o no conciliable con
las diversas norm as. De tal form a, eran considerados com o hechos dudosos y
contribuían a desencadenarlos, el h aber nacido fuera de m atrim onio, tener una
apariencia extraña o incluso el hecho de ser extranjero. D entro de este contexto
habrá que ubicar tam bién la discrim inación de los conversos, aunque debe te­
nerse en cuenta al m ismo tiem po que en la vida diaria esta tendenciosa propen­
sión a la segregación de los conversos adoptaba form as m uy divergentes y no
puede considerarse como u n hecho invariable. P rueba de esto es que num erosos
conversos lograron riqueza, dignidades, funciones adm inistrativas e influencia.94
Con todo, no es posible negar que m ediante el concepto de lim pieza de sangre
pudo surgir u n grupo social especial sujeto a m uchas restricciones legales y ex­
puesto, cuando m enos potencialm ente, a la discrim inación social. De este m odo
se introdujeron en el régim en social dividido en corporaciones de la España cristia­
n a los principios estratificadores de u n a sociedad de castas, los cuales se aplicaban,
antes de la conversión forzosa de los judíos y los m oros, solam ente a las m ino­
rías heterodoxas no integradas del todo a la sociedad cristiana.95 En el naciente
sistema social de la Colonia, tales principios de diferenciación se im pusieron en
parte a la incorporación de la población indígena y, particularm ente, de la
mestiza;
En resum en, puede hacerse constar que las estructuras económicas y sociales
de E spaña, a pesar de la diversidad regional, sin duda estaban m arcadas aún en
muchos aspectos por fenómenos medievales y a m enudo derivados de la R econ­
quista. La necesidad de organizar rápidam ente extensos territorios con la ayuda
de u n a reducida población, la urgencia de asim ilar las diferentes m inorías reli­
giosas y étnicas, y las exigencias y fenómenos concom itantes de una frontera
con reinos no cristianos resultaron en el surgim iento de distintas peculiaridades
que pusieron trabas a los m odernos procesos evolutivos observados a p artir de la
baja E dad M edia europea;. En este sentido, debe evocarse sobre todo la particu ­
lar versión española del señorío, la cual no com prendía obligación ju rídica algu­

98 En cuanto al desarrollo de esta conciencia y la tendencia de los gremios y agrupaciones a recha­


zar los elementos “sospechosos”, cfr. R ichard Konetzke, “Las ordenanzas de gremios como docum en­
tos para la historia social dé Hispanoamérica durante la época colonial”, pp. 421 ss., el cual no sólo
ésboza las condiciones dentro de la propia España, sino que tam bién hace indicación de los m ecanis­
mos de defensa semejante en los gremios alemanes, ingleses y franceses.
94 Algunos ejemplos al respecto se hallan, v. g r., en R uth Pike, Aristocrats, pp. 100 ss.
95 En cuanto a los principios de estratificación de una sociedad estam ental y de castas, cfr. Roland
Mousnier, Les hiérarchies sociales de 1450 a nosjours, pp. 19 ss. y 24 ss. Juan Ignacio Gutiérrez
Nieto, recientemente insiste en el hecho de que la idea de la limpieza de sangre dio origen a la form a­
ción en “La estructura castizo-estamental de la sociedad castellana del siglo xvi”, p. 519. El autor
subraya en forma exagerada, sin embargo, los efectos del principio de la limpieza de sangre en la
evolución de la burguesía. t
na del individuo con el señor y se distinguía por el com prom iso de contribución
relativam ente reducido. A unque hasta la fecha existan pocos estudios al respec­
to, parece haberse form ado, en lugar de la servidum bre legal, u n a especie de re­
lación de clientela, lo cual sirve p ara explicar el origen de esta form a de vínculo
personal, tan im portante en la historia española e hispanoam ericana. Gomo
quiera que la investigación del futuro interprete estas cuestiones, ha de apuntarse
aquí que el régim en señorial español no produjo n inguna clase de estímulos
p a ra la h u id a al “ am biente libre de las ciudades” y que éstas, por lo tanto, con­
servaron frecuentem ente u n carácter más bien rural, aparte de unos pocos
centros. A despechó de estas continuidades, en la península ibérica del siglo xv
tam bién se concreta, aunque con cierta dilación, el desarrollo de Una burguesía
en ráp id a expansión, la cual contribuyó en m edida considerable, m ediante el
despliegue de sus fuerzas em prendedoras, a dar. a E spaña un auge económico que
se extendió hasta la segunda m itad del siglo xvi y ganó creciente influjo én las de­
cisiones políticas. L a resolución de la C orona de lanzarse por el cam ino de una
expansión ultram arina, siguiendo el ejemplo de Portugal, seguram ente puede re­
m itirse en gran parte a las peticiones de este pujante grupo. C om o había sucedido
anteriorm ente en extensas partes de E uropa, tam bién en España se abría paso
u na revolución social y económica, la cual perdió su dinam ism o, no obstante, de­
bido a u n a serie de factores que cobraron efectividad en el curso del siglo xvi, y
no llegó a consumarse.
P ara la expansión ultram arin a de E spaña resultó, pues, de im portancia decisi­
va que los conquistadores representasen lá totalidad de esta sociedad caracteriza1
da p or la colisión entre las fuerzas feudal-agrarias y capitalista-burguesas, o
sea, que no encarnaran un grupo o capa social u n itaria sino la compleja Colectivi­
dad entera, tanto respecto a su origen regional como social. Investigaciones más
recientes han dem ostrado que an essentially intact, complete Spanish society was trans-
ferred to Perú in the conquest and civil war period y que esto tam bién debe corresponder
a la realidad de las dem ás regiones coloniales am ericanas de E spaña.96 C on ex­
cepción de la alta nobleza, casi todas las capas sociales, ocupaciones y regiones de
España participaron en las em presas de ultram ar. Parece de particular significa­
do que los conquistadores, de prim era intención, g u ard aran su posición social en
América, ejerciendo al principio incluso sus oficios, de artesanado en su m ayoría,
y desarrollando casi sin excepción actividades com erciales.97 En conjunto esto in­
dica, em pero, que la evolución de la sociedad en las Colonias no se encauzó desde
el principio en cierta dirección, sino que estaba básicam ente abierta. D e este m o­
do, todas las tentativas de interp retar el orden social de los territorios coloniales
españoles como determ inado, por el feudalismo o el capitalismo carecen, por ta n ­
to, de todo fundam ento.98 M á s ‘bien llegaron a u ltram ar grupos e impulsos so-

96 James Lóckhart, Spanish Perú, p. 221.


97 Ibid. , pp. 221 ss.
98 - i
Véase al respecto la nota de pie 7 de este capítulo.
cíales m uy diferentes en el curso de la ocupación española de los territorios; de
modo que la sociedad desarrollada en H ispanoam érica conform aba el resultado
de un proceso de evolución independiente, aunque , ciertam ente som etido en
muchos aspectos al influjo de las instituciones sociales de la m etrópoli y la política
estatal. El m otivo de que esta rem ota fase de la C onquista y colonización no haya
sido m arcada principalm ente por las nuevas fuerzas sociales que apoyaban la ex­
pansión, orientadas hacia el capitalism o comercial, y que, en su lugar, se crease
un reflejo de la sociedad total, probablem ente se manifieste m ejor en el hecho de
que E spaña, al contrario de Portugal, procedió a poblar la C olonia al poco tiem-
po del descubrim iento dé A m érica y no se conformó con la fundación de bases
comerciales. , .
A dem ás de estos antecedentes sociales m ás generales, los m ecanism os in stitu ­
cionales de la ocupación española del territorio, derivados de la R econquista,
pero modificados de alguna m anera y adaptados a las nuevas circunstancias
d u ran te la C onquista, em pezaron a actuar, m oldeando la sociedad y, por tanto,
tam bién al Estado de m odo m ucho más directo. En este aspecto hay que n o m brar
sobre todo la Encom ienda como instrum ento para el ejercicio de la autoridad sobre
la población subyugada, la fundación de ciudades, el reclutam iento de los p a r­
ticipantes én las expediciones de conquista y, en m enor escala, tam bién los
convenios entre la C o ron a y los com andantes de las em presas de descubrimiento;
y conquista, los cuales im pusieron por la fuerza el traslado de un sistema de privi­
legios cada, vez más am plio a A m érica m ediante sus exigencias de recom pensa por
las obras realizadas al servició de la C orona. P or el contrario, parecen haber teni­
do relativam ente poca im portancia el desplazam iento de ciertas funciones proce­
dentes de las tradiciones medievales y las continuidades institucionales relaciona­
das con éste; recuérdese sim plem ente el cargo de adelantado ■

c) La Iglesia

Como ya se h a dicho, en las postrim erías del siglo XV se p rep arab an profundos
cambios en lo referente a la organización estatal y a los desenvolvimientos econó­
micos y sociales, y tam bién en el cam po religioso-eclesiástico. Se indicó antes
que la religión se había convertido en u n instrum ento de la política interior d u ­
rante la época de los Reyes Católicos, de lo cual dan elocuente testimonio
la alternativa “conversión o em igración” con la que se conm inó a los judíos y
moros, y el restablecim iento de la Inquisición, ligado a la misma. L a unidad
religiosa de todos los súbditos se consideró progresivam ente como requisito de la
lealtad a los m onarcas, representantes del Estado, los cuales tom aban a su cargo
funciones como defensores y prom otores de la religión en sus intereses seglares,
pero tam bién espirituales, en la m ism a m edida en que el papado se transform ó en
un poder secular, logrando subrayar así el carácter sagrado del gobierno. Este
concepto produjo, ju n to con las nacientes ideas acerca de la soberanía y l a razón
de Estado, u n a modificación de la necesidad de intensificar el control del Estado
sobre la je ra rq u ía de las dignidades eclesiásticas. D entro de este m arco predom i­
n antem ente político h ab rá que considerar, tam bién en el caso de España, el
proceso com ún de la form ación de u n a Iglesia dom in ada por el Estado, desarro­
llándose en toda E uropa d urante la baja E dad M e d ia ."
L a enorm e ayuda prestada posteriorm ente a l a m isión indígena por el Estado,
en el transcurso de la expansión ultram arina, y la consiguiente posición de p o d e r
de la Iglesia en u ltram ar tam poco obedecen únicam ente al evidente fervor reli­
gioso de los m onarcas, sino que deben com prenderse como antecedentés de estos
conceptos de la política estatal'. Desde el punto de vista de la C orona, la conver­
sión de los índigenas integraba, pues, u n requisito p ara su educación como leales
súbditos y su incorporación durad era a la com unidad estatal.
Pese a que se han-com probado, ya bajo J u a n II y E nrique IV , intentos de for­
m ar ú n a Iglesia som etida al Estado, tam bién fueron los Reyes Católicos quienes
im pulsaron con resolución este desarrollo y construyeron los fundam entos de la
Iglesia española dom inada por el E stado.100 El principal adversario en este
conflicto era, sin duda, la C u ria rom ana. A la vez confrontaban, em pero, la tarea
de lim itar la influencia de la Iglesia en el interior, las incum bencias, los derechos
y los deberes del clero y sobre todo de las autoridades eclesiásticas, los cuales con
frecuencia eran bastante vagos y por lo m ism o interpretados en beneficio de és­
tas, a rm a que tam bién empezó a em plear el Estado p ara así contribuir al fortale­
cim iento del poder estatal y de sus órganos.
A parte de éstos esfuerzos por lograr el protectorado directo sobre la Inquisición
y las órdenes m ilitares, la tenaz pretensión de la C orona de obtener el patronato
real y el derecho de conceder los beneficios eclesiásticos ocasionaron reiterados
choques con el papado. A fin de d ar m ayor peso a sus exigencias, los Reyes
prohibieron que dentro de su territorio se ejecutaran las disposiciones papales del
tipo que fueran, m ientras no hubiesen sido aprobadas por el Consejo real. L a ob­
servación de esta ley les pareció tan im portante a los soberanos que Fernando lle­
gó a o rd en ar a su virrey de Nápoles que ahorcara a u n delegado del P apa, quien

99 Mientras las transformaciones internas en el ámbito de la organización estatal así como la


estructura económica y social de España, en las postrimerías del siglo xv se consignan en form a muy
somera, desfigurada o no se m encionan en las exposiciones generales sobre la época, la formación de
la Iglesia bajo el dominio del Estado ha recibido una atención más amplia, como lo pone de m ani­
fiesto la revisión de los compendios más recientes sobre la historia europea de ésos días. Por éste m oti­
vo, dicho aspecto será resumido sólo brevemente a continuación.
100 Véanse al respecto las exposiciones más recientes de José Antonio Maravall, Estado moderno ,
vol. 1, pp. 216 ss. ; Antonio Domínguez Ortiz, E l A ntiguo R égim en, pp. 220 ss.; y las voces guía Igle­
sia y Estado y Patronato en Quintín Aldea Vaquero, Tomás M arín Martínez, José Vives Gatell,
comps , Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Un im portante factor aislado dentro del con­
texto general de las relaciones entre el Estádo y la Iglesia es analizado por Clemens Bauer, “Studien
zur spanishen Konkordatsgeschichte des spaten Mittelalters. Das spanische Konkordat von 1482”,
pp. 43 ss.
Había violado esta prescripción.101 En conjunto, la C orona.contaba con las m ejo­
res arm as en los conflictos con el papado. M ediante la indicación de querer con­
vocar un concilio general y la am enaza de detener el envío del dinero debido por
la Iglesia española a R om a, los Reyes lograron una y otra vez inducir a los papas a
transigir, cuanto'm ás que éstos dependían tam bién del apoyo diplom ático y m ili­
ta r de España, en su resistencia al avance francés hacia Italia. De tal form a los R e­
yes pudieron im poner, paso a paso, gran parte de sus dem andas. No sólo alcan­
zaron el protectorado sobre la Inquisición y las órdenes m ilitares, ligado al im ­
portante dom inio sobre las transacciones financieras de am bas instituciones, sino
tam bién los plenos derechos de patronato sobre la organización eclesiástica en
G ranada, las C anarias e H ispanoam érica. El patronato dentro de estos territorios
recién adquiridos y por cristianizar, iba unido al derecho de los Reyes, obligato­
rio p ara el papado, de hacer propuestas en cuanto a la ocupación de todos los
obispados y beneficios eclesiásticos así como la supervisión de las autoridades
eclesiásticas en todos los asuntos relacionados con intereses seglares. A unque
los m onarcas no h ab ían logrado obtener au n el patro n ato real ilim itado p a ra los
reinos cristianos de la C orona, se adjudicaron la concesión de un derecho de pre­
sentación para el cargo de obispo. A pesar de que este proyecto legal no com pro­
m etía al papado a aceptar las sugerencias reales, én la práctica equivalía al p atro ­
nato, debido a los medios de coacción de que disponía la m onarquía frente a la
C uria, y se parecía al mismo derecho concedido por la Iglesia en los dem ás te rri­
torios conquistados. Estas mercedes,papales perm itían a la C orona —ju n to con el
deber estatal, arraigado en la ley por cuenta de ésta m ism a, de aprobar todas las
bulas y los decretos papales— el control directo de la jerarq u ía eclesiástica. A la
vez, los cambios legales revelan el fundam ento de la Iglesia estatal española,
am pliada sistem áticam ente p or la C orona en el transcurso de los siguientes
siglos.
En cuanto a la je ra rq u ía eclesiástica dentro del m ism o país, resultó im prescin­
dible, en prim er lugar, com batir la intervención de la ju d icatu ra eclesiástica en
asuntos netam ente seculares, el abuso de la excom unión m ediante su aplicación
en toda clase de litigios no desencadenados por cuestiones de fe entre el clero y los
legos, y el desbordam iento de la inm unidad eclesiástica m ediante su extensión al
gran núm ero de receptores de órdenes m enores e incluso al personal doméstico
del clero. A unque en este terreno no sé produjeron acciones enérgicas del Estado
ni conflictos espectaculares con las distintas instituciones eclesiásticas, ni siquiera
con la C u ria rom ana, hasta bien entrado el siglo xvi y m ás tarde, los Reyes C ató ­
licos echaron ya algunas de las-bases legales para ello; apoyándose en éstas, el Es­
tado procuraba im poner sus pretensiones. El medio m ás im portante del cual se
sirvió el poderío estatal en sus esfuerzos por restringir el ejercicio de la autoridad
eclesiástica era el instrum ento jurídico del recurso de fuerza, el cual perm itía ape­
lar contra m edidas o fallos de la justicia eclesiástica ante instancias jurídicas secu­

101 Maravall, Estado moderno, vol. 1, p. 227.


lares. P o r m edio de esta posibilidad de apelación, aparentem ente antigua pero
reglam entada con u n a ley del año 1500* era posible im pugnar, apárte de la vali­
dez de u n a sentencia dictada por u n tribunal eclesiástico, tam bién la legitim idad
de un procedim iento ju d icial de la Iglesia, es más, incluso la incum bencia de un
trib un al eclesiástico. L a frecuencia con que se hacía uso de este instrum ento legal
y la severa reacción del papado a la inclusión de la correspondiente ley en la
nueva versión del código legislativo castellano, la Nueva Recopilación, durante el
siglo x v i dem uestran que este recurso legal evidentem ente cum plía su finalidad.102
Su introducción y propagación m arcaron, adem ás, un im portante paso hacia
la “ nacionalización” de la justicia y el som etim iento de u n poder autónom o aí
control estatal. Resultó m ucho m ás lento y más difícil llevar a cabo las inten­
ciones de la m on arq u ía de reducir los privilegios e inm unidades ,del clero y de las
instituciones dependientes de la Iglesia, ya que, por u n a parte, no existían bases
ju ríd icas p a ra ello, y por otra, no parecía oportuno provocar con un procfeder de­
m asiado riguroso al clero nacional, dispuesto en principio a colaborar con la
C orona.
Al considerar, en cam bio, que im portantes sectores de la vida pública, com o
por ejem plo todo el sistem a de educación incluyendo a las universidades, las her­
m andades religiosas, estrecham ente ligadas a la econom ía m unicipal, o los seño­
ríos que se encontraban en posesión de los conventos, estaban sujetos al dom inio
directo de la Iglesia, y que se derivaban de las inm unidades religiosas, al mismo
tiem po am plias exenciones respecto al pago de contribuciones, el servicio m ilitar
y la jurisdicción, incluso cierta exterrito rialid ad de las iglesias y los conventos,103'
se esclarece el interés del Estado por lim itar estos privilegios. Puesto que cual­
quier solución general del problem a h ubiera llevado a grandes conflictos con la
Iglesia, incalculables en sus consecuencias, surgió, a p artir del siglo xvi, y con
duración hasta nuestros días, u n a enconada “ g uerra de guerrillas” entre los par­
tidarios del Estado y los de la Iglesia, la cual estallaba, la m ayoría de las veces, en
un bajo nivel a causa de concretos casos individuales y que produjo u n a paulatina
reducción y socavam iento del sistem a de inm unidades eclesiásticas. R esulta sig­
nificativo que esta contienda se intensificara cada vez m ás en el transcurso del
siglo x v i, lo cual indica al m ism o tiem po, em pero, que la C orona española se es­
forzaba p o r obtener un extenso dom inio sobre la je ra rq u ía eclesiástica en lá m edi­
da en que se convertía en el principal poder político de la C ontrarreform a.

102 •
Véase la voz guía Recurso de fuerza en Q uintín Aldea Vaquero, Tomás M arín Martínez, José
Vives Gatell, comps., Diccionario, el cual no menciona, sin embargo, la ley del año 1500. La refe­
rencia a ésta se halla en Maravall, Estado Moderno, vol. 1, p. 220.
103 Esta territorialidad se manifestó sobre todo en el derecho de asilo, el cual vedaba a los órganos
de la justicia seglar detener a las personas que se hubieran refugiado en una iglesia o un convento. La
exención de ciertas contribuciones indirectas ocasionó, a su vez considerables fraudes fiscales m e­
diante el compromiso de clérigos en transacciones comerciales, etcétera. Debido a estas ventajas, ca­
da vez más agrupaciones de personas reclam aban los privilegios de inm unidad eclesiástica, como por
ejemplo los estudiantes universitarios, los legos que estaban al servicio de la iglesia, etcétera.
L a m onarquía no se lim itaba, p o r cierto, a increm entar el influjo del Estado en
la organización eclesiástica y reducir la autoridad de las instituciones de la Iglesia
con respecto a los asuntos predom inantem ente seculares, sino que intervenía ca­
da vez m ás en los intereses internos de ésta. Sirve de ejemplo la reform a del clero
llevada a cabo por los Reyes Católicos. En el últim o decenio del siglo x v , los so­
beranos consiguieron la autorización, en form a de varias bulas papales, para d ar
los pasos convenientes a fin de restablecer la disciplina espiritual del clero seglar y
re g u la r.104 D entro del m arco de esta política, prom ovida y forjada decisivam ente
por el franciscano Jim én ez de Cisneros, el cual ascendió a arzobispo de Toledo e
inquisidor general en el plazo de pocos años, se ejecutaron num erosas m edidas
decretadas m ás tarde por el Concilio dé T rento para toda la Iglesia. L a C orona
dictó, por ejemplo, la obligación de residencia para todos los obispos y dignata­
rios espirituales, dispuso la generalización de los registros parroquiales, afianzan­
do así el dom inio sobre las feligresías, y m andó reform ar la vida m onástica de
acuerdo con las reglas de fundación de las respectivas órdenes. Es verdad que esta
política tropezó con u n a considerable oposición de las filas clericales, y en dife­
rentes ocasiones tam bién con el antagonism o de la C u ria rom ana, pero como,
por otro lado, estaba difundido en grandes círculos del clero el deseo de enm en­
d ar la vida religiosa y eclesiástica, los esfuerzos que em anaron de la C orona halla­
ron amplio apoyo tam bién dentro de la Iglesia. A ju zg a r por lás ápariencias, la
intervención de la m onarquía sim plem ente ayudó a manifestarse a las corrientes
reform adoras dentro de la Iglesia, preparando de este m odo un m ovim iento de
renovación de la vida religiosa que luego siguió desarrollándose en form a inde­
pendiente. Existen motivos p a ra suponer que e l estímulo y la orientación prestados
a ese afán de reform a interna de la Iglesia por él Estado contribuyeran a im pedir
u n a división del clero y así prevenir Un desarrollo como el desatado por las
tesis de L utero pocos años después. P or inexacto que fuera querer explicar el fra­
caso de la R eform a en España señalando los cam bios de postrim erías del siglo
XV, pod rá inferirse con seguridad, en cam bio, que la política estatal de la u n id ad
religiosa y la reform a eclesiástica, vinculada con la creación de u n instrum ento
represivo ta n efectivo como la Inquisición, y, en relación con el mismo, la estabi­
lidad política interior de u n Estado que h a b ía instaurado u n a válvula de escape
p a ra las posibles tensiones sociales a través de Una política exterior expansionis-
ta, h abían elim inado en g ran p a rte las condiciones necesarias p a ra una exten­
sión de la R eform a en E sp añ a.105 L a coincidencia de estos factores políticos pone
de manifiesto, que el rápido despliegue del m oderno Estado soberano en España

104 En cuanto a estas pretensiones de reform a, cfr. Marcel Bataillon, Erasmo y España. Estudios
sobre la historia del siglo x vi, vol. 1, p. 1 ss. (debido a algunas modificaciones del autor, conviene
utilizar la versión posterior en español del f c e ; Tarcisio Azcona, La elección y reforma del episcopa­
do español en tiempo de los Reyes Católicos.
105 Bataillon, Erasmo, vol. 1 pp. 2, considerado en conjunto, parece adjudicar un lugar de menos
importancia a las causas políticas por la m enor efectividad de la Reforma en España.
sin du d a h a b rá de considerarse como u n a de las principales razones p o r las
cuales E spaña evitó los trastornos internos de u n cisma religioso.
La reform a del clero realizada por el Estado y, especialm ente el desarrollo de
la Inquisición, parecen insinuar a p rim era vista la conclusión de que el Estado y
.sectores influyentes del clero estaban em peñados, ya alrededor del cam bio del
siglo, en com prom eter al catolicismo español con la Ortodoxia m ilitante que erró1
neam ente se atribuye a la E spaña de la C o ntrarreform a. De hecho, sucedía todo
lo contrario. El m ovim iento de renovación religiosa solam ente se redujo a m edi­
das disciplinarias que fueron prom ovidas y efectuadas por el Estado. L a élite in­
telectual del clero español, que sostenía esta evolución, había asimilado en gran
escala las corrientes espirituales renovadoras que caracterizaron el periodo ante­
r io r a la R eform a en E u ro p a .106 L a reevaluación del significado religioso del esta­
do seglar, el m isticismo y el ilum inism o com o modos d e com unicación directa del
creyente con la esfera divina, se propagaron en E spaña tanto como él análisis
científico dé los relatos bíblicos, inspirado en el hum anism o. Se m ultiplicaron las
publicaciones de libros con extractos de la Sagrada E scritura, las cuales debían
d ar fácil acceso incluso a las tradiciones de la fe al lego culto y u n a relación inm e­
diata con la religión. ,
El propio cardenal Jim én ez de Cisneros se convirtió en el principal prom otor
de este m ovim iento de reconstrucción espiritual; como prim ado de la Iglesia
española e inquisidor general, estaban én sus m anos no sólo el cuidado del nivel
teológico del clero español, sino tam bién la vigilancia de la ortodoxia. A fin de
otorgar u n a sede a esta renovación espiritual y asegurar, al mismo tiem po, su
continuidad, Cisneros fundó la U niversidad de Alcalá de H enares, en la que se
enseñaba, a p a rte de la teología tradicional de Tom ás de A quino y D uns Escoto,
tam bién el nominalismo de O ccam , y donde adem ás del latín se estudiaba el griego
y el hebreo. E n este lugar, el cardenal hizo redactar, bajo su dirección, la prim era
edición políglota de la Biblia, la cual se publicó debido solam ente a circunstancias
externas, después que la m ism a obra debida a Erasm o de R otterdam . L a nueva
élite espiritual m antenía simultáneamente estrechos contactos con los centros cul­
turales de E uropa, como por ejemplo las universidades de Bóloña y París, y el
propio Cisneros se esm eraba por llevar a reconocidos letrados extranjeros a Espa­
ña. Invitó, en tre otros, a Erasm o, cuyas obras tuvieron fuertes repercusiones en
E spañ a e influyeron en la corte d u ran te la época de Carlos V. A unque ciertos
letrados, como N ebrija, el hum anista español m ás célebre de esos tiem pos, en
ocasiones tuvieran dificultades con la Inquisición, d urante dicho periodo esta en ­
tidad se concentró sobre todo en evitar la subsistencia de las tradiciones religiosas
ju días e islámicas entre los conversos p o r la fuerza de estas persuasiones, casi sin
ocuparse, en cam bio, dé las distintas corrientes déntro del catolicismo. Sólo bajo
Felipe II, en la época de la C ontrarreform a, la Inquisición se transform ó en

106 Véase con referencia a esto y lo expuesto a continuación, la investigación fundam ental de
Marcel Bataillon, Erasmo y España.
aquella protectora inflexible de u h a rígida ortodoxia que recuerda la historia.
Sin d uda no resulta fácil calcular el influjo y los efectos de estos afanes de reno­
vación, pero h a b rá que rem itirse a la g ra n can tid a d de universidades fundadas,
el cuantioso increm ento del núm ero de estudiantes y el auge de la educación en el
transcurso del siglo xvi, así com o —y no en el últim o lugar— al alto nivel intelec­
tual y científico del escolasticismo tardío español, para evaluar el resultado de los
impulsos que em anaron de la reform a espiritual de fines del siglo xv.107 Esto
puede aplicarse de igual m odo a los enorm es logros misioneros, científicos y civi­
lizadores del clero regular en la colonización ultram arina que a la asim ilación in ­
telectual, conseguida tam bién predom inantem ente por los clérigos regulares, del
fenómeno del descubrim iento de un nuevo m undo, con sus m últiples im plica­
ciones teológicas, teosóficas, jurídicas y culturales. Precisam ente el destacado
papel de las órdenes en la superación de tantos problem as, en su m ayoría nuevos,
sólo puede com prenderse p o r la profundización en la form ación teológica, filo­
sófica, la acrecentada flexibilidad del pensam iento y el restablecim iento de la
disciplina religiosa p roducidos p o r las reform as eclesiásticas ju n to con los
movimientos de renovación espiritual inspirados en el hum anism o.
En este contexto, considérense ta n sólo las discusiones causadas por el descubri­
m iento y la Conquista, acerca de las cuestiones del derecho internacional público,
el trato y el origen étnico de los indígenas o la dedicación histórica y etnográ-
fica a sus culturas, así como los m étodos misioneros desarrollados a p a rtir de
ellas.108 ¡Qué poca habilidad hab ía dem ostrado en com paración la Iglesia españo-^
la, poco antes, frente al reto espiritual que la había confrontado en su propio país
con la integración de la población mora! Esta discrepancia en la conducta frente
a problem as semejantes dentro de u n periodo de m enos de medio siglo puede di­
lucidarse, evidentem ente, sólo con base en la ru p tu ra espiritual de postrim erías
del siglo xv.
Com o fondo de este m ovim iento de renovación espiritual y religioso, im pulsa­
do ante todo por algunos sectores del clero regular, tam bién se hace patente, sin
em bargo, que en cuanto métodos, resulta sum am ente problem ático considerar a
la Iglesia española como institución hom ogénea. Ju stam en te en atención al
sobresaliente papel desem peñado en la colonización ultram arina tanto por. algu­
nos representantes individuales del clero como por la Iglesia en conjunto, se le­
vantan las cuestiones de las divergentes corrientes teológicas dentro de la Iglesia

107 En cuanto a la fundación de universidades, el desarrollo del núm ero de estudiantes y del siste­
m a educativo, cfr. R ichard L. Kágan, Students and Society inearly modern Spain, especialmente las
gráficas, pp. 64 y 200.
108 Cfr. las investigaciones fundam entales de Joseph Hoffner, Koloniatísmus und Evangelium.
Spanische Kolonialethik im Goldenen Zeitalter, Lee Eldridge Huddleston, Origins o f the A m erican
Indians. European Concepts, 1492-1729; Robert Ricard, La conquista espiritual de México. Ensayo
sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 523-
24 a 1572-, Fernando de Armas M edina, Cristianización del Perú (1532-1600), por m encionar sola­
m ente unos cuantos ejemplos.
española, el origen social y la composición del clero, la relación entre los grupos
i m p u l s o r e s d e l a reform a religiosa y las capas dinám icas y económ icam ente acti­
vas de la sociedad, etcétera. A p artir de su contestación, h ab ría que em prender el
análisis del problem a de las tendencias intelectuales y el origen social del clero
que participó en la colonización ultram arina. E n efecto, la bibliografía acerca de
la historia eclesiástica española de la época, particularm ente la docum entación
m isionera casi inagotable sobre la cristianización de H ispanoam érica, contiene
num erosas indicaciones de que no sólo había considerables diferencias en m ateria
teológico-religiosa entre las distintas órdenes m onásticas, sino que incluso dentro
de cada u n a de éstas se oponían corrientes m uy contradictorias; siguen compo­
niendo urgentes desideratade la ciencia unos análisis conexos de las diversas
corrientes, su relación con los desenvolvim ientos sociales contem poráneos y,
sobre todo, la determ inación de los vínculos entre los desarrollos eclesiásticos in-
ternos en la m etrópoli y el clero que acudía a la m isión u ltra m a rin a .109 L a imposi­
bilidad de establecer un a diferencia en el sentido antes m encionado obliga, pues, a
conservar el térm ino am orfo “ Iglesia” , que insinúa la existencia de u n a hom oge­
neidad probablem ente ficticia, en la realidad.
L a intervención trascendental de la Iglesia con los sucesos tem porales, como
por ejem plo en la expansión u ltram arina; la injerencia de la C orona en los asun­
tos internos de la Iglesia; y, sobre todo, el significado fundam ental de la religión
para la política española, principalm ente bajo la dinastía de los H absburgo, han
inducido a la historiografía a señalar en form a reiterada el entrelazam iento m uy
estrecho del Estado y la Iglesia en la España de principios de la E dad M oderna.
G erh ard R itter pudo aseverar, de este m odo: “ y el recién fundado absolutismo
de los ‘Reyes Católicos’, bajo cuyo régim en las autoridades eclesiásticas y seglares
estuvieron ligadas de m anera más íntim a que en ningún otro caso, se apoyó p re­

109 En cuanto a España, ha analizado las cuestiones esbozadas, respecto a un sector parcial, Mar-
cel Bataillon, en Erasmo, sin haber hallado hasta la fecha, empero, en lo que puede apreciarse, a su­
cesores que reanudasen la misma tem ática. Hasta ahora se han establecido, respecto a Hispanoamé­
rica, sobre todo las diferentes opiniones acerca de las probabilidades de poder convertir a los
indígenas y los métodos misioneros que habrían de emplearse p ara ello, en lo que el interés se dirige
especialmente a las utopías misioneras de los franciscanos; cfr. John Leddy Phelan, The Millennial
Kingdom o f the Franciscans in the New . World: A Study o f the Writings o f Gerónimo de Mendieta,
1525-1604; véase tam bién la voluminosa bibliografía sobre fundación de hospitales del obispo fran­
ciscano Vasco de Quiroga en Michoacán, México. Los estudios sobre el origen social del clero hispa­
noam ericano se lim itan, en su mayoría, a observar las discusiones acerca de la admisión de personas
de diferente raza al sacerdocio y a investigar los casos correspondientes. La investigación posterior y
la más reciente casi no tratan los puntos aquí planteados; véase al respecto Edwin Edward Sylvest,
Jr., M otifs o f Franciscan Mission Theory in Sixteenth Century New Spain Province o f the Holy Gos-
pel; Francisco Morales, O.F.M ., E thnic and Social Background o f the Franciscan Friars in Sevente-
enth Century M éxico; C.R. Boxer, The Church M ilitant and Iberian Expansión 1440-1770; las pri­
micias de un m odo de ver como el aludido antes se encuentran sólo esporádicam ente, como por
ejemplo un Jacques Lafay, Quetzalcóatl et Guadalupe. In fo rm a tio n de la conscience nationale au
M exique, (Hay versión en español del f c e o én Georges Baudot. Utopie et historie au Mexique. Les
premiers chroniqueurs de lacivilisation mexicaine (1520-1569), aunque ciertam ente en otro contexto.
cisamente en esta m asa (del pueblo hondam ente piadoso)” . 1-0 H aciendo total
abstracción del hecho de que el absolutism o m onárquico español en ningún m o­
m ento se “ apoyó en la m asa p o p u lar” , tam bién parece sum am ente dudosa la
declaración dél estrecho vínculo entre las autoridades eclesiástica y seglar, al m e­
nos expresada en esta form a no diferenciada, la cual implica que las potestades
estatal y eclesiástica trascendían uña a la otrá o se entremezclaban. Evidentemente,
tiene lugar aquí u n a conclusión a posteriori de la im portancia de la religión p a ra
la política española/ basada en la posición de la Iglesia como institución d eii¿
tro del Estado. Con ello se m anifiesta, sin em bargo, una valoración inexacta
del papel que realm ente desem peñaban la Iglesia y el clero en la vida estatal de
España. Esto es cierto a todas luces, cuando menos respecto al siglo xVi. Y a con
los Reyes Católicos se concluyó el proceso de nacionalizacióiv de la Iglesia en cier­
tas esferas fundam entales. Al com parar, por ejemplo, los derechos soberanos de
la Iglesia en España o los privilegios del clero español con el estado de cosas en
F ran cia,111 se hace constar u n a am plia coincidencia. Sin duda en España, al
igual que por toda E uropa, los confesores reales ejercían u n a influencia política
que no h a de subestimarse; por el contrario, el alto clero español no desempeñó
nunca un papel tan dom inante como fue el caso, por ejemplo, de u n a serie de
em inentes cardenales franceses. D e igual m odo suele pasarse por altó, lo'cual a p a ­
rece en este contexto como u n fenóm eno bastante significativo, que el núm ero de
religiosos españoles alcanzó su m ás bajo nivel, tanto en proporción absoluta coH
mo relativa a la población total, d urante la últim a tercera parte del siglo xvi con
referencia al periodo desde la baja E dad M edia hasta las postrim erías del Antiguo
R égim en.112 D u ran te la fase de m ay o r despliegue de poder de parte de España, la
sim ultánea prosperidad económ ica y el prolongado crecim iento de la población,
la extensión del clero disminuyó, pues, a su más bajo nivel. No se dilucidará más
a fondo cómo esto ha de conciliarse con la relación, supuestam ente tan íntim a,
entre los españoles del siglo xyi y la religión. C on todo, las circunstancias ponen
en claro que en este caso debe hacerse u n a distinción entre lá religión y su signifi­
cado p ara la política española, por u n a parte, y la Iglesia como institución así co­
rno su posición dentro del Estado y la sociedad, por otra.
No a la Iglesia como institución, sino a la religión, se concedía la im portancia
fundam ental dentro del régim en político de los Reyes Católicos. La así afiánzada
identificación de los intereses de la Iglesia y del Estado seguram ente contribuyó

110 Gerhard Ritter, Die Weltwirkung der Reform ation, p. 23; una expresión particularm ente
extrema de esta interpretación se halla en Josef Engel, “Von der spatm ittelálterlichen républica
christiarta zum Machte-Europá der Neuzeit”, pp. 92 ss.
111 En cuanto a la posesión de la Iglesia y del clero en Francia, cfr. Roíand Mousnier, Les Institu-
tions, pp. 222 ss.
112 Felipe Ruiz Martín, “Demografía eclesiástica”, en: Q uintín Aldea V aquero,'T om ás M arín
Martínez, José Vives Gatell, editores, Diccionario, vol. 2 pp. 682 ss.; sobre todo pp. 688 s.; en forma
menos definitiva Pierre Chaunu, L ’E spagne,-vol. 1, pp. 297 ss., que hace referencia á com proba­
ciones cuantitativas aún no concluidas.
en form a considerable a que la prim era aceptase, de m anera renuente, su subor­
dinación al poder estatal, puesto que m ediante sU inclusión en el nuevo orden
estatal obtenía el reconocim iento político de su im portancia, am enazada en m úl­
tiples formas, dentro del Estado y la sociedad. Sim plem ente, la Iglesia ya no esta­
ba en situación de conservar su influencia como autoridad espiritual en gran
m edida independiente del poder secular, o au n superior a éste; sólo podría conser­
varla si atacaba al fortalecido poder temporal. El papel dom inante de la m onarquía
se revela precisam ente en .el hecho de que la Iglesia tuviera que sufrir las interven­
ciones directas del Estado en sus asuntos internos y que a la vez se viese lim itada
en creciente m edida p o r la burocracia estatal en sus poderes respecto a los
fieles. Si todos los estados territoriales adelantados por el cam ino al desarrollo del
absolutism o m onárquico se opusieron, en el transcurso del siglo xvi, a la Refor­
m a, no fue tan sólo por la gran influencia de la Iglesia, sino porque la religión ca­
tólica, y con ella la Iglesia, guardaban u n a función sustentadora del Estado y, por
tanto, política, de m anera que u n cambio de religión dé los m onarcas o u n a gran
tolerancia a la nueva fe hubiera suscitado peligro de d errum be del naciente orden
estatal; Estas circunstancias dem uestran que el influjo de la Iglesia en el Estado
dependía en gran m edida de su ,lealtad a los objetivos políticos y estatales de la
m onarquía. Lo mismo es cierto que en E spaña, y sin recurrir al fanatism o reli­
gioso, se manifestó u n a influencia particularm ente fuerte del clero sobre la políti­
ca estatal, y u n a exagerada conciencia dé apostolado que explican la política
religipsa española del siglo xvi. Donde estos fenómenos pueden observarse en
España, consisten en el resultado de u n a evolución posterior, fom entada por el
Estado, o se trata, como en el caso del fanatism o religioso, de manifestaciones
generales de la época. La religión tam bién desem peñó un papel notable en España
porque, y no en último lugar, el control del Estado sobre la religión y la Iglesia con­
form aba el único ram o totalm ente centralizado del organismo estatal, compuesto
por varios reinos. E n este aspecto, no debe olvidarse que; en tre todas las gran­
des potencias europeas de la época, precisam ente E spaña era la m ejor preparada
p ara contrarrestar los. conflictos internos prom ovidos en particular por las cues­
tiones religiosas, ya que con la Inquisición regulada por el Estado y com petente
en igual m edida para todos los reinos, disponía de un instrum ento represivo su­
m am ente eficaz. Además, incluso era posible em plearlo de m anera preventiva,
puesto que a esta institución correspondía la revisión de toda la literatu ra produ­
cida en el país o im portada. N ad a señala m ejor la eficacia de este m ecanism o ins­
titucional que el hecho de que a partir del reinado de los Reyes Católicos ya no
tuvieron lugar agresiones espontáneas, individuales o colectivas, a grupos de per­
sonas sospechosas o convictas de herejía en E spaña, sino que la lucha contra tales
entidades se llevaba a cabo exclusivamente por vía adm inistrativa, controlada por
el Estado.
A quí debe abordarse tam bién el argum ento, planteado Una y otra vez, de que
la R eform a no logró consolidarse en m ayor m edida en E spaña porque no existía
un potencial hum ano con inclinaciones reform adoras a consecuencia del carácter
estructural que trajo aparejado la R econquista. A ello h a de contraponerse, sin
em bargo, la consignación de B ataillon de que precisam ente el gran núm ero de
conversos judíos se m ostraba m uy receptivo a las corrientes intelectuales que pre­
cedieron la R efo rm a.113 ¿Por qué no debiera esta capa, la cual desem peñaba u n
papel tan sobresaliente dentro de la vida intelectual, política y econom ica de Es­
paña, inclinarse tam bién hacia la Reform a? Si consideram os que particularm en­
te los conversos m antenían contactos con el extranjero, debido a sus intereses
económicos m uy extendidos, es probable que estuvieran m ejor y m ás rápidam en­
te informados, que la g ran m ayoría de la población, acerca de las tendencias ideo­
lógicas del resto de Europa. Si se acepta esta disposición de los conversos que se
inclinaban a adoptar ideas tales como las que se condensaron en un sistema reli­
gioso en la Reform a, el influjo relativam ente insignificante de ésta en Españá sólo
puede explicarse por el hecho de que las capas sociales potencialm ente partidarias
no osaran arriesgarse a u n a desviación del catolicismo por tem or a la persecución
y la discrim inación cuando la Inquisición comenzó a vigilar la vida intelectual
con severidad m ucho m ayor a m ediados del siglo xvi. A quí debe recordarse ta m ­
bién que la Inquisición logró ésa eficacia sobre todo porque el principio de lim ­
pieza de sangre, fom entado por el Estado pero m anejado de m anera m uy selectiva
p o r é l,114 condujo a que altern ad am en te se im p u tara, y luego con frecuencia se
denunciase de hereje ante la Inquisición a un converso o a todo el que em itiera
u n a opinión dirigida aparente o realm ente contra la ortodoxia.
P artiendo de que el Estado o la m onarquía, representante del m ism o, se servía
de la religión de la Iglesia y del principio de lim pieza de sangre, cuando m enos en
parte.Ipara alcanzar susjobjetivos politicos. se pone en claro que el Estado español
del siglo xvi en m edida creciente m ostraba ciertos rasgos totalitarios, los cuales lo
distinguían de los dem ás estados europeos que no conocían ni una Inquisición
estatal ni el concepto de lim pieza de sangre como m ecanism o com plem entario de
control,115 y que posiblem ente constituyeron una de las causas de su extraordina­
ria superioridad m ilitar y política.
Tam poco es posible atrib u ir el fracaso de la R eform a en España exclusivam en­
te a las m encionadas circunstancias políticas. Sin duda, la política expansionista
de E spaña y el progreso económico abrieron u n a vía de escape para las tensiones

113 Marcel Bataillon, Erasmo, vol. 1, pp. 70 ss.


114 Pese a todas las barreras legales puestas a los conversos ante todo en las carreras éclesiásticas, la
Corona reiteradam ente designó para los cargos de altos funcionarios e incluso ennobleció a
miembros de esta capa.
115 Tales mecanismos de control social existían en los demás Estados europeos a lo sumo en forma
ambigua, difícilmente utilizable para fines políticos; como por ejemplo en el caso de la cacería de
brujas. En el momento en que una desviación religiosa se convertía en movimiento popular debido a
su asociación con problemas sociales y perdía así su carácter sectario, la reconvención de la herejía
tam bién quedaba sin efecto. Aquí es obvio cuán im portante era la existencia de un instrumento
represivo regulado por el Estado desde antes de que brotara un cisma religioso, pues sólo con base en
el mismo éra posible movilizar, m anejar y aprovechar políticamente tales virulentos prejuicios.
sociales internas y de este modo im pidieron la unión entre las inquietudes so­
ciales y el afán de renovación religiosa. En todo caso, eran sucesos políticos y
sociales condicionados por la época, los cuales en conjunto elim inaron m uchas
causas de u n a naciente división interior a p artir de cuestiones religiosas, de m anera
que parece inútil buscar el origen de los sucesos en la invocación de las
peculiaridades medievales.
Es posible, desde luego, trazar el desarrollo de cada uno de los fenómenos
nom brados en este contexto hasta el rem oto pasado. Al igual que en un párrafo
anterior, debe señalarse nuevam ente lo problem ático de un m étodo que procura
revelar los distintos fenómenos dentro de su tradición histórica y derivar tan sólo
de ello u n fundam ental carácter tradicional, sin to m ar en cuenta el m odo de con­
currir los mismos en el periodo analizado. A dem ás del hecho de que la política es­
pañola de expansión en am plia m edida permitió asignar a la nobleza nuevos cargos
públicos al servicio de la C orona y así neutralizarla y m an ten erla bajo control
en lo referente a la política interior, el arrib a descrito m odo de converger del Es­
tado, la religión y la Iglesia a través de todo el Estado probablem ente representó
una im portante causa de la fuerza que el poder estatal tuvo en la España del
siglo XVI.
M erece destacarse, sin em bargo, que la posición prevaleciente del Estado fren­
te a la religión y la Iglesia estaba en gran m edida fundada y sostenida por perso­
najes reales im ponentes surgidos en E spaña en el transcurso del siglo xvi. Bajo
sus débiles sucesores d u ran te el siglo XVII, los problem as religiosos volvieron a
sobreponerse a los políticos, como consecuencia de la decadencia política y econó-
m ica, y el influjo de la Iglesia y del clero creció en form a análoga. En este contex­
to no debe pasarse por alto que la idea m oderna de la “ España clerical” , a la que
m ucho ha contribuido de m odo indirecto la historiografía, se deriva de fenóm e­
nos que han de rem itirse a desenvolvim ientos ocurridos apenas d u ra n te el
siglo XVII, y no, acaso, en el XVI.
Con vistas a la tem ática de esta investigación, es digno de apuntarse sobre todo
que la influencia de la Iglesia en la política española del siglo xvi dependía de la
trascendencia “ política” de la religión dentro de los distintos sectores de la vida es­
tatal, de modo que la Iglesia ejercía sólo influjo en la m edida y en las esferas don­
de el Estado se lo perm itía. El encauzam iento de esta posibilidad de influencia se
llevaba a cabo en gran parte por medio de la C orona y, en particular, de los con­
sejos centrales, los cuales en caso de necesidad pedían dictám enes especiales a las
autoridades o los dignatarios eclesiásticos. D entro de esos mismos organism os
consejeros, el clero contaba con m uy pocos representantes. C uando m enos a p ar­
tir de la época de Carlos V, los Consejos, con sus integrantes juristas, y los secretos
reales constituían los más influyentes consejeros políticos de la C orona.
L a disparidád existente entre la influencia eclesiástica en asuntos de política y
el grado en que la Iglesia estaba sujeta a la dirección estatal se pone de manifiesto
precisam ente en el ejemplo de la colonización española de Am érica. Casi no hubo
otro ám bito en que'la C orona española otorgase a las autoridades de la Iglesia, a
distintos dignatarios eclesiásticos y a doctos teólogos, u n poder ta n am plio como
justam ente en las cuestiones relacionadas con la expansión ultram arina. No sólo
los problem as im portantes, com o el trato de los indígenas o las dudas jurídicas re­
sultantes de la ocupación de la tierra, fueron sometidos al dictam en de ju n ta s de
teólogos ó representantes del episcopado, sino que tam bién se delegaron im por­
tantes funciones de gobierno, 'al m enos tem poralm ente, a dignatarios eclesiásti­
cos, lo cual sucedía en la m etrópoli sólo en casos m uy excepcionales. El m otivo
m ás im portante de este proceder de la C orona indudablem ente h a de reconocerse
e n el hecho de que u n a gran parte de los títulos de colonización —cuya im portan­
cia política será porm enorizada m ás adelante— tenía fundam entos religiosos y
que adem ás, ,la religión representaba el factor absolutam ente decisivo en la in­
tegración de la subyugada población indígena a un orden social estructurado se­
gún el modelo europeo. E n resum idas cuentas, hab rá que p artir no de que la
Iglesia se servía del Estado p a ra lograr sus objetivos durante el siglo xvi en España,
ni de que el Estado se p restab a p articu larm en te al apoyo de los intereses ecle­
siásticos, sino que antes bien, de que el Estado supo aprovechar, en form a real­
m ente m agistral, a la religión y, p o r medio de ella, tam bién a la Iglesia p ara la
realización de su política. Por ello sería engañoso, cuando menos, h ab la r de que
hubo u n a unión especialm ente estrecha entre las autoridades eclesiástica y tem ­
poral sin esta precisión.;
En recapitulación de lo expuesto en los párrafos precedentes, deben hacerse re­
saltar los trascendentales cam bios que se operaron en el transcurso del gobierno
de los Reyes Católicos, F ernando e Isabel, en las esferas de la organización esta­
tal, los avances económicos y sociales y la relación entre el Estado y la Iglesia, así
como dentro de ésta misma. Suponiendo que sea posible siquiera considerar los
desenvolvimientos de u n periodo ta n corto como característico frente a las estruc­
turas tradicionales y los impulsos de constancia que em anan de éstas,’este caso se
da en la España de postrim erías del siglo xv. Pierre C haunu acertadam ente ha
designado estos fenóm enos como la ouverture, o sea, la apertura de España hacia
Europa; es m ás, hacia el planeta entero, cuyas dim ensiones totales apenas se esta­
ban descubriendo.115 M ientras que las m odernas tendencias económicas y so­
ciales no se m anifestaron hasta u n m om ento relativam ente tardío, la m onarquía
como portadora de u n nuevo concepto de Estado logró im ponerse m uy pronto a
las fuerzas particulares.
M ás que nada, F ernando e Isabel adelantaron decisivamente la am pliación del
orden estatal en un nivel institucional-adm inístrativo y particularm ente político,
haciendo valer la pretensión real de poder frente a la nobleza, la Iglesia y las
ciudades, extendiendo la adm inistración central y creando, con la Inquisición,
un instrum ento autoritario com petente de igual m odo para todos los reinos, y de
considerable im portancia política. De esa form a, los Reyes Católicos facilitaron a
sus sucesores el establecim iento de u n régim en absolutista que, aparte de no te­

116 Pierre Chaunu, L ’Espagne, vol. 2, p. 361.


m er ninguna oposición interna digna de m ención, tam bién sabía aprovechar
efectivamente las fuerzas políticas del país. L a religión y lá expansión política
fueron los m ecanism os m ás im portantes al servicio de la conservación del poderío
m onárquico.
Así pues, a pesar de que el absolutism o español del siglo XVI estaba fundado en
prim er térm ino en lo político y no tan to en lo institUcional-adm inistrativo, en el
desarrollo ulterior de la organización estatal h eredada de los Reyes Católicos,'
Carlos V logró d a r form a a u n gobierno central adm inistrativam ente eficaz y del
todo análogo a las necesidades de la época, el cual consistía en consejos suprem os
especializados según criterios de incum bencia profesional, por u n a parte, y terri­
torial, p o r otra. Este sistema de consejos centrales perm itió superar, en gran m e­
dida, los problem as adm inistrativos que resultaban de la disparidad institucional
de los distintos reinos. A unque la organización estatal de E spaña en el siglo xvr
pudiera equipararse desde todo p u n to de vista con la de los estados europeos
com parables,117 la superioridad española se basaba, en particular, en el eficaz
afianzam iento político del poderío estatal sobre todo en Castilla, el centro políti­
co, económico y cultural del nuevo Estado unitario español en formación. Pese á
que el desarrollo interno en im portantes sectores no había igualado el nivel de
otros países europeos, hay que designar a E spañá, en lo que se refiere á la organi­
zación política, como el prim er Estado m oderno de principios d é la E dad M oder­
na que dispusiera de u n a estructura adm inistrativa adecuada a la s circunstancias,
contase a la vez con Una rigurosa organización política, y que sólo pudo ascender
al poderío hegemónico europeó en virtud de esta superioridad de organización.
Recientem ente se ha com enzado a calificar lá E spaña de los Reyes Católicos co­
mo un Estado de gobierno absolutista.118 A nte esta situación, se hace patente que
no es posible resolver la cuestión, planteada al principio de este trabajo, de si la 1
España de la época de los descubrim ientos era de carácter tradicional-m edieval o
m oderno, por medio de conceptos tan generales. Antes bien, será más acertado
calificar a España como producto de aquella “ época del R enacim iento” que

117 Como se ha mencionado ya en otro lugar, eii la literatura histórica de reciente edición aún se
encuentra, en muchos casos, la idea de que la organización estatal española era rezagada en compa­
ración con otros países, como por ejemplo en Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, vol. 2, pp.
3 ss. y 149, y, por adherencia a éste tam bién en Pierre Chaunu, L ’E spagne, v. 2, p. 448, con referen^
cia a la administración financiera. Esta interpretación, sostenida por historiadores renombrados, no
obstante poco familiarizados con la historia adm inistrativa, parte de las consideraciones vigentes en
modernos Estados de organización centralista, como Francia, por ejemplo, y no tiene en considera­
ción la estructura administrativa de los Estados comparables de la época. Aun tomando como punto
de referencia un Estado actual de constitución federalista, la compáración resultaría muy distinta.
No obstante, tam bién en contraposición a los Estados de su época, la burocracia española de ningún
modo estaba retrasada; más bien era al contrario.
118 Según Antonio Morales Moya, “El estado absoluto de los Reyes Católicos”, pp. 75 ss., quién
intentaba afianzar, con adherencia a H artung/M ousnier (véase la nota de pie10), la tesis del absolu­
tismo postulada por estos autores respecto a España. •
m arcó la época de transición m ediante la coincidencia de lo antiguo y lo nuevo en
los m ás dispares sectores de la vida histórica.
D etrás de la expansión u ltram arin a se encontraba, pues, un poderoso organis­
mo de Estado en rápido desarrollo con extensas pretensiones al poder político, las
cuales procuraba realizar m ediante la am pliación de la burocracia y el aprovecha­
m iento de la religión y la Iglesia con m iras a sus fines políticos de E stado. R esulta
comprensible, por lo tanto, que este Estado m oderno tam bién se esforzara por
trazar las condiciones en las regiones de ultram ar recién adquiridas, cuanto más
que éstas, pronto derivaron en rem uneradoras fuentes de entradas p a ra el fisco
debido a la abundancia de m etales preciosos, y así estaban en situación de contri­
buir en im portante m edida al ulterior acrecentam ientp del poderío de la C orona.
Los descubridores y conquistadores, por el contrario, representaban, por u n a
parte, toda la variedad geográfica y social de la naciente España m oderna, pero
por otra llevaron a A m érica, adem ás del nuevo com portam iento em prendedor,
las norm as y los modos de pensar tradicionales de sus respectivas capas sociales y
corporaciones. Estas características m entales no im pedían a los conquistadores,
por u n lado, aspirar a la riqueza m ediante el desarrollo de actividades com er­
ciales, pero tuvo por consecuencia, por otro, que en su afán de ascenso social se
orientaran por valores feudales y nobles y que al perseguir sus fines provocasen,
por tanto, el Conflicto con el Estado absolutista y a la vez con la Iglesia, fuerte­
m ente com prom etida con las misiones indígenas. Los divergentes intereses del
Estado y del em presario privado condujeron después de haber logrado el objetivo
pretendido conjuntam ente, o sea la ocupación de la tierra, a la rivalidad entre la
C orona y los colonizadores en cuanto a los principios de formación del orden eco­
nómico, social y político en el N uevo M u n d o .119

2. P r o b l e m a s l e g a l e s , e s p ir it u a l e s y p o l ít ic o s e n l a a p r o p ia c ió n
DE LA TIERRA Y SU INFLUJO EN LA ORGANIZACIÓN ESTATAL

a) La justificación del apoderamiento y la temprana


política colonial de la Corona

PoCos aspectos de la expansión europea en ultram ar han captado tanto la atención


de la historiografía como la justificación del apoderam iento de aquellas regio­
nes desconocidas, h ab itad as p o r pueblos extraños. E n p articu lar el intenso d e­
bate sostenido d urante todo el siglo x v i p o r los títulos de la ocupación española de
la tierra en Am érica, que ha atraído el interés general en form a m uy especial por
ser uno de los fenómenos m ás espectaculares dentro del proceso de la expansión
europea hacia u ltram ar, ha constituido el punto de partida de un sinnúm ero de
investigaciones y — se cae en la tentación de decir: un núm ero análogo de— polé­

119 Cfr. el capítulo iii.


micas. M otivos m uy distintos han llevado a la investigación a detenerse en este
conjunto de problem as. Algunos autores h an creído descubrir los inicios del m o­
derno derecho internacional público en las controversias de la época acerca de la
legitim idad de la ocupación de la tierra; otros las han considerado como la prueba
de u n a conciencia de apostolado respaldada p o r los altos valores éticos de los es­
pañoles, apoyándose en la cual sería posible refutar la llam ada Leyenda Negra,m
que tom a la colonización española de A m érica como sólo u n a sucesión inin­
terrum pida de brutalidades y destrucciones; y otros m ás se han em peñado en tra­
zar los fundam entos ideológicos del dom inio colonial español basándose en aquel
deb ate.121
Pero no sólo la discrepante motivación de los historiadores que trata n este con­
ju n to de problem as ha vuelto controvertido y difuso todo el tem a, sino tam bién la
plétora de juicios de la época acerca de la problem ática; sus referencias frecuente­
m ente vagas y circunstancias rem otas o autores antiguos; huecos en las fuentes
transm itidas; y, por últim o, los fines tan divergentes fijados por los protagonistas
de aquel debate de justificación —piénsese, en lo tocante a eso, sólo en el choque de
intenciones ta n opuestas como las de Las Casas y Sepúlveda— h an dado lugar
a la especulación y la creación de hipótesis. Desde el concepto aristotélico del de­
recho de som eter y esclavizar a bárbaros no civilizados; la enseñanza de la guerra
ju sta que se rem ite a San Agustín; el im perio universal del P apa sobre el orbe, en
el sentido de un poder suprem o de fundam entos teocráticos; el poder de disposi­
ción del P apa sobre las islas “ sin d u eñ o ” , basado en la donación de C onstantino;
la idea medieval del em perador, hasta el simple derecho de descubrim iento, se ha
pensado encontrar toda clase de puntos de enlace con teorías e ideas jurídicas an­
tiguas y medievales acerca dé la relación del O ccidente cristiano con extraños
pueblos paganos en la literatura de la época. Pese a que la variedad de los argu­
mentos producidos en este periodo indica, m ás bien, que no es posible llegar a

120 En cuanto al concepto de la Leyenda Negra y la historia de su creación, véase la exposición clá­
sica de Julián Juderías, La leyenda negra; asimismo, Rómulo D. Carbía, Historia de la leyenda negra
hispanoamericana, y numerosos estudios más recientes.
Dé la abundante bibliografía que se ocupa de este tema, aquí se nom bran sólo los trabajos re­
cientes más importantes: la que creía reconocer los inicios del derecho internacional público én el de­
bate de justificación del siglo xvi es resumida en Josef Engel, “Von der spátm ittelaltérlichen res-
publica.christiana zum Máchte-Europa der Neuzeit”, pp. 92 ss. y 359 ss.; Joseph Hóffner, Kolonialis-
mus und Eyangelium. Spanische Kolonialethik im Goldenen Zeitalter, y Lewis Hanke, The Spanish
Struggle fo r Justice in the Conquest o f America, además de otras obras del mismo autor, se vuelven
particularm ente contra la Leyenda Negra; se orientan más hacia la historia jurídica Silvio Zavala,
Las instituciones jurídicas en la Conquista de América; Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Ale­
jandro VI y el ordenam iento jurídico de la expansión portuguesa y castellana en África e Indias”, pp.
173 ss.; de tendencia más teológico-filosófica, recientemente, Paulino Castañeda Delgado, La teo­
cracia pontifical y la conquista de Am érica; y la investigación más antigua, aún im portante, de Ve­
nancio D. Carro, O .P., La teología y los teólogos-juristas españoles ante la conquista de América.
Con completo desconocimiento de lá bibliografía elemental y con vista solamente al lector de habla
alem ana, menciónase aquí el estudio de Eberhard Straub. Das Bellum Iustum des Hernán Cortés in
M éxico, capítulo 1.
u n a definición unívoca de los títulos españoles y que la C orona no podía siquiera
tener interés en ello, dado qüe la existencia de u n a pluralidad de posibles móviles
equivalía al ensancham iento de la libertad política de acción del Estado, u n a y
otra vez se a a pretendido dem ostrar la validez única dé distintas teorías. T odas
estas¡ circunstancias h an suscitado que el exam en de este conjunto de tem as se
desprendiera cada vez m ás de su m argen concreto de referencia histórica, a saber,
la historia de los descubrim ientos y las conquistas españolas, y que se m udase a
esferas m erarnente pertenecientes a la historia de las ideas, como la eclesiástica y,
de .m anera particular, la jurídica.
En el contexto de la presente investigación sería posible, pues, dejar a un lado
estas cuestiones si no se co n tin u ara in ten tan d o rem itir directam ente los atributos
especiales del-orden estatal en las regiones coloniales, a la teoría de justifica­
ción del adueñam iento territorial español de lo cual a su vez resultan las m áxim as
específicas de la actividad'estatal. L a opinión, recién, em itida de nuevo, de que:
“ El dom inio español sobre el Nuevo M undo se entendía como el gobierno direc­
to de dios, com o el reino de la S an ta Iglesia...” 122 se apoya, por ejemplo, en la ex­
posición del jurisperito real Palacios R ubios acerca de la cuestión de justificación .
Desde este p unto de vista, se im pone la conclusión de que “ la propagación de la fe
era verdadera m áxim a estatal”. 123 De hecho, la idea de que los títulos del apode-
ram iento de la tierra red u n d ab an en u n a obligación especial de evangelización,
característica pecu liar del Estado español en A m érica por constituir un fin de la
actividad estatal, es m ás o menos com partida pór la m ayoría de los autores que se
han ocupado de la organización estatal de la H ispanoam érica colonial.12* Algunos
incluso han llegado a elevar el concepto de evangelización, m edular en la teoría
de la justificación, al rango de motivo principal de la colonización española de
América en general, determ inando ya el prim er viaje de Colón.125 La circunstancia
de que Cada vez que se establezca de nuevo u n a relación directa entre el descubri­
m iento y la conquista, su superación religiosa y legal y el orden estatal en las re­
giones colonizadas, obliga, por tanto, a abordar esta tem ática dentro del presente
contexto. Sin duda, el exam en debe lim itarse a abalizar los hechos más im portan­
tes de la jurisdicción y la idea fu n d am en tar de la evangelización con m iras a de­
term inar cu án ta im portancia tuvo p a ra el fundam ento espiritual y legal del orden
estatal en Am érica. -
N o obstante, antes de exam inar este conjunto de cuestiones resulta im prescin­
dible señalar que todos los argum entos m ediante los cuales los contem poráneos

122Josef Engel, “Von der spatm ítelalterlichen respublica christiana zum M achte-Europa der
Neuzeit”, p. 95.
‘ 123 Ibidem .
124 Como últim am ente, por ejemplo, Mario Góngora, Studies, capítulo 2 y p. 71;
125 Esta interpretación se halla en Alfonso García-Gallo, "Las bulas de Alejandro V I” pp. 633 ss.,
cuya investigación, junto con el antes mencionado trabajo de Manuel Giménez Fernández, es la que
todavía menos se separa del desenvolvimiento histórico de los hechos, de m anera que la defensa de
esta apreciación resulta en cierto modo sorprendente.
pretendían alegar la legitim idad del proceder español en A m érica form aban parte
de u n a justificación de hechos ya consumados. Todos los autores que en el siglo XVI
se dedicaron a esta problem ática estaban analizando la situación ju ríd ica a
posteriori y se esforzaban por aducir razones ju rídicam ente aceptables p ara probar
la legitim idad de la apropiación de las regiones ultram arinas. T am bién la C orona
sólo en m uy contados casos procuró aclarar su título antes del inicio de una
empresa mayor, aun cuando desde desde el prim er viaje de Colón se puso en eviden­
cia que había que temer complicaciones internacionales. No cabe duda, por ejemplo,
qUe los Reyes Católicos debieron de estar conscientes de que el éxito de la misión
de C olón forzosam ente suscitaría disputas con el reino ibérico vecino, a causa del
tratad o de Alcácovas firm ado en 1479 con Portugal, en el cuál se delim itaban las
respectivas esferas de intereses en el A dántico. T am bién los dos1salvoconductos a
soberanos desconocidos que los m onarcas hicieron entregar a Colón antes de su
partid a ponen de m anifiesto que se consideraban posibles las dificultades diplo­
m áticas.126 Precisam ente esas misivas, que acreditaban a Colón como el delegado
de los Reyes Católicos, perm iten ver que la Corona pretendía previsoram ente ase­
g u ra r la em presa en u n nivel diplom ático. R esulta tan to m ás sorprendente que
antes de la salida de Colón no se sintiera la necesidad de ac la ra r la situación
jurídica, p o r lo que , al volver la expedición hubo que tom ar rápidas m edidas para
obtener las conocidas bulas papales, las cuales llegaron a posesión de los Reyes
incluso en el mismo año del regreso de C olón.
T am bién los debates oficiales ocurridos posteriorm ente acerca de la situación
ju rídica eran tratados por la C orona, en cada caso como reacción a determ inados
sucesos espectaculares. Las Leyes de Burgos sobre el trato a los indígenas y el fa­
moso R equerim iento (1512-1513), que contenía la exhortación a la conversión
al cristianism o y al som etim iento bajo el dom inio español y que debía leerse a los
naturales antes de rom per las hostilidades, representaban, por ejemplo, conse­
cuencias del im presionante serm ón del p ad re dom inico Montesinos, del año 1511,
en el cual expuso el dom inio español en A m érica a u n a acerba censura. Sólo en
el caso de las deliberaciones de 1512-1513, la C orona aplazó la p artid a de una
expedición a A m érica a fin de esperar el resultado de una reunión de juristas y
teólogos dedicada a la cuestión de los títulos. M ás adelante se en trará en los por­
menores de las causas que dieron lug ar a la dem ora de la salida de Pédrarias
D ávila a P anam á. Todas las discusiones posteriores de estos asuntos principiados
por la C orona'tam bién se pusieron en m ovim iento bajo la influencia de aconteci­
m ientos im portantes, como las deliberaciones que condujeron a la redacciói) de

126 Una de las dos cartas redactadas en lengua latina se dirigía a desconocidos príncipes paganos
del Oriente, m ientras la segunda iba dirigida a m onarcas cristianos aliados y sus representantes. En
la primera, los Reyes Católicos declaran su interés por entrar en contacto con los soberanos de
aquellas regiones, m ientras la otra solicita protección para Colón. El verdadero cometido de Colón,
tom ar posesión de los territorios descubiertos en nom bre de los Reyes Católicos, no se menciona, sin
embargo, en ninguno de, ambos documentos; cfr. los documentos publicados en Alfonso García-
Gallo, “Las bulas de Alejandro VI y el ordenam iento jurídico.;.”, pp. 788-7,90.
las Leyes Nuevas en el año 1542, las cuales se debieron a las vivas reacciones des­
pertadas en la orden dom inica por las circunstancias específicas de la conquista
del Perú. Entre tanto, los debates por los títulos servían, en form a predom inante,
sólo a la fijación de los fundam entos p ara las reglam entaciones jurídicas del trato
a los indígenas americanos.
Y a se quiera ver en esta actitud de la C orona un desinterés por las cuestiones
jurídicas o la confirm ación de que los Reyes, así y todo, creían tener derecho a
proceder de esta m anera, en todo caso se deduce de ello que el im pulso a la ex­
pansión ultram arina era de naturaleza prevalecientem ente política. Este predo­
minio de lo político puede observarse a través de todo el decurso de la ocupación
española de la tierra en u ltram ar, es más, incluso debe considerarse como un
fenómeno general de la época. N o hab ía situación ju ríd ica que determ inara las
acciones de los Estados y los soberanos de aquella época, sino la respectiva direc­
ción de los intereses políticos. El gran núm ero de tratados firmados exclusivam en­
te por razones de táctica y violados con la m ism a presteza, las alianzas prontas
a cam biarse, y el m edio p rep o n d eran te de intrigas y m aquinaciones políticas
lo m uestran con toda claridad. A nte este panoram a resulta, pues, no sólo enga­
ñoso, sino decididam ente erróneo pretender trazar los motivos y las intenciones
entrañadas en el respectivo proceder político, y que hubieran desencadenado pre­
cisamente estos actos políticos, con base en las tentativas de justificación realizadas
con posterioridad. Esto es totalm ente válido tam bién en cuanto a los descubri­
mientos y las conquistas españolas en América. Los Reyes Católicos no dis­
pusieron los viajes de Colón y las expediciones posteriores porque creyeran tener
un derecho a realizar esas em presas y a la apropiación de territorios desconocidos
con ellas vinculadas, sino porque tenían un interés político en ello. Este hecho to­
davía es pasado p o r alto las más de las veces en la discusión acerca de los títulos.
La im portancia económica de las islas del A tlántico recién colonizadas por P ortu­
gal, como proveedoras de granos y de azúcar, las crecientes ganancias del com er­
cio con Africa y la rivalidad con Portugal, m otivada en gran parte, asimismo, por
razones económicas, dem uestran con bastante claridad de qué tipo fueron los
intereses de los monarcas españoles.
Por lo mismo resulta insostenible la afirm ación de que el prim er viaje de Colón
fuese originado, al m enos en parte, por u n a conciencia de apostolado religioso y
que persiguiera designios dé evangelización.127 En cuanto a estos sucesos, eviden­
tem ente se trata de u n a conclusión <zposteriori, derivada de la doctrina de justifica­

127 Según Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejandro V I”, pp. 633 ss. Increíblem ente Mario
Góngora,' Studies, p. 35, llegó hace poco a la conclusión de que las explicaciones de García-Gallo
representan una contundente prueba de la existencia de tales intenciones misioneras.
128 El texto, en latín, dice: M ittim us in presenciarum nobilem virurn Cristoforum Colon cuín tri­
bus caravelis armatis, per maria Oceana, ad partes Indie, pro aliquibus causis et negociis servicium
Dei ac fid e i Ortodoxe augm entum , necnon benefficium et utilitatem nostram concementibus. (Los
errores de ortogafia se encuentran en la versión editada del documento.) cfr. Alfonso García-Gallo,
“Las bulas de Alejandro V I”, p. 788. n
ción después desarrollada, la cual de n inguna m anera puede com probarse con b a ­
se a los docum entos referentes a las expediciones de Colón, Este concepto se
apoya, p o r últim o, errlas.pocas anotaciones que C olón hizo sobre el tem a, como
en particular u n a observación escrita por él acerca del com portam iento de los in­
dios frente a los ritos religiosos de los españoles, de lo cual el descubridor creía
p o der d ed u cir la posibilidad de u n a ráp id a cristianización. A dem ás, señálase en
este contexto el salvoconducto dirigido a indeterm inados soberanos cristianos que
los Reyes Católicos hicieron entregar a C olón antes de iniciar el viaje y que debía
servir sobre todo al aseguram iento diplom ático de la expedición.
Esta m isiva, que presenta a Colón como delegado de los Reyes Católicos y soli­
cita su protección, contiene la indicación de que se enviaba a Colón a las Indias al
servicio de Dios p ara la propagación de la fe ortodoxa y para el,bien y el.provecho
de los m o n arcas.128 Parece inadm isible q uerer aceptar este pasaje como indició de
u n a finalidad m isionera. En vista de la necesidad de d a r u n motivo de lá a p a ri­
ción de su enviado en las zonas de soberanía ajena, reclam adas por otros m onar­
cas, Fernando e Isabel de n inguna m an era podían nom brar la verdadera causa
de la expedición de C olón, o sea, adueñarse de territorios extraños y desconoci­
dos en nom bre de los reyes de Castilla y A ragón. T al franqueza era verdadera,
por u n a parte, por la razón de que ningún m onarca cristiano tenía ocasión para
apoyar los afanes de expansión de otros príncipes y, por otra, porque hubiera po­
dido inducir al soberano a quien Colón tuviese que entregar la misiva, a fin de
identificarse solicitar ayuda, a reivindicar a su vez las regiones descubiertas y
por descubrir u organizar expediciones propias. Incluso consta que la m isiva no
se dirigía solam ente a gobernantes cristianos en E uropa, sino a los m onarcas que
eventualm ente pudieran encontrarse en O rie n te .129 E n atención a esta posibili­
dad, existía u n a necesidad m ucho m ás urgente de velar las verdaderas inten­
ciones. Respecto a todos los casos im aginables había que prestar u n razonam iento
lo m enos com prom etedor posible, pero a la vez plausible p a ra u n m o n arca cris­
tiano. ¿Qué h ubiera sido m ás apropiado que la declaración de que la em presa
se realizaba en beneficio de la fe com ún? Este docum ento resulta m uy poco apro­
piado p ara servir como prueba de cualquier móvil del viaje de exploración, debi­
do a su carácter diplom ático como salvoconducto, cuyo cometido consistía en
identificar a Colón y sus tripulaciones como com isionados de los Reyes Católicos
y protegerles, de esta m anera, de posibles persecuciones por filibusteros o
p iratas.130 i

129 Recuérdese en este contexto que en aquella época circulaban por Europa ideas de príncipes
cristianos de Oriente, como por ejemplo el dominio del rey sacerdote Juan. Esta suposición es respal­
dada tam bién porque el texto no habla de la fe católica, sino de la “fe ortodoxa”, form ulación que
bajo las circunstancias sólo parece tener sentido frente a comunidades de fieles cristianos, pero inde­
pendientes de Roma.
130 Tal protección m ilitar era absolutam ente necesaria en una época de tropas m ercenarias, que
con frecuencia aún hacían la guerra por su propia cuenta, y de extensa piratería, lo cual puede infe­
rirse, asimismo, del documento: ...earn ob rem vos serenissimos atque illustrissimos reges et corum
El caso es sim ilar a las aisladas declaraciones del explorador acerca de la facili­
dad con que sería posible convertir a la fe cristiana a los naturales de las islas des­
cubiertas. Como se hicieron estas observaciones frente a los m onarcas, debe
sospecharse la intención de presentar las condiciones de A m érica Como m uy favo-'
rabies, a fin de resaltar los propios m éritos y despertar o m antener el interés de
los soberanos con expediciones siguientes, p ara así facilitar los recursos y las fuer­
zas p ara la colonización de las islas descubiertas. Adem ás de ello, para u n católico
creyente como Colón la conversión de los indios representaba u n requisito evi­
dente p ara la transform ación de los salvajes desnudos, como se le presentaban los
indios, en súbditos civilizados de reyes cristianos. A fin de cuentas, sin em bargo,
Colón expresó, en sus cartas y dem ás escritos, u n a m ultiplicidad de opiniones tan
contradictorias acerca de las posibilidades de explotar las regionés descubiertas
—las cuales m anifiestan, a lo m ás, la fantasía de un com erciante, pero no las con­
sideraciones políticas de u n virrey y g obernador—, que tam poco es posible citarlo
como testigo principal de los verdaderos motivos e intenciones que provocaron
los viajes de exploración. Con esto no se pretende excluir l a posibilidad de
que el descubrim iento de la población indígena am ericana hubiese despertado
ideas de evangelización tanto entre los participantes como en la metrópoli; Sin
em bargo debe rechazarse u n a conexión causal entré una idea general de evangeli­
zación y la determ inación de realizar u n viaje de. descubrim iento, porque se
desplegaba u n extenso campo de actividades para una conciencia de apostolado
misionero en las cercanías inm ediatas de la península ibérica y no se llevaron a
cabo, a pesar de ello, tentativas de evangelización dignas de m ención, y menos
aún, dirigidas por el E stad o .131
A h o ra bien, si debe excéptuarse la idea de evangelización como móvil del p ri­
m er viaje de Colón y si consta, adem ás, que la C orona se ocupaba del problem a
de justificación sólo en los casos en que h ubiera motivos especiales, se plantean
dos preguntas de cuya contestación depende decisivamente el-justiprecio de la
im portancia histórica de las teorías de justificación y, de m odo particular, de los
efectos que tuvieron estas teorías sobré la fundación del orden estatal en u ltra ­
m ar. Por u n a p a rte hay que in d ag ar frente a quien era necesaria la justificación,
y por otra, ha de aclararse porqué resultaba precisa tal justificación. Causa

primogenit(o)s, ceterosque cuiquis gradus, condicionis et dignitatum, ad quorum maria, portus,


plagias, dominia, térras, opida et turisdiccionem predictus Christoforus Colon pervenerit affectuosse
et enixe rogamus ut eum nostro respectu et contamplacione com endatum habere velitis, eum que
cum caravelis et navigiis et comitiva ... verum eciam illum tuto iré sirtatis et libére pérm itatis..., cfr.
Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejandro V I”, pp. 788 s.
1SI Manuel Giménez Fernández, en “Nuevas consideraciones”, tam bién rechaza tal conexión. Par-
ticulamente para la era de la regencia de Fernando, el autor im pugna cualquier móvil ideal de la co­
lonización ultram arina; cfr., del mismo autor, Bartolom é de las Casas, vol. 1, p. 23 s. Esta últim a
obra da la impresión, sin embargo, de que la reconvención tam bién sirve para recalcar los méritos
del protagonista, a cuyos esfuerzos se debía determ inantem ente, según el autor, que la pólítica colo­
nial española comenzara a orientarse hacia norm as éticas.
sorpresa que estas dos cuestiones hasta la fecha se han abordado sobre todo sólo
en atención a las bulas papales de 1493, lo cual probablem ente pueda rem itirse al
hecho de que la historiografía se h a ocupado, p o r .encima de todo, del contenido
de las distintas conjeturas y su respectivo origen, pero no de la función que h a de
adjudicarse a las diversas teorías de justificación dentro de su m arco histórico.
Es posible responder de m an era m ás o m enos unívoca a las cuestiones tocantes
a las bulas papales de 1493. L a historia form ativa y la interpretación de las bulas
ciertam ente siguen siendo discutidas; no obstante, entre tanto parece haberse
aclarado la función de los docum entos en total, gracias a las investigaciones de
G im énez Fernández y G arcía-G allo.132 En p rim er térm ino, consistía en respal­
dar los derechos de los Reyes Católicos frente a Portugal. A dem ás, servían para
hacer valer la soberanía real sobre los territorios recién descubiertos frente a los
propios vasallos y súbditos de la C orona.
D espués de que C olón, al regresar de su p rim er viaje de exploración, se vio
obligado a hacer escala en el puerto de Lisboa y el rey portugués de este m odo se
convirtió en el p rim er enterado de las nuevas islas en el A tlántico, de inm ediato
se entabló u n a disputa diplom ática entre am bas cortes. E n virtud del tratado de
Alcágovas, J u a n II creía poder hacer valer sus derechos de posesión sobre las islas
descubiertas y envió, por lo tanto, u n a legación a F ernando e Isabel para asegu­
ra r sus pretendidos derechos. Asimismo, pertrechó él tam bién una flota que
debía h a lla r las islas descubiertas por C olón.133 A fin de tener u n a fuerte posición
p a ra negociar sin tener que apoyarse ta n sólo en el derecho del descubrim iento
anterior, los Reyes Católicos al punto dieron orden a su em bajador en Rom a de h a­
cerse confirm ar la posesión de las islas por el Papa. Puede considerarse como se­
guro sin lugar a dudas, que estas gestiones ante la C u ria rom ana se hicieron
sobre todo porque los soberanos portugueses a su vez habían hecho confirm ar por
el P ap a su posesión de las islas del Atlántico antes colonizadas, y porque éste,
adem ás, había sancionado tam bién el tratado de Alcágovas a pedido de Portugal.
Las bulas papales de 1493 significaban, por ello, no sólo u n título adicional en las
negociaciones con Portugal, sino que indirectam ente tam bién dem ostraban a los
Reyes Católicos que no se habían hecho culpables de ninguna transgresión del
tratado con respecto a los convenios de Alcágovas. Puesto que los Reyes tam bién
se hicieron reconocer por las bulas las islas y los continentes por descubrir, pu­
dieron negociar con Portugal desdé u n a posición de fuerza e im poner, en el final­
m ente cerrado T ratad o de Tordesillas (1494), u n a nueva deliiñitación de las res­
pectivas zonas de intereses.
A unque el disentim iento con Portugal probablem ente representara la causa
principal que movió a los Reyes Católicos a solicitar las bulas papales y ejercer

132 Cfr. Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejandro V I”, pp. 563 y 551, donde el autor hace
mención de otras obras, no nom bradas aquí, de Giménez Fernández acerca de esta tem ática.
133 Con respecto a los detalles de estas negociaciones y su relación con las bulas papales, cfr. Alfon­
so García-Gallo, “Las bulas de Alejandro VI”.
influencia sobre la redacción de los docum entos, es evidente que tam bién se sir­
vieron de ellos p ara hacer valer, o al m enos recalcar, sus derechos de soberanía
sobre las islas y los continentes recién descubiertos y aú n por h allar frente a sus
súbditos. C on tal fin enviaron a C olón, quien estaba ocupado en A ndalucía con
la preparación de otro viaje de exploración, el texto de u n a de las bulas —no es
posible fijar con precisión cu ál— con la exhortación de darlo a conocer en esa
provincia p ara que todos los habitantes se enterasen de que no podían ir a aquellos
territorios sin el permiso de los m onarcas.134 Al mismo tiempo, los Reyes dieron ins­
trucciones al descubridor de llevar consigo u n a copia autorizada de la bula en el
segundo viaje, p ara que la presentara en caso de necesidad.135 P or desgracia, la
formulación del docum ento no hace constar con claridad en qué casos y a quién
Colón debía m ostrar eventualm ente la copia de la bula papal en el transcurso de
la siguiente expedición, cuestión de im portancia central en cuanto a la interp reta­
ción de las bulas por los reyes mismos.
Así, Fernando e Isabel utilizaron las bulas con tres fines distintos: en prim er
lugar, como instrum ento p ara el afianzam iento de su posición para negociar en la
disputa con Portugal: luego, como m edio de respaldar sus derechos de soberanía
sobre las regiones descubiertas y por hallar frente a los propios súbditos; y final­
m ente, como docum entación que debía encontrar su aplicación en el transcurso
de las ulteriores em presas en ultram ar, de un m odo no determ inado con m ayores
detalles. Llam a la atención sobre todo que los Reyes Católicos hayan em pleado
los docum entos papales directam ente p ara im poner sus derechos frente a rivales
auténticos o posibles, los cuales o no podían poner en du d a la autoridad del papa­
do, com o el rey de Portugal, ya que se habían valido de ella en casos similares
p ara com parables fines, o que así y todo reconocían esa autoridad, comoslos súbdi­
tos de la C orona española. Esto significa, no obstante, que la tan discutida cues­
tión del derecho del P apa p ara hacer tam aña concesión ni siquiera se les presenta­
ba a los m onarcas, o que, cuando menos, les podía ser indiferente. D e ello debe
inferirse a su vez, que las bulas solicitadas por los Reyes no constituían u n a
prueba de que Fernando e Isabel reconocieran la potestad universal del papado o
que aceptasen la necesidad de u n a confirm ación ju ríd ica de su reciente adquisi­
ción por algún poder superior. En am bos casos, los soberanos pudieron servirse
de las bulas en form a m eram ente funcional, de m anera que no es posible concluir
con base en las implicaciones jurídicas de las bulas papales, cualesquiera que h a ­
yan sido, que los docum entos del P apa h ubieran entrañado, para F ernando e Isa­
bel, algún tipo de consecuencias jurídicas com prom etedoras respecto al carácter
de su dom inio en u ltram ar. E n el sentido formal ni siquiera puede inferirse de

134 Cfr. Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejandro V I”, p. 527. El hecho de que los nobles a n ­
daluces ya con anterioridad hubieran organizado viajes de exploración por el Atlántico y que tam ­
bién estuvieran dispuestos a apoyar los planes de Colón á propio riesgo, demuestra que lá imposición
del derecho real de soberanía frente a los súbditos no constituía una m era form alidad.
136 "... y llevada con vos, por que si alguna tierra aportaredes la podáis mostrar luego”, ibidem.
ello que los m onarcas mismos hayan reconocido la teoría ju ríd ica en lá cual el P a­
pa apoyaba su derecho de adjudicar aquellas regiones recién descubiertas. Esto
habría que suponerse au n cuando los Reyes hubieran tenido la intención de exi­
gir, por medio de las bulas, el sometimiento de los reinos que Colon descubriese en
sus viajes siguientes; este conjunto de problem as será ab o rd ad o nuevam ente
en relación con la cuestión del significado del R equerim iento. Pese a la antes
m encionada advertencia de los m onarcas,136 tal intención no parece hab er existi­
do al principio, ya que no es posible encontrar alusiones a este respecto en las ins­
trucciones entregadas a Colón antes de iniciar sus siguientes expediciones.
¿C ontrajeron, pues, los Reyes Católicos alguna obligación m ediante las bulas
papales? ¿O se produjeron, a causa de la concesión papal, incluso consecuencias
legales en cuanto al estado de las regiones recién adquiridas? E n vista de este últi­
mo aspecto, hay que atender sobre todo la teoría que considera la cesión papal
como u n acto de donación feudal,137 por m edio del cual los Reyes se convirtieron
en vasallos del Papa.
Exceptuando la formulación donamus, concedimus et assignamus, que se halla en las
bulas en diferentes versiones, am pliada, en u n a de ellas, por u n investimus, 138 no se
encuentran otros indicios que pudieran respaldar esta explicación por medio del
feudalismo. Fernando e Isabel no consum aron ningún acto de reconocim iento a
la soberanía del Papa, como habría de esperarse en u n a investidura de acuerdo
con las prácticas feudales, en form a de ju ram en to , por ejemplo, o el pago de un
arbitrio, aunque fuera simbólico, y los textos no com prenden u n claro feudo o si­
quiera u n a fórm ula de poena que am enazara con sanciones en el caso de procedi­
mientos erróneos. Tam poco la cristianización de los indígenas se articula en las
bulas como com etido vinculado de m an era directa y legalm ente unívoca con
la cesión papal, sino que se consum a debido a la voluntad de evangelización, de la
cual el P apa tom a nota, como acto incondicional de la autoridad papal. M ientras
a los m onarcas no se confiere n inguna m isión de com prom iso jurídico, ni seles
advierte de ninguna pena en el caso de desatender la conversión de los indígenas,
una concluyente fórm ula de poena avisa de la indignación divina y papal a todos
aquellos que atentaran contra la adjudicación papal, o sea, que contrariasen a los
Reyes Católicos en la adquisición o posesión de las regiones descubiertas y aún
por hallar.139
Por ende, las bulas papales están redactadas con cuidado para evitar toda for­
mación que pudiera im plicar algún com prom iso p ara los Reyes Católicos mismos
o que tuviese que interpretarse como u n a lim itación a su soberanía en las re­

136 Véase la nota 135.


137 Se remite solamente a Alfonso García Gallo, “Las bulas de Alejandro VI", pp. 686 ss., donde
se expone la tesis y sé nom bra a sus representantes.
138 Cfr. el texto de las bulas más importantes en Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejandro
V I”, p. 799 ss.
139 Véanse al respecto los textos editados por Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejando V I”,
particularm ente pp. 801 s. y 806 s.
giones por ocupar. P or lo tanto, es probable que pueda excluirse con toda seguri­
d ad u n a concesión papal, en el sentido feudal, a los dos m onarcas. Lo mismo
indica tam bién el hecho de que tan to Colón com o los posteriores grupos de con­
quistadores nunca in tentaron, al surgir conflictos con la C orona, dirigirse al P apa
p ara obtener su apoyo, lo cual h ab ría sido un recurso evidente de haber conside­
rado al P ap a como suprem o señor feudal. Es cierto que Colón acudió al P ap a y le
envió, en el año de 1502, u n a extensa misiva en la cual tam bién hizo m ención de
que se le había revocado, en form a contraria a todos los arreglos, el gobierno de las
islas conquistadas por él; el motivo del escrito era, sin em bargo, la solicitud de una
autorización p apal p a ra el reclutam iento de misioneros que estuvieran some­
tidos a sus instrucciones.140 C o n todo, Colón no pedía, de este m odo, la protec­
ción del suprem o señor feudal contra los R eyes, lo cual hubiera debido solicitarse
por m edio de u n a reclam ación form al, sino que evidentem ente se tra ta b a sólo
de aparecer como u n precursor del concepto misionero m ediante la consecución de
un privilegio papal especial y de fortalecer así su posición frente a los. Reyes
Católicos. :
Salvo la disposición de que las regiones de u ltram ar debían convertirse en p a r­
te fija de la C orona castellana, lo cual hab rá de abordarse aún más adelante;141
salvo, tam bién, la prohibición de llevar a cabo viajes de exploración dentro de la
esfera de influencia portuguesa en el A tlántico y de tom ar posesión de territorios
que podrían ser reclam ados por otros soberanos cristianos, las bulas papales no
contenían obligaciones que sujetaran legalm ente, en form a directa a los Reyes es­
pañoles. Los docum entos papales solam ente establecían de m anera m uy general
u n a conexión entre la concesión del territorio y la propagación de la fe cristiana
en tre los pueblos paganos de aquellas regiones. Sin em bargo, no es posible extraer
de los docum entos papales u n a misión evangelizadora concreta. Evidentem ente,
los dos m onarcas tam poco se sentían com prom etidos a realizar de inm ediato
esfuerzos m ayores por cristianizar la población aborigen en las islas de las que se
había posesionado C olón. C iertam ente dispusieron, en relación con las gestiones
diplomáticas en R om a respecto a la concesión papal, la designación del padre
B ernardo Boil p ara vicario papal de “ las Indias” , adem ás de preparar el viaje de
un pequeño i grupo de misioneros a A m érica,142 pero esto subsistió como una
em presa de carácter episódico. Después de la celebración del T ratado de Tórde-
sillas, en el que la C orona castellana logró im poner sus objetivos políticos frente a
Portugal con ayuda de las bulas papales, por años no se realizaron intentos p a rti­
culares por convertir a los indios de las Antillas. Y tampoco cuando la C orona se
apartó de la política colonial perseguida originalm ente, la cual consistía en el es-

140 Véase el texto de la carta de Colón en: Colección de documentos para la historia de Costa Rica
relativos al cuarto y último viaje de Cistóbal Colón, pp. 5 ss.
141 Véase el apartado n, 2.6.
142 Véase la bula papal Piis fid e liu m , en Alfonso García-Gallo, “Las bulas de Alejandro VI” , p.
810 ss.
tablécim iento de bases a fin de hacer trueques con los indígenas, a m ediados de
los áñós noventa encauzó en creciente m edida u n a colonización m etódica, se pro­
dujeron impulsos particulares p ara la cristianización de la población autóctona.
E l'hecho de que la reglam entación de los asuntos de adm inistración coloniales
fuera encom endada a u n eclesiástico* el obispó R odríguez de FonseCa, tampoco
condujo a u n a intensificación de la actividad m isionera. Los m onarcas antes bien
se lim itaron a verificar la atención a la conversión de los indígenas, como uno
de los deberes del cargo, en las instrucciones dadas a sus delegados en u ltram ar, de
m odo sem ejante a lo que al mism o tiem po sucedía en lo referente a la población
m ora de la G ran ad a som etida. N o es posible com probar, sin em bargo, u n víncu­
lo entre la m isión evangelizadóra consignada en las instrucciones y las bulas pa­
pales. P or otra parte, la conversión'de los gentiles servía a los Reyes de oportuno
pretexto p ara obtener de lá C u ria rom ana concesiones políticas, en form a de de­
rechos de intervención de la naciente organización eclesiástica en América.
En 1501, por: ejemplo, la Corona impuso con el Papa la cesión del diezmo eclesiástico
y en 1508, finalm ente los plenos derechos de p a tro n ato sobre la Iglesia colonial.
En resum idas cuentas, las bulas papales no tuvieron influencia en la naciente
colonización de u ltram ar, la cual precisam ente en su fase inicial fue determ inada
en extraordinaria m edida por intereses económicos. P or ello parece erróneo
querer ver en los docum entos papales u n a fundación teocrática del dom inio espa­
ñol en ultram ar o aun tales influjos en el establecim iento del Im perio español y de
su organización estatal. U n a idea de evángelización surge, sin duda, en distintos
protagonistas de la tem prana historia del descubrim iento e incluso se m enciona en
diferentes reglamentos em itidos por la C orona como uno de los m uchos deberes,
sin influir en form a notable, por cierto, en el desenvolvim iento de los: aconteci­
mientos ni en el proceso de organización de las fundaciones de colonias. Esto no
resulta sorprendente si se tom a en cuen ta que al principio todavía no era posible
concebir la trascendencia de los descubrim ientos, de m odo que la tom a de pose­
sión de unas cuantas islas, de m anera sem ejante al caso del archipiélago de las
C anarias, no planteaba problem as particularm ente graves. Es cierto que se liga­
ban grandes esperanzas a los viajes de C olón, pero desde el punto desvista de la
C orona no existía motivo p ara el despliegue de actividades especiales m ientras no
se presentaran complicaciones. Finalm ente, no debe olvidarse por ello que en la
propia España, así como en la política europea, se planteaban a los m onarcas
cuestione? m ucho más urgentes, que requerían de su atención en grado m ucho
m ayor. El único problem a resultante de los prim eros descubrim ientos que exigía
u n a rápida solución era el inm inente conflicto con Portugal, el cual no sólo pudo
soslayarse rápidam ente, gracias a las bulas papales y la fuerte posición de nego­
ciación de Españá fundada en ellas, sino qué tam bién dio ocasión pará la revisión
de los convenios del T ratad o de Alcágovas, desfavorables p a ra España. Adem ás,
ju n to 'co n las hábilm ente form uladas bulas papales, que no los obligaban á nada
que no estuvieran dispuestos a conceder, los m onarcas habían adquirido docu­
m entos legales utilizables de m uy diversas m aneras, los cuales podían asegurar la
política de la C orona según las respectivas necesidades. Los tan discutidos docu­
m entos papales representan, en p rim er lugar, otra prueba de la superior habili­
dad diplom ática dé la política exterior fern an d in a.1+3
L a siguiente ocasión en que se presentó la necesidad de justificación se produjo
en la crisis de legitim idad suscitada p o r el famoso serm ón del dom inico M onte­
sinos, en el año 1511. M ontesinos les recrim inó a los colonizadores de Santo
Domingo la cruel explotación de los aborígenes y levantó la cuestión de con qué de­
recho avasallaban a los indígenas.144J u n to con la intim ación de librar a los indios
de toda obligación al servicio, M ontesinos am enazó a los colonizadores con n e­
garles la absolución en la confesión en caso de contravenirle. A pesar de que el
serm ón form alm ente se dirigía sólo a los colonizadores, no es posible dejar de ver
que los reproches tam bién iban destinados a la C orona, que legalm ente había
introducido el servicio obligatorio p a ra los natu rales.145 Es decir, en form a indi­
recta Montesinos tam bién ponía en d u d a el derecho de la Corona a disponer de
la población autóctona, lo cual no significaba otra cosa qüe poner en tela de juicio la
soberanía real sobre los territorios recién adquiridos. Así se preparó un conflicto
entre los colonizadores y la C orona, p o r un lado, y la Iglesia, por otro. Frente a
los colonizadores ante todo, la Iglesia contaba con m edios de coacción extrem a­
dam ente eficaces que abarcaban desde negar la absolución en la confesión hasta
la excom unión, y sin excepción podían ten er m uy extensas consecuencias concer­
nientes al derecho civil y privado. C on su exhortación a renunciar a la m ano de
obra indígena, M ontesinos puso a los colonizadores, por lo tanto, en la alternati­
va de privarse de las bases económ icas de su existencia o de sufrir conflictos de
conciencia m uy serios con posibles consecuencias familiares y legales.
L a trascendencia del serm ón de M ontesinos explica tam bién, pues, la vehe­
m ente reacción de los colonizadores y de la C orona m ism a. Fernando se mostró
m uy enfadado por el “ escandaloso serm ó n” , aceptó para sí mismo y sus conseje­
ros toda culpa de conciencia que pudiera existir y tom ó severas m edidas discipli­
narias contra los dominicos que actuaban en las Antillas, los cuales enviaron a
M ontesinos a la corte re a l.146 Las ideas de éste tuvieron por consecuencia la con­
vocatoria de u n a ju n ta com puesta por teólogos y juristas en Burgos, la cual final­
m ente elaboró las llamadas Leyes de Burgos acerca del trato a los indígenas y, por
medio de su miembro Palacios Rubios, el texto del antes mencionado requerimiento.
La respuesta inm ediata a la situación producida por el serm ón en cuestión
queda representada por el texto legal de las Leyes de Burgos, cuya im portancia

14S •
Una opinión semejante es sostenida tam bién por J. H. Elliott, The Oíd World and the New
1492-1650, p. 80.
144 Véase sobre esto y sobre la reacción dé los colonizadores y de la Corona ante el sermón,
Richard Konetzke, Die Indianerkulturen Altamerikas und die spanisch-portugiesische Kolonialherr-
schaft, pp. 174 ss.
145 Por una ley del año 1503; cfr. Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de
la form ación social de Hispanoamérica, vol. 1, pp. 16 ss.
146 Cfr. R ichard Konetzke, Die Indianerkulturen, p. 175.
para la política de la C orona respecto a los indígenas h ab rá de abordarse todavía.
A pesar de que M ontesinos había levantado, em pero, la cuestión fundam ental
del derecho conforme al cual se tratab a a los indios de la m anera censurada por
él, las Leyes de Burgos evadían u n a referencia expresa a los títulos legales y se li­
m ita b a n a m anifestar, en u n preám bulo singularm ente detallado, la voluntad
de la Corona de convertir a los naturales y la preocupación real por el bienestar de
los nuevos súbditos. Así aparece por prim era vez en estas leyes la idea de la evan-
gelización como m otivo, no del derecho de la C orona de disponer de los indíge­
nas, sino de u n a actividad legisladora en particular. Esto significa que la pregunta
plan tead a p o r Montesinos, sobre cuál era el derecho del que derivaba todo po­
der de disposición sobre los naturales, fue eludida a lo sum o contestada indirec­
tam ente m ediante la referencia a las intenciones de evangelización. La idea de
evangelización consignada en el preám bulo, que h ubiera sobrado com pletam ente
como fundam ento de u n acto legislativo concreto y cuando m enos no era necesa­
ria, en este contexto tiene sobre todo la función, por lo tanto, de rem itir la censu­
ra fundam ental de la conducta española frente a los indígenas a la obligación
evangelizadora, no im pugnable precisam ente p o r eclesiásticos, sin tener que ha­
cer a la vez u n a declaración legalm ente com prom etedora acerca del origen y el
carácter de la pretensión española de dom inio sobre los indios: Las bulas papales
no encuentran alusión en el preám bulo y la intención evangelizadora, asimismo, no
se presenta como obligación sino como u n libre acto de voluntad de la Corona.
La circunstancia de que por m edio de las Leyes de Burgos fuera posible sosla­
yar esta crisis del naciente sistema colonial pone de manifiesto que aparentem en­
te ya en esta época la cuestión fundam ental de los títulos legales, como la había
planteado M ontesinos, servía sobre todo como m edio táctico para obtener conce­
siones de la Corona respecto al am p aro de los aborígenes. En lo sucesivo, la Iglesia
am ericana con frecuencia se serviría del m étodo de inducir a los m onarcas
españoles a concesiones políticas m ediante la provocación de conflictos de concien­
cia con ayuda de la cuestión de los títulos legales. A quí no debe hacerse caso om i­
so, por cierto, de que el am paro de los naturalés tam bién respondía enteram ente
al interés general del Estado, pUesto que los adelantos en los descubrim ientos ya
dejaban ver que España, con su población relativam ente escasa, difícilmente se­
ría capaz de colonizar los nuevos territorios sólo con europeos. Los intereses h u ­
m anitarios de la Iglesia y de la política de Estado com enzaban a converger, por lo
tanto, en lo que toca al problem a del trato de los naturales, como consecuencia
del paso a la colonización de asentam iento.
Se procedió de m odo com pletam ente diferente, en cam bio, en la redacción del
“requerim iento” . En este texto se presenta al Papa, a continuación de u n boce­
to de la historia de la hum anidad, como autoridad suprem a sobre todos los
hom bres, constituida por Dios. Después se hace resaltar que había delegado la
soberanía de las islas y tierras firmes en el O céano Atlántico a los Reyes C atóli­
cos. A continuación el docum ento declara que los habitantes de otras islas ya se
habían convertido a la fe católica y que los m onarcas por ello los tratab an con be­
nevolencia como sus súbditos. A los indígenas abordados en cada caso se exhorta
luego a perm itir pacíficam ente que se les predique la fe verdadera para convertir­
se al cabo de un razonable tiem po de reflexión, lo cual los reyes prom eten recom ­
pensar con num erosas concesiones. Si eso se negara, sin em bargo, am enazarían a
los naturales la guerra total, la p érdida de sus bienes y la esclavitud.147
; El m ism o m onarca que en: o tra ocasión h abía dado orden a su virrey en Nápo-
les-de ahorcar a u n delegado papal por h ab er desacatado la soberanía real, reco­
noce aquí la potestad universal sobre todos los hom bres de justam ente ese P ap a y
declara que su pretensión de soberanía deriva de u n a cesión de esa autoridad
suprem a. P or cierto, lo que h a ocupado de m anera intensiva a la investigación
histórica,148 es m enos esta contradicción en la conducta-de la C orona que el con­
tenido del docum ento, el cual h a dado lugar a extensas conjeturas y se ha conside­
rado ya com o fundam entación teocrática del dom inio español en Am érica, ya
como justificación de la g uerra al m odo del A ntiguo Testam ento. Significativa­
m ente, sin em bargo, tam bién los contem poráneos in terp retab an el docum ento de
distintos modos. M ientras Las Casas se indignaba porque se ju zg aran idóneos para
convencer a los indígenas de la verdad de la fe católica este texto y la m anera de
proceder ligada a su lectu ra,149 el cronista G onzalo Fernández de Oviedo refiere
que preguntó el au to r del requerim iento, el ju rista del rey, Palacios Rubios, si
ese docum ento podría satisfacer de hecho la conciencia cristiana.150 Así pues,
m ientras Las Casas, cuya vida y pensam iento enteros se dedicaron a la lucha por
los derechos de los nativos am ericanos, interpretó el docum ento literalm ente co­
m o exhortación a los indígenas a abrazar la fe cristiana y lo calificó de absurdo en
esté sentido, el cronista y cortesano Fernández de Oviedo, m ucho m ás atento a la
política europea que Las Casas, evidentem ente veía en el requerim iénto un m e­
dio p ara tranquilizar la conciencia cristiana, el cual probablem ente se dirigía más
a los españoles presentes en la lectura que a los indígenas abordados directam en­
te. ¿Q ué significado h a de atribuirse réalm ente, pues, al requerim iento en vista
de estos antecedentes?
C on toda razón, la h is to rio g ra fía h a puesto el r e q u e r im ie n to en relación con
las teorías medievales de la g uerra ju sta e interpretado su texto como el intento de
justificación española de las actividades bélicas en ultram ar. P or ello parece que
se ha olvidado por completo o, al menos, que se ha considerado de relativa insignifi­
cancia el aspecto form al de este docum ento.151 Pues bien, en el caso del re q U e ­

147 El documentó figura en numerosas publicaciones; aquí se p arte de la versión editada por Lewis
1lanke, La lucha por [ajusticia en la Conquista de América, pp. 52 ss.
148 El requerimiento se aborda casi sin excepción en la literatura referente los títulos legales de la
ocupación española de la tierra; el estudio más reciente y probablem ente tam bién hecho más a con­
ciencia es Annie Lemistre, “Les origines du ‘Requerim iento’”, pp. 161 ss.
149 Cfr. Mario Góngora, Studies, p. 41.
150 Citado según Annié Lemistre, “Les origines du ‘Requerim iento’”, p. 165.
15.! Sólo Annie Lemistre, “Les origines du ‘Requerim iento’”, p. 199 ss., examina este aspecto en
rim iento, no se tra ta sólo de u n manifiesto o u n a proclam ación15? sin o 'd e un
ultim átum , es más, de u n a form a de declaración de guerra, que en las postrimerías
de la E dad M edia y durante la tem p ran a E dad M oderna era igualm ente usual
entre soberanos cristianos que entre cristianos y m usulm anes. Las declaraciones
de guerra o el inicio del asedio de u n a ciudad, se llevaban a cabo según reglas es­
tablecidas que preveían como ap ertu ra form al de las hostilidades, u n a declara­
ción al enem igo. Las m ás de las veces, ésta consistía en un"m ensaje en el cual se-
justificaba la presencia de las tropas —en el caso del sitio de una ciudad— o se ex­
ponía el propio punto de vista legal, ju n to con la exhortación de satisfacer las de­
m andas, anunciando, en el caso de u n a denegación, el inicio de las hostilidades.
Estos m ensajes, que llevaban los heraldos, se asem ejaban m ucho al requerim ien­
to en su form a, p o r lo que tam bién se les llam aba a sí.153 Form aban u n a parte fija
de los m odos rituales de hacer la guerra d urante la era del R enacim iento, los
cuales se rem ontan a la Edad M ed ia.154 E n virtud del carácter ritual y form al de
la guerra, no se esperaba tam poco que la fuerza de convicción de las declara­
ciones consignadas en tal ultim átum influyera sobre la conducta del adversario.
Por este m edio sólo debía hacérsele saber que de ahí en adelante reinaba el
derecho m ilitar y se legitim aban, por lo tanto, todos los actos de violencia. Este de­
recho m ilitar obligaba a las tropas de las partes beligerantes a identificarse en la
tierra del enem igo, es decir, a darse a conocer com o m iem bros de uno de los b a n ­
dos, y les aseguraba ciertos derechos en caso de cautiverio.155 No obstante, a fin
de obtener p ara las propias tropas u n trato conforme al derecho m ilitar, se re­
quería u n a declaración de guerra. Si ésta faltaba, el enemigo podía ju zg ar sum a­
riam ente a todos los prisioneros como criminales. L a form alización y reducción a
rito de estas tradiciones bélicas tuvo por consecuencia, sin em bargo, que para
declarar la guerra ya no fueran necesarios motivos legales particularm ente convin­
centes desde el punto de vista del adversario. Frente al enemigo bastaba con decla­
rarla, fuera cual fuere el motivo; decisivo resultaba únicam ente el aviso de estar
pasando del estado de paz al de guerra.
Por contraposición a esto, sin em bargo, hacíá falta u n a justificación plausible
ante los propios seguidores. E n u n a época en que el Estado m oderno aún no se
hallaba tan consolidado que bastara u n a orden del rey para hacer que sus súbdi-^

una discusión concluyente, pero ve en el requerimiento más bien una forma de declaración de guerra
lim itada al trato con gentiles.
152 Lewis H anke, L a lucha por la justicia, p. 52, considera el requerim iento como un
“manifiesto”; Jósef Engel, “Von der spatmittélalterlichen respublica christianá”, p. 96, lo llam a una
“proclamación ritual".
158 Muchas indicaciones de las formas institucionalizadas de la guerra y de la propagación del tér­
m ino requerimiento en la acepción de “ultim átum ” se hallan, por ejemplo, en la crónica contem po­
ránea de Alonso de Santa Cruz, Crónica de los Reyes Católicos, vol. 2, pp. 140 ss.
154 Véase al respecto de esto y lo expuesto a continuación, M.H. Keen, The Laws o f War in the
Late Middle Ages, pp. 2 ss.
155 Véanse los ejemplos en M.H. Keen, The Laws o f War, pp. 101 ss. y 156 ss.
tos tom asen las.arm as, en la que en todo caso se observaban apenas los comienzos
del desarrollo de u n ejército perm anente y en que la m onarquía dependía en m e­
dida particular de la adhesión de la nobleza y la disposición de las ciudades para
financiarla¡ había que hacer com prensible en cada caso que se intercedía en favor
de u n a causa ju sta. Esto era necesario, sobre todo, porque con frecuencia precisa^
m ente los vasallos nobles podían estar ligados tam bién al respectivo adversario
por lazos familiares o feudales, por ejem plo.156 Adem ás de ello, había que acallar
tam bién a la Iglesia por m edio dé m otivos justos para la guerra y en lo posible ga­
n ar su apoyo, puesto que en u n a situación determ inada cada sacerdote podía,
m ediante la excom unión, no sólo h u n d ir en graves conflictos de conciencia al
séquito real; sino tam bién privarles de las ventajas del derecho m ilitar. P or medio
de u n a justificación convincente, el jefe m ilitar aceptaba, adem ás, la responsabi­
lidad de todas las consecuencias que resultasen de la guerra para sus tropas. La
necesidad dé declarar u n conflicto m ilitar como gúerrá ju sta y de hacer presente,
de este m odo, la propia situación jurídica, existía, por ló tanto, en prim er lugar
frente a los propios seguidores.
C on respecto al requerim iento pod rá concluirse, pues, que se dirigía menos á
los naturales de u ltra m a r que a los españoles que participaban en las expediciones
de la C onquista, com o acertadam ente;treconoció el cronista F ernández de
O viedo. Esto se pone de manifiesto al record ar que el impulso a la redacción
del docum ento provino del serm ón de M ontesinos y de la inquietud que provocó
entre los colonizadores. Tam poco es de extrañar que las form alidades m ilitares
usuales en la- E uropa cristiana fueran adaptadas a las circunstancias en Am érica,
dado que la composición del requerim iento coincidió con el avance español al
continente am ericano. La expedición de Pedrarias, cuya partida se pospuso hasta
la term inación, del docum entó, debía construir precisam ente en P anam á la p ri­
m era base española sobre tierra firm e desde la que los: españoles sabían por
contactos previos con los naturales, que podrían d ar con poderosos reinos cultural-
m ente m uy superiores a los indígenas de las Antillas. Después de la anterior crisis
de legitim idad suscitada'por los dominicos, se presentaban, por ende, tan to la for­
m a del requerim iento usual en E uropa y asegurada por la literatura sobre la
guerra ju sta, como el recurso a lá autoridad papal, para tranquilizar ju stam en te a
la Iglesia, de parte de la Cual había de tem erse, dada la situación, u n a alteración
de las em presas ultram arinas. Asimismo, la form a del requerim iento creaba
la oportunidad, antes dé iniciarse las acciones m ilitares decisivas, de traer otra
vez a la m em oria de los conquistadores, posiblem ente renuentes debido a influjos
eclesiásticos, que su proceder estaba aprobado p or la cabeza espiritual de la cris­
tiandad y que obraban, por lo tanto, en com pleta conform idad con la Iglesia,
m ientras la responsabilidad en todo caso recaía en él m onarca.
De hecho, las form ulaciones del requerim iento significaban, pues, el reco­

156 C fr., M .H . Keen, The Latos o f War, pp. 82 ss., quien proporciona numerosos ejemplos de esta
problem ática.
nocim iento p o r la C orona española de u n a soberanía del P apa de alcance, tan
grande, tam bién admisible en asuntos m undanos, que tal vez de ello puedan ha­
cerse deducciones con respecto al carácter del adueñam iento español de la tierra.
A fin de apo y ar la tesis de que los Reyes Católicos reconocían la au to rid ad del
P apa, en ocasiones tam bién se rem ite a la conducta de la C orona en la conquista
de N avarra. C uando el rey de N avarra, J u a n de Albret, hizo, durante el cisma de
Pisa, u n a alianza con Francia, que estaba de parte del partido cismático, F ernan­
do logró que el P apa lo declarara privado de su reino, por ser acólito del cisma, y
conquistó N av arra con sus tropas. El R ey Católico tam bién resultó victorioso en
la guerra desencadenada acto seguido contra Francia. Pues bien, Fernando segu­
ram ente no solicitó la declaración papal p ara poder hacer la gu erra a un m onarca
cristiano cismático; p ara ello h ubiera bastado el hecho de que N avarra se había
aliado con Francia, enem iga de España. Antes bien, servía para justificar la in­
corporación de N avarra a la naciente m onarquía española. A la vez se pone de
m anifiesto, em pero, que para la imposición del juicio papal se necesitaban cir­
cunstancias políticas especiales y en particular tam bién un poderío m ilitar im por­
tan te. H asta qué pu n to el P apa en este caso fue sólo u n órgano ejecutante al
servicio de potencias aliadas se m uestra tam bién por el hecho de que sólo se hacía
aprobar legalm ente por él lo que se consideraba políticam ente razonable. A pesar
de que Fernando luchaba contra Francia ju n to al em perador igual que Ingla­
terra, con bastantes probabilidades de éxito, no intentó que se declarara destro­
nado tam bién al rey francés como el iniciador del cisma, y a que tal dictamen* no
h ubiera tenido perspectivas de imposición. El anatem a papal contra el rey de N a­
v arra facilitó, pues, las intenciones de conquista y anexión de Fernando, pero sin
d uda no las desencadenó, como queda dem ostrado por los preparativos m ilitares
hechos ya desde antes de la decisión del Papa.
En resum idas cuentas podrá inferirse, por lo tanto, que la autoridad papal ya
no era capaz de m odificar las relaciones de poder en aquella época. No obstante,
en casos de un equilibrio de fuerzas entre potencias o sistemas de alianzas contra­
rios, el apoyo del papado equivalía a una ayuda im portante para la parte favore­
cida, puesto que el ascendiente de R om a no sólo facilitaba la justificación de la
propia política, sino que podía emplearse tam bién p ara conseguir m ayores efec­
tos de m ovilización entre el propio séquito' p ara acallar cualquier oposición in­
tern a y — no en últim o lugar en orden de im portancia— para el fm anciam iento
de u n a operación bélica. L a circunstancia de que ios Reyes Católicos se refirieran
a decisiones siem pre papales cuando por ello no se com prom etían a n ad a que no
correspondiera a sus intereses políticos, y cuando esperaban ventajas o éxito de­
bido al apoyo papal, deja ver que la C orona se adaptaba del todo a las norm as de
conducta europeas contem poráneas en su actitud frente al papado. En ese enton­
ces, generalm ente se solicitaba la ayuda del trono de San Pedro; aún rio se osaba
poner en d u d a su autoridad, aunque, por o tra parte, se procuraba m anipularla
en beneficio propio y en caso necesario no se retrocedía ante la provocación de un
cisma p ara de este m odo llegar a disponer del afianzam iento legal y m oral de la
propia política que parecía im prescindible en vista de las inestables condiciones
internas. Bajo los Reyes Católicos, E spaña supo sacar provecho m agistralm ente
de esta sitüación p ara sí m ism a. C on estos antecedentes se pone de manifiesto,
sin em bargo, que en principio no es posible resolver la cuestión de si la C orona de
hecho reconocía o no u n a soberanía secular del P apa, puesto que difícilmente
podría trazarse el lím ite entre el cálculo político y la verdadera convicción. El des­
enlace de la discusión acerca de los títulos legales españoles se esclarece por el solo
hecho de que incluso representantes del clero negaban la au to rid ad secular del
Papa. El hecho de que la C oro n a española defendiera las bulas papales e incluso
de la tan citada id ea de evangelización revela cuán adelantado estaba en aquella
época el proceso m ental de secularización, tam bién incluso en el nivel estatal.
Esto puede observarse con gran claridad respecto a la idea de evangelización,
la cual desem peña u n papel descollante tanto en la discusión contem poránea
acerca de los títulos legales españoles como en la literatura histórica dé nuestros
tiem pos que se refiere a ella. En los textos sobre los títulos legales, escritos a me^
nudo con intenciones apologéticas, esta idea de evangelización se interpreta sin
excepción en el sentido propio de la palabra como ‘ ‘deseo de propagar la fe católi­
ca” , es decir, como un afán exclusivam ente religioso. Y a en m uy tem pranas épo­
cas, sin em bargo, tam bién se encuentra en los docum entos, en relación con la
idea evangelizadora, la indicación del “ carácter vicioso de los indios’’, la cual se
halla como tópico en toda docum entación colonial dedicada a los problem as
indígenas. Dice, por ejem plo, en el extenso preám bulo de las Leyes de Burgos,
consagrado tan sólo al propósito de la evangelización:

Y seg ú n se h a visto p o r lu e n g a e x p e rie n c ia d iz q u e to d o n o b a sta p a r a q u e los d ichos c a ­


ciques e indios te n g a n el c o n o c im ie n to d e n u e stra fe, q u e sería n ece sa ria p a r a su salv a­
ción, p o rq u e d e su n a tu r a l son in c lin a d o s a o c io sid a d y m alo s vicios d e q u e n u e stro Se­
ñ o r es deservido y n o h a n in g u n a m a n e r a d e v irtu d n i d o c trin a , y él p rin c ip a l estorbo
q u e tie n e n p a r a n o se e n m e n d a r d e sus vicios y q u e la d o c trin a n o les a p ro v ec h e n i e n
ellos im p rim a , n i lo to m e n , es te n e r sus asientos y e stan c ia s t a n lejo s... d e los lu g ares
d o n d e viven los e sp a ñ o le s...

El indio, por naturaleza lleno de vicios según las ideas de la C orona, debe, por
lo tanto, educarse por m edio del ejemplo de los europeos. Com o puede despren­
derse de pasajes posteriores en las Leyes de Burgos y de un sinnúm ero de otros
informes y docum entos, con ello no se tra ta sólo de una instrucción religiosa, es
decir, de la enseñanza en las Cuestiones de los dogm as de la fe, sino de la educa­
ción p ara u n m odo de vivir cristiano que debía abarcar todos los aspectos de la
conducta y el pensar individuales así como de las relaciones personales. Esta
reeducación no sólo ap u n tab a a ex tirp ar costumbres y usos “viciosos” o no cris­
tianos, sino que tam bién aspiraba, en sentido positivo, a la adopción del com por­
tam iento europeo por los nativos. Éstos debían, por ejemplo, vestirse, ser labo­

157 Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol. 1, pp. 38 ss.


riosos y aprender, atender en form a previsora a su sustento y a sus familias, y
abrazar la lengua española así como los oficios artesanales, m étodos de cultivo
agrícola y modos de población europeos. L a conversión a la cristiandad significa­
ba, por lo tanto, la adopción de la civilización europea y el intento de elim inar, en
lo posible, el patrim onio cultural indígena. L a evangelización representaba,
pues, no sólo la introducción de o tra fe, sino tam bién la “ transculturación” en el
sentido de asimilación total a u n a cultura ajena. C om o consecuencia del colo­
nialismo del siglo xix, tam bién en este caso el concepto de evangelización estuvo
en vías de secularizarse como u n a idea de m odernización de los pueblos
prim itivos.158
Esta secularización del concepto evangelizador se derivó de la incapacidad de
los colonizadores y los misioneros españoles de com prender u n a cultura extraña
para ellos,159 incapacidad que los españoles tenían enteram ente en com ún con las
dem ás potencias coloniales de los siglos posteriores. Los motivos de ello deberían
de hallarse en gran parte en los m uy desarrollados mecanism os de defensa contra
todo lo ajeno, los cuales caracterizaban ya la conducta de la sociedad en la m etró­
poli, dividida corporativam ente por gremios, frente a los moriscos, los judíos y
los conversos. A p artir de la incapacidad de com prender un a cultura ajena pronto
se desarrolló, por lo tanto, un sentido de superioridad frente á la población nativa
sometida, p o r el cual Carlos V, por ejemplo, con adherencia a ciertos modelos de
la A ntigüedad, pudo calificarse de “ dom ador de las gentes b árbaras” .160 Este
sentido de superioridad de los españoles provocó dos formas de com portam iento
distintas frente a la población nativa de América. Por una parte, resultó en la
actitu d proindígena de Las Casas, quien m antenía la firme convicción de que de­
biera convertirse, es decir, europeizarse a los indígenas con medios pacíficos; por
otra, Sepúlveda o el cronista F ernández de O viedo sostenían la opinión de que los
“ vicios” profundam ente arraigados de los naturales dem ostraban con suficiente
claridad qUe eran tan poco dotados de inteligencia que ninguna tentativa de re­
educación pacífica podía tener perspectivas de éxito, y que, por lo tanto, debían
aplicarse m edidas coercitivas.161 A unque algunos representantes radicales de la
orientación proindígena llegaron a expresar la idea de que mas valía abandonar a
los indígenas a sí mismos que convertirlos a la fuerza; la discusión del siglo xvi gi­
raba, sobre todo, alrededor de la cuestión de cómo lograr la europeización de los

15? Franz Ansprenger, “Kolonialsystem und Entkolonialisierung”, p. 160, hace constar tal secula­
rización del concepto de evangelización para el siglo xix-
159 Cfr. J.H . Elliott, The Oíd World and the New, pp. 28 ss.
160 Según una ley en nom bre de Carlos y su m adre Juana del año 1533, en la que se consignó una
versión com pletada del requerimiento que debía leerse a los indígenas insurrectos; cfr. Diego de En­
cinas, Cedulario Indiano, vol. 4, p. 226.
161 Una puntualización de los distintos conceptos se halla en Lewis Hanke, A ll M ankind' is One. A
study o fth e Disputation Between Bartolomé de Las Casas and Juan Ginés de Sepúlveda on the Reli-
gious and Intellectual Capacity o fth e Am erican Indians. [L a hum anidad es «rea, edición en español
del fce, 1985.]
indios. L a disputa sobre los títulos legales adquiría en.creciente m edida la fun­
ción de proporcionar a am bos bandos argum entos para la defensa de su posición
en cuanto al trato indicado de los indígenas.
En el curso de esta discusión, que se agudizó alrededor de mediados del siglo XVI,
la C orona reiteradam ente intentó suprim ir todas las serias dudas que había
sobre la legitim idad del dom inio español en América; por lo tanto, seguram ente
no m iró con malos ojos que las diferencias se concentraran m ás y m ás en la cues­
tión,del trato de los nativos, pues su objetivo al efecto estaba fijo desde la tran si­
ción a la colonización poblacional; a saber: la reeducación de los indígenas hasta
convertirlos en vasallos cabalm ente integrados a un organism o político de carác­
ter cristiano, es decir, el fom ento del proceso de transculturación. Sólo cuando se
hizo patente que la prom oción de u n a c o n v iv e n c i a estrecha entre indígenas y co­
lonizadores españoles no servía m enos p ara la obtención de este objetivo y que,
antes bien, parecía conducir a la opresión, la explotación, es más, a la destrucción
física de los naturales, modificó su política y en creciente m edida confió la re­
educación de los indígenas al clero, particularm ente a los misioneros de las órde­
nes m onásticas. A fin de apoyar la actividad de dichos m isioneros, en lo sucesivo
la Corona tomó m edidas que debían elim inar, o al menos, relajar el control de los
colonizadores sobre los indígenas, p ara que el influjo de los religiosos pudiera d e­
senvolverse con ta n ta m ayor eficacia. Esta posición m odificada de la. C orona
halló su más clara expresión en las Leyes Nuevas, de 1542 y en las disposiciones
restrictivas ahí contenidas respecto a la. institución de la encom ienda, y la obliga­
ción de trabajo de los indígenas."52 C iertam ente no habrá que pasar por alto que
el intento; de debilitar la encom ienda, y con ella el contro] de los conquistadores
sobre, los indios, fue suscitado tam bién, y no en últim o lugar, por las tendencias
de feudalización que procedían de esta institución.163
No obstante el hecho de que el am paro de los indígenas desem peñaba un papel
central en las Leyes N uevas, aspecto en el que la investigación se concentra casi
en form a exclusiva, la C orona subrayaba con toda claridad la intención de incor­
p orar cabalm ente a los naturales al conjunto de sus súbditos, como puede
desprenderse de la declaración de que los indios eran vasallos de la C o rona de
Castilla y que debían de ser tratad o s como tales.164 Sin em bago, respecto a los in ­
dígenas americanos, el afán antes descrito de la m onarquía por crear u n a ciu d ad a­
nía hom ogénea165 no significa o tra cosa que la cristianización entendida com o
adaptación cultural y agregación a u n organism o estatal unitario cristiano, com ­
puesto por u n a población lo m ás culturalm ente hom ogénea posible. L a política
de integración practicada bajo los Reyes Católicos frente a los moriscos y los ju -

162 Cfr. el texto de los títulos referentes a los indios en las Leyes Nuevas en: R ichard Konetzke, Co­
lección de Documentos, vol. 1, pp. 216 ss.
163 Véase después pp. ss.
164 Richard Konetzke, Colección de Documntos, vol: 1, p. 217. El texto dice: V...y queremos sean
tratados como vasallos nuestros de la Corona ;de Castilla, pues lo son”.
165 Cfr. el apartado n 1. o.
dios a partir de las Leyes de Burgos, tam bién se aplicó, por tanto, a la población
indígena. D entro de esta política, precisada detalladam ente por prim era vez
en 1512 pero im plantada a través de distintas expresiones hasta el final de la época
colonial, las Leyes Nuevas de 1542 señalan u n hito sólo en cuanto que en crecien­
te m edida se asignaba la carga principal de la reeducación al clero. No en vano
tuvieron inició en lo sucesivo los trascendentes ensayos de evangelización, los
cuales, como por ejemplo en la V erapaz o en P araguay, aspiraban a aislar a los
indígenas de los colonizadores.
Al mismo tiem po, estas circunstancias perm iten ver que la im portancia central
de la Iglesia en la colonización de u ltram ar fue desarrollándose paulatinam ente y
no im peró desde el principio por úna índole particular del adueñam iento español
de la tierra, acaso, o aun por títulos fundam entados por la religión. Alcanzó esa
relevancia sólo cuando la extensión de los descubrim ientos creó la necesidad de
una política estatal para la integración de los habitantes autóctonos; y, después de
que el prim er intento realizado por la C orona, de lograr la reeducación de los in­
dígenas m ediante la organización de u n a convivencia con los colonizadores espa­
ñoles, se hubo frustrado, las esperanzas de la Corona de conseguir este fin se
fijaron cada vez más en el clero regular.
El influjo creciente de la Iglesia en la política colonial del Estado puede atri­
buirse sobre todo tam bién a que. particularm ente, el clero regular d esa rro lló la
partir de la intención evangelizadora, métodos de educación que parecían posibi­
litar u n a integración exitosa de los indios, pero ál mismo tiem po hacía a la C oro­
n a tom ar conciencia del problem a indígena. L a Iglesia interpretó la superioridad
cultural de los europeos sostenida generalm ente, por ejemplo, como un reto espi­
ritual, con base en el cual em inentes representantes del clero ideaban concep­
ciones que no apuntaban únicam ente a la asim ilación espiritual del fenóm eno de
haber descubierto u n nuevo m undo, sino que a la vez aspiraban a la integración
de los nuevos súbditos a un organism o estatal organizado según conceptos euro­
peos. Está postura favorecía los intereses estatales m ucho más que los de una
gran parte dé los conquistadores,-cuyas ideas, m arcadas dem asiado evidentem en­
te por el afán de enriquecim iento y beneficio personal, redundaban en la creación
de u n a sociedad feudal, con lo que am enazaban coartar la pretensión de la m o­
narquía al poder,soberano. El papel espiritual y político dirigente en el que la
Iglesia fue adentrándose en la colonización de A m érica, durante el transcurso de
la prim era m itad del siglo xv, en gran p arte seguram ente h ab rá de derivarse de la
reform a del clero instaurada por los Reyes Católicos y particularm ente de los afa­
nes de renovación espiritual del cardenal Cisneros. Los éxitos conferidos al trab a­
jo educador d é la s órdenes m onásticas, puesto en m ovim iento a p artir de un con­
cepto de apostolado civilizador, m anifiestan la exactitud de la política estatal166

*®6 En cuanto al trabajo educador del clero regular, véase la bibliogafía consignada en la nota de
pie108. Sobre los aspectos seculares del mismo, tam bién José María Kobayasashi, L a educación como
conquista, sobre todo pp. 292 ss. Desgraciadamente existen pocas investigaciones acerca del trabajo
que m ediante este cambio de orientación aseguraba, adem ás, el apoyo de la Igle­
sia para el conflicto con los colonizadores y al mismo tiempo lograba calm ar la
discusión pública sobre los títulos españoles, poco conveniente para la soberanía
real.
En resum en, es posible hacer constar que de los distintos títulos legales para la
ocupación territorial española en A m érica no pueden desprenderse influencias
directas e inm ediatas sobre la fundam entación espiritual y política del dom inio
español en ultram ar. La C oro n a evitó, en lo posible, toda declaración unívoca
•acerca de los títulos en los que apoyaba sus pretensiones de posesión y vigiló
cuidadosam ente que los docum entos papales no resultaran én obligaciones
concretas. Sólo cuando razones de política interior o exterior lo exigían, emitió
opiniones de distinto m atiz, adecuadas para la respectiva situación de la form a
más facultativa posiblel No se producían obligaciones particulares para los m o­
narcas frente a la población autóctona en las islas del C aribe descubiertas: Antes
bien adoptaban la m ism a actitud indiferente que ya habían m anifestado frente a
los nativos de las C anarias. P or ello no puede hablarse de una fundam entación
teocrática, ni siquiera religiosa, del poderío español en América.
El problem a de los títulos legales fue planteado, finalm ente, después del paso a
la colonización poblacional, p o r él serm ón del dom inico M ontesinos en el
año 1511, en el cual solicitó urta reprobación severa a la conducta española hacia
los indígenas y am enazó con m edidas de censura religiosa. La disputa acerca de la
justificación de la conquista’territorial española, sostenida a partir de ese m om en­
to, fue agudizándose más o menos hasta subir al trono Felipe II, y adquirió princi­
palm ente la función de facilitar argum entos para la discusión entre la Iglesia, los
colonizadores y la C orona acerca del trato de los indígenas.
El objeto del conflicto entre los bandos implicados en la controversia no era en
prim er lugar, la cuestión de con qué derecho España tom aba posesión de A m éri­
ca, sino el problem a de las consecuencias que resultaban dé esta tom a de posesión
respecto a la población nativa. Así u n á “ solución del problem a dé los justos títu ­
los” 167 ni siquiera era necesaria; Significativam ente, pronto se tranquilizó la dis­
cusión cuando en 1542, con las Leyes Nuevas, la C orona decidió m odificar su
política tom ando en cuenta las exigencias eclesiásticas de una integración pacífica, y
bajo Felipe II, finalm ente se comenzó a sustituir el térm ino conquista por el de
pacificación.
Después de que hacia finales de la p rim era década d e l siglo xvi la extensión de

educador práctico del clero regular, aparte de la discusión de algunos de sus aspectos en un contexto
regional, a pesar de que se encuentra en parte muy extensamente cubierto por la plétora de docu­
mentos.
167 Alfonso García-Gallo, “Las Indias en el reinado de Felipe II. La solución del problem a de los
justos títulos”, pp. 97 ss., utiliza esta expresión. El autor m antiene la opinión bastante desatinada de
que en vista de la problem ática dé los títulos, Carlos V consideró incluso renunciar otra vez a Am éri­
ca. Eso sí que sería negarle todo sentido de la realidad al em perador. Marcel Bataillon, en “Charles-
Qurnt, Las Casas et Vitoria” , pp. 2 9 ! ss;, no sólo refuta esta tesis sino que tam bién revela su origen.
los descubrim ientos ultram arinos se delineaba con claridad cad a vez m ayor, y
de que se habían vuelto patentes las necesidades resultantes del concepto de la co­
lonización poblacional en cuanto a la reglam entación de la convivencia entre
europeos e indios, la C orona reconoció la urgencia de desarrollar una política
coherente p ara la integración de los indígenas al conjunto de sus súbditos, proce­
so desencadenado por el serm ón de M ontesinos y las ideas de algunos círculos
eclesiásticos, aunque tam bién se enlazaba con diversos em peños estatales ante­
riores, de la m ism a orientación.168 C on las Leyes de Burgos, F ernando el Católico
introdujo, por lo tanto, u n a consecuente política de reeducación e integración,
que debía promoverse por u n a estrecha convivencia entre los indígenas y los es­
pañoles, organizada po r el Estado. A la vez, con el desarrollo del requerim iento
se intentó form alizar el proceder contra los indios aún no sometidos a las cos­
tum bres europeas, a fin de lograr el afianzam iento ideológico y legal de la política
de la conquista. Estas m edidas se concibieron en su origen con el motivo princi­
pal de evangelizar a los nativos, pero desde el principio aspiraban a m ucho más
que solamente su conversión a la fe católica. E ra evidente que la evangelización
im plicaba la educación p ara u n a vida cristiana, orientada según los valores euro­
peos, y por lo tanto Una profunda reeducación de la población autóctona con el
fin de incorporarla a un conjunto hom ogéneo de súbditos. E quivaldría a un cer­
cenam iento extrem o de la problemática^ y al mismo tiem po a u n a subestimación
de su trascendencia, pretender in te rp re ta rla intención evangelizadora expresada
en las fuentes exclusivamente en el sentido religioso como conversión a la fe cató­
lica, lo cual sucede con dem asiada frecuencia en la bibliografía dedicada a la colo­
nización española. Se tratab a más bien de u n concepto de apostolado civilizador,
de u n fundam ento originalm ente teológico religioso, que en form a m uy seculari­
zada se convirtió en u n a de las bases más im portantes de la política colonial del
Estado y que puede observarse en distintas formas hasta la em ancipación de las
colonias españolas en Am érica.
L a determ inación de que tras los debates contem poráneos sobre los títulos y la
evangelización de los indígenas se oculta sobre todo el problem a político del trato
de éstos, no significa; por cierto, que los dem ás aspectos de esa discusión deban
considerarse secundarios. En el m arco de la historia de la Iglesia, del derecho, de
las ideas, es m ás, incluso de la historia colonial', indudablem ente h a de otorgarse
un espacio relevante a las doctrinas desarrolladas durante el siglo xvi. E n el con­
texto que aquí interesa, se tra ta , sin em bargo, de realzar con to d a claridad que la
historia de la colonización española y particularm ente el desarrollo de la organi­
zación estatal conform an un proceso del todo político. Al historiador dedicado a
la historia europea o alem ana es posible q u e le parezca ex trañ a la rem isión al
aspecto político de la ocupación territorial española en ultram ar; de hecho, sin em ­
bargo, en la historiografía de la colonización española, las facetas políticas del de­

168 Véanselas instrucciones reales del año 1503 “sobre el gobierno de las Indias”, en Richard Konetzke,
Colección de Documentos, vol. 1, pp. 9 ss.
sarrollo histórico h an sido dom inadas p o r u na plétora de enfoques de investiga­
ción tom ados de la historia dem ográfica, legal, social, económica y cu ltu ral.'69
Como ya en el tratam iento de la relación entre el Estado y la Iglesia en la
metrópoli, tam bién en la política colonial se pone de manifiesto que el Estado
sabía con particular m edida servirse,de la religión y la Iglesia para la obtención
de Sus fines. Los impulsos determ inantes provenían en prim er lugar del clero re ­
g u lar, lo cual no resulta asom broso en vista de las circunstancias políticas en
la m etrópoli después de la m uerte de Isabel, pero la C orona no sólo logró la p ro n ­
ta recuperación de la crisis de los años 1511-1512, sino tam bién el em pleo de
la Iglesia en pos de los objetivos de la política colonial del Estado. En el análisis
del avance del absolutism o m onárquico, esto se volverá com pletam ente evidente.
L a sem ejanza en la fijación de los fines dentro de la política estatal frente a los j u ­
díos y los moriscos en la m etrópoli y los indios am ericanos, pone de manifiesto
tam bién, que el papel del Estado en la colonización ultram arina, és más, que la
historia de la ocupación territorial en conjunto no debe considerarse como un fe­
nóm eno independiente,; sino interpretarse respecto a los desarrollos históricos
que al mismo tiem po tenían lugar en la m etrópoli. La colonización española
reflejó, en sus aspectos políticos, fundam entalm ente la política interior de E spa­
ña. L a política colonial por lo tanto, debiera colocarse en m ucho m ayor m edida
en el contexto de la política general de los m onarcas españoles del siglo xvi, pues­
to que. la am plia indem nización de la historia colonial antes bieá ha entorpecido
la investigación histórica.

b) El problema indígena y su significación


para la organización estatal de la independencia colonial

Q ue la discusión del siglo xvi sobre los títulos del'adueñam iento español de la
tierra am ericana se produjera tam bién por razones hum anitarias, y pronto se
concentrara en la cuestión de la adecuada form a de integración de los indígenas
en un organism o estatal organizado según el modelo español, no significa, sin
em bargo, que el debate se h ubiera realizado principalm ente en un nivel abstracto
de la política estatal. Se suscitó más bien entre instituciones y mecanismos de in­
tegración m uy concretos, introducidos en A m érica por los conquistadores con
adherencia a las formas de com portam iento españolas o m editerráneas frente a
los infieles, y legalm ente sancionados y reglam entados por la C orona. A parte de
la esclávitud, debe m encionarse en este contexto sobre todo la encom ienda: am-
I
bas m arcaroni decisivam ente la fase de la ocupación española de la tierra en Amé-

169 T an sólo en la historiografía marxista ortodoxa estos aspectos políticos han sido destacados
tem pranam ente; cfr. v. g'r. M anfred Kossok/W alter Markov, “‘Las Indias non (sic) eran Colonias’
Hintergründé einer Kolónialapologetik”, pp. 2 ss. Últímamérité éstó ha sido subrayado tam bién por
otras partes; cfr. Mario Góngora, Studies, p. 128.
rica; es m ás, en muchos aspectos crearon las condiciones para la enorm e rapidez
de la expansión española y proporcionaron los m ás relevantes criterios del análi­
sis a la caracterización de la colonización esp añ o laen u ltram a r por la historiogra­
fía m ás reciente. Las funciones económicas, sociales, m ilitares y políticas de estas
instituciones dentro del proceso de colonización ponen de m anifiesto, asimismo,
que los intereses de los grupos que participaron en la discusión colonial del
siglo xvi —los conquistadores, las órdenes m onásticas y la C o ro n a-^ no perm iten
una precisión ta n unívoca com o pued a parecer en el aspecto más general de la
problem ática de la integración, o al menos que conform aban m uchas capas diver­
gentes. . ,
Las em presas españolas de descubrim iento, conquista y colonización fueron
organizadas comercial y m ilitarm ente; ño obedecieron —como con frecuencia
sucedía en el caso de la colonización inglesa de N orteam érica— al anhelo del des­
envolvim iento libre experim entado por diversos grupos sociales, sino que deri­
vaban de un afán de lucro individual encauzado por el Estado y orientado hacia
la m ejora del status social. Así el beneficio económico,de u n a expedición o al m e­
nos las perspectivas de ganancia financiera en el futuro cercano representaban no
sólo el impulso p ara esas em presas, sino tam bién un verdadero requisito para la
continuación de los descubrim ientos y las conquistas. L a im posibilidad de poner
la colonización en m archa con la ayuda de los contratados de factoría pagados por la
C oro n a,170 la situación p recaria d e las prim eras colonias en Santo Dom ingo,
durante muchos años, y el avance sum am ente lento de los españoles por el Caribe
hasta la fundación de las prim eras poblaciones en tierra firm e, ilustran que el des­
cubrim iento de nuevos territorios p o r sí solo no bastaba p a ra iniciar u n m ovi­
m iento ■migratorio que p udiera g aran tizar u n a continuación p au latin a, pero
constante y más o menos autom ática de los designios de los colonizadores, como
se consum ó en N orteam érica durante la fase inicial y luego otra vez durante lar­
gos periodos del siglo xix. L a circunstancia de que, después de la lenta evolución
de las prim eras poblaciones sobre las islas, la expansión de España sobre el conti­
nente am ericano y así el desarrollo de la colonización o tam bién ei ádueñam iento
de la tierra tuvieran que ser financiados por las colonias ya existentes y que en
creciente m edida sólo p udieran obtenerse de la m etrópoli créditos comerciales
reem bolsables,171 dejaba ver de igual m odo que el éxito económico de las expedi­
ciones no constituía solamente la fuerza m otora sino tam bién la condición previa
de la expansión española en Am érica. La causa seguram ente no debe buscarse
tanto en la m entalidad, form ada por la R econquista, de los españoles —:como ya

170 Véase al respecto los trabajos citados antes, nota de pié51 de Ju a n Pérez de T udela.
171 Esto se yuelve evidente en Guillermo Lohmann Villena, Les Espinosa, pero tam bién es patente
en la correspondencia particular editada por James Lockhast y Enrique O tte, L ettersa n d People o f
the Spanish Iridies, de la época de la expansión ultram arina; véase v. gr. pp. 17 ss. y pp. 24 ss. Com­
párese al respecto también A ndré E. Sayous, “L’adaptation des méthodes commerciales et des insti-
tutions économiques des pays chrétiens de la m éditerrenée occidentale en l’am érique pendant la pre-
miére moitié du xvie”, pp. 611 ss.
se ha discutido—, sino en el hecho de que la situación en la m etrópoli no
reunía las condiciones p ara un movim iento m igratorio más o menos espontáneo
con el objetivo del establecim iento en otras regiones del m undo, como fue el caso,
por ejemplo, de Inglaterra a principios del siglo xvn o de extensas partes de E u ro ­
pa d u rante el siglo xix.
Lo m ucho que las em presas ultram arinas dependían dél éxito económico, las
pocas posibilidades de ganancia ofrecidas por el comercio del trueque con los in­
dígenas am ericanos, así como la falta-de un potencial em igrante en E spaña que
pudiera habér sido aprovechado económ icam ente, obligaban por lo tanto a
explotar desde el principio las posibilidades económicas representadas por la
población autóctona de A m érica. Así se encuentra ya en Colón la idea de cubrir
los gastos de las expediciones recurriendo a la “ m ercancía h u m a n a” m ediante la
venta de indígenas am ericanos como esclavos en España. A pesar de que la C oro­
na vedó este comercio en 1500 y dispuso la repatriación de los indios vendidos
hasta esa fecha172 —es probable que los esclavos am ericanos, así y todo, no h u ­
bieran podido com petir con los africanos y particularm ente los m usulm anes, de­
bido a las dem oras m o tiv a d a sp o r el transpórtenla alta cuota de m ortalidad que
había de esperarse y las dificultades particulares de adaptación a las condiciones
europeas— , la explotación económ ica de la población autóctona am ericana en las
regiones de u ltram ar se convirtió en condición indispensable para el progreso de
la ocupación territorial. Sólo ella podía asegurar la obtención de Jas ganancias
necesarias p ara pagar las expediciones y así continuar los descubrimientos y las con­
quistas. La organización y el financiam iento dé la ocupación del territorio u ltra­
m arino p o r fuerzas de libre em presa originó de este m odo la necesidad de form ar
capital, lo cual a su vez sólo era posible m ediante la explotación de las capacida­
des económicas de la población indígena am ericana.
En vista de u n a población no dispuesta a la em igración, al m enos no bajo las
condiciones del trabajo físico personal, el aprovecham iento de la fuerza de trab a­
jo de los indígenas y la posibilidad de disponer sobre ellos, eran los incentivos para
que los conquistadores se establecieran en A m érica. Sólo a través de este aliciente
p ara establecerse pudo lograrse el aseguram iento de los territorios descubiertos
p ara España y crearse las condiciones p ara una colonización m etódica.173 Sólo d e
esté m odo fue posible la ap ertu ra económica y la penetración colonizadora, es
más, la hispanización del subcontinente C en tro y sudam ericano.174

172Cfr. Mario Góngora Studies, p. 128.


173 La extrema m edida en que la sociedad de la E dad Media tardía estaba m arcada por la codicia
de la riqueza como medio de ascenso social y que en la riqueza conseguía superar las diferencias de
rango, normas y barreras sociales, es docum entada por numerosas declaraciones contem poráneas a
partir dél siglo xvi: véanse los elocuentes ejemplos en Richard Jonetzke, "GhTistentum und Conquis­
ta im spanischen Am erika”, pp. 63 ss. No analizaremos aquí hasta qué punto señalaba esto u na diso­
lución del orden de valores sociales medieval, dé naturaleza feudal, en España por el avance de m o­
dos de pensar y de conducta capitalistas.
174 El lam entable fracaso del intento realizado por Las Casas para la colonización con los colonos
L a esclavitud, las obligaciones personales al servicio dentro del sistema de la
encom ienda, las diferentes formas de trabajo forzado decretado y controlado por
el Estado así como tam bién, y no en últim o lugar de im portancia, los tributos de
los indígenas en form a de m etales preciosos o en especie, com o bienes de co­
m ercio, representaban pues, las condiciones im prescindibles p ara el progreso de
la ocupación de la tierra y colonización ibéricas en A m érica,175 la estabilización
política y económica de los territorios apropiados y, por ello, tam bién un requisi­
to indispensable p ara la formación de u n orden estatal que pudiera abarcar el
reino colonial de Ultramar, ju n to con sus habitantes, en toda su extensión. EstaS
transcendentales consecuencias políticas de las necesidades económicas ponen de
manifiesto ya, sin em bargo, que la integración de los indígenas predendida por la
C orona y los esfuerzos hum anitarios debelero m onástico no podían o cupar el p ri­
m er lugar en la escala de intereses estatales, sino que en todo caso representaban
objetivos por conseguir a largo plazo, que reiteradam ente tuvieron que ser sacri­
ficados a criterios prim ordiales o al m enos ceder tem poralm ente a ellos. Frente a
estos intereses vitales de los conquistadores y los prim eros colonizadores, la Coro­
n a no pudo, por tanto, im poner sus fines político-estatales de m ayor alcance has-
ta que el dom inio español no estuvo asegurado en las distintas regiones y se hubo
llevado a cabo la transición de la fase de ocupación territorial a una colonización
metódica. Esto explica tam bién la circunstancia, extraña en otro contexto, de que
la m onarquía cediera a los conquistadores de ciertas regiones todavía por ocupar
los privilegios de la prim era época de la expansión ultram arina, m ientras que en
otros territorios coloniales, establecidos y organizados, ya había im puesto la pre­
tensión al poder soberano del Estado precisam ente a esta cap a privilegiada de los
prim eros conquistadores y colonizadores. De ello se infiere a su vez que la conce­
sión de prerrogativas a los conquistadores, en la form a trascendental de la época
del adueñam iento territorial, fue considerada conscientem ente por la C orona co­
mo medio para lograr un fin y que tenía lugar con la intención de revocarla en la
prim era oportunidad posible, y por ello, no debe interpretarse como la expresión
del arraigo en antiguas tradiciones.
L a esclavitud, que desde la A ntigüedad se había conservado a través de la E dad
M edia y hasta la M oderna en extensas partes sobre todo de la E uropa m editerrá­
n e a ,176 ciertam ente fue trasplantada por los españoles a A m érica en su particular
form a juríd ica, pero era en teram ente conocida en distintas variaciones entre
la población indígena del nuevo continente.17? A lrededor del año 1500, cuando la

campesinos demuestra que no existían alternativas a la form a de ocupación territorial antes delinea­
da; cfr. Manuel Giménez Fernández, Bartolomé de las Casas, vol. 2, pp. 572 ss.
175 Una sinopsis de estas diferentes formas de trabajo forzado colonial fue presentada últim am ente
por Juan A. y Judith E. Villamarina, Iridian Labor in M ainland Colonial Spanish America, pp. 6 ss.
176 Véase al respecto el corto resumen en Charles Verlindén, Les orígenes de la civilisation atlanti-
que, pp. 173 s., en el que el autor compendia su gran obra aquí no utilizada: UEsclavage dans
VEurope médiéval. t. 1. Péninsule Ibérique, France, Gante, 1955.
177 En cuanto a la esclavitud prehispánica entre los indígenas americanos, cfr. Friedrich Katz,
C orona decretó la liberación y la restitución, de los esclavos indios vendidos en
España por Colón y otros descubridores, se estableció que los naturales que obser­
varan un a conducta pacífica frente a los nuevos señores y reconocieran su gobierno
no podían ser esclavizados.178 T a n sólo se perm itía vender como esclavos a los n a tu ­
rales que h u b ie ra n sido esclavizados ya bajo el dom inio indígena y a los c an íb a ­
les y grupos de la población autóctona que no estuvieran dispuestos a reconocer
la soberanía de la Corona castellana, y que lucharan contra los españoles. Ciertamente
esto implicaba u n considerable limitación de lós grupos de personas que podían escla­
vizarse legalmente y, por lo tanto, una limitación fundam ental del poder de disposi­
ción absoluto de los conquistadores sobre los indígenas am ericanos, pero en g ran
medida compensado con la implantación legal de la obligación laboral para los indios
que vivieran pacíficamente bajo el gobierno español, con los abusos ilegales de los co­
lonizadores y con la formación de relaciones de dependencia semejantes a la esclavi­
tu d .179 H asta el comienzo de la im portación de esclavos negros hacia el final de la
primera década del siglo xvi, la esclavitud indígena perduró mucho tiempo como im ­
p o rtan te instrum ento p a ra reclu tar m ano de obra aborigen sobre todo en la
región del C aribe y en zonas recién conquistadas, así como en las partes fronte­
rizas. 180 En particular p ara Santo D om ingo y C uba, el robo de esclavos en las
islas vecinas y las tierras continentales cercanas fue de im portancia económ ica de­
cisiva, puesto que a principios del siglo xvi ya se m anifestaba un descenso sen­
sible d e la población autóctona; al m ism o tiem po el lavado de oro, de intensa
necesidad de m ano de obra, alcanzaba su punto culm inante y la agricultura de
orientación europea en p aulatino desarrollo precisaba crecientem ente de fuerza
de trab ajo . D u ran te estos críticos años iniciales de la colonización española, la
consecución y m anutención de esclavos constituían los más im portantes mecanis­
mos p a ra el reclutam iento de m ano de obrá, sin Jos cuales el desarrollo económico
de las islas cüando menos se h ab ría rezagado considerablemente. L a existencia de
u n a reserva de fuerza de trab ajo en los alrededores de los prim eros centros de po­
blación del C aribe, de la cual podía obtenerse refuerzos, m ediante la esclavitud,
p a ra rem p lazar la decreciente capacid ad h u m an a en am bas islas principales, y la
afortunada circunstancia de los descubrim ientos de metales preciosos crearon, en

Vorkolumbische Kulturén. Die grossen Réich des alten Arnerika, pp. 420 ss. y 542, entre o tra s .:
178 Sobre estos procedimientos cfr. R ichard K onetzke,, Colección de Documentos, vol. 1, particu ­
larm ente los documentos núm ero 5, 8, 10, 11, pp. 4, 7, s. y 14 ss. Asimismo, las instrucciones a
Ovando y Gobernador y los oficiales, documentos 6 y 9 pp. 4 ss. y 9 ss.
179 Por ejemplo, la introducción de la naboría cfr. Mario Góngora, Studies, pp. 128 .
180 No existe una investigación coherente de la esclavitud india en Iberoam érica. Los estudios de
esta institución tratan casi exclusivamente de la esclavitud negra. Una; tentativa tem prana para la
evaluación sociohistórica de la esclavitud indígena fue realizada por R ichard Konotzke, "La esclavi­
tud de los indios como elemento en la estructuración social de hispanóám érica” , pp. 441 ss. Lós fun­
damentos espirituales legales de la esclavitud indígena son esbozados por Silvio /av ala, New View-
poinison the: Spanish Colonization o f America, pp. 49 ss. En las investigaciones de Hanke tam bién se
encuentran numerosas indicaciones y referencias a los problemas abarcable sobre Las Casas y la fun­
damentación teórico-jurídica del dominio español sobre los indígenas americanos.
conjunto, las condiciones y el impulso p ara la expansión a l continente am ericano,
que con o tra coyuntura no hubiera parecido ventajosa y conseguido con ta n ta fa­
cilidad u n financiam iento p ara las expediciones, m ediante créditos comerciales
europeos, ya que los colonizadores dependían de las im portaciones europeas en lo
que tocaba a arm as, objetos de uso'corriente de todo tipo , alim entos y * sobre todo
anim ales útiles. Incluso a riesgo de ir dem asiado lejos en la especulación podrá
inferirse que sin estas condiciones el adueñam iento español de la tierra en A m éri­
ca se hubiera dilatado considerablem ente. El estancam iento de la colonización
en las C anarias después de la extinción de la población autóctona y el largo
tiem po que pasó hasta la apertu ra del archipiélago ponen de m anifiesto ésta
particularidad.
E n la conducta de las distintas regiones continentales tam bién se esclavizaron a
grupos num éricam ente im portantes de indígenas hostiles, lo cual siguió siendo
usual y perm itido por la ley m ás tarde en los casos de rebeliones indígenas re­
gionales y regularm ente en los límites con territorios indígenas, hasta el siglo xvm.
A pesar de que la esclavitud indígena en a lg u n as: zonas continentales ta m ­
bién parece haber sido medio im portante p ara.la obtención de fUerza de trabajo,
sobre todo durante la fase de transición de la conquista a la colonización y hasta
la formación de un sistema de gobierno que funcionara, probablem ente ni) es
errónea la suposición, a falta de investigaciones docum entadas y trascendentes dé
la problem ática,1®1 de que en conjunto la im portancia económ ica de esta institu­
ción iba en retroceso. Los esclavos indígenas se em pleaban en creciente m edida
solamente p ara los trabajos m ineros, las actividades artesanales y el trabajo do­
méstico. Los motivos de este desarrollo han de vérse sobre todo en el hecho de
que el volum en de población autóctona sobre el continente superaba las posibili­
dades de organizar u n a economía fundada en la esclavitud, de m anera que las
circunstancias requerían la creación de nuevas formas de dom inio político y
explotación económica de la población. L a naciente legislación restrictiva dé la
Corona tam bién puede haber conducido a la p érdida de im portancia de la esclavi­
tud india.182 G uando en 1542 la Corona decretó, en las Leyes Nuevas, la liberación
de todos los esclavos indios en las regiones coloniales firm em ente establecidas
y pacificadas, la institución probablem ente hab ía perdido gran parte de la rele­
vancia p a ra la economía general que poseyó d u ran te la fase de las fundaciones
de colonias, aun cuando p ara el colono individual todavía representase u n a opor­
tu n a posibilidad de adquirir m ano de obra totalm ente dependiente y sustraída a
todo control o influjo ajeno. Las protestas u n tanto vehem entes de parte de los
dueños afectados,183 que se oponían a la disposición real, reflejan, por ló tanto,

181 Sólo pocas investigaciones tratan de la significación real de la esclavitud india en las distintas
regiones, como por ejemplo Silvio Zavala, Los esclavos indios en Nueva España; William J. Sherman,
“Indian Slavery and the Cerrato Reforms", en cuanto a Guatem ala; Alvaro Jara, Guerre el socieié au
Chili. Essai de socielogié coloniale, en particular pp. 141 ss.
182 Gfrl Richard Konetzke, “La esclavitud’’, pp. 460 ss.
183
Cfr. v, gr. W illiam L. Sherman, “Indián Slavery”,
más bien los intereses personales de diversos grupos que la efectiva significación
económica de la esclavitud indígena. L a esclavización de los naturales practicada
tam bién en lo sucesivo con el consentim iento real a lo largo de las fronteras con
territorios indígenas en p rim er térm ino adquirió, pues, el carácter de u n a repre­
salia y debía servir p a ra la intim idación, lo cual se desprende del hecho de que los
colonizadores no estaban dispuestos a salir a la caza de esclavos ellos m ism os.184
P ara la política estatal de la lim itación y finalm ente la elim inación de la esclavi­
tud indígena, seguram ente resultó decisivo, aparte de las razones hum anitarias,
el afán de integrar a los indígenas e n el conjunto de súbditos como vasallos de la
Corona, equiparados cultu ralm ente a los vasallos europeos de ella. En vista de la
significación de la esclavitud d u ra n te la fase de la conquista y la organización de
los nuevos territorios se hace patente, sin em bargo, que este propósito de integra­
ción no se basaba únicam ente en motivos legales o ético-morales, sino que el
Estado perseguía tam bién intereses políticos m uy concretos m ediante la incorpo­
ración de los naturales am ericanos a la igualdad jurídica. L a form ación de una
sociedad esclavista en u ltra m a r h abía tenido por consecuencia que al menos
grandes partes de la población autóctona hubieran sido sustraídas al control y la
influencia directa del Estado, ya que los esclavos, como propiedad de sus dueños
en el sentido del derecho privado, sólo estaban sujetos indirectamente a la autoridad
estatal. Puesto que la C orona, como sucesora de los señores y soberanos indíge­
nas, tam bién reclam aba los tributos pagados a éstos antes de la Conquista, había,
ap arte del interés político general, u n concreto incentivo económ ico-finan­
ciero del Estado en el ejercicio de sus facultades directas de gobierno de control.185
D ado que los esclavos no debían pagar tributos a la C orona, -^ a u n q u e después
sü pago se im puso a los esclavos negros— , u n a extensión de la esclavitud indíge­
na hubiera podido tener por consecuencia u n a reducción posiblemente radical en
los ingresos estatales por tributos. Y a en este punto, en conexión con la esclavitud
indígena, así como m ás adelante con respecto al sistema de la encom ienda, se p o ­
ne de m anifiesto que el Estado y los conquistadores o colonizadores perseguían
intereses opuestos. Las crecientes necesidades financieras de la C orona, que en
m edida cada vez m ayor perseguía u n a política hegem ónica en Europa, podían
conceder a los colonizadores de u ltram ar la explotación de la fuerza productiva y
de trabajo de los indígenas sólo hasta donde los intereses financieros del Estado lo
perm itieran o, por otra parte, en la m edida en que el desarrollo ulterior de la co­
lonización hiciera im prescindible el favorecim iento de los colonos españoles.
- A parte de su transitoria significación económica durante la fase inicial de la co­
lonización, la esclavitud indígena ejerció un influjo duradero en el desarrollo so­
cial de las regiones coloniales, aunque esto parezca poco evidente en un sentido

184 Aunque con otra interpretación, esta circunstancia es apuntada por Alvaro Jara, Guerre et so-
ciété, pp. 211 s.
185 Los distintos títulos legales en virtud de los cuales la Corona pedía tributos a los indígenas son
resumidos por José M iranda, El tributo indígena en la Nueva España durante el siglo x VI, pp. 144 ss.
concreto. L a introducción de la esclavitud probablem ente contribuyó mucho a
acelerar u n proceso de diferenciación entre los conquistadores y los conquista­
dos,186 desencadenado p o r la ley. Es posible que esto haya redu n d ad o en que
gran parte de los colonizadores y las posteriores clases altas criollas considerasen
a los indígenas perezosos, negligentes, serviles, insidiosos, sin ninguna iniciativa
p ara el m ejoram iento de su situación, de poca confianza y viciosos.187 A unque es­
ta evaluación seguram ente tam bién se derive de la incom prensión con que los
europeos confrontaban las tradiciones culturales de los indios y las diferencias ba­
sadas en éstas, las características de estereotipada reiteración no obstante con­
tienen tantos elementos de lo que se ju zg ab a representativo de una ‘ ‘naturaleza
de esclavos’ ’, que casi parece im ponerse u n a relación con la extensión de la escla­
vitud en los inicios de la colonización. Esto se vuelve tanto m ás evidente por
cuanto que m uchas formas de dependencia institucionalizada de tiem pos poste­
riores, como por ejemplo el sistema de peonaje, se distinguían de la esclavitud
jurídicam ente, pero no en la realidad de la vida cotidiana, de m anera que los
modos de conducta característicos que desarrollaban las personas sujetas a úna
relación de extrem a dependencia probablem ente no se transm itieran sólo en la
im aginación de las clases altas blancas, sino que en efecto se heredaban. Mucho
indica qüe los indígenas desenvolvieron, con base en las experiencias de la con­
quista y la colonización, modos de conducta específicos adaptados a u n a situación
de dependencia,18? pero no es posible hacer declaraciones seguras al respecto,
puesto que la investigación de la historia colonial hasta la fecha no se h a Ocupado
del problem a de la evolución de la m entalidad y la conciencia de los indígenas.
La institución más im portante, con mucho, que reguló la relación entre los con­
quistadores y los vencidos en la respectiva fase inicial de la colonización de las
diferentes regiones fue la encom ienda, que m ucho más que la esclavitud india
alcanzó u n a descollante significación política, adem ás de u n a gran im portancia
económica, en la formación del sistema colonial español. La historiografía m oderna
por m ucho tiem po interpretó la encom ienda como u n a institución delineada con
claridad, jurídicam ente precisada de m anera unívoca y procedente de la Recon­
quista, atribuyéndole de este m odo u n significado conceptual aparentem ente no

186 Ello indica Richard Konotzke, "La esclavitud”, p. 479.


187 En los autos de la adm inistración colonial acerca de asuntos indígenas puede encontrarse con
frecuencia esta caractización hasta las postrimerías del dominio colonial español. En el siglo xvii, el
obispó, visitador y virrey interino Palafox y Mendoza, en virtud de este concepto incluso se vio motir
vado a redactar un escrito para la defensa de los rasgos característicos de los indios; cfr. “Memorial al
Rey, por d o n ju á n Palafox y Mendoza, de la naturaleza y virtudes del indio”; en él mismo Tratados
Mejicanos, vol. 2 pp. 92 ss. Las cualidades que Palafox adjudica a los naturales a mediados del siglo
xvn evocan en muchos aspectos las características atribuidas a los indígenas americanos por la-litera­
tura ilustrado sobre el bon sauvage durante el siglo xviii-
188 Esto parece señalar, entre otras cosas, la evocación reiterada a la compasión "con los hijos
pobres y oprimidos” que se encuentra en un sinnúmero de solicitudes de indios o comunidades ru ra ­
les indígenas a las autoridades de la Corona. A ello se agregan frecuentem ente tam bién autoacusa­
ciones como “ignorante”, “débil”, “desam parado” y otras por el estilo.
entendido por los contem poráneos, lo cual h a dificultado la com prensión de su
significación histórica ju n to con el enfoque exclusivamente jurídico-histórico,
predom inante m ucho tiem po .189 L a evaluación com parada de los resultados de
investigación en u n sinnúm ero de estudios restringidos regionalm ente sobre la
encom ienda que entretanto se h an realizado, pone de manifiesto las característi­
cas divergentes que esta institución adquirió en las distintas regiones de H ispano­
am érica en el transcurso de la ocupación española de la tierra, y al m ism o tiem po
las dificultades p ara elaborar u n a definición de validez general.190 Puede deducir­
se, de las variadas formas adaptadas por esta institución, que la expansión u ltra ­
m arin a de España no se llevó a cabo m ediante la aceptación directa de unos
mecanismos institucionales com pletam ente desarrollados en el transcurso de la
Reconquista, o sea, que no puede hablarse de una continuidad directa entre
ambos procesos.191 -
Com o corresponde al significado del térm ino repartim iento, frecuentem ente
utilizado como sinónim o, la constitución de u n a encom ienda de hecho se llevaba
a cabo m ediante el repartim iento de los indígenas a conquistadores o colonizado­
res en particular. En el transcurso de la colonización de las Antillas, esta distribu­
ción se realizó sobre todo con el fin de introducir u n a econom ía de características
europeas m ediante la libre disposición de la m ano de obra. L a concesión de los
indígenas a individuos españoles consistía en esta tem prana fase, en la adjudica­
ción de fuerza de trabajo cuya explotación era regulada legalm ente por la C oro­
n a .192 Com o todos esos tipos ulteriores de encom ienda, la versión tem prana de la
institución tam bién ,se basaba en la reclam ación de la C o ro n a de tributos indíge-

189 Lo mismo indica James Lockhart, en “Encomienda and Hacienda: T he Evolution of the Great
Estate in the Spanish Indies”, pp. 415 ss., particularm ente la nota de pie12 que en forma de introduc­
ción esboza el desarrollo de la investigación dé la encomienda, pp. 411 ss. Cuán discutidas son las
cuestiones relacionadas cón la encomienda aún hoy en día es puesto de manifiesto por el ensayo de
Robert C. Keith, “Encomienda, Hacienda and Corregimiento in Spanish America: A Structural
Analysis”, pp. 431 ss., quien en muchos aspectos contradice a Lockhart. La causa de ello probable­
m ente deba buscarse sobre todo en el hecho de que la encomienda representaba el instrumento
central de la colonización española de América y, por lo tanto, sólo puede interpretarse dentro de es­
te contexto general.
190 La m ejor sinopsis de estas diferencias regionales es brindada por la fundam ental edición revisa­
da, aunque difícilmente accesible al lego, de Silvio Zavala, La encomienda indiana, que tam bién
contiene úna extensa biblioigrafía respecto a esta tem ática. Im portantes investigaciones publicadas
posteriormente son las de M urdoJ. MacLeod, Spanish Central America. A Socioecónomic History,
1520-1720, particularm ente pp. 46-142; Julián B. Ruiz Rivera, Encomienda y mita en Nueva Grana­
da en el siglo xvili: y la sinopsis bastante com pendiada en Mario Góngora, Studies, pp. 131 ss.;
igualmente, del mismo autor, E l estado en el derecho indiano', aunque superado en algunos aspectos,
aún es de im portancia tam bién el estudio de Lesley Byrd Simpson. The Encomienda in New Spain.
191 Una breve com paración con la encom ienda medieval es presentada por Mario Góngora, Stu­
dies, pp. 132 s. El tem a es tratado más detenidam ente por Robert S. Cham berlain. “Castilián Back-
ground of the Repartimiento-Encom ienda’.’, cuyo concepto de la encom ienda am ericana ciertam en­
te es anticuado en muchos aspectos.
192 Como por ejemplo en las instrucciones para el gobernador Ovando del año 1501, en las que,
aparte de los servicios laborales tam bién se exige un tributó para la Corona; y particularm ente én las
ñas, los cuales se pedían en form a de servicios laborales pero que el rey delegaba
a distintos colonizadores. Desde el principio la encom ienda constituyó, pues, la
delegación de un derecho de la soberanía estatal a particulares, que en los casos
individuales no se ejecutaba directam ente por la C orona, sino por las autoridades
políticas suprem as, por regla general apoderadas p ara ello, de la respectiva pro­
vincia en representación del m onarca. Este aspecto legal de la concesión de las
prerrogativas reales a distintos m iem bros de la capa de los conquistadores y colo­
nizadores conform a el elemento com ún que probablem ente fue el más im portan­
te de todas las configuraciones adoptadas en lo sucesivo por la encom ienda.
La delegación ño se realizaba, sin em bargo, incondicionalm ente ni por tiem po
ilimitado. Las reglamentaciones;legales de esta contratación de servicios laborales
aprobadá por el Estado contenían toda u n a serie de imposiciohes a. los benefi­
ciarios del sistema, como por ejemplo la lim itación del-tiempo de trabajo, el pago
de los servicios recibidos, disposiciones acerca del grüpo de personas al que podía
recurrirse p ara el trabajo, su trato y otros püntos por el estiló. Estas ordenanzas
legales ponen de manifiesto ya el motivo de lá concepción1diferente que tenían de
la institución los conquistadores, por u n a parte, y la C orona y su aparato adm i­
nistrativo, por otra. -Para los conquistadores y colonizadores, él otorgam iento del
poder de disposición sobre los indígenas rep resen tab a'el m om ento decisivo,
m ientras el poder estatal pretendía aceñtuar m ás las obligaciones de los favoreci­
dos, establecidas por la legislación. C uanto m ás se desarrollaba la reglam entación
del caso, más se realizaban y am pliaban las responsabilidades de los'eñcom ende-
ros. Según estas leyes,193 los encom enderos debían atender a la cristianización de
los indígenas y encargarse de diversas funciones de protección. Así, el encom en­
dero h abía de prom over la reeducación e integración de los-habitantés autóctonos.
Son obvios los intereses divergentes de los conquistadores y la Corona: al enco­
m endero le im portaba de m anera preponderante la explotación de los indios con­
fiados a él, m ientras el Estado estaba dispuesto a concedérsela tem poralm ente
sólo a- cam bio del cum plim iento de algunos deberás político-estatales. En vista del
abuso frecuente y despiadado de los naturales por los encom enderos era inevi­
table u n a colisión entre intereses distintos.
El usufructo del privilegio concedido por la Corona se lim itaba a una duración
de dos vidas,>plazo que, por cierto, con frecuencia se alargaba. M ás que todas las
disposiciones legales que lim itaban el poder de disposición de los conquistadores
y colonizadores sobre los naturales asignados a ellos, la restricción-del tiem po
de esta concesión m uestra que la Corona desde el pricipio no tenía la intención de
favorecer la creación de un sistema feudal en los territorios de u ltram ar, pero

Leyes de Burgos, 1513, además de otras instrucciones; cfr. Richard Konetzke, Colección de Docu­
mentos, vol. 1, pp. 4 ss.
193 Véase ésta evolución con base en los textos legales en Richard Konetzke, Colección de Docu­
mentos, vol. 1, p. 4. Con ello debe tomarse en cuenta que a m enudo, durante la fase inicial de la co­
lonización del continente, la legislación de la Corona todavía estaba en pugna con las disposiciones
emitidas por los gobernadores.
que, por otra parte, reconocía la necesidad de proporcionar los im pulsos necesa­
rios p ara el pronto afianzam iento de la soberanía española y la form ación de u n a
economía de características europeas m ediante el recurso a las instituciones origi­
nadas en las tradiciones feudales, p ara así establecer las condiciones precisas para
la explotación de las regiones ultram arinas recién adquiridas. En oposición a un
concepto generalizado, la encom ienda no tenía carácter de feudo o señorío,194
puesto que con el título de propiedad no estaba vinculada ninguna clase de ju ris­
dicción formal sobre los indios afectados ni la adquisición de fincas rurales, como
lo suponía la historiografía m ás an tig u a .195 M ediante su concesión por encom ien­
d a no se m odificaba tam poco el estado jurídico personal de los indígenas, cuya
libertad individual según la ley se m antenía com pletam ente intacta. Por otra p a r­
te, no debe pasarse p o r alto que el otorgam iento de un derecho de soberanía a
particulares posee un rasgo feudal196 que pone de manifiesto, unívocam ente al
m enos, el origen de la institución. L a tendencia a la form ación de un sistema
feudal hispanoam ericano fue prom ovida intensam ente por la encom ienda, pues­
to que los dueños de tal privilegio lo consideraban u n a delegación de derechos
de soberanía y, por consiguiente, exigían una y otra vez a la Corona la concesión de
la jurisdicción sobre los indios a ellos encom endados. P or cierto se ignora con fre­
cuencia que esta institución tam bién fomentó el surgim iento de un em presariado
económico y que favoreció, por tanto, ciertos desarrollos capitalistas. Am bas ten ­
dencias, como en realidad la plena significación histórica de la encom ienda, no se
desarrollaron ni pusieron de m anifiesto plenam ente hasta el transcurso del
adueñam iento español de la tierra firme am ericana.
Esto se volvió particularm ente claro por prim era véz en la conquista de M éxico
por H ern án Cortés. C on la ay u d a de unos cuantos cientos de españoles, sometió
un territorio sum am ente extenso y de población densa por medio de acciones m i­
litares efectuadas en rápida secuencia, y se enfrentó, pues, a la necesidad de edifi­
car u n a organización estable de gobierno, con fuerzas innegablem ente inferiores
en núm ero, antes de que los indios vencidos se recuperaran de la conmoción de la
derrota y pudiesen p re p a ra r nueva resistencia contra los invasores. Esta tarea,
que exigía gran habilidad y capacidad de imposición política, debía acometerse
adem ás, con unas fuerzas que en prim er lugar deseaban satisfacer su pretensión
de botín y recom pensa o que sólo con la perspectiva de ulteriores pagos estaban
dispuestos a ponerse a disposición de la em presa de pacificar y organizar el
p aís.197 A despecho de la obligación in herente a esta tarea de dividir las fuerzas
arm adas en grupos más pequeños, el esquem a de organización a aplicar debía

194 Esto es señalado últim am ente otra vez por Mario Góngora, Studies, p. 133.
195 Sobre la relación entre la encom ienda y la adquisición de tierra, véase James Lockart, “Enco­
mienda and Hacienda” , pp. 415 ss.
196 “Feudal” y “feudalismo” se em plean conscientemente, aquí y en lo sucesivo, con la acepción un
tanto vaga con la qué el térm ino se utiliza en gran parte de la historiografía reciente.
197 H ernán Cortés reconoclá estas conexiones con toda claridad al escribir: “No hay duda que p a ­
ra que los naturales obedezcan los reales m áhdam ientos de V.M. y sirvan en lo que sé les m andare, es
garantizar, adem ás, el denuedo de los participantes en la expedición de conquis­
ta, y perm itir la rápida movilización de todas las fuerzas. T res factores hicieron
posible el éxito de este propósito: la fundación dé ciudades p a ra los españoles, co­
mo bases adm inistrativas, m ilitares y políticas;19® el reconocim iento de los de­
rechos heredados por las clases dirigentes m edias e inferiores de los indígenas,
con excepción de los sacerdotes, vinculados con la concesión del estado de noble-
za para asegurar la colaboración de esta capa;199 y finalm ente u n a encom ienda no
concebida ya en prim er lugar p ara el reclutam iento de m ano de obra. L a funda­
ción de ciudades y la repartición de encom iendas coincidieron y por su estrecha
relación representaban el punto de partida y la condición para el encauzam iento
del proceso de colonización, puesto q u e los encom enderos precisaban de la
ciudad como base de organización, pero, p o r otra parte, la ciudad sólo podía con­
vertirse en punto de cristalización p ara la colonia si contaba con la ayuda de la
fuerza de trabajo dé los indios de las encom iendas.200
Las ideas de Cortés en cuanto a la solución de los problem as de organización
pendientes se expresan claram ente en las ordenanzas dadas por él en 1524.201 En
ellas se ordenaba a los encomenderos, bajo am enaza de severos castigos, m antener
constantem ente ciertas arm as y pertrechos m ilitares, escalonados según el ta ­
m año de la encom ienda que con regularidad serían inspeccionados por las autori­
dades de los municipios. Asimismo C ortés'dio orden de que cada encom endero
hiciera cultivar ciertas cantidades de plantas útiles europeas por cada ciento de
indios confiados a él. Adem ás se estableció que los encom enderos fueran respon­
sables de la instrucción religiosa de los naturales asignados a ellos y que debían
contratar a ¡sacerdotes p ara este fin, a propias expensas. En este contexto, el con­
quistador determ inó tam bién que se hiciera llevar a los hijos de la nobleza indíge­
na a las recién fundadas ciudades p ara su educación, m edida que seguram ente se
dispuso con la intención de contar con rehenes en él caso de sublevaciones indíge-

necesario que haya en la tierra copia de españoles, y de tal m anera que vivan y estén arraigados en
ella. Esto no puede ser sino tienen con qué sostenerse de m anera quel interesé les obligué á perm ane­
cer y olvidar su naturaleza, y ninguna otra m anera hay sino haciéndole V.M; que ha de ser el todo.. .
Item: que no hay cosa que más los arraigue que tener indios... Item: qué teniéndoles tienen
grangerías, ques parte principal paira poblarse tierras nuevas, y arraigar los pobladores, y dellas por
tiempo resulta crecimiento de las rentas reales...”, “Memorial de H ernán Cortés al E m perador sobre
.el repartim iento de los indios de la Nueva España. 1537,” en: Pascual de Gayangos, com p., Cartas y
relaciones de H ernán Cortés al Emperador Carlos V, p p . 561 s. En cuanto a la concepción feudal de
Cortés, véase tam bién Manuel Giménez Fernández, “H ernán Cortés y su revolución com unera en la
Nueva España.” pp. 125 ss.
198 Sobre el proceso y la significación,de las fundaciones de las ciudades para la colonización, cfr;
Demetrio Ramos Pérez, “La doble fundación de ciudades y las ‘huestes’”, pp. 107 s. Véase tam bién la
literatura apuntada en la nota de pie225 ss-.
199 Cfr. v. gr. Charles Gibson, T he Aztecs under Spanish R u le ,p p . 155 s.
200 Véanse al respecto las disposiciones del documento citado en la siguiente nota.
201 Cfr. Alberto María Carreño, “Cortés, hom bre de estado”, las "Ordenanzas que Su Merced hizo
para Nueva E spaña...”, editadas en el suplemento, pp. 190 ss.
ñas. O tras prescripciones im ponían a los encom enderos la obligación de residir
en las ciudades españolas en las que habían sido registrados después de su funda­
ción, y decretaban que todos los dueños de u n a encom ienda debían m andar por
sus esposas a la m etrópoli o casarse, en el plazo de un año y medio. Por últim o,
las disposiciones tam bién aseguraban a los encomenderos la posesión perm a­
nente de sus privilegios. C ortés prom etió interceder personalm ente ante el rey en
favor de la constitución de la encom ienda como institución hereditaria sin restric­
ciones. Indirectam ente se desprende del docum ento que los indígenas debían tra ­
bajo y contribuciones en especie a los encom enderos, pero no consigna n ad a en
cuanto al tipo y la cantidad de los tributos y las obligaciones laborales. En un p a­
saje que posee térm inos b astante generales, únicam ente se. com prom ete a los
encom enderos a tra ta r bien a los natu rales a ellos confiados y a prescindir de
m edidas coercitivas. .
Pese a que casi no se había modificado en nada el estado jurídico de la enco­
m ienda y que los encom enderos no poseían poderes judiciales sobre los indígenas
sujetos a ellos, las disposiciones del reglam ento decretado por Cortés ilustran cla­
ram ente los objetivos trascendentales que el conquistador perseguía con la ayUda
dé lá encom ienda. P ara él la institución se convirtió en el instrum ento decisivo de
la transform ación política y económ ica, es más, incluso cultural del reino som eti­
do por él. Las prestaciones de servicios y los tributos que los naturales debían a
los encomenderos libraban a éstos, cuando menos por Corto plazo, de la preocupa­
ción por el nivel de vida al que aspiraban, de m anera que podía esperarse de
ellos ún alto grado de denuedo m ilitar en el caso contingente.252 El vínculo de la
concesión de u n a encom ienda con un deber de residencia y con la obligación de
fundar un hogar ataba a los encom enderos a la tierra y prom ovía, por lo tanto, su
establecimiento, pero a la vez tam bién la perm anencia y el desarrollo ulterior de
las ciudades recién fundadas. A consecuencia tam bién de la falta de poder ju ris­
diccional, es posible que los encom enderos se sintieran ligados a las ciudades,
puesto que, sobre todo d u ran te la fase inicial de la colonización, el regim iento
m unicipal constituía la única autoridad com petente, subordinada al com andante
en jefe y sus representantes, cuyo apoyo podía resultar im portante p a ra el dueño
de la encom ienda. C iertam ente los encom enderos, aunque sin poderes jurisdic­
cionales, contaban con am plias facultades de m ando sobre los indios confiados a
ellos y en la práctica, no dejure, ejercían el papel de gobernadores.203 Esto sólo d e­
m uestra, con cuánta eficacia la institución lograba garantizar el establecim iento y
la seguridad del dom inio español. El amplio poder de disposición de los enco­
m enderos sobre los naturales, al igual que la prom esa de Cortés de interceder en
favor de la transm isión ilim itada por herencia de la institución, ponen de m ani­

202 Sobre la significación m ilitar de la encom ienda, cfr. G unter Kahlé, “Die Encomienda ais mili-
tarische Institution im kolonialen H ispanoam érika”, pp. 88 ss. 1
203 En cuanto al comportam iento de lo? Encomenderos frente á Jos indios confiados a ellos, cfr.
Charles Gibson, The Aztecs under Spanish R ule pp., 76 ss. "
fiesto la intensidad de las tendencias feudales que e m an a b an de la encom ienda,
y que los conquistadores consideraban desde el principio, en el sentido político,
como u n a institución com parable con el señorío de la m ad re p a tria .204
A un cuando la función política de la encom ienda, como instrum ento para ase­
g u rar el dom inio castellano a principios de la colonización, hubiera durado relati­
vam ente poco, los impulsos económicos que de ella derivaron fueron tanto más
duraderos. Sin d uda era im portante, de prim era intención, lograr por medio de
la encom ienda la seguridad m aterial de los conquistadores y, de este m odo, su
disposición p ara las tareas político-militares y colonizadoras; la significación de la
encom ienda en un contexto m ás general radicaba, sin em bargo, en que posibilitó
la rápida formación de una economía colonial orientada según ios modelos euro­
peos, en la tierra firme en m ucho m ayor m edida que en las islás. Las altam ente
desarrolladas culturas indígenas del continente am ericano habían creado un sis­
tem a económico m uy especializado basado en la división del trabajo, el cual
poseía, no obstante, todas las características de una economía fundada en el in te r­
cambio de productos nacionales.205 En m edida m ucho m ayor que la econom ía de
subsistencia, prim itiva en com paración, de los naturales de las Antillas, se abría
aquí, p a ra el conquistador dependiente de —o com prom etido con— la economía
financiera europea, la posibilidad de form ar un capital y desenvolverse como
em presario. De los naturales organizados y acostum brados al trabajo disciplina­
do podía recibirse no sólo m ano de obra b arata, sino un volum en m ucho m ayor
de. tributos procedentes de la calificada producción agrícola y artesanal. Las
contribuciones en especie recaudadas a través del sistema de la encom ienda
cobraron considerable im portancia, pues, frente al reclutam iento de fuerza de
trabajo e hicieron posible el pronto desarrollo de un m ercado interior. Era posible
recurrir a su vez a las ^ganancias que los colonizadores obtenían m ediante la co­
m ercialización de los tributos de Su encom ienda p a ra inversiones en empresas
comerciales, agrícolas, artesanales y mineras, p ara las que podían movilizarse la
m ano de obra b arata, es más, gratuita, a través de la esclavitud indígena, al princi­
pio, y luego tam bién por medio de la encom ienda. Los medios; de pago necesarios
p ara este proceso de transform ación económica eran procurados otra vez o de los
tributos en m etales preciosos o se utilizaba un dinero suplente para la realización
dé las transacciones comerciales.206

204 Esto indica Mario Góngora, Studies, p. 133, quien ciertam ente se refiere al modelo de las órde­
nes militares españolas, que a su vez sólo representaban, sin em bargo, una forma particular del
señorío noble. Con atención a la igualdad de nombres, de hecho es posible que los conquistadores tu ­
vieran interés en subrayar especialmente este paralelo.
205 Véase respecto a eso y lo siguiente la investigación atendida muy poco de José M iranda, La
Función económica del encomendero en los orígenes~~del régimen colonial (Nueva España
1525-1531), pp. 9 ss. Sobre todo en la interpretación del carácter de la colonización española, las
conclusiones de M iranda han sido en gran parte ignoradas.
206 Un ejemplo de la extensión de tal dinero suplente es investigado por G ünter Kahlé, “Gedwirts-
chaft im.frühen Paraguay (1537-1600)”. pp. 1 ss.
Adem ás, la encom ienda brin d ab a diversas posibilidades de desarrollo econó­
mico. A través del poder de m ando sobre los indígenas, casi ilimitado en la prác­
tica, pudo im ponerse rápidam ente, p o r ejemplo, el cultivo de plantas españolas,
como árboles frutales, cereales, legum bres y otras por el estilo, productos que
tam bién redundaron en provecho del encom endero dado que al principio los in­
dios con frecuencia no estaban dispuestos a consum ir las plantas, extrañas para
ellos. De igual m odo se procedió con los anim ales domésticos europeos, que los
encomendejos entregaron a los indígenas p ara su cría y reproducción. La tierra per­
teneciente a los naturales de este m odo se explotó, al menos en parte, en beneficio
del encom endero. Así, la institución adquirió tam bién la función de in stru ­
m ento p ara el control de la producción agrícola, la cual posibilitó la rápida propa­
gación de animales domésticos y el cultivo de plantas europeas en A m érica.207
Por últim o, el conocim iento de las localidades y sus habitantes tam bién ofreció a
los encom enderos la posibilidad de adquirir fácilmente las tierras sin dueño, de
m anera que la institución, aunque de m anera indirecta, promovió la formación
de la gran propiedad en H ispanoam érica.208
M ientras la encom ienda favorecía, por u n a parteóla form ación de un sistema
feudal colonial, en su calidad de instrum ento para asegurar el dom inio político de
u n a capa de conquistadores, en u n sentido económico brindaba, por otra, m úl­
tiples posibilidades p a ra el desarrollo de form as económicas capitalistas. Esto
significa que no se puede inferir de la extensión de la encomienda en la Hispanoamé­
rica por sí solo que el sistem a colonial español hubiera sido de naturaleza feudal
ni que los conquistadores no hubieran sido capaces, como los “ caballeros de la
acum ulación original” , de poner en m archa u na colonización capitalista.209
De hecho, los conquistadores y prim eros colonizadores definitivam ente su­
pieron aprovechar las posibilidades económicas de la encom ienda e invirtieron
las ganancias obtenidas de la comercialización de los excedentes producidos por
sus encom iendas en las más diversas em presas económicas, para las que al m ism o
tiem po recurrían a la fuerza de trabajo de los naturales a ellos confiados. A paren­
tem ente, incluso la g ran m ayoría de los encom enderos, al igual que los dem ás
colonizadores, estaban ocupados sim ultáneamente como empresarios en varios sec­
tores económicos y en muchos casos realizaban actividades como productores de
mercancías agrícolas o m anufacturadas, como com erciantes y prestam istas.210

207 De ello se encuentran ejemplos en José M iranda, La función económica del encomendero.
208 Esto indica James Lockhart, “Encomienda and Hacienda", pp. 416 ss. Estudios más recientes
parecen señalar que la adquisición de fincas rurales por un encomendero, en el territorio pbblado
por los indios confiados a él, era más frecuentes de lo que suponía Lockhart; cfr. v. g. Elinore M.
Barrett, "Encomiendas, Mercedes and Haciendas in the T ierra Caliente of Michoacán”, pp. 71 ss.
209 Manfred Kossok y W alter Markov, ‘Las Indias non eran Colonias’ Hintergründe einer Kolo-
niaiapologetik”, p. 2, quienes tom aron el térm ino “caballeros de la acumulación original” de la tra ­
ducción al ruso de u na obra en lengua española. La tesis del feudalismo es m antenida con particular
ahínco por Ruggiero Romaro, “Historia colonial hispanoamericana e historia de los precios”, pp. 11 ss.
210 Cfr. José M iranda, L a función económica del encomendero; Jam es Lockhart, Spanish Perú
M uchas de tales em presas parecen haberse realizado tam bién en sociedad. Inclu­
so C ortés, probablem ente el conquistador recom pensado con m ayor generosidad
por la Corona, se ocupaba de empresas. Por el contrario, no hay nada que indique
que los encom enderos, debido a u n a m entalidad aristocrática o ál afán de
igualarse a la nobleza, se hubieran lim itado a cosechar los frutos de sus esfuerzos y
llevaran u n a existencia de rentistas. Es cierto que los conquistadores y prim eros
colonizadores no hubieran estado dispuestos a em igrar de habérseles prom etido
únicam ente u n a parcela de terreno p ara la explotación agrícola, pero de ningún
modo retrocedían ante los esfuerzos y los riesgos de la actividad em presarial.211
De seguro algunos colonizadores enriquecidos volvieron a España y a la oligarquía
de sus lugares de origen,2*2 pero fueron pocos en total, aparte de que ese com por­
tam iento no se lim itaba de ningún m odo a E spaña, como se h a expuesto ya. L a
heterogeneidad social, acentuada antes, de las huestes conquistadoras, de ningún
modo contradice la tendencia general com probada aquí. De haber sido caracteri­
zada de hecho la m ayoría de españoles de la prim era fase de colonización por una
m entalidad feudal-aristocrática, no se com prendería el proceso de transform a­
ción asom brosam ente rápido que en pocas décadas creó u n a econom ía financiera
basada ya en gran parte en m ercancías y productos europeos, a p artir del sistema
económico indígena que estribaba en el intercam bio de productos naturales,
cuando menos en los centros del dom inio español en ultram ar. T am bién en este
lugar se pone de manifiesto o tra vez que el m odo de vivir feudal-aristócrata y la
actividad em presarial no representaban opuestos irreconciliables en ese periodo,
es decir, que de los valores sociales no pueden desprenderse categóricam ente nor­
mas de conducta en el campo de la econom ía, lo cual queda dem ostrado tam bién
por las considerables actividades em presariales de la nobleza española de la épo­
ca.213 Por tanto, no cabe duda de que de las actividades de los prim eros coloniza­
dores tuvieron un trascendental efecto de m odernización. Así pues, si en la fase
de colonización existí^ la posibilidad de un desarrollo capitalista, los m otivos de
su interrupción deben buscarse en otra parte, no en la form a en que se llevó a ca­
bo la colonización, porque no puede negarse que estas tendencias al fin no fueron
capaces de imponerse. E n este punto hay que señalar que, aparte de las condi­
ciones geográficas, la'política del Estado respecto a las nuevas colonias, fue en

1532-1560', así como las cartas arriba mencionadas, publicadas por Jam es Lockhart y Enrique Otte,
editores, Letters and People', de igual modo, Enrique Otte, “C artas privadas de Puebla del siglo
xvi", pp. 10 ss. '
211 • •
En las cartas que los primeros colonizadores dirigían a sus familiares en la m etrópoli se destaca­
ba una y otra ve?, que aquel que supiera “trab ajar” pronto acum ulaba riquezas en América; cfr. J a ­
mes Lockhart, “Letters and People to Spain”, p, 787. En otro lugar Lockhart señala expresamente
que los primeros colonizadores anticiparon com pletamente el papel de un em presariadp moderno,
como en los últimos tiempos ha sido desempeñado en Latinoam érica sobre todo por extranjeros; cfr.
Jam es Lockhart, “T he social hístory of colonial Spanish America; Evolution and Potential”, p. 7.
212 James Lockhart, “Letters and People to Spain’?, pp: 789 ss.
213 . . •
Cfr Hans Pohl, “Zur Geschichte des adligen Untemehmers im spanischen Amerika”, pp..218 ss.
gran parte la responsable de la estrangulación de estos comienzos de un de­
sarrollo m oderno.
Al igual que la esclavitud, la encom ienda tam bién prom ovía el proceso ya
mencionado de diferenciación social entre los conquistadores y los naturales. Como
factor desencadenador de ello h a b rá que considerar m enos la form a in stitu ­
cionalizada de dependencia que los brutales fenómenos concom itantes del siste­
m a de la encom ienda. D ebido al estado jurídico vinculado con esta institución,
en todo caso hab ría podido desarrollarse u n a relación entre el dueño de una enco­
m ienda y los indios confiados a él com o la que en la m etrópoli existía en tre los
señores nobles y sus “ vasallos” , es decir, con referencia a la versión castellana
del sistema feudal, u n a relación de dependencia bastante relajada que sólo im po­
nía pocas obligaciones de trib u to al vasallo, no lo lim itaba en su libertad de m ovi­
m iento personal y que se caracterizaba, de parte del señor, por el. deber legal y
patriarcal de ayudar. El m ecanism o de defensa contra todo lo extraño, m enciona­
do antes, posiblemente impidió tal desarrollo en Am érica. Sólo en tiem pos m uy
posteriores parece haber surgido algo sem ejante a la experiencia de un deber
patriarcal de ayuda frente a los indígenas de la propia encom ienda en algunos
conquistadores, en particu lar como un antecedente del sistema clientelista tan d i­
fundido en el hemisferio. Así, la encom ienda se cónvirtió en )a p rá c tic a —a des­
pecho de la tem prana legislación p ara el am paro de los indios y por la necesidad
de las condiciones económicas de la C onquista— en un instrum ento evidente p a ­
ra la explotación brutal de los naturales, puesto que los encom enderos se dejaban
guiar en prim er térm ino, por sus intereses económicos en su com portam iento
frente a los indios a ellos confiados. A los naturales nó sólo se les im ponían duras
obligaciones de tributo y de trabajo, sino que, adem ás, eran sometidos a m úl­
tiples malos traeos personales, con frecuencia m uy hum illantes, por el personal
auxiliar de los encom enderos.214 Las vejaciones de la población vencida que re­
sultaron de la situación de conquista se volvieron U na práctica constante, más allá
de la fase de la conquista m ilitar, a través del sistema de la encom ienda, y de este
m odo reforzaron en las colonias el concepto de que los indígenas representaban
u n a capa subordinada,: es más, inferior, destinada a ponerse al servicio y obede­
cer a los europeos. C uánto predom inó esta idea entre los colonizadores, es algo
que queda dem ostrado por m últiples declaraciones en las fuentes, las cuales in­
form an de m anera análoga que incluso los españoles de la más baja extracción
aparentaban señorío frente a los indígenas. Siem pre se ha pretendido interpretar
este com portam iento dé los conquistadores como indicio de un modo de pensar
feudal. De hecho esta opinión, que parece derivarse sobre todo de la,situación de
conquista, se vio reforzada p o r la heterogeneidad de Jos conquistadores, y se con­
servó m ás allá de la fase del adueñam iento de la tierra por el establecimiento de
diversas formas de dependencia directa, necesaria por motivos ecdnómicos y po-

214 En cuanto a este personal auxiliar, llam ado calpixques, cfr; Magnus Mórner, La corona espa-
ñ o la y los foráneos en los pueblos de indios de América, pp. 81 ss.
líticos. L a circunstancia de que con ello se tratab a m enos de u n fenóm eno de
influencia feudal que de la expresión peculiar de u n a m entalidad de los señores
coloniales, es ilustrada por el hecho de que los ingleses y los franceses desarrolla­
ron com portam ientos semejantes frente a la población autóctona de sus colonias
africanas y asiáticas d urante el siglo xix. A dem ás es posible, de m odo análogo a
la situación respecto a los judíos y los conversos en la m etrópoli, que motivos
religiosos tam bién originaran el m enoscabo de los indios y sirvieran para legiti­
m a r la separación social entre los europeos y los naturales que pronto se impuso.
A m bas tendencias, aunque en un principio no racistas, seguram ente favore­
cieron el distanciam iento de las razas y atribuyeron a los naturales u n carácter de
casta inferior.
En el aspecto social, el sistema de la encom ienda im plicaba, pues, la integra­
ción en condiciones de dependencia y subordinación personales, es decir, la in ­
tegración en un escalón socialmente bajo del naciente orden social de la colonia.
Esta diferenciación social surgida de la C onquista y la realidad de la convivencia
entre españoles e indios, habrían de resultar m ás duraderas que todos los intentos
de la C orona de incorporar, por vías de la legislación, a la población aborigen en
un orden estatal y social estructurado según el modelo europeo y con igualdad de
derechos. Esto es cierto tam bién en, vista del hecho de que no todos los indios
fueron entregados a los conquistadores en encom ienda. Pero eran considerados,
sin em bargo, como encom ienda de la C orona y gravados tam bién, m ás o menos
de la m ism a m anera, con obligaciones de tributos y trabajo por las autoridades ci­
viles, de m odo que su situación probablem ente no sé distinguiera de la restante^
población india.
En la form a descrita, que ab ría a los conquistadores u n am plio acceso a los
recursos del país y de sus habitantes, la encom ienda se extendió por toda Hispano-
américa-en el transcurso del adueñam iento dé la tierra. Con arreglo a las realidades
de las distintas regiones y el desarrollo de su ocupación, los diferentes aspectos
políticos, m ilitares y económicos de la institución alcanzaron una significación,
lo cual favorecía la form ación de las particularidades regionales antes m enciona­
das, con frecuencia sancionadas legalm ente por la Corona. En todos los casos,
sin em bargo, la encom ienda constituyó el instrum ento decisivo p ara el establé-
cimierito del dom inio castellano y el inicio de u n proceso de transform ación
económica, social y tam bién política, a p artir del cual llegaría a.,desarrollarse el
orden colonial bajo el influjo de la política estatal. P or otra parte, debe decirse,
que los impulsos a la evolución que em anaron de la encom ienda definitivam ente
no favorecieron .de m anera exclusiva la form ación de Un sistema de feudo colo­
nial — al contrario de u n a idea sostenida con frecuencia— , como puede derivarse
del amplio poder de disposición de los conquistadores y los colonizadores sobre
los naturales, sino que tam bién fom entaron un em presariado capitalista m edian­
te la explotación económ ica de los tributos y las obligaciones de trabajo impuestos
a los naturales. Esto significa, sin em bargo, que el adueñam iento de la tierra en
conjunto fue m arcado por fuerzas y com portam ientos, m uy diferentes y que, por
tan to , la evolución ulterior perm itía to d a clase de altém ativas. T a n sólo en el
aspecto social, las obligaciones económicas inherentes a la ocupación y los m eca­
nismos institucionales dé la C onquista y de los principios del proceso de coloniza­
ción, sirvieron de fundam ento p a ra la form ación de u n a estratificación social en
la cual se asignó a la población autóctona u n a posición bajá, en la que perm an e­
cería por siglos, tam bién por las im previstas repercusiones de la política estatal de
am paro.
L a apropiación del poder de disposición sobre los indios, que parecía necesaria a
los conquistadores por razones económicas y político-militares, pero tam bién de­
seable debido a lá conciencia de tener u n derecho de recom pensa por sus esfuer­
zos, puso a la C orona en u n a situación difícil. P or u n a parte, no podía evitar el
reconocim iento del derecho m oral de recom pensa que tenían los conquistadores,
al igual que la necesidad de tom ar en consideración las exigencias resultantes de
la situación de la C onquista p ara no arriesgar el afianzam iento del dom inio espa­
ñol en las regiones recién adquiridas; por otra, reconocía el peligro de u n a me-
diátización de su poder sobre los nuevos súbditos a través de los conquistadores y
los prim eros colonizadores. T al m ediatización no sólo entrañaba él peligro políti­
co de la creación de u n nuevo sistem a feudal, sino qué a la vez am enazaba los
intereses financieros del Estado y, de m an era más patente, tam bién los afanes iñ-
tegracionistas de la C orona; En este lug ar se pone de manifiesto que la política dé
protección a los indios practicada por el Estado no se dirigía contra los conquista­
dores sólo por motivos hum anitarios, sino tam bién porque con ello se intentaba a r­
m onizar las necesidades políticas de corto plazo con los objetivos a largo plazo dé
la política estatal. Por lo tanto, la legislación del Estado para el am paro de los in­
dígenas em anó siempre hasta cierto grado de Una política absolutista. P or la obli­
gación de conciliar intereses tan distintos se explica tam bién el carácter transigente
y la inconsecuencia de esta legislación estatal que a m enudo puede observarse.
• El gran poder de disposición de los conquistadores y los prim eros colonizado­
res sobre los natu rales afectaba, sin em bargo, tam bién los intereses del clero
regular, el cual representó, d urante la fase inicial dé la colonizáción, casi la totali­
dad de los religiosos activos én A m érica. El clero regular se veía expuesto no sólo
al peligro de tener que ejercer sus funciones en u n a relación dé dependencia de
los encom enderos215 —idea que seguram ente era desagradable para ellos simple­
m ente por motivos sociales— , sino que tam bién debía crear un fundam ento eco­
nómico p ara su actividad. P or lo tanto, dependía tam bién de la fuerza productiva
y de trabajo indígena y por ello m ism o ya se colocaba en cierta posición de com ­
petencia con los colonizadores. L a construcción de las iglesias y los m onasterios,
el m antenim iento de las instalaciones eclesiásticas así como de los monjes m is­
mos, requerían altos sacrificios y u n inm enso trabajo de parte de la población

215 Véanse al respecto las disposiciones que prescribían a los encomenderos las contratación a ex-
pensás propias de religiosos para lá instrucción de los indios en asuntos de fe, como lo decretaba por
ejemplo las instrucciones de Cortés (véase la nota de pie201).
autóctona. No obstante, es probable que haya sido de m ayor envergadura el afán
de evangelización y educación del clero, que necesitaba un alto grado de autori­
dad y prestigio p ara su buen éxito, Tal autoridad sólo podía ganarse, sin em bar­
go, frente a los conquistadores que tendían al trato despiadado de los naturales,
erigiéndose los m onjes en los protectores de los indígenas. D e esta m anera se ase­
guraban la confianza de los naturales am ericanos y conseguían la autoridad sobre
ellos necesaria p ara un trabajo efectivo y duradero de conversión. C on cuánta
perseverancia obraron los religiosos p ara g an ar la confianza de los indígenas se
pone de manifiesto ya en los distintos modos de proceder p ara el establecimiento
del nuevo orden religioso, como cuando se levantaban las iglesias cristianas sobre
las ruinas de los templos paganos o se adaptaban las festividades infieles al calen­
dario de fiestas cristianas: métodos con cuya ayuda logró el clero sustituirse en la
conciencia de los naturales como sucesor de los sacerdotes prehispápicos y
adueñarse, de este modo* de u n profundo influjo en los indios, el cual en parte si­
gue inquebrantable aún en la actualidad. C on ello no se pretende im plicar que
los afanes hum anitarios del clero regular pueden explicarse por u n a especie de ac- ■
titud m aquiavélica, puesto que aquéllos y las teorías del derecho internacional
público desarrolladas para su imposición evidentem ente derivaban de la reform a
monástica y la renovación espiritual realizada en form a paralela a ésta bajo Gis-
neros. Esta posición sólo debe esclarecer que, ap arte de los nuevos motivos
económicos y espirituales, la tarea de conversión y educación de los indios forzo­
sam ente cim entaba ya, en vista del trato dado a éstos por los conquistadores, un
antagonism o entre las órdenes monásticas y los colonizadores. E n el conflicto que
se desenlazaba entre la C orona y los conquistadores, las órdenes se convirtieron,
por lo tanto, en aliado natural del poder estatal.
Las circunstancias aquí descritas dejan ver que el trato de los naturales consti­
tuía la cuestión central en el proceso de la organización del Estado en la H ispano­
am érica colonial. La constelación de los distintos intereses del Estado, la Iglesia y
los colonizadores dem uestra, adem ás, que a despecho de la significación de las
necesidades económicas —la cual no puede evaluarse dem asiado alto— la obten­
ción del control político sobre la población indígena ten ía que ser la cuestión pre­
dom inante tanto p ara el Estado como p ara los colonizadores y la Iglesia, puesto
que para todos ellos la imposición de este control equivalía, en vista de la oposi­
ción de los intereses, al requisito p ara el control económico de los recursos de las
regiones recién adquiridas y sus habitantes. Los pronunciados residuos del pen­
samiento feudal de parte de los conquistadores y el interés del Estado por im poner
su poderío soberano precisam ente d u ran te ese periodo im pidieron u n a poli ti ?
ca colonial de orientación netam ente m ercantilista, como la que practicaban
otras potencias coloniales europeas desde el siglo xvn. Las condiciones internas
de España durante la época del adueñam iento de la tierra fueron proyectadas en
gran parte sobre H ispanoam érica y docum entan claram ente, en su expresión
am ericana, el estado de transform ación interior que la m etrópoli experim entaba
én esos tiempos.
c) El orden político-administrativo en la fase inicial de la colonización

A ún después de la apropiación territorial, la organización estatal en las distintas


regiones de u ltram ar fue determ inada, d u ran te un periodo largo —con frecuen­
cia hasta una y dos décadas—, p o r las capitulaciones estipuladas antes del in id o de
las diversas expediciones en tre la C orona y los com andantes de las cam pañas
de descubrim iento y conquista. En estos convenios contractuales, el rey n o m bra­
ba a los jefes p ara los cargos de virrey, alm irante y gobernador, como en el caso
de Colón; y p a ra ad elantado o cap itán general y gobernador, en el caso de los su­
cesores del genovés. Estos nom bram ientos instituían al jefe respectivo en repre­
sentante del poder estatal y le d elegaban am plias funciones m ilitares, civiles y
judiciales, de cuyo ejercicio respondía exclusivam ente al m onarca y al consejo
suprem o com petente en cada caso.
Las diferentes designaciones de cargo que se otorgaban a este poder suprem o
docum entan más el carácter transitorio del desarrollo histórico constitucional de
la m etrópoli du ran te aquella época que las diferentes facultades jurídicas o
atribuciones de cargo, ya que en la práctica las funciones relacionadas con las dis­
tintas funciones eran casi las m ism as. P o r el contrario, el estatus y la procedencia
de éstas éran del todo diferentes. M ientras la dignidad de virrey concedida a C o ­
lón posiblem ente fuese dé origen catalán-aragonés,216 la posición de “ alm irante
del M a r O céano” , conferida al descubridor constituía un cargo nuevo que basa­
ba toda su concepción legal en el modelo del alm irantazgo de Castilla del m e­
dievo, en posesión hereditaria de u n a familia aristócrata, y én cierto m odo
equivalía, por: lo tanto, ¡a u n a creación anacrónica.217 El adelantam iento (el cargo
de u n adelantado) de origen correspondiente al Comandante de las regiones fron­
terizas con los reinos moriscos, tam bién com prendía poder m ilitar , civil y j udicial
en dependencia directa de la C orona y se había vuelto hereditario ya durante la
baja Edad M edia.218 De origen tam bién antiguo, aunque discutido, eran los car­

216 En cuanto ai origen de la dignidad de virrey, que más tardé reviviría en forma un tanto m odifi­
cada en la adm inistración colonial hispanoam ericana, se produjo dentro de ¡a historiografía españo­
la una 'extensa Controversia entre los "castellanos" y los “aragonés” , quienes se afanaban en derivar el
cargo de “su" .respectiva historia medieval; cfr., entre otros, Jaim e Vicens Vivés, “Precedentes m edi­
terráneos del virreinato colombino”, pp. 571 ss.; Alfonso García-Gallo, “Los virreinatos americanos
bajo los Reyes Católicos” , pp. 639 ss.; Jesús Lalinde Abadía, “Virreyes, lugartenientes medievales en
la Corona de Aragón”, pp. 98 ss. El debate parece ocioso, pues la función de un suplente del m onar­
ca en situaciones extraordinarias era usual en ambos reinos, aunque el térm ino visórreyi o más tarde
virrey, probablem ente sea de origen catalán-aragonés.
217 Sobre el cargo del alm irante de Castilla y el almirantazgo de Colón creado por adherencia a
aquél, cfr. Florentino Pérez Embid, “El almirantazgo de Castilla hasta las Capitulaciones de Santa
Fe”, pp. I ss. En cuanto a la historia de la creación de las distintas funciones delegadas a Colón, cfr.
Alfonso García-Galio, “Los orígenes de la administración territorial de las Indias; Él gobierno de Co­
lón” pp. 563 ss.
2’8 Sobre el cargo dél adelantado, Alfonso García-Gallo, “Los orígenes de la adm inistración terri­
torial de las Indias; El gobierno de Colón”, pp. 625 ss; asimismo, Ricardo Zorraquín Becú, La orga-
gos de general o gobernador, con frecuencia concedidos en conjunto, pero te­
nían u n carácter sólo tem poral y en principio no se otorgaban, en todo caso, ico-
mo propiedad hereditaria.2lSM ientras el poder de gobierno y el m ando m ilitar en
época de paz podían estar vinculados con el cargo de un gobernador en regiones
judiciales de m uy divergente trascendencia, en el caso de u n capitán general se
tratab a del com andante suprem o de u n a expedición m ilitar o de u n a zo n a d e ad­
m inistración m ilitar superior. Ambos cargos tenían, pues, un carácter m ás gene­
ral que los antes mencionados, y su concesión no com prom etía a la C orona en la
m ism a m edida en que ocurría con las funciones hechas perm anentem ente heredi­
tarias. Es cierto que en el transcurso de la C onquista la capitanía general y el
puesto de gobernador tam bién eran otorgados en ocasiones como cargos heredi­
tarios, au n q u e tal privilegio g u ard ab a la cualidad de algo p articular, m ien­
tras que en los dem ás oficios esta característica form aba ya u n a parte integrante
de la función. En los casos en que la posibilidad de transm isión por herencia
re p re se n ta b a u n privilegio especial, e ra m uy fácil a n u la rla h a b la n d o de
incum plim iento de los deberes del cargo. P or lo tanto, no sorprende que en el
transcurso de la apropiación territorial ultram arina la C orona pasara a nom brar
en m edida creciente a los com andantes de las expediciones para capitanes genera­
les y gobernadores. No obstante, las atribuciones de los diferentes delegados eran
en gran m edida las m ismas, debido al solo hecho de la autonom ía resultante de lá
distancia.
A unque p o r m edio del nom bram iento p a ra -u n cargo y la correspondiente
delegación del poder civil, m ilitar y ju d icial al com andante de u n a expedición
de descubrim iento o conquista se confería a la respectiva em presa un ca rác ­
ter jurídico-público, con base en el cual se hacía posible el establecim iento de
un gobierno político en nom bre de la C orona de Castilla, estas expediciones se­
guían siendo por otra parte, tam bién operaciones de organización capitalista y
orientadas hacia el lucro, como ya se h a destacado repetidas veces. Esto se pone
de manifiesto porque los dem ás participantes en tal cam paña de descubrim iento
y conquista estaban ligados a la em presa únicam ente por vínculos del derecho
privado.220 Se com prom etían voluntariam ente a la cooperación y la adhesión leal
al com andante, pero, por otro lado, no podían retirarse del viaje sin autorización

nización política argentina en el periodo hispánico, pp. 74 ss,; en cuanto a la historia de este cargo en
Castilla, cfr. Luis G. de Valdeavellano, Curso de historia de las instituciones españolas, pp. 508 ss.
219 Sobre las distintas formas de capitán, cfr. Luis G. de Valdeavellano, Curso de historia de las
instituciones, pp. 620 y 627. No existen estudios acerca del cargo de capitán general en América. En
cuanto al cargo de gobernador en España, cfr. Luis G. de Valdeavellano, Curso de historia de las ins­
tituciones, pp. 501 ss.; asimismo, Alfonso García-Gallo, “Los orígenes de la adm inistración territo­
rial de las Indias: El gobierno de Colón", pp. 598 ss.; sobre los diferentes tipos de gobernados en His-
panoám erica informa recientemente Ricardo Zorraquín Becú, “Los distintos tipos de G obernador en
el Derecho Indiano” , pp, 539 ss.
, Cfr. tam bién José Miranda, Las ideas y las instituciones políticas mexicanas. Primera parte
1521-1820, pp. 30 ss.
de éste m ientras d u rab a la cam paña. C om o contraprestación no recibían u n a pa­
ga fija, sino únicam ente la expectativa fu tu ra de una parte proporcional de la ga­
nancia de la expedición, cuyo m onto dependía del valor de su inverisón, en caso
de que hubiera entregado u n a participación financiera, o del valor de la contribu­
ción m ilitar calculada según el equipo y su utilidad. C ualquiera que fuese el ori­
gen social de los diversos participantes, es probable que el im porte de su parte del
botín haya ejercido u n a influencia determ inante sobre la posición del individuo
dentro del grupo, lo cual a su vez h ab ría tenido consecuencias sobre la concesión de
recompensas, como por ejem plo en la form a de encom ienda. M ediante la sum a
de la participación en tal em presa ya se hacía posible, por tanto, una m ejora del
estatus social en la naciente sociedad colonial. Las condiciones de intervención no
eran consignadas, sin em bargo, en la capitulación entre el com andante y la C oro­
na. En los textos contractuales únicam ente se advertía a los participantes del
cum plim iento con su deber de adhesión y obediencia y se am enazaba con severos
castigos en caso de contravención. El com andante de la expedición desem peña­
ba, pues, u n a función doble: por u n a parte era el titular de u n a tarea jurídico-
pública, con funciones concretas, delegada por la C orona, y por otra, era el jefe
responsable de u n a em presa capitalista sostenida por un afán individual de ga­
nancia, cuya form a ju ríd ica era usual en las sociedades comerciales de aquella
época.221 Su relación con los que lo acom pañaban tenía un carácter com parable al
del vínculo entre condotiero y m ercenarios.
C om o se ha expuesto anteriorm ente, este vínculo entre el afán particular de
lucro y la m isión estatal ya fundaba el conflicto entre la C orona y los conquistado­
res. Después de la triunfal conclusión de la C onquistadla identificación de intere­
ses que originalm ente existía entre el Estado y el em presario particular al que éste
h ab ía recurrido se disolvió en u n a oposición entre el com andante y los particip an ­
tes, que con frecuencia se sentían d efraudados en su recom pensa, por u n a p arte,
y en u n antagonism o en tre la C orona y la to talidad de los conquistadores por
otra. Este últim o enfrentam iento en particular no estuvo lim itado tem poralm ente
a la fase de la Conquista, sino que desembocó en una desavenencia perm anente en
la Colonia entre el Estado y las clases altas coloniales, y con intensidad diver­
gente m arcó la evolución histórica de H ispanoam érica hasta la independencia.
Las amplias atribuciones oficiales, la delegación de las funciones de por vida,
en la m ayoría de los casos, y con frecuencia incluso de m anera hereditaria, y por
últiíno los vínculos m ás bien perténecientes al derecho privado entre el com an­

221 Aquí deben evocarse sobre todo los distintos tipos de sociedades comerciales que tam bién en
España se habían desarrollado con adhesión a modelos italianos; cfr. Luis G. de Valdeavellano, C ur­
so de historia de las instituciones, pp. 291 ss.; en cuanto al significado de estas sociedades en la ex­
pansión ultram arina de España, cfr. A ñdré Sáyous, “Partnerships in the tráde between Spain and
America and also in the Spanish coloñies in the sixteenth century”, pp. 282 ss.; asimismo, Mario
Góngora, Los grupos de conquistadores en Tierra firm e (1509-1530). Fisonomía histórico-social de
un tipo de conquista, pp. 47 ss. , 129 ss. y 132 ss., donde se publica la:liquidación final de tal negocio
y dos contratos de compañías.
dante y su séquito, conferían a los jefes de las expediciones de conquista y des­
cubrim iento u n a posición com parable, al m enos en apariencia, con la de un con­
de medieval. Por lo tanto, aparte de la encom ienda, al parecer tam bién de modo
de concluir contratos entre la C orona y el em presario, es decir, de las cláusulas
consignadas eft los mismos, em an ab an fuertes impulsos p ara la constitución de un
sistema feudal colonial.222 D e hecho, los poderes de estos com andantes eran
extraordinariam ente amplios. No sólo estaban autorizados, por ejemplo, para
nom brar según su albedrío a todos los titulares subordinados de cargos y fun­
ciones, sino tam bién p ara fundar ciudades en los lugares que les parecieran ade­
cuados e instalar el gobierno de las mismas; p ara disponer de la población indígena
sometida conformé a las necesidades; para adjudicar encomiendas y tomar
decisiones de vida y m uerte en calidad de jueces: poderes que com prendían
prerrogativas verdaderam ente reales. Este trascendental poder de m ando y de
disposición, delegado con frecuencia de p o r vida e incluso con él derecho de trans­
m isión p o r herencia, m ás que todos los dem ás m ecanism os institucionales
desarrollados en el transcurso de la Reconquista y empleados en la expansión ultra­
m arina, en virtud del citado paralelismo con la posición de un conde medieval,
h a inducido a la conclusión de que la apropiación española de la tierra en A m éri­
ca fue u n a em presa llevada a cabo con los medios del feudalismo. R ecordando las
deliberaciones ya hechas sobre este conjunto de problem as, harem os constar
aqúí únicam ente la determ inación de que está inferencia pasa por alto los si­
guientes puntos im portantes; a saber: no es posible com parar la m onarquía de
principios de siglo xvi en el juicio de sí m ism a con los soberanos de la Edad M e­
dia, porque, en prim er lugar, aquélla no sólo contaba con la voluntad, sino
tam bién con los medios p a ra g u ard ar su pretensión a la soberanía a toda costa; en
segundo lugar, porque al estipular las capitulaciones, ya tom aba las medidas nece­
sarias p a ra poder im poner su autoridad cuando esto parecía oportuno y conve­
niente en vista del desenvolvimiento dél proceso de colonización, y en tercero,
que no todos los conquistadores eran presa, todavía, de las tradiciones m entales
del feudalismo, puesto que los modos de pensar y de com portarse con caracterís­
ticas capitalista-burgueses ya habían comenzado a ‘socavar los viejos sistemas
de valores. L a naturaleza feudal de la expansión ultram arina fue, por lo tanto, de
índole más superficial, y és posible que el peligro reiteradam ente citado de una
feudalización de las regiones recién descubiertas fuese más aparente que real.
A unque las formas hayan sido tom adas de la época del feudalismo, su contenido
ya se había modificado, los que m anejaban las instituciones antiguas ya no eran
los mismos y los impulsos del m ovim iento de expansión sólo obedecían, en parte,
a los modos de pensar y los valores feudales.
Las m edidas tom adas por la C orona p ara im pedir la feudalización de los terri-

222 La comparación con los condes medievales y la indicación, deducida de la misma, dé los afa­
nes de feudalización sostenidos por los comandantes son presentadas por José M iranda, Las ideas y
las instituciones políticas mexicanas, p. 45.
torios de los que pretendía adueñarse sé m anifiestan, por una parte, en la selec­
ción de los com andantes de tales em presas de descubriem iento y conquista y se
consignan, por otra, en form a de ciertas restricciones en las capitulaciones y los
dem ás docum entos redactados de acuerdo con la conclusión de la capitulación.
En lo referente a la conquista, por ejem plo,,la C orona tuvo cuidado de apartar a
los m iem bros de la alta aristocracia de todo el m ovim iento de expansión, a pesar
de que algunos representantes, sobre todo de las poderosas familias nobles de A n­
dalucía, ofrecieron reiteradam ente su participación en las expediciones, mediante
el aporte financiero y la facilitación de equipo personal. Sin embargo, la Corona
se resistió siem pre a estas ofertas y prefirió a los m iem bros de otras capas de
menos influencia sociaLy política, que por ello no estaban en condiciones de m o­
vilizar poderosos intereses a su favor en la m etrópoli. N inguno de los des­
cubridores ni conquistadores contaba, pues, con u n a base de poder debido a su
posición social, a p artir de la cual h ub iera podido luchar de un modo eficaz por
cualquier pretensión frente al E stado.223 ,:
Las disposiciones —ocasionalm ente asentadas en las capitulaciones, pero con
m ayor frecuencia en las instrucciones entregadas a los, com andantes de las expe­
diciones' de conquista— acerca del modo de proceder en la apropiación territorial,
el trato a los indígenas, el encauzam iento de m edidas de colonización, etc.,
equivalían desde el principio a una considerable lim itación del amplio m argen de
/ competencia, y conferian a l a em presa.un carácter estatal mediante el compromiso
del jefe con los. modos de proceder de, la recién surgida jerarq u ía de cargos. Es­
tas reglam entaciones, que en el transcurso de la apropiación de la tierra se vol­
vían cad a vez más detalladas, casi siempre resultaban de poca eficacia práctica,
dado que los conquistadores eran constantem ente confrontados con situaciones
¡imprevistas e imprevisibles, que con bastante frecuencia hacían necesaria una
desviación de la regla. Adem ás, los conquistadores alegaban a m enudo la incom ­
patibilidad dé las instrucciones reales con las condiciones del país, para así hacer
caso omiso con m ayor facilidad de todas las restricciones de.la legislación de la
C orona que contuvieran;su afán de ganancias. En conjunto, las indicaciones reales
sólo raras veces se llevaron a cabo po r com pleto en la. form a establecida por
las capitulaciones y las instrucciones con ellas vinculadas. No obstante, precisa­
m ente su transgresión daba a la C orona el pretexto deseado para im poner la
autoridad estatal a los conquistadores y los- prim eros colonizadores en las regiones
recién adquiridas, por m edio de la revocación de los privilegios y otras medidas.
A despecho de todas las prerrogativas y mecanismos feudales que pueden obser­
varse en la expansión u ltram arina de España; la s indicaciones hechas a los con­
quistadores no sólo manifiestan la voluntad de la Corona de dar un carácter estatal
a las em presas, sino tam b ién lqs esfuerzos del poder central por, determ in ar las
formas de expansión y com prom eter a los com andantes de las expediciones con
los procedimientos del naciente sistema burocrático. P or tanto, los jefes de las

- 223 Respecto a esto y lo expuesto a continuación, véase las pp.


cam pañas de descubrim iento se distinguían por u n a doble naturaleza: por una
parte, u h gobernador m ilitar sum am ente privilegiado, con am plias facultades ci­
viles yjudiciales, que podía cerrar tratados, aceptár avasallam ientos a la C orona
española y dar recom pensas, así como disponer de los territorios y sus habitantes
en representación del m onarca y, por otra, u n funcionario al servicio del Estado,
sujeto a ciertos modos de proceder y por ello tam bién expuesto a procedim ientos
de investigación según las reglas de control de funcionarios. A un cuando no sea
posible ignorar que d u ran te la fase inicial de la expansión u ltram a rin a el últim o
aspecto pasaba a segundo térm ino en relación con el prim ero, el peso fue desple­
gándose en m edida creciente hacia la calidad de funcionario en el tran scursodel
procesó de expansión. El rápido desarrollo de la legislación de la C orona respecto
a la orientación general que debía observarse en lá apropiación y colonización de
los territorios recién adquiridos, lo cual tam bién afectó de m anera cada yez más
precisa las instrucciones p ara los jefes de las distintas expediciones, docum enta
este desplazam iento de peso224 aun en los casos en que se conservaban los grandes
privilegios de los com andantes. El problem a no es, por tanto, el cum plim iento o
rio de las norm as sino cuándo la C orona im pone el cum plim iento y cuándo deja
m ano libre a pesar de las reglas establecidas.
Adem ás de ello tam bién podrá partirse de que las indicaciones de la C orona
p ara la fund ació n d e ciudades y el establecim iento de poblaciones trazadas según
norm as urbanas estaban proyectadas, entre otras cosas, como m edida preventiva
política contra un exagerado desarrollo de poder por parte d e los grupos de con­
quistadores. Respecto al papel de la ciudad en la colonización española, la histo­
riografía se ha conform ado con la determ inación de que el m odo de población
urbano de la península ibérica fue trasplantado a Am érica y que la colonizatción
adquirió así u n carácter em inentem ente urbano, cuyas concepciones se interpretan
ya como em anación de la cultuira del Renacim iento, ya como tradición m e­
dieval.22?; A parte de esto, la ciudad de H ispanoam érica es considerada como un
instrum ento p ara el dom inio,de la población nativa sometida; qüe a la vez adop­
taba la función de u n catalizador de los afanes civilizadores de los europeos,226 co­
mo ya se ha expuesto brevem ente. Por medio de la fundación de ciudades y de
la obligación de establecerse en ellas que existía al menos para los encom enderos,
tam bién se hacía posible encuadrar, a los conquistadores en un m arco institu­
cional: el gobierno de la ciudad orgáriizado según el modelo español. Séguram en-

224 El coronamiento de esta evolución es m arcado por las Ordenanzas de Descubrimiento, nueva
población y pacificación de Felipe II de 1573; véase al respecto la más reciente edición de esta ins­
trucción» que comprende 148 artículos; ^Ministerio de la Vivienda, editor, “Transcripción dé las or­
denanzas de... de las Indias, dadas por Felipe I I el 13 de julio de 1573. -
225 Cfr.ílos años 32 y 33/34, núms. 127-138 (1972-74), de la Revista de Indias. Acerca del papel de
, la ciudad en el.proceso de colonización, véase particularm ente R ichard M. Morse, “Introducción a la
historia urbana de Hispanoamérica”, pp. 9 ss. / .
226 Véase antes ii. 2.6. Acerca del papel de la ciudad como instrum ento de dominio, cfr. James
Lockhart, “Encomienda and Hacienda”.
te la clase social de los encom enderos dom inaba estas ciudades, disponiendo, con
el gobierno incluso, de un m ecanism o institucional para la articulación de sus in­
tereses; pero la C orona podía p artir de que, con la evolución ulterior dentro de
las ciudades, no sólo surgirían distintos grupos sociales con esferas de intereses
posiblem ente opuestos, sino que adem ás sería posible som eter los municipios
americanos, (de m odo análogo al desarrollo en la m etrópoli) al dom inio de la
C orona por m edio de u n proceso institucional de adaptación.227 D e este m odo fue
posible prevenir el nacim iento de u n a nobleza rural que posiblemente hubiera
establecido fortalezas am uralladas. El papel de las ciudades en la formación del
absolutismo m onárquico bajo los Reyes Católicos y el proceder paralelo de la
m onarquía contra los recintos fortificados de la nobleza ru ral estaban demasiado
vivos en la m em oria p a ra no influir, ju n to a otros factores, en la concepción d é la s
repetidas disposiciones de la C oro n a acerca de la fundación de municipios.
Asimismo, la creación de ciudades y la instauración sim ultánea de un gobierno
en las mism as significó el establecim iento de instituciones relativam ente indepen­
dientes del am plio poder de m ando de los com andantes de las expediciones de
descubrim iento y conquista. Es cierto que la com petencia p a ra la fundación
de una ciudad y para el nom bram iento de los primeros miembros dé su gobierno, al
igual que la presidencia sobre el recién fundado ayuntam iento, se encontraba en
m anos del respectivo com andante y sus apoderados, pero después de su funda­
ción,. las autoridades m unicipales poseían cierto grado de independencia y así po­
dían servir de contrapeso a las grandes atribuciones de poder del com andante,
como de hecho sucedió con bastante frecuencia.228 P ara los conquistadores vincu­
lados con la em presa exclusivam ente p o r la obligación de vasallaje, se ab ría de
esta m anera u n m ecanism o de quejas regulado institucionalm ente, el cual asegu­
raba cierta independencia del com andante suprem o y ofrecía un acceso directo a
la adm inistración central real. A unque éstos argum entos a prim era vista parez­
can derivados del conocim iento de la evolución histórica, por decirlo así ex post, es
apenas concebible que no hayan influido en la política dé urbanización del Esta­
do, en vista de los procésos que se llevaron a cabo en la m etrópoli durante la
segunda parte del siglo xv.
M ientras la fundación de ciudades b rin d a b a a los conquistadores, p o r una
parte, la oportunidad de articular sus diversos intereses, discrepantes de los de sus je­
fes, tam bién im plicaba, por otra, u n a posible consolidación dél poder representa­
tivo. Debido al privilegio, fírm e aun en la m etrópoli, del tercer testam ento

227 Cfr. antes n. 1. a.


228 Respecto a esto recuérdense solamente las quejas de los representantes de la ciudad de Santo
Domingo contra Colón, las cuales condujeron a la destitución del descubridor. En un principió, la
Corona fomentó la autonom ía de las ciudades frente a los comandantes de las expediciones de la
Conquista. Decretó, por ejemplo, en contra de los esfuerzos de Cortés de asegurar para si el derecho
de nom brar a los funcionarios municipales relevados anualm ente, que los vecinos de las ciudades
tendrían el derecho de elegir libremente a su gobierno; José M iranda, Las ideas y las instituciones
políticas mexicanas, p. 49.
representado por los delegados dé las ciudades, para la aprobación de contribu­
ciones a cambio de concesiones políticas de la C orona, pronto se planteó la cues­
tión de la injerencia de las ciudades coloniales en las cortes de la m etrópoli o,
como alternativa, el problem a de establecer sus propias ju n tas de cortes. L a vi­
gencia del problem a de la representación de los estados en las posesiones ultram a­
rinas puede verse en que ya en 1518 los representantes de las ciudades de Santo
D om ingo se reunieron en asam blea p a ra la discusión de sus dificultades com u­
nes.229 E n el transcurso del siglo xvi tam bién se realizaron tales ju n tas en otras re­
giones coloniales, convocadas en form a independiente y sin la intervención de la
C orona por las ciudades. P or cierto, tam bién en este caso el derecho p a ra la fija­
ción legislativa d é la cuestión se encontraba exclusivamente en m anos de la C oro­
na, que p o r ello disponía de otro m edio de presión o de seducción en la disputa
próxim a con los distintos grupos de conquistadores.
P odrá inferirse, por lo tanto, que los privilegios y las com petencias de los jefes
de conquista, que en u n principio parecían ta n anacrónicam ente amplios, de h e­
cho estab an sujetos a u n a plétora de lim itaciones, al m enos posibles, y de res­
tricciones indirectas. Éstas perm itían al p oder del Estado intervenir p o r los
m ás diversos motivos, m ediante lo cual pudo restablecerse la soberanía m onár­
quica, restringida en un principio por las capitulaciones así como por los de­
sarrollos desencadenados por éstas. La C orona y los conquistadores obraban,
pues, con base en esperanzas e intenciones distintas ya a p artir de la Conclusión
d é la s Capitulaciones, lo cual pone de manifiesto que el fenóm eno m oderno del
absolutism o m onárquico y la form ación, relacionada con el m ism o, de u n orga­
nism o estatal com prom etido con intereses superiores a sí m ism o, aún no había
penetrado cabalm ente en la conciencia de los: contem poráneos,
¿Que form a tenía' éntonces la organización adm inistrativa y política de los re ­
cién adquiridos territorios ultram arinos de E spaña durante la fase inicial de la co­
lonización? Según el derecho adm inistrativo, la estructura de la adm inistración
de las colonias, al principio; estaba construida en todas partes de acuerdo con el
mismo esquem a sencillo, con omisión d é la s particularidades regionales. En la
cabeza se encontraba, con amplios poderes militares,: civiles y judiciales, el ade­
lan tad o o cap itán general y g obernador nom b rado p o r la C orona el cual, en la
m ayoría de los casos, ejercía sus funciones con la ayuda de algunos apoderados
designados por él (tenientes de adelantado o de capitán general y gobernador).
OtrO elem ento de esta em brionaria adm inistración central colonial era el form ado
por los empleados de la H acienda, instalados, por regla general, por el rey (veedor,
factor, contador y tesorero) y algunos funcionarios nom brados por el com andan-
te en jefe, que en representación de éste se encargaban de tareas judiciales, como
el alcalde m ayor;230 funcionarios notariales, como el escribano; y otros militares,

229 Cfr. Manuel Giménez Fernández, “Las Cortes de la Española en 1518”, pp. 54 ss.
Estos alcaldes mayores no deben confundirse con los posteriores funcionarios reales de distrito
como los diferentes capitanes q com andantes inferiores. El jefe suprem o ocupaba
de ordinario; el, puesto de por, v ida y con frecuencia con derecho de traspaso por
sucesión, y podía delegar sus poderes sin restricción alguna; Com o única instan­
cia subordinada estaba el cabildo, erigido según el modelo castellano, el cual por
cierto podía aún, ai contrario de las ciudades de la m etrópoli, elegir él m ism o a
los regidores, sujetos a turnos anuales, adem ás1de nom brar todos los años a dos
alcaldes ordinarios y~ a los funcionarios m unicipales de policía y de H acienda.
Puesto que al principio la C orona aún se abstenía de convertir el puesto de los re­
gidores en cargo vendible y transmisible p o r herencia, como lo era en la m etró­
poli, y la instalación d e los corregidores reales sólo se efectuaba lentam ente, las
autoridades m unicipales, de la C o lo n ia co ntaban c o n u n a libertad de a c c ió n
mucho m ayor que sus modelos castellanos. D ado que las zonas de jurisdicción de
las distintas ciudades no estaban fijas por principio; sino sólo circunscritas por sus
límites de unas c o n otras, las autoridades, la m ayoría de las veces, dirigían u n
territorio sum am ente vasto, del tam año dé: provincias enteras. P o r cierto,,, esto
echaba la carga principal del trabajo de colonización sobre el cabildo, que no sólo
debía responder por el m antenim iento de la paz y el orden en u n a región tan ex­
tensa, sino que: además tenía que garantizar el líbre paso por las vías de comunica­
ción y tom ar un gran núm ero de m edidas de obras, económicas, sociales e incluso
m ilitares.231
L a organización política sólo fue más compleja en las posesiones del C aribe
antes ad q u irid as,. en las que, en virtud de los privilegios extraordinariam ente
amplios de Calón, se había form ado ya un orden jerárq u ico . Al frente del mismo,
como virrey; alm irante y gobernador, se encontraba C olón, con poder de m ando
sobre la totalidad de las islas ocupadas p o r los españoles. C om o apoderado suyo
estaba :el hermano: del descubridor, Bartolomé, quien había sido nom brado
‘ ‘A delantado m ayor d é la s In d ias’ ’ por C ristóbal C olón sin que la C orona protes­
tara contra esta medidia, que superaba las competencias del descubridor, Las de­
más islas del C aribe que ya h abían sido ocupadas, como Puerto Rico y C uba,
estaban subordinadas a los gobernadores designados por C olón o su heredero, los
cuales aparecían cómo sus apoderados locales. Así,¡ ya existía en esta región un
sistema de provincias superiores y subordinadas que no sería desarrollado en
tierra firme hasta después, salvo en el caso de P anam á, donde Pedrarias D ávila
recibió u n a posición com parable a la de C olón corno gobernador general, al ser
puesjas bajo sus órdenes las provincias colindantes de C entro Am érica. Este de­
sarrollo paralelo se deriva de que la C orona, desde antes de fu n d a r las prim eras
bases sobre tierra firm e prócuró restringir los derechos de Colón y le disputó el

en la Nueva España; véase en cuanto á los diferentes tipos de alcaldes mayores Alberto Yalí Rom án.
“Sobre alcaldías mayores y corregimientos en Indias”, pp. 1 ss.
231 Sobre las diversas tareas de la adm inistración m unicipal, cfr. John Preston Moore, The Cabil­
do in Perú under the Hapsburgs: A S tu d yin the Origins and Powers o f the Tozvn Council in The Vi-
ceroyülty o f Perú 1530-1700,
m onopolio del descubrim iento al que aspiraba.232 C om o es sabido, los diferentes
conceptos sobre el contenido y la extensión de los privilegios de Colón desembo­
caron en u n proceso de varias décadas de duración entre la C o rona y los herede­
ros deldescubridor, .el.cual, debido a su trascendencia y su im portancia general,
difirió considerablem ente la formación de un sistema de adm inistración territo­
rial correspondiente a todo el reino colonial. A parte de estos indicios tem pranos
de u n sistem a adm inistrativo de varias ram as, el surgim iento de escalones je rá r­
quicos se efectuó, por lo general, bajo el influjo de la política estatal para la cons- ,
trucción de un aparato adm inistrativo organizado burocráticam ente.
El orden político-social, es decir, la distribución .efectiva del poder, era determ i­
nado, sin em bargo, menos por las atribuciones- de cargos que por la posición social
del individuo dentro de la sociedad oridinal de conquistadores y; colonizadores,
según resultó de la com binación d e l estatus social; heredado y e l. prestigio a d ­
quirido en el transcurso de la C onquista. En esta jerarq u ía, el com andante tenía,
tam bién la prim acía sobre,los dem ás conquistadores y colonizadores, la cual era
subrayada por la instalación por tiem po de vida de las más altas dignidades civi­
les y m ilitares que así lo elevaban por encim a de, un funcionario com ún. El cans­
ina del jefe triu n fan te contribuía, adem ás, al afianzam iento de la posición
descollante del com andante supremo. U n a p arte de los dem ás españoles tam bién
recibió encom iendas de diferentes, extensiones y transmisibles por herencia, lo cual
según las ideas d é la época era equiparable a la concesión de derechos señoriales.
El poder y la influencia, de este grupo se regía en gran m edida p o r el núm ero de
indígenas encomendados a sus m iem bros y por los recursos económicos de la res­
pectiva- encom ienda. L a adjudicación de ta l encom ienda constituía al beneficiario:
en el gobernador defacto de los indios subordinados a él. Debajo de esta capa de
encom enderos, política y socialm entedom inante, se encuentran los europeos que
pronto les siguieron, que no habían sido tom ados en cuenta en el reparto de las
encom iendas y que procuraban obtener riqueza y prestigio por medio de distintas
actividades comerciales, em presas m anufactureras o agrícolas y la adquisición de
cargos, p ara de, este: modo no perder el vínculo con la naciente clase alta. Entre
estos nuevos señores y la m asa de la población autóctona se ubicaba la nobleza in­
dígena m edia y baja, la. cual ejercía u n a función interm ediaria im portante para la
integridad y el desarrollo de las nuevas colonias,y que sería la única, de las dife­
rentes formaciones sociales heredadas de la población indígena, q u e .sobreviviría
cprno estrato social.
En los párrafos anteriores se h a hecho patente que, para E spaña tanto como
para las potencias coloniales del siglo x ix , “ el problem a central fue y siguió sien­
do: ¿cómo debía com portarse la potencia colonial hacia los indígenas, que vivían;

282 Cfr. respecto a esta problem ática Alfonso García-Gallo, “Los principios rectores dé la organi­
zación territorial de las Indias en el siglo xvi” , pp. 665 ss. En cuanto ál pleito de Colón, cfr. la intro­
ducción a la publicación de los autores Antonio Muro Orejón, Florentino Pérez Embid, Francisco
Morales Padrón, editores, Pleitos Colombinos, vol. i , pp. x x i i ss.
dentro de sus órdenes sociales y sistemas de autoridad tradicionales?” 233 Al
contrario de Portugal, que aparte del proceder posterior en Brasil, seguía u n a po­
lítica de establecim iento de bases comerciales asegurada por convenios y tratados
con soberanos y caciques indígenas, y que pretendía con ella un gobierno indirecto,
España aspiró, al cabo del descubrim iento y después de u n periodo de tran si­
ción que sólo duró pocos años, al dom inio directo sobre los naturales en las re ­
giones recién adquiridas, que tam bién fue instaurado en las colonias francesas
durante el siglo xrx. Sólo contadas veces, en particular entre los dominicos, se
abogó por u n a política de penetración pacífica com parable a la de los p o rtu ­
gueses, pero con ello perseguía sobre todo el fin de m ejorar la suerte de los
indígenas. Sin em bargo, las m as de las veces tan to la Iglesia como los conquista­
dores ap ro b ab an la política estátal dé u n som etim iento directo de la población
autóctona a u n sistema de gobierno español así la transición a la colonización
poblacional. El establecim iento, de tal sistema hacía necesaria la integración vo­
lu n taria o forzosa y, al m ism o tiem po, la realización de un program a de reed u ­
cación cóm o requisito p a ra un dom inio duradero. Esta reeducación se fu n d ab a
en U na conciencia de u n apostolado civilizádór m otivada por la religión, y aspi­
ra b a a una m odernización de todas las form as del ejercicio del dom inio y de la
reeducación de los indígenas inflam aron, ya en el transcurso de la apropiación
de la tierra, la disputa é n tre las fuerzas partícipes en las empresas, como se ha
expuesto antes. En este pun to term in a el parélelism o entre la colonización espa­
ñola y las fundaciones de colonias com parables en el siglo xix.
El motivo de la contraposición expuesta de diferentes intereses, no observables
en la m ism a escala en el establecim iento de otras colonias europeas, estriba en
la form a y la organización de apropiación territorial. El Estado de principio de la
Epoca M oderna, que se en contraba en u n a fase de considerable desenvolvimiento
d é poder, no estaba en posición, a saber, de encauzar la apropiación de territorio
ultram arino bajo su control directo. P ara obtener sus fines tenía que otorgar los
medios p ara u n a actividad libre, en gran m edida, a fuerzas sociales por igual ex­
pansivas y dependientes del em presariado capitálista comercial. Bajo el im perati­
vo de las lim itadas posibilidades del Estado para la movilización dé sus súbditos,
la política de amplias concesiones e intervenciones estatales m ínim as condujó a
u n a explotación despiadada del potencial económico de la población autóctona
que se efectuó de acuerdo a formas peculiares qué reunían com ponentes feudales
y capitalistas, las cuales,' empero, exigían por diversos motivos, una injerencia del
Estado. M ientras el Estado mismo creó los puntos dé enlace jurídico p a ra tal in ­
tervención, la organización y él transcurso dé la apropiación territorial tam bién
ofrecían motivos reales p ara ella y pronto se vio que el poder estatal hallaba en la
Iglesia a u n a aliada p ara la imposición de sus propósitos superiores de largo pla­
zo. P or últim o, el establecim iento de un gobierno directo sobre los naturales, en

233 .
Rudolf von Albertini, Introducción, en: el mismo editor, M odeme Kolonialgeschichte, pp. 17 s.
En cuanto a los conceptos empleados a continuación, cfr. ídem.
particular las m aneras conforme a las cuales se llevó a cabo, ya dejaban entrever
los trastornos sociales de la sociedad indígena que pronto com enzaron a perfilarse
en las condiciones de dependencia y subordinación. Se puso de m anifiesto que la
im plantación de u n gobierno directo desencadenaba la form ación de u n nuevo
orden social m arcado p o r u n a situación colonial, dentro del cual los indígenas
ocuparían u n a posición social subordinada en virtud de la creciente orientación
general hacia norm as y formas de vida europeas.
III. EL AVANCE DEL ABSOLUTISMO MONÁRQUICO
Y EL DESARROLLO DE LOS MEDIOS ESTATALES
DE PODER

COMO se h a indicado ya reiteradas veces, la C orona española pretendía la sobe­


ran ía plena e ilim itada sobre las regiones de u ltra m a r recién descubiertas y de las
que se había tom ado posesión en nom bre de los reyes de Castilla.1 Pero por razones
políticas prescindió en u n principio de u n a imposición rigurosa de esta pretensión;
es más, d u ran te la fase inicial dé la ocupación de la tierra renunció incluso, en
ciertos puntos, a los derechos soberanos de la m onarquía, en vista de la necesidad
de ofrecer alicientes al em presariado privado p ara la actividad en ultram ar.
A quí se plantea, pues, la cuestión de los fundam entos de la intervención estatal
y los objetivos de la misma, o en general de la actividad estatal en ultram ar.
El esclarecimiento de estos problem as debe constituir la condición previa para el
análisis de la cuestión, central en el contexto de este trabajo, de los métodos y las
consecuencias de la im posición de la autoridad estatal en las regiones coloniales.2
Los conquistadores habían tom ado posesión de los distintos territorios am eri­
canos en nom bre de su respectivo soberano en la metrópoli. Las colonias eran,
por lo tanto, bienes de la C orona, y por ello el poder soberano sobre los países re­
cién adquiridos sólo estaba sujeto a restricciones legales en cuanto que la C orona
se hubiera com prom etido ella m ism a en las.capitulaciones con los conquistado­
res, o que reconociera el ordenam iento jurídico de los naturales debido a la idea
de ser la sucesora de los soberanos indígenas. Este reconocim iento de las tra d i­
ciones legales indígenas se efectuaba, por cierto, de u n m odo general, y con
la restricción decisiva de que no p o d ían alcanzar fuera de la ley todas las cos­
tum bres, prácticas y usos de la población autóctona que fueran contrarios al
código cristiano. M ientras los privilegios concedidos a los conquistadores en las
capitulaciones equivalían a im portantes trabas p a ra el poder soberano de la m o­
narquía, el reconocim iento condicionado de las tradiciones jurídicas indígenas no
resultaba en im pedim entos p a ra la realización de la am plia pretensión de sobera­
nía de la Corona. La adopción de los ordenam ientos legales indígenas únicam ente
cobró im portancia p ara la regulación de las relaciones de propiedad. A pesar de
que los reyes españoles se consideraban los legítimos sucesores de los soberanos
autóctonos, no se efectuó ningún reconocim iento de derechos representativos de

1 Cfr., respecto a esto y las exposiciones contenidas en el siguiente párrafo, acerca de la form a de
ocupación territorial y las consecuencias jurídicas resultantes de ella, el apartado n* 2.c.
2 Significaría ir demasiado lejos abordar aquí las concepciones sobre la naturaleza del Estado de­
sarrolladas en el transcurso del siglo xvi; cfr. Luis Sánchez Agesta, E l concepto de Estado en el R en a ­
cimiento español del siglo x vi, y el apartado en Mario Góngora, Studies, pp. 68 ss.
la población indígena,3 M ientras que en la m etrópoli la m o narquía estaba
constitucionalm ente obligada a salvaguardar u n a plétora de derechos y privile­
gios correspondientes a órganos estam entales, corporaciones individuales, etc.,
en las colonias recién adquiridas tenía la posibilidad de desenvolver su poder de
m anera cási ilim itada. D ada la ausencia de restricciones legales fundam entales al
poder soberano* la fuerzá de la autoridad estatal tenía que depender de que logra­
se neutralizar los grandes privilegios de distintos descubridores, restringir el po­
der de disposición en parte legal, en parte: usurpado de los conquistadores sobre
los naturales y, de un m odo general, poner bajo su dom inio la iniciativa privada
que rebosaba y se desarrollaba librem ente en las em presas ultram arinas.
Pues bien, la controversia inm ediata entre la C orona y los conquistadores, y en
general, con los grupos sociales en form ación, no debe considerarse Como simple
lucha por el poder entre distintas potencias internas al Estado, puesto que la Co­
rona se veía precisam ente como portadora del poder suprem o del mismo. Bajo la
influencia de los'juristas de la escuela de Salam anca, d u ran te el siglo xvi la m o­
narqu ía fue concibiendo su m isión como u n oficio derivado del derecho natural y
divinó, el cual tenía la obligación, por com prom iso perm anente con ese derecho,
de cuidar de la realización del bienestar com ún; El Estado como unidad ética y
teleológica era representado por la m o n arq u ía,4 cuyas acciones, al estar al servi­
cio del bien com ún, exigían el acatam iento general. L a imposición de la autoridad
m onárquica por lo tanto, equivalía a la im plantación del ya esbozado concepto de
Estado o sea, a la introducción del orden estatal de la m etrópoli en la s colonias.
A quí surge, pues, la cuestión de los objetivos de la actividad estatal en general,
pero en particular la de los fines de la actividad estatal en u ltram ar. En la
bibliografía no sólo se les ha definido, en la m ayoría de los casos, ante el fondo de
la realidad histórico-constitucional de la m etrópoli, sino que al mismo tiempo
se ha com prom etido sin excepción con la más general y vaga de todas las posibles
explicaciones.5 Así, por regla general, se nóm bra sólo la salvaguardia de la ju sti­
cia cómo consecuencia de la función real de un guardián suprem o de la m ism a; el
“ buen gobierno” como medio de lograr el bienestar com ún; y la obligación de /
convertir a los indígenas, como u n desarrolló ulterior del principio de guardar y
prom over la fe cristiana vigente en la m etrópoli. Indiscutiblem ente, estos tres
puntos form aban los objetivos principales de la actividad estatal tanto en la
m etrópoli como en las colonias. Además de estos fiftes de la acción estatal, de­
finidos exclusivamente a p artir de la bibliografía contem poránea dé! derecho

3 La génesis de tales derechos representativos se hallaban en distintas culturas indígenas, por


ejemplo respecto a la elección de caciques o la determ inación de com andantes militares y otros casos,
por él estilo.
4 Cfr. Mario Góngora, Studies , p . 70.
5 ídem , pp¿ 71 ss.; Ricardo Zorraqüín Becu, La organización judicial argentina en el periodo his­
pánico, pp. 7 ss. ; véase tam bién del mismo <t\ítór, La organización política argentina en el periodo
hispánico, pp. 38 ss.; José M iranda, Las ideas y las instituciones políticas mexicanas ¡p p . 50 ss., pp.
76 ss.
público, es posible, sin em bargo, fijar otras m uchas constantes fundam entales de
la actividad estatal que, originalm ente tai vez, eran de naturaleza m ás política,
pero que con todo se convirtieron, en v irtu d de su carácter elem ental y su fijación
legal, en principios u objetivos inconm ovibles de la función estatal —en parte
d entro del m argen de la m on arq u ía en tera y en p arte sólo respecto a H ispano­
am érica— y que fundam entaron ciertas m áxim as de la política estatal.6
A dem ás del objetivo m ás general de asignar la paz tanto interior como exte­
rior, y el monopolio estatal de la estrategia m ilitar, al igual que el fin, tam bién ge­
neral, de la recaudación de im puestos y el aprovecham iento de las regalías de la
C orona, figuraba entre estas m áxim as, por ejemplo, la inalienabilidad estableci­
da por la ley de los territorios coloniales, relacionada específicamente con H ispa­
noam érica,7 la cual redundaba, entre otras cosas, en la disposición consignada en
las instrucciones p ara los altos dignatarios en ultram ar, de evitar toda m edida
qué pudiera poner en peligro la perm anencia del reino colonial.8 Los impulsos
p ara la protección de la población indígena, cuyo “leitm otiv” se manifestaba en
la frase citada u n a y o tra vez “ sin indios no hay indias” , correspondían asimis­
mo a los objetivos inconmovibles de la actividad estatal en ultram ar. O riginada
por fundam entos hum anitarios y desarrollados con el fin de la integración de los
naturales en un organism o estatal de estructura europea, en el transcurso de la
C olonia, la idea del am p aro a los indígenas se fue convirtiendo progresivam ente
en instrum ento p ara la restricción del poder de las clases altas criollas y europeas en
A m érica, m ediante cuya ayuda se p reten d ía m an ten er cierto equilibrio so­
cial.9 L a observación de u n severo control estatal sobre el intercam bio comercial

6 Éstas máximas de la actividad estatal en las colonias hasta la fecha no han sido analizadas eri
conjunto respecto a su continuidad y su función política, dé m anera que aquí solamente pueden ex­
ponerse hipótesis individuales en form a resumida.
7 Cfr, las iéyes de los años I5 I9 ss., en Diego de Encinas, Cedulario Indiano, libro primero, pp. 58
ss., que originalmente fueron concebidas como privilegio concedido a los conquistadores en las res­
pectivas regiones mencionadas, pero que pronto se convirtieron, en vista de la significación económi­
ca cobrada por las colonias para la metrópolis, en un postulado existencial de la política española.
8 Las declaraciones correspondientes eran una expresión del cambio en significado que sufrieron
ios privilegios de la inalienabilidad, cfr. la nota al pie7. En resumen, estas instrucciones a los altos
dignatarios, particularm ente los virreyes, representan una fuente excelente para la investigación de
las constantes de la política estatal frente a las colonias. A pesar de que se ha hecho accesible un p er­
fil representativo de las fuentes más importantes sobre la historia de la actividad gubernam ental de
los virreyes, ésto no és cierto en cuanto a las instrucciones reales para estos representantes de la
m onarquía en América. En la obra de Lewis Hanke, Guía de lasfu en te s en el Archivo General de In ­
dias para el.estudio de la administración virreinal española en México y en el Perú (1535-1700), vol.
1, pp. 28 ss., donde el autor intenta caracterizar las fuentes para la historia de los virreyes con fre­
cuencia se refieren, en sus relaciones de m ando, (cfr. Lewis Hanke, G uia..., vol. 1, pp. 19 s.) a las
instrucciones recibidas: de estas alusiones a m enudo se infiere también la disposición aquí mencionada.
9 Este aspecto de la política p a ra el am paro a los indígenas hasta la fecha ha sido desatendido'en
gran medida., Dicha interpretación se impone, si se toma en consideración que las fases del proceder
decidido contra las clases altas coloniales tam bién iban acom pañadas siempre de un aumento en los
afanes en m ateria de la protécción indígena, comó puede observarse en los años cuarenta a sesenta
y el desplazamiento de viajeros entre la m etrópoli y las regiones ultram arinas, así
como la prohibición de toda com unicación directa entre el extranjero y las
colonias, form aban otros principios fundam entales de la acción estatal frente a
H isp an o am érica.19 O tra constante de la actividad estatal respecto a los territorios
ultram arinos llegó a ser más tarde el em peño p o r o rientar la econom ía colonial
según las necesidades e intereses de la m etrópoli, como se manifestó en ciertas
restricciones a la producción agrícola, en el fomento unilateral de la explotación
m inera de metales preciosos y en los frenos puestos al comercio intercolonial.11
C om o se h a dicho antes, es posible que se quieran atrib u ir dichos puntos a la
esfera de la política, lo que por cierto tam bién podría hacerse con el objetivo,
m uy frecuentem ente citado, de la evangelización de los naturales; asim ism o ha
dé subrayarse, sin em bargo, que el bienestar com ún y su realización tam bién
representan u n a dim ensión política fundam ental de la actividad estatal. Después
de todo, la realización del bienestar com ún ha sido en todos los tiem pos ü n fin de
la actividad estatal, de m anera que la antes m encionada fijación de estos objeti­
vos, como se encuentra en la bibliografía, equivale a un lugar com ún que según
la filosofía del derecho tal vez tenga cierta justificación, pero que históricam ente
no cuenta con ningún valor inform ativo. P ara el historiador, resulta decisivo de­
term in ar quién define los objetivos de la actividad estatal y en qué form a. D ar
un a respuesta a esta pregunta es imposible, sin em bargo, sin recurrir a la respec­
tiva form a política e interpretación del concepto “ bienestar com ún” , puesto que
sólo el análisis de lo que en cada caso se haya; considerado como el bienestar co­
m ún sirve p ara esclarecerlos objetivos de la actividad estatal.
En este punto, no puede tratarse de élaborar u na definición com pleta de los o b ­
jetivos de la actividad estatal respecto a H ispanoam érica, puesto que con ello se
rebasaría el m arco de u n a introducción como la propuesta aquí, pero se abordará
esta problem ática repetidam ente en los apartados siguientes. Q ue por lo pronto
baste la indicación de que los fines concretos de la acción estatal no eran de n in ­
gún m odo com pletam ente idénticos a los perseguidos en la península. L a protec­
ción de los indígenas, que no tenía su co n trap arte en E spaña en u n a política p a ra
la protección de los moriscos* por ejemplo; la restricción a las posibilidades de co­
m unicación con las dem ás partes de Europa; el control, como h a de agregarse, la
reglam entación del tránsito entre E spaña y las colonias; así cómo el intento de

del siglo xvi. durante el gobierno de Felipe IV, en el xvu, y durante las reformas del absolutismo
ilustrado de la segunda m itad del siglo xvm , lo cual se pone de manifiesto im plícitam ente en distin­
tas investigaciones, como por ejemplo J.I. Israel, Race, Class and Politics in Colonial México 1610-
1670, particularm ente pp. 25 ss., 135 ss. y 190 ss.
10 En cuanto a la problem ática de las vías de comercio y transporte, y la. orientación de la
economía colonial según las necesidades de la metrópoli, cfr. el estudio com pendiado de Stanley J.
Stein y Barbara H. Stein, The Colonial Heritage o f Latin A merica. Essays on Economic Dependence
in Perspective, particularm ente pp. 3 ss. y 27 ss. En el caso de todas las constantes fundamentales
mencionadas de la actividad estatal se tra ta re n un sentido concreto, de peculiaridades que definiti­
vamente m arcaron la estructura y se convirtieron en características del sistema colonial español
u „ r „ , . 10
Clr. nota al pie .
o rientar las economías regionales en A m érica según los intereses de la m etrópoli,
ponen de m anifiesto qu e p a ra H isp an o am érica la C orona desarrolló unas
ideas del bienestar: coriiún que diferían de los principios vigentes en los reinos
europeos. :É1 p ro b lem ad e las consecuencias de estas concepciones divergentes del
bienestar com ún, ¡que aquí se:im pone, será recogido en relación con el análisis de
la posición de los reinos coloniales respecto a la m etrópoli.
El m edio más im portante, con ayuda del cual el Estado perseguía sus finés, era
la legislación. Todo el siglo xvi, siendo lar época de la apropiación territorial, del
comienzo de la colonización y de la estructuración del orden estatal y social en las
colonias; produjo u n a plétora de leyes y disposiciones estatales para la regulación
de los aspectos más diversos de la vida estatal, económ ica, social y cultural de las
regiones recién adquiridas. E l fundam ento d e esta extensa actividad legisladora
deiia C orona era, por un a parte, la imposición de un derecho civil de carácter ge­
neral desde las Siete P artid as1,2 y, p o r otra, el desarrollo paralelo de u n m onopolio
legislativo real, -el cual restringía cada vez más la participación de los estados én
la*legislación. Sólo al reun ir las funciones de un juez suprem o y legislador único,
: pudo el rey erigirse en procurador, respetado en general, del bienestar com ún.
M ientras en la m etrópoli la m o narqu ía estaba obligada a observar u n a plétora de
prerrogativas, privilegios y derechos consuetudinarios lócales, así como derechos
de intervención corporátivo-estam entales, respecto al naciente reino colonial, en
gran p arte podía desenvolver sus actividades legislativas librem ente, ateniéndose
tan sólo a la justicia n atu ral y divina así como los privilegios y derechos concedidos
a los conquistadores, como se h a expuesto ya. El hecho de que las regiones recién
adquiridas form aran bienes reales contribuyó m ás al libre desenvolvimiento de la
función legisladora de la m onarqu ía que la pretensión a la: soberanía postulada
por la Corona. Ello pone de manifiesto al mismo tiem po la m agnitud y la extensión
¡ de los bienes reales adquiridos p a ra la Corona;, dado que tam bién posibilitaban
la imposición de las pretensiones reales al p o d e r efectivo en los reinos hereditarios
de la C orona en Europa.
A pesar de que el derecho castellano desde el principio tuvo vigencia en las
regiones am ericanas, se produjo, particularm ente por la legislación en proceso de
rápido desarrollo en los nuevos territorios a consecuencia del veloz avance de los
descubrim ientos y las conquistas, un derecho vigente exclusivamente en las colo­
nias. C ad a vez m ás, las leyes castellanas fueron así lim itadas a la fundación de
m ero derecho com plem entario y de norm as, para los casos no previstos en la le­
gislación especial. T al nuevo derecho indiano dividido por la historiografía en estas
ramas: historia de la legislación, de las instituciones del derecho privado y públi­
co e historia del sistema adm inistrativo, no sólo tiene su origen, sin em bargo en la

12 El hecho d é qué el desarrollo de un derecho civil de carácter general se volvió una condición p a ­
ra él desenvolvimiento dé la extensa actividad legislativa estatal respecto al imperio colonial, es
subrayado tam bién por J.H . Parry, The Spanish Seabome Empire, pp; 192 ss. Cfr. tam bién el a p ar­
tado ii 1 .a .
legislación real, sino tam bién en la actividad reglam entadora de las autoridades e
instancias gubernam entales coloniales en los- distintos niveles jerárquicos, a los
que en cierta m edida se delegaban facultades de legislación, así como en los n a ­
cientes derechos consuetudinarios y, por últim o, tam bién en la asimilación de di­
versas: tradiciones legales indígenas, sobremodo con respecto a las relaciones de
propiedad.
El factor más im portante en este desarrollo fue, por cierto , la legislación de los
órganos centrales del Estado en la m etrópoli que desde el principio dirigieron
y reglam entaron el proceso de la expansión ultram arina y así echaron los funda­
mentos para la creación del derecho indiano. La forma de mayor peso adoptada por
las disposiciones legales era la “ley”, un mandamiento que tenía que ser aprobado
por las Cortes, pero sólo en m uy contados casos se aplicó a las colonias. L a forma
de ley m ás solemne, dictada sólo por el rey, era la real pragm ática,1que asimismo
sólo se utilizó,aisladam ente en H ispanoam érica. L a m ayoría de las disposiciones
legales de im portancia p a ra las colonias se prom ulgaba como real provisión,
la cual estribaba estrecham ente en los docum entos reales del medievo por su
redacción cerem oniosa y cancillerescamente severa.13 L a form a m ás usual de los
actos de voluntad reales era la real cédula y la real carta, que se dirigían como misi­
vas sencillas del m onarca, tanto a las autoridades como a particulares y que en la
m ayoría de los casos trataban de cuestiones m uy concretas. Las reglam entaciones
de conjuntos relacionados de problem as se publicaban las m ás de las veces como
ordenanzas o, en cuanto se trataba de instrucciones de servicio para funcionarios o
autoridades individuales, como instrucción'. Estos documentos eran firmados por
el m onarca en la form a im personal “ Yo, el R e y ” , refrendados por u n secretario
real y m arcados con sus iniciales po r los m iem bros com petentes del Consejo
Rea! después Consejo de Indias, o redactados por ciertas autoridades subordinadas
conservando esta form a externa. D iferían sólo en su estructura y el uso dé sellos
diferentes, p o r m edió de lo cual se expresaba una gradación de la im portancia
del acto de ley.
Todos estos actos de voluntad reales tenían, sin em bargo, fuerza legal ilim ita­
da y en la misma medida, debían ser acatados ¡ponías autoridades £isí 'cómo por los
súbditos individuales. P ara los casos extraordinarios existía la posibilidad jurídica
de obedecer a u n a orden real, p or u n a p arte, pero de no cum plirla, lo cual se
expresaba m ediante la fórm ula “ Obedézcase pero no se cum pla’’; estaba a dispo­
sición sobre todo de las autoridades para los casos-en que el cum plim iento de una
instrucción dada por la C orona hiciera tener consecuencias graves y evidente­
m ente no pretendidas por la ley en cuestión. D ado que al principio todas las leyes
e instrucciones reales se consideraban como hechas al servicio del biériéstar co­
m ún, en tales casos se recurría a la-ficción ju ríd ica de qué la disposición; Cómo tal
debía servir a u n fin útil,: pero que había sido aprobada en virtud d e 1informa-

13 Cfr. respecto a ésto y lo siguiente, José Joaquín Real Díaz, Estudio diplomático del documento
indiano.
d o n es erróneas de la C oro n a sobre las circunstancias relacionadas con la regla­
m entación. E n el transcurso de la historia colonial, este m edio legal resultaría
instrum ento im portante p a ra la m ediatización de la legislación estatal central por
medio del aparato adm inistrativo. M ás que todos los tratados fundados en el de­
recho público, la simple existencia de esta reglam entación dem uestra que el vín­
culo de la m onarquía con la ju sticia divina y natural en una época de soberanía
m onárquica am pliam ente reconocida* no era ficticio, sino que la obligación p ara
realizar el bienestar com ún h abía alcanzado u n a form a concreta con indudable
influjo sobre la práctica política, y que servía p a ra contener la arbitrariedad del
soberano. Al m ism o tiem po se pone de m anifiesto, sin em bargo, que la burocra­
cia, como instrum ento autoritario del absolutismo m onárquico, reclam aba ente­
ram ente p a ra sí el derecho de intervenir en la definición del bienestar com ún. Por
cierto, prim ero había que erigir este aparato adm inistrativo, pues de la existencia
de éste, especializado en los intereses y las circunstancias,particulares del im perio
colonial, dependía decisivam ente el cum plim iento de las leyes y las disposiciones
jurídicas reales.

1. E l DESARROLLO DE LA ORGANIZACION ADMINISTRATIVA

C om o se puso de m anifiesto, p o r ejem plo, al tra ta r la cuestión indígena y la


problem ática de la encom ienda, la C oro n a publicó, ya desde el principio de los
prim eros descubrim ientos, reglam entaciones legales que debían com prom eter a
los descubridores y conquistadores con ciertos modos de proceder y encauzar el
proceso de apropiación de la tierra y la colonización por vías fijadas y designadas
por el Estado. L a imposición de las leyes y disposiciones reales pronto dem ostró
ser difícilmente alcanzable, puesto que, p o r una parte, las condicionés externas
—como por ejem plo las grandes distancias, la com unicación problem ática e irre­
gular entre las regiones coloniales y la m etrópoli— retrasaban considerable­
m ente la divulgación y prom ulgación de las decisiones legales y reales, de m anera
que las instrucciones de la m etrópoli llegaban con frecuencia cuando ya las auto­
ridades locales habían dispuesto otros arreglos del mismo problem a; y que, por
otra, los conquistadores y colonizadores evitaban, suspendían o se negaban ro ­
tundam ente a llevar a cabo las disposiciones desfavorables p a ra ellos, invocando
las circunstancias particulares de su región, que la C orona supuestam ente no co­
nocía en toda su extensión.
L a C orona, a su vez, se confrontaba con un caudal rápidam ente creciente de
inform ación a m enudo contradictoria, lo cual dificultaba m ucho la evaluación del
verdadero estado de cosas en las nuevas colonias y volvía casi imposible una coor­
dinación de los distintos inform es así como la concepción de u n a política m etódi­
ca. A cónsecuencia de esta situación, la m onarquía se veía obligada, sobre todo
durante la fase inicial de la apropiación de la tierra, a depender m ucho m ás de las
personas así como de su prudencia y energía que de u n a com prensión objetiva
del estado de las cosas y las circunstancias. P or ello, entre otras cosas, se explica
tam bién, por ejemplo, la rápida sucesión de gobernadores durante las prim eras
décadas de la colonización de las Antillas; a Golón le siguió el juez instructor
Bobadilla, a éste eí gobernador O vando, el cual a su vez fue rem plazado por el
hijo del descubridor, Diego Colón, antes de que el gobierno de esas regiones fuera
repetidas veces delegado tem poralm ente á un tribunal de organización colectiva,
la Audiencia y, por últim o, incluso a la orden de San Jeró n im o .14
Las prim eras tres décadas de la adm inistración territorial u ltram arina deben
denom inarse como u n a época de improvisaciones y soluciones provisionales
constantes, las cuales de modo drástico hacían patente, tam bién para los contem ­
poráneos, la necesidad de form ar u n a estructura adm inistrativa bien organizada.
L a g ran pretensión de soberanía del naciente Estado institucional no podía im ­
ponerse sin un ap arato adecuado, ni siquiera allí donde no h ab ía tradiciones ni
ordenam ientos jurídicos que estorbaran el desenvolvimiento de la autoridad esta­
tal, un reconocimiento que influiría decisivamente en la política colonial de
C arlos V y su sucesor, Felipe II.

a) La creación de las autoridades centrales en la metrópoli

Los Reyes Católicos, en particular F em ando, durante su regencia, no sólo h a­


bían echado ya los fundam entos jurídicos p ara la posterior suprem acía real frente
a las fuerzas contrarias, sino que tam bién h ab ían dado los prim eros pasos en la
creación de un aparato adm inistrativo especial, al nivel central, p a ra la s regiones
recién adquiridas.15 Y a en 1492, la C oro n a nom bró a u n delegado especial, el
más tarde obispo Rodríguez de Fonseca, quien debía ser responsable de todos los
asuntos adm inistrativos y de la organización de las prim eras expediciones de deis-
cubrim iento, y encargarse en p articu lar de la disposición de buques, m aterial y
tripulaciones. E n lo sucesivo, Fonseca tuvo en sus m anos, con m otivo de un
creciente volumen comercial, la dirección de los asuntos adm inistrativos relaciona­
dos con las empresas ultram arinas, y así echó la base para la creación de una ad ­
m inistración central colonial, la cual perdería su carácter provisional con relativa
brevedad.
Bajo la impresión de la im portancia y la trascendencia de los tem pranos des­
cubrim ientos se im ponía ya, no obstante, la convicción de que el desarrollo y la
realización de u n a política colonial consistente precisarían de u n a organización
adm inistrativa central que pudiera asegurar la autonom ía de las decisiones reales

14 En cuanto al desarrollo durante las décadas de colonización bajo los Reyes Católicos, cfr. Ma­
nuel Giménez Fernández, Bartolomé de las Casas, vol. 1.
Én cuanto a esto y ío siguiente, cfr. la exposición, clásica ya, de Ernesto Scháfer, E l Consejo
R eal y Supremo de las Indias; con mayores detalles respecto a las tem pranas reglamentaciones adm i­
nistrativas, Manuel Giménez Fernández, Bartolomé de las Casas,vo\. 1.
y garantizar su cum plim iento así como la continuidad adm inistrativa y política.
Según la concepción de la época, esta ta re a era atendida de m anera más form al y
trabajando conform e a reglas burocráticas, p o r un consejo de estructura colegial,
institución que representaba la autoridad adm inistrativa característica en u n n i­
vel central en las m onarquías europeas de la tem prana Edad M oderna. En 1503,
con la fundación d e la C asa de C ontratación en Sevilla, se erigió u n a prim era
autoridad de acuerdo con este modelo, la cual sólo debía ser com petente para los
asuntos ultram arinos.
La incum bencia de la nueva autoridad com prendía todas las cuestiones de la
navegación trasatlántica, el intercam bio comercial, la recaudación de los im ­
puestos que gravaban el comercio con las colonias o que debían cobrarse en estas
m ismas, y tam bién el m ovim iento de viajeros y su control. A fin de facilitar al
nuevo órgano adm inistrativo el ejercicio de sus deberes, se estableció que todo, el
tránsito p ara ultram ar había de pasar por el puerto de Sevilla, el cual de este m o­
do se convirtió en el único puerto de salida y destino para todo el tráfico com er­
cial, de comunicaciones, adm inistrativo y de pasajeros entre España y su im perio
ultram arino, monopolio que Sevilla logró sostener, más tarde junto con el puerto
de C ádiz, hasta m uy entrado el siglo x v i i i . A demás de estas esferás de acción ad­
m inistrativas y políticas, a la C asa de C ontratación tam bién fueron delegadas las
funciones científicas y técnicas, como por ejemplo el exam en de los timoneles
empleados en el tráfico de u ltram ar en cuanto a sus conocimientos náuticos, el
control de los instrum entos náuticos utilizados, la colección y recopilación de to­
dos los datos geográficos y de ciencias naturales proporcionados por las expedi­
ciones de vuelta y el registro cartográfico de las regiones descubiertas. L a C orona
creó así u n a prim era autoridad central especializada en las tareas prim ordiales de
control^ organización, coordinación y análisis de los resultados de las tem pranas
em presas ultram arinas.
M á s que todas las m edidas m encionadas hasta el m om ento, la fundación de la
C asa de C ontratación sevillana y la sim ultánea elección de esta ciudad como el
único puerto de partida y destino p ara todos los m ovim ientos m arítim os entre la
m etrópoli y las colonias, ponen de manifiesto la voluntad del E stad o d e obtener el
control ilim itado sobre las em presas coloniales tanto en sentido comercial-fiscal
como adm inistrativo-político. C on motivo del monopolio m arítim o, comercial y
de comunicaciones de la ciudad de Sevilla, E spaña se gravó con u n a considerable
hipoteca que afectó seriamente la explotación económica de los territorios colo­
niales. Este punto se hace obvio ya que, p ara el naciente Estado Moderno en
España, la soberanía y el ejercicio del p o d er tenían un valor casi tan alto como lá
m ayor explotación económ ica posible de las colonias, puesto que ni aun los con­
tem poráneos no podían evitar el reconocim iento de que un m onopolio tan exten­
so tenía que ser un a trab a p ara el desenvolvim iento del intercam bio comercial, en
vista de las condiciones de com unicación y transporte de aquella época.16 D e este

16 A pesar de que esta declaración contradice las concepciones corrientes del mercantilismo, debe
EL AVANCE DEL ABSOLUTISMO MONÁRQUICO 131
(
m odo, los contem poráneos podían pasar por alto que la fundación del monopolio
comercial y m arítim o de Sevilla im pedía el acceso directo a las colonias a través
de los puertos cantábricos, a los centros comerciales del norte de Castilla, sobre
todo Burgos y M edina del C am po. Esto es cierto aun suponiendo que dicho-mo­
nopolio correspondiera tam bién a circunstancias natu rales.17 Si se tiene en cuenta
que en Sevilla la conservación del control pretendida por la C orona tam bién era
posible sólo m ediante el desarrollo ulterior de la C asa de C ontratación en una
autoridad enorm e com puesta por num erosos departam entos, se llega a com pren­
der que, d ad a la im posibilidad de sostener un ap arato tan extenso en varios
puertos, el m onopolio comercial y m arítim o de Sevilla en gran m edida debe deri­
varse tam bién de la incapacidad del Estado a principios de la E dad M oderna, p a­
ra crear un organización adm inistrativa am plia y adecuada en su alcance a todas
las exigencias de la necesidad estatal de control.
Particular atención merece tam bién la fundación del aparato científico,
am pliado en lo sucesivo, de la C asa de C ontratación, el cual pone de manifiesto
cuánta im portancia se atribuía al avance hacia regiones hasta entonces desconoci­
das del m undo. Al mismo tiem po, este hecho docum enta la voluntad del,Estado
no sólo de acum ular los resultados científicos de las em presas de descubrim iento,
sino de aprovecharlos en la política: u n a confirmación del estrecho vínculo entre
la política y el pensam iento hum anista en aquella época, tam bién eñ España.
Si se tom a en cuenta que la fundación del m onopolio m arítim o y comercial de
Sevilla fom entó, en el siglo xvi, un m ovim iento de los centros de las actividades
económicas españolas al sur; que Sevilla en poco tiem po se elevó a centro del co­
mercio m undial de la tem prana Edad M oderna y que en fechas m uy recientes los
intentos de interp retar a fondo la historia de esa era, estriban precisam ente en el
hecho de la apertura económica del nuevo continente por E sp añ a,18 se hace m ani­
fiesto que la fundación de la C asa de C ontratación fue m ucho m ás que u n proce­
so adm inistrativo: más bien un suceso de significación histórica general.'
Todos los dem ás asuntos centrales de adm inistración quedaron, incluso des­
pués de la fundación de la C asa de C ontratación, en m anos del obispo R odríguez
de Fonseca. C on el ingreso de éste en el Consejo R eal du ran te el reinado de Fer­
nando, Fonseca introdujo esta esfera de acción en el suprem o órgano político y

mantenérsela^ puesto que, por una parte resulta dudoso que España hiciera una política m ercantilis­
ta, cuestión qué habrá dé abordarse más adelante, y por otra, los contemporáneos reiteradam ente
protestaban contra tales monopolios, considerados perjudiciales para el desarrollo del comercio y la
industria, como lo ponen de manifiesto, por ejemplo, las peticiones dirigidas a las Cortes españolas.
Por este/motivo es probable que Carlos V intentara, en 1529, rom per el monopolio de Sevilla y per­
m itir el pasaje a América tam bién desde los puertos del norte del país, aunque con la condición de
tocar Sevilla en el viaje de regreso. A instancias de los comerciantes de esta ciudad, Felipe II revocó
este privilegio en 1573; cfr, C.H. Haring, The Spanish Empire in America, p. 303.
17 Cfr. adelante, p.
18 Indíquese aquí sobre todo a Im manuel W allerstein, The M odern World-System, Capitalist
Agriculture and the Origins o f the European World-Economy in the Sixteenth Century.i
adm inistrativo de la C orona castellana, pero por de pronto, apoyado por un pe­
queño equipo de funcionarios, siguió siendo el único responsable de las funciones
de cargo vinculadas con ella. Poco antes de la m uerte de Fernando y en m ayor
m edida d urante la regencia de Cisneros, es posible identificar ya, sin em bargo, a
un pequeño grupo de consejeros qué en conjunto se encargaba de despachar los
asuntos de adm inistración u ltram arinos.19 Pocos años después, en 1524, Carlos V
separó esté com ité p a ra la adm inistración colonial del Consejo R eal y lo convirtió
en u n a au to rid ad cen tral independiente con el nom bre de Consejo R eal y
Suprem o de las Indias —por lo com ún llam ado sólo Consejo de Indias, que se co­
locaba con igualdad de derechos ju n to a los dem ás consejos centrales de la C oro­
na C astellana. A pesar de que ha resultado imposible hallar el acta de fundación,
es seguro que la nueva institución contaba desde el principio con incum bencias
universales análogas a las del consuetudinario Consejo R eal— llam ado más tarde
Consejo de Castilla — y que se com ponía exclusivam ente por juristas profesiona­
les, algunos de los cuales eran clérigos. No por Casualidad se encontraba en la ca­
beza u n a personalidad descollante del clero católico y m iem bro de u n a orden
—en la persona de G arcía de Loaysa, superior m ayor de la orden dom inica y
obispo de Burgos— , cuya intervención p ara el bienestar de los indios había pres­
tado y aún prestaría ayuda valiosa a la C orona en el rechazo de las pretensiones
de autoridad desm esurada de los conquistadores en Am érica. A esta autoridad,
provista de u na infraestructura burocrática (secretarías, cancillería, notarías,
etc.), fueron subordinadas todas las instalaciones adm inistrativas hasta entonces
existentes que estuvieran encargadas dé los asuntos de las regiones de ultram ar,
en particular la C asa de C ontratación, así como los propios funcionarios
coloniales.
El Consejo de Indias a partir de su fundación no sólo tenía incumbencias adm i­
nistrativas sino tam bién legisladoras, consultivas y de suprem a justicia. Com o
órgano del poder legislativo, el Consejo podía im partir órdenes y tom ar disposi­
ciones en form a autónom a, sin tener que pedir la aprobación real en cada caso.
Como en tid ad consultiva del m onarca, el Consejo p re p arab a propuestas de ley
extensas y detalladas, sugería tres candidatos aptos p a ra la! ocupación de todos los
cargos seculares y eclesiásticos im portantes y juzgaba todas las solicitudes e n tran ­
tes de m uestras reales de indulgencias y favores. En su calidad de autoridad ad­
m inistrativa, el Consejo de Indias representaba la cabeza jerárquica del entero
organism o adm inistrativo naciente, es decir, dirigía toda la adm inistración civil,
m ilitar, de H acienda y de la justicia. El Consejo tam bién se encargaba del p atro­
nato real. En esta función no tenía que controlar sólo la adm inistración eclesiásti­
ca en ultram ar, sino tam bién los contactos entre el clero colonial y la curia rom ana.
Por últim o, el Consejo de Indias constituía la suprem a instancia de apelación
y revisión en todos los pleitos civiles y crim inales que debido a su im portancia no

19 Cfr., respecto a esto y lo siguiente, Ernesto Schafer, El Consejo R eal y Supremo de las Indias,
vol. 1, pp. 26 ss.; asimismo, C.H. Haring, The Spanish Empire in A merica, pp. 94 ss.
podían ser tratados concluyentem ente por los más altos tribunales coloniales.
Sólo tres décadas después del descubrim iento de A m érica y cuando com enzaba
la vasta penetración en la tierra firme am ericana, a continuación de la conquista
de M éxico, la C orona ya había creado en un nivel central, un sistem a adm i­
nistrativo com pletam ente organizado y con u n m odo de trab ajar burocrático, con
ayu d a del cual pudo acom eterse la tarea de un ordenam iento estatal en las
regiones recién adquiridas, cuya dificultad es casi imposible de exagerar, y al
mismo tiem po acatar la necesidad estatal de control y dirección. L a C orona dispo­
nía, pues, de un instrum ento que debido a su especialización era capaz de asim i­
lar y evaluar las comunicaciones que llegaban de u ltram ar y, apoyándose en ello,
no sólo de concebir e im poner u n a política colonial m etódica, sino tam bién
de cuidar de la continuidad de la misma. L a formación relativamente rápida de
la adm inistración central se convirtió en un factor de im portancia decisiva para la
continuación del desarrollo interior en las colonias. M ás aún que los m onarcas,
en lo sucesivo fue precisam ente el Consejo de Indias quien dem ostró ser un de­
fensor, enérgico y competente a largo plazo, del principio burocrático de soberanía
del naciente absolutism o m onárquico y que en g ra n m edida garantizó la con­
tinuidad y la coherencia de la política estatal. M ucho m ejor que la intervención
directa de la m onarquía, la política perseverante, pero al mismo tiem po siempre
flexible, y la actividad legisladora y adm inistrativa de esta autoridad, lograron
contener las fuerzas que instaban p ara la libre autorrealización en las regiones de
ultram ar; consiguió im poner la pretensión de soberanía de la C orona frente a to­
dos los afanes contrarios m ediante u n a política, seguida con constancia, de erigir
en las colonias un sistema de adm inistración dividido jerárquicam ente, sujeto a
reglas burocráticas y dirigido por funcionarios profesionales al m enos en las de­
pendencia m ás im portantes. Con ello, el Consejo de Indias tam bién contribuía
considerablem ente, sin em bargo, al afianzam iento y la am pliación d el régimen
absolutista en la metrópoli: no en último lugar, porque la administración ordena­
da de las regiones de ultram ar perm itía al Estado explotar los recursos financieros
y económicos de las colonias y así lo aligeraba en gran m edida de las trabas de ne­
cesitar el consentim iento de las C ortes de C astilla para asuntos financieros.
N uevam ente se hace manifiesto hasta qué grado los desarrollos coloniales se rela­
cionan con la política interior española en E uropa.

b) La organización de la administración territorial en ultramar


en la época de Carlos V y Felipe I I

Al contrario de la organización m etódica y rápida, en la m etrópoli, de una


adm inistración central responsable de los asuntos de las regiones recién descubier­
tas, el desarrollo de u na adm inistración territorial sujeta a reglas burocráticas en
u ltram ar se llevó a cabo m uy lentam ente y sin que a este respecto se manifestase
un concepto claro del poder central. L a C orona ciertam ente ya había revelado, en
la fase inicial de la colonización, el propósito de organizar la adm inistración en
A m érica conforme al m odelo de C astilla,20 pero se pusieron obstáculos a la reali­
zación de este proyecto, com o por ejem plo los discutidos derechos de los herederos
de C olón y sobre todo el profundo desconocim iento de las condiciones en
los territorios recién descubiertos, en vista de la plétora de informes que constante­
m ente llegaban a la Corte, en p a rte contradictorios, en p a rte nuevos por com ­
pleto.
L a falta de ideas precisas en cuanto al tipo, la extensión y la trascendencia de
los descubrimientos y de las consecuencias legales'de ellos resultantes fue proba­
blem ente el motivo principal de la inseguridad y lo tentativo de la política caste­
llana respecto a la organización in tern a de los nuevos territorios du ran te las
prim eras décadas que siguieron al descubrimiento de América, es seguro, no obs­
tante, que los esfuerzos por lograr un a organización adm inistrativa de las distintas
regiones no se realizaban sim ultáneam ente, sino que en general com enzaban
después de finalizada la apropiación y la consolidación de cada región colonial.
En algunas se concedían, a posibles conquistadores y colonizadores los vastos
privilegios y derechos de la época del principio de la ocupación territorial, m ien­
tras que en otras partes, establecidas ya como posesiones españolas, se llevaban a
cabo los procesos de destitución del com andante de la expedición’de descu­
brim iento o conquista así como la organización de un cuerpo adm inistrativo
metódico bajo el control directo del poder central. Las m edidas más im portantes
p ara la organización territorial en u ltra m a r coincidieron, no obstante, con el
reinado de Carlos V, pero no han de considerarse tanto como un m érito personal
del m onarca, sino que se deben más bien a la eficiencia del Consejo de Indias.
U n prim er paso im portante p a ra la penetración adm inistrativa de los nuevos
territorios en A m érica fue tom ado ya en 1511, con la fundación de un trib u n al
de apelación de estructura colegiada conforme al ejemplo español: la Audiencia de
Santo Domingo. Ello constituía por cierto u na m edida política con el objeto de
lim itar los poderes de Diego Colón, a quien la C orona había nom brado para
g obernador de las islas del C aribe pobladas hasta entonces, luego de un reco­
nocim iento parcial de los derechos heredados de su pad re. Con la A udiencia,
compuesta por jueces’profesionales de educación jurídica, tuvo su entrada en la adm i­
nistración am ericana la institución española que, debido a su m odo de trab ajar
basado en expedientes, su orientación según el derecho civil general y, sobre todo,
la instrucción de sus m iem bros en los principios del nuevo derecho público, hizo la
contribución más im portante p a ra im p lan tar la pretensión estatal a la soberanía
en las colonias. Al mismo tiem po, se convirtió en instrum ento eficaz de control de
las autoridades gubernam entales contra el abuso del poder. A pesar de ser estable­
cida únicam ente como instancia jurisdiccional, la Audiencia logró desem peñar un
papel altam ente político en el transcurso de toda la historia colonial y ocupar una

20 Esto es indicado ya por Alfonso García-Gallo. “Los principios rectores de la organización terri­
torial de las Indias en el siglo xvi”, P P - 661 ss.
posición independiente, con frecuencia m ediadora, en las controversias entre los
colonizadores y la Corona o las autoridades gubernam entales instauradas por
ésta.21
En este pun to se pone de manifiesto que debe distinguirse entre dos criterios
diferentes al evaluar el sistema colonial de adm inistración,22 lo cual sólo sucede
muy fragm entariam ente en la bibliografía existente. Por una parte, h a de tenerse
presente la fijación m eram ente ju ríd ica de los deberes y las incum bencias de las
distintas autoridades en las cuatro esferas diferentes de la actividad adm inistrativa
—las adm inistraciones de justicia, civil, m ilitar y de H acien d a—, con sus m últi­
ples implicaciones p ara la organización jerá rq u ic a del sistema en su to talid ad y la
división territorial. Por otra, debe realzarse, en form a independiente de- ésta,
la significación política de las diversas autoridades, la que por cierto no estaba
separada del carácter jurídico del respectivo cargo, pero que probablem ente ha de
considerarse como u n a dimensión autónom a. El m otivo de que con frecuencia
haya que aq u ilatar de diferentes modos la determ inación ju ríd ica de la sustancia
y la verdadera significación política de los distintos cargos estriba sobre todo en que
la Corona reunía a m enudo varias funciones oficiales en la m ano de un funciona­
rio, de m anera que éste estaba en posición de utilizar la autoridad de una para
increm entar su poder en otra. O tra causa puede hallarse en que a u n a institución
se conferían atribuciones que, al menos en parte, concordaban con la incum ben­
cia de u n a au to rid ad de facultades análogas. Así, en ocasiones ocurría cierta
paralización de la actividad adm inistrativa, pero en todo caso sé lograba un
control recíproco. L a C orona empleó sistem áticam ente am bos modos de proceder
en la adm inistración colonial p ara crear u n equilibrio de poderes entre las autori­
dades civil, de la justicia m ilitar y de H acienda. Tales funciones de control
recíproco y concordancias de incum bencia,23 con el objeto de establecer un equi­
librio de poderes, resultaron un medio sum am ente eficaz p ara elim inar el peligro
de abuso del poder, particularm ente grande en vista de las enormes distancias
entre la Corona y los respectivos funcionarios en ultram ar. C iertam ente estas
coincidencias de la incum bencia no p odrán considerarse sólo como u n a astucia en
los proyectos de la au to rid ad central en la m etrópoli o de la C orona, ya que
m uchas de ellas se debían al hecho de que apenas se estaba desarrollando la
división en esferas adm inistrativas claram ente separadas unas de otras. Principál-
m ente las adm inistraciones de la justicia y civil, en un principio, no eran indepen­

21 Respecto a la significación de las audiencias cfr. J.H . Parry, The Spanish Seabome Empire, pp.
198 s.; la monografía del mismo autor sobre la Audiencia de G uadalajara, The A udiencia o f New
Galicia in the sixteenth century; C.H. Haring, The Spanish Empire in America, pp. 120 ss.; San­
tiago Gerardo Suárez, “Para una bibliografía de las Reales Audiencias”, pp. 209 ss.¡ contiene
m uchas publicaciones de distinta índole sobre la historia de esta institución.
22 Esto indica con m ucha razón Alfonso García-Gallo, “Los principios rectores de la organización
de las Indias’’, p. 664.
23 El interesante estudio de John Leddy Phelan, “Authority and Flexibility in the Spanish Im pe­
rial Bureaucracy”, pp. 47 ss.
dientes una de otra, puesto que esta últim a, como organismo policiado en el
sentido clásico, apenas comenzó a desprenderse de la adm inistración de la justicia
con la evolución del absolutismo m onárquico. Los efectos de estas afinidades de
la incum bencia favorecían m ucho, sin em bargo, la necesidad de control de la
Corona, de m anera que la central, en el caso concreto de un conflicto de jurisdic­
ción, no tom aba siempre decisiones de vigencia general que hubieran excluido la
posibilidad de tales casos en el futuro. A quí se nota una peculiaridad estructural de
la adm inistración colonial, que encontraba su razón en las condiciones geográficas
y los problem as de com unicación por ellas m otivados entre la m etrópoli y sus
posesiones ultram arinas.
En el caso de la A udiencia, su im portancia política, que rebasa la correspn-
diente a un simple tribunal de apelación, se debía por una parte a que en ella podía
apelarse contra todas las disposiciones de las autoridades gubernam entales, es
decir, la adm inistración civil. Además, esta institución recibió el encargo de cier­
tas funciones de inspección en la esfera de la adm inistración civil, como por
ejemplo la vigilancia sobre la composición d e las listas de tributos indígenas y
sobre ciertas partes de la adm inistración m unicipal, así como en particu lar el
derecho de delegar a jueces inspectores que debían revisar las actividades de los
demás funcionarios dentro del distrito jurisdiccional de la Audiencia. Por último,
la Corona erigía a los miem bros de este tribunal, independientem ente de sus
funciones judiciales, en los consejeros más im portantes de lá autoridad suprem a de
gobierno de cada entidad de adm inistración colonial autónom a y dependiente
directam ente de la Corona, y los n o m b rab a m iem bros perm anentes de una enti­
d ad consejera por convocarse según el caso: el R eal A cuerdo.24 U na función doble
particularm ente im portante de los o id o res—los jueces de la A udiencia— eran las
afinidades en las com petencias y las atribuciones reguladoras, factores que le
conferían una significancia política m ucho más allá de su finalidad jurisdiccional,
lo cual sin em bargo no se puso de manifiesto totalm ente hasta unas décadas
después de la fundación de la A udiencia de Santo Domingo, cuando el sistema de
adm inistración colonial ya había desarrollado sus rasgos fundamentales.
La rápida expansión de Castilla sobre la tierra firme am ericana y la fundación
del Consejo de Indias dieron impulsos im portantes al desarrollo ulterior de la ad­
m inistración territorial en A m érica.25 Y a en 1527 se fundó otra A udiencia en
México que al contrario de su precursora en Santo D om ingo, al mismo tiem po
era una Cancillería Real, conforme al ejemplo de los tribunales de V alladolid y

24 El hecho de que el Real Acuerdo era una institución autónom a es indicado, en un trabajo iné
dito aún por Alberto Yalí Román, “La génesis del sistema administrativo indiano”, a quien agradez­
co esta advertencia. Por regla general, no se distingue estrictam ente entre la Audiencia y el Real
Acuerdo, lo cual da lugar a diversas interpretaciones erróneas de la administración central ultram a­
rina. En cuanto a la reglamentación legislativa del Real Acuerdo, cfr. Recopilación de...Indias,
Libro i i i , Titulo j j i . Ley XLV.
25 Respecto-al transcurso histórico de estos desenvolvimientos, cfr. Ernesto Schafer, E l Consejo
Real y Supremo de las Indias, vol. 2, pp. 3 ss.
G ranada, y por lo tanto, un tribunal de últim a instancia con derecho de tener el
sello real. En este caso, la C orona tam bién tenía la intención de restringir los po­
deres del conquistador, H ern án C ortés, en su calidad de gobernador y capitán
general. N uevam ente se pone de manifiesto, como antes en el caso de Santo
Domingo, u n rasgo .que en lo sucesivo sería característico de la adm inistración
colonial española: el afán de la au to rid ad central por lim itar las facultades de los
funcionarios individuales que contaban con el poder gubernam ental m ediante el
agregado de u n a institución colegiada sobre el m ism o nivel jerárquico, para así
im pedir una acum ulación peligrosa de poder en m anos de u n a sola persona. En
form a correspondiente se erigieron al poco tiem po de las conquistas más im por­
tantes en A m érica del C entro y del Sur, otras A udiencias como en 1538 en P an a­
m á, 1543 en G uatem ala y Lim a, 1548 en Bogotá y G uádalajara (México) y,
finalmente^, en 1559 en Charcas (tam bién: L a P lata; hoy día Sucre, Bolivia) y en
1563 en Q uito.
Al principio no todas las Audiencias poseían tam bién el rango de Chancille-
rías, lo que motivó ciertas posiciones de superioridad y subordinación en las rela­
ciones entre las distintas Audiencias. Ello fue elim inado, sin embargo-, en tiempo
de Felipe II, m ediante la m edida de otorgar de igual m odo a todas las Audiencias
el derecho de im poner el sello real y el poder de dictar disposiciones en nom bre
del m onarca.26 D icha circunstancia era de significación particular porque todas
las Audiencias, como se ha m encionado ya, poseían ciertos deberes de inspección
y tenían que, sustituir, adem ás, al gobernador o capitán general de la región en
caso de su ausencia o m uerte.
En form a paralela a la fundación de las Audiencias, tuvo lugar la introducción
de la institución política más im portante en los territorios ultram arinos españoles
al nom brarse a un virrey (originalm ente Visorey) para la N ueva España (M éxi­
co) en el año de 1535, y otro p ara Perú en 1543. Los virreyes, a los que se transfi­
rieron al mismo tiempo los cargos de u n gobernador de la provincia perteneciente
a su capital, de presidente de la A udiencia que ejerciera en su sede de gobierno y
más tarde tam bién el de un capitán general, eran investidos de atributos reales
como representantes del soberano: por ejemplo, un cerem onial especial, una
guardia y otras prerrogativas por el estilo. E n las colonias debían d a r expresión
ostensible al principio monárquico de soberanía y al carisma del rey, pero al mismo
tiempo dirigir los asuntos de gobierno.27 M ientras las A udiencias encam an con
m ayor claridad e'1 principio de colegialidad en la naciente adm inistración colo­
nial, los virreyes, investidos del poder de “decidir así como lo haríamos Nosotros

26 Respecto a las diferencias entre una simple Audiencia y una Audiencia y Chancillería, cfr. Ro-
m án Román, “La génesis del sistema administrativo indiano”.
27 Cfr, respecto a la posición del virrey, las leyes de la Recopilación de...Indias, Libro in. Título
ni, Leyes i ss. Además Lillian Estelie Fischer, Viceregal A dm inistraron in the Spanish-American Co-
lonies\ asimismo, Jorge Ignacio Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva Espa­
ña, 1553-1746, vol. 1, pp. 4 ss., ha presentado recientemente una corta sinopsis de la im portancia
histórica de la actividad virreinal en América y sobre el estado de la investigación acerca del tema.
(es decir, el rey)”,28 reflejaban de u n m odo particular el concepto monocrático en la
burocracia colonial, am plificado, sin em bargo, por el carácter sagrado del poder
soberano delegado en ellos. Esta posición descollante, vinculada con la realiza­
ción de los asuntos principales de gobierno y u n a am plia libertad p a ra la acción
política, perm itió más tard e a distintos titulares del cargo, desarrollar actividades
legislativas realm ente propias de u n estadista y así poder ejercer un profundo
influjo sobre la evolución interior de las regiones subordinadas a ellos. Sobre todo
durante el siglo xvi, la C orona confió la dignidad de virrey casi sin excepción a
personalidades m uy com petentes y así dio im pulso decisivo al progreso de la colo­
nización. M ientras las A udiencias se volvían cada vez más elementos de constan­
cia y defensa de los derechos y las costum bres tradicionales en el transcurso de la
historia colonial, bastante a m enudo fueron precisam ente los virreyes quienes en ­
cauzaron innovaciones y adaptaciones im portantes a cambios en el estado de
cosas.
En la historiografía de lengua española se suscitó una controversia voluminosa
aunque bastante estéril acerca del origen, la procedencia y la significación del tí­
tulo y las funciones de virrey,, en, la que la institución fue denom inada como un
cargo derivado de la tradición institucional aragonesa, ppr una parte, o inicial­
m ente castellana, por otra. A unque se sepa poco sobre los desarrollos que condu­
jeron al nom bram iento del p rim er virrey en M éxico, es seguro, sin em bargo, que
todas las m onarquías de la época practicaban, bajo diversos nom bres pero casi los
mismos poderes y atribuciones, la instalación de un representante del rey en
los casos de ausencia o incapacidad p a ra gobernar. Sólo en A ragón el cargo de
virrey existía como institución p erm an en te p a ra el gobierno de los reinos
de V alencia, C atalu ñ a, Sicilia y Nápoles. Colón ya se hab ía reservado el título de
virrey, por cierto, y los reyes se lo concedieron, pero aparentem ente ni el descu­
bridor ni la Corona derivaron poderes o atribuciones especiales del mismo, de
m anera que este tem prano virreinato no dejó huellas en la evolución adm inistra­
tiva del reino colonial. L a m edida de 1535 p or lo tan to parece haber sido una
creación nueva p a ra Castilla, estribada, ciertam ente, en modelos tanto castellanos
como aragoneses,29
L a posición de u n virrey no im plicaba, sin em bargo, atribuciones jurisdic­
cionales o adm inistrativas concretas algunas. Los virreyes m ás bien representa­
ban el poder soberano del m onarca y disponían, por lo tanto, de u n a autoridad
política general. No debían ejercerla dentro de los límites de un distrito fijamente
delineado, sino sólo hacerla valer frente a los órganos de la adm inistración ordi­
naria en casos especiales; cuando los poderes de estas autoridades no bastaban
p a ra resolver un problem a o cuando conflictos de incum bencia entorpecían la
m archa norm al de la adm inistración. P or este motivó la C orona se conformó sólo
con delinear recíprocam ente las esferas de influencia de los virreyes residentes en

28 Recopilación de...Indias, Libro m&,¡ Título iii, Ley n.


29 Respecto a la controversia arriba mencionada, cfr. cap. II, nota 216 al pie.
L im a y M éxico. A p artir de esta dem arcación se produjo la idea errónea, que
sobrevive con obstinación en la bibliografía y todos los atlas históricos, de que el
im perio colonial estaba dividido en dos virreinatos que representaban entidades
de adm inistración cerradas en sí. D ado que la dignidad de un virrey no estaba
vinculada con ninguna clase de poderes adm inistrativos, sin em bargo, los con­
ju n to s de territorios creados p o r la lim itación de sus esferas de influencia no for­
m aban entidades adm inistrativas cerradas. x
Los virreyes únicam ente poseían poderes y atribuciones de cargo concretos en
su función como capitanes generales, gobernadores y presidentes de la A udiencia
en su sede de gobierno. El hecho de que se tratab a de actividades com pletam ente
diferentes se deriva de la simple circunstancia de que se entregaba u n título de
nom bram iento diferente p ara cada uno de estos cargos. P ara la ¿om prensión del
significado de esta acum ulación de cargos debe volverse otra vez a las norm as j u ­
rídicas de evaluación que ya se m encionaron antes. C ada uno de los cargos
nom brados representaba la cabeza juríd ica de una esfera de adm inistración: el
capitán general era el jefe suprem o de u n a circunscripción de adm inistración m i­
litar; el gobernador dirigía ju n to con esta autoridad la adm inistración de la ju sti­
cia en u n a región determ inada, sin poder intervenir en la jurisprudencia, sin
em bargo, a no ser que fuera ju rista .30 L a constitución de u n a autoridad central en
un organism o adm inistrativo autónom o, sujeto directam ente a las autoridades
de la m etrópoli, siempre requería, por lo tanto, la reunión de todos los cargos de
las distintas esferas adm inistrativas en la m ano de u n a persona. A p artir de la ín­
dole de esta acum ulación de cargos, típica en la adm inistración colonial española,
puede determ inarse, pues, la significación política de los diferentes funcionarios.
La autoridad de rango más alto y el director de una entidad de adm inistración
subordinada directam ente a la C orona era el cap itán general, presidente de una
A udiencia y gobernador, quien de esta acum ulación,de cargos podía derivar y
con frecuencia tam bién im poner u n a suprem acía ante otros capitanes generales o
gobernadores, a pesar de que éstos sólo estaban subordinados al prim ero en su
calidad de presidente de la A udiencia, es decir, en la esfera de la adm inistración
de justicia. En form a correspondiente, los capitanes generales y gobernadores
contaban con superioridad adm inistrativa frente a los que sólo eran gobernado­
res, lo cual resultaba tam bién de u n m ayor peso político y por lo tan to asimismo
en un poder directivo que rebasaba el verdadero m arco legal y sólo se definió en
la práctica adm inistrativa a largo plazo.
Esta separación de las distintas esferas adm inistrativas, qué en un sentido for­
m alista parece exagerada, no obstante pone de m anifiesto el principio de la divi­

30 Cfr. Alfonso García-Gallo, “Los principios rectores, pp. 665 ss. Para completar, menciónese
tam bién que la cuarta esfera, las cuentas de la adm inistración de la H acienda, estaban a cargo colec­
tivo de oficiales reales: un contador, Un tesorero, un factor (adm inistrador de los tributos en especie)
y un vendedor (inspector de las fundiciones de m etal precioso). Además de estas esferas de adm i­
nistración seculares, existían las diferentes divisiones administrativas eclesiásticas.
sión territorial como se im puso en la organización de la adm inistración territorial
en ultram ar bajo la influencia de las m edidas estatales. El transcurso de la C on­
quista redundó en u n a división en reinos y provincias, sin que hasta la fecha es­
tén claros los motivos de esta diferencia de térm inos. Com o consecuencia de la
organización estatal, estos reinos y provincias se convirtieron, subdividieron o
reunieron en entidades de adm inistración m ilitar, civil, de la justicia y de H a ­
cienda, en las que se crearon sin em bargo, m uchos m ás organism os de adm i­
nistración civil (al m ando de u n gobernador) que capitanías generales o incluso
distritos de administración de la justicia, es decir, sujetos a una Audiencia. Así p u ­
do surgir la jerarq u ía antes esbozada, la cual fue desarrollándose sólo paulatina­
m ente a consecuencia de las m edidas tom adas d urante la prim era m itad del siglo
x v i.31 El virrey se hallaba por encim a de esta m ultiplicidad, desconcertante y so­
m etida a frecuentes cambios, de capitanes generales, presidentes y gobernadores;
capitanes generales y gobernadores; y gobernadores sencillos —los cuales sin d u ­
da se encontraban unos con otros en u n a relación fija com pletam ente clara para
los contem poráneos, y por ello no reglam entada expresam ente por la ley. A d­
m inistrativam ente, el virrey sólo era primus ínter pares, pero en lo político, como
representante del monarca^ descollaba por m ucho entre los funcionarios directo­
res, legalmente del mismo rango, de las distintas esferas de adm inistración. El
mismo mecanismo que dio lugar a la creación de un escalonamiento jerárquico
en el nivel de los capitanes generales, los gobernadores y los presidentes, tam bién
llevó a que los virreyes adquirieran, debido a su m andato político general, un po­
der de m ando directo sobre algunos jefes de entidades de adm inistración del m is­
mo rango, de m anera que con el tiem po realm ente se form aron entidades como
virreinatos que funcionaban tam bién como organism os adm inistrativos. A lo su­
mo d urante el siglo xvm com ponían regiones de perfiles relativam ente fijos, pero
nunca alcanzaban las extensiones adjudicadas a ellos sobre-el papel porque
siempre hubo entidades aisladas de la adm inistración que lograron m antenerse
fuera de la esfera de influencia del m ando virreinal.
U n a consecuencia im portante de la jerarquización adm inistrativa iniciada bajó
Carlos V por las medida^ p a r a la organización territorial, fue la formación de
metrópolis coloniales, como M éxico y L im a, por ejemplo. En virtud de su supre­
m acía adm inistrativa, no sólo consiguieron convertirse en los centros políticos,
económicos y culturales de la H ispanoam érica colonial, sino tam bién subordinar
a otras partes del reino colonial e s p a ñ o l . A p artir de la jerarq u ía adm inistrativa

Cfr. el cuadro sinóptico del anexo, acerca de la división territorial como se había desarrollado
bajo el influjo del sistema administrativo constituido durante la prim era m itad del siglo xvi y d uran­
te la época de las reformas borbónicas.
32 Una prim era investigación de estas dependencias intracoloniales fue presentada por Marcello
Garmagnani, Les mécanismes de la vie économique dans une sociéte coloniale: Le Chili (1680-1830),
quien demuestra que Chile no sólo llegó a depender de la metrópoli Perú en lo administrativo y
político, sino tam bién en lo económico, y cuáles consecuencias tuvo esta dependencia en la evolución
interna del país.
se desarrolló, por lo tanto, u n a jerarq u ía política, económ ica y cultural m ucho
m ás am plia, con consecuencias trascendentales p ara la evolución intern a de las
distintas regiones. Esto se hizo m uy patente en el transcurso de las luchas de In ­
dependencia, las cuales equivalían en muchos aspectos a u n a sublevación de la
periferia colonial contra las m etrópolis de la m ism a colonia. El estado de la inves­
tigación hasta la fecha no perm ite sacar conclusiones m ás am plias de estas depen­
dencias intercoloniales.
La introducción de las Audiencias y el nom bram iento de los virreyes en Lim a
y M éxico no representaban sólo m edidas espectaculares dentro del m arco de la
organización de la adm inistración ultram arina, sino que consistían en pasos im ­
portantes p ara sustraer el poder a los com andantes de las em presas de la C on­
quista. M ediante la instalación de las Audiencias se reiteraba a estos jefes el
control sobre la esfera im portante de la adm inistración de la justicia, puesto que
la C orona, por principio, evitaba n om brar a los prim eros conquistadores de las
regiones afectadas p ara presidentes de los nuevos órganos centrales p ara la m is­
m a. Por lo tanto, los com andantes de las cam pañas de conquista se quedaban
únicam ente con la dirección de la adm inistración civil y la milicia. El nom bra­
m iento de los virreyes finalmente quitó tam bién, a H ern án C ortés en M éxico y al
poderoso clan de los Pizarro én el Perú, el m anejo de la adm inistración civil, ade­
más de instaurar una autoridad política superior a los conquistadores de las demás
regiones menos im portantes. Así, Cortés y los Pizarro sólo g u ardaban para sí
el m ando m ilitar, como capitanes generales, pero al poco tiem po éste tam bién
les fue revocado, cuando en el Perú se produjo una sublevación contra la Coro­
na y en México, un a conspiración descubierta con anticipación del heredero de
H ern án Cortés, ya fallecido. En México la Corona pudo im ponerse con faci­
lidad, porque la expedición de H ern án Cortés había sido em prendida sin una
capitulación previa con la Corona, de m an era que no se hab ían concedido privile­
gios tan amplios a los conquistadores. En el P erú, por otra parte, sirvieron a los
propósitos de la imposición de su autoridad conflictos entre los bandos enemigos
de Pizarro y Almagro, los cuales francam ente provocaban una intervención real.
Al mismo tiem po los com andantes de las expediciones de conquista en las demás
regiones fueron sustituidos, de modo m ucho menos espectacular, por capitanes
generales y gobernadores reales con m andatos limitados. E n la m ayoría de los
casos, la C orona iniciaba procedim ientos de investigación y aprovechaba las pre-
variaciones resultantes u otras circunstancias favorables, como una ausencia tem ­
poral, la m uerte o conflictos internos entre el com andante y su séquito, p a ra ganar
el control directo sobre la región. Al final del reinado de Carlos V, las regiones
coloniales más im portantes ya estaban subordinadas a los nuevos capitanes
genérales o gobernadores reales.33

33 No existen exposiciones generales sobre estos desarrollos; sólo Mario Góngora, E l estado en el
derecho indiano, pp. 249 ss., ofrece informaciones aisladas al respecto; por lo demás ha de recurrirse
más bien, a las numerosas historias locales o regionales de fecha más antigua. Unos ejemplos indivi­
duales tam bién se encuentran en la literatura mencionada en el capitulo i i i , nota de pie5.
E n u n principio los esfuerzos estatales p o r organizar la adm inistración territo­
rial se concentraban prim ordialm ente en el nivel central de lós reinos y las provin­
cias autónom as, pero en regiones aisladas, como la N ueva España, por ejemplo,
se observan afanes por form ar u n a adm inistración estatal en un nivel medio y b a­
jo , ya d urante los años trein ta y cuaren ta del siglo XVI. Estas m edidas se dirigían
sobre todo contra los encom enderos, Cuyo poder dé disposición sobre los n a tu ra ­
les debía restringirse de este m odo. L a C orona en este sentido se lim itaba en gran
m edida a la fijación de u n a línea general y dejaba la m ayor parte de la reglam en­
tación de los detalles y realización de los pasos proyectados a los nuevos capitanes
generales o virreyes. P articularm ente se introdujo el sistema español de adm i­
nistración m unicipal en los pueblos indígenas,34 colocando a un gobernador n ati­
vo, la m ayoría de las véces el cacique tradicional, a la cabeza de las com unidades
de indios de tiempos prehispánicos, constituidas en pueblos. El responsable de
llevar a cabo estas m edidas y del debido funcionam iento de esta adm inistración
municipal indígena era Un corregidor español instalado por el virrey o capitán ge­
neral y gobernador, cuyas tareas correspondían en la m ás am plia m edida posible
a las de su modelo Castellano. Así la C oro n a m uy pronto dispuso de u n a adm i­
nistración local organizada en M éxico y C entroam érica, la cual podía garantizar
un control efectivo sobre la población autóctona y form ar un contrapeso a los en ­
comenderos. Por consecuencia del carácter de una prebénda que se adjudicaba a
estos cargos —en su ocupación debía darse preferencia a los conquistadores y a
sus descendientes que no h ubieran recibido encomiendas-—, pronto se dem ostró
que los funcionarios españoles locales del Estado explotaban á los indígenas
igual que los encomenderos, pero estos Corregidores, instalados con plazo señalado,
al menos no im plicaban un peligro de feudalización. En la Nueva España, la Coro­
n a intentó corregir los abusos de los corregidores m ediante la instalación de
jueces de apelación en u n nivel de distrito, los alcaldes mayores, a p artir de los
años cuarenta del siglo xvi. No obstante, esta m edida en principio fue inútil, ya
que, en vista de la dism inución dem ográfica que pronto se hizo notar entre los
naturales y la consecuente dism inución de los ingresos tributarios, hubo que ane­
xar a la s alcaldías mayores u n a g ra n p a rte de los corregim ientos, por motivos de
ahorro. C on esta m edida, al m ism o tiem po se perdió la oportunidad, que jam ás
volvería a presentarse, dé organizar u n a sucesión de instancias en las entidades
de adm inistración coloniales, com puesta por u n a adm inistración local, de distrito
y central controlada diréctam ente por el E stado.35
Adem ás de estos pasos hacia la cobertura y el control adm inistrativos de la lia-

34 Respecto a la introducción de la administración m unicipal española en los pueblos indígenás,


cfr. Charles Gibson, “T he transform ation of the Indian Community in New Spain 1500-18Í0”, p a rti­
cularícente pp. 586 ss.
35 En cuanto a los primeros intentos de desarrollar una adm inistración local y de distrito en la
Nueva España, informa Péter G erhard, A Guide to the Historical Geography o f New Spaini pp. 10
ss. T ra ta en form a general sobre los corregidores y alcaldes mayores Alfonso García-Gallo, en
“Alcaldías Mayores y Corregidóres en Indias”, pp. 299 ss.
n u ra pob lad a por naturales, hacia fines del reinado, de Carlos V , com enzaron ya
los prim eros intentos por som eter las ciudades españolas al dom inio del poder
suprem o central. Com o se ha expuesto ya, los cabildos de las ciudades españolas
gozaban, a despecho de la autoridad que los com andantes de las expediciones de
C onquista ejercían sobre las ciudades fundadas la m ayoría de las veces por ellos
mismos, de u n a autonom ía m ucho más am plia respecto a la autodeterm inación
m unicipal y la elección de sus representantes que las ciudades de la metrópoli.
Debido a estas libertades concedidas por la C orona, se habían desarrollado m úl­
tiples form as, en parte considerablem ente divergentes, de gobiernos municipales,
las cuales habían sido toleradas por el poder de Estado, tendente a la unificación,
por consideración a la im portancia que había que atribuir al desenvolvimiehto de
x las ciudades p ara el progreso de la colonización. M ediante el' nom bram iento
aislado de corregidores y de u n a parte de regidores, la C orona inició u n proceso
de dism inución de las libertades municipales, el cual llegaría a su fin durante la
segunda m itad del siglo.36 V ista en conjunto, d u rante la época aquí tratad a se
dieron los prim eros pasos hacia la organización y la reglam entación de los niveles
inferiores de la adm inistración. Esto ha de derivarse, y no en últim o lugar, de
que precisam ente la conquista del subcontinente sudam ericano, por m ucho la
parte m ayor del posterior imperio colonial, se llevó a cabo relativam ente tarde y
adem ás redundó en u n a serie de graves turbulencias; piénsese en esté sentido,
por ejemplo, en las luchas entre los acólitos de Pizarro y de A lm argo en el Perú.
P or lo tanto, las medidas correspondientes forzosamente tenían que lim itarse a
las Antillas, M éxico y C entroam érica, donde reinaban condiciones estables en
com paración con aquéllas.
En la legislación, la C orona tam bién comenzó a tom ar u n a iniciativa creciente,
bajo el influjo del Consejo de Indias, m ientras hasta entonces, la m ayoría de las
veces, sólo había reaccionado a solicitudes o problem as aislados llevados hasta
ella. C on claridad cada vez m ayor se observa ya el propósito de decretar regla­
m entaciones de vigencia general p ara el gobiérno de las regiones ultram arinas.
L a voluntad del Estado p a ra im poner su a u to rid ad pau latin am en te empezó a
articularse.37 Por cierto, incluso entonces la Corona tuvo que limitarse todavía a es­
tablecer líneas generales, dejando la elaboración necesaria de las reglam entacio­
nes de detalles y las determ inaciones p ara su realización a los nuevos virreyes
y capitanes generales o gobernadores. Por lo tanto, a despecho de todas las
tendencias absolutistas, los representantes del poder estatal guardaban un alto
grado de autonom ía en las colonias. C iertam ente, las condiciones,geográficas en
lo sucesivo tam bién forzaron u n a considerable m edida de descentralización ad ­
m inistrativa e incluso legislativa.38 C om o todavía puede observarse sin excepción

36 Los esfuerzos iniciales de la Corona para la subordinación de las ciudades son indicados por
John Preston Moore, The Cabildo in Perú under the Hapsburgs, p. 44. -
37 Esto señala Mario Góngora, El estado en el derecho indiano, p. 252.
38 Este fenómeno fue analizado por Rafael Altam ira y Crevea, A utonom ía y descentralización le-
en los grandes im perios coloniales del siglo XIX, tam bién en el im perio ultram ari­
no de E spaña la m etrópoli invariablem ente se vio obligada a ceder u n a am plia li­
bertad de acción a sus representantes en las colonias para poder enfrentar sucesos
imprevisibles de u n m odo adecuado, debido a las dificultades de com unicación
resultantes de las enorm es distancias.39 P or ello nunca logró im ponerse en u ltra­
m ar un gobierno directam ente absolutista y estribado en la obediencia incondi­
cional frente a las indicaciones del centro.
Este periodo de la form ación de la adm inistración territorial, que se extendió
aproxim adam ente desde 1526 hasta avanzado el reinado de Felipe II, tam poco
estuvo libre de im provisaciones, soluciones internas y reveses y no se llevó a cabo
como un proceso de desarrollo recto y continuo. C ad a vez m ás hubo que transfe­
rir el gobierno de u n a región a los m iem bros de u n a A udiencia en form a colecti­
va. Esto ciertam ente ya no era u n a m era expresión de d u d a en todos los casos,
como lo fue todavía en el de las Antillas bajo F ernando el Católico, sino con
bastante frecuencia u n a m edida in tern a intencional con cuya ayuda se introducía
la destitución de algunos conquistadores. Éstos, así como los prim eros colonizado­
res, quienes con claridad cada vez m ayor com enzaban a destacar como un grupo
autónom o de intereses en vista de los afanes centralistas de la C orona, intentaron
contener y desviar este desarrollo p ara su beneficio, m ediante un sinnúm ero de
instancias dirigidas al rey o al Consejo de Indias, por m edio de quejas contra los
funcionarios reales y pronósticos sombríos acerca de las consecuencias de la polí­
tica em prendida. C on frecuencia se presentaban personalm ente en la C orte para
obtener del m onarca un cambio de la situación a su favor haciendo indicación de
sus m éritos, es más, incluso por medio de sobornos. No dejaron ningún medio
sin intentar, desde las m anipulaciones adm inistrativas hasta la desobediencia
abierta a las órdenes de la autoridad central. Esta oposición masiva, que en la
m etrópoli tam bién consiguió a m enudo m ovilizar apoyo influyente a través dé
conexiones familiares y de clientela, ciertam ente no logró inducir una modifica­
ción en la política estatal, pero al m enos contuvo y rezagó la realización de la m is­
m a m ediante la propagación de inseguridad entre los círculos preponderantes de
la C orte. Siquiera la C orona estaba en situación de arriesgar la persistencia en un
ejercicio incondicional de su política después de que se había vuelto evidente, a
más tard ar a p artir de la conquista de M éxico, la im portancia fundam ental de las
colonias para el financiam iento de la política europea de España y considerando
que todo trastorno serio de la afluencia de metales preciosos de Am érica a España
podía tener repercusiones trascendentales en los sucesos dentro de E uropa. Los

gislátiva en el régimen colonial español. Legislación metropolitana y legislación propiamente in­


)',
diana (siglos xvi, x v i i y x v i i i tam bién Hans Peters, en Zentralisation und Dezentralisation, quien
define las distintas formas de centralización y descentralización.
Los mismos problemas dentro del imperio colonial británico son indicados por Rudolf von Al-
bertini, Introducción, en: el mismo, M odem e KoloniaIgeschichte, p. 42.
intereses europeos de España influyeron, por lo tanto, de m odo m ás bien dilato­
rio sobre la organización interna del im perio colonial.
M ientras durante los años treinta del siglo XVI com enzaba a solidificarse la
oposición de los conquistadores contra los planes estatales de u n a penetración ad­
m in istrativ a,'la política de la C orona o tra vez experim entó Un aum ento de pre­
sión por parte de lalg lesia. Los abusos de los conquistadores contra los indígenas
en México y m ás tarde las atrocidades com etidas por los españoles en el transcurso
de la conquista del Perú, en creciente m edida hicieron e n tra r en liza nueva­
m ente a la Iglesia, que criticaba de m anera vehem ente el proceder de los conquis­
tadores y hacía responsable a la C orona de tolerar esas condiciones. M ientras en
M éxico aún se logró cierto apaciguam iento de las condiciones en las colonias m e­
diante el nom bram iento del prim er virrey, A ntonio de M endoza, en el Perú es­
tallaron al mismo tiempo hostilidades abiertas entre los seguidores de Pizarro y
Alm agró, quienes luchaban por el dom inio de esta región conquistada poco tiem ­
po antes. Las turbulencias desem bocaron en la g uerra civil y se alargaron hasta
mediados de siglo* En vista de esta situación cada vez más grave, Carlos V per­
sonalm ente encabezó Un nuevo avance en la política colonial. En m ayo de 1542 él
mismo inició u n a visita general al Consejo de Indias que tendría extensas conse­
cuencias políticas.40
El resultado de esta visita no sólo fue la destitución de algunos consejeros sobor-
nables, sino particularm ente la elaboración de las Leyes Nuevas de 1542-1543,41
que se han abordado ya en otro contexto*42 A parte de su significación : fun­
dam ental p ara la política indígena de la. Corona; las Leyes Nuevas tam bién
m arcaban u n hito en el desarrollo de la organización estatal en la Hispanoam érica
colonial. P ara em pezar, consignaban algunas disposiciones com plem entarias
acerca del modo de tra b a ja r del Consejo de Indias y decretaban, asimismo,
la instauración del virreinato del P en i y de dos A udiencias, u n a en L im a y otra
en G uatem ala. M ientras la presidencia de la A udiencia de G uatem ala y la res­
ponsabilidad gubernam ental p ara la región todavía fueron delegadas a uno de los
consejeros, la C orona designó al virrey del Perú p ara presidente de la A udiencia
de Lim a y así arraigó term inantem ente la form a de enlace institucional del go­
bierno y la adm inistración de justicia, que m ás tarde se im pondría después de
que en M éxico ya se había procedido igual que en el P erú .43 Al m ism o tiem po, se

40 Acerca de los fundamentos de esta medida, cfr. Ernesto Scháfer, E l Consejo R ea ly Supremo de
las Indias, vol. 1, pp. 61 ss.
41 La fecha doble sé debe a que en 1543 se fijó un complemento a las leyes decretadas en 1542; am ­
bos textos han sido publicados, entre otros, por Antonio Müro Orejón. “Las Leyes Nuevas de 1542-
1543, Ordenanzas para la gobernación de las Indias y buen tratam iento y conservación de los
Indios”, pp. 561 ss. ,
42 Cfr. el apartado ii. 2. a.
43 Con dos excepciones, todas las Audiencias posteriormente recibieron a un presidente que no éra
dé esa carrera y a quien, como capitán general y gobernador, se delegaba el poder dél gobierno; fen
cuanto a la correlación peculiar entre el virrey y la Audiencia, cfr. Horst Pietschmann, Dte Em-
fü h ru n g des Intendantensystems in Neu-Spanien., pp. 70 ss.
de prohibió estrictam ente al nuevo virrey hacerse encom endero, conceder a indí­
genas en encom ienda y em prender él m ism o o autorizar nuevos descubrim ientos
y conquistas; esta m edida servía p ara asegurar la independencia en el desem peño
del cargo. Acto seguido se dictaron nuevas reglam entaciones acerca del m odo de
trab ajar de las A udiencias, las cuales debían asegurar la autonom ía y autoridad
de; la jurisprudencia y fijar la incum bencia de estos tribunales. O tras disposi­
ciones tra ta b a n de la form a de los juicios de residencia, los procedim ientos
judiciales de investigación a los que todos los funcionarios al servicio de la C orona
tenían que someterse al concluir su tiem po de m ando, y adjudicaban el en­
juiciam iento de los mismos a los tribunales de los distintos niveles jerárquicos.
O tros puntos de las Leyes Nuevas pusieron én vigor nuevas reglam entaciones
p ara la recaudación de impuestos y la contabilidad de los funcionarios de Hacienda.
Además, las Leyes Nuevas contenían determinaciones detalladas acerca de la rea ­
lización de nuevos descubrim ientos, que en lo sucesivo ya no debían llevarse a
cabo sin el perm iso de la A udiencia más cercana. D edicaban particular atención
a la m oral de los funcionarios y la independencia en el desempeño de sus cargos.
Por regla general se les prohibía, por ejemplo, aceptar cualquier privilegio^ obse­
quio u otras cosas por el estilo, y sobre todo no podían poseer encom iendas. H a ­
bía que incautarse de inm ediato las encom iendas que estuvieran eri posesión de
funcionarios de la C orona, incluso si el afectado renunciaba a su cargo y decidía
disfrutar los beneficios de su encom ienda. Sólo u n cargo, el del corregidor en
los distritos indígenas, se reservaba expresam ente a los conquistadores y sus
descendientes que no hubieran recibido ninguna encom ienda, declarándolo así
abiertam ente u n a prebenda, au n q u e es probable que no se pretendiese exceptuar
a estos corregidores de las norm as de conducta de los demás funcionarios. A parenr
tem ente, con esta m edida debía contentarse a los conquistadores que hasta enton­
ces se habían sentido perjudicados en el reparto de recompensas. E ntre las dem ás
disposiciones, que sin excepción tratab an de la problem áticá indígena, ha de
m encionarse aquí únicam ente la prohibición general a todos los altos funciona­
rios de gobierno de conceder nuevas encom iendas, la cual aspiraba igualm ente a
m antener al cuerpo de funcionarios fuera de los conflictos en torno a la distribu­
ción del botín de las conquistas.
Con toda razón las Leyes Nuevas fueron llamadas una “clase de constitución po­
lítica del Nuevo Mundo”,44 puesto que contenían, en forma coherente, las concep­
ciones fundam entales de la C orona respecto a la organización estatal del im perio
colonial am ericano. A unque las disposiciones sobre el trato de los indígenas, la
eliminación de la esclavitud de indios y la restricción de las encom iendas, que in ­
teresan menos en el presente contexto, eran las innovaciones que en principio
conm ovían a los contem poráneos y que ellos consideraban m onstruosas, por ello
no debe pasarse por alto la significación igualm ente elem ental de las reglanienta-
ciones de la organización adm inistrativa. Ñ o todos los;decretos .relacionados con

44 i
Alfonso García-Gallo, “Génesis y desarrollo del Derecho indiano”, p. 136.
este aspecto eran com pletam ente nuevos; es m ás, en m uchos aspectos las Leyes
Nuevas sólo representaban u n a com pilación sistemática de los principios para la
organización territorial que se habían ejecutado o al m enos se encontraban en
proceso de realización en el virreinato de la N ueva España, instaurado pocos
años antes. A hora bien, por prim era vez estos principios eran elevados, de un
modo general y lógico, al rango de fundam ento legislativo para todo el imperio
ultram arino, expresando así la voluntad de organizar este enorm e conjunto de
regiones según líneas generales uniform es. Sin duda, m ucho aú n era rudim enta­
rio e incompleto, pero, con excepción de la adaptación del cabildo a las condi­
ciones españolas, las Leyes N uevas ya consignaban las diferentes concepciones
para el desarrollo de un aparato adm inistrativo controlado por completo por el
Estado, las cuales se expusieron en los párrafos anteriores de este apartado. En las
Leyes Nuevas se encuentra la voluntad de constituir adm inistraciones centrales de
u ltram ar, m ediante la reunión de distintas provincias en u n a entidad adm inistra­
tiva, al igual que el-principio de recoger las diferentes esferas de adm inistración
bajo u n a dirección central, p o r medio de la acum ulación de funciones, y simul­
táneam ente incorporar unos controles adm inistrativos m ediantej el enlace de
las diversas ram as de la adm inistración. El texto legal com prende tam bién la
acentuación del papel,político de la A udiencia, unas ideas para la creación de un
cuerpo de funcionarios íntegro y la consignación para el desarrollo de una!adm i­
nistración local y de distribución autónom a, con restricción del poder de disposi­
ción de los encom enderos sobre los indígenas. D ebe realzarse., sin em bargo, que
los principios fundam entales m encionados constaban sólo en parte de modo
explícito en las Leyes Nuevas. Algunas conexiones sólo se revelan al observador
m oderno ante el fondo de las concepciones contem poráneas de la adm inistración
o a p artir de la organización adm inistrativa de la metrópoli, lo cual no dismi­
nuye de ninguna m anera la significación de las Leyes Nuevas.
¿Cuál era, pues, la ramificación jerárq u ica de la organización estatal proyecta­
da p ara el reino 'colonial? En la esfera de, la adm inistración de la justicia, la
A udiencia, encabezada por su presidente, no sólo era el tribunal superior, sino
tam bién el órgano central de la adm inistración de la jurisprudencia, es decir, la
intendencia juríd ica en u n a entidad adm inistrativa autónom a. En el nivel medio
de las distintas provincias, esta función se encontraba en m anos de u n justicia
m ayor, u n cargo que siempre estaba unido con el oficio correspondiente de la ad­
m inistración civil, o sea, con el del gobernador, del alcalde m ayor o corregidor,
debido a la delim itación poco clara entre las adm inistraciones de provincia y de
distrito. Sólo aparecía como cargo: autónom o en caso de estar desocupada la res­
pectiva función gubernam ental.45 El justicia m ayor tam poco era solamente un
cargo adm inistrativo de la justicia, sino que tam bién poseía atribuciones ju d i­
ciales; a saber: según la naturaleza del procedim iento, la función de u n juez de
prim era o segunda instancia. En un nivel local, los alcaldes ordinarios de las

45 Cfr. al respecto de esto y lo siguiente las gráficas presentadas a continuación.


ciudades españolas o los m unicipios indígenas cum plían con estos deberes en p ri­
m era instancia. M erece m encionarse que los órganos del orden público, o sea, de
la policía y la ejecución de penas, tam bién estaban subordinados a la adm inis­
tración de la justicia. L a adm inistración civil se h allaba en manos de los virreyes o
gobernadores autónom os, que con frecuencia éran a la vez capitanes generales
y presidentes de u n a A udiencia. D ebajo se colocaban, en transición indistinta
entre las adm inistraciones de provincia y de distrito, los gobernadores, que
sólo unían las funciones de justicias m ayores con su cargo, alcaldes m ayores o
corregidores. En el nivel local, la dirección de esta esfera correspondía a los cabil­
dos de las ciudades españolas o los m unicipios indígenas. E n la cabeza de la je ra r­
quía m ilitar se encontraba el capitán general, a quién seguían, en un nivel medio,
o los gobernadores de provincia, que p o r regla general siem pre observaban
tam bién funciones m ilitares, tenientes de capitán general o capitanes de guerra,
ambos cargos que sin excepción se hallaban en m anos de los alcaldes m ayores o
corregidores, los cuales deben atribuirse más bien a la adm inistración de distrito.
En com paración, la adm inistración de H acienda todavía estaba relativam ente
subdesarrollada. E ra independiente de las instancias de la adm inistración civil y
sólo disponía de cajas reales en el nivel de provincia, m anejadas.de m anera colec­
tiva por los susodichos oficiales reales y subordinadas directam ente al Consejo de
Indias. M ás tarde se delegaron poderes restringidos sobre esta esfera de la adm i­
nistración a los virreyes, y se creó u n órgano de determ inación para todo caso de
em ergencia con la instauración de u n a J u n ta de R eal H acienda. En esta área, la
centralización se im puso m ás extensam ente en el transcurso de la Colonia.
En prim er término, debido a las disposiciones consignadas en las Leyes Nuevas
al tra to de los indígenas y la restricción de la encom ienda, la ejecución de las ins­
trucciones de la C orona se topó con u n a oposición m uy fuerte, la cual se
intensificó hasta la rebelión ab ierta en el caso del P erú.46 En virtud de este
desarrollo tam bién se dilató, p articularm ente en el Perú, la; im plantación de las
órdenes contenidas en las Leyes Nuevas, acerca de la organización adm inistrativa,
incluso hasta m uy avanzado el reinado de Felipe II.47
A fin de d ar a conocer y realizar las nuevas disposiciones legales, la C orona se
sirvió de un procedim iento en las distintas regiones que se volvió determ inante
p ara la práctica adm inistrativa en ultram ar. M ientras esta tarea debía ser asum i­
da en el Perú por el recién nom brado virrey, Blasco N úñez Vela, el Consejo de
Indias m andó visitadores generales a la N ueva E spaña y otras provincias. No só­
lo tenían que revisar el entero aparato de adm inistración en cuanto a su debido
funcionam iento, sino a la vez encargarse de la imposición de las m edidas recién
establecidas. D urante los siglos siguientes, este curso fue seguido una y otra vez

46 En cuanto a estas luchas, m encionadas reiteradam ente, cfr. la crónica de Pedro de Cieza de
León, Guerras civiles del Perú.
47 La introducción de corregidores de indios en él Perú no ocurrió, por ejemplo, hasta los años se­
senta del siglo; cfr. Guillermo L ohm ann Villena, E l Corregidor de Indios en el Perú bajo los
Austrias, pp. 45 ss. ¡l
para introducir profundas innovaciones o sólo p ara som eter la adm inistración a
m ayor control, la cual tendía a la independización a causa de las grandes distan­
cias. Ju n to con el juicio de residencia antes m encionado --la investigación judicial
del desem peño en su cargo de u n funcionario al térm ino de su tiem po de
servicio—, la visita general, es decir, el envío de interventores reales o comisarios,
tam bién .representaba en A mérica el instrum ento m ás im portante del poder
m onárquico;para el control del ap arato adm inistrativo.'18
M ientras durante el reinado de Carlos V , quien tam bién modificó la adm i­
nistración de la metrópoli en muchos aspectos,49 se desarrollaron los rasgos: fun­
dam entales del sistema de adm inistración territorial de las colonias, bajo Felipe II
se llevó a cabo la am pliación y la burocratización del aparato adm inistrativo. En
.virtud de la creciente presión política a la que sé estaba exponiendo España, co­
mo poder hegemónico europeo y p rim era potencia de la C ontrarreform a, los
problem as de H acienda y la milicia tam bién cobraron cierto sobrepeso en la polí­
tica colonial. En particular el intento hecho en 1556, abandonado poco tiem po
después, de sustraer todos los asuntos de H acienda al Consejo de Indias y transfe­
rirlos al Consejo de H acienda; la constitución de los oficiales céales en órganos de
la jurisdicción financiera a m ediados de los años sesenta; la introducción en las
colonias del im puesto sobre las ventas m ás im portante de Castilla, la alcabala, a
p artir de los años setenta, y la fundación de nuevas cajas reales en diversas pro­
vincias docum entan esta tendencia en la esfera de la adm inistración de H acien­
d a .50 Respecto a la organización m ilitar, esta corriente puede observarse con el
inicio de la construcción de fortificaciones, la am pliación de lá milicia y el aum en­
to de capitanías generales d urante el últim o cuarto del siglo x v i.51 L a fijación de­
finitiva del sistema de flotas y galeones en el m ovim iento entre las colonias y la
m etrópoli52 y la introducción de la venta de cargos en la adm inistración colonial53
representaban otras m edidas que en parte pertenecen al contexto de disposiciones
militar-fiscales, las que a p artir de ese m om ento im prim irían, cada vez con m a­
yor claridad su carácter a la política colonial española. Al igual que la política in­
terior en la metrópoli, la política colonial se volvió, cada vez m ás, una función de
los desenvolvimientos de la política exterior. No obstante, precisam ente la cir­

48 Cfr. tam bién el siguiente apartado.


49 Cfr. Fritz Walser, Die spanischen Zentralbehórden und der Staatsrat Karls V.
50 Respecto a estas medidas en la esfera de la administración de Hacienda, cfr. Ismael Sánchez-
Bella, La organización financiera de las Indias, siglo xvi¡ pp. 30 ss.
51 Respecto a la construcción de fortificaciones, cfr, José Antonio Calderón Quijano, Historia de
las Fortificaciones en Nueva España, pp. 7 ss. y 221 ss. En cuanto a la milicia,, cfr. Alfonso García-
Gallo, “El servicio m ilitar en Indias” , pp. 447 ss. El aumento en el núm ero de capitanías generales es
abordado porE rnesto Scháfer, Él Consejo R eal y Supremo dé las Indias, vol. 2, p. 162.
52 Cfr. C.H. Haring, The Spanish Empire in America, pp. 304 s.
53 En cuanto a la introducción y reglamentación de-la venta de cargos bajo Felipe II, cfr. Francis­
co Tomás y Valiente, La venta de oficios en Indias (1492-1606)\ cfr. tam bién los apartados ni- 1. c. y
i i i - 2 . b.
cunstancia de que la C orona pudiera agravar a los colonizadores en m ayor m edi­
da que antes con cargas financieras y m ilitares, pone de manifiesto hasta qué gra­
do el poder suprem o de Estado se había im puesto a todas las fuerzas centrífugas
en ultram ar y con cuán ta eficacia era posible utilizar el nuevo aparato adm inistra­
tivo p a ra la realización de los objetivos de la política de la Corona. Estas relacio­
nes tam bién hacen p aten te, sin em bargo, que detrás del afán pór la im posición
del poder estatal frente a la sociedad de conquistadores, que en u n principio
se desenvolvía con bastante libertad, se hallaba no sólo u n a pretensión de autori­
d ad general de fundam entos filosófico-jurídicos del m onarca que personificaba
al Estado, sino que obligaciones políticas m uy concretas instaban a la C orona a
desarrollar u n a organización adm inistrativa sujeta a su control directo e inm e­
diato, con ayuda de la cual podía posibilitarse la movilización de los recursos y así
asegurar el financiam iento de la política-europea de España, del cual u n a parte
siempre creciente gravaba sobre las colonias.
Felipe II se ocupó, pues, de m an era m ás intensiva y regular que su predecesor,
de los asuntos de las regiones ultram arinas y Se em peñó particularm ente en u n a
vigilancia directa de las autoridades centrales en la metrópoli. Después de que en
el transcurso de las prim eras décadas de su gobierno esencialmente se había con­
cluido el desarrollo de la organización adm inistrativa proyectada en las Leyes
Nuevas y u n a serie de nuevas visitas generales a las colonias hab ía atendido a
una imposición estricta de la legislación de la Corona durante los años sesenta, el rey
inició otra revisión de la política colonial en 1569 / con la orden para u n a visita al
Consejo de Indias* Este procedim iento de investigación, realizado por ,el licen­
ciado Ju a n de O vando, condujo a la inteligencia de que el Consejo de Indias no
tenía un conocimiento preciso de las regiones ultram arinas y sus problem as, ni de
las léyes e instrucciones de servicio en vigor a la s que debía atenerse, y que la m is­
m a evaluación de las circunstancias aparentem ente era cierta tam bién respecto a
las autoridades centrales de la adm inistración territorial en Am érica. Después de
que en 1563 ya se había puesto en vigencia un reglam ento consistente en más
de 300 puntos p a ra las Audiencias am ericanas, la visita al Consejo de Indias reali­
zada entonces condujo a am plias m edidas legislativas. En prim er térm ino, se llevó
a cabo la elaboración de nuevas ordenanzas, compuestas por 122 capítulos, para
reglam entar el trabajo del Consejo de Indias, las que fijaban en forma minuciosa las
tareas de esta au to rid ad y sus modos de proceder y tra b aja r. Los planes creados
con anterioridad p a ra la codificación del “Derecho In d ian o ” tam bién reci­
bieron fuertes impulsos del resultado de la visita al Consejo de Indias y en lo suce­
sivo llevarían a las prim eras consecuencias parciales. Al poco tiem po, en el año
de 1573, la C orona publicó unas ordenanzas, que contenían 148 títulos sobre la
realización de nuevos descubrim ientos y conquistas, lá colonización de nuevos
territorios y la fundación de ciudades: las conocidas O rdenanzas de descubri­
m iento, nueva población y pacificación de las Indias.54 O tras instituciones de­

54 Cfr. Parte II. 2. c. , nota de pie214.


talladas de servicio p ara los funcionarios de H acienda, disposiciones acerca del
registro de la población, y en p articular los cuestionarios, enviados reiteradam ente
y que contienen cientos de puntos —según los cuales los funcionarios americanos
debían realizar la investigación n atural, demográfica y geográfica del territorio-^-,
dejan constancia de las intensas actividades legislativas de la adm inistración
c e n tra l de la m etrópoli d u ran te aquella época.55 G ran p arte de estas ordenanzas
que contenían determ inaciones precisas, ponía las m iradas sobre todo en regular,
de m anera, uniforme, el m odo de tra b a ja r del a p a ra to adm inistrativo de muchas
ram as, y en arraigar m aneras de proceder burocráticas.
A p artir de los, Reyes Católicos, puede observarse en Castilla un núm ero cre­
ciente de tales ordenanzas o instrucciones, publicadas por la C orona con el fin de
someter el m odo de trabajar de las autoridades a reglas fijas y uniform es. La-mul­
tiplicidad de estas reglam entaciones adm inistrativas,ha de considerarse al mismo
tiem po como indicador de la creciente im portancia d e la adm inistración pública,
pero tam bién de la diferenciación regional del aparato adm inistrativo. En este
m om ento, en la E spaña del siglo xvi, ya se perfila con gran claridad el em peño
del Estado en asegurar su dom inio no sólo en el aspecto político, sino tam bién en
el burocrático, y de encauzar el ejercicio del poder en form a exclusiva a través de
la adm inistración. El m om ento culm inante de este desenvolvim iento fue alcanza­
do, sin duda, en tiempos, de Felipe II, quien con razón es designado como el
“ m onarca burocrático” . M ientras Carlos V todavía confiaba en el carism a del
soberano y esperaba poder incidir en las personas y el desarrollo político m edian­
te su presencia física en el prim er plano de los acontecim ientos, Felipe se retiró en
gran m edida del público, dio a su reino u n a capital perm anente y con ella, por
p rim era vez, u n a sede oficial fija a las autoridades centrales^ y literalm ente, go­
bernó su im perio m undial desde el escritorio. Este cambio en el estilo de gobierno
hace constar con claridad insuperable hasta qué grado estaba im poniéndose una
form a de gobierno burocrática con el consiguiente aum ento en im portancia del
aparato adm inistrativo.
Esto puede observarse de m an era evidente en las posesiones ultram arinas, ya
que allí no existían resistencias a este principio de soberanía com parables con las
de la península, donde derechos señoriales, prerrogativas regionales y m unicipa­
les de origen visigodo-germ ano y u n amplio sistema de privilegios lograron opo­
nerse a este desarrollo m oderno, al que contribuyeron el derecho rom ano y el
ejem plo del derecho eclesiástico hasta el final del A ntiguo R égim en. Es probable
que en ningún otro lugar haya podido im ponerse tan pronto y de m an era tan _ca­

55 No existen publicaciones completas de estos textos legales. En gran p arte fueron incluidos, sin
embargo, en las compilaciones de leyes elaboradas más tarde, como por ejemplo en Diego de Enci­
nas, Cedulario Indiano, y en las antes citada Recopilación de las Leyes de Indias de 1680. En cuanto
a las comprobaciones geográficas, por ejemplo, Richard Konetzke, “Die ‘Geographischen Besche-
reibungen’ ais Quellén zur hispanoamerikanischen Bevolkerungsgeschichte der, Kolinialzeit”, pp. 1
ss.,.quien aborda estos cedularios brevemente; en forma más general, Sylvia Vilar, “La trajectoire
des curiosités espagnoles sur les Indes. Trois siécles d ’‘interTogatorios’ et 'relaciones', pp. 247 ss.,
bal, al m enos desde el punto de vista de los fundam entos legales, el principio de
un gobierno burocrático como en la H ispanoam érica colonial de la segunda m i­
tad del siglo xvi. H a b rá que investigar hasta qué grado la organización estatal en
ultram ar efectivam ente correspondía a las concepciones m odernas del gobierno
burocrático racional en el sentido de M a x W éber. Sin atención a la respuesta a
esta pregunta, ya puede inferirse en este m om ento, que el análisis de la organiza­
ción estatal de H ispanoam érica tiene im portancia no sólo con respecto a la histo­
ria colonial, sino que es adecuado p ara el estudio de las concepciones de la época
acerca del orden estatal con base en u n ejemplo práctico, puesto que el sistem a
gubernam ental instaurado en u ltram ar correspondía, como creación nueva, en
gran m edida a las mismas. Por cierto, tal investigación no debe restringirse sólo a
los fundam entos jurídicos, dado que u n a evaluación de la organización estatal,
que desatienda Su funcionam iento en el contexto de la evolución social y política
y principalm ente en el del grupo que sostenía este orden de dom inio, es decir, el
cuerpo de funcionarios, tendría que resultar en conclusiones engañosas.

c) E l cuerpo de funcionarios

No es necesario insistir en que p ara la creación de un gobierno burocrático se ne­


cesita un cuerpo de funcionarios de educación profesional, orientado según altas
norm as éticas y apegado a la obediencia y los hechos, tanto como los fundam en­
tos legislativos p ara tal gobierno. ¿Cóm o se m anejaron efectivam ente las disposi­
ciones legales que causan en gran parte una im presión,tan perfeccionista en la
práctica adm inistrativa colonial? ¿Q uiénes eran los funcionarios que dirigían este
complejo sistema de adm inistración, cómo eran motivados y qué concepción te­
nían de su cargo? R esulta difícil responder a estas preguntas, ya que casi no exis­
ten investigaciones respecto a este conjunto de problem as en el periodo que aquí
se considera. C iertam ente hay listas de todos los virreyes, capitanes generales,
gobernadores, funcionarios de H acienda y obispos para los siglos xvi y xvn, pero
no se sabe casi n ad a acerca del origen, la posición social e historia personal de es­
tos funcionarios.5® Los razonam ientos presentados a continuación únicam ente
pueden considerarse como u n p rim er intento, que estriban, ante todo, en la le­
gislación y el conocim iento de la práctica adm inistrativa.

66 Estas listas fueron compuestas por Ernesto Schafer, E l Consejo R eal y Supremo de las Indias,
vol. 2, pp. 439 ss.; resultan algo insatisfactorias las declaraciones en José M. Ots Capdequí, “In ­
terpretación institucional de la colonización española en A m érica”, pp. 289 ss. y 279 ss.; con mayores
detalles, pero sin hacer distinción alguna entre el cargo y los ocupantes del mismo, de este autor, His­
toria del Derecho Español en Am érica y del Derecho Indiano, pp. 128 ss.; él papel de los juristas en
la administración ha sido más estudiado; cfr. Javier Malagón-Barcelo, “T he Role of the Letrado in
the Colonization of America”, pp. 1 ss.; sobre la educación y la procedencia de Tos juristas en la
metrópoli, últim am ente tam bién R ichard L. Kagan, Students and Society in early m odem Spairi,
particularm ente pp. 75 ss. y 109 ss. En cuanto a los funcionarios a nivel de distrito, cfr. mi investiga­
ción, "Corregidores, Alcaldes Mayores und Subdelegados”, p. 173 ss. >
En to tal p u ed en determ inarse dos grupos de funcionarios; a saber: por un
lado, los p rincipalm ente políticos, quienes en prim'er térm ino desem peñaban
funciones gubernam entales en los distintos niveles jerárquicos, conforme al ca­
rácter de los cargos ejercidos por ellos; y por el otro, los funcionarios especializa­
dos, quienes tenían que atender a las actividades que precisaban de calificaciones
particulares. E ntre los prim eros hay que contar sobre todo a los virreyes, los
gobernadores de provincia, los corregidores y en: parte, tam bién a los alcaldes
mayores. Las condiciones p a ra el nom bram iento de estos funcionarios eran, ante
todo, buen a reputación, ascendencia cristiana, responsabilidad personal, méritos,
propios o contraídos por familiares, en cuanto a la C orona, y fam iliaridad con los
principios generales del ‘‘buen gobierno” , como los hacían constar los tratadistas
contem poráneos. E n el caso de éstos , así como de todos los dem ás funcionarios,
em pero, adem ás de estos criterios de selección generales no prescritos por la ley o
sólo m uy vagamente, con cam biante intensidad, resultaban al menos igualm ente
decisivos p ara la transm isión de u n cargo las buenas relaciones en la C orte, los
contactos de clientela y las recom endaciones.
Al segundo grupo pertenecían los oidores de la A udiencia, los funcionarios su­
periores de la adm inistración de H acienda, sobre todo contadores y tesoreros, y
los capitanes generales y- com andantes de fortificaciones. Estos últim os al mismo
tiem po siem pre poseían funciones gubernam entales, pero deben considerarse, en
su calidad de militares, como especialistas en esta esfera dé la adm inistración. Se­
gún la m anera de adquirir estos conocimientos especializados, este grupo de fun­
cionarios se divide en dos subgrupos; a saber: por u n a parte los juristas, quienes
adquirían los requisitos especializados p ara la obtención de su cargo m ediante un
estudio universitario; y por otro los funcionarios, que se adueñaban de las califi­
caciones necesarias p ara los cargos superiores de u na carrera en las posiciones su­
bordinadas de la adm inistración o milicia. E ntre éstos figuraban, aparte de los
m ilitares, los funcionarios de H acienda y los distintos tipos de secretarios adm i­
nistrativos y dem ás em pleados que desem peñaran funciones de asistencia b u ­
rocráticas. A parte de los militares, cuya calificación no requiere u n a explicación
particular, estos conocimientos especializados consistían, en el caso de los fun­
cionarios de H acienda, en la formación de u n a idea del sistema fiscal y los distin­
tos tipos de recaudación de impuestos así como el aprendizaje de las técnicas de
contabilidad, por ejemplo, m ientras los notarios y secretarios adm inistrativos te­
nían que instruirse en las distintas formas de oficios y actas usuales, tam bién del
registro y extracto de los docum entos. A dem ás de los conocim ientos especializa­
dos, que sólo se pedían incondicionalm ente a los juristas, m ientras que en otros
casos se om itían como requisito, regían las m ism as condiciones de contratación
p ara estos puestos que p ara los dem ás funcionarios del Estado. Éstos empleados
públicos, adem ás de su trabajo especializado, a veces tenían tam bién que cum plir
de diferentes m aneras con im portantes funciones de asesorám iento p ara los dele­
gados que dirigían los asuntos de gobierno. M ientras los funcionarios del Estado
siempre atendían a sus funciones bajo responsabilidad propia plena, como indivi-
dúos, las actividades de los especialistas, con excepción de los m ilitares, se con­
centraban en Una autoridad de organización colectiva o, en el caso de los secreta-:
ríos adm inistrativos, e n la esfera del despacho, en gran m edida sustraída al
público. , . .
El nom bram iento de los funcionarios se realizaba por distintos espacios de
tiempo. E n el caso de los políticos; o sea, los virreyes, presidentes y capitánes ge­
nerales; capitanes generales y gobernadores; gobernadores; corregidores y alcal­
des mayores, d u ra n te la segunda m ita d del siglo xvi se impuso u n a lim itación
tem poral a la actividad, que por últim o fue fijadá en cinco años para todos los
funcionarios enviados desde E uropa, y en tres p a ra los candidatos residentes en
América. Desde luego, este plazo se rebásaba con frecuencia debido a circunstan­
cias particulares, pero contaba como n o rm a legal. En cam bio, el caso de los fun­
cionarios especializados era otro; la C oro n a los nom braba por tiem po indefinido,
lo cual en la práctica por regla general equivalía a u n a contratación al servicio de
la C orona por tiem po de vida, aunque no siem pre ligada a un m ism o lugar. Los
funcionarios individuales, en gran m edida idénticos a los delegados que ejercían
el poder de gobierno, renunciaban al servicio adm inistrativo, después de tran s­
currido sU plazo o a m ás ta rd a r al llegar u n sucesor. Los funcionarios superiores
por regla general volvían a la m etrópoli y eran delegados a otros cargos por la
C orte, según su aptitud, o se ap artaban del servicio público tem poralm ente o por
completo, Los funcionarios subordinados — gobernadores, corregidores y álcal-
des m ayores^- tam bién podían solicitar un empleo al servicio de la C orona al
concluir su m andato, pero no parece haberse creado u n a carrera burocrática a
este nivel h asta el transcurso del siglo xvin en que fue introducida de m an era
formal. T am poco existía u n sistema ordenado dé ascenso. M ientras entre los
funcionarios de Estado n atu ralm en te se observaba un gran ritm o de fluctuación,
los especialistas a ojos vistas no sólo lograban instalarse a sí mismos en sus cargos
por largo tiem po, sino que con frecuencia tam bién posibilitaban una carrera
burocrática a sus descendientes. Esta tendencia a la apropiación de cargos fue
favorecida sobre todo p o r dos factores: por una parteóla venta de oficios introdu­
cida bajo Felipe II y vinculada con el derecho de transmisión por herencia; y por
otra, por un procedim iento característico de reclutam iento para los funcionarios
de educación jurídica.
En tiem pos de los Reyes Católicos y de Garlos V; ya se m anifestaban tales ten ­
dencias a la apropiación de cargos en la concesión de funciones a ejercer por
tiempo de vida o incluso hereditarias; este fenóm eno ciertam ente ha de conside­
rarse en el contexto de la política general de la C oro na pa ra el fomento d e la colo­
nización u ltram arin a m ediante diversos alicientes. Sin du d a no podrá hablarse,
teniendo en cuenta esta circunstancia, de u n a tendencia general hacia la patrim o-
nialización del otorgam iento de cargos,57 puesto que las norm as establecidas por
la ley, que señalan las líneas fundam entales de la política en lugar de aislados

Esto declara Francisco Tomás y Valiente, La venta de oficios en Indias, p. 45, en lo que cierta-
ejemplos individuales, prohibían precisam ente la apropiación de cargos.58
Además, d u ran te la fase de imposición de la a u to rid ad estatal que siguió a la
apropiación de las respectivas regiones, la C orona atendió escrupulosam ente a
im pedir cualq u ier especie de apropiación de oficios y a invalidarla én los casos en
que ya existía, como lo indica la destitución de sus cargos de numerosos conquis­
tadores. Esta norm a fue seguida de igual m odo por los Reyes Católicos, Carlos V y
Felipe II. Sólo este últim o se vio forzado a apartarse ocasionalm ente de esta regla
fundam ental, bajo la presión, de la crisis financiera estatal. No obstante, incluso
cuando en 1559 com enzaron á venderse los cargos dentro de la adm inistración
colonial en m ayor escala, esta' m edida sólo afectó las notarías asociadas con las
distintas autoridades así como las notarías públicas de las ciudades, adem ás de la
posición del alférez real, quien poseía asiento y voto en el cabildo de cad a ciudad
como portaestandarte real.59 L a am pliación de esta práctica du ran te las décadas
siguientes tam bién com prendió, al fin y al cabo, sólo las participaciones en los
cabildos y, por encim a de ello, únicam ente los cargos que ejercían funciones de
asistencia o ejecutivas, pero que de ningún m odo abarcasen responsabilidades en
asuntos de gobierno, adm inistración de la justicia, militares o de H acienda. Los
funcionarios con u n poder propio de decisión en lo sucesivo tam poco podían
com p rar su oficio, porque esto siguió prohibido por la ley. Sólo se h arían excep­
ciones a esta regla en gran m edida eñ el siglo xvu. R,esulta notable que en el caso
de los cargos vendidos se trate únicam ente de los que no estaban dotados de un
sueldo fijo, sino que sólo podían percibir gajes eventuales. Es indiscutible que la
introducción de la venta de oficios y la apropiación de cargos a este nivel subordi­
nado de la organización adm inistrativa, aunque significativo para una adm inis­
tración burocrática, abrió el acceso al ap arato adm inistrativo de la racionalización
de criterios inconvenientes en el reclutam iento. No obstante, es probable que por
ello no se haya form ado u n a casta de funcionarios, ya que los cargos afectados
por la .práctica de la venta durante el siglo xvi en su totalidad constituían u n a mino­
ría, y sobre todo porque poseían trascendencias m uy divergentes; no había seme­
jan za alguna, pues, en tre un regidor de algún cabildo, un alguacil y un notario o
secretario adm inistrativo, tan to en lo que se refiere al prestigio y las funciones
de cargo como en lo relativo a las posibilidades de obtener ganancias y a la forma de
realización de las ventajas ofrecidas por el oficio. De este hecho tam poco podrá

m ente no queda del todo claro si el autor comprende la “patrim onialización” én el sentido de Max
W eber. En éste, en todo caso, no puede hablarse dé una patrimonialización.
58 En el Ordenam iento de Cortés de Toledo, del año de 1480, los Reyes Católicos claram ente con­
denaron toda apropiación de cargos: “ .. .porque todos los derechos aborrescieron la perpetuydad del
officio publico en una persona...”; en: Cortes de los antiguos Reinos de León y Castilla, tomo 4, p.
161, donde se aborda extensamente el problem a de la m oral del funcionario. Más tarde, Carlos V
tam bién publicó varios decretos con está tem ática.
59 En cuanto al desarrollo de la venta de oficios bajo Felipe II, cfr. Francisco Tomás y Valiente, La
venta de oficios en Indias, pp. 61 ss.; asimismo, el trabajo todavía fundam ental d e J.H . Parry, The
Sale o f Public Office in the Spanish Indies under the Hapsburgs.
derivarse la conclusión de que con esta práctica de delegación la Corona se hubiera
desviado de las reglas establecidas por la ley p ara la creación de u n cuerpo de
funcionarios form al y orientado hacia sus deberes,60 lo cual se pone de manifiesto
en las reiteradas sanciones dirigidas contra los funcionarios prevaricadores de esta
categoría.
El segundo m ecanism o que favorecía u n a apropiación de cargos, al m enos por
un determ inado grupo social m ás que por individuos, fue la solidaridad entre los
miembros de los distintos colegios universitarios, en particular los colegios mayores,
com parables con las estrechas asociaciones estudiantiles modernas. Estos cole­
gios, fundados originalm ente p a ra prom over la educación de estudiantes sin
recUrsos de procedencia cristiana antigua, con el tiem po se convirtieron en institu­
ciones elitistas, cuyos m iem bros tenían más o m enos garantizado el ingreso en el
servicio público al térm ino de sus estudios jurídicos, ya que los m iem bros de este
grüpo que estaban investidos de cargos y dignidades favorecían a los jóvenes
egresados de sus propios colegios p a ra ocupar los puestos vacantes, y los estu­
diantes dé estas escuelas. Así pues, se encuentra;; tanto en los consejos de la-
m etrópoli .como’en las chancilleríás, U n porcentaje constantem ente creciente dé
antiguos colegiales.61 D ebido a este desarrollo, durante varios siglos la gran m a­
yoría de los m iem bros de los consejos y de las A udiencias am ericanas salió de un
pequeño núm ero de escuelas elitistas, lo cual en un principio con toda probabili­
dad aum entó la confianza que podía depositarse en él cuerpo de funcionarios de
educación ju ríd ica, pero a largo plazo condujo a u n a congelación de esté grupo
de funcionarios en las tradiciones y la ru tin a escolares, así como a una falta de fle­
xibilidad m ental. H asta cierto grado es posible que esta práctica de reclutam iento
explique la orientación, m uy típica en las Audiencias coloniales, hacia los modos
de proceder tradicionales, por u n a parte, y el peso político peculiar de estas auto­
ridades, por otra, ya que en todas las discusiones podían contar con el apoyo de
sus “ com pañeros” ocupados en el Consejo C entral. P or medio del envío de sus
descendientes a los mismos colegios, tam bién estaban en situación de posibilitar
una carrera pública a sus hijos¿ de modo qüe a través de estas instituciones sé
creó u n a form a dé reclutam iento com parable con la apropiación de cargos. D ebi­
do a estas circunstancias puede observarse, cuando menos con rélaciófi a los juristas
colocados en el servicio adm inistrativo superior, cierta tendencia a la formación
de u n a casta de funcionarios; pero no llegó a desenvolverse cabalm ente, puesto
que la Corona, por medio de su política de nom bram iento, prom ovía un grado
relativam ente alto de movilidad geográfica y vertical dentro de la jerarquía.
A parte de los notarios y los funcionarios investidos de funciones de asistencia o
ejecutivas que dependían sólo de gajes ocasionales, los empleados públicos de las

60 La desviación es supuesta implícitam ente por J. Vicens Vives, “The Administrative Structure of
the State in the Sixteenth and Séventeenth Centuries”, pp. 78 s. , quien se apoya en J. van Klaveren y
Federico Chabod.
61 Cfr, Richard L. Kagan, Students and Sociéty in early m ó d em Spain, pp. 92 ss.
diferentes categorías recibían salarios que de ordinario eran pagados en efectivo.
El m onto del salario era establecido en cada caso en los docum entos de nom bra­
m iento y se regía por una evaluación aproxim ada de la im portancia del respectivo
cargo. A pesar de que los altos funcionarios del Estado, los oidores y los adm i­
nistradores de las cajas reales percibían salarios considerables en cifras absolutas,
los ingresos con frecuencia no bastaban p ara costear los gastos de un estilo de vi­
da adecuado a su rango. Los sueldos de los funcionarios, de las jerarquías m edia y
baja sin excepción eran tan reducidos que los ocupantes de estos cargos casi esta­
ban obligados a obtener ganancias extraordinarias prohibidas, u n a necesidad que
se agudizaba por la inseguridad de la carrera pública en el caso de los funciona­
rios no em pleados por tiem po de vida. Los gajes, que correspondían a todos los
funcionarios salvo a los oidores, tam poco significaban ninguna m ejora notable en
la situación económica de la m ayoría efe los em pleados al servicio del Estado, ya
que el sistema de honorarios reglam entado por el Estado por lo general sólo pro­
porcionaba ingresos mínim os. P or ello no resulta sorprendente que se abrieran
en creciente m edida, a p artir de m ediados del siglo xvi, nuevas fuentes de ingre­
sos, y q u e incluso en los más altos rangos del cuerpo de funcionarios hallara
entrada la corrupción.62 <
Además de los mecanismos burocráticos de control ya mencionados, en parte,
como por ejem plo la obligación im puesta a los funcionarios del Estado de con­
sultar con las autoridades colectivas; el deber de inform ar con: regularidad acerca
de todos los problem as adm inistrativos o políticos, incluso los que se producían
fuera de su propia incum bencia; la exhortación a dar parte de los m odos de pro­
ceder de otras autoridades o funcionarios y a observar la am plia legislación dis­
ciplinaria; así como la relación de tensión, arraigada institucionalm ente, entre los
funcionarios individuales y las autoridades de organización colectiva, el poder
central en la m etrópoli disponía tam bién de otros m edios directos p a ra revisar el
desem peño de funciones de las distintas autoridades.
El m ás usual de estos procedim ientos de investigación era el antes m encionado
juicio de residencia, un proceso jurídico que debía ju z g ar la actuación de un fun­
cionario al término, de su tiem po de servició. En principio, todos los funcionarios
estaban sujetos a este proceso de investigación, pero pronto se im plantó la prácti­
ca de aplicarlo sólo a funcionarios individuales, y no a los m iem bros de autorida­
des de organización colectiva. L a realización era encom endada en cada cáso a un
juez in structor nom brado por la autoridad superior correspondiente, el cual tenía
que llevar a cabo las comprobaciones necesarias en el lugar mismo de las fun­
ciones del empleado público.. M ientras d u rab a el juicio, el funcionario cuya ac­
tuación era objeto de la inspección debía p erm anecer en el lugar, de lo que se
deriva la designación dé residencia. La investigación se dividía en u n a indagación
secreta y una parte pública, en cuyo transcurso se convocaba a todos los habitan­

62 Los detalles de este proceso son indicados, entre otros, por C.H. Haring, The Spanish Emptre,
pp. 110 ss. y 128 ss. i
tes del distrito jurisdiccional a que presentaran sus quejas del anterior funciona­
rio. La inspección tam bién incluía a todos los dem ás empleados nom brados por
aquél como delegados, consultores jurídicos, etcétera. A la investigación seguía
u n pleito formal en el curso del cual las partes litigantes presentaban las declara­
ciones de sus testigos respecto a los distintos puntos de dem anda, antes de que
el ju ez finalm ente pro nu nciara lá sentencia. Las posibles sanciones ab arcab an
desde m ultas hasta la determ inación de una incapacidad perm anente para el
desempeño de u n cargo público y prisión mayor. E ra posible apelar contra estas
sentencias en la A udiencia com petente o el Consejo de Indias. A despecho de su
aparente rigor, este proceso resultó relativam ente ineficaz sobré todo en los niveles
inferiores de la je ra rq u ía adm inistrativa, ya que, por falta de fondos no se nom ­
b rab an a jueces realm ente independientes, sino que lá m ayoría de lás veces se con­
fiaba la realización del proceso de investigación á los sucesores inm ediatos en el
cargo o a otros funcionarios de la m ism a categoría aún activos en los distritos
vecinos.63
O tro instrum ento de control consistía en la visita, tam bién ya m encionada, la
cual no servía tanto p ara el reconocim iento de la actuación de funcionarios indi­
viduales en sus cargos, como para la investigación del modo de trabajar de las
autoridades de organización colegiada o del aparato burocrático en general. De
particular im portancia eran las visitas generales, llevadas a cabo p a ra revisar a
todas las autoridades dentro del m arco de un virreinato o de u n a entidad de ad ­
m inistración autónom a. Siem pre eran realizadas por orden de la Cororta, aunque
sólo en intervalos irregulares de tiem po, la m ayoría de las veces grandes, ya
que no sólo causaban considerables gastos sino que tam bién representaban una
interrupción sensible del desenvolvim iento rutinario de la adm inistración. En
particular; las-visitas generales se efectuaban sólo cuando se trataba de im poner
nuevas líneas políticas o de levantar la m oral entre el cuerpo' de funcionarios. En
cuanto a su transcurso, estos procesos se asem ejaban ál juicio de residencia, a u n ­
que requerían, desdéluego, Un fequipo num eroso de funcionarios, ya que el visi­
tador general tenía que delegar sus poderes para poder cum plir su m isión en un
tiempo razonable. L a significación de las visitas generales no radica tanto, sin
em bargo, en sus consecuencias judiciales, sino en su función política como ins­
trum ento p ara la reform a dé la adm inistración, ya que los visitadores generales
disponían de poderes m uy vastos, q u eió s colocaban en posición de relevar á fun­
cionarios, cam biar la organización de autoridades y tom ar otras m édidas de se­
m ejante trascendencia. Y a que las circunstancias extraordinarias de tal procedi­
m iento creaban la posibilidad de contraer especiales m éritos, que por regla gene­
ral redundaban en Un ascenso profesional, los visitadores tom aban su misión

Cfr. en cuanto a está institución José M aría Mariluz Urquijo, Ensayo sobre los juicios de resi­
dencia indianos; otros estudios sobre los juicios de residencia fueron publicados recientemente en las
memorias del Segundo Congreso Venezolano dé Historia; cfr. en lá bibliografía: Academia Nacional ,
de Historia.
m uy en serio y realizaban investigaciones severas que casi siem pre conducían a
u n m ejoram iento del m odo de trab ajar de las autoridades. Las visitas eran pro­
bablem ente, pues, el procedim iento m ás efectivo p ara el control de la actividad
adm inistrativa, del cual em anaba siem pre im portante im pulso para la ejecución
del derecho, la ley y la realización de m edidas reform istas en las colonias.64
U na tercera institución p a ra la vigilancia de la organización adm inistrativa es­
ta b a representada po r la pesquisa —la investigación secreta del desem peño en su
cargo de u n funcionario o u n a a u to rid a d —, que era iniciada siem pre con motivo
de puntos sospechosos de graves delitos. YXjuez pesquisidor sólo pedía inform es
secretos, pero no estaba, autorizado p a ra to m ar m edida alguna. L a a u to rid ad
responsable se reservaba este derecho. El objetivo de tal investigación era deter­
m in ar si las faltas: eran ta n graves que p arecía razonable una'suspensión antici­
p a d a del cargo. C uando éste no era el caso, sin em bargo, se dejab an los puntos
de la d em an d a hasta el inicio del juicio de residencia. Este 'instrum ento de
control tam b ién fue em pleado au n q u e con cierta reserva en la adm inistración
colonial, y resultó u n medio eficaz para im pedir excesos o delitos/demasiado graves.
El prestigio social de los funcionarios nó era, m erm ado ni por los abusos ni por
la difusión de la corrupción, dado que se consideraba legítim a la explotación de
un cargo p ara el enriquecim iento personal y ésta era socialmente tolerada,, por lo
tanto, dentro de ciertos límites. Debido a su posición de influencia política, el
cuerpo de funcionarios de todos los niveles gozaba, antes bien, de m uy buen re­
nom bre. L a C orona tam bién se em peñaba en elevar el prestigio social de los
empleados al servicio del Estado. L a reputación de éstos era subrayada, por
ejemplo, por u n a serie de privilegios y, distinciones ostensibles, tanto ju ríd ica­
m ente cpmo en su apariencia exterior. El cuerpo de funcionarios representaba,
por lo tan to , u n lisonjero socio p a ra las altas clases coloniales, de m odo que,
a pesar de las prohibiciones de contraer m atrim onio dentro del propio distrito
de jurisdicción, una y o tra vez se p ro d u cían casam ientos en tre funcionarios y
miem bros de las capas superiores. Ello, a su vez, aproxim aba los intereses de los
funcionarios a los de los estratos sociales dirigentes en ultram ar y afianzaba la po­
sición m ediadora del cuerpo de funcionarios entre la C oroiia y los colonizadores.
Puesto, que, a despecho de la situación privilegiada y descollante del cuerpo de
funcionarios, no se daba, o sólo se d ab a en m edida m uy lim itada una apropiación
directa de los cargos, éste cuerpo sólo llegó parcialm ente a, form ar un grupo social
cerrado; en todo caso, constituía u n a p arte m uy distinguida de las clases supe­
riores. U nicam ente los virreyes y los oidores de las A udiencias representaban un
grupo particular —por cierto m uy pequeño— debido a su posición im portante y
necesariam ente im parcial. Los m iem bros juristas del m ism o tendían a form ar
una casta.

64 Guillermo Céspedes del Castillo, “La visita como institución indiana”, pp. 984 ss.n u m ero sas
investigaciones tam bién se encuentran en las memorias dél Segundo Congreso Venezolano de Histo­
ria. ' * " ' • . -
R esulta m uy difícil hacer afirmaciones generales acerca de la procedencia de
los em pleados públicos. Los funcionarios adm inistrativos superiores d u ran te el
siglo xvi eran, sin excepción, españoles, fundam entalm ente porque no fue po­
sible desarrollar u n a reserva significativa de candidatos potenciales en el" corto
tiem po pasado desde la conquista. T al reserva no fue creada hasta la segunda m i­
tad del siglo, después de que las prim eras universidades habían com enzado sus
labores en A m érica e im partían u n a educación ju rídica y teológica a los descen­
dientes de los conquistadores y prim eros colonizadores. D urante esta época, tan
sólo en los niveles adm inistrativos inferiores se encuentra con frecuencia a criollos
to m o funcionarios de la C orona. La política real de no dar cargos gubernam enta­
les o judiciales a las personas procedentes del distrito jurisdiccional en el que de­
bían ejercer sus funciones tam bién im pidió u n a penetración de los criollos sobre
todo en los puestos superiores de la adm inistración estatal, dado que eran m ucho
menos móviles que los españoles, que esperaban riqueza y ascenso social de un
cargo en las colonias. Sólo la práctica: de la venta de oficios, que se extendió cada
vez más a p artir de Felipe II, posibilitó en m ayor m edida el ingreso de los criollos
a la carrera de adm inistración pública.
Respecto a su origen social, hay que distinguir entre los distintos tipos de fun­
cionarios. D urante la época de los m onarcas de H absburgo, todos los virreyes
procedían de la alta aristocracia, m ientras los m iem bros de los consejos, en la
metrópoli, y de las audiencias Coloniales descendían de la aristocracia bajá o del
patriciado urbano. Faltan puntos de piartidá que perm itan conclusiones acerca
del origen social de los funcionarios de nivel bajo y m edio, pero los cargos de esta
esfera parecen h aber sido adjudicados en gran parte para recom pensar a m ilitares
de m érito o a otros grupos de la pobláción, m erecedores por otro motivo y a la
vez necesitados o bien relacionados.
L a actitud de los funcionarios frente a sus cargos naturalm ente es m uy difícil
de caracterizar. El com prom iso p ara con el cargo, la obediencia frente a las órde­
nes de la C orona y el concepto del carácter de canonjía de una función eran los
elementos más im portantes —con frecuencia en conflicto unos con otros— de la
idea que el cuerpo de funcionarios colonial tenía de sus cargos. A m enudo se halla
una acentuación de tareas comprendidas en forma abstracta y basadas én obligacio­
nes'm ateriales frente al deber de obediencia, en p a rtic u lar cuando las in d ica­
ciones de la C orona o de autoridades superiores se consideraban como discrepan­
tes con las ci^cunstanriás y, p o r lo tanto, perjudiciales. En la m edida en que los
intereses del cuerpo de funcionarios fueron acercándose a los de las clases supe
riores coloniales, esta obligación p ara con los objetivos suprem os de la actividad
adm inistrativa con frecuencia sólo se daba por pretexto para im pedir la realiza­
ción de disposiciones legales, y así servía únicam ente para encubrir los intereses
de la política propia. En vista de la falta absoluta de investigaciones al respecto,
resulta difícil evaluar la significación de los componentes' de la concepción que el
cuerpo de funcionarios tenía de sus cargos, así como separar la política de intereses
de la verdadera convicción. Por este motivo, los intentos aislados de sistematización
parecen al menos prem aturos,65 ya que no es posible obtener una impresión
general fidedigna y coherente de las observaciones individuales: que sé encuentran
eri la bibliografía.
Por-últim o, se presenté- la cuestión de cómo ha de evaluarsé lá organización
estatal de la H ispanoam érica colonial en las postrim erías del siglo xvi. E n otro
contexto, el cual abarca las condiciones sociales, Eisenstadt con m ucha razón
caracterizó el reino colonial español como un centralizad historical büreaucratic empire66
y derivó sus estructuras de organización de la com paración con los reinos de la
antigüedad, el bizantino, el de los Califas y;:otras concentraciones de podér extra-
europeas así cómo de los estados europeos de la época del absolutismo. T al
com paración, que pone las m iras en la estandardización y tipificación de las
estructuras de dominio, es por cierto póco indicada p ara hacer resaltar los distinti­
vos específicos de un objeto de investigación determ inado, y eh particular no es
capaz dé responder a la pregunta del sigriificádo que h a de atribuirse á la form a­
ción de la organización estatal en la H ispanoam érica colonial dentro d e l proceso
del desarrollo del Estado moderno. C on todo, el análisis de Eisenstadt se distingue
porque hace contrastar claram ente los imperios burocráticos e históricos Centrali­
zados, tan to con formas de dominio feudales" y patrim oniales como ¡modernas,
conforme a la definición de M ax W eber. L a única interpretación del sistema
colonial español hecha por un historiador67 que parte de los intentos -de tipificación
de M ax W eber y se refiere exclusivamente a H ispanoam érica consigna, por el
contrario, u n a v an ad a mezcla de elementos de gobierno-carism ático^tradicional,
patrim onial y burocrático, pero por motivos én parte no sostenibles tiende a exa­
gerar los rasgos patrim oniales y así evalúa el im perio colonial español como un
sistema caracterizado én sus aspectos fundarríentales por cualidades medievales o
al menos no m odernas, que a lo sumo m anifestaba algunos distintivos de un de­
sarrollo m oderno.68 Por acertada que parezca, por u n a parte, la interpretación de

lij Cfr. v. gr. S.N. Eiseritadt, The Political Systems ó f Empires, pp. 22 ss. La investigación publi­
cada posteriormente de John Leddy Phélán, The Kingdom óf Q uitó in the Seventeenth Century, es
poco apropiada para Una generalización, puesto que se lim ita a las condiciones del siglo x v i i , las
cuales en muchos aspectos diferían com pletamente de la situación del siglo xvi, dado que la corrup
ción y la venta dé oficios ya habían influido perm anentem ente en la moral de los funcionarios y la
Corona hacía poco para m ejorar este estado de las cosas.
, 66 Cfr. S.N. Eisenstadt, The Political Systems o f Empires, pp. 22 ss., donde él autor elabora las di­
ferencias entre los historical büreaucratic empires y los organismos estatales de características p atri­
moniales, feudales y modernas.
67 John Leddy Phelan, The Kingdom o f Quito, pp. 320 ss. No sé tom a en cuenta aquí una investi­
gación anterior dé Magali Sarfatti, Spanish Bureaucratic-Patrimonialisrii in Am erica ¡ puesto que la
autora ha incurrido én errores cónsiderábléS en la evaluación del sistéma español dé adm inistración
colonial. -'
68 En su análisis, que sólo toma en cuenta insuficientemente la législáción, Phélan pasa por alto,
entre otros factores, los impulsos a una séparacióñ de la jurisprudencia y la administración general en- -
cubiertos por la acumulación de cargos; Tam poco considera que el m onarca en creciente medida
este autor, por otra causa facilita u n a im presión estática por la exclusión de un.
punto de vista orientado hacia el desarrollo de una burocracia m oderna de orga­
nización racional. Con todo, no es posible negar que the Spanish bureaucracy contained
both patrimonial and legal features in a bewildering combination,69 pero esta declaración
probablem ente puede aplicarse a todos los estados europeos contem poráneos.
Es m ás, tal vez p o d rá sostenerse con razón que los elementos tradicionales
y patrim oniales, con referencia única a la organización estatal en los estados
europeos de aquella época, eran m ucho más dominantes allí que en la adm inistra­
ción colonial del siglo xvi. Esta ventaja en el desarrollo hacia la m odernidad es
indicada por la falta de poderes soberanos feudales y por la ausencia, en gran
parte, de u n a nobleza feudal en la H ispanoam érica de la segunda m itad del
siglo xvi. Al menos en su intención, la organización administrativa en ultram ar
cum plía con los requisitos de u n gobierno legal de tipo racional burocrático en el
sentido de M a x W eb er.70 M ientras la organización estatal, en su form a estableci­
da por la ley, correspondía en gran m edida a dichos requisitos, en la práctica le
fueron agregados elementos patrim oniales sobre todo por el com portam iento y
la infracción, que puede observarse reiteradam ente, de los principios fijados por la
ley en que incurriera la C orona y sus autoridades centrales. En la teoría legislati­
va, este sistema era enteram ente m oderno, apuntaba al futuro, y sólo la práctica
no correspondía a las altas exigencias de este régim en arraigado en la ley, debido
a la inercia de las m entalidades tradicionales. Sin em bargó, las norm as fijadas
por ley no sólo constituyeron sin em bargo el m ódulo invariable en el que podía
medirse el funcionamiento de la administración m ediante las visitas generales, por
ejemplo, las cuales en algunos Casos aislados asem ejaban verdaderas razzias, sino
que tam bién se volvieron determ inantes p a r a la evolución ulterior. A despeche
de todos los elementos patrim oniales y tradicionales persistentes se puede califi­
car al imperio colonial de postrim erías del siglo xvi como el organism o estatal
más desarrollado de aquella época en dirección hacia el ideal racional-burocrático
m oderno. Esta determ inación, que se refiere a la práctica del ejercicio del poder y
sus fundam entos legales, no excluye que m ás tarde puedan observarse síntomas
de decadencia en la adm inistración colonial a consecuencia de la declinación de la
m onarquía española d urante el siglo XVII, lo que en conjunto enterró otra vez
muchos de los impulsos que se habían im puesto en el transcurso del siglo xvi ha-

representaba al Estado en forma abstracta y así comenzaba a perder su carácter patrim onial, por
precisar sólo algunos de los defectos mencionados. Por último, parece problemático form ular tales
declaraciones generales con base en una investigación del Ecuador colonial, una provincia que se
ubicaba en la periferia de los centros de poder coloniales desde ningún punto de vista. En total podrá
partirse de que el acatam iento a la legislación de la corona disminuía cuanto más se alejaba, tanto
espacial como jerárquicam ente, una entidad de adm inistración de la metrópoli.
69 John Leddy Phelan, The Kingdom o f Quito, p. 329.
70 Cfr. Max W eber, Wirtschaft und Gesellchaft, pp. 160 ss. Prescíndase aquí de exponer otra vez
los diferentes ejemplos. El autor cree que ya ha expresado estas relaciones implícitam ente en los
apartados precedentes.
cía u n desarrollo m oderno. U n increm ento intenso del padrinazgo y la venta de
cargos, así Como de la corrupción, la dism inución de la autoridad m onárquica b a ­
jo los últim os H absburgo y otros factores semejantes caracterizan este desarrollo
retrógado.
C om o quiera que se interprete la organización adm inistrativa colonial creada
d urante el siglo xvi respecto a las tipificaciones dé W eber, no cabe duda de qüe
este sistema adm inistrativo estaba adaptado de m anera excelente, en atención a
las circunstancias de la época, a las necesidades y realidades particulares de un
reino colonial tan extenso y que cum plía plenam ente con la tarea histórica que le
había tocado, al menos durante el siglo de su creación. Esta tarea no consistía so­
lam ente en la imposición de la autoridad estatal frente a u n a sociecjad de conquis­
tadores y colonizadores que en un principio se desenvolvía con bastante libertad,
sino tam bién en el desarrollo y la realización de la política colonial de la metrópoli
en u na región del m undo m uy lejana, sum am ente extensa y del todo extraña para
los europeos contem poráneos, con Una población m uy heterogénea en sus costum ­
bres y culturas, e incom prensible p a ra el alcance de las experiencias europeas. Sin
d u d a el poder estatal trató de intervenir de m anera políticam ente form ativa
en este proceso desde el principio de la expansión ultram arina, p o r medio de
instrucciones y reglamentaciones legales, pero sólo logró im ponerse hasta cierto
punto, como lo manifiesta u n a plétora de leyes ignoradas, adulteradas o aplicadas
sólo en parte. No obstante, m ediante la form ación de u n a organización adm i­
nistrativa independiente de los conquistadores consiguió hacer valer esta inten­
ción form ativa ilim itadam ente. Esto hace constar, sin em bargo, que la creación
de u n sistema adm inistrativo subordinado al control y la dirección del Estado
equivalía a u n a m edida dirigida contra los conquistadores. L a organización esta­
tal del Im perio colonial español se llevó a cabo, por lo tanto, en oposición a las
fuerzas que habían sostenido la aprobación del territorio y la colonización. Esto
desembocaría en un antagonism o entre el Estado y las partes criollas de las cla­
ses altas coloniales —los herederos de los conquistadores y prim eros colonos—
que duró durante todo el tiempo de la C orona, como ya se h a hecho n o ta r en otro
contexto.

d) La corrupción

H ay que adm itir, sin duda, que el tem a de la corrupción no es enteram ente
nuevo en el ám bito de los estudios de historia española e hispanoam ericana. En
varios estudios de conjunto ya se ha hecho referencia al fenómeno. El prim ero que
se ocupó de la m ateria en form a algo sistem ática fue el holandés Jaco b van
Klaveren, que tras p ublicar u n a serie de artículos en alem án sobre el fenóm eno
histórico de la corrupción71 la integró en u n lugar destacado bajo el rubro «la
71
J.V an Klaveren, Die historische Ercheinung der Korruption, in ihren Zusammenhang m it der
Staats-und Gesellschaftsstruktur betrachtet, «Vierteljahrschrift für Sozial-und Wirtschfts-geschichte»,
tercera com ponente» én su historia económ ica de España.72 Q uizá fuese el defi­
ciente estado de los conocimientos de la realidad histórica colonial de entonces lo
qué indujo a dos em inentes expertos a escribir reseñas que aplastaron el libro de
V an K laveren, criticándole entre otras cosas precisam ente el lugar im portante
que éste había atribuido a la corrupción y rem itiéndolo a la serie im presionante de
juicios de residencia del Archivo G enerál de Indias que en opinión de los dos
críticos dem uestran que la corrupción era más una excepción que una norm a.73
T al vez por estas severas críticas de R am ón C arande y R ichard Konetske el libro
de V an K laveren n u n ca tuvo gran repercusión en la historiografía dedicada a la
historia económica española e hispanoam ericana, si bien constituyó un prim er
intento de síntesis a base, del empleo de teoría económica, lo cual debería haber
contribuido a p erd o n ar a su a u to r ciertas lagunas y omisiones que con razón se le
podían achacar. Sea como sea, lo que aquí im porta retenér es que V an K laveren,
insistiendo sobre todo en la generalización del' contrabando en el comercio india­
no, puesto de relieve por Pierre y H uguette C h au n u 74, concluye que la corrupción
es la señal de la existencia dé u n a lucha entre la Corona, la burocracia y la
oligarquía por el control de las riquezas del país.
El único historiador, que sepa, que hizo uso de la interpretación de la corrup­
ción de V an K laveren fué Ja im e Vicens Vives. En u n artículo escrito poco antes
de su m uerte, p a ra la presentación en el X I Congreso Internacional de Ciencias
Históricas75, Vicens Vives retom a las sugerencias de V an K laveren y postula:
“ Si en España arraigó la corrupción fue porque, pese a la actitud m oralizante de
la C orona y a sus reiteradas declaraciones contrarias a toda práctica corrupta, la
adm inistración tenía, que hacer funcionar el mecanismo del comercio am ericano a
pesar de las leyes” .76 A continuación Vicens Vives especula acerca de la relación
entre corrupción y venalidad de los oficios y, siguiendo otra vez a V an K laveren,
adopta la hipótesis de que la venalidad de oficios fue una m edida p ara contrarres-

(W eisbaden) 1957, vol. 44, pp. 289 ss.; id., Die Historische Ercheinung der Korruption n. Die
Korrúption in den Kapitalgesellschaften, besondors in den grossen Handelskompanien. m D ie inter-
nationalen Aspekte der Korruption, ivi, 1958, vol. 45, pp. 433 ss.; id., Fiskalismus-Merkantilismus-
Korruption. Drei Aspekte der Finanz-und Wirtshaftspolitik wáhrend des A n d e n Régime, ivi, 1960,
vol. 47, pp. 333 ss.
72 J. Van Klaveren, Europáische Wirtschaftsgeschichte Spaniens im 16. und 17. Jahrhundert,
Stuttgart 1960, especialmente pp. 165 ss.
73 R. Carande^ Z um Problem einer Wirtschaftsgeschichte Spaniens, «Historische Zeitschrift»,
1961 vol. 193, pp. 369 ss.; R. Konotzke, La literatura económica. A sí se escribé la historia, «Moneda
y Crédito», (Madrid) 1962, no. 81, pp. I ss.
74 H .P. Chaunu, Séville et lAtlantique (1540-1650), tomo I.: Introduction méthodologique, París
1955, pp. 97 ss.: Les entorses au registre de marchandises. La practique du registre de marchañdises,
génératrice de fraude.
75 j . Vicens Vives, “Estructura administrativa estatal en los siglos xvi y x v u ”; reimpreso en Coyun­
tura económica y reformisrño burgués y otros estudios de historia de España, Barcelona 1968, pp. 99
ss., especialmente pp. 235 ss.
76 Ibid, p. 138.
ta r la corrupción. Las ideas de V an K laveren y Vicens Vives sobre la corrupción
son muchísimo más avanzadas que las que expuso Phelan, puesto que asignan al
fenómeno en consideración el rango de un sistema destinado a hacer funcionar el
mecanism o del com ercio colonial a pesar de las. leyes y reglam entaciones estatales
que tendían a asfixiar el intercam bio entre E uropa y el N uevo M undo. Además
ponen en correlación la venalidad de los oficios y la corrupción, planteando así
el problem a en u n m arco m ucho m ás am plio. D esgraciadam ente esta línea de
interp retació n no h a sido reto m ad a después de la m uerte de Vicens Vives.
R ecientem ente en la obra de J. G arcía M arín sobre la burocracia castellana se
abarcó el problem a nuevam ente bajo otra perspectiva. Con el subtítulo prom ete­
dor La corrupción como sistema: de un teórico “ordo officiorum” a un efectivo “ordo dignita-
tum”P el auto r recoge testimonios coetáneos que critican el favoritismo que pre­
dom inó a lo largo del siglo x v ii en el nom bram iento de funcionarios públicos y
que contribuyó a form ar un grupo cerrado de cortesanos.que m anejaban el poder
político, lo cual provocó manifestaciones de protesta.78 La corrupción aparece aquí
restringida a los significados de “nepotismo” y “favoritismo” con lo cual se antici­
pa uno de los resultados de las investigaciones de Ja n in e F ayard y Je a n M arc
Pelorson, que llegan a la conclusión que los juristas castellanos, al contrario de lo
xque ocurrió d urante el siglo xvi, en el x v ii cerraron filas y tendían a constituirse en
un estam ento noble ap arte que logró m an ten er los puestos de la adm inistración
en sus propias esferas, form ando así algo parecido a lá noblesse de robe francesa.
Es de notar, sin em bargo, que los dos autores referidos destacan favoritismo y
clientelismo como factores de reclutam iento, p ara lo cual, por cierto, no utilizan el
concepto de corrupción. Tam poco parecen detectar otras formas de corrupción en
relación con el grupo de burócratas investigados. '
A parte de estos ejemplos historiográficos, que de alguna form a abarcan direc­
tam ente el problem a dé la corrupción, sólo se hallan alusiones indirectas al fertó-;
m eno del cual aquí se trata. Estas referencias indirectás se encuentran sobre todo
en u n a corriente bastante nueva de la historiografía dedicada a la historia colonial
latinoam ericana, que se ocupa de analizar formas de ejercicio indirecto o infor­
mal de Doder en la sociedad Dor individuos o eruoos sociales.79 En estos estudios,

77 García Marín, La burocracia castellana bajo los Austrias. Sevilla 1976, pp. 191 ss.
78 Con respecto a la oposición política García Marín invoca el testimonio de J.A , Maravall, La
oposición política bajo los Austrias, Barcelona 1974. pass/ni.
79 Véanse los trabajos: que cita M. Morner, Estratificación social hispanoamericana durante el
'período colonial, Institute of Latin American Studies, Research Paper Series, 28 Estocolmo 1980, es­
pecialmente en el capítulo A 5, pp. 52 ss. Otros ejemplos más recientes son j . de la Peña, Movilidad
social y bases de poder en Nueva España: 1521-1625, trabajo (manuscrito), presentado a la «Dodice-
sima Settimana di Studio», del «Instituto Internazionale di Storria Económica “Francesco Datini”,
Prato - Italia», en abril de 1980; S. Behocaray Albérro, Inquisition et société: Rivalités dé pouvoris a
Tepoéaca (1656-1660), «Annales, Economies. Sociétés. Civilisations», 1981, pp. 758 ss.; G . Colmena*
res, Factores de la vida política colonial el nuevo .Reino de Granada en el siglo x v i i i (1713-1740), ]■:
Jaram illo Uribe (ed.), M anual de Historia de Colombia, Bogotá 1978, vol. I, pp. 386 ss.
tercera com ponente» en su historia económ ica de España.72 Q uiza fuese el defi­
ciente estado de los conocimientos de la realidad histórica colonial de entonces lo
que indujo a dos em inentes expertos a escribir reseñas que aplastaron el libro de
V an K laveren, criticándole entre otras cosas precisam ente el lugar im portante
que éste había atribuido a la corrupción y rem itiéndolo a la serie im presionante de
juicios de residencia del Archivo G eneral de Indias que en opinión de los dos
críticos dem uestran que la corrupción era más una excepción que una norm a.73
T al vez por estas severas críticas de R am ó n C arande y R ichard Konetske el libro
de V an K laveren n u n ca tuvo gran repercusión en la historiografía dedicada a la
historia económ ica española e hispanoam ericana, si bien constituyó un prim er
intento de síntesis a base del em pleo de teoría económica, lo cual debería haber
contribuido a p erd o n ar a su au to r ciertas lagunas y omisiones que con razón se le
podían achacar. Sea como sea, lo que aquí im porta retener es que V an K laveren,
insistiendo sobre todo en la generalización del' contrabando en el comercio india­
no, puesto de relieve por Pierre y H uguette C h au n u 74, concluye que la corrupción
es la señal de la existencia de Una lucha entre la Corona, la burocracia y la
oligarquía por el control de las riquezas del país.
El único historiador, que sepa, que hizo uso de la interpretación de la corrup­
ción de V an K laveren fué Ja im e Vicens Vives. En u n artículo escrito poco antes
de su m uerte, p a ra la presentación en el X I Congreso Internacional de Ciencias
H istóricas75, Vicens Vives retom a las sugerencias de V an K laveren y postula:
“ Si en España arraigó la corrupción fue porque, pese a la actitud m oralizante de
la Corona y a sus reiteradas declaraciones contrarias a toda práctica corrupta, la
adm inistración tenía, que hacer funcionar el mecanismo del comercio am ericano a
pesar de las leyes” .76 A continuación Vicens Vives especula acerca de la relación
entre corrupción y venalidad de lós oficios y, siguiendo otra vez a V an K laveren,
adopta la hipótesis de que. la venalidad de oficios fue una m edida para contrarres-

(Weisbaden) 1957, vol. 44, pp. 289 ss.; id ., Die Historische Ercheinung der Korruption //. Die
Korruption in den Kapitalgesellschaften, besoridors in den grossen Handelskompanien. uiD ie inier-
nationalen Aspekte der Korruption, ivi, 1958, vol. 45, pp. 433 ss.; id., Fiskalismus-Merkantilismus-
Korruption. Drei Aspekte der Finanz-und Wirtshaftspolitik wahrend des A n d e n Régime, ivi, 1960,
vol. 47, pp. 333 ss.
72 J. Van Klaveren, Europáische Wirtschaftsgeschichte Spaniens im, 16. und 17. Jahrhundert,
Stuttgart 1960, especialmente pp. 165 ss.
73 R. Carande, Zum Problem einer Wirtschaftsgeschichte Spaniens, «Historische Zeitschrift»,
1961 vol. 193, pp. 369 ss.; R. Konotzke, La literatura económica. A sí se escribe la historia, «Moneda
y Crédito», (Madrid) 1962, no. 81, pp. I ss.
74 H .P. Chaunu, Séville et lAtlantique (1540-16-50), tomo I.: Introduction méthodologique, París
1955, pp. 97 ss.: Les entorses au registre de rtiarchandises. La practique du registre de marchandises,
genera trice de fraude.
75 j . Vicens Vives, “Estructura administrativa estatal en los siglos xvi y xvn reimpreso en Coyun­
tura económica y reformisrño burgués y otros estudios de historia de España, Barcelona 1968, pp. 99
ss., especialmente pp. 135 ss.
76 Ibid, p. 138.
ta r la corrupción. Las ideas de V an K laveren y Vicens Vives sobre la corrupción
son m uchísim o más avanzadas que las que expuso Phelan, puesto que asignan al
fenómeno en consideración el rango de un sistema destinado a hacer funcionar el
m ecanismo del comercio colonial a pesar de las. leyes y reglam entaciones estatales
que tendían a asfixiar el intercam bio entre E uropa y el Nuevo M undo. Además
ponen en correlación la venalidad de los oficios y la corrupción, planteando así
el problem a en u n m arcó m ucho m ás am plio. D esgraciadam ente esta línea de
interpretació n no ha sido reto m ad a después de la m uerte de Vicens Vives.
R ecientem ente en la obra de J . G arcía M arín sobre la burocracia castellana se
abarcó el problem a nuevam ente bajo otra perspectiva. Con el subtítulo prom ete­
dor La corrupción como sistema: de un teórico “ordo officiorum” a un efectivo “ordo dignita-
tum”,11 el auto r recoge testimonios coetáneos que critican el favoritismo que pre­
dom inó a lo largo del siglo xvii en el nom bram iento de funcionarios públicos y
que contribuyó a form ar u n grupo cerrado de cortesanos,que m anejaban el poder
político, lo cual provocó manifestaciones de protesta.78 La corrupción aparece aquí
restringida a los significados de “nepotismo” y “favoritismo” con lo cual se antici­
pa uno de los resultados de las investigaciones de Ja n in e F ayard y Je a n M arc
Pelorson, que llegan a la conclusión que los juristas castellanos, al contrario de lo
q u e ocurrió d urante el siglo xvi, en el xvii cerraron filas y tendían a constituirse en
u n estam ento noble ap arte que logró m an ten er los puestos de la adm inistración
en sus propias esferas, form ando así algo parecido a lá noblesse de robe francesa.
Es de notar, sin em bargo, que los dos autores referidos destacan favoritismo y
clientelismo como factores de reclutam iento, p ara lo cual, por cierto, no utilizan el
concepto de corrupción. Tam poco parecen detéctar otras formas de corrupción en
relación con el grupo de burócratas investigados.
A parte dé estos ejemplos historiográficos, que de; alguna forma., abarcan direc­
tam ente el problem a de la corrupción, sólo se hallan alusiones indirectas al fenó­
meno del cual aquí se trata. Estas referencias indirectás se encuentran sobre todo
en u na corriente bastante nueva de la historiografía dedicada a la historia: colonial
latinoam ericana, que se ocupa de analizar form as de ejercicio indirecto o infor­
mal de poder en la sociedad por individuos o grupos sociales.79 En estos estudios,

77 García Marín, La burocracia castellana bajo los Austrias. Sevilla 1976, pp. 191 ss.
78 Con respecto a la oposición política García M arín invoca él testimonio de J.A . Marávall, La
oposición política bajo los Austrias, Barcelona 1974, passim.
79 Véanse los trabajos que cita M. Morner, Estratificación social hispanoamericana durante el
''período colonial, Institute of Latin American Studies, Research Paper Series, 28 Estocolmo 1980, es­
pecialmente en el capítulo A 5, pp. 52 ss. Otros ejemplos más recientes son J. de la Peña, Movilidad
social y bases de poder en Nueva España: 1521-1625, trabajo (manuscrito), presentado a la «Dodice-
sima Settimana di Studio», del «Instituto Internazionale di Storria Económica “Francesco Datini”,
Prato - Italia», en abril de 1980; S. Behocaray Alberro, Inquisition et société: Rivalités de pouvoris a
Tepoéaca (1656-1660), «Annales, Economies. Sociétés. Civilisations», 1981, pp. 758 ss.; G. Colmena­
res, Factores de la vida política colonial el n uevoR eino de Granada en elsiglo x v m (1713'1740), J.
Jaram illo Uribe (ed.), M anual de Historia de Colombia, Bogotá 1978, vol. I, pp. S86 ss.
sin em bargo, no se investiga la corrupción de form a sistemática, sólo aparece con
frecuencia como u n medio dél cual el individuo o el grupo se vale para lograr de­
term inados fines.
Este breve resum en del estado de investigación revela que, a excepción de un
caso, la corrupción se tom a en cuenta m ás bien ocasionalmente. Se relaciona yá
con problem as sociales y económicos, ya con el sistema político como tal, se pone
en conexión con diferentes aspectos políticos, como en el caso de la venalidad de
oficios y, finalm ente, se plantean problem as relativos a formas, interpretación y
definición en torno al concepto de la corrupción m ism a. C on todo, los textos refe­
ridos con anterioridad dejan entrever ya que el marCo de la interpretación del fe­
nóm eno eventualm ente va más allá de la m era noción de abuso que predom ina
en la m ayoría de la literatura que refiere casos de transgresión de leyes y norm as.
Con las hipótesis y conclusiones previas que diferentes autores em itieron, resulta
imposible, sin em bargo, llegar a u n a interpretación coherente del fenóm eno, por
lo Cual, relegando los problem as teóricos a u n a consideración posterior, verem os
ahora cómo se presenta el problem a de la corrupción en la realidad histórica colo­
nial. P ara este repaso nos valemos,' por lo pronto, de la definición de corrupción
utilizada hasta ahora, o sea, transgresión de preceptos legales y norm ativos con
fines propios o de grüpo. H ay que advertir que, en consideración a la ab u n d an tí­
sima bibliografía, tenem os que centrarnos én la situación del virreinato de N ueva
España y sólo en algunos casos se recurrirá tam bién a ejemplos procedentes de
otras regiones de la H ispanoam érica colonial.
Prácticas corruptas se encuentran en las esferas más altas de la adm inistración
colonial desde el principio de la colonización. Así, son bastante Conocidos los m a­
nejos de la prim era A udiencia de M éxico, bajo la presidencia de Ñ uño de G uz-
m án, p ara adjudicarse indios en encom ienda, vender indios como esclavos o
forzarlos p ara el trabajo dé minas etc., a pesar de instrucciones reales que lo
prohibían80. Igualm ente son conocidos los atropellos cometidos por los primeros
oficiales reales, especialm ente el tesorero Alonso de Estrada. Es ésta la época que
podríam os designar como fase de repartición del botín de la conquista y que d u ra
hasta bien entrado el reinado de Felipe II, época en la cual se reparten mercedes
de indios y de tierras sobre todo, pero tam bién cargos y otros favores y privilegios
a familiares, allegados y funcionarios de toda clase. Sobre todo los virreyes, que
solían llegar con todo u n séquito grande de familiares y criados, distribuyen ven­
tajas a m anos llenas a aquellos81, iniciando así una práctica que continuó a través
de toda la época colonial. A dem ás, se notan ya en el siglo xvi excesos de toda cla­
se cometidos por u n a u otra audiencia entera o por oidores individuales; así, se
relatan hasta asesinatos, negocios de juegos prohibidos, m altratos de pleiteantes,

80 P.K. Liss, México under Spain 1521-1556. Society and the Origins o f Nationality, Chicago y
Londres 1975, p. 52.
81 Cfr. por ejemplo. E. Semo, Historia del capitalismo en México. Los orígenes, 1521-1763, Méxi­
co 1973, p. 185. *’
sobornos etc. Parecidos excesos se denuncian en los oficiales de R eal H acienda.82
L a C orona, por cierto, intentó poner freno a estos m anejos m ediante el despacho
de visitas y residencias y hasta condenó a dos oidores a la horca.83 Con todo, p a­
rece que hacia fines del siglo xvi y principios del xvn las cosas iban de m al en
peor a pesar de todos los esfuerzos de represión de los abusos, a lo menos las fuen­
tes adquieren m ayor valor expresivo sobre el particular. P a ra principios del
siglo x v i i concluye u n au to r moderno: “ Los oficiales de la R eal H acienda utilizan
sus cargos en provecho propio, que con 3 000 pesos escasos que tienen de salario, te­
nían algunos más ostentación y gasto que los grandes señores de C astilla.” T ras
una anotación sobré los desordenés y cohechos en la A udiencia, el m ism o autor
prosigue: “ En consecuencia, si bien puede decirse que los elementos burocráticos
y del poder público enviados desde la Península contribuyeron en parte a evitar
la formación en N ueva España de u n a típica sociedad señorial a la vieja usanza,
no m enos lo fue que a la larga ésta traicionó los fines que les estaban encom enda­
dos p ara ayudar por contra, tam bién ella, a la formación y poder de oligarquías
opuestas a los intereses de la Corona y de la m ayoría de sus súbditos, los indios prin­
cipalm ente.”84 Buena p ru eb a de ésta función de la burocracia son las quejas dé
los descendientes de los prim éros conquistadores, que sé ven paulatinam ente
desposeídos y desplazados en la nueva sociedad en vías de form ación'por la infini­
dad de pobladores recién llegados.85 A ndré Saint Lu h a form ulado al respecto que
“Pour les conquistadores devenus colons, le souci le p lu s im m é d ia t est celui d ’iine ¿nstallation
el d’une exploitation a concretiser dans les conditions les plus sures et les plus aventageuses:
l ’esprit colonial est d ’a b ord u n esprit de possesion "s6 El deseo de instalación y de
explotación y el espíritu de posesion es tam bién típico de los pobladores e inm i­
grantes m uy posteriores y tam bién de g ran p arte de la burocracia que España
envía a América. A unque todavía no tenem os ningún perfil social de los funcio­
narios que van desde E spaña a ocupar plazas en la adm inistración colonial, hay
que suponer que los que iban eran más bien personas que no veían posibilidad

82 Con respecto a una Audiencia véase por ejemplo, É. Gálvez Piñal. La vista de M onzón y Prieto
de Orellana al Nuevo Reino dé Granada, Sevilla 1974, p. 71; E. Schafer, El Consejo R eal y Supremo
de las Indias. Su historia, Organización y labor administrativa hasta la terminación de la Casa de
Austria, Sevilla 1974, vol. 2, pp. 121 ss.; sobre casos de corrupción entre oficiales reales y además
funcionarios de real hacienda cfr. I. Sánchez-Bella, La organización financiera de las Indias (siglo
xvi)> Sevilla 1968, pp. 293 ss. Véase tam bién C.M. Stafford Poole, Institutionalized Corruption in
the Letrado Bureaucracy. The Case o Pedro Farfán (1568-1588), «The Americas» 1981, n. 2, pp. 149 ss.
83 Véase E., Schafer, E l Consejo cit. en la nota anterior, pp, 128 s.
84 De la Peña, Movilidad social y bases de poder op. cit., pp. 17 s. '
85 B. Lavallé De «l’e sprit colon» a la revendication créole (Les origines du créolisme dans la vicero-
yauté du Pérou); J. Pérez, B. Lavallé y otros, Esprit Créole et Conscience Nationale. Essais sur lafor-
mation des consciences nationales en A m érique Latine, Institut D’Études Ibériques et Ibero Ameri-
caines de l’Universite de Bordeaux, ni, París 1980, pp. 9 ss.; véase para Nueva España J. Lafaye,
Quetzalcóatl et Guadalupe. La form ación de la conscience nationale au M éxique (1531-1813), París
1974, pp. 19 ss. Hay edición en español de fce, México 1977. [Ed],
86 Lavellé, De «l'esprtt colon» cit., p. 10
dé instalarse en la m etrópoli y que, al m ism o tiem po, estaban dispuestas
a sacrificar algo p a ra lograr su acomodo. Además, se po d rá d a r por cierto
que la m ayoría de ellos estaba posesionada del m ism o deseo de ascenso social que
—como ahora bien sabemos— tam bién era característico dé los funcionarios del
siglo xvi en la misma España. De esta situación,, de muchos funcionarios que
fueron a un país de conquista se explica el espíritu de rapacidad o — si se quiere—
de capitalismo de botín que, parece haber predom inado en gran núm ero de los
agentes estatales enviados a ultram ar. ,
Com o siem p re:qu erráin terp retarse todo esto, lo cierto es que a principios del
siglo x v u los desórdenes en la burocracia colonialse habíaii generalizado. A sí lo
parece indicar lo q ue pensaba sobre el paxtiqular el visitador general de N ueva
España Landeras de Velasco a principios de siglo: “I am ,no prophel but I aih con­
venced that ihis Ijand xvill soori be ruined unless, there is some improvemnt in govemment
and administration; and w h e n lhear.it said that thepresent scheme to drain Lake Texcoco is
designed to save México City, I reply that no drainage scheme in the. world is adequate,
unless;it be of avalice, éxtortionand., inmoral govemment, to preserve this. city... ’®7 Este
concepto lo prueba el fracaso com pleto dej virrey Conde de Gelves, quien llegó a
N ueva Espa.ña en 1624 con el encargo concreto de extirpar la corrupción en todas
las esferas de la adm inistración, encargo que formaba, parte del program a general
de saneam iento de la b urocracia y de aum ento de los ingresos de la C orona que
había propuesto el C onde-D uque de Olivares. En cum plim iento de este program a
Gelves choca no sólo con la adm inistración central del virreinato, sino tam bién
con los representantes más altos de la Iglesia, que, alborota a la pleble contra el
virrey, lo hace deponer; por. la audiencia y lo obliga a buscar refugio en un
convento. U n a ¡visita posterior, que se prolonga hasta p a sa d a la m itad de la
centuria, conm ueve todo el virreinato y, lleva a luchas internas en las cuales se
em plea,toda clase de manejos ilícitos y violentos en persecución del poder de cada
g ru p o ,: de intereses particulares >y fam iliares y de simple enriquecim iento;8!®
U n a fuente excelente sobre las trasgresiones de funcionarios estatales alrededor de
m ediados del siglo x v u constituye el Diario de sucesos notables de Gregorio M artín
de Guijo p ara N ueva España. É l autor m enciona hechos que abiertam ente
van contra leyes y normas: virreyes que se hacen agasajar por otros funcionarios,
de los cuáles uno qUe otro después resulta presó por excesos, oidores m ultados,
miembros dé la A udiencia que se hacen com padres de vecinos ricos, secretarios dé
virreyes y de otras oficinas; con ganancias: ilícitas enormes, votos pagados en la
elección de alcaldes ordina,rioS;, fraudes de fondos públicos, ventas de oficios,
cohechos de toda clase, favoritismo^ oidores casados con vecinas del distrito,
oidores con encomienda^ m iem bros de .la alta jerarq u ía eclesiástica am ancebados
etc. etc. Todos éstos detalles se presentan sin la m enor censura en form a dé diario.

87J.I. Israel Race Class and Politics irí Colonial México 1610-1670, Oxford University Press, Ox­
ford 1975, p. 35.
88 Ibid.
Sólo cuando m uere u n funcionario pobre, este detalle se destaca como si se quisie­
ra decir que el difunto fue persona incorrupta y honrada89 A mediados de siglo
parecen au m en tar tam bién Jas prácticas corruptas en la adm inistración local. Los
alcaldes mayores y corregidores, Cuyos oficios se venden p o r los virreyes, aum en­
ta n de form a considerable sus repartim ientos de m ercancías a indios y españoles,
inviniendo en sus negocios gran, parte de las sumas que cobran en tributos. “El
m áxim o desorden parece alcanzarse hacia m ediados del siglo x v i i , en Nueva
España, bajo los virreinatos del duque de A lburquerque (1653-1660) y sobre todo,
dél conde de Baños (1660-1664) y ren el P erú bajo el del conde de Castellar
(1674-1678)... No solam ente lps corregim ientos o alcaldías mayores se vendían
sino tam bién las comisiones p ara to m ar residencia a los titulares de estos cargos;
el precio de dichas comisiones oscilaba en México por estas fechas alrededor de los
500 pesos, los alcaldes mayores solían d ejar u n agente en la capital que se encar­
gaba de arreglar el precio de la absolución con el ju e? de residencia (Jjor. una
sentencia absolutoria se p ag ab an hasta 1 500 pesos y más hacia 1640, aunque el
precio m edio solía ser de 800, subió luego a 1 000, estabilizándose en esta cifra
durante el siglo xvm), las deposiciones de los testigos se asentaban form ulariam ente
obteniéndose m ediante cohecho o intim idación, o bien inventando sencillam en­
te testigos inexistentes, llegando a darse el caso de que saliera de México un juez de
residencia, antes de p u b licar siquiera ésta, con la sentencia ya escrita y firm ada
de asesor, por ah o rrar e lg a s tq del posterior envío a la capital p a ra firm a .de
letrato; y cuando por acaso resultaba condenado algún alcalde m ayor o corregi­
dor en su residencia corría norm alm ente a cargo del virrey o presidente, como
parte interesada, el cuidado de que la segunda instancia no pro sp erara.” 90
Se calcula que la venta privada de oficios po r algún virrey en su sexenio de ocupar
el cargo im portaba m ás o menos u n millón de pesos.91 No menores deben de haber,
sido' las transgresiones a nivel de los m unicipios.92 En este caso, el m anejo más
turbio parece h aber sido el monopolio del abasto que, contraviniendó las leyes,
estaba en manos de los miembros del cabildo, quienes im ponían los precios que
ellos q uerían.93 H ay adem ás indicios de que los escribanos del Cabildo tom aron

89 Diario de sucesos notables escrito por el Licenciado D. Gregorio M artín de Guijo, y comprende
los años de 1648 a 1664: Documentos para lá historia de México, México 1853, tomo I passim (hay
nueva edición). El diario dé Robles qué continua él anterior no és tan expresivo en cuanto a asuntos
que aquí interesan.
90 A. Yalí Rom án Sobre alcaldías mayores y corregimientos Indias. Un ensayo de interpretar
ción, «Jahrbuch für Geschichte von Staat, W irtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas», (Colonia-
Viena) 1972, vol. 9, p. 27.
n ibid.
92 Véase por ejemplo I. Wolff, Regierung und Verwaltung der kolonialspanischen Stádte inH och -
perú 1538-1650. Lateinamerikanische Forschungen, Colonia-Viena 1970, vol. 2, pp. 112 ss.
93 Sobre el particular se encuentra un caso espectacular en Puebla, donde un Alguacil Mayor por
medio de interpósíta persona había monopolizado durante casi 30 años el abasto de carnes y cometi­
do varios abusos, cfr. Archivo General de Indias (agí). Audiencia México, legajos 830 y 831. -
gran parte en actos corruptos que se com etían a nivel m unicipal,94 como en
general se encuentran varios casos de oficiales plumistas de todas las esferas que no
tenían ningún m ando ni jurisdicción y se enriquecían m ediante lá extensión de
testimonios falsos y falsificación de documentos.
H ay que señalar adem ás u n hecho que se considera m uy im portante y es que la
transgresión de norm as y leyes no se ciñó solamente a la burocracia, sino que se
extendió al público en general que q u eríalo s servicios de la burocracia. A silo tes­
tim onia la om nipresencia del contrabando, por ejemplo, que fue tan generaliza­
do en todas las épocas que no es preciso insistir m ayorm ente en este hecho. Pero
parece que incluso m ás allá del comercio, la moral entre la población estaba bas­
tante deteriorada. “ Vicios. Estos han tom ado tal dom inio en el corazón de sus
habitadores [de N ueva E spaña], que desde luego diera el barato de que los practi­
casen como culpas, pues así, o el tem or o la razón les pondría freno, o llam aría al­
gún día al arrepentim iento; pero se han hecho naturaleza, pues distinguirlos por
singulares algunos, los de hoy por com unes todos, o los más que nos prohíben los
divinos preceptos, siendo la m entira com ún estilo; el ju rá r falso general cos­
tum bre; la envidia y em ulación, práctica corriente; y así de los dem ás que no ex­
ceptúo ni la fé pública, que ésta ha faltado tan del todo, que no hay que fiarse, no
sólo en palabras ni aun en instrum entos por escrito, de que nace que la justicia
padece, pues en los tribunales de lo civil no se ve más que abundancia de todo gé­
nero de m inistros inferiores, los cuales comen y lu c e n ...” .95 Fácilmente podrían
presentarse otros testim onios sobré este problem a, especialmente sobre malos
tratos que sufrían los estratos sociales bajos de la población en haciendas y obra­
jes, lo cual sé omite por ser generalm ente conocido. H ay que insistir adem ás en el
hecho de qué lá iniciativa p ara la corrupción burocrática en muchos casos viene
dél público que, por medio del ofrecimiento de regalos valiosos, procura granjearse
la voluntad de los funcionarios. “ Sé que la voz con que intentan agasajarnos
áquí, es la de que no venimos [los virreyes] a m udar airés, y ásí nos ponen varios
arbitrios para las ventajas en los intereses que llam an nuestros, y no lo son sino de
quien los propone. El m ás esencial es de que nos dediquem os al comercio con tan
aparentes simulaciones, como las del secreto que aquí sólo se usa en la Inquisi­
ción, y aquellos señores le tienen tan guardado en su tribunal, que de miedo de
que no se les vicie, no le dejan salir de casa ni aun a los claustros, que en ellos se
usa de él como en las plazas. Ofrecernos su caudal sin desembolso del nuestro
p ara em pezar a hacer sus plantas; de hacernos servicio de que el principal quede
suyo, y los útiles o logros p o r nuestros; pero lo que yo he descubierto, a Dios
gracias, en cabeza ajena, es in ten tar com prarnos por esclavos...” 96 T am bién Jorge

94 Véase lo que más abajo dice el duque de Linares sobre la fe pública; como caso concreto por
ejemplo el de Miguel Zerón Zapata en Puebla, a g í México 820.
96 Instrucción dada por el Excmo. Sr. Duque de Linares a su sucesor el Excmo. Marqués de Vale­
ro, en Instrucciones que los virreyes de Nueva España dejaron a sus sucesores, México 1873, tomo
xiu. p. 234.
96 Ibid., pp. 279 s.
J u a n y A ntonio U lloa en sus noticias secretas consignan varios ejemplos que de­
m uestran que la corrupción no siempre es debida a la iniciativa de los funciona­
rios, sino que proviene en m uchos casos de ofertas desm esuradas por parte del
público.97
Parece que de esté triste panoram a de corrupción tampoco se puede eximir a gran
parte del clero, tanto regular como secular. ‘ ‘P a ra inform ar a V .E . del patronato
Real, me será preciso instruirle de la relación de costum bres que hay en los indi­
viduos del estado eclesiástico, así regulares como irregulares, que generalm ente
viven de form a que aun precisándose la obligación de referir a V .E . sin vicios,
escrupulizo en las voces; pero no repararán ellos en disculpárm elas con sus
hechos, pues son los principales que em b arazan la adm inistración de la justicia
con sus escandalosos amancebamientos] sin recatarse, antes si poniendo a la vista
sus hijos, no sólo contentándose con la frecuencia de las casas de juego, sino te­
niéndolas ellos, así para este ejercicio como p ara la fábrica de bebidas prohibidas
y depósito de malhechores. ” 98 El D uque de L inares efectivamente m enciona va­
rios casos en los cuales clérigos o instituciones eclesiásticas encubrían m alhecho­
res criminales. C uen ta después u n a anécdota m uy curiosa; relata que cuando
avisó de los desórdenes en el clero a un prelado, éste le preguntó al virrey si le
perm itía contarle u n cuento: “ que se redujo a que yendo u n Alcalde m ayor a
representar a u n superior de escándalos que pasaban en las D octrinas, le señaló
un Santo Cristo Crucificado y-le dijo: ¿Sabe V .M d . por qué está aquel Señor en
aquella forma? pues fue por decir verdades y decir lo ju sto . Si V .M d. quiere vi­
vir, déjese gobernar y vaya con Dios, y prosiguió conmigo diciéndom e: aplíquelo
V.E. p ara sí, pues si em prende regir frailes le pon d rán en el mismo estado” .99 Es­
tas quejas contra desórdenes en el clero prosiguen hasta fines dé la época colo­
n ial,100 y por la variedad de testim onios sobre el particular parecen haber sido
bastante generalizadas.

97 J. Juan y A. Ulloa, Noticias secretas de América (siglo xviii), M adrid 1918, vol. 2, pp. 131 ss.
Entre otras cosas los dos autores atribuyen la corrupción 4 la escasa m oral pública: “Ya se ha m ani­
festado en los capítulos precedentes la libertad desenfrenada con que se vive en el Perú, y sería cosa
extraña que esta libertad, o, por mejor decir, este vicio no se extendiese hasta a los mismos jueces, en
quienes, a proporción de la mayor superioridad, corresponde tam bién,la mayor ocasión para hacerse
participantes de los abusos”, ibid, p. 130.
98 Instrucción dada por el Excmo. Sr, Duque de Linares a su sucesor, pp. 251 s.
39 Ib id .. p. 253.
100 Carta del I o de diciembre de 1727 del Obispo de Puebla al Consejo (El Obispo de Puebla de los
Angeles responde a la Real Cédula de V.M. de 13 de febrero de 1727 en orden a los comercios ilícitos
de eclesiásticos y relajación de sus costumbres), agí México, 1844; Ju an de Ulloa, Noticias secretas
cit., vol. 2, pp. 9 ss.; véase tam bién la crítica al estado eclesiástico que hace Hipólito Villarroel, E n­
fermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España en casi todos los cuerpos de que se
compone y remedios que se la deben aplicar para su curación si se quiere que sea ú til al Rey y al
Público. Con una introducción de Genaro Estrada, México 1937, pp. 37 ss., en esta obra escrita en
los años 80 del siglo x v i i i . Podrían fácilmente acarrearse otros testimonios más sobre el particular.
Esta predisposición p ara la transgresión de norm as en amplias capas de la so­
ciedad parece prolongarse tam bién con altas tasas de crim inalidad en las capas
bajas de la sociedad. Así, un viajero como Gemelli C arreri a fines del siglo xvii se
m uestra horrorizado p o r la m u ltitud de crím enes que se com eten en la ciudad de
M éxico,101 el ya varias veces citado virrey duque de Linares, habla del m ism o fe­
nóm eno y el estudio reciente de C . M acL achlan sobre la A cordada a lo m enos
prueba que la justicia o rdinaria era incapaz de frenar la crim inalidad. La sorpre­
sa que observadores europeos dem uestran sobre el grado de corrupción y de cri­
m inalidad en H ispanoam érica podría ser una prueba de que am bos fenómenos
tenían m ayor alcance en las colonias que en E u ropa;102 sin em bargo, esto habría
qüe com probarlo antes m ediante estudios com parativos. En caso de que resultara
cierto, podría tom arse com o u n indicio de que las sociedades coloniales se en­
contraban a principios del siglo x viii , a lo menos, en un estado de m enor organi­
zació n ’e integración que las europeas, y fraccionadas más bien en grupos de
clientelas y clanes de poder que en estratos o clases sociales más o m enos hom ogé­
neas. Esta conclusión p odría sacarse si se ad o p tara el modelo dé H eidenheim er
sobre la frecuencia dé la corrupción y su correlación cón distintas fases organiza­
tivas de las sociedades.103 El postula precisam ente que las distintas formas de
corrupción se encuentran de form a más acentuada en traditional familist (kinship)
based systems y en traditional palron-client based system. En todo caso sería equivocado
explicar él fenómeno en térm inos de la conocida oposición éntre peninsulares
y criollos, porque las pruebas señalan que corrupción, falta de espíritu cívico y
transgresiones contra la m oral pública y cristiana se encuentran tanto entre
los; unos como en tre los otros. H asta los indios parecen h ab er tom ado p arte
en estos procedim ientos al p ag ar regalos p a ra jueces en procesos que p endían

lül Véase J.F. Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, Biblioteca Mínima Mexicana, 13 y 14,
•México 1955, passim; C.M. M acLachlan, The Tribunal o f the Acordada: A Study o f Criminalfusti-
ce in Eighteenth Century México, tesis doctoral, University of California, Los Angeles, University
Microfilm, Ann A rbor 1969, passim.
102 H abría que investigar si no hay algún trasfondo real a lo menos en cuanto a lo social en esta fa­
mosa «disputa del nuevo mundo» que empezó en el Siglo de las JLuces, en la cual uno de los bandos
pintó a América de forma negativa. Claro que esto entonces no se refería sólo a América, sino a todas
las colonias europeas, pues parece que todas las potencias europeas tuvieron en m ayor o m enor grado
el problem a de la coírupción en lo referente a sus colonias: Así, Van Klavereh en los artículos citados
refiere una larga serie de ejemplos. M. Giraud, Crise de conscience et d ’autorité a la f in du regne de
Louis X VI, ' Annales. E.S.C.», 1952, pp. 172 ss. y 293 ss. , relata extensamente fenómenos parecidos
en Francia. Quiere el autor generalizar sus resultados para toda Francia, pero en realidad sus
ejemplos se refieren m ás bien al m undo colonial y al m undo portuario francés en sus relaciones con el
comercio colonial precisamente. El volumen editado por A.S. Eisenstadt, A. Hoogenboom y H.L.
Trefousse (comps.) Before Watergate: Problems o f Corruption iri Am erican Society, Nueva York
r978, -contiene muchos ejemplos del problem a en la tem prana sociedad norteam ericana. Para la
«disputa del nuevo mundo» véase la obra clásica de A. Gerbi, L a Disputa del Nuevo Mundo. Historia
de una polémica 1750-1900, México - Buenos Aires, 1960.
A.J. Heidenheimer,: Introduction, -en. ¡d' misino (comp.) Political Coirruption. Readings in
Comparative Anatysis. Nueva York, 1970, p'.124 (cuadro 2).
ante la A udiencia, como lo dem uestran algunas cuentas de cajas de com unidad
de indios de fines del siglo xvm. Al parecer, las transgresiones de todo tipo se
utilizaron com o arm a en las luchas de grupos de poder, como testim onian
algunos estudios recientes d e este tipo.104 En estas luchas se apela siempre al
orden público y a las leyes p ara achacarle al adversario delitos falsos o verdaderos
que antes no encontraron reparo por la p arte dem andante, quien incluso p a r­
ticipó como cómplice. Com o para todo hay testigos, resulta enorm em ente difícil
para el historiador, que investiga estos procesos en la actualidad, decidir qué par­
te tiene la justicia a su lado, y hay testim onios de sobra que acreditan que ya los
jueces de la época se encontraron con el m ismo problem a. V ender en estas condi-,
ciones la justicia al m ejor postor incluso parece tener cierta lógica. Com o siempre
querrá opinarse sobre la m ateria, lo cierto es que estam os aquí fr,ente a un proble­
m a tanto de historia de las m entalidades Como de correlación entre m entalidad y
organización social que aguarda ser estudiado de form a sistem ática y com parati­
va105 y que actualm ente sólo podrá ser explicado —a falta de m ayor profundiza-
ción en el tem a— como resultado de aquella situation coloniale que teóricam ente
analizó Georges Balandier ya hace tiem po.106
C uando a mediados del siglo XVh la corrupción de los funcionarios se había ge­
neralizado y cuando intentos anteriores de reprim irla habían fracasado, en gran
m edida la C orona empezó a participar en los negocios, m ediante el beneficio de
empleos de justicia y gobierno. Conviene resaltar aquí el hecho de que en España
se dan dos formas distintas de venalidad de oficios, con caracteres m uy distintos:
la un a era legal y la otra, una form a disim ulada de venta que era extralegal. La
venta legal de oficios abarcaba sólo oficios de plum a y de cabildo, escribanías y
regidurías, o sea oficios que no tuvieron ni función de juez ni de gobierno, siendo
legalm ente prohibida la venta de estos últimos mencionados. Fue bajo Felipe II
cuando se introdujo este tipo de venta legal,107 que concedió plena propiedad del
cargo al com prador. Es difícil evaluar el efecto que este nuevo régim en de “oficios
vendibles y renunciables” tuvo en la adm inistración colonial. Adem ás, afectó ta n ­
to la adm inistración de la metrópoli como la colonial. M ás tarde, bajo Felipe IV
y, en m ayor m edida, bájo Carlos II, em pezó el llam ado “ beneficio de empleos” , o
sea el sistema de conferir cargos, títulos y gracias contra pago previo en efectivo.
El pago se consideró como un m érito contraído con la C orona y así se justificó el
nom bram iento. El beneficiado, sin em bargó, no obtuvo la posesión o, mejor
dicho, la propiedad del cargo; éste quedó sometido a las reglas de duración, de

104 Véanse los trabajos citados en la nota 79, especialmente los de Germ án C olm enares^ de Sólan-
ge Behocaray Alberro.
105 Me refiero a intentos como el que emprendió W .B. Taylor, Drinking, Hom icide andR ebellion
in Colonial Mexican Villages, Stanford 1979, con respecto al am biente rural indígena. -
106 Cfr. G. Balandier, “La situation colonial'e: Approche théorique”, Cahiers Intem ationaux de
Sociologie, París, 1951, vol. II, pp. 47 ss.
107 Véase sobre el particular F. Tomás y Valiente, La venta de oficios en Indias (1492-1606),
Madrid 1972.
servicio, etc. establecidas por las leyes. Esto significó en la práctica que algunos
funcionarios adquirieron el puesto con su sueldo prácticam ente de por vida —así
por ejemplo oidores y oficiales de la R eal H acienda— y otros sólo por el térm ino
asignado por las leyes, como es el caso de virreyes, gobernadores, corregidores y
alcaldes m ayores.108 Como la corona vendió o, dicho m ás benefició cargos de
todas las esferas, desde puestos de virreyes, oidores, oficiales reales corregido­
res y alcaldes m ayores,109 sin m encionar la venta de títulos, indultos y
g racias,110 las consecuencias pueden h a b er sido distintas con un puesto vitali­
cio o de duración fija y lim itada. En el prim ero de los casos, el hecho de haber
com prado el puesto no im plica necesariam ente que el funcionario tuviera que
inten tar resarcirse de lo gastado p or m edio de corrupción, puesto que el dinero in­
vertido en la com pra podía considerarse u n a inversión con un rendim iento vitali­
cio en form a de ocupar un a plaza de prestigio y un sueldo nada despreciable. C on
todo, hay ejemplos de que precisam ente los funcionarios que habían com prado
cargos dé este tipo eran los más corruptos, como se vio por ejemplo en la visita del
inquisidor G arzarón en la segunda m itad del siglo x v m .111 La situación cambiaba,
en el segundo caso, cuando u n funcionario com praba un puesto que sólo le iba a
d u rar 2, 3 o, tal vez 5 años. U n funcionario de este tipo, generalm ente un virrey,
gobernador o corregidor, forzosam ente tenía que recurrir a prácticas corruptas
no sólo p ara ganar el dinero invertido, sino para hacer una ganancia extra. En es­
te caso la relación entre venta de oficios y corrupción es tanto más directa, ya que

108 Sobre el beneficio de empleos en América ya hay una bibliografía considerable; la resume muy
bien, aportando tam bién nuevos datos: F. Muro Romero, “El ‘beneficio’ de oficios públicos con juris1
dicción en Indias. Notas sobre sus orígenes”, Anuario Histórico-Jurídico Ecuatoriano, (Quito) 1980,
vol. v, pp. 313 ss. (el trabajo constituye un aporte al Congreso Internacional de Historia del Derecho
Indiano que se celebró en Quito).
109 •
Sobre un caso de venta de un virreinato véase A. Domínguez Ortiz, Un virreinato en venta,
«Mercurio Peruano» (Lima) 1965, vol. x u x , no. 453, pp. 43 ss.; sobre ventas de oidurías véase M.A.
Burkholder - D.S. Chandler, From Impotence to Authority. The Spanish Croxvn and the Am erican
Audiencias, 1687-1808, Columbia 1977; sobre ventas de gobernaciones, alcaldías mayores y corregi­
mientos en Nueva España véanse L. Navarro García, “ Los oficios vendibles en Nueva España d u ra n ­
te la guerra dé sucesión”, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla 1975, pp. 133 ss.; H. Pietsch-
m ann, Alcaldes Mayores, Corregidores u nd Subdelegados. Zum Problem der Distriktsbeamtenschaft
im Vizekónigreich Neuspanienn, «Jahrbuch für Geschichte von Staat, W irtschaft und Gesellschaft
Lateinamerikas», (Colonia-Viena) 1972, vol. 9, pp. 171 ss. en especial el apéndice pp. 240 ss.; para
Perú especialmente A. Moreno Cebrían, El Corregidor de Indios y la economía peruana del siglo
x vm , Madrid 1977.
11(í Sobre la venta de indultos, por ejemplo en el comercio indiano, informa detalladam ente L.
García Fuentes, El comercio español con América, 1650-1700, Sevilla 1980, pp. 109 ss.; con respecto
a los títulos véase Expediente sobré beneficiar los virreyes de Nueva España títulos de Castilla, agí
México 601.
111 Así lo m encionan Burkliolder y Chandler, From Im potence to Authority, p. 40 Para mayores
detalles véase a g í México, 670a y 670 b - E s interesante ver que uno de los cargos que se hacen a los
oidores es precisamente encubrir y disimular los manejos ilícitos de los alcaldes mayores con los indios
de sus distritos, especialmente los repartim ientos forzados de mercancías.
el precio del oficio en m uchos casos equivalía o, incluso, sobrepasaba el suel­
do que el funcionario podía g anar en todo el tiem po que le d u rab a el puesto. Hay
que tom ar en cuenta adem ás, que en m uchos casos el precio de beneficio de un
empleo no se orientó por los sueldos que podía esperar u n funcionario, sino por el
m onto aproxim ado de las ganancias ilícitas que se podían esp erar.112 Así que la
Corona, au nque m antenía por u n lado la legislación sobre el funcionam iento des­
interesado e incorrupto de la adm inistración, por otro lado se hacía cómplice al
calcular los precios a pagar por el m onto de ingresos ilegales que se podían espe­
rar. C irculaban en la m etrópoli incluso listas —anónim as— de los distintos puestos
de gobierno en Indias que indicaban la especie de ganancias que el funciona­
rio respectivo podía esperar, ya en comercios de toda clase, ya en la agricultura,
etc.113 Así fue como precisam ente en los puestos de gobierno la venta de oficios
obligó prácticam ente a aprovechar el térm ino asignado al cargo p a ra acum ular
dinero por todos los medios lícitos e ilícitos. A un en el caso de que un funcionario
de m ediana jerarq u ía obtuviese su cargo en la península por nom bram iento regu­
lar y sin pago alguno, los costos enorm es del despacho burocrático tanto en la
m etrópoli como en Am érica, y adem ás el caro viaje al lugar de destino obligaron
a invertir sumas considerables que con un sueldo regular era imposible recobrar en
escasos años, p o r lo cual se veía en la necesidad de extralim itarse p a ra hacei
ganancias. Por otra parte, le era forzoso procurarse,algún sobrante p ara precaver
el costo de la residencia y su futuro en general, puesto que a falta de u n a carrera
burocrática form alizada p ara funcionarios de gobierno no sabía si volvería a ocu­
par un puesto público. El sistem a mismo de enviar funcionarios de m ediano nivel
burocrático, como por ejemplo lo eran muchos gobernadores y los corregidores y
alcaldes mayores, desde la metrópoli a A m érica inducía a corrupción porque en
todo caso se teriía que invertir m ucho dinero p ara llegar a ejercer un puesto que
luego sólo d u raría pocos años. El beneficio de empleos agravó esta situación
aún más porque el nom brado tenía qué p agar dos veces: en España a cuenta del
beneficio y en A m érica a las autoridades centrales del virreinato que en muchas
ocasiones cobraban ilegalmente otro tanto, sin contar viaje, despacho, fianzas,
etc. O tros aspectos del beneficio de empleos ag rav ab an aú n más la situación. "Va­
le esto sobre todo p ara el perm iso que se extendió —otra vez contra pago— para
revender un oficio com prado o p ara utilizarlo como dote para u n a hija por casar-

1!2 Así lo he podido com probar con respecto a los alcaldes mayores en mi estudio citado en
n o ta 109, pp. 194 s.
113 -
Véase por ejemplo el «Yndize comprehensibo de todos los Govierno Corregimientos, y
Alcaldías Mayores que contiene la Govemación del Virreynato de México. Sus anexas Audiencias y
frutos que produce cada país en que puedan divertir sus Quinquenios los Provistos, que no tienen
práctica, dispuesto por el ABG para la mayor Inteligencia. Año de 177.», m anuscrito en la Bibliote­
ca Pública de Nueva York, División de Manuscritos. En la introducción el autor anónim o declara
que formó el m anuscrito para lá información de los que consiguen estos puestos en América y, ade­
más, para explicar las utilidades —ilícitas todas—- de cada jurisdicción^ atribuye a cada una d é estas1
una categoría de su valor que va de 1 a 8.
se. O tros desórdenes provenían de la venta a futuro de determ inados oficios, o
sea que la C orona no sólo benefició empléos efectivam ente vacantes de los cuales
el com prador podía tom ar posesión ta n pronto llegaba a su destino, sino que los
puestos se vendían en expectativa de que el provisto podía tom ar posesión cuan­
do el puesto estuviera vacante. Esto, ju n tó con la práctica de los virreyes de llenar
cualquier vacante inm ediatam ente con interinos, obligó a muchos provistos des­
de la m etrópoli a esperar años p ara to m ar posesión, m anteniéndose entretanto a
base de créditos, lo cual —llegado el caso de la tom a de posesión— aum entó la
capacidad del funcionario.114 )
En suma, se puede decir que el beneficio de empleos aum entó en form a consi­
derable la corrupción de los funcionarios de gobierno especial y precisam ente por
las condiciones en las cuales sé efectuó. Los oficios públicos se convirtieron así en
una. m ercancía como cualquier o tra o en u n a inversión de tipo comercial. Efecti­
vam ente se puede concluir, como lo hizo Ja im e Vicens Vives, a u n sin tener a la
vista todas las implicaciones del sistema, que a m ediados del; siglo xvii el Estado
español cambió su política frente a los oficios públicos., V iendo que no lograba
aum entar sus ingresos por la corrupción reinante, se dedicó á explotar los oficios,
no en contra de la p alab ra dé la ley pero sí del sentido de ella. El Estadó:español
no sólo explotó los oficios, sino prácticam ente todo el sector de las gracias reales,
al vender indultos, hábitos de las órdenes m ilitares, títulos de nobleza etc.115 C on
el establecim iento de la nueva ren ta de la m edia an nata y mesadas eclesiásticas se
introdujo adem ás otro sistema legal de aprovecharse de los puestos públicos, g ra­
cias reales y nom bram ientos de toda clase que gravó sobre los ingresos de los be­
neficiados y los obligó a extraliihitarse p ara recobrar la inversión. Al hacer venal
todo el sector de nom bram ientos y gracias realés, el Estado sin lugar a dudas
aum entó —y adem ás con plena conciencia de la realidad— la corrupción en la
adm inistración am ericana, aum entando, por otra parte, sus ingresos y tam bién
las cargas que pesaban en últim a instancia sobre las capas bájas de la sociedad.
Son ya conocidas algunas de las consecuencias políticas de la venalidad. Ésta
perm itió al sector criollo la penetración en la adm inistración colonial,11®suavi­
zando a s ila oposición de éstos frente al régim en legal im puesto jpor la C orona. Es

En 1758, en varias cartas a la Corona, el virrey m arqués de las Amarillas menciona los trastor­
nos que ocasiona la práctica de la existencia de individuos con provisiones que o no pueden tom ar
posesión o no presentan sus títulos, cuando la Corona le prohibió nom brar interinos en estos cárgos,
agí México 1358 y 1359.
115, , . 110
Vease nota .
Así lo pusieron de relieve últim am ente en forma de estadísticas Burkholder y C handler en el
trabajo citado en nota109 con respecto a los oidores de las audiencias. Tam bién destaca este hecho G.
Lohm ann Villena, Los ministros de la audiencia de L im a en el reinado de los B ortones (1700-1821).
Esquema de un estudio sobre un núcleo dirigente, Sevilla 1974, ún trabajo que además tiene el m éri­
to de m ostrar am pliam ente el engranaje.de estos funcionarios con la sociedad colonial, sus relaciones
familiares, sus posesiones de bienes inmuebles, etc., una situación en suma, que hay que calificar de
corrupta —aunque el autor no adopta esta p a la b ra — por estar prohibida pór las leyes.
de suponer, aunque todavía no se sabe con seguridad por falta de estudios sobre
la m ateria, que al menos en América, venalidad y corrupción perm itieron otra
vez u n a m ayor movilidad social m ediante el ascenso de elementos de modesto
origen social a la oligarquía burocrática. O cu rriría entonces en Am érica lo
contrario que en la m etrópoli, en donde el estam ento burocrático —como ya se
m encionó— cerró filas constituyendo u n grupo social aparte que ya no admitió
con tan ta facilidad, como en la centuria anterior, elementos nuevos. Este de­
sarrollo inverso se debe probablem ente al hecho de que én E spaña el bénefieio de
empleos —al menos en las capas de la alta b u rocracia— nó llegó a tener ni de
lejos ta n ta trascendencia como tuvo en A m érica.117 Estás son, sin embargo,
conclusiones m uy provisorias, ya que ni la m ovilidad social entre los funcionarios
am ericanos, ni el estudio com parativo cpn E spaña sé h a hecho todavía. En A m é­
rica, adem ás, el beneficio de empleos facilitó la!consolidación de grupos de poder
regional y localmente. P or u n lado, estos grupos podían com prarse legalmente
cargos en la adm inistración m unicipal, consolidando así su poder m ediante el sis­
tem a de oficios vendibles y renunciables. P or otro lado, se puede observar que es­
tos grupos utilizaron tam bién el sistema de beneficio de empleos para sus fines.
M agnates de un pueblo o de u n a villa com pran el oficio de gobérnarite para una
persona de su clientela y conservan el nom bram iento en secreto para cuando lle­
gue el caso de que un alcalde m ayor nom brado desde fuera de su círculo no sé
m uestre dispuesto a encubrir sus m anejos y colaborar con ellos, sacan entonces el
título com prado p ara evitar la tom a de posesión del sujeto adverso a sus planes e-
instalan al candidato propio alegando m ayor antigüedad.118 Estos casos de­
m uestran que los funcionarios de gobierno, al menos en sus niveles m edianos y
pequeños, no pueden lograr sus fines de enriquecim iento sin la colaboración dé
los dirigentes de la jurisdicción p ará la cual se les ha nom brado. C om o se ha visto
ya en otro lugar de este trabajo, la corrupción no es u n fenóm eno lim itado a los
funcionarios, sino qué se da en la m ayoría de los casos — con excepción tal vez de
las capas más altas de la burocracia— sólo con el consentim iento de los grupos
más poderosos de la oligarquía. En sum a, se puede decir que la venalidad de ofi­
cios en sus dos formas llevó a u n a crisis del poder estatal porque perm itió el acce­

117 Sobre la venalidad de oficios en España no hay estudios, sólo A. Domínguez Ortiz, “La venta
de cargos y oficios públicos en Castilla y sus consecuencias económicas y sociales”. Anuario d é Histo­
ria Económica y Social; (M adrid) 1970, vól. 3, pp. 105 ss., ha adelantado algunos datos, refiriéndo­
se, sin embargo, más bien á la venta legal que al beneficio dé empleos. Al concluir por los trabajos de
Pelorson y Fayárd —véase nota82— parece que en las esferas altas de la administración castellana no
hubo beneficios de empleos. Con todo, habrá que esperar futuros estudios para opinar con mayor
fundam entó sobre la m ateria.
118 Se menciona uri caso en San Miguel el Grande, véase Archivo General de la Nación (México),
Ramo Alcaldes Mayores, tomo 6, Expediente 35. El virrey Marqués de las Amarillas —véase
nota114— menciona que incluso hay muchos sujetos de los cuales se sabe que tienen nom bram iento
para una alcaldía mayor o corregimiento, no prestándose, sin embargo, para tom ar posesión aun
cuando ocurra vacancia.
so al poder de grupos y clanes de la, oligarquía colonial y porque aum entó la
corrupción de los funcionarios e indujo a éstos en m ayor grado a vincularse con
los grupos poderosos p a ra lograr sus fines —y cum plir con su necesidad— de
enriquecim iento. Con esto la adm inistración, en el m ejor de los casos, o persi­
gue fines propios o se convierte en agente de los intereses de las oligarquías colo­
niales. El Estado, por cierto, al ganar u n a m ayor participación económ ica en el
producto global colonial, pierde u n a p arte im portante de su poder y de su
influencia en la realización de sus fines políticos.
E n el siglo xvm el problem a de la corrupción se presenta, al m enos en N ueva
España, de form a m ás am bivalente. A principios de siglo encontram os u n a serie
im presionante de pruebas de corrupción en todas las esferas. Así tenem os el caso
del virrey A lburquerque, que negoció prácticam ente con todo lo que se podía,
participando en el contrabando, interviniendo en el abasto de granos, vendiendo
alcaldías m ayores, colocando u n enorm e núm ero de criados en puestos adm i­
nistrativo etc. Y au nq ue la residencia le declaró libre y buen funcionario, la
C orona se vio obligada a exigirle u n a m ulta de m illón y m edio de pesos, sum a
que después se rebajó a 700 000 pesos.119 L a visita de G arzarón descubrió claras
m uestras de corrupción en la A udiencia y otras visitas descubrieron fraudes co­
metidos por los oficiales reales.12p Después de esta nueva iniciativa de/la C orona
de reprim ir los abusos, parece replegarse el fenóm eno algo en las esferas de la ad­
m inistración central o sea virrey y Audiencia; al menos, faltan pruebas tan graves
como se tienen p ara principios de la centuria. A nivel medio y bajo de la adm i­
nistración, sin em bargo, parece que la corrupción floreció como siempre. N ego­
cian los gobernadores desde Y ucatán hasta Nuevo M éxico121 y por supuesto los
alcaldes mayores y corregidores, como es bien sabido por la serie de trabajos que
hay sobre los repartim ientos de m ercancías de éstos últim os.122 T am bién parece

119 Cfr. L. Navarro García, La secreta condena del virrey A lburquerque por Felipe V, Homenaje
al Dr. Muro Orejón, Sevilla 1979, vol. I,'p y : 201 ss.
120 Con respecto a Garzarón véase n ota11 , para las visitas en m ateria de hacienda cfr. A. Gómez,
Visitas de la R eal Hacienda novahispana en el reinado de Felipe V, Sevilla 1979, passim.
121 Para Yucatán véase por ejemplo M.C. García B em ^\, La sociedad de Yucatán, 1700-1750, Se­
villa 1972, pp. 129 s., y la misma, E l gobernador de Yucatán Rodrigo Flores de Aldana, Hom enaje al
Dr. M uro Orejón, Sevilla 1979, vol. I pp. 123 ss. con muchos detalles más; para Nuevo México cuen­
ta Gemelli Carrerri que los gobernadores suelen comerciar con los sueldos de los soldados, vendién­
doles m ercancía excesivamente cára a cuenta del sueldo; Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España
op. cit., tomo I, p. 98.
122 Para Nueva España véase por ejemplo B.R. H am nett, “Politics and T rade in Southern Méxi­
co, 1750-1821”, Cambridge Latin Am erican Studies, Cambridge 1971; H. Pietschmann, E l comer­
cio de repartimientos de los alcaldes mayores y corregidores en la región de Puebla-Ttaxcala en el
siglo XVIII, Estudios ¿obre política indigenista española en A m érica. Simposio conmemorativo del V
centenario del padre de Las Casas, Universidad de Valladolid, Valladolid 1977, vol. 3, pp. 147 ss.;
para Perú, sobre todo el libro de Moreno,, Cebrían, véase nota109.
que a nivel de cajas reales continuaron las transgresiones,123 como igualm ente en
el caso de los secretarios de gobierno.124 E n todo caso las pruebas no son tan feha­
cientes p ara la N ueva E spaña como p ara el P erú , con los ejemplos que dan Jorge
J u a n y A ntonio U lloa en las Noticias secretas, ya citadas. Los nuevos funcionarios
introducidos con las reformas de Carlos III, los intendentes, parecen h ab er sido en
general bastante honestos. Lo contrario hay que decir de sus subdelegados, que
continuaron con las prácticas acostum bradas. Así que, en líneas generales, se
puede decir que con las reform as borbónicas, destinadas, entre otras cosas, al
restablecim iento de la autoridad m onárquica, la corrupción parece haber retro­
cedido algo, aunque ya bajo Carlos IV encontram os con Branciforte e Iturrigaray
dos virreyes que otra vez son notorios por su rapacidad y afán de enriquecim iento.
H abría que ver si la m ayor integridad de los funcionarios de •las altas esferas
burocráticas tam bién se explica con el aum ento de los sueldos que virreyes, oido­
res y oficiales reales recibían en el siglo xvm. A prim era vista, coincidiría esto con
la continuación de la corrupción entre gobernadores, alcaldes mayores y corregi­
dores, que sólo tenían asignados sueldos más bien escasos o, como en el caso de los
últim os mencionados, dejaron de percibir sueldos del todo en aquella centuria.
T om ando así en cuenta las frecuentes quejas por la escasez del sueldo que pronun­
cian los funcionarios, algunos autores h an querido explicar, por regla general, la
corrupción con los sueldos insuficientes que pagaba el estado. Esto sólo aparece
válido p ara el caso de funcionarios que no recibían ningún sueldo o sólo una
rem uneración de u n p a r de centenares de pesos al año. Los funcionarios altos,
virreyes, oidores y oficiales reales, en cam bioj ya desde el siglo x v i o xviii recibían
sueldos de 2 000, 3.000 y hasta 5 000 pesos o aun. m ucho más, como es el caso de
los virreyes. C on estas sumas, sin lugar a duda, se podía vivir de form a decente.
Pero como muchos de los funcionarios eran inclines a im itar la ostentación suntuo­
sa de la oligarquía criolla, cosa que por el otro lado se consideró necesario para
m an ten er la d ignidad del cargo, las sum as asignadas no podían bastarles.

123 Así en la visita de José de Gálvez resultaron culpados los oficiales reales dé Veracruz y de Aca-
pulco; véase H .I. Priestley, José de Gálvez, Visitor-Geneiral o f N ew Spain (1765-1771), Berkeley
1916, pp. 172 ss.
124 Ya se ha visto el testimonio del virrey duque de Linares sobre la fe pública; a mediados de siglo
el virrey m arqués de las Amarillas se queja igualmente de los escribanos mayores de gobierno y otros
agentes de plum a por abusos: “En los escrivanos, en los Agentes Fiscales, en los Asesores, Procurado­
res, y en las mismas partes quando usan de sus términos legales, suele experimentarse un atraso, o
hacer abuso, que perpetua los negocios, o bien los pone en olvido la m añosidad de quien a toda costa
se interesa en que así suceda, y nada carece tam bién de protección y sequaces”, carta de 30 de ck?
tubre de 1759, m arqués de las Amarillas a José Ignacio de Goyeneche, agí México 1359; “La prerro­
gativa de ser vendibles y renunciables estos oficios de Gobierno, como los.de la C ám ara de la Real
Audiencia en las salas de los civil y criminal ha sido y es la inaccesible e inexpugnable barrera que
siempre se ha puesto a las débiles fuerzas de la justicia en esta m etrópoli. Ellos son unos públicos m er­
cados en que se abastece de quanto quiere el que tiene ánimo para llevar abierta la bolsa. En ellos se
retienen o se frustran las providencias, cuando y cómo le conviene a la parte que más se explaya en la
contribución a los que m anipulan los papeles”, en Villarroel, Enfermedades políticas cit., p. 75.
Así, leemos en Gem elli C arreri que un contador de la Casa de M oneda, que podía
recibir un sueldo anu al de 3 000 pesos, a lo mucho, invitó al virrey y lo agasajó por
valor de 1 000 pesos a lo menos; es obvio que tal estilo de vida no sé podía pagar
con sueldos que por lo demás parecen bastante cómodos.125 H abrá que consentir con
Jorge Ju a n y A ntonio Ulloa, quienes o pinan, que “Todo esto nace de u n a d i­
ferencia grande que hay en tre los que obtienen empleos en las Indias y los que se
ocupan en España en los equivalentes; ésta consiste en que allí, no se contenta
ninguno con tener u n em pleo que le rin d a lo bastante p a ra m antenerse con la
regular decencia que le corresponde, sino qué es preciso criar con él en corto
tiem po u n caudal crecido, y, estim ulando por este deseo, se vale de todas las
ocasiones y medios p a ra conseguirlo, aunque sea desatendiendo a la justicia y
atropellando el sagrado de las leyes” .126 C laro que este testimonio solo no basta
p ara p ro b ar u n a postura diferente entre funcionarios en la península y en A m éri­
ca, pero ya se h an visto otros indicios que parecen afirm ar esta diferencia. O tra
vez sale a la vista que todo este com plejo problem a únicam ente por medio de
estudios com parativos pued e ser aclarado y que la situación colonial no puede ser
analizada desprendiéndola del contexto m etropolitano. El problem a se com plica
más cuando, al parecer, el siglo xvin ve surgir, tanto en España como en América,
u n nuevo tipo de funcionario —piénsese sólo en los intendentes— más ejecutivo y
menos ceremonioso y legista de sus antecesores de la época de los H absburgo.
¿Qué conclusiones se pueden sacar del p anoram a presentado? En prim er lugar
h ab rá que afirm ar sobre la base d élo s ejemplos referidos —y más aú n teniéndo en
cuenta la m ultitud de pruebas existentes en la bibliografía y én los archivos que se
han visto y om itido aquí^— que la corrupción en Am érica no fue un mero abuso
más o menos frecuente sino que estuvo presente en todas las épocas y en todas
las regiones de form a regular. Siem pre hubo —¡coexistiendo con funcionarios
honestos e íntegros— u n índice bastante elevado de corrupción entre la b u rocra­
cia estatal. L a corrupción existió adem ás independientem ente de la política del
Estado con respecto a sus agentes, si bien los intentos de Estado de participar
económ icam ente en la corrupción .de sus funcionarios agravaron el problem a de
reform a considerable. H ay que resaltar, desde luego, que la corrupción en épocas
del Antiguo Régim en fue un fenómeno bastante generalizado en toda Europa,
pero hay señales de que el fenómeno fué más acentuado en las sociedades colonia­
les. En la burocracia hispanoam ericaña se observaron predom inantem ente cuatro

125 Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España cit., tomo 2, p. 178. En cuanto a los sueldos de los
virreyes afirm a el duque de Linares “le dará a V.E. ... para pagar las deudas para su viaje hubiera
contraido, por crecidas que sean, y para comer decentemente, pues ni del genio de V.E. ni del mió,
me atrevo a prom eter que a nuestra restitución á Europa nos puedan disfrutar, antes si acreditar el
carácter de indianos en la miseria, que nosotros tendremos necesarias, y el Rey y comunes creerán
fingida”. Instrucción dada por el Excmo. Sr. Duque de Linares, p. 281. El sueldo de un virrey era
mucho más elevado que el que cobraba por ejemplo en oficial real; sin embargo, el virrey tenía que
m antener una pequeña corte y el oficial, en cambio, sólo su familia.
I"" Juan y Ulloa, Noticias secretas cit., vol. 2, p. 157.
tipos de corrupción: comercio ilícito, cohechos y sobornos, favoritismo y cliente-
lismo y, finalm ente venta de oficios y servicios burocráticos al público; Es de
resaltar como regla general que la corrupción no se lim itó a la burocracia sola­
m ente, sino que se encontraba —como transgresión de norm as legales, religiosas y
m orales— de form a m uy acen tu ad a en la sociedad en general, lo cual se podría
interp retar como uná crisis de conciencia más o menos perm anente y tam bién
como un a grave crisis del poder estatal.
Las implicaciones generales del fenómeno que hemos ido señalando obligan,
sin em bargo, a volver a discutir los problem as de definición e interpretación que
presenta la corrupción. H eidenheim er distingue tres categorías de definiciones de
nuestro fenómeno: Public office centered definitions, Market ceñtered definitions y Public
interest centered definitions.127 D entro de la prim era categoría ciertp au to r define la
corrupción com o “ C onducta que se a p a rta de los deberes norm ales de u n cargo
público con vistas a o btener ganancias en lo que se refiere a su vida priv ad a
(familia, m iem bros de su cam arilla) o beneficios económicos o de posición social;
tam bién, conducta que viola las reglas contra los distintos tipos de influencia
personal. Esto incluye el soborno (uso de u n a gratificación p a ra influir en el juicio
de una persona que ocupa u n puesto de confianza), el nepotism o (favorecer a
alguien basándose en las relaciones de atribución, no en el m érito de la persona), y
la m alversación (apropiación ilícita de recursos públicos p a ra el bienestar priva­
do” [Ed.]. Es ésta la definición que en la literatura se aplica de form a m ás general
e im plícita cuando se habla de fenómenos de corrupción como “ abuso” . M uy
interesantes y de m ayor valor sistemático son las definiciones de la segunda cate­
goría, así por ejem plo V an Klaveren define: “U n funcionario corrupto considera
su puesto público como u n negocio, cuyo ingreso... él tra ta rá de acrecentar al
máxim o. Así pues, el puesto se convierte en u n a ‘unidad que crece’. Su ingreso
depende... de la situación en el m ercado y de su habilidad p a ra en co n trar el
puesto de m áxim a ganancia en la curva de la dem anda pública” [Ed.]. Mucho más
allá en esta línea va otro autor al constatar que “ L a corrupción lleva aparejado un
cam bio de u n modelo de m ercado con precios fijos a u n modelo de libre mercado.
El mecanismo centralizado de asignaciones, que contribuye el ideal de la burocra­
cia m oderna, puede venirse abajo si se produce u n serio desequilibrio entré la
oferta y la deinanda. Los clientes pueden decidir que m erece la pena arriesgarse a
pagar las sanciones establecidas y costos m ás elevados si se les garantiza que
recibirán los beneficios deseados. C uando esto sucede, la burocracia deja de estar
estructurada conforme a las leyes del m ercado fijo y adopta características'del
libre m ercado” [Ed.]. Este tipo de definiciones funcionales m uestran que profundi­
zar el estudio de la corrupción a lo largo de la historia colonial puede ayudarnos a
descubrir los niveles de contradicción entre las aspiraciones de la sociedad y el
orden; público, social y económico impuesto p o r el Estado a través d e su legislia-:

127
Véase en cuanto a éstos términos Heidenheimer, ^Introduction, en el mismo Política! Corrup-
tion, pp. 4-6. "■
ción. En todo caso, señala este tipo de definiciones la am plia trascendencia políti­
ca, económ ica y social que el-fenómeno de la corrupción puede tener y al cual es
legítimo atrib u ir u n a función sistemática. No es preciso insistir m ayorm ente en las
definiciones de la tercera categoría, que ven en la corrupción una ofensa al
bien público. Como en este caso hay que insistir en la pregunta de quién define el bien
público, uno desem boca o tra vez en la contradicción entre Estado y religión, es
decir, la Iglesia p o r u n lado y la sociedad y la econom ía, por el otro. Sin e n tra r a
discutir en detalle los pros y los contras de las definiciones de cada categoría,
querem os señalar que las dos últim as parecen más aptas para ser aplicadas al
fenómeno de la corrupción en la época y él am biente que nos ocupó, porque al p o ­
der constatar indepéndienteirienté que la corrupción no se lim itó sólo a los
funcionarios sino que se extendió por lo menos a una parte de la sociedad, hay que
operar con definiciones que sobrepasan el mero ám bito del cuerpo de los agentes
del Estado; Por otra parte, hay que señalar que no hemos querido aplicar desdé el
principio ninguna de estas definiciones de form a sistemática porque p ará poder
usarlas es preciso u n estudió sisteihático y más profundo sobre unos periodos más
concretos de lo que se hizo en las páginas que anteceden. E n el m árco de este
trabajó era imposible llegar a conclusiones que sobrepasan lo expuesto en el
párrafo anterior. Sólo queremos agregar que la corrupción en A m érica h a tenido
carácter de sistema y h a b rá que explicarla en térm inos de una tensión más o
merlos perm anente entre él Estado español, la burocracia colonial y la sociedad
colonial como ya lo intentó hace tiem po V an Klaveren.

2. E l E s t a d o , l o s p a r t ic u l a r e s y e l o r d e n p o l ít ic o

a) La imposición de la autoridad estatal a los conquistadores

El nom bram iento de los funcionarios centrales en los territorios ultram arinos es­
taba ligado en caáa caso a la destitución de los comandantes de las expediciones
de descubrim iento y conquista, lo que m ánifiesta que el establecim iénto dé un
sistema de adm inistración organizado burocráticam ente en las distintas regiones
coloniales se dirigía contra los conquistadores. L a concepción; recientem ente
■presentada o tra vez, dé que los conquistadores estaban “predispuestos” a
“ acep tar el control real” 128 por lo tan to no puede sostenerse. El m otivo de que de
cualquier m anera no se produjéra u n a oposición organizada a las m edidas de la
C orona debe verse, por u n a parte, en él alto ascendiente sagrado de la m o n ar­
quía, que volvía imposible o al menos q u itaba toda probabilidad de éxito a u n a re­
belión contra el soberano y que en todo caso perm itía la; resistencia a funcionarios
o leyes individuales; por otra, puede explicarse, sin em bargo, con base en el pro­
ceder del poder central, que im pulsaba al desarrollo de la adm inistración de a rri­

128 Según James Lang, Conquest and Commerce, p. 11.


b a abajo. A p artir de la organización adm inistrativa central de la metrópoli,
por de pronto se constituyó u n a ádm instración central colonial, m ediante la ins­
talación de Audiencias y virreyes, así como de presidentes, capitanes generales y
gobernadores. A esta adm instración se confió a su vez la organización de los ni­
veles adm instrativos subsiguientes. Esta m an era dé obrar condujo a que los co­
m andantes de las tropas de conquistadores fueran los que prim ero perdieron su
posición, m ientras los dem ás participantes en las cam pañas y los prim eros coloni­
zadores aú n esperaban afianzar la suya m ediante la delegación del poder jurisdic­
cional sobre los indígenas y el reconocimiento de sus encom iendas como propiedad
hereditaria. Ya que al térm ino de la respectiva expedición de C onquista a p a ­
recían, adem ás, desavenencias y fricciones en torno a la distribución del bo­
tín y las cuestiones de rango, los com andantes no contaban por,largo tiem po con
el apoyo incondicional de sus huestes en la lucha por el reconocim iento de su
puesto de preferencia, y el recién nom brado delegado real solía apoyarse en
una parte de los españoles. C uando en u n a fase posterior, con la introducción
de funcionarios de distrito y locales —los alcaldes m ayores y en particular los
corregidores— y la intensificación de la legislación restrictiva de la encom ienda,
la m asa de los conquistadores tam bién fué afectada por los afanes estatales de
centralización, este grupo se quedó sin jefes, y por lo tanto, no estaba en si­
tuación de oponerse a la au to rid ad estatal. El que fuera decisivo p a ra el éxito
de la política estatal, se dem uestra en el ejemplo del Perú, donde se em pren­
dieron al mismo tiempo la destitución de los com andantes y la restricción drástica
de la encom ienda: el virrey recién nom brado debía a la vez im poner las Leyes
Nuevas con sus disposiciones dirigidas contra los encom enderos, y se suscitó la
única rebelión seria contra la política estatal. N o obstante, tam bién en este caso
sólo fue posible movilizar a algunas partes de los conquistadores y, adem ás, la re­
sistencia se desm oronó rápidam ente cuando la C orona inició resueltas medidas
contrarias. E n resum idas cuentas, los acontecim ientos en el Perú tam bién ponen
en evidencia qué no existía alternativa ideológica ni política a la autoridad de
la C orona; ideológica, porque las concepciones contem poráneas de Estado no
preveían u n derecho individual de resistencia,129 y política, porque los rebeldes
no contaban con u n a base de poder en la m etrópoli: u n a prueba tardía de la exac­
titud de la política real al im pedir la participación en las em presas de descubri­
miento y conquista a la alta aristocracia.
La destitución de los jefes de las tropas de conquistadores en todas partes se lle­
vó a cabo más o menos según el mismo modelo que ya había probado su eficacia
en la sustitución de. Colón. C on motivo de las quejas de distintos grupos de con­
quistadores o colonizadores contra las m edidas del com andante después de
concluida la apropiación territorial, la C orona enviaba a un ju ez instructor auto­

129
Las enseñanzas escolásticas del derecho de resistencia contra un soberano degenerado en tirano
ya no ofrecían, bajo las condiciones del gobierno burocráticorabsolutista, puntos de p artida jurídicos
para la resistencia organizada de un pequeño grupo.
rizado p ara determ inar sobre faltas graves de parte del acusado para encargarse
del poder gubernam ental y tom ar m edidas que por regla general se ejecutaban. A
ello seguía el n om bram iento de u n nuevo gobernador o la instauración de una
A udiencia, que asum ía el poder gubernam ental m ientras el jefe afectado procu­
raba justificarse en la C orte. Incluso al ocurrir una rehabilitación, como la logra­
ron Colón y Cortés, p o r ejem plo, al m enos en p a rte ,130 la C orona restituía al
descubridor o conquistador afectado a sus funciones militares de alm irante, como
en el caso de Colón, o de capitán general, como a H ernán Cortés, pero evitaba una
nueva instalación en los puestos de gobierno. En cambio, trataba de recom pensar
los m éritos contraídos por m edio de otras prerrogativas, como por ejemplo el en ­
noblecimiento o la aceptación en la aristocracia. E n muchos casos el poder de Es­
tado evitaba u n a intervención debido a la m uerte o el fracaso de los com andantes
de tales empresas. U n punto de partida para iniciar un proceso contra un des­
cubridor o conquistador con frecuencia tam bién resultaba de que éste, como sub­
jefe y delegado de otro conquistador, se había separado del deber de obediencia
para apropiarse de territorios por cuenta propia. C ortés es el ejemplo m ás conoci­
do de esta m anera de obrar, entre varios casos análogos.131 La C orona entonces
quedaba en libertad de aprobar a posteriori y de reconocer al com andante, o dé
nom b rar a otro. Incluso cuando la C orona legalizaba tal proceder, el respectivo
conquistador se hallaba en un a posición m ucho más débil frente al poder central
que un com andante que desde el principio de su em presa había cerrado conve­
nios contractuales con la C orona. El razonam iento hecho para relevar al jefe de
una expedición de apropiación territorial siempre era, sin em bargo, “ por dem é­
ritos y por usnr mal de la m erced” . 132
Al destituir ai los com andantes de las cam pañas de C onquista, la C orona
siempre se apegó estrecham ente a modos de procedér legalm ente inapelables, de­
rivados del derecho público y civil general. Esto en todo m om ento autorizaba a la
m onarquía, en servicio de la conservación del derecho y la ley, el envío dé jueces
instructores en el interés de la prosperidad general. El poder de Estado así colocaba
el derecho civil general por encim a de las prerrogativas del individuo consignadas
en los convenios contractuales de las capitulaciones, m ientras los conquistado­
res, en vista de las prerrogativas, exenciones y privilegios de ciudades o cor­
poraciones individuales que se habían desarrollado en el transcurso de la Edad
M edia, se creían en posesión de u n título legal intangible. El hecho de que el
problem a de la anteposición de los diferentes títulos legales de ningún m odo era
indiscutidoj es m anifestado por el desarrollo de un “juicio m odelo” colonial que
los herederos de Colón entablaron durante la época de los Reyes Católicos y que

130 C fr. en cuanto a Colón, Samuel Eliot Morison, A dm iral o f the Ocean Sea, y respecto a Cortés,
Peggy K. Liss, México under Spain, 1521-1556, pp. 51 ss.
131 Manuel Giménez Fernández, “H ernán Cortés y su revolución comunera en la Nueva España”, f
esquematizó incluso esta negación a la obediencia como un acto revolucionario.
182 Arjtonio Muro Orejón, Florentino Pérez Embid, Francisco Morales Padrón, compiladores
Pleitos Colombinos, vol. 1, p. XIX, lá fórm ula se refiere a Colón, pero es aplicable a'todos los casos.
llevaron ante los tribunales suprem os, incluyendo varias revisiones del proceso
hasta m ediados de los años treinta del siglo x v i.133
No obstante, el objeto del litigio sólo incidentalm ente era el proceso de investi­
gación contra Colón. El foco representaba m ás bien la cuestión de la interpreta­
ción de las disposiciones establecidas en las capitulaciones entre la C orona y el
descubridor. Los pactos contractuales otorgaban derechos tan amplios a Colón y
eran de u n a formulación tan poco clara, que de ellos podía derivarse u n m onopo­
lio de descubrim iento y gobierno del genovés p ara todas las islas y territorios de
tierra firme por encontrar en el océano occidental, com o in tentaron hacerlo C o­
lón y sus herederos. L a C orona, en cam bio, m antenía la opinión de que el des­
cubridor sólo podía hacer valer cualquier tipo de derechos para las regiones des­
cubiertas y colonizadas por él m ismo en las islas del C aribe. A dem ás, discutía
que de las capitulaciones pudieran derivarse atribuciones adm inistrativas tan ex­
tensas como lo pretendía C olón. Las cuestiones disputadas eran, por lo tanto, de
carácter fundam ental, ya que suscitaban el problem a de la m edida en que la Coro­
na, en vista de los arreglos contractuales hechos con C olón, tenía el derecho de
tom ar decisiones com pletam ente nuevas, desviándose de la práctica convenida en
el contrato respecto a la organización adm inistrativa de las regiones ultram ari­
nas. P or fin quedaba por resolver en el proceso si la C orona había renunciado
term inantem ente a los derechos soberanos, que creía poder derivar del derecho
público y civil general, m ediante la firm a de las capitulaciones, y en tal caso, ¡en
qué m edida. El hecho de que varios de los distintos juicips dieran gran parte de la
razón a las exigencias de los herederos de C olón y declararan, por ejemplo, que
Colón, en su calidad de virrey, no debió ser sometido a un proceso de investiga­
ción, no sólo señala la autonom ía judicial, sino tam bién que de ningún modo era
posible decidir unívocam ente la cuestión del predom inio del derecho público y ci­
vil general sobré las prerrogativas de procedencia feudal o populista. C uando las
ventajas se colocaron más del lado de la C orona d u ran te los años trein ta del
siglo xvi, am bas partes consintieron en supeditarse a u n laudo arbitral. Con todo,
el pleito se estancó, en el sentido p uram ente judicial* pero había dem ostrado que
llevar tal litigio era cuestión de tanto tiem po y gastos que hasta p a ra un conquis­
tador acom odado era difícil perm itirse u n a acción sem ejante. Los herederos de
Colón tam poco hubieran sido capaces de ello, de no haber tenido acceso a los re­
cursos financieros necesarios y los círculos influyentes de Ja C orte por sus
estrechos vínculos familiares con la alta aristocracia de Castilla. Es seguro, en todo,
caso, que m ás tard e n ingún conquistador intentó en ta b la r tal pleito. Los here­
deros de Colón no poseían privilegios tan amplios como los obtenidos por el des­
cubridor del Nuevo M undo, de m anera que resultó más favorable conseguir o
procurar recom pensas de los servicios prestados a título de gracia.

133
Cfr. el R ésum é del proceso, ibid.} pp. XX ss., asimismo respecto a lo presentado a conti­
nuación.
El largo litigio en to m o a estas cuestiones fundam entales dilató el desarrollo
de la organización adm inistrativa estatal en Am érica. La fundación del virreinato de
N ueva E spaña no se llevó a cabo hasta 1536, por ejemplo, a pesar de que la deci­
sión correspondiente había sido tom ada ya durante la segunda m itad de los años
veinte, sin poder realizarse, sin em bargo, hasta el térm ino del pleito en 1536.
A dem ás de ello, es probable que éste tam bién contribuyera a esclarecer no sólo
las concepciones jurídicas, sino tam bién las ideas políticas generales de la m etró­
poli respecto a las colonias, como puede observarse en el desenvolvimiento m etó­
dico, según el modelo castellano, de u n a organización adm inistrativa territorial
en ultram ar a p artir de los años veinte. A despecho de su conclusión legalm ente
em patada, en su últim a fase el litigio redundó en el reconocim iento político, por
parte de los herederos de Colón, de la pretensión estatal a la soberanía sobre las
regiones recién adquiridas, y así hasta cierto grado justificó el proceder de la m o­
n arquía contra las am biciones de poder de los conquistadores. L a imposición de
la autoridad real al grupo de com andantes generado por el proceso de apro­
piación territorial, y que gozaba de una libertad de acción extraordinariam ente
am plia y de extensos derechos, p o r cierto no sé tra ta b a solam ente de u n a cuestión
de principios. Antes tenía consecuencias del todo prácticas. De este m odo la
C orona n o sólo logró som eter o tra vez a su control absoluto la concesión de cargos
en un nivel medio y bajo, sino que al mismo tiem po se restableció la posibilidad de
im p la n ta r la legislación central y se abrió al Estado un acceso directo a los
recursos de la región. El peligro de u n a m ediatización duradera del poder estatal a
través de los com andantes de las cam pañas de conquista fue así elim inado. E l
triunfo de la política real contra la am bición al poder de los conquistadores puede
com probarse con m ayor claridad en el hecho de que, entre todos los jefes em inen­
tes del periodo dé la apropiación territorial, sólo los herederos de Colón y de
H ern án Cortés recibieron, en la form a de la dignidád de un duqué de V eragua y
el título de un m arqués del Valle de Oaxaca, respectivamente, vinculado en cada
caso con los señoríos de los mismos nombres, distinciones perm anentes y ventajas
materiales duraderas por los méritos hechos al servicio de la Corona.
Los esfuerzos del poder central por contener las tendencias a la feüdalización
que em anaban de la capa de los encom enderos se toparon, por él contrario, con
u n a resistencia m ucho m ayor. L a razón no radicaba únicam ente en que este gru­
po representaba la,capa social dom inante de las colonias y que estaba en condi­
ciones de oponer u n a resistencia m asiva a la política de la Gorona. D ado que al
mismo tiém po constituía el grupo más activo dé la población económica em presa­
rial, sostenía la colonización y era preciso para el afianzam iento m ilitar de las
nuevas regiones, la C orona tuyo que guardar m ás m iram ientos frente a los enco­
m enderos y tra ta r de im poner sus propios intereses con la prudencia in d i­
cada. Como se h a mencionado antes, los encomenderos, reclutados entre los partici­
pantes de las cam pañas de la C onquista y los prim eros colonizadores, reclam aban
un derecho jurídico y u n a recom pensa real invocando sus méritos en adquisición
del territorio, y exigían el reconocim iento de sus encom iendas como propiedad
h ered itaria sin restricciones así como desarrollando de m anera consecuente su
posición social y política efectiva, el otorgam iento de la jurisdicción de prim era
instancia sobre los indios confiados a ellos, es decir, la adjudicación form al de
derechos señoriales por la C orona.134 U n verdadero torrente de solicitudes y misi­
vas al respecto, dirigido al rey pbr particulares, regidores y tam bién por altos
funcionarios, docum enta que este problem a o cupaba a los españoles en las colo­
nias más que todas las otras cuestiones.135 L a práctica de explotar a los naturales
en todas las formas concebibles ligada al sistema de la encom ienda, dem uestra por
cierto que p ara los conquistadores no se tra ta b a de crear u n sistema feudal seño­
rial según él modelo de la m adre patria, con su libertad de individuó fundam en­
talm ente intangible, sino que p reten d ían establecer relaciones de dependencia
m ucho más trascendentales; que hacen reco rd ar la servidum bre de E uropa del
C entro y del Este con sus prestaciones personales.
L a Corona, a la que tal desarrollo no podía ag ra d a r ni política n i fiscal ó
económ icam ente, a principios de los años veinte ya parecía decidida a im pedir
un a m ayor expansión dél sistema de la encom ienda sobre la tierra firm e am erica­
n a y en 1523 prohibió al conquistador de M éxico, H ern án Cortés, la concesión de
encom iendas y la ejecución de repartim iento.136 En caso de que ya hubiera hecho
cualquier concesión, debía revocarla.
Como ya había sucedido en otras ocasiones, la instrucción a Cortés que conte­
nía esta prohibición tam bién consignaba u n a fundam eñtación extensa de tipo
jurídico, filosófico y teológico. L a encom ienda no sólo se nom bra como la causa de
la m uerte de u n gran núm ero de indígenas, sino como Un instrum ento para
impedir la cristianización de los mismos. Invocando las bulas papales, la voluntad
de Dios, la opinión de los m iem bros del Consejo Real, de numerosos teólogos,
clérigos y otros eruditos así como finalm ente la conciencia real, él docum ento

134 Cfr. la bibliografía citada en n, notas de pie189 y 19°. Cfr., asimismo, las instrucciones de-la
Corona para el prim er virrey de Nueva España, en particular el punto 10: “Y por cuanto nuestra vo­
luntad ha siempre sido y es de gratificar honesta y m oderadam ente a los que nos han servido en la
conquista y pacificación...haréis asimismo memorial de lo que os parece...debam os hacer merced en
feudo o en otro título...y ellos lo tengan con jurisdicción en prim era instancia...presuponiendo que
en remuneración de superioridad y señorío y como nuestros feudatarios de toda la dicha renta y
aprovechamiento de tal lugar habernos nos de haber y llevar perpetuam ente una cierta parte...",
Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol. 1, pp. 164 s- Sigue siendo dudoso si la Corona re­
almente estaba dispuesta, y en tál caso en qué medida, a hacer concesiones en esta cuestión, como
parece expresar el texto citado. Es posible que con él se pretendiera entregar al nuevo virrey uji ins­
trum ento para prevenir a la mayoría de los conquistadores en su favor y obtener su reconocimiento y
apoyo, como señalan diversos indicios.
135 Un gran núm ero de ejemplos a este respecto se halla en Francisco del Paso y Troncóso Epistala-
rio de Nueva España recopilado por... vol. 16, Indice, voz guía “Encomienda y encomendero”, pp.
245 ss., y Repartimiento de Indios, pp. 281 s. En particular cfr., v. gr., vol. 2, p. 97; vol. 6, pp. 74
ss.; vol. 15, pp. 160 ss,
136 “Reajes instrucciones qué se dieron a H ernando Cortés, G obernador y Capitán General de
Nueva España”, en: Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol. 1, pp. 74 ss.
declara que no era ju sto som eter a los indios, creados por Dios como hombres
libres, a u n a relación de dependencia, y que Cortés por ello debía dejarlos vivir
tan librem ente como los súbditos de los reinos de Castilla. M ientras las Leyes de
Burgos prescindían com pletam ente de m encionar las bulas papales, a pesar de que
el sermón de M ontesinos hab ía puesto én tela de juicio la legitim idad del someti­
m iento de los naturales, y en cam bio rem itía a u n a idea general de evangelización
p ara por prim era vez p rohibir la encom ienda en una región recién apropiada; la
misma institución que en las Leyes de Burgos aú n era considerada como un
instrum ento p a ra la cristianización. A fin de fundam entar este cam bio de opinión,
se alega que “ parece que los dichos indios tienen m anera y razón para vivir
política y ordenadam ente en sus pueblos...” .137 El nivel más alto de la civilización
de los naturales mexicanos servía, pues, como argum ento adicional para la prohibi­
ción de la encom ienda en M éxico. Así se impuso un punto de vista que en 1518
ya había conducido a la orden real de d ar su com pleta libertad a todos los indios
que estuvieran én situapión de vivir “ ordenadam ente” por su propia cuen­
ta .138 En este contexto se pone de manifiesto por prim era vez la tendencia, aún
más evidente en lo sucesivo, de aprovechar todos los títulos posibles contra la en ­
comienda. L a C orona comenzó a servirse sin distinción de los argum entos pro­
ducidos en la discusión cada vez más enconada en torno a los títulos de E spaña en
cuanto a la apropiación de los territorios ultram arinos, para justificar ideológica­
m ente su política dirigida co n tra los conquistadores. E n el caso de la instrucción
para H ernán Cortés aquí analizada, esta política no tuvo éxito, puesto que el
conquistador introdujo en M éxico el sistema de la encom ienda a despecho de la
prohibición real, y la C orona no pudo evitar la aprobación posterior de sus m edi­
das, en vista de las protestas m asivas de los conquistadores :eh favor de esta
institución. /
U n a m em oria del Consejo de Indias, redactada en 1529 y basada en discu­
siones conjuntas con el Consejo de Castilla y el Consejo de la H acienda, clara­
m ente refleja u n a actitud que pone de m anifiesto la obligación a com prom isos a
la qué estaba expuesto el poder central. En ella se señala que había que im poner la
lib ertad de los n aturales p o r razones religiosas así como de conveniencia, peró
que, por otra parte, no sería posible lograrlo en un solo intento, puesto que todas
las informaciones coincidían en que en tal caso, los conquistadores y colonizado­
res abandonarían los territorios, o que habían de tem erse otros disturbios. D ado
que en aquellas regiones el rey no disponía de otro apoyo que el de los españo­
les que esperaban el reconocim iento de sus encom iendas, por el m om ento no sería
posible im pulsar la liberación de los indígenas. E ra de tem er, según este docu­
m ento, que al quedar abandonados a sí mismos los indios “ se, volverían a sus ri­

137 Ibid., p. 74.


138 “Real Provisión del 9 de diciembre de 1518", en:, Richard Konetzke, Colección de D ocum en­
tos, vol. 1. pp. 68 s.
tos y bestialid ad es...” .139 Como salida se sugiere im poner u n trib u to fijo a los
naturales, el cual debía red u n d ar en provecho de la Corona, por una m itad, y del
respectivo encom endero, por la otra. Adem ás, les parecía conveniente adjudicar
tierra a los españoles residentes allá. Estas últim as sugerencias, al igual que la
participación de los m iem bros del Consejo de la H acienda en las discusiones, de­
ja n ver que estaban e n ju e g o , aparte de intereses hum anitarios y políticos, taríi-
bién intensas preocupaciones fiscales y económicas de la C orona.
H asta qué grado las disertaciones sobre los títulos legales y las consecuencias
de ellas derivadas p a ra el sistem a de la encom ienda ib an dirigidas al público, es
puesto de manifiesto por las instrucciones antes citadas que se entregaron al re­
cién nom brado virrey de N ueva E spaña en el año de 1535. Ü san u n lenguaje
m ucho m ás sobrio y utilitario y dan orden al virrey de introducir u n a obligación
de trab ajar p ara los indios no adjudicados en encom ienda y subordinados directa­
m ente a la C orona, ya que por naturaleza eran holgazanes.140 Es cierto que tam ­
bién se advierte el uso de medios blandos y consideración del bienestar de los in­
dios, pero llega a expresarse claram ente el objetivo dé au m entar los ingresos fiscales
m ediante el reclutam iento de m ano de o b ra indígena al servicio de la Corona.
Al mismo tiem po aparece en este docum ento, destinado únicam ente al uso
personal de un funcionario, el asunto de la pereza n atu ral de los indios —conocido
ya a p a rtir de las Leyes de Burgos, lo que hacía necesario obligarlos a trabajar.
El deseo presente de tra ta r bien a los naturales; las necesidades y los intereses eco­
nómicos de la C orona; el afán de adaptar los nativos a las ideas europeas del tra ­
bajo y u n m odo de vivir cristiano; la aversión a la creación de un sistema feudál
en las colonias; y por últim o, la obligación m oral de recom pensar a los conquista­
dores así como la necesidad de asegurar el progreso de la colonización, form aban
las urgencias políticas dom inantes, con frecuencia en conflicto entre sí, que el po­
der de Estado debía tener en cuenta y que a m enudo lo im pülsaban a m edidas y
órdenes contradictorias e imposibles de conciliar. En conjunto prevalecía, por
cierto, la tendencia de som eter el sistema de la encom ienda a restricciones cada
vez más trascendentales —a fin de p rocurar u n reconocim iento pleno para la
autoridad real— , de lim itar el poder de disposición de este grupo sobre los n a tu ­
rales y de conseguir, eri esta form a, ingresos m ás altos para el fisco:
La legislación restrictiva de la C orona culm inó en las Leyes nuevas de 1542-
1543 m encionadas ya reiteradas veces. Estas disposiciones legales, aprobadas bajo

139 “Consulta del Consejó de las Indias sobre las Encomiendas de Indios, dél 10 de diciembre de
1529” , en: Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol. 1, pp. 131 s.
140 Punto 5 de la instrucción: “Item porque acá se ha platicado que la principal y m ejor m anera
que se podría tener para sernos servidos de la dicha tierra...es que no diesen servicio
personal.. .fuesen obligados a echar por repartim iento personas dellos en las m inas de oro y plata que
por nos les fueran señaladas y mantenerlos allí a su costa a tem poradas p ara que lo sacasen fuesen p a ­
ra nos...” Punto 6: “...porque los dichos indios de Su natural inclinación son holgazanes, proveeréis
que;..tengan esta misma orden y granjeria por que...nuestra hacienda será acrecentada con los
q u i n t o s . e n : Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol. 1, p. 164.
la influencia determ inante del clero regular —recuérdese en este contexto tan sólo
la orden dom inica y sus m iem bros Bartolom é de las Casas y Francisco de V ito­
ria--—, pretendían, al contrario de la actitud cuidadosa expresada anteriorm ente
por el Consejo de Indias, solucionar los problem as relacionados con el trato de los
indígenas concluyentem ente en el sentido de la C orona. La ley redactada, al
contrario de anteriores actos de voluntad reales en relación con esta m ateria, de
una m anera sum am ente autoritaria —como con la intención de elim inar cual­
quier protesta de a n tem an o — señala sin u n largo preám bulo explicativo que des­
de siem pre había sido la voluntad del m onarca ocuparse de los^asuntos de las re ­
giones coloniales p ara propagar la fe y p ara el bien de los naturales, pero que ello
había sido imposible a causa de otras obligaciones; no obstante, había decidido
las siguientes m edidas después de u n a discusión detenida, y había que ejecutarlas
sin falta. A parte de la indicación del deseo real de propagar la fe y cuidar el
bienestar de los indígenas, este docum ento fundam ental prescinde de cualquier
justificación doctrinaria de la apropiación de las regiones ultram arinas o la legiti­
m idad del, ejercicio del poder sobre los naturales, invocando exclusivam ente la vo­
luntad del m onarca. Seguram ente las Leyes N uevas al mismo tiem po tam bién
representaban u n a instrucción de servicio para el Consejo de Indias, el funda­
m ento jurídico p ara el establecim iento de un virreinato*41 y la fundación de varias
Audiencias en las colonias, así como la carta básica para la solución del problem a
indígena. Tiene que llam ar la atención, sin em bargo, que en una época en que la
discusión en torno a los títulos legales se había agudizado nuevam ente,142 al igual
que en el ,caso de las Leyes de Burgos, la C orona om itiera toda alusión a este
problem a, a pesar de que antes había hecho referencia a los fundam entos legales
de su ejercicio de poder en u ltram ar en ocasiones m ucho más útiles, cuando esto
parecía prom eter u n éxito propagandístico. N ada prueba con m ayor claridad la
tesis antes sostenida de que el poder estatal por u n a parte se servía de los arg u ­
m entos producidos en este contexto p ara defender sus pretensiones cuando ello
parecía oportuno, pero que no estaba dispuesto a habérselas de un m odo general
con este problem a ni a alim entar dudas respecto a la legitim idad de su ejercicio de
soberanía m ediante la referencia a esta cuestión en im portantes actos legislativos
como tam poco a intervenir directam ente en la discusión con u n a opinión deter­
m inada. De ello se infiere a su vez que el Estado no h abía adoptado la posición
eclesiástica respecto a este conjunto de problem as, sino que más bien se servía de
la Iglesia p a ra o btener sus fines. L a im posición del control estatal a los encom en­
deros y los indígenas form aba, a S ab e r, la condición p a ra u n m ayor influjo del
clero sobre n aturales y p a ra el desarrollo de su actividad m isionera. Por consi­
guiente, no era el Estado quien se erigía en abogado de los intereses eclesiásticos,

141 El térm ino “virreinato” se conserva por razones de mayor facilidad aunque no sea correcto con
referencia a este periodo, como ya se ha expuesto antes.
Recuérdese que Vitoria habla redactado sus Relectiones de Indis en los años treinta, y su publi­
cación fue prohibida por Carlos V.
sino que la realización de los intereses estatales representaba u n requisito im pres­
cindible p a ra el desenvolvimiento de la Iglesia, convertida en adm inistradora de
la religión del Estado, y de su misión religiosa.
Adem ás de la prohibición fundam ental de la esclavitud indígena y la orden p a­
ra la liberación de los naturales esclavizados, las Leyes Nuevas establecían que los
indígenas, como individuos, sólo con su propio consentim iento podían ser em ple­
ados en servicios personales p ara las casas de europeos así como para el transpor­
te de m ercancías. Todos los funcionarios, los clérigos y las instituciones, así como
aquellos que h ubieran m altratad o a los indios confiados a ellos, debían perder sus
encomiendas en el acto. Se prohibió de u n modo general la concesión de nuevas en­
com iendas y se estableció, adem ás de ello, qüe después de la m uerte de cada
encom endero los respectivos indígenaSj fueran subordinados directam ente a la
C orona y que los familiares del difunto recibieran otras prerrogativas conforme a
sus m éritos. En las disposiciones com plem entarias del año 1543 se decreta asimis­
mo, por fin, que tam bién hab ía que q u itar lqs indígenas y subordinados directa­
m ente a la C orona a los encom enderos que vivieran dentro de la provincia en la
que se ubicaba su encom ienda. Además debían efectuarse tasaciones de la capaci­
dad de los naturales, según el modelo de N ueva E sp añ a,143 de m an era que éstos
en el futuro sólo tuvieran que pagar a sus encom enderos los tributos fijados por
ley después de u n a inspección detenida y ju sta realizada por un interventor real.
A fin de indem nizar a los conquistadores, las Leyes N uevas disponían que los
conquistadores m erecedores y sus descendientes fueran nom brados, según su ap­
titud y edad, para corregidores, o que se les com pensara por medio de u n a renta
adecuada tom ada de los ingresos tributarios reales.144
No es necesario resaltar el m edio de q u e ja institución de la encom ienda se h u ­
biera extinguido por completo a más tard ar d u ran te la generación siguiente, de
haberse ejecutado las Leyes Nuevas al pie de la letra. Así como lo había previsto
el Consejo de Indias aproxim adam ente u n a década antes, estas disposiciones to­
madas en contra de los encomenderos suscitaron turbulencias violentas en las
colonias,, las cuales, en el caso del Perú, condujeron a una sublevación contra la
Corona y a la m uerte a m ano airada del recién nom brado virrey.
No obstante, en las dem ás regiones la situación tam bién era sum am ente tensa,
de m anera que la C orona se vio obligada a suspender al m enos las m edidas más
severas p ara apaciguar el estado de cosas en las colonias. El intento de solucionar
el problem a al prim er ím petu fracasó, aunque unas disposiciones aisladas acerca
del tra to a los naturales pudieron ejecutarse en su m ayor parte, de m anera que,
en conjunto, es probable que la suerte de los indios hubiera m ejorado.

143 En mayo de 1536, la Corona había dictado una disposición legal que o r d e n a b a e s a tasación de
los tributos; efr. Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol. 1, pp. 171 ss.
144 Cfr. las distintas disposiciones en Antonio Muro Orejón, editor “Las Leyes Nuevas <}e 1542-
1543”, pp. 546 ss. Los títulos referentes a los indios tam bién se hallan en Richard Konetzke; Colec­
ción de Documentos, vol. 1, pp. 216 ss. y 222 ss.
El som etim iento de los encom enderos, que a pesar del apoyo ideológico de p a r­
te de las órdenes m onásticas hab ía fracasado por la vía política y legislativa, pudo
alcanzarse finalm ente por vía adm inistrativa. El medió del que para ello sé sirvió
la C orona fue la tasación e introducción paulatina de tarifas uniform es para los
tributos pagaderos por los indios a la C orona o a los encom enderos. A p artir del
prim er edicto respecto a tal proceder en la N ueva España, en el año de 1536, y
más tard e en las dem ás regiones, después del arreglo de los disturbios a consecuen-,
cia de las Leyes Nuevas, las autoridades coloniales iniciaron una serie de visitas
dé inspección a cada pueblo indígena, con el objetivo de fijar las cuotas tributarias
anuales atendiendo a los núm eros de habitantes y las condiciones económicas. La
realización de estas visitas fue encom endada a los interventores nom brados
por las A udiencias, los que v ia ja b a n de pueblo en pueblo con un equipo
burocrático consistente en escribanos y traductores. Así como ya lo había
hecho en aislados casos el poder dé Estado al destituir a los com andantes de las
cam pañas de la C onquista, aquí otra vez se sirvió én gran escala de este in stru­
m ento clásico p ara la imposición de su a u to rid a d .145 En prim er térm ino se es­
tablecieron los pagos en especie y las prestaciones de servicios correspondientes a
cada pueblo, lim itando así las exigencias de los encom enderos a un nivel m áxim o
fijado por ley;146 El poder de disposición de este grupo sobre los naturales fue así
sometido a u n a prim era restricción sensible. En el año de 1549, la C orona prohi­
bió de u n m odo general los pagos de tributo en form a de prestaciones de servicio
y ordenó que los indígenas sólo los pagaran en especie o m oneda:147 La m ano de
o b ra indígena de ahí en adelante sólo podía ser em pleada a cam bio de un pago.
Esto en la m ayoría de los casos hizo necesarias nuevas tasaciones para la fijación
de tributos, las cuales finalm ente condujeron, hacía postrim erías de los años se­
senta en N ueva España y un décenió m ás tardé en Perú, al establecim iento de
una' cuota uniform e p o r cabeza. A p artir de entonces la encom ienda se convirtió
en u n a m era renta, que m ás tarde seria pagada directam ente por las cajas reales
de H acienda. La introducción de los corregidores y las m edidas adm inistrativas
descritas fueron decisivas p ara que pudiera elim inarse el poder directo de los en ­
com enderos sobre los naturales é im pedirse la conversión de la encom ienda en un
instrum ento feudal de' dom inio. T a n sólo én la periferia colonial, la institución
conservó sü significáción original hasta postrimerías del siglo xvm. Al fin y al cabo
esté éxito se debía, pues, al desarrollo im pulsado con perseverancia dé la o rg a­
nización adm inistrativa territorial de las colonias. La discusión acerca del proble­
m a de la encom ienda se avivó en diferentes ocasiones hasta entrado el siglo XVII

145 Cfr. Otto Hintze, “Der Commissarius und seine Bedeutung in der allgemeinen Verwaltungs-
geschichte” , pp. 242 ss. , :
146 Para Nueva España, este proceso de fijación de tributos es investigado coherentem ente por Jo ­
sé M iranda, El tributo indígena, pp. 45 ss.
147 Real Cédula del 22 de febrero de 1549, en Richard Konetzke, Colección de Documentos, vol.
1, pp. 252 ss.
y, en vistas de sus apuros financieros cada vez más agudos, la C orona a veces
tam bién pareció dispuesta a hacer concesiones a los encom enderos a cambio de
pagos considerables, pero la legislación de la encom ienda perm aneció en vigor y
la institución paulatinam ente fue perdiendo su im portancia política.
Este desarrollo fue fom entado trascendentalm ente por dos im portantes deci­
siones políticas de la C orona. M ás o m enos a p artir de 1550 se im plantó como
sustituto de las prestaciones de servicio prohibidas en el m arco de los pagos de tri­
buto, u n sistema de reclutam iento forzado de m ano de obra, dirigido por el,Esta­
do, que debía proporcionar suficiente fuerza de trabajo indígena retribuida a las
m inas, la agricultura, los oficios urbanos y las obras públicas del caso.148 P or otra
p arte, aproxim adam ente a p a rtir de m ediados de siglo, la C orona inició una
política de asentam iento con separación de razas, la cual aspiraba a. proteger a los
naturales de los abusos y las influencias perjudiciales de los europeos y al mismo
tiem po facilitarle el trabajo de conversión y educación al clero.149
Apenas en este m om ento el poder de Estado abandonó definitivam ente la idea
de que el proceso de integración de los naturales podría ser fom entado de la m e­
jo r m anera m ediante un contacto lo m ás estrecho posible con los europeos. En su
lugar se adueñó de la concepción de los círculos eclesiásticos, que polem izaban en
contra de las influencias negativas y corruptoras de los europeos sobre los indios y
que m ediante u n a evolución separada de am bos grupos de la población espera­
ban conseguir tanto la eliminación de las influencias dañinas como progresos rá­
pidos en el proceso de reeducación de los nativos, adem ás de, y no en últim o
lugar, el anhelado control sobre la población autóctona. La corona sólo cedió a una
parte de los intereses eclesiásticos, puesto que en lo sucesivo tam poco prescindió
de la instalación de corregidores reales como instancias civiles suprem as de la
autonom ía adm inistrativa indígena. Después de la actitud de la C orona caracte­
rizada por el intento de im poner en form a intransigente los objetivos estatales, la
cual halló expresión en las Leyes Nuevas^ la m etrópoli siguió un política m ás fle­
xible de reconocim iento lim itado de los intereses particulares, siem pre y cuando
ello no fuera ligado a un menoscabo de la autoridad estatal. El poder central no
em prendió esta línea hasta después de que hubo im puesto a grandes trazos su
pretensión a la soberanía aproxim adam ente alrededor de mediados de siglo.
A parte dé Unas pocas interrupciones, en lo sucesivo la m etrópoli sostuvo ésta po­
lítica de nivelación de los intereses de los distintos grupos sociales, pero por ello
crecientem ente corrió peligro, a p artir de las postrim erías del siglo xvr, de perder
el control o las posibilidades de ejercer influjo sobre el desarrollo de las colonias
debido a la paulatina independencia del cuerpo de funcionarios colonial y a la re­
agrupación económ ica y social de los intereses particulares.

148 Cfr. al respecto el corto resumen sobre el desarrollo de los sistemas de trabajo en Silvio Zavala,
“La evolución del régimen de trabajo”, pp. 158 ss. En form a más sistemática, Juan A. y Judith E.
Villamarín, Iridian Labor, pp. 6 ss.
149 Cfr. Magnus Morner, L a corona española, pp. 69 ss.
En form a paralela al rechazo de las aspiraciones de feudalización, desde el
principio de la expansión u ltram arin a la m onarquía tam bién estuvo em peñada
en im pedir él surgim iento de otras fuerzas autónom as en las colonias. Es posible
observar este p a rtic u la r sobre todo con base en el problem a de la participación
de instituciones estam entales propias. Siendo reinos de la C orona castellana, las re­
giones ultram arinas podían reclam ar para sí, al igual que los dem ás reinos de
Castilla, el derecho de enviar delegados a las Cortes castellanas. Debido al de­
sarrolló de las Cortes d u ran te la b aja E dad M edia y el principio de la E ra M oder­
na,. solo tenían interés en tal representación las ciudades capaces de ejercer
influencia política m ediante el derecho del voto de contribuciones. D e hecho h u ­
bo tentativas p ara obtener la adm isión a las Cortes de la m etrópoli;150 es m ás,
autores aislados creen incluso observar el inicio de la formación de instituciones
autónom as representativas, com parables con las C ortes, en las reuniones de dele­
gados de las ciudades en distintas provincias.151 No obstainte, aparte de la conce­
sión de privilegios sin com prom iso a diferentes ciudades, los cuales establecían su
im portancia y rango frente a otros m unicipios —^privilegios semejantes eran de
considerable peso p a ra las ciudades castellanas respecto a la jera rq u ía y el dere­
cho de p rio rid ad en las votaciones que se realizaran —, la C orona en u n principio
no atendió a estos afan es.162 T am poco tom ó iniciativas p a ra u n a reg lam en ta­
ción legal de esta cuestión. Esto resultó tanto m ás fácil ya que, por u n a parte, el
impulso p ara la convocación de las C ortes de cualquier form a tenía que provenir
del rey y; por o tra,porque los esfuerzos de las ciudades am ericanas en este sentido,
eran perseguidos sin u n a insistencia particular. Esta reserva se explica porque
u n a representación estam ental g u ardaba el peligro de tener que,votar im puestos
que rti siquiera se habían introducido aún a las colonias, sin por ello poder nego­
ciar concesiones políticas con la C orona. M ás tarde, cuando a p artir de Felipe II
se hicieron avances estatales p ara convocar cortes coloniáles, con el objeto dé ob­
tener concesiones financieras de las colonias, se m anifestó cuán justificados eran
estos recelos. D ado que algunas ciudades hispanoam ericanas durante las ges­
tiones prelim inares ya insistían en el derecho de presentar peticiones de contenido
político de m an era análoga a las Cortes de la m etrópoli, la C orona volvió a d e­
sistir de este propósito. Parecen haber cobrado cierta im portancia p ara la articu­
lación de la voluntad política en las colonias, en cambio, las ju n tas inform ales en
M éxico y el Perú d urante el transcurso del siglo xvi y que llevaron a la form ula­
ción de dem andas com unes, las cuales fueron presentadas al poder Central del Es­
tado, por vías de trám ite. Esto pone de m anifiesto, sin em bargo, que lá C orona

160 Cfr. Guillermo L ohm ann Villena “Las Cortes en Indias”, pp. 655 ss.; José M iranda, Las ideas y
las instituciones políticas mexicanas, pp. 135 ss.; asimismo, Woodrov Borah, “Representative Insti-
tutions in the Spanish Empire: T he New W orld”, pp. 246 ss.
151 Cómo por ejemplo Manuel Giménez Fernández, “Las cortes de la Española en 1518”.
152
Por el contrario, afirm a Demetrio Ramos en “Las ciudades de Indiais y su asiento en Cortes de
Castilla”, pp. 170 ss., que en el siglo x V i i efectivamente fue concedida tal representación.
tam bién tenía m ucha razón al tra ta r con cuidado el problem a de la representa­
ción estam ental con el objeto de im pedir la institucionalización en u ltram ar de un
poder particular que lim itara el absolutism o m onárquico.
A fin de prevenir tal desarrollo, Felipe II inició u n a política sistemática para el
som etim iento de las adm inistraciones m unicipales al control real. A pesar de
algunos prim eros impulsos, bajo el reinado de Carlos V, hacia la adaptación del
cabildo colonial a las condiciones de la m etrópoli, las ciudades en su totalidad se
h ab ían conservado como instituciones representativas, cuyo gobierno se componía
en su m ayor parte m ediante la elección de sus m iem bros entre el círculo de los ve­
cinos. Incluso la reunión pública de todos los habitantes libres de u n a ciudad, la
cual correspondía a l a designación “ cabildo abierto” , desempeñó un papel im por­
tante en la vida m unicipal durante el periodo de la apropiación de la tierra y el
principio de la colonización, y con bastante frecuencia contribuyó a la articula­
ción de u n a voluntad política com ún en la sociedad de conquistadores y cbloniza-
dores. El cabildo fue sometido al control estatal directo durante la segunda m itad
del siglo, no sólo m ediante el debilitam iento sim ultáneo de su carácter represen­
tativo por la introducción de la venta de oficios. L a venta de los asientos del cabil­
do por la C orona, que a m enudo se considera como una m era arbitrariedad
im plantada por motivos de escasez estatal de fondos, seguram ente perseguía,
aparte del objetivo de una creación adicional de dinero, la intención de elim inar
el carácter representativo de la adm inistración m unicipal, pues, después de las
experiencias habidas en la metrópoli, no podía ocultarse a la C orona que la entrega
del cabildo a un pequeño grupo de miem bros de la oligarquía local h abía de tener
por consecuencia u n a neutralización política de esta institución, hasta enton­
ces sum am ente activa y sostenida por la m ayoría más ám plia de la población.153
El resultado de esta m edida fue u n a intensa dism inución del interés público en la
autonom ía adm inistrativa local y que la dirección de la adm inistración m unicipal
recayera prácticam ente sin resistencia notable en los corregidores.
P or medio del real patronato, concedido ya en 1508 por el P apa Ju lio II, el Es­
tado desde épocas tem pranas tam bién obtuvo el control sobre la naciente organi­
zación eclesiástica en u ltram ar y así logró influir decisivamente en el desarrollo
de la jerarq u ía institucional. L a instauración de provincias eclesiásticas, sedes
episcopales, cabildos catedralicios, prebendas y feligresías estaba sujeta, por lo
tanto, a la influencia estatal, al igual que la dotación financiera de las institij-
ciones y la ocupación de los cargos eclesiásticos. A pesar de que en H ispanoam é­
rica la Iglesia desde el principio de la colonización poseía, pues, todas las caracte­
rísticas de una Iglesia nacional, la relación entre el Estado y ésta no se desarrolló
libre de problemas. Esto ha de rem itirse, por u n a parte, a que la Iglesia como ins­
titución corporativa por regla general siguió librando combates vehementes en
retirad a contra el poder de Estado, que tendía a la expansión de su autoridad;

153 En cuanto a la introducción de la venta de oficios a la administración m unicipal, cfr. John


Preston Moore, The Cabildo in Peru undeT Ihe Hapsburgs, pp. 90 ss.
y por otra, tam bién se explica, em pero, con base en las condiciones específicas de
la apropiación territorial y en la fuerte participación del clero regular en la orga­
nización eclesiástica de H ispanoam érica. <
El descubrim iento y la conquista de un nuevo continente, con u n a población
que jam ás había entrado en contacto con el cristianismo, absorbió particularm ente
al clero regular, que se distinguía no sólo por u n a vocación especial p ara la
propagación de la fe, sino que tam bién representaba, por su actividad en las
universidades y los impulsos espirituales y religiosos recibidos de la reform a m onás­
tica, u n a élite eclesiástica que a la fuerza im ponía al Estado la ideología de
evangelización desarrollada por ella. Sin du d a el poder de Estado tam bién tenía
interés en u n a conversión de los indios, como el medio m ás indicado para la in­
tegración de la pobalción autóctona, pero las órdenes, en particular los dom ini­
cos, dom inantes en las universidades, eran unos aliados del todo molesto para la
Corona. Esta no podía tener el interés en la discusión de los títulos españoles sus­
citada principalm ente por el clero regular dom inico, con su duda radical respecto
al derecho de apropiarse esas regiones, ni en el cargo de conciencia provocado
por ella en el m onarca y sus consejeros, el cual lim itaba la libertad de acción esta­
tal. Adem ás, las órdenes representaban la parte de la Iglesia que era difícil de
controlar con los m edios institucionales del real patronato., dado que la C orona
no podía em plear u n a política personal sistemática debido al reclutam iento de la
jerarq u ía m onástica basado en el derecho electoral; la tom a de influencia por vía
del control de los recursos económicos tam bién se suprim ía a causa del voto de
pobreza hecho por las órdenes m endicantes, predom inantem ente activas en
ultram ar. H asta cierto grado, la C orona logró acrecentar sus atribuciones de
control confiando los cargos disponibles de la je rarq u ía eclesiástica a los clérigos
regulares activos en A m érica de m anera que era posible em plear los m ecanism os
institucionales de control del real patronato; esta política tam bién se explica por­
que sólo había alternativas m uy lim itadas al nom bram iento de monjes, en defecto
de sacerdotes seculares. N o obstante, precisam ente los clérigos regulares des­
tacab an u n a y o tra vez en la defensa de su poder jurisdiccional y los privilegios
eclesiásticos frente al Estado, construyendo iglesias sin el permiso del Estado, ad­
judicándose la jurisdicción o tratan d o de ejercer influéncia en la adm inistración de
los pueblos indígenas por encim a de sus tareas espirituales.154 Ello con frecuencia
derivaba en conflictos con las autoridades estatales, cuya potestad con bastante
frecuencia tuvo que ser apoyada po r la C orona frente a los representantes de la
Iglesia. Estos casos dejan ver que el Estado, a despecho de la am plia identifica­
ción de intereses, p ro cu rab a g u a rd a r distancia de este aliado molesto, aunque
insustituible. En las postrim erías del siglo xvi la Corona, por tanto, comenzó a re ­
ducir paulatinam ente la influencia del clero regular, dism inuyendo el núm ero de
monjes ocupados, con la asistencia espiritual a los indígenas y pretendiendo enco-

154 . 1
Ejemplos de tales usurpaciones son presentados por France V. Scholes, “An Overview of the
Colonial C hurch”, pp. 24 ss. cuyo resumen tam bién resulta ú til como información general.
m endar en creciente m edida las parroquias ai clero secular desarrollado entretan­
to, lo cual ciertam ente topó con la resistencia de las órdenes.155 R esultó ser un
m edio eficaz p a ra la im posición de la au to rid a d real en casos concretos de
explotación de las rivalidades entre las distintas órdenes, las cuales sólo rara vez
perm itieron la, formación de un frente cerrado de la Iglesia contra el Estado. En
resum idas cuentas, h a b rá que hacer constar que no existió u n a relación fu n d a ­
m ental de tensión entre el Estado y la Iglesia en la H ispanoam érica del siglo xvi,
después de que el Estado atribuyó a la Iglesia u n a función im portante como ins­
trum ento p ara asegurar la soberanía española y apoyó incondicionalm ente sus
pretensiones evangelizadoras, cuando creyó que sus necesidades de control esta­
ban lo bastante arraigadas jurídicam ente m ediante la obtención del real patrona­
to, P or o tra parte, la Iglesia precisaba de la ayuda del Estado para perseguir sus
intereses y realizar sus objetivos espirituales, a fin de conseguir posibilidades de
influir en los indígenas sin tropiezo con las pretensiones de los colonizadores; por
lo tanto, la imposición de la autoridad estatal en las colonias, incluso.bajo las con­
diciones de dependencia eclesiásticas, es m ás, de] som etim iento al Estado, sólo
podía resultar útil p ara los deseos de la Iglesia. Bajo el m anto protector del poder
de Estado, la Iglesia por cierto logró construirse u n a posición de poder tal en H is­
panoam érica que por últim o superaría incluso a la del Estado.
En pocos años la C orona castellana logró im poner su autoridad a todas las
fuerzas centrífugas, y asegurar para sí u n a influencia decisiva en la formación in­
terior de las regiones recién adquiridas en ultram ar, a despecho de los m últiples
obstáculos que a un ejercicio sistemático de poder oponían las enorm es distancias
y las dificultades de comunicación causadas por ellas; el carácter extraño del
territorio y sus habitantes; la confianza de los conquistadores y de las institu­
ciones sostenidas por ellos, y no en últim o lug ar de im portancia, los recursos
organizadores y adm inistrativos lim itados de la época. E n general* la segunda
m itad del siglo xvi probablem ente fue el periodo de la historia colonial española
du ran te el que el Estado estuvo en situación de intervenir de m anera más eficaz en
el desarrollo de las nuevas regiones, puesto que podía apoyarse en un sistema ad­
m inistrativo y un cuerpo de funcionarios eficaces, a lo m enos en sus esferas más
altas, con ayuda de los cuales fue capaz de realizar u n a política m etódica y al mis­
mo tiem po aprovechar de m anera eficaz los recursos de aquellos territorios; Así
lo ponen de manifiesto claram ente, por u n a parte, el m arco institucional firme­
m ente ensam blado dentro del cual en lo sucesivo se llevó a cabo la evolución de
las regiones coloniales, y por otra, los enorm es caudales de metales preciosos qué
fluían a Sevilla. Pero ya h acia fines de siglo la situación cam bió debido a. los de­
sarrollos sociales que contribuyeron nuevam ente al robustecim iento del poder de
las élites coloniales.

155 Cfr. A rthur Ennis, O.S.A., “The Conflict between the Regular and Secular Clergy”, pp. 63 ss.
b) La posición de las regiones coloniales respecto a la metrópoli

En el curso de las exposiciones hechas hasta este punto, se han presentado las re­
giones ultram arinas incorporadas al gobierno español m ediante u n a apropiación
ceremonia], la conquista m ilitar o la renuncia forzada'de soberanos indígenas, sin
precisar con m ayor detenim iento su estatus como Objetos de la política del Estado
representado por la m onarquía absoluta, y del desenvolvimiento de grupos p arti­
culares de intereses, sobre todo los conquistadores y los prim eros colonizadores
así como la Iglesia. Se ha llam ado la atención únicam ente sobre el hecho de que
C astilla aspiraba a establecer u n dom inio directo, cuya form a no fue afectada de
m anera inm ediata por la discusión extensa del siglo xvi en torno a los títulos. A
través de todas las deliberaciones precedentes se han em pleado alternativam ente
los térm inos “ coloniales” , “ posesiones ultram arinas” , “'reinos ultram arinos dé
la C o ro n a” y otros sem ejantes, sin haber exam inado de cerca la justificación para
el uso de los mismos. Por este m otivo se plantea, pues, el problem a de la form a en
que se llevó a cabo la integración de aquellas regiones en el conjunto de la m o n ar­
quía española y cuáles consecuencias pueden derivarse de ello que hayan caracte­
rizado ó influido en el estatus de estos territorios. Es posible que esta cuestión
parezca ociosa al observador m oderno, puesto que sim plem ente del hecho de la
sojuzgaciórrde u n a población autóctona y su inclusión en un orden estatal conce­
bido por los conquistadores se desprenda con suficiente certeza que España ins­
tauró un régim en colonial en Arnérica. No obstante, esta interpretación evidente
no es indiscütida, como lo m anifiesta u n a resolución tom ada hace pocas décadas
por la A cadem ia argentina de Historia, la cual exigía la elim inación del térm ino
“ colonialism o” y d é las designaciones de él derivadas en la literatura histórica
sobre la historia hispanoam ericana desdé la época del descubrim iento hasta la I n ­
dependencia de las antiguas posesiones españolas.156 Y a sea qüe se'considere tal
postulado Como el resultado de un punto de vista ingénuo, form al-jurídico, o de
u na colaboración entre una idea clerical-conservadora de la hispanidad y el im pe­
rialismo n o rteam ericano.157 en todo caso hace patente que motivos histórico-
jurídicos, por u n a parte, podrían oponerse al uso del térm ino “colonia” y que esta
cuestión, por otra, es objeto de u n a polarización ideológica.
En la literatura se hallan, de hecho, caracterizaciones m uy diferentes, m ás o
menos discrepantes entre sí, de la relación entre la m etrópoli y las posesiones
ultram arinas. H arin g escribe, por ejemplo, que the Indies were held to belong to the
crown o f Castile, to the exclusión o f Aragón y que the Indies were treatecL as the direct and ab-
solute possession o f the King.m O tro auto r consigna que la A m érica española fue

156 Esta resolución fue tom ada con base en un concepto presentado en 1948 por Ricardo Levene;
cfr. la impresión de la declaración en el mismo, Las Indias no eran colonias, pp. 161 ss.
157 Ambas posibilidades son señaladas por M anfred Kossok, W alter Markov, “Las Indias no eran
Colonias”, pp. 21 s.
158 C.H. Haring, The Spanish Empire,', p. 97.
“ un reino con los mismos derechos ju n to a los dem ás reinos de la C o ro n a” , el
cual form aba un “com ponente inalineable de la m onarquía española.159 Un tercer
au to r hace constar que “las Indias constituyen u n a en tid ad política con perso­
nalidad independiente” , lo cual “no im pide, desde luego, que, como otras diver­
sas formas de Estado, haya aquí u n a especial unión con Castilla, que falta con los
restantes reinos de la C orona” .160 M uy recientem ente, las adquisiciones am erica­
nas fueron designadas, en u n a ocasión, como appendages o f Castile”161 y en otra
como “provincias autónom as y descentralizadas de C astilla” .162 Así los territorios
ultram arinos se señalan ya como un conjunto, ya como un sinnúm ero de provincias
o appendages,, que form aban u n a parte de la Corona, pertenecían directam ente a
Castilla como a un organism o estatal p articu lar o representaban u n a posesión
inm ediata del rey y que poseían, por u n a parte, u na “ personalidad independien­
te ” propia, m ientras que p o r otra eran consideradas ta n sólo como “ anexos”
dependientes. Estos juicios de la relación entre las nuevas adquisiciones territoriales
am ericanas y la m etrópoli europea, que provienen todos de reconocidos histo­
riadores especializados y fácilmente se com pletarían con otros numerosos
ejemplos que aum entarían la confusión aún m ás, sólo tienen en com ún que
exclusivamente tom an criterios de derecho público por fundam ento de su defini­
ción, aunque éstos no sean delineados claram ente en todos los casos. Ciertam ente,
hay que oponer reparos al p u n to de vista que aspira a negar de m a n e ra explícita
el carácter colonial de las posesiones ultram arin as, om itiendo el hecho del so­
m etim iento violento de aquellas regiones, como es el caso de los autores de habla
española entre los citados. U n a investigación basada en la historia constitucional
de la relación entre la metrópoli y las posesiones ultram arinas solo puede tener
por objetivo la exposición de cómo el Estado activo, m ediante la expansión, se
anexaba nuevas regiones, en las que arraigaron estas relaciones jurídicam ente.
Ya que tal punto de vista par*e únicam ente de la situación ju ríd ica del Estado en
proceso de expansión, siem pre resulta inadecuado p ara,la com prensión del ver­
dadero carácter de las relaciones cuando en las nuevas adquisiciones territoriales
se hallaba u n a población autóctona, som etida a un orden jurídico distinto pero
cuyos intereses y asuntos eran redefinidos según el sistem a cultura] de valores del
Estado en proceso de expansión. U n a situación colonial163 consiste por el contra­
rio, en un Estado que rebasa por m ucho las m eras relaciones jurídicas y
com prende la totalidad de las relaciones políticas, económicas, sociales y cultura­
les en sus múltiples form as, situación que en todo caso, puede diagnosticarse des­
de el p unto de vista de los sometidos, pero de ningún m odo pasando totalm ente

159 R ichard Konetzke, Die Indianerkulturen Altamerikas und die spanisch-pórtugiesische Kolo-
nialherrschaft, p. 110.
160 Alfonso García-Gallo, “La constitución política de las Indias españolas”, p. 500.
161 Mario Góngora, Studies, pp. 79 ss.
162 Ricardo Zorraquín Becú “La condición política de las Indias”, donde el autor analiza los.dis-
tintos aspectos de su definición.
I6S Cfr. Georges Balandier, “La situation coloniale: Approche théorique”, pp. 47 ss. ' ‘
p o r alto a los mismos. Esto rige tam bién cuando el térm ino “ colonialism o” ni
siquiera existía au n d u ran te la época a la que se le aplica, circunstancia que
tam bién se h a utilizado como argum ento contra el empleo del concepto del
“ colonialismo” .164 Sin qu erer abo rd ar la peculiar concepción de lá historia que se
oculta tras la idea, apúntese a este respecto que a fin de cuentas la entera term i­
nología del historiador apenas fue desarrollada a partir del desenvolvimiento de la
historiografía m oderna d u ran te el siglo x ix , y que tal concepto h aría necesario
prescindir de la aplicación de muchos térm inos históricos a las épocas anteriores.
Todo esto pone de m anifiesto que la problem ática por tra ta r com prende dos cues­
tiones que han de distinguirse entre sí; a saber: por u n a parte, las relaciones ju r í­
dicas de las distintas partes de la m onarquía castellana entre sí y, por otra, la
cuestión del carácter general de estas relaciones, teniendo en cuenta todas las fa­
cetas parciales, en particular, respecto a la población autóctona integrada a l a si­
tuación del dom inio español.
A l igual que la m onarquía española de principiosde la Edad M oderna,-creada
por la unión personal'de los reinos de A ragón y Castilla, ésta últiina form aba un
conglomerado de reinos y dom inios vinculados d e’m aneras m uy diferentes a l a
m etrópoli y que en parte habían conservado su autonom ía, jurídicam ente
hablando, y en parte estaban plenam ente integrados a Castilla. Los dom inios de
.Vizcaya y G uipúzcoa contaban, por ejemplo, con constituciones y cortes propias;
no obstante, estaban ligados inseparablem ente a los reinos centrales de Castilla y
León. El reino de Galicia tam b ién estaba indisolublem ente unido a las dem ás
partes de la m onarquía, pero no disponía de cortés propias ni tenía representa-
x ió n e n las de Castilla. Los réinos de la R econquista, al sur de la península, como
por ejem plo los de Ja é n , C órdoba y Sevilla, fueron integrados cabalm ente, en
cambio, a Castilla, y estaban representados por süs capitales de las C ortes cas­
tellanas. Este vínculo estrecho con Castilla probablem ente pueda desprenderse de
que Castilla no sólo hab ía llevado a cabo la conquista de estas regiones, sino que
tám bién creía tener un derecho a su posesión, como sücesora jurídica del reino
visigodo, de m anera que su incorporación, según las ideas de los contem poráneos
sólo im plicaba el restablecim iento de u n estado existente desde u n principio. N u ­
merosas declaraciones cerem oniales de distintos soberanos asentaban, en el
transcurso de la baja Edad M edia tardía, la inalienabilidad é indivisibilidad de
este conglomerado de diferentes reinos y dom inios, apegándose a u n m an d a­
m iento correspondiente en las Siete Partidas de Alfonso el S abio.165
Gomo vínculo unificador, los textos contem poráneos ya nom b ran a la C orona,
un concepto que los autores m odernos por regla general adoptan sin m ayores
explicaciones. El significado atribuido al térm ino “ C o ro n a” en Castilla durante
la baja Edad M edia y a principios de la Edad M oderna ciertam ente es discutido

■V. gr. Ricardo Zorraqüín, “La condición política de las Indias”, p. 432.
Cfr. Juan Manzano Manzano, “La adquisición de las Indias por los Reyes Católicos y su incor­
poración a los reinos; castellanos”, pp. 29 és.
por la historiografía. El historiador de derecho, M anzano M anzano opina al res­
pecto: “ Los elementos del Estado castellano son dos: El R ey y los Reinos o C oro­
n a ”166 y así eq u ip ara “C orona” con “reino” . G arcía-G allo, p o r el contrario,
sostiene la idea de que “ en el Estado se distinguen dos elementos diferentes: La
C om unidad o R eino y la C o ro n a ..,” ,167 es decir, com prende el térm ino “ C oro­
n a ’ ’ como el poder real abstraído de la persona del soberano; por lo tanto, exacta­
m ente lo opuesto de la interpretación antes citada. A m bos autores conciben la
C orona como uno de los dos elementos de Estado corporativo medieval, los
cuales cada uno en sí representan a u n a persona ju ríd ica distinta. O tro autor,
finalm ente, com prende la C orona de Castilla com o u n “símbolo de personifica­
ción” , como “ personificación del derecho político del soberano” , y subraya explí­
citam ente que no sé trata de u n a persona J u r í d i c a 68 H aciendo caso omiso de que
la C orona no fue u n a persona ju ríd ica, opinión evidentem ente errónea —a conti­
nuación se dem uestra que era posible incorporarle algo jurídicam ente— , esta in­
terpretación concuerda en gran m edida con la anterior. Se plantea, por tanto, la
cuestión de si por “ C orona” debe entenderse la asociación dé reinos, la m onar­
quía, es decir, el poder de Estado inherente a ésta, o incluso —por n o m brar otra
posibilidad— un sinónimo del Estado en su totalidad. Ya que aparentem ente no
existen investigaciones al respecto para Castilla, no es posible esclarecer el
problem a de m anera concluyente. Por ello sólo puede deducirse, análogam ente a
las condiciones én la m ayoría de las dem ás m onarquías européas, que el concepto
“ C orona” en Castilla tam bién suple a la m onarquía, separada de la persona del
respectivo soberano.169
Las regiones ultram arinas en un principio form aban u n a posesión personal de
los dos m onarcas que las habían adquirido. Las bulas papales de A lejandro V I
expresam ente habían puésto los descubrim ientos en m anos de Fernando e Isabel
y sus sucesores en la C orona de C astilla.170 El hecho de que las Indias fueron
entregadas a ambos m onarcas, la m itad de cada uno como posesión personal,
puede observarse con base en num erosos docum entos contem poráneos, que dis­
tinguían entre el patrim onio de la C orona heredado por los Reyes y sus bienes e
ingresos personales. Además, durante el corto reinado de su yerno Felipe, Fer­
nando siguió percibiendo la m itad de los ingresos de las regiones recién descu­
biertas y durante; su regencia después de la m uerte de Felipe* otra vez adoptó el
título de “ Señor de las Islas y T ierra Firm e del M ar O céano” , según rezaba la
designación oficial de estas nuevas adquisiciones en la enum eración de los títulos

wb Ibid., p. 12.
167 Cfr. Alfonso García-Gallo, "La constitución política de las Indias españolas”, p. 498.
168 Theodor Maunz, Das Reich der spanischen Grossmachtzeit, pp; 45 ss.
169 Cfr. Fritz Hartung, “Die Krone ais Symbol der monarchischen H errschaft.im ausgehendén
M ittelater” , pp. 1 ss. En su epílogo, Hellm ann por cierto otra vez equipara la Corona con el Estado;
cfr. p. 550.
170
Cfr. respecto a esto y lo siguiente, Juan Manzano Manzano, “La adquisición de las Indias por
los Reyes Católicos y su incorporación a los reinos castellanos”.
m onárquicos. U n a m itad de las nuevas adquisiciones territoriales fue incorpora­
d a a la C orona de Castilla después de la m uerte de Isabel, y la otra no lo fue hasta
después de la defunción de Fernando. Conform e a las bulas papales, las pose­
siones ultram arinas a partir de la m uerte de Fernando llegaron a form ar parte
perm anente de la C orona, es decir, un patrimonium de la m onarquía castellana,
pero no una parte del reino de Castilla. En 1520 Carlos V confirmó la indisolubi­
lidad del vínculo entre la C orona de C astilla y las regiones ultram arinas, así como
su inalienabilidad, con estas palabras:

__ a las In d ias, Islas y tie rra firm e d el m a r O c éa n o , q u e son, o fu e re n d e la C o ro n a


de C astilla, n in g u n a c iu d a d ni p ro v in cia, ni isla, ni o tra tie rra a n e x a a la d ic h a
n u e stra C o ro n a real d e C a stilla, p u e d e ser e n a je n a d a ni a p a r ta d a d e e lla ,,.

Después de que el año anterior ya se había otorgado un documento correspon­


diente a la isla de Santo D om ingo.1' 1
Las adquisiciones territoriales ultram arinas form aban, por lo tanto, un “anexo”
fijo e inalienable de la C orona de C astilla y así constituían un bien de la C orona
del cual la m onarquía podía disponer con sujeción a las leyes vigentes. La ra­
cionalización del concepto dé Estado que,se expresa en la distinción clara entre
un bien de la C orona, u n a adquisición de los distintos soberanos y u n a posesión
privada real manifiesta a la vez u n a tradición del Estado m oderno que se rem itía
hasta la Edad M edia.
A quí se plantea, pues, la cuestión de la forma y las consecuencias de la incor­
poración de las regiones adquiridas en América. D urante la época de los Reyes
Católicos, la m onarquía española recién creada anexó num erosos territorios
nuevos. Nápoles recayó en la C orona de A ragón y puede, por lo tanto, desaten­
derse en este caso. A Castilla, es decir su C orona, fueron agregadas durante esta
época las islas C anarias * G ranada, la Am érica descubiertapor Colón, y N avarra.
A prim era vista, todas estas regiones parecen haber recibido u n a calidad jurídica
diferente. G ranada, por ejemplo, fue integrada plenam ente a Castilla, subordi­
nada al derecho y los órganos de la adm inistración castellanos, así como adm iti­
da, con asiento y voto, en las C ortes de Castilla, a pesar de que contaba con una
población ex trañ a y no integrada. Ésta conservó, en m edida lim itada, su ordena­
m iento jurídico tradicional y una restringida autonom ía adm inistrativa. Las
Canarias, designadas, al igual que G ranada, como un reino particular, experi­
m entaron casi el mismo trato, pero no se les adjudicó una representación en las
Cortes. N avarra, por el contrario, conservó su ordenam iento jurídico tradicional,
unas Cortes y organización adm inistrativas propias y era gobernada por un
virrey. D urante el reinado de Carlos V , la dirección de los asuntos de N avarra
fue entregada a u n a entidad central, el Consejo de N avarra.
Las regiones am ericanas fueron tratadas de m anera semejante a las C anarias,

171 Diego de Encinas, Cedulario Indiano, vol. 1, p. 58.


pero gobernadas por u n v ir r e y —Colón. Com o puede desprenderse del térm ino
consignado en los títulos de gobierno, estas nuevas adquisiciones transoceáni­
cas eran consideradas como unidad al igual que el archipiélago de las C anarias,
lo cual tam bién es indicado en el caso de las Indias, por el gobierno, en un princi­
pio centralizado, de un virrey. Al igual que G ranada, las posesiones am ericanas
contaban con u n a población nativa no asim ilada, a la que tam bién se concedió,
hasta u n grado lim itado, u n a autonom ía adm inistrativa local. Al contrario de
G ranada, sin em bargo, las posesiones am ericanas no consiguieron voto en las
Cortes. M ás tarde, después de la incorporación definitiva de las Indias, la C orona
y la extensa expansión sobre la tierra firme am ericana, estas regiones recibieron
un a Organización adm inistrativa propia, aunque desarrollada según el modelo
castellano y dirigida por un consejo central especial, el Consejo de Indias. Ade­
m ás de ello, se elaboró, sobre el fundam ento del derecho castellano, un derecho
indiano independiente. A parentem ente, se deshizo la unidad ju ríd ica de este con­
ju n to de regiones, como puede derivarse del nom bram iento de dos virreyes y
sobre todo del uso del térm ino “ rein o ” p ara un sinnúm ero de territorios u ltra­
m arinos. De m anera oficial, sin em bargo, se conservó la ficción dé la unidad en
los títulos del soberano, como lo hace patente la retención dél térm ino “ Indias,
Islas y T ierra Firm e del M ar O céano” .
En vista de que ninguno de lds casos descritos es com pletam ente idéntico a
otro, se im pone la sospecha de que el estado jurídico de las distintas regiones no
se estableciese en form a autom ática m ediante el acto dé su incorporación a la C o­
rona, sino que representaba el resultado de la situación hallada en cada caso en el
m om ento de la apropiación, así como de la política del Estado seguida hacia ella a
continuación; esta particularidad es comprensible, adem ás, por las diferencias
extrem as en el respectivo nivel de desarrollo. P or ello hab rá que p artir dé que los
principios generales del derecho público contem poráneo fueron aplicados sin di­
ferencias, m ediante el uso del térm ino “ reino” con referencia a todas estas regiones,
de m anera que en principio tenían los mismos derechos; pero por otra parte, que
la versión concreta del estado jurídico de las distintas posesiones era resultado de la
política seguida respecto a ellas. Esto se m anifiesta con p a rtic u lar claridad, por
ejemplo, en la participación en las Cortes. G ranada, como antigua región cas­
tellana reconquistada según la concepción jurídica, con toda naturalidad recibió
asiento y voto en las Cortes. N avarra tam bién conservó sus instituciones; trad i­
cionales por razones de conveniencia política: para facilitar o hacer, soportable a
la nobleza del lugar y las ciudades el acostum brarse a la nueva casa real y la pér­
dida de la independencia. Las C anarias y las tem pranas posesiones am ericanas
ino tenían especial peso político d urante la fase inicial de la colonización y por lo
pronto tam poco form ularon exigencias urgentes para conseguir tal privilegio.
C uando, finalm ente, se presentaron tales deseos desde ultram ar. Castilla acaba­
ba de superar el levantam iento com unero, y a la Corona ya no le parecía oportuno
crear nuevos órganos representativos ni am pliar los existentes,, ya que esto
hubiera implicado u n a restricción del poder absoluto de la m onarquía, que d u ­
rante esa época se hallaba en pleno crecim iento. H asta qué grado se tratab a de un
problem a político lo dem uestra el hecho de que la C orona más tarde consideró la
posibilidad de instaurar por su propia cuenta unas Cortes propias en ultram ar,
con el fin de obtener fondos. P or otra parte, ya no cabe duda de qué la falta de
participación de los reinos am ericanos en las Cortes españolas y su negativa a ins­
ta u ra r unas Cortes propias tuvieron p or consecuencia una dism inución del estatus
de la influencia política de este órgano representativo en Castilla. Por el contrario,
el hecho de que las Cortes castellanas ocasionalm ente se ocuparan con asuntos de
las regiones u ltram arinas no perm ite deducciones acerca del estado jurídico
de éstas, puesto que los casos tratados la m ayoría de las veces estaban relacio­
nados, de u n a u o tra m anera, con problem as que tam bién afectaban a Cas­
tilla, como por ejemplo cuestiones de la comunicación y de la situación financiera
de la m o n arq u ía.172 T am bién debe parecer dudoso designar los reinos am ericanos
como meros com plem entos dé Castilla, debido a la ausencia de instituciones
representativas, lo cual sólo se explica por el gobierno absolutista de la m o n a r­
q u ía;173 la C orona tratab a sus posesiones ultram arinas enteram ente como perso­
nas jurídicas autónom as17,1 y las C ortes castellanas no podían actuar ni en repre­
sentación de los reinos am ericanos d e la C orona, ni en el hom enaje rendido a un
nuevo m onarca u otras ocasiones com parables, por ejemplo.
Otras m uchas medidas políticas de la Corona influyeron tam bién sobre el estado
jurídico de las regiones ultram arinas. El establecim iento del m onopolio com er­
cial y de la navegación de Sevilla tuvo, p o r ejem plo, consecuencias en el sen­
tido de una dism inución del estatus, puesto que debido a esta reglam entación los
reinos am ericanos de la C orona rio sólo fueron privados de toda com unicación
directa con el resto de Eüropa, sino que ni siquiera podían m antener relaciones
comerciales con los demás reinos de la Corona. Algunas regulaciones del poder gu^
bernam éntal a los virreyes consolidaron el carácter autónom o de éstos reinos y les
otorgó, en com paración con Otros, u n a m ayor independencia, de lo que resultaba
un m ejoram iento de su estado jurídico. O tras m edidas de la C orona conferían a
los reinos am ericanos un a posición particular que tío m ejoraba ni dism inuía su
estatus. Esto puede observarse, por ejemplo, respecto a las consecuencias de la polí­
tica de separación de razas que seguía la C orona, la cual condujo a qué españoles
e indios en un nivel m unicipal fueran adm inistrados por instituciones sem ejan­
tes, por cierto, pero rigurosam ente separadas unas de otras. Esto tuvo como
resultado que la población de los distintos reinos americanos no form ara una aso­
ciación hom ogénea de súbditos, sino que se dividiera en dos repúblicas, es decir,
dos com unidades de súbditos independientes una de otra y adm inistradas por sé-

172 Cfr. los ejemplos en José Martínez Cardos, Las Indias y las Cortes de Castilla durante los siglos
x v i y xvii, pp. 32 ss.
173 Según Mario Góngora, Studies, p. 125.
174 Cfr. Alfonso García-Gallo, “La constitución política de las Indias españolas”, p. 504.
parad o ,175 de las cuales la parte indígena no tenía los mismos derechos como p e r ­
sona ju ríd ica, pues tenía el estatus de u n a m inoría de ed ad ,176 u n a situación que
probablem ente fue sem ejante a la de los moriscos en G ranada.
O tros factores a los que por regla general se atribuye u n a gran im portancia en
la evaluación del estado jurídico de las regiones ultram arinas parecen sin em bar­
go secundarios o incluso insignificantes. Este es el caso, por ejemplo, de la intro­
ducción del derecho castellano en u ltram ar.177 En u n territorio en el que no existía
ningún ordenam iento jurídico reconocible desde el p u n to de vista de los europeos,
como entre los naturales de las islas del C aribe de u n bajo nivel de desarro­
llo, o en el que reinaban situaciones jurídicas que parecían pervertidas o ño
aceptables para los europeos de aquella época por no estar basadas en principios
cristianos, como en las regiones de las altas culturas am ericanas, debía im plan­
tarse un ordenam iento jurídico de orientación europea. ¿Q ué resultaba m ás lógi­
co que la imposición del ordenam iento jurídico de la nación conquistadora? Del
hecho de que en u n a región sin condiciones jurídicas aceptables se estableciera el
derecho de un Estado europeo no resulta sin m ás ni m ás, que hubiera Una subor­
dinación, unificación o incorporación. Esta idea puede sostenerse tanto menos
cuanto que en el transcurso de la colonización m uy pronto se desarrolló un de­
recho indiano autónom o y el ordenam iento jurídico castellano se volvía cada vez
más un m ero derecho com plem entario. Lo m ism o es cierto respecto a la circuns­
tancia de que la gran m ayoría de los reinos ultram arinos fuera gobernada por es­
pañoles procedentes dé E u ro p a .178 por razones políticas y debido a la composición
de las entidades de consejeros m ás íntim as del m onarca, de preferencia se ericor
m endaba a castellanos los m ás altos cargos gubernam entales en todos los reinos4
pertenecientes a la C orona. Adem ás, la política personal del Estado seguía el
principio de no instalar a los funcionarios en el distrito del que eran oriundos: Si
esta práctica puede considerarse discrim inatoria, es probable que tuviera, un
efecto más o menos parecido en todos los reinos de la C orona, aunque hay qué
adm itir que los aragoneses, catalanes y valencianos conservaron cierta auto­
nom ía en este aspecto. En A m érica se im puso hasta las últim as décadas del siglo
xvi, después de que crecieron generaciones de españoles nacidos en Am érica. •
P or últim o, aú n debe plantearse el problem a de si lá C o ro n a seguía un política
afín p ara todos los reinos de u ltram ar, de m an era que el estado jurídico de estas
regiones fuera el mismo . En cuanto a la política ju rídica general, con base en los
conocimientos actuales, seguram ente p odrá responderse de modo afirmativo,
aunque el desarrollo de la colonización en los distintos territorios dio como resul­
tado la formación de num erosas particularidades jurídicas y respecto a la organi­

175 Cfr. Alfonso García-Gallo, “La constitución política de las Indias españolas”, pp. 508 ss.; asi­
mismo, Magnus M ómér, La Corona española, p. 11.
176 John Leddy Phelan, The Kingdom o f Quito, p. 213.
177 En ello basa en gran parte su interpretación Mario Góngora, Studies, pp. 80 s .
178 Según Mario Góngora, Studies, p. 81.
zación y com petencia adm inistrativa de las autoridades. Q ueda en tela de juicio,
sin em bargo, hasta qué punto h a de verse la integración adm inistrativa de los dis­
tintos reinos en las autoridades de otro dom inio contiguo como u n a m edida que
ejerciera influencia sobre el estatus. Del mismo modo hay que preguntar todavía si
la preferencia de diferentes reinos am ericanos en relación con el comercio y la co­
m unicación con la m etrópoli no era tam bién una m edida que afectó el estatus. En
resum en puede determ inarse que, debido a la situación actual de la investiga­
ción, no es posible ni u n a com paración detenida del estado jurídico de los reinos
am ericanos entre sí, ni de éstos en su totalidad con los dom inios europeos de la
C orona de Castilla.
Sólo puede deducirse, por lo tanto, que los reinos am ericanos fueron incorpo­
rados a la C orona de Castilla, y no al reino de Castilla, aunque no sea posible
esclarecer con toda certeza la sustancia del térm ino “ C o ro n a” . E n el m om ento
de la integración no se distingue, sin em bargo, un estado jurídico unívocam ente
establecido; éste sólo parece haberse desarrollado en el transcurso del siglo xvi,
como resultado de la política real p ara la creación de u n a organización estatal en
u ltram ar, o al m enos sólo com enzó a delinearse con relativa claridad en esa épo­
ca. Parece ser un hecho que las regiones am ericanas form aban reinos propios y
representaban personas jurídicas autónom as; que no dependían sólo de la C oro­
na, sino tam bién del reino de Castilla y qué, en relación con éste,; en todo caso
poseían u n estatus de m enor derecho, m ientras al mismo tiem po m anifestaban un
carácter independiente, es más, autónom o. A parte de los territorios de la C orona
de A ragón, dentro de la asociación castellana de reinos sólo los dom inios anexa­
dos dé la costa del C antábrico y el reino de N avarra contaban con un estado cabal
de autonom ía, m ientras que las posesiones am ericanas, a su vez, eran m ás sobe­
ranas en com paración con G ran ad a o las C anarias. Debido a su constitución in­
terior —piénsese a este respecto sólo en la división en dos re p ú b lic a s^ , diferían,
sin em bargo, de todos los dem ás reinos autónom os de la C orona con excepción
quizás de G ranada, y tenían, por lo tanto, un estatus peculiar, propio sólo de ellas.
A pesar de la dependencia que puede observarse en distintas esferas, seguram en­
te no es posible designar a las Indias como “ colonia” desde el punto de vista del
derecho público, y ciertam ente no sólo por la razón de que aún no existía la for­
m a juríd ica de colonia, sino, sobre todo, a causa de la circunstancia de que estas
dependencias no representaban el resultado de una definición correspondiente de
estatus según el derecho público, sino más bien el de un desarrollo político que no
tenía como objetivo p rim a rio la creación de dependencias. Por lo tanto h ab rá que
aprobar la opinión de Pierre C h a u n u ,c u a n d o afirm a: Castilla et Indias ne sont pas
M étropole et Colonies, elles sont les royaumes inégaux d ’une m em e grande fatnille
patriarcale,179
A quí se plantea el problem a, pues, de si se justifica hablar de los reinos am eri­
canos como colonias en u n sentido general. M ientras la m ayoría de los histo­

179 Pierre Chaunu, Séville et l ’A tlantique (1504-1650), t. viii.'P- 161 ss.


riadores de h a b la española rechaza el uso de este térm ino, R ichard Konetzke
opina, p o r ejem plo, que con “colonias” se designa tam bién a las poblaciones de
europeos en u ltram ar, en el sentido de “ poblaciones o plantaciones... de perso­
nas fuera de su lugar de origen” 180 y que las voces “ fundación de colonias, dom i­
nio colonial y colonización” resultan im prescindibles en esta aceptación. Se
asegura así, en form a convincente, el empleo de estos vocablos, pero al mismo
tiem po se evita con u n ardid la cuestión de si lás regiones ultram arinas españolas
fueron colonias en el sentido del concepto m oderno de colonialismo. P ara poder
hablar de colonias en este significado de la palabra, se deben cum plir dos condi­
ciones; a saber: en prim er lugar el som etim iento de pueblos autóctonos extraños,
sin im portar que se haga por un a idea de evangélización o por otros m otivos y, en
segundo.lugar, u n a política colonial qug pone la m ira en sacar provecho econó­
mico de los territorios adquiridos p ara beneficio de la m etrópoli, es decir, una
política colonial m ercantilista.
De hecho se cum plieron am bas condiciones. M ientras la Subordinación de una
población distinta es evidente y no requiere otros com entarios, la orientación
m ercantilista de la política económica española respecto a las regiones u ltram ari­
nas no puede determ inarse sin más ni más, por lo m enos no en la fase inicial de la
colonización. C ierto, el establecim iento de un m onopolio sevillano de navegación
y comercio ya parece indicar la existencia de tal política, pero se ha dem ostrado
que la fundación del mismo no representaba en un principio una intervención
drástica en el desenvolvimiento de las relaciones entre am bos continentes, sino
que en muchos aspectos era m otivada por causas naturales, por las condiciones
geográficas—como las corrientes del m ar, la periodicidad de la circulación de
vientos, la cercanía de las C anarias, como u n a conveniente estación retrasm isora
y otros motivos sem ejantes— y por el peso de u n a m etrópoli de la im portancia de
Sevilla, de m anera que la fijación jurídica sólo equivalía a la form alización de cir­
cunstancias ya d adas.181 Sólo la constitución de u n a corporación privilegiada de
comerciantes en relación con el establecimiento del sistema naval puso de m ani­
fiesto las desventajas de esta m edida. Los fuertes intereses económicos que habían
promovido a la Corona a apoyar los viajes de Colón, induciéndola, en un principio,
a excluir al em presario libre, tam poco pu eden considerarse com o indicio
suficiente de la existencia de u n a política colonial de orientación m ercantilista.
Por algo la literatura no atribuye a la España del siglo xvi u n a política m ercanti­
lista plenam ente desarrollada, sino sólo u n a política bullonista, form a prelim inar
del m ercantilism o posterior, que pretendía la adquisición, el acopio y la evitación
de la fuga de metales preciosos.182 Al igual que el mismo concepto del m ercantilis­
mo, esta interpretación de la política económ ica españolá de aquella época tam ­

180 Richard Konetzke, Die Indianerkulteren Altamerikas und die spanisch-portugiesische Kolo-
nialherrschaft, p. 110.
181 Cfr. Pierre Chaunu, Sévilleet l ’Atlantique, t. vn, p* 161 ss.
182 Cfr. Fritz Blaich, Die Epoche des Merkantilismus, pp. 180 s.
bién es;discutida,183 pero de hecho no p o d rá determ inarse la existencia de una
política económica organizada que pusiera la vista en la explotación de las colonias
d urante la fase inicial de la colonización. En un principio, la C orona m ás bien
hacía esfuerzos por fom entar el desarrollo económico y favorecía tanto el cultivo
de todos los productos agrarios europeos como tam bién1la form ación de las dis­
tintas ram as de oficios, sin consideración de los intereses de exportación de los
reinos europeos. C iertam ente las regiones ultram arinas dependían en un gradó
extrem o de las im portaciones europeas du ran te esta fase de colonización inicial,
pero esto era u n a consecuencia de las circunstancias y no el resultado de u n a polí­
tica orientada a crear tales dependencias.
Esto comenzó a cam biar a m ediados del siglo xvi. Bajo la presión dé las dificul­
tades económicas de la m etrópoli, la C orona recurría cada vez m ás a m edidas
proteccionistas p ara favorecer las exportaciones castellanas a A m érica. D e este
modo se lim itó el cultivo de la vid, se arruinó la próspera fabricación de la seda
m ediante la destrucción de m oreras, se sometió la industria del paño a restric­
ciones y se redujo el intercam bio com ercial interam ericano por m edio de prohibi­
ciones del trá fic o entre las provincias.1?* El establecim iento del sistem a de flotas y
galeones a m ediados de siglo finalm ente posibilitó al o lig o p o lio comercial, creado
p o r la instalación de u n a C o rp o rac ió n ’ com ercial p riv ile g ia d a , el consulado d é
Sevilla, dirig ir el intercam bio de m ercancías en detrim ento de las regiones u ltra ­
m arinas.185 Al mismo tiem po, la C orona extrem ó la política fiscal y tam bién
fomentó, m ediante el establecim iento de consulados en los centros de los reinos
americanos, la form ación de otros oligopolios comerciales y financieros, los que no
sólo llegaron a controlar la importación y la exportación* sino tam bién las ramas más
im portantes de la econom ía interior m ediante el otorgam iento dé créditos, pero
que a su vez; dependían en gran m edida de los com erciantes en Sevilla que m an e­
jab an todo el intercam bio de m ercancías con ultram ar. L a colaboración entre los
distintos gremios de com erciantes hizo posible en m edida creciente, pues, la
transferencia directa de A m érica a E uropa de una parte considerable de los m eta­
les preciosos beneficiados, de m anera que los medios de pago obtenidos en canti­
dades tan grandes casi no circulaban en e l país mismo y sólo podían dar, por lo
tanto, im pulsos estim ulantes p ara el desarrollo económico en pocas regiones de

183 En cuanto a la problem ática del térm ino “m ercantilism o” , cfr. Fritz Blaich, Die Epoches des
Merkantilismus, pp. 1 ss.; con los buenos argumentos se opone a la idea de que en España prevalecía
un concepto económico del m onetarismo o bullonismo Pierre Vilar, en “Los primitivos españoles del
pensamiento económico. ‘Cuantitativismo’ y ‘bullonismo’, pp, 175 ss.
184 Unos ejemplos del fomento inicial del desarrollo económico en América y de la posterior
política de restricciones presenta C.H. H aring, El comercio y la navegación entre España y las Indias
en época de los Habsburgos, pp. 141 ss.
185 Mediante la reducción del abastecimiento, los comerciantes, sevillanos podían conseguir m á r­
genes de ganancias de varias veces el cien por ciento; cfr. Guillermo Céspedes del Castillo, “La so­
ciedad colonial am ericana en los siglos xvi y xvil”, vol. 3, p. 416.
H ispanoam érica.186 T odas estas m edidas contribuyeron, pues, a orientar la eco­
nom ía de las regiones ultram arinas según la m etrópoli castellána y en parte a
aislarlas entre sí. L a form ación de estos oligopolios que controlaban la vida eco­
nóm ica no sólo fue tolerada, sino incluso prom ovida por la C orona, dado que el
sistema de intercam bio de m ercancías sostenido por ellos, fijo y perm itiendo sólo
u n lim itado volum en comercial favorecía las necesidades financieras estatales,
pues la m arin a que anualm ente volvía de A m érica representaba u n a dim en­
sión susceptible al cálculo, la cual perm itía utilizaciones de crédito, em bargos y
otras m anipulaciones fiscales y volvía calculable el financiam iento de la política
europea de España. La C orona, al favorecer a estos grupos, en gran m edida res­
taba efectividad a las m edidas im plantadas sim ultáneam ente para la promoción
de las exportaciones castellanas, puesto qué los com erciantes que participaban en
el comercio no tenían interés en aum entar la exportación sino en reducirla, lo que
posibilitaba la obtención de ganancias exorbitantes, al menos así fue a p artir de
principios del siglo xvn.
Estas relaciones ponen de m anifiesto, en conjunto, que a p artir de m ediados
del siglo xvi no sólo pueden observarse los principios de la realización de una
política colonial m ercantilista;-de,parté de la C orona, sino que intereses'económi-
cos privados españoles tam bién com enzaban a considerar las regionés u ltram ari­
nas como objetos de explotación económica. P or cierto la econom ía castellana,
que bajo las consecuencias de la revolución de precios en creciente m edida se
quedaba atrás de los Países Bajos, Inglaterra y otros Estados europeos, no era ca­
paz de aprovechar las posibilidades del comercio con u ltram ar, pero se im ponía
cada, vez m ás la idea de qué los reinos am ericanos, dentro del conjunto total de la
m onarquía española, debían ejercer las funciones de com pradores de productos
m anufacturados europeos y proveedores de metales preciosos y m aterias prim as
de origen tropical. D urante el siglo xvm , autores españoles form ularon de m ane­
ra explícita y haciendo uso del térm ino “ colonia” , u n a concepción de la econo­
m ía basada en estas premisas. Así como de la política estatal ert el transcurso del
siglo xvi surgiría paulatinam ente un estatus de m enor derecho para los reinos am e­
ricanos, así a m ás tard ar a p artir de m ediados del mismo siglo se desarrolló lenta­
m ente la idea del carácter colonial de aquellas regiones y se institucionalizó la de­
pendencia económica de la m etrópoli, aunque se continuó m anteniendo la ficción
jurídica de reinos autónom os de la C orona. P or ello tam bién podrá utilizarse con
toda: razón el térm ino “ colonia” en el sentido m oderno.

186 Este mecanismo es descrito por Stanley JvStein y Barbara H. Stein, T h e Colonial Heritage oj
Latin America, pp. 27 ss.
IV . O B S E R V A C IO N F IN A L : E L P A P E L D E L E S T A D O
E N E L D E S A R R O L L O I N T E R N O D E L A S R E G IO N E S
U L T R A M Á R IN A S E S P A Ñ O L A S

E l análisis precedente ha dem ostrado que el desarrollo histórico en la península


ibérica a grandes rasgos se consum ó de m anera análoga al del resto de Europa.
Lo caracterizaba sobre todo el surgim iento del Estado como un factor de poder
que se diferenciaba del conjunto de súbditos dentro del m arco de la sociedad en
total, así como trascendentales transform aciones económicas y sociales: el naci­
miento del capitalism o m oderno en la form a tem prana del capitalismo Comercial;
la form ación paralela de u n a burguesía u rbana y, en estrecha relación con ésta, el
lento debilitam iento de los sistemas de norm as y órdenes de valores sociales trad i­
cionales. Mientras los reinos españoles denotaban más bien un atraso en su desarrollo
respecto a los últim os aspectos especialm ente en el económico, en com paración
con m uchas partes de E uropa del C entro y p articularm ente Italia, el desarro­
llo del absolutismo m onárquico y con él la evolución hacia u n Estado m o d er­
no estaban ex trao rd in ariam en te avanzados en Castilla y hab ían alcanzado un
prim er p u n to culm inante bajo el rein ado de los Reyes Católicos en las postrim e­
rías del siglo xv y a principios del xvi. R esulta especialmente notable la determ i­
nación con la que ambos, soberanos p erseguíanla unión de los reinos cristianos de
la península y se afanaban en elim inar los vestigios de la R econquista medieval,
m ediante la conquista m etódicam ente organizada del últim o reino m oro y la con­
versión forzosa de las fuertes m inorías judías y m oras. A los esfuerzos políticos de
unión correspondía en el interior, por lo tanto, el em peño en crear u n pueblo n a ­
cional uniform e y hom ogéneo, un objetivo que debía alcanzarse m ediante la
unión religiosa. Incluso antes de producirse el cisma religioso del siglo xvi, así se
utilizó a la religión por prim era vez en form a consciente, para conseguir fines po­
líticos dé Estado en u n a nación europea. En form a paralela, el Estado puso a l a
Iglesia bajo su control y con la Inquisición creó un instrum ento sum am ente eficaz
para vigilar las corrientes religiosas y políticas en el país. La religión y la Iglesia
entraron de este m odo al servicio de la política estatal y se convirtieron en un apo­
yo del absolutism o m onárquico. C on el restablecim iento de la autoridad sobera­
na, en gran parte caída en descrédito en el transcurso del siglo XV, la m onarquía
logró ocupar u n a posición arraigada en las teorías jurídicas de la b aja E dad M e­
dia, descollante y antepuesta a todas las dem ás capas y grupos sociales, y consti­
tuirse en u n a fuerza respetada universalm ente, independiente y que encarnaba el
poder suprem o de Estado; esta posición fue subrayada por los sucesores de los
Reyes Católicos m ediante la introducción de un ceremonial cortesano pomposo,
que acentuaba de m anera ostensible la distancia entre el m onarca y los súbditos.
Al mismo tiem po, la m onarquía,¿apoyada en u n a idea de soberanía, com enzaba
a monopolizar el ejercicio del poder, en lo que se observan unas prim eras tenden­
cias a la nivelación política. Además de ello, el racionalismo de las concepciones res­
pecto a la política intérior'y exterior pone de manifiesto la existencia de una idea de
la razón de Estado que se orientaba hacia la realización del bien com ún y propor­
cionaba las máximas de la acción estatal. El Estado aparece claram ente como di­
mensión histórica independiente y comienza a distinguirse del conjunto de súbditos
en .el sentido de la diferenciación contem poránea entre la Corona y la república.
A despecho de todos los esfuerzos por m ejorar la organización adm inistrativa
que se observan en esta época y la siguiente en la m etrópoli,'el-absolutism o de los
Reyes Católicos no e ra en p rim er térm ino de fundam entos burocrático-orga-
nizadores, sino, sobre todo ¡p o lítico s. El establecim iento de un equilibrio e n ­
tre los: diferentes grupos sociales; la neutralización de corporaciones poderosas,
como las órdenes militares y la Iglesia; la creación de un organism o de policía pa­
ra im poner la ¡ey y el orden y u n a política sistemática de expansión, como escape
para la inquietud social, eran los medios-rnás im portantes dé los que se valieron
los Reyes p ara la realización de sus objetivos. Considerados individualm ente, ni
las m etas de los m onarcas ni los medios empleados para su imposición eran
com pletam ente nuevos, sino que existían antecedentes en la constelación política,
los afanes de soberanos anteriores, los distintos ordenam ientos jurídicos y. sobre
todo, en la literatura acerca del derecho público: Las transform aciones económ i­
cas y sociales tam bién com enzaron a delinearse m ucho antes de la época de los
Reyes Católicos,, de m anera que se distinguen, desde el punto de vista de ramales
individuales de desarrollo, múltiples continuidades desde la Edad M edia tardía
española hasta entrado el siglo. A menudo estas continuidades son de tipo formal o re­
presentan partes de estructuras que en total se hallaban en proceso de transformación:
cambios ¡que se,'determinan de igual modo en las esferas política, eclesiástico-religiosa,
económica, social é intelectual. Los intentos que a menudo hallamos en la bibliografía
por caracterizar a la España de principios del siglo xvi como de rasgos predom inan­
tem ente medievales o como de fundam ental orientación m oderna por ello son
ociosos, no sólo porque en esta form a .general “ m edieval y ‘m oderno’’ no
representan térm inos antagónicos en u n sentido científico y aún m enos sirven
como criterios útiles de evaluación, sino p orque estas dos interpretaciones se
basan en modos de ver dirigidos cada uno a volver absolutos unos aspectos p a r ­
ciales más o menos representativos. Lo mismo puede aplicarse a la continui­
d ad , señalada con frecuencia, entre la R econquista y la expansión ultram arin a,
puesto que, a pesar de las analogías formales y la relación tem poral entre la
conquista de G ranada no puede equipararse a la R econquista en sí discontinua y
realizada de múltiples m aneras. ;
De hecho, el único elem ento nuevo, que ya se perfilaba claram ente:entre las
tendencias de desarrollo en oposición entre sí d urante esta época de transform a­
ción, era el Estado poderoso de principios de la Edad M oderna, surgido a:partir
de u n a constelación específica de un sinnúm ero de factores diferentes, en su m a­
yoría tradicionales, el cual de ahí en adelante intervendría de m anera cada vez
más intensa p a ra reglam entar las condiciones in ternas.'A unque en otros reinos
europeos puedan descubrirse impulsos m ás tem pranos y evidentes a l a formación
de este Estado poderoso que culm inaría en el absolutismo m onárquico, España,
m ejor dicho; Castilla, era la m onarquía contem poránea en lá que este desarrollo
se consolidaría m ás pronto y donde pudo desenvolverse sin im pedim entos en el
transcurso del siglo xvi. Esta ventaja en la evolución debe, verse como uno de los
m otivos principales tanto de la posición hegem ónica europea de España durante
el siglo Xvi y a principios del xvil, como del nacim iento y el rápido afiánzam iento
interior del reino colonial español.
Las posibilidades y los límites de este Estado de principios de la E dad M oderna
se m anifestaron ya-durante la fase inicial de la apropiación de la tierra en u ltra­
m ar. Estas em presas, •concebidas en principio como u n a a s o c ia c ió n capitalista
m ercantil entre la C orona y el descubridor, pronto fracasaron por la imposibili­
d ad de d is p o n e r de suficientes m edios p a r a lá explotación económ ica de las
regiones recién descubiertas y por las dificultades del com andante con los em plea­
dos asalariados ¡de factoría activos en u ltram ar.E valuando este estado de cosas
frjám ente;y en!contra de los acuerdos hechos con Colón, la C o ro n á abrió lá p arti­
cipación en las expediciones transatlánticas m ediante el relajam iento de la prohi­
bición de em igrar y del monopolio éjercido ju n to Con el descubridor, abriendo
paso a la iniciativa privada, y allanó así el camino a la colonización poblacional
en las postrim erías de los años noventa del siglo xvi. Invocando sus derechos de
soberanía sobre los nuevos territorios descubiertos-, lá C orona guardó para sí el
control y lá dirección directos de todos los viajes de exploración y expediciones de
conquista trasoceánicos e insistió en dár a estas em presas un carácter estatal. El
niedio del que se sirvió p ara lograrlo continuó siendo la conclusión de contratos,
originaria én los objetivós capitálistas m ercantiles, entre el soberano y el eiripre-
sario interesádo, en los cuales erá confiada a este últim o la realización de la expe­
dición, adem ás de que recibía el m ando m ilitar suprem o y el h iá s alto poder civil
y judiéial en la región por ócUpar¿ m ediante’el otorgam iento dé los cargos corres­
pondientes así como de instrucciones generales para la O rg a n iz ac ió n y el gobierno
de su provincia. Estas capitulaciones expresaban al mismo tiempo el afán del Es­
tado por instalar u n dom inio dirécto sobre aquellos territorios y establecía, á
grandes rasgos, la organización estatal de la colonia durante lá fase dé su funda­
ción. Después de lá transición a la colonización poblacional efectuada por lá C o­
rona; las capitulaciones de parte del Estado ya no ponían las m iras predom inan­
tem ente en la explotación comerciál dé la región por ocupar, como era el casó en
los arreglos con C olón, sino en el establecimiento de una soberanía d u radera y él
aseguram iento de u n a colonización continua. Este m odo de proceder por una
parte señalaba la confesión del Estado de principios de la Edad M oderna dé no
ser c ap azd e organizar Ja tarea de la apropiación de la tierra bajo su ú n ic a respon­
sabilidad y con los propios medios, pero, por otra parte, tam bién ponía dé m ani­
fiesto claram ente la voluntad estatal de d ar forma a lá situación en las posesiones
recién adquiridas.
Los motivos de los descubridores y conquistadores eran de naturaleza m uy di­
ferente, en cam bio. Este ¡grupo, que, a excepción de la alta aristocracia, represen­
taba el espectro entero de u n a sociedad en proceso de transform ación, no estaba
im pregnado por intenciones de colonización, sino qué tenía interés en adquirir
riqueza como medio de ascenso social. L a posibilidad; de lograr este ascenso por
medio de la acum ulación de bienes perm ite ver que la estructura medieval-feudal
de la sociedad, m ateada por ideas sociales fijas del orden estam ental, se encontra­
ba en un proceso, si no de disolución, al m enos de cam bio, bajo la influencia del
capitalismo, lo cual hacía posible u n a m ayor m edida de movilidad social. El o r­
den social de valores aún era de orientación noble-feudal, d e rriodo que la m eta
más alta de un ascenso social todavía era la adm isión a l a nobleza, sobre todo pa­
ra la burguesía de tendencias capitalistas m ercantiles, o cuando menos un modo
de vida noble , ;es; decir, basado en rentas y fincas: U n a form a de Vida burguesa,
que a su ve¿ se fundaba principalm ente en el comercio, representaba un objetivo
deseable sólo p ara los elementos procedentes de las capas bajas, en particular las
rurales. El ascenso social, por lo tanto, no era posible p ara los conquistadores m e­
diante la colonización pacífica, ligada a la dedicación a la agricultura o los oficios,
sino sólo por medio de la adquisición de botín de guerra, los négoeios comerciales
y —como m eta más alta— m ediante la obtención y el ejercicio de poderes ju ris­
diccionales como señor de vasallos.' Sin em bargo, no se aspiraba a este dom inio
sólo como m edio p ara lograr un fin, sino tam bién como símbolo de estatus y
propiedades duraderas, en lo posible hereditarias, en el sentido de los derechos
señoriales feudales. > r - ;
Debido a esta concepción aún profundam ente arraigada en los modos de pen­
sar nobles-feudales, en las negociaciones acerca de las capitulaciones la C orona
ya se veía confrontada, de parte de los com andantes, con la exigencia de dele­
garles los cargos conferidos p ara asegurar el carácter estatal de la ocupación y la
colonización como bienes hereditarios. De este m odo los jefes dé las tropas de
conquistadores procuraban reservarse un gobierno duradero e institucionalizado
sobre las regiones que ellos debían tom ar. A fin de tomar- incentivos para la, reali­
zación de estas em presas dé-apropiación territorial, la m o n arq u ía se vio obligada
á ceder a- estas demandas¡ que lim itab an su soberanía; Q u erer considerar esto co­
mo señal de un carácter supuestam ente féudal de apropiación'ültram arino de la
tierra resulta precipitado., por cierto. T an sólo el paralelism o én tre la imposición
del poder estatal en regiones coloniales ya afianzadas y l a 1concesión sim ultánea
de .tales privilegios amplios p ara el fom ento de la apropiación de nuevos territo­
rios pone de manifiesto que la C orona no estaba dispuesta a ceder a estas tenden--
cias p ara la feudalización de Jas regiones ultram arinas, sino que se servía de ellas
exclusivamente como m edio,para un fin. L a práctica de la asignación de cargos
hereditarios en todo caso representaba u n indicio del m odo de pensar de estos co­
m andantes, en su m ayoría descendientes de la baja nobleza, y u n a p rueba de que
el fenóm eno del absolutism o .m onárquico .todavía no. era lo suficientem ente farni-
liar para los contem poráneos. P or otra parte, no debe pasarse por alto que de esta
actitud fundam ental em anaba el peligro de la creación de u n orden estatal feudal
en las colonias, aunque en vista dé los recursos de la m onarquía fortalecida y dé
su autoridad reconocida, es probable que este peligro haya sido de naturaleza
m ás hipotética que real. P or lo tanto podrá partirse del supuesto de que la ten­
dencia a la feudalización, que se observa en todas las em presas de colonización de
las potencias europeas a principios de la Edad M oderna, era más débil en la esfe­
ra española.187Esto es cierto al menos en cuanto a disposición del Estado p a ra ce­
der a las pretensiones análogas, lo cual no excluye que en diferentes ocasiones se
hubieran tenido en cuenta tales concesiones.
En virtud de la intervención de la C orona, las cam pañas españolas de des­
cubrim iento y conquista: adoptaron el carácter de em presas dirigidas y encauza­
das p o r el Estado, pero financiadas y organizadas por particulares. M ientras las
acciones estatales perseguían la m eta de garantizar el cum plim iento con ciertas
formas y m aneras de proceder, el carácter privado de la em presa tam bién ejercía
fuerte presión sobre el com portam iento y gobierno de los conquistadores. E sta
era'principalm ente de naturaleza' económica. Los altos costos de tal expedición y
la dependencia del reabastecim iento en form a de créditos comerciales los exponía
a u n a alta obligación de éxito económico, que era intensificada por las esperanzas
de los participantes en conseguir riqueza rápidam ente. Las ganancias necesarias
sólo podían obtenerse, sin em bargo, en caso de ser posible siquiera, m ediante la
explotación sin m iram ientos de la fuerza productiva y dé trabajo de la población
autóctona. P a ta poder organizaría y asegurarla, los conquistadores tenían que
procurar el poder inm ediato de disposición sobre los habitantes. A la vez, la dele­
gación del poder de disposición y con él del dom inio sobre los naturales a Jos con­
quistadores era el único modoj ¡aparte de las fundaciones de ciudades dispuestas
por la C orona, en que los com andantes de las cam pañas de conquista podían
efectuar la transición de la aprobación de la tierra al establecimiento de u n siste­
m a perm anente de soberanía y el principio de la actividad colonizadora, ya que
sólo así era posible garantizar que se arraig aran los participantes en estas empresas
y que fuesen m ás inm igrantes desde la m etrópoli. L a esclavitud y la enco­
m ienda en particular en las regiones densam ente pobladas y de cultura m ás de­
sarrollada, eran los mecanismos institucionales ¡que: posibilitan: la realización de
estos objetivos. C ontrariam ente a u n a idea m uy com ún, sin em bargo, estas insti­
tuciones no solo daban m ayores impulsos a uña feudalización de las regiones co­
loniales, sino que tam bién proporcionaban estímulos duraderos para e! desarrollo
de com portam iento capitalista.: C iertám ente no es posible ignorar que los des­
cubridores y colonizadores deseaban que se form alizara e institucionalizara el
poder de disposición sobre los naturales a ellos delegados m ediante la cesión de la
jurisdicción en el sentido del señorío europeo y que adem ás fuera establecido per-

, 187 Esta afinidad, dem ostrada ya en otro lugar, es subrayada particularm ente por Charles Verlin-
den, “Le problémé dé la cóntinüité én histoi!re cóloniaíe. De lá eolonisatiorimédiévale á la colonisa-
tion-m ódem e” , p; 472.
m anentem ente m ediante la concesión del derecho de transm isión ilimitado; pero,
por otra parte, tam poco es posible negar que la m ano de obra indígena y en parti­
c u la r los pagos en especie recaudados eran invertidos en gran m edida en em pre­
sas capitalistas. Sólo este com portam iento posibilitó la rápida transform ación de
la econom ía colonial de características europeas y orientada al capitalismo. Estas
tendencias evolutivas diferentes, más com pletam ente opuestas la u n a a la otra y
resultantes del mismo fenómeno, se explican porque los conquistadores no repre­
sentaban u n grupo uniform e y cerrado en sí, sino m ás bien u n a agrupación su­
m am ente heterogénea y difícil d e definir, la cual encarnaba toda la m ultiplicidad
de elementos sociales de la península en su situación de cambio y, por lo tanto,
utilizáb alas instituciones que nacían en u ltram ar de m aneras diferentes, además
de desarrollar modos de com portam iento m uy distintos que teñían que desenca­
denar u n proceso de diferenciación económ ica y sobre todo tam bién social.
En cambio, resulta más sencillo el análisis del tercer factor, que desem peñó un
papel im portante en el proceso de la organización estatal de las regiones recién
adquiridas;' a saber: la Iglesia, es decir, sus partes de ánim o reform ador, pronto
desarrolló u n a conciencia de apostolado evangelizados Los sustentadores de la
m ism a eran sobre todo las órdenes m onásticas m endicantes, en prim er lugar los
dominicos y franciscanos, quienes tom aron la dirección intelectual del m ovi­
miento de evangelización. La conversión de los naturales no aspiraba, sin em bar­
go, sólo a la adopción de la fe cristiana, sino que pretendía u n a adaptación
mucho m ás trascendental de los indígenas a las costum bres y los m odos de vivir
cristianos. Sobre todo en la form a asim ilada por el Estado, la idea de evangeliza-
eión trata de un concepto de apostolado civilizador que nacía de la conciencia de
la superioridad de la propia cultura y de la necesidad de integrar a los habitantes
autóctonos am ericanos en un conjunto lo más hom ogéneo posible de súbditos,
además de que se orientaba totalm ente hacia la reeducación radical de la pobla­
ción indígena sometida. .
En la explotación de los naturales, tolerada al principio por el Estado, las órde­
nes m onásticas veían u n estorbo p a ra su trab ajo de conversión. Al eregirse en
defensores de los nativos y luchar por su trato hum ano, buscaban g a n ar más inci­
dencia sobre la población p ara facilitar su conversión y adaptación. En particular
por esta razón, sobre todo los dom inicos, atizaban la discusión acerca dé los títulos
legales de la C orona p ara laposesión de las regiones ultram arinas. P or medió de
las dudas en cuánto a la legitim idad de la apropiación española, debía ejercerse
u na presión sobre la conciencia de la m onarquía, para así inducir al poder del Es­
tado a sustraer el poder de disposición directo de los colonizadores sobre los n atu ­
rales m ediante m edidas legislativas, y en lo posible elim inar por completo su
influencia sobre los indígenas. L a cuestión del trato de la población autóctona se
convirtió con ello en el problem a fundam ental de la organización interior de las
regiones coloniales, de m odo sem ejante a como sucedió en ias em presas de colo­
nización de otras potencias europeas. Por razones siem pre diferentes, la Iglesia y
los colonizadores rivalizaron por el control y el poder de disposición sobre los pri-
raeros habitantes de Am érica; E n un principio los colonizadores llevaban la ven­
taja en este conflicto, puesto que tenían de su lado las necesidades políticas y la
presión de las circunstancias y podían" disponer, como sustentadores de u n a m i­
sión estatal, de los medios institucionales para la imposición de sus intereses.
Frente a estos intereses divergentes* el Estado ocupó al principio u n a posición
independiente y m ediadora, pero reaccionó a la presión ejercida de parte de la
Iglesia con el proyecto de u n a concepción política p ara la integración de los n a tu ­
rales como súbditos libres de la C orona castellana. El program a consistía m ás o
menos en! la reéducación por m edio dé la evangelización así como por el contacto
con los colonos, por medio del cual debía conseguirse la integración de los indíge­
nas y ponerse térm ino al conflicto entre las partes involucradas. Al mismo tiem po
se establecieron líneas/legales generales acercaidel trato dé los indios, para evitar
los abusos de los colonizadores. Por el contrario, la Corona supo eludir un
compromiso en la cuestión de los títulos legales, así como una opinión clara res­
pecto: a este problem a. Se dem uestra, en cambio, que sólo se hacía referencia a
esta cuestión en los casos en que la política real requería jüstificación m oral frente
a los súbditos, en particular los conquistadores y los colonizadores, como fue el
caso respecto a la continuación de las conquistas en relación con el requerim ien­
to. o de aisladas m edidas restrictivas frente a los colonizadores. íEn todos los actos
de legislación fundam entales que afectaron la organización interior de las re ­
giones recién adquiridas, se;evitaba, en cambio, u n a fUndamentación de la p ro ­
pia posición legal. P or lo tanto no podrá hablarse de un fundam ento teocrático,
evangelizador ni de otro tipo del Im perio colonial español. Las únicas repercu­
siones concretas de estas discusiones contem poráneas acerca de los títulos legales
eran las medidas para proteger a los naturales de malos tratos y arbitrariedad por
parte de los conquistadores. L a presión m oral ejercida sobre los m onarcas por la
Iglesia, a través de la discusión sobre los títulos tuvo como consecuencia, por
lo tanto, en prim er término la creación de una conciencia especial de'la responsabi­
lidad del Estado frente a sus súbditos autóctonos de' u ltra m a r,188 un fenóm éno
que en está form a representaba un nuevo elem ento en la historia de las em presas
europeas de colonización. La ocupación intensiva, resultante -del mismo,¡ y los
problém asídé la población autóctona agudizaron la conciencia de la significación
de éstos nuevos súbditos en cuánto a la política esta ta l.’
Desde este puntó de vista, el poder de disposición-de los conquistadores y colo-
nizadores sobre los indígenas tam bién debía parecer perjudicial: Esta concesión a
los colonos, hecha originalm ente sólo p ara prom over la adquisición de nuevos
territorios y: para afianzar el dom inio español, no sólo resulto ser u n a lim itación
de lá soberanía estatal, sino que am enazaba Con dism inuir de m anera conside­
rable el valor de las nuevas adquisiciones territoriales m ediante la destrucción fí­
sica d é estos súbditos tributarios del Estado; u n a consecuencia que el clero no se
cansaba de augurar. El interés político del Estado exigía asegurar la conservación

188ÍJóhn H . Parry, “A secular Sense of Responsability”, p. 295;


y u n a integración J a m á s efectiva posible de los indios al conjunto de súbditos,, pa­
ra afianzar la soberanía española sobre las nuevas regiones a largo plazo, así co­
mo garantizar sú prosperidad y el provecho del Estado. Sólo los intereses a corto
plazo de la C orona im ponían, por lo tanto, el am plio apoyo a los conquistadores,
m ientras a la larga ni los derechos señoriales sobré los indígenas dem andados por
este grupo ni su explotación sin control podían convenir a los intereses estatales.
A ún es difícil evaluar hasta qué punto esta interpretación, que se debía decisiva­
m ente a influencias de la Iglesia, correspondía a la realidad en las colonias. ;La¡ca­
tastrófica disminución: de la población indígena sin du d a ha de rem itirse en su
m ayor parte a enferm edades y epidem ias. A los trastornos que acom páñaron la
conquista y a la im presión psicológica que los naturales sufrieron por la destruc­
ción de su o rd en de vida puede atrib u irle la dism inución de la población indíge­
na. A dem ás de elloy abusos de parte de los conquistadores, y en particular cargas
demasiado altas bajo la esclavitud y sobre todo a consecuencia del sistem a de la
encom ienda, tam bién condujeron a altas cifras de m ortalidad éntre los indios, pe­
ro es probable qüe m ás bien hayan sido de im portancia secundaria en el avance:
del proceso d e despoblación. Y a fuera por el efecto que tuvieron las críticas de la
Iglesia acerca de los abusos de los conquistadores o en prim er térm ino por m oti­
vos de autoridad,estatal, es seguro, en todo casó, que la C orona se acercaba cada
vez m ás claram ente al punto de vista de los círculos eclesiásticos. A fines de la se­
gunda década del siglo xvi, ya comenzó a tom ar m edidas restrictivas contra el
poder dé disposición de los conquistadores y en lo sucesivo; procuró limitar: cada
vez m ás la explotación de la fuerza de trabajo indígena por los colonizadores. Es­
tas m edidas con frecuencia se topaban con resistencia y rio podían im ponerse. Así
y todo, se perfilaba; una: alianza progresivamente más estrecha entre, el Estado y la
Iglesia contra las pretensiones de los españoles establecidos en ultram ar, la cual
desde el pun to de vista del Estado servía, por cierto, p a ra asegurar m oral e ideo­
lógicamente la política de: imposición de la autoridad estatal frente a l a capa polí­
tica y, social dom in^ñté en las colonias..
Esta pólítica se com ponía d e d o s procesos paralelos; a saber: la destitución de
losicom andantes dé las cam pañas d e descubrim iento y conquista y la formación
sim ultánea de u n sistema de adm inistración; en gran m edida centralizado, en las
colonias. Después de surgir desde muy tem prano u n a autoridad especializada, en es­
tá esfera de actividades, debido a la necesidad estatal de controlar las em presas
ultram arinas y el tráfico naval, >de pasajeros y comercial con los nuevos territo­
rios, o sea, la C asa de C ontratación en el.puesto de Sevilla donde se instaló un
monopolio a este respectó, y de ,constituirse; con el Consejo de IndiaSi Una* auto­
ridad central encargada de los asuntos coloniales eri la m etrópoli, a consecuencia
del rápido aum ento de cuestiones adm inistrativas coloniales, la C orona comenzó
la ,formación de u n a organización adm inistrativa estatal en las colonias mismas,
revocando los privilegios concedidos a los com andantes de las distintas expedi­
ciones en las capitulaciones. Los modos, de proceder utilizados con este fin en las
diferentes regiones coloniales se asem ejaban fundam entalm ente unos a otros. In ­
vocando el desacato de disposiciones reales o con base en las quejas presentadas
por distintos grupos de conquistadores contra sus com andantes o a causa de
conflictos entre los conquistadores, la m etrópoli enviaba a visitadores o jueces in­
vestidos de amplios poderes p ara investigar el desem peño del cargo del respectivo
com andante, u n proceso que sin excepción conducía a la destitución de éste. Al
mismo tiem po o poco después, la C orona disponía la instalación de u n a autori-
dad judicial de organización colegiada, Una A udiencia, a la que con frecuencia se
confiaba el poder gubernam ental de m anera interina antes de llevar a cabo la ins­
tauración de una nueva autoridad civil y m ilitar, con el nom bram iento de virre­
yes, capitanes generales y gobernadores, la cual debía efectuar la organización
adm inistrativa del territorio en cuestión conforme a las líneas generales de la
autoridad central residente en la península y en estrecha colaboración con la A u­
diencia. Así se elim inó el orden estatal ru dim entario de tiem pos de la o c u p a­
ción territorial, resultante de las capitulaciones y orientado exclusivamente de
acuerdo con el poder del com andante de u n a em presa de descubrim iento y con­
quista, sustituyéndolo paso a paso por uri sistema adm inistrativo diferenciado,
subordinado al control estatal directo.
El sistema de adm inistración organizado durante el reinado de Carlos V y de­
sarrollado por su sucesor Felipe II, definitivam ente representaba el prim er siste­
m a adm inistrativo m oderno y burocrático erigido en la época del desarrollo de)
Estado m oderno y de acuerdo con las necesidades y posibilidades organizadoras
del mismo. Basado en u n a separación d e principio de los asuntos adm inistrati­
vos, por cierto insuficiente eñ la práctica, en cuatro niveles jerárquicos, consis­
tentes en las administraciones local, d e provincia y central en las colonias, así como
u n a au to rid ad central establecida en lá m etrópoli, subordinada directam ente
al rey y especializada en las necesidades de las regiones ultram arinas. Las dife­
rentes esferas adm inistrativas estaban vinculadas entre sí por un intrincado pro­
cedim iento de acuinulación de cargos, p a ra evitar en lo posible los conflictos
de com petencia. Sólo en el nivel de la adm inistración central colonial, el enlace de
las com petencias de las distintas autoridades en las respectivas esferas adm inistra­
tivas servía tam bién p ara el control recíproco de las instituciones responsables.
Dos virreyes independientes el uno del otro, residentes en Lim a y en M éxico, for­
m aban las instancias políticas suprem as, investidas del carism á real, pero estaban
integrados al sistem a adm inistrativo tanto a fin de otorgar poderes concretos de
adm inistración y evitar conflictos de incum bencia como con el objeto de lim itar el
poder por vía de la acum ulación de cargos, de m anera que sus poderes universa­
les fundam entados en la representación del m onarca sólo se im p o n ían en asuntos
extraordinarios que afectaran la seguridad interior o exterior de las regiones deja­
das en sus manos. El m odo de trab ajar de este sistema de adm inistración se de­
senvolvía, sobre bases escritas, conforme a reglas estrictam ente burocráticas:
U nas autoridades colegiadas dirigidas p or juristas profesionales garan tizab an
la continuidad de la actividad adm inistrativa en am bos niveles centrales, en la
m etrópoli y las colonias, y veían q u e esa actividad se orien tara hacia el derecho
civil establecido, de vigencia general. L á organización adm inistrativa seguía en
g ran m ed id a el m odelo castellano y tra b a ja b a según las norm as jurídicas de éste.
C iertam ente pronto se form ó, basado en la legislación de la m étropoli que to ­
m aba en cuenta las condiciones particulares de-las colonias, un D erecho Indiano
autónom o que relegaba el castellano a la posición de un m ero derecho comple­
m entario. U n alto grado de descentralización adm inistrativa, aun legislativa, lle­
garía a superar los problem as resultantes de las enorm es distancias y las difíciles
condiciones de com unicación causadas por ellas, adem ás de garantizar la eficien­
cia relativa del sistema adm inistrativo; Los actos1legislativos y las m edidas guber­
nam entales de las autoridades ultram arinas siempre eran sujetos a la aprobación
en últim a instancia de las autoridades de la m etrópoli. A dém ás de ello, se intentó
c re a ru n cuerpo de funcionarios de confianza y especializado por m edio de una
extensa legislación disciplinaria; en la práctica* estos esfuerzos en parte fueron
frustrados o tra vez, sobre todo d u ran te la segunda m itad del siglo, p o r m edidas
estatales contrarias a est.e objetivo, que subrayan el carácter de prebenda de los
cargos, por la paga insuficiente de los funcionarios; la tolerancia hacia el padri­
nazgo de cargos, y po r la p au latin a introducción de la venta de oficios. En un
principio, fue posible m an ten er las consecuencias perjudiciales de este desarrollo
bajo co n tro l; m ediante frecuentes y rigurosos procedim ientos de investigación:
A pesar de atributos patrim oniales evidentes sobre todo en la esfera del otorga­
m iento de cargos, el sistema adm inistrativo en su m ayor p arte era de carácter
burocrático, tanto en la teoría como en la práctica. La constitución de esta organiza­
ción adm inistrativa ya estaba ligada a la destitución de los com andantes de las
empresas de descubrim iento y conquista, y con su ayuda tam bién se logró rechazar
las tendencias a la feudalización que e m a n ab an de la cap a de los encom ende­
ros, por medio de la transform ación;'realizada por vía adm inistrativa, de la enco­
m ienda en un sistema formalizado de rentas que se percibían incluso a través de
la adm inistración estatal, Cón excepción en las regiones fronterizas en donde per­
d u rab a u n a situación de conquista y lento afianzam iento del poder español. El
poder dé disposición directo de los conquistadores sobre los naturales pudo elimi­
narse de este modoy sin tener que descuidar sus pretensiones: a u n a recom pensa.
A la vez, el Estado era capaz de m antener bajo control los afanes por instituciona­
lizar Unos órganos representativos y así im pedir el nacim iento de otros poderes
particulares. Al: contrario dehabsolutism o m onárquico sostenido políticam ente,
en prim er término,' en la m etrópoli se logró en las colonias: la instalación dé un
gobierno libre^de cualquier elem ento feudal y estam ental, institucionalizado, y
burocrático al menos en sus intenciones; u n proceso que a grandes rasgos pudo
concluirse d urante las prim eras dos décadas del reinado de Felipe II.
En form a paralela a lá im posición de la autoridad estatal m ediante el desarrollo
de u n sistema gubernam ental burocrático, tam bién se desenvolvió el estado ju rí­
dico de las regiones ultram arinas. E n un principio, un bien personal de los Reyes
Católicos, como lo fueron las nuevas adquisiciones, se convirtió en u n compo­
nente inalienable de la C orona de Castilla después de fallecer am bos m onarcas,
según la disposición establecida ya por F ernando e Isabel en las bulas papales de
Alejandro V I. En contra de u n a concepción com ún, a ello no iba ligada aún una
fijación definitiva del estado jurídico de los territorios ultram arinos. Esta fue m ás
bien resultado del proceso expuesto del desarrollo d é la organización estatal en las
colonias m ismas. Este desarrollo redundó en un Estado lim itado de autonom ía,
vinculado a u n a posición de m enor derecho respecto a Castilla y otras regiones
plenam ente autónom as, como N av arra y las provincias vascas. E sta situación j u ­
rídica conform aba en p rim er térm ino, sin em bargo, él resultado de la política de
la C orona orientada hacia la im posición incondicional de laso b e ra n ía estatal en
el sentido del absolutism o m onárquico. H asta m ediados de siglo no se encuen­
tra n indicios, en cam bio, de que la m etrópoli de m an era consciente hu b iera
tom ado m edidas p ara establecer y arraig ar jurídicam ente dependencias económ i­
cas. Sólo durante lá segunda m itad del siglo se determ inan claras tendencias a la
creación de .una política colonial m arcada por las influencias de principios mer-
cantilistas. En creciente m edida se redujo a las regiones ultram arinas de ahí en
adelante, al papel de abastecedores de m aterias prim as y com pradores de produc­
tos europeos? No se llevó a la práctica, por. cierto; u n a política m ercantilista colo­
nial coherente y ¡planificada; los intentos en esta dirección más bien form aban
u n a parte de las m edidas que dictaba la presión de los apuros financieros cada vez
m ás agudos de la C orona, p ara la m ayor creación posible de dinero en las re ­
giones: ultram arinas, presión que tam bién puede observarse en Castilla. A unque
u n a concepción colonial plenam ente desarrollada apenas fue form ulada por algu­
nos hom bres de Estado españoles de: principios dél siglo xvm , es del todo posible
designar estos territorios recién adquiridos como; colonias, en el sentido del con-
cepto del colonialismo, en virtud d e estos intentos tem pranos de establecer de­
pendencias económicas y, sobre todo, por la circunstancia de: que los españoles
estaban som etiendo a pueblos autóctonos en ultram ar.
A p artir de,la segunda m itad del siglo xvi¿-«s probable que la política económi-^
eá de la;,Goroña, ju n to con la imposición rigurosa de la autoridad estatal frente a
los colonos europeos, haya, aunque no destruido por completo, sí im pedido deci­
sivamente en /su- desarrollo los comienzos de la form ación de un em presariado
capitalista. La limitación del poder de: disposición de los colonizadores :sobre los in-.
dígenas relegó lá actividad económ ica de este grupo a la esfera de la agricultura y
la m inería; A la véz que se prohibieron o lim itaron rültivós provechosos como la
sericicultura y la vid, se cerró el m ercado europeo a la naciente agricultura m e­
diante el establecim iento del sistema de flotas; de m anera que sólo.: era posible
pro d u cir p a ra u n m ercado interno -muy lim itado. Las tierras perdieron así sU
carácter de factor de producción y en muchos casos se convirtieron en un m ero sím­
bolo de estatus', un desarrollo que fue favorecido sobre todo por el desenvolvimien­
to del latifundio, que significativam ente sólo comenzó a form arse a p artir de la
segunda m ita d del> siglo XVI y m uy pro n to empezó a a ta r a fuerza de trab ajo d e 3
pendiente, aunque en m enor m edida de lo que se creía antes. Ú ltim am ente se ha
puesto de m anifiesto que la acum ulación de tierra tam bién tenía im portancia eco­
nóm ica en, esta:form a im productiva, sirviendo como m edio p ara elim inar la com ­
petencia. El latifundio hispanoam ericano im productivo, que desarrollabá nuevas
formas d e fúerza de trabajo dependiente y elevaba la situación social del dueño,
representó la reorganización de las fuerzas sociales im pregnadas de modos de
pensar y com portam iento feudales, después de haber sido vencidas en la disputa
con la C orona acerca de la instauración de u n sistem a feudal institucionalizado
en el área de la organización estatal. Después de que él Estado hubo logrado im ­
pedir el desarrollo del feudalismo como institución político-jurídica, contribuyó,
al m enos en form a indirecta, al afianzam iento de algunos elem entos de una cul­
tu ra feudal en u ltra m a r, dentro del m argen de Una política que aspiraba a la paci­
ficación y la consolidación interior. La política posterior de la C orona, para el
establecim iento y la prom oción de las instituciones tradicionales de la sociedad
estam ental y corporativa, la cual resultó en el extenso sistema de privilegios, el fa-
vorecimiento estatal de gremios y corporaciones y grupos estam entales j la intro­
ducción de reglam entos del m ercado y de la vida económ ica m unicipal, tam bién
beneficiaba más a las fuerzas sociales tradicionales que el em presariado capitalis­
ta tem prano que sólo podía desenvolverse librem ente en las m inas y, en casos
aislados, en el comercio y las plantaciones. Estas tendencias, que tam bién se per­
filaron con m ayor intensidad a p artir del cambio de siglo, aspiraban á estabilizar
en la estructura social a los colonos europeos, en el sentido del orden estam ental
tradicional, y ganar él apoyo de los grupos favorecidos para la política de la Corona
m ediante la concesión de privilegios corporativos. H asta cierto p u n to , las m e­
didas del Estado equivalían al intento de proporcionar compensaciones económ i­
cas y sociales por el desacato de los intereses políticos de los colonizadores durante
la fase de la imposición dé la autoridad estatal. En sum a h ab rá que deducir, por
lo tanto, que la sociedad de conquistadores relativam ente abierta de la época de la
apropiación de la tierra, que ofrecía múltiples posibilidades d e ¡ascenso sbcial,
nuevam ente com enzaba a solidificarse de acuerdo con características estam enta­
les y feudales. El éxito económico como medio para el ascenso social se conservó
como m ecanismo de diferenciación social en m ucho m ayor m edida e n la sociedad
colonial que en la metrópoli, a lo menos en la época barroca.
M ás o menos en la m ism a época en que la imposición de la autoridad estatal
había sido lograda a grandes rasgos en las colonias, la C orona inició u n a política
m etódica de separación residencial racial y estableció p a ra el abastecim iento de la
econom ía colonial con fuerzas de trabajo, un sistema de trabajo forzado indígena
dirigido por el Estado. Estas m edidas, que p o ru ñ a parte correspondían a las ide­
as eclesiásticas de las condiciones óptim as para la reeducación de los indios, y por
otra favorecían las necesidades del proceso d é transform ación de la econom ía in­
dígena puesto en m archa por los colonizadores, al m ism o tiem po,1aseguraban al
Estado el control sobre los naturales y facilitaban la explotación de lá capacidad
económ ica de los indios. A la vez esto significaba el abandonó definitivo dé la
política seguida, en un principio, de la asimilación de la población autóctona m e­
d ia n te ^ fomento y reglamentación de la convivencia entre los colonos europeos.
L a id e a d e l b u e n e je m p lo d e lo s e u ro p e o s p a r a los in d íg e n a s h a b í a c e d id o á la
de que había que proteger, a los naturales de los prim eros. A unque esta; actitud no
afectaba la política en todos los casos, sí pone de, manifiesto que el Estado había
adoptado a este respecto las concepciones fundam entales del clero. A parte de que
con ello se expresaba el abandono de la esperanza,de integrar rápidam ente a la
población autóctona, esta política tam bién tuvo como consecuencia la fijación de
un estado jurídico especial p ara los naturales. Los indios de ahí en adelante for­
m aron u n a república ap árte y jurídicam ente recibieron el estatus de menores de
edad, el cual cercenaba su libertad de acción y posibilidades de desenvolvim iento
en diversos aspectos y consolidaba las form as de organización sociales, tradi-
fcionalmente colectivas, de.Jps.:nqiámós. Si durante la fase inicial de la colonización,
bajo las condiciones de la esclavitud y de la encom ienda ya se h abía delineado
u n a integración de la población indígena en su nivel social más bajó,: esta p o ­
sición social fue fijada legalm ente, sin intención, por la política de la separación
de razas y la obligación a trab ajar reglam entada por el Estado, L a separación de
razas, concebida originalm ente como medio para facilitar la instrucción religiosa
y la reeducación civilizadora, así como p ara la ¡protección de los indígenas, de es‘
te modo se convirtió en un mecanismo de diferenciación social que fue transmitido
tam bién al núm ero ráp id am en te creciente de mestizos bajo el dom inio espa­
ñol. Igual que sucedió en el caso dé la discrim inación de los conversos en la
m etrópoli, en las colonias tam bién resultó u n a discrim inación racial de la pobla­
ción autóctona a partir de . diferenciaciones originalm ente de fundam entos
religioso-civilizadores. A dem ás de los principios de estratificación económica re­
sultantes de la ocupación de la tierra, y de los del concepto de clase fom entados
por el Estado, se introdujeron,a, la sociedad colonial los principios de gradación
de una sociedad de castas apoyada én diferencias raciales. A p a rtir de la recipro­
cidad y la confrontación de estos tres factores se desenvolvió la estructura social
muy diferenciada y com pleja de la época colonial'm ás avanzada, la cual ostenta­
ría, aparte de las características de u n a sociedad estam ental, tah to lo s atributos de
un a sociedad dé castas como de clases, un desarrollo por cierto no desencadena­
do, pero sí favorecido por el Estado-
Las deliberaciones expuestas han dilucidado que, después de la fase en que tu ­
vo lugar la apropiación dé la tierra, el libre desenvolvimiento, favorecido por el
Estado, de las distintas fuerzas sociales participantes en la C onquista, y tras un
periodo posterior dedicado principalm ente a la im p o s ic ió n .d é la ¡a u to rid a d esta­
tal,, puede observarse, en la segunda m itad del siglo xvi, u n a política m ucho más
diferenciada que afectaba a los diferentes grupos de la población de distintas m a­
neras. De este modo, los años sesenta del siglo significan enteram ente una fisura
en la evolución colonial. No es posible abarcar com pletam ente los objetivos ni las
conexiones de esta política estatal; ni evaluar cuáles consecuencias tuvo la m ism a
respecto al desarrollo interior de las colonias. U n prim er resum en parece señalar
la idea de que esta política se orientaba hacia la consolidación y estabilización de
las condiciones e n iá s colonias, u n a hipótesis para cuya confirmación haría falta
otra m onografía que, adem ás, tendría que analizar en prim er lugar la cuestión
de hasta qué punto el proceso de independización del aparato adm inistrativo per­
m itía al Estado la imposición de su política. Así y todo, las ideas aquí expuestas
deben hacer comprensible que la investigación del Estado como dim ensión activa
y, ligada a ella, la exposición de la política estatal, los recursos aprovechados para
su imposición y las consecuencias de esta política para el desarrollo general repre­
sentan un punto de partida del todo provechoso tam bién para la historia colonial
hispanoam ericana.
B IB L IO G R A FÍA

Academ ia N acional de la Historia, editor, Memoria del Segundo Congreso Venezolano


de Historia, 3 vols., Caracas, 1975.
A ltám ira y C revea, Rafael, Autonomía y decentralización legislativa en el régimen colo­
nial español Legislación metropolitana y legislación propiam ente indiana (siglo xvi,
xv ii y xvm ), Lisboa, 1944.
A lbertini, R u d o lf von, editor, Modeme Kolonialgesch.ich.te, “ Beue W issenschaftliche
. Bibliothek” , no. 39, Colonia-Berlín, 1970.
A ngerm ann, Erich, “Das A uscinandertreten von ‘S taat’ u n d ‘Gesellschaft’ im
D enken des 18. J a h rh u n d e rts” , E .-W . Bockenfórde, Staat und Gesellschaft,
D arrnstadt, 1976, pp. 109 ss.
A nsprenger, F ranz, “ Kolonialsystem u nd Entkolonialisierung” , K arl D ietrich
Bracher y Ernest Frenkel, com ps., Internationale Beziehengen, Fischer Lexikon, t.
7, Francfort Meno, 1969, pp. 158 ss.
Arm as M edina, F ernando de, Cristianización del Perú (1532-1600), Sevilla, 1953.
Azcona, Tarcisio, La elección y reforma del episcopado españolen tiempo de los Reyes Cató­
licos, M adrid, 1960.
Balandier, Georges, “ L a situation coloniale: A pproche théorique” , Cahiers InterL
natioriaux de Sociologie, no. II (1951), pp. 47 ss.
— —Politische Anthropologie, M unich, 1976.
B arrett, Elinore M ., “ Encom iendas, M ercedes and H aciendas in the T ie rra C a­
liente of M ichoacán” , Jahrbuch fü r Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesells­
chaft Lateinamerikas, t. 10 (1973), Colonia- V iena, pp. 71 ss.
Bataillon, Marcel, Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo xvi, 2
vols., M éxico-Búenos Aires, 1950. .
— —“ C harles-Q uint, Las C asas et V ito ria” , del m ism o, Études sur B artolom é de
Las Casas, París, 1965, pp. 291 ss. ,
Baudot, Georges, Utopie et histoire au Mexique. Les premiers chroniqueurs de la civilisa-
tion mexicaine (1520-1569), Toulouse, 1976.
Báuer, Clem ens, “ Studien zur spanischen Konkordatsgeschichte des spáten M it-
telaltérs. Das spanische K onkordát von 1482” , Spanische Forschungen der
Górresgesellschaft“. Gesammelte AufsátzezurKulturgesckickte Spaniens, t. 11.(1955),
pp. 43 ss.
Bennassar, Bartolomé, Valladolid au Sicle d'Or. Une ville et sa campagne au xvi siécle
París, 1967.
Recherches sur les grandes épidémies dans le N ord de l ’E spagne á la fin du xvi siécle
Problémes de faits et de Méthode, París, 1969.
------“ Consom m ation, investissement, m ouvem ents de capitaux en Gastille aux
x vie e t XVIf siécles” , Conjoncture économique, structures sociales. H om mage a Er-
nest Labrousse, París-L a H aya, 1974, pp. 139 ss.
Bishko, C harles Ju liá n , “ T h e C astilian as Plainsm an: T he M edieval R anching
Frontier in La M ancha an d E xtrem adura”, A rchibald R. Lewis y Thom as
F. M cGann, comps, The N ew World looks at its History, Austin, 1963, pp. 47 ss.
Blaich, Fritz, Die Epoche des Merhantilismus, W iesbaden, 1973. Bóckenforde,
Ernst-W olfgang, Staat und Gesellschaft, Wege der Forscung CDLXXI . Darms-
tandt, 1976.
Borah, W oodrow, “Representative Institutions in the Spanich Empire: T he New
W orld” , The Americas, vol. X II, no. 3 (1956), pp. 246 ss.
Boxer, C .R ., The Chuch Militant and Iberian Expansión 1440-1770, “ T he Jo h n s
Hopkins Symposia in C om parative H istory” , no. 10, Baltimore y Londres,
1978.
Braudel, Fem and, La Méditerranée et le Monde Mediterranéen á lÉpoque de Phüippe II,
2 vols., París, 1966.
B urckhardt, Jak o b , Die Kultur der Renaissance in Italien. Ein Versuch, editado por
; W erner Kaégi, Berlín-Leipzig, 1930.
C ab rera M uñoz, Emilio, “ L a oposición de las ciudades al régim en señorial: el
caso de C órdoba frente a los S otom ayorde Belalcázar” , Historia. Instituciones.
Documentos, vol. 1, Sevilla, 1974, pp. 11 ss.
C alderón Q uijano, José A ntonio, Historia de las Fortificaciones en Nueva España, Se­
villa, 1953.
C arande, R am ón, Carlos V y sus banqueros, 3 vols., M adrid, 1949- 1967.
------“ L a economía y la expansión u ltram arina bajo el gobierno de los Reyes C a ­
tólicos” , del m ism o, Siete Estudios de Historia de España, Barcelona, 1969, pp.
7 ss.
C argía, Róm ulo D ., Historia de la Leyenda Negra Hispanoamericana, M adrid, 1944.
C arm agnani, M arcello, Les mécanismes de la vie économique dans une société coloniale:
Le Chili (1680-1830), París, 1973.
C arreño, A lberto M aría, “ C ortés, hom bre de Estado” , Boletín de la Real Academia
de la Historia, tom o C X X III, cuaderno 1(1948). M adrid, pp. 171 ss.
C arro, V enancio D ., O .P ., La teología y los téologos juristas españoles ante la conquista
de América, Salam anca, 1951. ,
C astañeda Delgado, Paulino, La teocracia pontificialy la conquista de América, “ Vic-
toriensia. Publicaciones del Sem inario de V itoria” , vol 25, V itoria, 1968.
C astro, Américo, España en su Historia, Cristianos, Moros y Judíos, Buenos Aires,
1948.
------ La realidad histórica de España, M éxico, 1954.
C epeda A dán, José, En torno al concepto de Estado en los Reyes Católicos, M adrid,
1956.
Céspedes del Castillo,. Guillerm o, “ La sociedad colonial am ericana en los siglos
xvi y x v i i ” , Ja im e Vicens Vives, com p., Historia social y económica de España y
América, Barcelona, 1972, vol: 3, pp. 321 ss.
— —Latin America: The Early Years, N ueva York, 1974.
----- -“ La visita como institución in d ian a” , Anuario de Estudios Americanos, vol, III.
(1946), pp. 984 ss.
C ham berlain, R obert S., “ Castilian Backgrounds of the R epartim iento-
Encom ienda” , C arnegie Institution of W ashington, editor, Contributions to
American Anthropology and History, vol. V (1939), pp. 19 ss.
C haunu, Fierre, L ’Espagne de Charles Quint, 2 vols., París, 1973.
____ Séville et l ’a tlantique (1504-1650). Partie interprétative, t. VIII, París, 1959.
____ L ’expansión europénne du x v ii au x v siécle, Nouvélle Clio, no. 26, París, 1969.
___ _ C o n q u éte et exploitation des N ouveaux M ondes, (x vi siécle), Nouvelle
Clio, 26 bis., París, 1969.
Cieza de León, Pedro de, Guerras civiles del Perú, editado por Marcos Jiménez de la
Espada, 2 vols., M adrid, 1877-1881.
Colección de documentos para la Historia de Costa Rica relativos al Cuarto y último Viaje de
Cristóbal Colón, San José, 1952.
Cortes de los antiguos Reinos de León y de Castilla, t. 4, M adrid, 1882.
C rah án , M argaret E ., “ Spanish and A m erican C onterpoint: Problerns and Pos-
sibilities in Spanish Colonial A dm inistrative H istory” , R ichard G raham y
P eter H . Smith, com ps., New Approaches to Latin American History, A ustin y
Londres, 1974, pp. 36 ss.
Dawson, C hristopher, The Dividing of Christendom, Londres, 1971.
Diccionario de Historia Eclesiástica de España, editores Q u intin Aldea V aquero, T o ­
más M arín M artínez, José Vives G atell, 4 vols., M adrid, 1972-1973.
D om ínguez Ó rtíz, A ntonio, E l Antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias,
Historia de España Alfaguara, vol. 4, M adrid, 1973.
..Los judeoconversos en España y América, M adrid, 1971.
Eisenstadt, S .N ., The Political Systems o f Empires, N ueva Y ork-Londres, 1963.
Elliott, J.H ., The Oíd World and the, New 1492-1650, C am bridge, 1972.
—— Imperial Spain, 1469-1716, Londres, 1963.
Encinas, Diego de, Cedulario Indiano, facsímile, M adrid, 1946.
Engel, Josef, “ V on d er spátm ittelalterlichen respublica christiana zum M áchte-
E uropa der N euzeit” , T h . Schieder, editor, Handbuch der Europáischen
Geschichte, t. 3, Stuttgart, 1971, pp. 1 ss.
Ennis, A rthur, O .S .A ., “ T he conílict between the R egular and Secular
C lergy” , R ichard E. Greenleaf, com p., The Román Catholic Ckurck in Colonial
Latin America, N ueva York, 1971, pp. 63 ss.
Fernández Alvarez, Manuel, La sociedad española del Renacimiento, Salamanca, 1970.
F ernández-Santam aría, J .A ., “ T he State, W ar and Peace. Spanish Political
T h o u g h t in the Renaissance 1516-1559. ” Cambridge Studies in Early Modern
History, C am bridge, Londres, Nueva York, M elbourne, 1977.
Ferrari, Angel, “ L a secularización de la teoría del Estado en las P artid as” ,
Anuario de Historia del Derecho Español, vol. X I (1934), pp. 449 ss.
Femando el Católico en Baltasar Gracián, M adrid, 1945.
Fisher, Lillian Estelle, Viceregal Administration in the Spanish-American Colonies, Ber-
keley, C al. 1926.
Frank, A ndré G under, Capitalism and Undervelopment in Latín America, N ueva
York, 1967.
G arcía de C ortázar, José Angel, La época medieval, Historia de España Alfaguara, vol.
II, M adrid , 1974.
G arcía-G allo, Alfonso, “ Los orígenes de la adm inistración territorial de las In ­
dias: El gobierno de Colón” , en A. G arcía-G allo, Estudios de Historia del D e­
recho Indiano, M adrid, 1972, pp . 563 ss. ¡
- — “L a constitución política de las Indias españolas”, en A. García-Gallo, E stu ­
dios de Historia d el Derecho Indiano, M adrid, 1972, pp. 489 ss.
- — “Los virreinatos am ericanos bajo los Reyes Católicos”, en A. García-Gallo
Estudios de la Historia d el Derecho Indiano, M adrid, 1972, pp. 639 ss,
-— “El desarrollo de la historiografía jurídica indiana”, en A. García-Gallo E s­
tudios de Historia d el Derecho Indiano, .M adrid, 1972, pp. l í ss.
----- ‘ ‘El servicio m ilitar en In d ias” , Anuario de Historia dél Derecho Español, vol; 26
(1956), pp. 447 ss.
—— “ Las bulas de A lejandro V I y el ordenam iento jurídico en la expansión por-
tuguesá y castellana en Africa e In d ias” , Anuario dé Historia ¿leí Derecho Espa­
ñol, vol. 27/28 (1957/58), pp. 461 ss.
—— “ Las Indias en el reinado de Felipe II. L á solución del problem a de los ju s ­
tos títulos” , del m ism o, Estudios de Historia del Derecho Indiano, M adrid, 1972,
pp. 425 s.
“Génesis y desarrollo del Derecho In d iano’’, én A. G arcía-G allo Estudios de
Historia del Derecho Indiano, M adrid, 1972, pp. 123 ss.
----- “ Los principios rectores de la organización territorial de lás Indias en el
siglo xvi ”> en A. G arcía-G allo, Estudios de Historia del derecho Indiano,
M adrid, 1972, pp. 661 ss.
----- “ Alcaldías M ayores y C orregidores en In d ia s” , Academ ia Nacional de la
H istoria (C aracas), editor, Memoria del Primer Congreso Venezolano de Historia.
C aracas 1972, vol. 1, pp. 299 ss. GayangóS, Pascual dé, editor, Cartas y réla-
ciones de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, París, 1866.
G erhard, Peter, “ A G uide to the Histórica! G eography of New S pain” , Cambrid­
ge Latín American Studies, no. 14, C am bridge, 1972.
Gibson, Charles, “T h e T ránsform ation o f the Indian Com m unity in New Spain.
1500-1800”, Caihers d ’H istoire Mondiale, vol. II, no. 1 (1954), París, pp. 581 ss
- — The Aztecs under Spánish Rule, Stanford, 1964.
G im énez Fernández; M anuel, “ N uevas consideraciones sobre la historia y él
sentido dé las letras alejandrinas de 1493 referentes a la s Indias’’-, Anuario de
Estudios Americanos, vol. 1 (1944), pp. 173 ss.
-----“ H ernán C ortés y su revolución com unera en la N ueva E spaña’’, Anuario de
Estudios Americanos, vol. V . (1948), pp. 1 ss.
B artolom é de las Casas, 2 vóls., Sevilla, 1953-1960.
“ Las C ortes de la Española en 1518” , Anales delá Universidad Hispalense, vol. X V ,
no. 2 (1954), pp. 47 ss.
G óngora, M ario, E l estado en el derecho indiano, Santiago, 1951.
— —Los grupos de conquistadores en Tierra Firme (1509-1530). Fisonomía histórico-
social de un tipo de conquista, Santiago, 1962.
------Studies in the Colonial History o/Spanish America, “ C am bridge L atin A m erican
Studies” , no. 20, C am bridge y otros, 1975.
González Alonso, Benjam ín, E l corregidor castellano, 1348-1808, M adrid, 1970.
G uillarte, Alfonso M aría, El régimen señorial en el siglo xvi, M adrid, 1962.
G utiérrez Nieto, J u a n Ignacio, “ La estructura castizo-estam ental de la sociedad
castellana del siglo xvi” , Hispania, vol. 33 (1973), pp. 519 ss.
H anke, Lewis, The Spanish Struggle for Justice in the Conquest of America, Filadelfia,
-■ .1949. ■
------La lucha por lajusticia en la conquista de América, Buenos Aires, 1949, (Se utilizó
la traducción de la obra arrib a m encionada a causa de los docum entos en ella
reproducidos en lengua española.)
------ A ll Mankind. is One. A Study o f the Disputation Between Bartolomé de Las Casas and
Juan Ginés de Sepúlveda on the Religious and InteUectual Capacity o f the American In-
dians, Dekalb, 1974.
— “ Guí a dé las fuentes en el Archivo G eneral de Indias para el estudio de la
adm inistración virreinal española en M éxico y eh el Perú (1535-1700), La-
teinameri/canische Forschungen, t. 7, 3 vols., Golónia-V iena, 1977. : .
H aring, C . H . E l comercio y la navegación entre España y las Indias en época de los Hábs-
burgo, París-Bruselas, 1939. :
------The Spanish Empire in America, N ueva edición de la de 1952, N ueva York,
1963.
H artu n g , Fritz y M ousnier, R oland, “Q uelques problém es concernant la Mo-
: narehie absolue” , Comitató Internationale di Scienze Storiche, R om a, 4 rl 1, sep­
tiem bre de 1955, Relazioni, vol. IV , Firenze, pp. 1 ss.
Hintze, O tto, “Staatenbildung und Verfassungsentwicklung”, en D. Hintzé, Staat
und Verfássung. Gesammelte Abhandlungen zur allgemeinen Verfassungsgeschichte, se­
gunda edición aum entada, editada po r G erh ard O estreich, G otinga, 1962,
'pp-. 34 ss. '.i:'
------“ W esen und W andlung des m odernen S taates” , del m ism o, Staat undVerfas-
-sung: Gesammelte Abhandlungen zur allgemeinen Verfassungsgeschichte, segunda edi­
ción aum entada, editada por G érhard O estreich, G otinga; 1962. pp. 242 ss.
H offner, Joseph, Kolonialismus und Evangelium: Spanische Kolonialethik im Goldenen
Zeitalter, segunda edición m ejorada, T rier, 1969. -T
Hübatech, Waltér, compC,^ Absolutismus. Wege der Forschurtg, t. 314 Darmstadt, 1973.
H uddleston, Leé Eldridge, Origins o f the A m erican Indians. European Concepts,
1492-1729, A ustin-Londres, 1967.
Israel, J.I.,Race, Class and Politics in Colonial México 1610-1670, O xford U niver-
sity Press, 1975.
Ja ra , Alvaro, Guerre et société au Chili. Essái de sociologie colóniale, París, 1961.
Ju d erías, Ju liá n , La Leyenda Negra, octava edición com pletam ente m odificada
Barcelona, 1917.
K agan, R icahrd L ., Students and Society in early modem Spain, Baltim ore-Londres,
1974.
K ahle, G ünter, “ Die Encom ienda ais m ilitárische Intitution im kolonialen His-
panoam erika”, Jah rbu ch fü r Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lat-
einamerikas, t. 2 (1965), C olonia-V iena, pp. 88 ss.
------“ Geldwirtschaft im frühen Paraguay (1537-1600), Jahrbuch fiir Geschichte von
Staat W irtschaft und Gesellschaft Lateinam erikas, t. 3 (1966), Colonia-Viena,
pp. 1 ss.
K am en, H enry, The Spanish Inquisition, Londres, 1965.
K atz, Friedrich, Vorkolumbische Kulturen. Die Grossen Feiche des alten Amerika,
Kindlers Kulturgeschichte, M unich, 1969.
Keen M .H ., The Laws of War in the Late Middle Ages, Londres-Toronto, 1965.
K eith, R o b e rtC ., “ Encom ienda, H acienda and C orregim iento in Spanish A m e­
rica: Á Structural A nalysis” , Hispanic American Historical Review, vol. 51, tío.
3 (1971), pp. 431 ss.
K laveren, J . van, “ Die historische E rscheinung der K orruption, in ihrem Zu-
sammensang m it der Staats— u nd Gesellschaftstruktur betrachtet”, Vierteljahr-
schrift fw r Sozial— und Wirtschaftsgeschichte, vol, 44 (1957), pp: 289 ss.; vol. 45
(1958), pp. 433 ss. y vol. 46 (1959), pp. 204 ss.
Kobayasbi, Jo sé M aría, La educación como conquista, M éxico, 1974.
K onetze, R ichard, Geschichte des spanischen und portugiesischen Volkes, Die Grosse
Weltgeschichte, t. 8, Leipzig, 1939. s
------Das spanische Weltreich. Grundlagen und Entstehung, M unich, 1943.
—— “ Las ordenanzas de gremios como docum entos para la historia social de
H ispanoam érica d urante la época colonial” , Revista Internacional de Sociología,
vol. 5, nos. 17-18 (1947), M adrid, pp. 1 ss.
------“ L a esclavitud de los indios como elem entó en la estructuración social de
H ispanoam érica”, Estudios de Historia Social de España, M adrid 1949,
pp. 3 ss.
------ “ Estado y sociedad én las In d ias” , Estudios Americanos, Sévilla, vol. 8, no. 8
(1951), pp. ss.
— —Colección de Documentos para la Historia de la Formación Social de Hispanoamérica
1493-1810, 3 vols. en 5, M adrid, 1953-1962.
------ “ D er weltgeschichtliche M om ent d er Entdeckung A m erikas” Historische
Zeitschrift, vol. 182, no. 2 (1956), pp. 267 ss.
------ Ubérseeische Entdeckungen u n d E roberungen1‘, Propyláen- Weltgeschichte, t .
6, Berlín y otros, 1964.
Die Indianerkulturen Altamerikas und die spanisch-portugiesische Kolónialherrschaft,
Fischer Weltgeschichte, t. 22: S ü d — u n d M ittelam erika 1, Francfort, 1965,
— —“Die spanischen Verhaltensweisén zum H andel ais V oraussetzungen für das
V ordringen d er auslandischen K aufleute in Spanien”, H erm an n Kellen-
benz, com p., Fremde Kaufleute auf der Iberischen Halbinsel. Kolríer Kolloquien zur
intemationalen Wirtschaftsgeschichte, vol. 1, C olonia-V iena 1970, pp. 4 ss.
------“Die ‘G eographischen B eschreibungen’ ais Q uellen zur hispanoam erika-
nischen Bevolkerungsgeschichte der K olonialzeit’ ’, Jahrbuchfür Geschichte von
Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, vol. 7 (1970), pp. 1 ss.
------C hristentum und C onquista im spanischen A m erika“ , Saeculum, vol.
X X III, no. 1 (1972), pp. 59 ss.
------“ T erritoriale G rundherrschaft u nd L andesherrshaft im spanischen Spátm it-
telálter”, Mélanges en L ’H onneúr de F em and Braudel, Vol. 1, Toulouse, 1973,
pp. 299 ss.
------“ P ara un estudio de la historia del estado y lá sociedad en la H ispanoam éri­
ca colonial” , Instituto de Estudios A m ericanistas, editor, Homenaje al Doctor
Ceferino Garzón Maceda, C órdoba, 1973, pp. 51 ss.
Kossok, M anfred y Markov, W alter, ‘Las Indias non (sic) e ra n Colonias ? Hin-
terg rü n d re einer K olonialapologetik”, Lateinam erika zwischen Em anzipation
und Imperialismus. 1810-1960. Kolonialgeschichte und Geschichte dér nationalen
und kolónialen Befreiungsbewegung, editado por W alter M arkov, Berlín, 1961,
pp. 1 ss.
Ladero Q uesada, Miguel Angel, La hacienda real de Castilla en el siglo xv, L a Lagü-
na, 1973.
Lalinde A badía, Jesús, “ V irreyes y lugartenientes m edievales en la C orona de
A ragón” , Cuadernos de Historia de España, Buenos Aires, vols. 31-32 (1960),
pp. 98 ss. "
Lang, Jam es, Conquest and Commérce. Spain and England in the Americas. Studies in So­
cial Discontinuity, N ueva York y otros, 1975.
Lapeyre, H enri, Une famille de marchands: les Ruiz, París, 1955.
Lemistre, Annie, “Les origines du ‘Requerim iento’” Mélanges dé la casa de Veláz-
quez, París, vol. V I (1970), pp. 161 ss.
Levene, R icardo, Las Indias no eran colonias, Buenos Aires, 1951.
Liss, Peggy J . , México under Spain 1521-1556. Society and the Origins of Natiúnality,
Chicago-Londres, 1975.
Lockhart, Jam es, Spanish Perú 1532-1560. A Colonial Society, M adison, 1968.
------“ Encom ienda and H acienda:' T he Evolution o f the G reat Estate in the Spa­
nish Indies” , Hispanic American Historical Review, vol. 49 (1969), pp. 411 ss.
------“ T he social history of colonial Spanish America: Evolution and Potential” ,
Latin American Research Review, vol. V II, no. 1 (1972), pp. 5 ss.
------“ Letters and People Spain’ ’, Fredi C hiappelli, co m p ., First Images of Ameri­
ca. The Impact of the New World on the Oíd, Berkeley, Los Angeles, Londres,
1976, vol. II, pp.- 783 ss.
----- -“ Letters and People of the Spanish Indies. Sixteenth C entury, O tté, E n ri­
que, com ps., Cambridge Latin American Studies, t. 22, C am bridge y otros,
1976.
Lohm ann V illená, G uillerm o, “ Las C ortes en Indias’ ’, Anuario de Historia del De­
recho Español, vol. 18 (1947), pp. 655 ss.
------E l Corregidor de Indios en el Perú bajo los Austrias, M adrid, 1957.
------ Les Espinosa: une fam ille d'hommes d ’affaires en Espagne et aux Indes a l’époque de la
colonisation, París, 1968.
Lüthy, H erbert, “V ariatioen ü b er ein T h em a von M ax W eber”, Seminar: Religión
und gesellschaftliehe Entwicklung- Studien zur Protestantism us— K apitalism us■
These Max Webers, compilado con Constants Seyfahrth y W alter M. Sprondel, “Suhr-
kam p Taschenbuch Wissenschaft1’, no. 38, Francfort, 1973, pp. 99 ss.
Lunenfeld, M arvin, The Council of the Santa Hermandad, M iam i, 1970.
Lynch, Jo h n , Spain under the Habsburgs, 2 vols., O xford, 1965- 1969.
M acK ay, A ngus, “ Popular M overnents and Progrom s in Fifteerith-Century
C astile” , Past & Present, no. 55 (1972), pp. 33 ss.
M acLeod, M urdo J . , Spanish Central America. A Socioeconomic History, 1520-1720,
Berkeley, Los Angeles, L ondres, 1973.
M agalhaáes G odinho, V itorino, L ’économie de l ’E m pire Portugais aux xve et xvi
siecles, París, 1969,
M alagón-Barceló, Jav ier, “ T h e Role of the Letrado in the Colonization of A m e­
rica” , The Americas, vol. X V III, no. 1 (1961), pp. 1 ss.
M anzano M anzano, Ju a n , “ L a adquisición de las Indias por los Reyes Católicos;
y su incorporación a los reinos castellanos” , Anuario de Historia del Derecho Es­
pañol, vols. X X I-X X II (1951-1952), pp. 5 ss.
M aravall, José Antonio, “ El pensam iento político de Fernando el Católico” ,
Congreso de la Corona de Aragón, V. Estudios, vol. 2, Zaragoza, 19.56, pp. 7 ss.
“Los ‘hom bres de saber’ o letrados y la form ación de su conciencia estam en­
tal”, en J.A . Maravall, Estudios de historia del pensamiento español. Edad Media,
M adrid, 1967, pp. 345 ss.
---- - “ Del régim en feudal al régim en corporativo; en el pensam iento de Alfonso
X ”, en J.A . Maravall, Estudios de Historia del pensamiento español. E dad Media,
M adrid, 1967, pp. 87 ss,
------Estado moderno y mentalidad social. Siglos xv a xvu, 2 vols., M adrid, 1972..
M ariluz U rquijo, José M aría, Ensayo sobre los juicios de residencia indianos, Sevilla,
1952.
M artínez C ardos, José, Las Indias y las Cortes de Castilla durante los siglos xyty xvu,
: M adrid, 1956.
M a u n z , T h e o d o r , Das Reich der spanischen Grossmachtzeit, H a m b u r g o , 1944.
—■
— M a u ro , F réd éric , L ’E xpansión européenne (1600-1800), Nouvelle Clio, 2a. edición
re v is a d a , P a rís , 1967.
M enéndez P id a l,.R am ón, España y su historia, vol. 1, M adrid, 1957.
------Die Spainer in der Geschichte, D arm stadt, 1970.
M inisterio de la V ivienda, editor* Transcripción de las ordenanzas de descubrimiento,
nueva población y pacificación de las Indias, dadas por Felipe II, el 13 de julio de 1573,
M adrid, 1973.
M iránda, José, Las, ideas y las instituciones políticas mexicanas. Primera parte
1521-1820, M éxico, 1952.
—■ — E l tributo indígena en la Nueva España durante el siglo xvi, M éxico, 1952.
— —La función económica del encomendero en los orígenes del régimen colonial (Nueva Espa­
ña. 1525-1531), segunda edición, M éxico, 1965.,
M órner, M agnus, La Corona española y los foráneos en los poueblos de indios de América,
Estocolmo, 1970.
Moore, John Preston, The Cabildo m Perú under the Hapsburgs. A Study in the Origtns and
Powers of the Town Council in the Viceróyalty ofPerü 1530r '17Q0, D u rham , C aro ­
lina del N orte, 1954.
M orales G .F .M ., Francisco, Ethnic and Social Background of the Franciscan Friars in
Seventeenth Century México, W ashington, D .C ., 1973.
M orales M oya, A ntonio, “ El estado absoluto de los Reyes Católicos” , Hispania,
vol. 129, 1975 (1976), pp. 75 ss.
Morison, Sam uel Elio t, A dm iral o f the Ocean Sea, 2 vols., Boston, 1942.
Morse, R ich ard M ., “T ow ard a T heory of Spanish A m erican G overnm ent”,
Journal of the History of Ideas, vol. X V , no. 1 (1954), pp. 71 ss.
------“ Introducción a la historia u rb an a de H ispanoam érica”^ Revista de Indias,
año xxxn (1972) pp. 9 ss.
M ousnier, R oland, Les hiérarchies sociales de 1450 a nos jours, París, 1969.
----- Les institutíons de la France sous la Monarchie absolue, 1598 1789, tom o 1: Société
et état, París, 1974.
M oxó, Salvador de, “ De la nobleza vieja a la nobleza nueva:' L a transform ación
nobiliaria castellana en la Bajá Edad M ed ia’ ’, Cuadernos de Historia. Anexos de
la revista Hispania, vol. 3, M adrid, 1969, pp. 1 ss*
------- “ El señorío, legado m edieval” , Cuadernos de Historia. Anexos ele la revista H is­
pania, vol. 1, M adrid, 1967, pp. 105 ss.
M uro O rejón, Antonio, “ Las Leyes Nuevas de 1542-1543. O rdenanzas paira la
gobernación de las Indias y buen tratam iento y conservación de los Indios” ,
Anuario de Estudios Americanos, vol. 16 (1959), pp. 561 ss.
------editor, Los capítulos de Corregidores de 1500, Sevilla, 1963.
------Pérez Em bid, Florentino; M orales Padrón, Francisco,^editores, Pleitos Co-'
lombianos, vol. 1, Sevilla, 1967.
N af, W erner, “Frühform en des ‘m odernen Staátes’ im S p atm ittelalter”, H anns
H u b ert H ofm ann, com p., Die Enstehung des m odernen souveranen Stáates,
“N eue W issenschaftliche Bibliothek”, no. 17, C olonia-Berlin, 1967,
pp. 101 ss.
Oestreich, G érhard, “ Strükturproblem é des europáischen A bsolutism us” , del
mismo, Geist und Gestalt des frühmódernen Staates. Ausgewáhlte Aufsátze, Berlín,
1969, pp. 179 ss.
Ots C apdequí, José M aría, E l estado español en las Indias, 4a. edición, México-
Buenos Aires, 1965.
-*——Historia del Derecho Español en América y del Derecho Indiano, M ad rid , 1969:
------ “ Interpretación institucional de la colonización española en A m érica” , Ins­
tituto Panam ericano de G eografía e H istoria, editor, Ensayos sobre la-historia
del Nuevo Mundo, M éxico, 1851, pp. 287 ss.
O tte, E nrique, “ C artas privadas de Puebla del siglo xvi” , Jahrbuch fü r Geschichte
von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, Colonia-V iena, vol. 3
(1966), pp. 10 ss.
------ “ T rág er u nd Form en der w irtschaftlichen Erschliessung Lateinam erikas im
16. J a h rh u n d e rt” , Jahrbuch fü r Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft
Lateinamerikas, C olonia-V iena, vol. 4 (1967), pp. 226 ss.
Palafox y Mendoza, Ju a n de, “M em orial al Rey, por don Ju a n Palafox y M endo­
za, de la naturaleza y virtudes del indio’ ’, del m ism o, Tratados Mejicanos, vol.
II, Biblioteca de Autores Españoles, no. C C X V IIí, Madrid* 1968, pp. 91 ss.
P arker, Geoffrey, The Army of Flanders and the Spanish Road 1567-1659. TheLogistics
o f Spanish Victory and Defeat in the Low Countries’ War, C am bridge, 1975.
P arry, J . t í . , The Audiencia^ of New Galicia in the sixteenth century, C ám bridge,
1948.
------“ T h e Sale of Public Office in the Spanish Indies u n der the H apsburgs” ,
Ibero-Americana, no. 37, Berkeley y Los Angeles, 1953.
------The Spanish Seabome Empire, Londres y otros, 1966.
------“ A Secular Sense o f Responsibility” , Fredi Chiappelli, c o m p .,First Images
of America. The Impact of the New World on the Oíd, vol. í, Berkeley y otros,
1976, pp. 287 ss.
Paso y Troncoso, Francisco del, editor, Epistolario de Nueva España, recopilado
por..., 16 vols., México, 1939-1942.
Pérez de la C anal, M iguel Ángel, “L a justicia de la corte de Castilla d u ra n te los
siglos XIII al xv”, Historia. Instituciones. Documentos, vol. 2, Sevilla, 1957,
pp. 383 ss.
Pérez de T udela, J u a n “ Castilla ante los comienzos de la colonización de las In ­
dias” , Revista de Indias, no. 59 (1955), pp. 11 ss.
Pérez Em bid, Florentino, “ El A lm irantazgo de Castilla hasta las capitulaciones
de Santa F e” , Anuario de Estudios Americanos, vcol. 1 (1944), pp. 1 ss.
Pérez, Jóseph, La R evolution des “C om unidades” de Castille (1520-1521). Bor-
deaux 1970. ^
V Espange du x v i siecle. París, 1943.
Peters, H ans, Zentralisation und Dezentralisation, Berlín, 1928. ,.
Phelan, Jo h n Leddy, The Study ofthe Writings of Gerónimo de Mendieta, 1525-1604,
Berkeley, 1956.
----- -“ A uthority and Flexibility in the Spanish Im perial B ureaucracy” , Admi-
nistrative Science Quarterly, vol. V . (1960), pp. 47 ss.; traducción alem ana en
R enate M ayntz, com p., Bürokratische Organisation, “ N eue Wissenschaftliche
B ibliothek” , no. 27, segunda edición, Colonia- Berlín, 1971, pp. 342 ss.
The K ingdom o f Quito in the Seventeenth Century, M adison y otros, 1967 .
Pietschm ann, H o rst, Die Einführung desdntendantensystems in Neu-Spanien im Rahmen
der allgemeinen Verwaltungsreform der spañischen Monarchie im 18. Jahrhundert,
“L ateinam erikam ische Forschungen’’, t. 5, C olonia-V iena, 1972.
— —“ Corregidores, Alcaldes M ayores u n d Subdelegados’’, Jahrbuchfür Geschichte
von Staat, Wirischa.fi und Gesellschaft Lateinamerikas, C olonia-V iéná, t. 9(1972),
pp. 173 ss.
Pike, R u th , Aristocrats and Tráders. Sevillian Society in the Sixteenth Centüry, Ithaca y
Lóndres, 1972.
Pohl, H ans, “ Z ur Geschichte des adligen U nternehm ers im spanischen A m erika
(17 .?18. Ja h rh u n d e rt)”, Jahrbuch f ü r Geschichte von Staat, W irtschaft und Ge­
sellschaft Lateinamerikas, C olonia-V iena, t. 2 (1965), p p . 218 ss.
Q uaritsch, H elm ut, Staat und Souveránitat, t. 1: Die Grundlagen, F rancfort, 1970.
R am os Pérez, D em etrio, “ Las ciudades de Indias y su asiento en C ortes de C as­
tilla” , Revista del Intitulo de Historia del Derecho Ricardo Leoene, Buenos Aires,
vol. 18 (1967) pp. 170 ss.
— ~“L a doble fundación de ciudades y las ‘huestes’” , R e v ista d e In d ia s, nos.
127-130 (1972), pp. 107 ss.
R anke, Leopoid von, Die Osmanen und die spanische Monarchie im sechszehntén und
siébzehnten Jahrhundert, tercera edición, Berlín* 1857.
R aum er, K u rt von, “ A bsoluter Staat, korporative L ibertát, persónliche
F reiheit” , H anns H u b ert Hofrriann, com p., Die Entstehung des modemen souve-
ranen Staates, Neue Wissenschaftliche Bibliothek”, no. 17, Colonia Berlín, 1967.
Real D íaz, José Jo aq u ín , Estudio diplomático del documento indiano, Sevilla, 1970.
Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, 4 vols., reim presión, M adrid, 1973.
Reigosa, Fernando, co m p ., Alonso de Contreras. Vida, nacimiento, padres y crianza del
capitán Alonso de Contreras, M adrid, 1967.
R evista de Indias, años X X X II-X X X IV , nos. 127-138 (1972-1974); núm eros
monográficos dirigidos por Francisco de Solano sobre la C iudad
Iberoam ericana.
R icard, R obert, La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los méto­
dos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572,
M éxico, 1947.
Ríos, Fernando de los, Religión y Estado en la España del siglo xvi, M éxicó-Buenos
Aires, 1957.
R itter, G erhard, Die Neugestaltung Deutschlands und Europas im 16. Jahrhundert,
Francfort-B erlín, 1967.
------Die Weltwirkung der Refonhation, tercera edición, D arm astadt, 1969.
R om án R om án, Alberto Yalí, “ O rigen y evolución de la secretaría de Estado y
de la secretaría del despacho” , Jahrbuch fü r Geschichte von Staat, Wirtschaft und
Gesellschaft Lateinamerikas, C olonia-V iena, t. 6 (1969), pp. 41 ss.
-------“ Sobre alcaldías m ayores y corregim ientos en In d ias” , Jahrbuch fü r Geschichte
von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, C olonia-V iena, t. 9 (1972),
pp. 1 ss.
------“ L a génesis del sistem a adm inistrativo indiano” (m anuscrito inédito).
R om ano R uggiero, “ H istoria colonial hispanoam ericana e historia de los pre­
cios” , Temas de historia económica hispanoamericana, París-El H aya, 1965, pp. 11 ss.
— —Les mécanismes de la conquéte coloniale: les conquistadores, París 1972.
R ubio M añé,i Jo rg e Ignacio, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España,
1535-1746, vol. 1, M éxico, 1955.
R u iz M artín , Felipe, “ D em ografía eclesiástica” , Diccionario de Historia Eclesiástica
de España, editores ¡Q uintín A ldea V aquero, T om ás M arín M artínez, José
V ives Gastell, 1972-1973, vol. 2, pp. 682 ss.
R uiz R ivera, Ju liá n B ., Encomienda y mita en Nueva Granada en el siglo xvu, Sevilla,
1975.
Salom on, Noel, La campagne de Nouvelle-Castille a la fin d u xvi siécle, d ’aprés les
“Relaciones topográficas", París, 1964.
Sánchez Agesta, Luis, “El ‘poderío real absoluto’ en el testamento de 1554 (Sobre
los orígenes de la Concepción del E stado)” , Carlos V (1500-1558), Homenaje
de la Universidad de Granada, G ran ad a, 1958,. pp. 439 ss.
------É l concepto del Estado en el R enacim iento español del siglo xvi> M adrid, 1959.
Sánchez-Albornoz, Claudio, España,, un enigma histórico, 2 vols., Buenos Aires,
1956.
—-— “ T he F rontier and C astilian L iberties” , A rchibald R . Lewis y T hom as F.
M cG ann, com ps.*.Thg-New World looks at its History, A ustin, 1963, pp. 27 ss.
Sánchez-Bella, Ism ael, L a organización financiera de las;Indias. Siglo xvu Sevilla,
1968 Santa Cruz, Alonso de, Crónica de los R eyes Católicos. Edición y estudio po r
Juan de M ata Carriazo, Sevilla, 1951.
S arfatti, M agali, Spanish'Bureaucratic-Patrimonialisni in Am erica, Berkeléy, 1966.'
Sayous, Aridré, “Partnerships in th e tra d e betwéén Spain an d A m erica an d also
in the Spanish coloñies in th e sixteerith ceritury ” íJournal o f Economic and Bus-
sines History, G am bridge, Mass., vol. 1 (1928-1929), pp. 282 ss.
“L ’a d ap tatio n des m ’ethodes com m ercialés et des institutiohs économ iques
des pays chrétiens de la m éd iterran ée accidentales en l’A m érrque p en d an t la
prem iére m oitié d u xvie siécle”, W irt-schaft und Kultur, Festschrift zum 70. Ge-
burtstag von Alfons Dopsch, F ran k fu rt, 1966, pp. 611 ss.
Schafer, Ernesto, E l consejo R eal y Supremo de las Indias. Su historia,'organización y
labor adm inistrativa hasta la term inación de la Casa de Austria, 2 vols., Sevilla,
1935-1947. ' ■
Scholes, France V . , “A n Overview of th e Colonial C h ü rch ”, R ichard E. Gre-
enleaf, cóm p., The román Catholic Chwrch in Colonial Latin America, N ueva
York, 1971, pp. 19 ss.
S herm an, W illiam L ., “ Indian Slavery and the C errato R eform s” , Hispanic
American Historical Review, vol. 51, no. 1 (1971), pp. 25 ss.
Sicroff, A lbert, Les controíierses des status de “p u reté de sang" en Espagne du xve au
x v i f siécle, París, 1960.
Siete Partidas, Código de las, en: Los Códigos Españoles concordados y anotados, y oís.
2-4, M adrid, 1872. ' "
Silva, José-Gentil d a , E n Espagne, développem économique, subsistance, déclin, París,
■1965.
Sim pson, Lesley Byrd, The Encomienda in New Spain, Berkeley y Los Angeles,
-.1966,. . -
Stein, Stanley J . y Stein, B arbara H ., The Colonial Heritage of Latin America. Essays
on Economic Dependence in Perspective, N ueva York, 1970.
S traub, E berhard, Das Bellum Iustum des Hernán Cortés in México, “ Beihefte zum
Archiv für K ulturgeschichte” , t. 11, C olonia-V iena, 1976.
Suárez, Santiago G erardo, “ P ara u n a bibliografía de las Reales A udiencias” ,
A cadem ia Nacional de la H istoria (C aracas), editora, Memoria del segundo
Congreso Venezolano de Historia, C aracas, 1975, vol. 3, pp. 209 ss.
Suárez Fernández, Luis, Documentos acerca de la expulsión de los judíos, V alladolid,
1964.
Suárez Fernández, Luis y Fernández Álvarez, M anuel, ¿ a España de los Reyes Ca­
tólicos. 1474-1516, Historia de España¡ dirigida por R am ón M enéndez Pidal,
vol. X V II, M adrid, 1969.
Sylvest, J r., Edwin Edw ard, M otifs o f Franciscan Mission Theory in Sixteen Century
L New Spain Province of the Holy Cospel, W ashington, D .C ., 1975.
Tom ás y V aliente, Francisco, La venta de oficios en Indias (1492-1606), M adrid,
1972; ■
Trevor R oper, H ugh Redw ald, Religión, R eform ation und sozialer U m bruch—Die
Krisis des 17: 'Jahrhunderts, F rancfort-B erlín, 1970.
Valdeavellano, Luis G . de, Curso de historia de las instituciones españolas. De los oríge-
nes al final de la Edad Media, 2a. edición corregida y aum entada, M adrid,
1970. ' ’.•■■■
V erlidén, Charles, “Le problém e de la continuité en histoire coloniale. De la co-
lonisation m édiévale a la colonisation m oderne”, Miscelánea Am ericanista,
M adrid, vol. II (1951), pp. 459 ss.
------Précédents médiévaux de la Colonie en Amérique, M éxico, 1954.
------Les origines de la civilisation atlantique, N euchátel-París, 1966.
Vicens Vives, Jaim e, “ Precedentes m editerráneos del virreinato colom bino” ,
Anuario de Estudios Americanos, vol. V (1948), pp. 457 ss.
------“ T h e A dm ihistrative Structure of the State in the Sixteenth and Sevente­
enth C enturies” , H en ry J . C ohn, com p., Government in Reformation Europe
1520- 1560, “ Stratum Series” , Londres, 1971, pp. 58 ss.
“T h e Economy o f F erdinand a n d Isabella’s R eign” , Roger H ighfield,
com p., Spain in the Fifteenth Century 1369-1516, “ S tratum Series” , Londres,
1972, pp. 248 ss.
Vilar, Pierre, l.a Catalogne dans l’E spagne moderne. Recherhes sur les fondem ents écono-
miques des structures natiohales, 3 vols., París, 1962:
----- “Los prim itivos españoles del pensam iento económ ico ‘C uantitativism o’ y
‘bullonism o’”, del mismo, Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. R efle­
xiones sobre el caso español, Barcelona, 1964, pp. 175 ss.
V ilar, Sylvia, “L a trajectoire des curiosités espagnoles sur les Indes. Trois siécles
d ’‘interrogatorios’ et ‘relaciones’, M elánges de la Casa de Velázquez, París, vol.
V I (1970), p p . 247 ss.
V illam arin, J u a n A. y J u d ith E ., Iridian Labor in Mainland Colonial Spanish America,
N ew ark, 1975.
W allerstein, Im m anuel, The Módem Wórld-System. Capitalist Agricultureand the Ori-
gins of the European World-Economy in the Sixteenth Century, N ueva York, y otros,
1974.
W alser, Fritz, Die spanischen Zentralbehórden und der Staatsrat Karls V, redactado,
aum entado y com pilado por R a in e r W ohlfeil, G otinga, 1959.
W eber, M ax, Wirtschaft und Gesellschaft, com pilado por Johan n es W inckelm ann,
C olonia-Berlín, 1964.
W eckm ann, Luis, “ T h e M iddle Ages in the C onquest of A m erica” , Spefulum,
vol. 26 (1951), pp. 130 ss.
Wolff, Inge, “ R egierung u n d V erw altung der kolohialspanischen Stádte in
H ochperu 1538-1650, Lateinamerikanische Forschuñgen, t. 2, Colonia-V iena,
■ 1970.
Wolff, Philippe, “ T he 1391 Progrom in Spain. Social Crisis or not?, Past & Pre-
sent, no. 50 (1971), pp. 4 ss. !
W ym an, W alker D. y K roeber, Clifton B ., com ps., The Frontier in Perspective, M a-
dison, 1957.
Zavala, Silvio, New Viewpoints on the Spanish Colonization' of America, Filadelfia,
■ 1943. :,
---- -“La evolución del régimen de trabajo”, en S. Zavala, Ensayos sobre la coloniza­
ción española en A m érica, Buenos Aires, 1944, p p . 158 ss.
— “T h e Frontiers of H ispanic A m erica”, W alter D. W ym an y Clifton B. K ro­
eber, comps. The F rontier in Perspective, M adison, 1957, pp. 35 ss.
------ Los esclavos indios en Nueva España, M éxico, 1967.
----- Las institucionesjurídicas en la Conquista de América, segunda edición corregida y
aum entada, M éxico, 1971.
------ La encomienda indiana, segunda edición revisada y aum entada, M éxico, 1973.
---- —Orígenes de la colonización en el Río de la Plata, M éxico, 1978.
Z orraquín Becú, R icardo, La organización judicial argentina en el período hispánico,
Buenos Aires, 1952.
------La organización política argentina en el periodo hispánico, Buenos Aires, 1959.
—— “ Los distintos tipos de G obernador en el D erecho In diano” , III Congreso
del Instituto Internacional de H istoria del D erecho Indiano, M adrid, 17-23
de enero de 1972, Actas y Estudios, M adrid, 1973, pp. 539 ss.
-“ L a condición política de las In d ias’ ’, Memoria del Segundo Congreso Venezolano
de Historia, 3 vols., C aracas, 1975, vol. III, p.^^387 ss.
APÉNDICE DE LA BIBLIOGRAFÍA

Apéndice de la bibliografía

1. Fuentes manuscritas

Archivo General de Indias (AGI), Audiencia México, legajos 601, 820, 830, 831,
844, 1358, 1359

Archivo General de la Nación (México), Ramo Alcaldes Mayores, tomo 6, Expe­


diente 35

Yndize comprehensibo de todos los Goviemos Corregimientos, y Alcaldías Mayo­


res que contiene la Governación del Virreynato de México. Sus anexas
Audiencias y frutos que produce cada pais en que puedan divertir sus Quin­
quenios los Provistos, que no tienen practica, dispuesto por el ABC para la
mayor Inteligencia. Año de 177. Manuscrito en la New York Public
Library, Manuscript División
2. Bibliografía y fuentes publicadas

Solange Behocaray Alberro, “Inquisition et societé: Rivalités de pouvoirs á


Tepeaca (1656-1660)”, en: Annales. E.S.C. 1981, pp. 758 ss.
Christian Brünner comp., Korruption und Kontrolle. — Studien zu Politik unid
Verwaltung, Colonia, 1982.
Mark A. Burkholder - David S. Chandler, From Impotence to Authority. The
Spanish Crown and the American Audiencias, 1687-1808, Columbia, 1977.
Ramón Carande, “Zum Problem einer Wirtschaftsgeschichte Spaniens”, en:
Historische Zeitschrift, 1961, yol. 193, pp. 369 ss.
Germán Colmenares, “Factores de la vida política colonial: el nuevo Reino de
Granada en el siglo xvm (1713-1740)”, en: J. Jaramillo Uribe comp., M anual
de Historia de Colombia, Bogotá, 1978, vol. 1 pp. 386 ss.
“Diario de sucesos notables escrito por el Licenciado D. Gregorio Martín de
Guijo, y comprende los años de 1648 a 1664." Documentos para la historia de
México, México 1853, tomo I
Antonio Domínguez Ortiz, “Un virreinato en venta”; en: Mercurio Peruano
(Lima), 1965, vol. XLIX, no. 453, pp. 43 ss.
Antonio Domínguez Ortiz, “La venta de cargos y oficios públicos en Castilla y
sus consecuencias económicas y sociales”, en: Anuario de Historia Económica
y Social, Madrid, 1970, vol. 3, pp. 105 ss.
Abraham S. Eisenstadt, A. Hoogenboom, and H.L. Trefousse comps., Before
Watergate: Problems o f Corruption in American Society, Nueva York, 1978.
Jeanine Fayard, Les membres du Conseil de Castille a l ’époque m odem e
(1621-1746), Ginebra, 1979.-
Esperanza Gálvez Piñal, La visita de Monzón y Prieto de Orellana al Nuevo
Reino de Granada, Sevilla, 1974.
María Cristina García Bemal, La sociedad de Yucatán, 1700-1750, Sevilla,
1972.
María Cristina García Bernal, ,“E1 gobernador de Yucatán Rodrigo Flores de
Aldana” en Homenaje al Dr. Muro Orejón, Sevilla, 1979, vol. 1, pp. 123 ss.
Lutgardo García Fuentes, El comercio español con América, 1650-1700, Sevilla,
1980.
José García Marín, La burocracia castellana bajo los Austrias, Ediciones del Ins­
tituto García Oviedo, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1976.
Juan F. Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, Biblioteca Mínima Mexica­
na, 13 y 14, México, 1955.
Marcel Giraud, “Crise de conscience et d’autorité á la fin du régne de Louis
XIV”, en: Annales. E .S.C ., 1952.
Amalia Gómez, Visitas de la Real Hacienda novohispana en el reinado de Felipe V,
Sevilla, 1979.
Brian R. Hamnett, “Politics and Trade in Southern México, 1750-1821”,
Cambridge Latín American Studies, Cambridge, 1971.
ArnoldJ. Heidenheimer comp., Political Corruption. Readings in Comparative
Analysis, Nueva York, 1970.
“Instrucción dada por el Excmo. Sr. Duque de Linares a su sucesor el Excmo.
Marqués de Valero”, en: Instrucciones que los virreyes de Nueva España deja­
ron a sus sucesores, México, 1873, tomo XIII.
Jorge Juan y A. Ulloa, Noticias secretas de América (siglo xviii), Madrid, 1918.
Jacob van Klaveren, “Die historische Erscheinung der Korruption, in ihrem
Zusammenhang mit der Staats— und Gesellschaftsstruktur betrachtet”, en:
Viertelja.hresschrift fü r Sozial— und Wirtschaftsgeschichte, Wiesbaden,
1957, vol. 44, pp. 289 ss.
____ , “Die historische Erscheinung der Korruption. II. Die Korruption in den
Kapitalgesellschaften, besonders in den gróben Handelskompanien. III. Die
internationalen Aspekte der Korruption”, ivi, 1958, vol. 45, pp. 433 ss.
___ , “Fiskalismus —Merkantilismus— Korruption. Drei Aspekte der Finanz —
und Wirtschaftspolitik wahrnd ds Ancin Régime”, ivi, 1960, vol. 47, pp. 333 ss.
____ , Europaische Wirtschaftsgeschichte Spaniens im 16. und 17. Jahrhundert,
Stuttgart, 1960.
Richard Konetzke, “La literatura económica. Así se escribe la historia”, en:
Moneda y Crédito, Madrid, 1962, no. 81, pp. 1 ss.
Bemard Lavallé “De Tesprit colon’ á la revendication créole (Les orígenes du
créolisme dans la vice-royauté du Pérou)”, en: J. Pérez, B. Lavallé et al.,
Esprít Créole et Conscience Nationale. Essais sur la form ation des consciences
nationales en Amérique Latine, Instituí d’Etudes Ibériques et Ibero-
Américaines de l’Université de Bordeaux, París, 1980, pp. 9 ss.
Colin M. MacLachlan, The Tribunal of the Acordada: A Study of Criminal Jus-
tice in Eighteenth Century México, Ph. Dissertation, University of California,
Los Angeles, University Microfilm, Ann Arbor, 1969.
José Antonio Maravall, La oposición política bajo los Austrias, Barcelona, 1974.
Alfredo Moreno Cebrián, El Corregidor de Indios y la economía peruana del
siglo x v i i i , Madrid, 1977.
Magnus Mórner, “Estratificación social hispanoamericana durante el periodo
colonial”, Institute o f Latin American Studies, Research Paper Series, 28,
Estocolmo, 1980.
Femando Muro Romero, “El ‘beneficio’ de oficios públicos con jurisdicción en
Indias”, en: Anuario Histórico-Jurídico Ecuatoriano, Quito, 1980, vol. V,
pp. 313 ss.
Jean-Marc Pelorson, Les .Letrados. Juristes castillans sous Phüippe III. Recher-
ches sur leur place dans la societé, la culture et l ’état, Université de Poitiers,
Poitiers, 1980.
Francisco de la Peña, “Movilidad social y bases de poder en Nueva España:
1521-1625”, trabajo (manuscrito) presentado a la ‘Dodicesima Settimana di
Studio’, del ‘Istituto Internazionale di Storia Economica Francesco Datini’,
Prato-Italia, en abril de 1980.
Horst Pietschmann, “El comercio de repartimientos de los alcaldes mayores y
corregidores en la región de Puebla-Tlaxcala en el siglo x v iii ” , en: Estudios
sobre política indigenista española en América. Simposio conmemorativo del
V centenario del padre Las Casas, Universidad de Valladólid, Valladolid, 1977.
Herbert I. Priestley, José de Gálvez, Visitor-General o f N e w Spain, (1765-1771),
Berkeley, 1916.
Wolfgang Schuller, “Probleme historischer Komipdonsforschung”, en: Der Staat.
Zeitschrift f ü r Staatslehre, Óffentliches Recht und Verfassungsgeschichte,
Berlín, 1977, vol. 16, pp. 373 ss.
Enrique Semo, Historia del capitalismo en México. Los orígenes, 1521-1763,
México, 1973.
C.M. Stafford Poole, “Institutionalized Corruption in the Letrado Bureaucracy.
The Case of Pedro Farfán (1568-1588)”, en: The Americas, 1981, no. 2,
pp. 149 ss.
William B. Taylor, Drinking, Homicide and Rebellion in Colonial Mexican
Villages, Stanford, 1979.
Jaime Vicens Vives, “Estructura administrativa estatal en los siglos xvi y xvu,”
reimpreso en: Coyuntura económica y reformismo burgués y otros estudios de
historia de España, Barcelona, 1968 pp. 99 ss.
Hipólito Villarroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva
España, en casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le de­
ben aplicar para su curación si se quiere que sea útil al Rey y al Público. Con
úna introducción de Genaro Estrada, México, 1937.
La división territorial de Hispanoamérica alrededor de 117O1

Audiencia de Gobierno y capitanía generalde Nueva España


México (1527) con dirección de la Audiencia
Gobierno de Veracruz2
Gobierno de Tlaxcala
Gobierno del Marquesado del Valle de
Oaxaca
Gobierno de Nuevo México
Gobierno de California
Gobierno de Sonora y Sinaloa
Gobierno de Texas
10 Gobierno de Coahuila
0O
Gobierno de Nuevo Santander
CTj Gobierno de Acapulco2
Oh Gobierno de Puebla2
a Gobierno y capitanía general de Yucatán
Cj Gobierno de Tabasco
!• Gobierno de la Isla del Carmen
2 Gobierno de Campeche2
tí Gobierno y capitanía general del Nuevo
4o->
Reino de León
-;g ■
b Audiencia de Gobierno y comandancia general de Nueva
> Guadalajara Galicia con dirección de la Audiencia
V
(1548)
■2
Gobierno de las Fronteras de Colotlán
Gobierno y capitanía general de Nueva
Vizcaya

Audiencia de Gobierno y capitanía general de Manila con


Manila (Fili­ dirección de la Audiencia
pinas 1595)

Dado que la división administrativa y la posición jerárquica de las distintas entidades de admi­
nistración fueron sometidas a una modificación constante en el transcurso de la Colonia, se reprodu­
ce la situación de ca. 1170, puesto que a consecuencia de la introducción del sistema de intendentes a
Hispanoamérica, hecha pocos años más tarde, en parte se trazaron límites completamente nuevos de
administración. El desarrollo hasta 1770 se basa p¡or entero, en cambio, en los principios expuestos
én el texto (cfr. pp. 120 s.). No se incluyeron los distritos misioneros con estatus especial.
Gobierno de las Islas Marianas2

Audiencia de Gobierno y capitanía general de Guatemala


Guatemala (ori­ con dirección de la Audiencia
ginalmente: de
los Confines
1543)
Gobierno de Soconusco
Gobierno dé Comayagua, al mismo
tiempo comandante general de Honduras
Gobierno y capitanía general de Costa Rica
Gobierno y comandancia general de Nicaragua

Audiencia de Gobierno y capitanía general de Santo Do­


Santo Domingo mingo, con dirección de la Audiencia
Gobierno de Florida
Gobierno de Louisiana (española desde
1763)
Gobierno de Cumaná
(1776 a la capi- . Gobierno de Guayana y Trinidad
tañía general de Gobierno de la Isla Margarita
Caracas y 1786 Gobierno de Río de la Hacha
a la Audiencia Gobierno y comandancia general de Barinas
de Caracas) y Río Negro (antes Maracaibo)
(Audiencia de Gobierno y capitanía general de Caracas
Caracas desde (desde 1786 dirección de la Audiencia)
1786)
Gobierno y capitanía general de Puerto Rico
Gobierno y capitanía general de La Habana
(Cuba)
Gobierno de Santiago de Cuba

-Audiencia de Gobierno y capitanía general de Nueva


Santa Fe de Bo­ Granada con dirección de la Audiencia
gotá en el Nue­
vo Reino de
Granada (1549)
Gobierno de Antioquía
Gobierno de Chocó
Gobierno de Mariquita
Gobierno de Girón
CO
F-* Gobierno de Neiva
n3 Gobierno de Llanos de San Juan
nJ Gobierno y capitanía general de Cartagena
05 9
CO Gobierno y capitanía general de Santa Marta
5
ns
>
u (Audiencia de Gobierno y comandancia general del Reino
fl
2 Panamá 1538- de Tierra Firme (hasta 1752 también dirección
u 1752) de la Audiencia)
T)
Gobierno de Portóbelo2

G Gobierno de Veragua
'C
u Gobierno de Darién
«J
43
Audiencia de Gobierno y comandancia general de
Quito (1563) Quito con dirección de la Audiencia
Gobierno de Quijos
Gobierno de Jaén de Bracamoros
Gobierno de Esmeraldas <
Gobierno de Mainas
Gobierno de Cuenca
Gobierno de Guayaquil
Gobierno y capitanía general de Popayán
CCi
(en parte correspondiente a Santa Fe)
íT¡
lAudiencia de Gobierno y capitanía general de Perú con
'S

i) ÍLima (1543) dirección de la Audiencia
Oh i
i Gobierno de Guarochiri
’oj i
i Gobierno de Taim a
O i Gobierno de Huancavelica
-w i
a i
g f Gobierno de El Callao2
*C i
uu i Gobierno de Cuzco
> l
i
' ((Audiencia de
| /Cuzco desde
/ / 1787)
ii
i i
* /r Audiencia de Dirección de la Audiencia
i i
i i Charcas (1559)
i i Gobierno de Potosí y Charcas
i i
i i Gobierno de Chucuito
II
II Gobierno de Chiquitos
II
II
rH
Gobierno de La Paz
II
II
'w ' . Gobierno de Moxos
n
II w
II piS Gobierno de Puno
II
vo
E Gobierno y capitanía general de Santa Cruz
ÍN.
I>*
lO l—H CJ de la Sierra
t> 90 J
o<
(O Gobierno y capitanía general de Buenos Aires
'V
3.. 2 1 (Audiencia de
O. s Buenos Aires)
¿3 M
g (1661-1672 y (con dirección de la Audiencia en el periodo
\ u desde 1776) nombrado)
\ u
\> Gobierno de Montevideo2
\
i Gobierno de las Malvinas2
\
\ Gobierno de Misiones
\
Gobierno y capitanía general del Paraguay
Gobierno y capitanía general de Tucumán

- Audiencia de Gobierno y capitanía general dé Chile con


Santiago de dirección de la Audiencia
Chile (defini­
tivamente desde
1606)
Gobierno de Valdivia

Gobierno de Concepción
Gobierno de Valparaíso
Gobierno de las Islas Juan Fernández
Gobierno de la isla Chiloe2 (subordinada
en asuntos gubernamentales al virrey del
Perú)
ÍN D IC E

Prólogo a la edición española..................... ........................... ..................... 9


Prólogo......................... . . . ................................................ .................................. 11

I. Introducción.............................................................................. ............ 13

II. La fundamentación de la organización estatal en la época de los des­


cubrimientos y las conquistas.................................................................... 18
1. Los elementos formativos en la expansión hacia ultramar........... 18
a) Los m o n a r c a s . . . . . . . .................................... ........................... 21
b) Los conquistadores........ .............. ........................................ . . 37
c) La Iglesia....................................................................................... 52
2. Problemas legales, espirituales y políticos de la apropiación de la
tierra y su influjo en la organización estatal.................................... 66
a) La justificación del adueñamiento y la temprana política
colonial de lá Corona.. . . . . . . : . . . . . . . ................................ 66
b) El problema indígena y su significación para la organización
estatal de la Hispanoamérica colonial....................................... 90
c) El orden político-administrativo én la fase inicial de la colo­
nización ........ ................................................................................. 110

III. El avance del absolutismo monárquico y el desarrollo de los medios


autoritativos e st a t a l e s . . , . . ......................... ............................................ 122
1. El desarrollo de la organización administrativa.............................. 128
a) La creación de las autoridades centrales en la madre patria. . 129
b) La organización de la administración territorial en ultramar
bajo Carlos V y Felipe II ............................................................ 133
c) El cuerpo de funcionarios, r............................................./ . . .. 152
d) La corrupción............................................................................... 163
2. El Estado, los particulares y el orden político..................... .. 182
a) La imposición de la autoridad estatal a los conquistadores. . 182
b) La posición dé las regiones coloniales respecto a la madre
p a t r i a . . . . . . .............................................................................. .. 198

IV. Observación final: El papel del Estado en el desarrollo interno de las


regiones ultramarinas españolas.................................. ............................. 210

Bibliografía............................................................... .............. ..................... 225

You might also like